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7. LOS ARCHIVOS DEL MAL: GUBERNAMENTALIDAD MEDIÁTICA Y POLÍTICA...

Capítulo 7
Los archivos del mal: gubernamentalidad
mediática y política de las imágenes
ANDRÉS MAXIMILIANO TELLO
Universidad de Valladolid, España

SUMARIO: 1. VUELOS. 2. MEMORIA. 3. ACTUALIDAD. 4. GUERRA. 5. ES-


TRATEGIAS.

1. VUELOS
A mediados de diciembre de 2011 un particular acontecimiento in-
terrumpe la programación noticiosa de los medios de comunicación: la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) entrega a los
tribunales argentinos que llevan adelante la «megacausa» de la ESMA
(Escuela Mecánica de la Armada) más de ciento treinta fotografías de al-
gunos cuerpos de las víctimas de los llamados «vuelos de la muerte»,
prácticas de exterminio masivo realizadas entre los años 1976 y 19791.
Estas imágenes no sólo se hacían públicas por primera vez, alrededor de
treinta años después de la represión y la violación sistemática de los dere-
chos humanos perpetrada por la dictadura en Argentina (1976-1983), sino
que además constituían la primera prueba de este tipo sobre las torturas y
los crímenes cometidos contra aquellas personas detenidas y arrojadas al
mar por las fuerzas militares, hecho que se conocía hasta hace un tiempo

1. La «megacausa» de la ESMA es el nombre que recibe un conjunto de causas judiciales


por violaciones a los derechos humanos cometidas tras el golpe militar de 1976 en
Argentina, reabiertas en el año 2003 y actualmente aún en proceso. Durante la dicta-
dura, la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA) funcionó como el centro clandestino
de detención y tortura más grande de Argentina. En el año 2004, sus instalaciones se
convirtieron en un Museo de la Memoria.

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sólo por testimonios. Se trata de registros fotográficos realizados por los


servicios de inteligencia de la dictadura uruguaya, cuando esos cuerpos
sin vida recalaron, días después de su masacre, en las costas de aquel
país. El año 1979, durante una inspección de la CIDH en Argentina, esas
fotografías –junto a otros documentos relacionados – fueron entregadas
a los funcionarios del organismo internacional, aunque hoy se desconoce
quién lo hizo. La carpeta con toda esta información permaneció desde en-
tonces archivada en la sede de la CIDH, en Washington, hasta su reciente
desclasificación.
Por supuesto, estos registros fotográficos son ahora claves, luego de la
anulación de los decretos de amnistía y la reapertura en Argentina de las
causas judiciales por violaciones de los derechos humanos cometidos du-
rante la Dictadura, actualmente en proceso. A su vez, este acontecimiento
abre una serie de aristas que resultan importantes a la hora problematizar
las relaciones entre los desastres que han marcado nuestra historia recien-
te, sus víctimas y los archivos de imágenes implicados. La primera cues-
tión que surge a partir de aquí es la muy debatida relación entre prueba
e imagen y, por extensión, la de hasta qué punto las imágenes constitu-
yen una prueba irrefutable frente a la incerteza propia de los testimonios
subjetivos. Según Paul RICOEUR, la fiabilidad del testimonio radica en su
condición de experiencia vivida, en un hecho atestiguado con la autode-
signación del «yo estaba ahí» que se expone dialógicamente ante otros y
también bajo las sospechas de la comunidad, donde debe ser acreditado
de algún modo, ya sea mediante su repetición o su confrontación2. Pero
RICOEUR extrae estos elementos que considera esenciales del testimonio
a partir de su uso común, jurídico o histórico, lo que puede eclipsar una
singularidad de éste que se aprecia en otras situaciones extremas. Eso es
lo que se nos plantea en Lo que queda de Auschwitz, texto donde Giorgio
AGAMBEN ha especificado que el testimonio contiene en sí mismo una «la-
guna», ya que si bien es entregado por los supervivientes de la catástrofe,
incluye siempre algo intestimoniable, que destruye incluso la autoridad
de quienes sobreviven, pues los «testigos integrales» son aquellos que to-
caron fondo, de tal manera, quien «asume la carga de testimoniar por ellos
sabe que tiene que dar testimonio de la imposibilidad de testimoniar»3.
Los «vuelos de la muerte» hacen patente estas cuestiones precisamente
por la ausencia de «testigos integrales», a tal punto, que la mayoría de los

2. RICOEUR, Paul, La Mémoire, l’histoire, l’oubli, Paris, Seuil, 2000, pp. 201-208.
3. AGAMBEN, Giorgio, Lo que queda de Auschwitz: El archivo y el testigo, Homo Sacer III, Va-
lencia, Pre-Textos, 2000, p. 34.

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testimonios recabados sobre las prácticas de exterminio corresponden a


ex-militares encargados de las operaciones. Por otro lado, frente a las di-
ficultades propias del testimonio, el sentido común ha tendido a percibir
las imágenes técnicas, de una u otra forma, como pruebas irrefutables;
«ver para creer», reza el dicho. Esto se demuestra en el caso particular de
la fotografía que, de acuerdo con Philippe DUBOIS, ha sido generalmente
«percibida como una suerte de prueba, necesaria y suficiente a la vez, que
indudablemente atestigua de la existencia de lo que muestra», aunque lo
cierto es que desde su invención en el siglo XIX hasta nuestros días, los
debates teóricos sobre la fotografía abandonaron poco a poco las atribu-
ciones miméticas para dar paso a comprensiones cada vez más complejas
de sus relaciones con la realidad4. El valor probatorio de la imagen que-
da entonces mermado y pierde sus privilegios frente al testimonio en el
terreno jurídico, en tanto hoy prevalece una desconfianza a la imagen en
general, ya sea fotográfica o fílmica, que puede explicarse a partir de sus
propias cualidades técnicas: la reproductibilidad infinita, el montaje de
sus representaciones y otras alteraciones potenciales.
Sin embargo, las fotografías de los cuerpos de los detenidos desapa-
recidos contienen un innegable valor en el proceso de identificación de
las víctimas y de las causas judiciales en curso. Pero su importancia radi-
ca también en una segunda arista, el hecho de ser imágenes arrancadas
desde los propios archivos de la dictadura militar, extraídas en la clan-
destinidad y puestas en circulación transgrediendo los resguardos de los
servicios de inteligencia de la maquinaria del terror. En un sentido más
amplio, estas fotografías son entonces restos de los archivos del mal. Tal
expresión es mencionada una sola vez por Jacques DERRIDA en su libro Mal
d’archive para referirse, de ese modo general, a las experiencias catastrófi-
cas de la historia reciente donde, ciertamente, los archivos han jugado un
rol preponderante5. Asimismo, el filósofo francés ha replanteado la no-
ción de archivo destacando que a partir de su etimología, el arkhé remite
al mismo tiempo al origen y a un principio nomológico. Ambos elementos se
conjugan en la domiciliación del archivo: en el arkheîon y en sus ocupantes,
los arcontes. Estos últimos son, por un lado, guardianes del depósito de

4. DUBOIS, Philippe, El acto fotográfico y otros ensayos, Buenos Aires, La Marca, 2008, p. 22.
5. La expresión aparece en una hoja suelta de la edición de Mal d’archive –sin nume-
ración, posición o lugar predeterminado dentro del corpus del libro– y, por ello, es
el indicador material de que la labor del archivo nunca puede completarse, de que
éste mismo no puede Ser absoluto. De ese modo, el texto de Derrida no se limita a
enunciar el archivo, adhiere un suplemento que tensiona su cierre definitivo. Véase:
DERRIDA, Jacques, Mal de archivo. Una impresión freudiana, Madrid, Trotta, 1997.

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los documentos y portadores de la autoridad hermenéutica sobre estos


(de hacer valer la ley sobre el documento). Por otro lado, son quienes ejer-
cen las funciones de identificación, selección y clasificación del archivo,
y el poder de consignación: la reunión y coordinación de los signos en «un
solo corpus», es decir, en «un sistema o una sincronía en la que todos los
elementos articulan la unidad de una configuración ideal»6. En princi-
pio, cualquier archivo surge en un cruce entre lo topológico y lo nomoló-
gico. Las fotografías arrancadas de los archivos de la dictadura pasaron
así, de forma anónima, de una domiciliación a otra, de unos guardianes
a otros, pues su permanencia en secreto durante casi treinta años, junto
a muchos más documentos que aún están en Washington, ha dependido
exclusivamente del poder arcóntico de la CIDH7.

Lo instructivo en la perspectiva que nos entrega DERRIDA reside ade-


más en otro elemento: los archivos del mal no se imponen al propio mal de
archivo. La lógica de la exhaustividad y de la completitud que persigue el
archivo es amenazada a la vez por otra fuerza que le es inmanente; la pul-
sión de conservación que constituye cualquier archivo siempre se pone
en riesgo a partir de un impulso de muerte, una pulsión de destrucción
del propio archivo: la infinita amenaza de no dejar ningún resto de este.
La economía de la represión se enfrenta así a una aneconómica pulsión de
aniquilación. Y esto lo confirman también aquellos archivos del mal que
han marcado los desastres de nuestra historia: «disimulados o destruidos,
prohibidos, desviados, ”reprimidos”. Su tratamiento es a la vez masivo y
refinado en el transcurso de guerras civiles o internacionales, de manipu-
laciones privadas o secretas»8. Desde esta perspectiva, las dictaduras la-
tinoamericanas, el apartheid en Sudáfrica, los conflictos armados que deri-
van del neocolonialismo y la expansión mundial de la guerra preventiva,
entre otros, implican archivos de la represión pero también una pulsión
destructiva: la producción de registros de diferente tipo y su posterior

6. Ibíd., p. 11.
7. Al hacer entrega de las fotografías y otros expedientes al juez a cargo de la «megacau-
sa», el secretario ejecutivo de la CIDH señaló que la estricta reserva en que se habían
mantenido estos documentos respondía a un criterio temporal y evaluativo de las
condiciones de estabilidad de la democracia en Argentina. La CIDH mantiene archi-
vados y retenidos hoy muchos más documentos sobre las violaciones a los derechos
humanos y la represión no sólo de la dictadura argentina sino también de otros paí-
ses latinoamericanos. Sobre las fotografías en cuestión véase: RODRÍGUEZ, Paz, «Des-
pués de 32 años entregan fotos de desaparecidos arrojados al mar», La Nación, jueves
15 de diciembre de 2011. Disponible en: <http://www.lanacion.com.ar/1432807-despues-
de-32-anos-entregan-fot>
8. DERRIDA, Jacques, op. cit.

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supresión, la preservación documental y los intentos de su eliminación, la


catalogación de los cuerpos detenidos y su desaparición. Entonces ¿cómo
reflexionar de un modo crítico sobre esos archivos del mal y, más aún,
sobre sus víctimas teniendo en cuenta precisamente este mal de archivo
que intenta no dejar restos ni pruebas de sí mismo?

2. MEMORIA

Desde fines del siglo XX, la respuesta que se ha desarrollado de modo


más evidente en las sociedades occidentales ante los desastres de la his-
toria reciente y las víctimas que estos han dejado a su paso, ha sido el
diseño de diversas políticas de la memoria y el monumento. Sin embargo,
como es sabido, la memoria nunca es, ni puede ser, un proceso absoluto y
siempre lleva aparejado el olvido, incluso, como condición de su posibili-
dad. El recuerdo siempre es fragmentario, un retazo que nos visita y que
puede ser adosado de diversas formas a otros fragmentos que pueblan
la memoria. A su vez, cuando se habla de memoria histórica o colectiva
(a la manera de HALBWACHS9) y de las políticas oficiales que se orientan
hacia la conmemoración, hay que reconocer entonces que los lugares de
la memoria son fabricados, es decir, son el resultado de un montaje pre-
determinado, «un asunto de artificio, y por lo tanto, necesariamente, de
olvido»10. A pesar de ello, es prácticamente imposible encontrar ejemplos
de sociedades donde las políticas de la memoria oficiales (a nivel de ins-
tituciones y leyes) hayan conseguido homogenizar y asegurar definitiva-
mente las lecturas e interpretaciones del pasado. Al contrario, lo cierto es
que los diseños de la memoria colectiva se han convertido en un ámbito
de lucha donde se aprecia «una oposición entre distintas memorias riva-
les, cada una de ellas incorporando sus propios olvidos», variando así los
encuentros y desencuentros de «memoria contra memoria»11. De tal ma-

9. El sociólogo francés Maurice Halbwachs es el precursor de los estudios sobre este


tema. Según él, por «memoria colectiva» se deben entender las reconstrucciones del
pasado en el presente que actúan como marcos referenciales para la participación del
individuo en cualquier colectivo social. Entonces, la memoria tendría principalmente
una función social, inscrita materialmente en espacios y lugares definidos, ya que
convocaría al pasado para justificar representaciones sociales del presente. Véase:
HALBWACHS, Maurice, La memoria colectiva, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zara-
goza, 2004.
10. DÉOTTE, Jean-Louis, Catástrofe y Olvido. Las Ruinas, Europa, el Museo, Santiago de Chile,
Cuarto Propio, 1998, p. 29.
11. JELIN, Elizabeth, «Exclusión, memoria y luchas políticas», en: MATO, Daniel (comp.),

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nera, el panorama general en el que nos encontrábamos hasta hace muy


poco (y quizás todavía) se ajusta perfectamente a lo que Andreas HUYS-
SEN describiera en términos de un verdadero fenómeno a escala global: la
emergencia de una cultura de la memoria, donde proliferan los discursos
sobre «pretéritos presentes», la restauración de centros urbanos, la patri-
monialización de bienes culturales materiales e inmateriales, el marketing
de la nostalgia y la moda retro, el éxito comercial de las autobiografías y
las tramas históricas en la literatura, el cine y las producciones televisivas.
Tanto así que, según HUYSSEN, si el ambiente cultural de principios del si-
glo XX se caracterizó por estar orientado hacia la aseguración del futuro,
en cambio, la conciencia del tiempo desde finales del mismo siglo se ha
orientado efusivamente hacia el pasado12.

Igualmente, se podría decir que este clima cultural ha tendido hacia


algunas confusiones notorias, donde la más importante, sin duda, es la
identificación de la memoria con el archivo y la asignación del sentido de
este último a partir de las cuestiones que remiten al pasado, como fuente
del origen, o a lo sumo, a todo lo que se relaciona con aspectos históricos
que pueden desentenderse de lo que llamamos irreflexivamente «nuestra
actualidad». Es más, ambos elementos han parecido conjugarse en la de-
signación de Auschwitz como «el trauma central del siglo XX» (Art Spie-
gelman) o en términos del «complejo fenómeno en la intersección entre
historia y memoria que aún tratamos de aprehender»13. Entonces, por
más que se consigne esta catástrofe como aquello que nos esforzamos por
no repetir, los discursos que asientan sus prácticas en la superación del
trauma histórico no dejan de adolecer y recaer nuevamente en los archi-
vos del mal14.

De esta manera, la memoria de las víctimas de los genocidios y las in-


justicias pasadas, se adapta en las consignas de los «Nunca Más», en los

Estudios Latinoamericanos sobre cultura y transformaciones sociales en tiempos de globaliza-


ción, Buenos Aires, CLACSO, 2001, p. 100.
12. HUYSSEN, Andreas, En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de globaliza-
ción, México, Fondo de Cultura Económica, 2002.
13. LACAPRA, Dominick, Historia y memora después de Auschwitz, Buenos Aires, Prometeo
Libros, 2009, p. 14.
14. Habría que entender de ese modo la siguiente aseveración de Benjamin en las notas
para sus tesis sobre la historia: «El concepto del progreso ha de ser fundado en la idea
de la catástrofe. El que [las cosas] ”sigan así”, [eso] es la catástrofe. Esta no es lo que
en cada momento está por delante, sino lo que en cada momento está dado». BENJA-
MIN, Walter, Dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre historia, Santiago de Chile, LOM,
1996.

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recuentos de las Comisiones de Verdad y Reconciliación, en los impera-


tivos de recordar «para que la historia no se repita», en suma, en un con-
junto de formulas convertido en la matriz que parece caracterizar algunos
de los más influyentes discursos y políticas contemporáneas. Ante esto, el
filósofo español Reyes Mate ha indicado con agudeza y de modo persis-
tente como ciertas políticas de la memoria que exhiben dichas formulas
encarnan una justicia amnésica que disocia a las víctimas del pasado de
la configuración del presente, a lo que se contrapone una memoria y una
justicia de las víctimas que reconoce la actualidad de la injusticia come-
tida y, al mismo tiempo, promueve una mirada que protesta contra ella,
al visibilizar el hecho de que las víctimas sobre las que avanza el cortejo
triunfal de historia, forman hoy parte de una realidad que es considera-
da insignificante15. Sin embargo, ante perspectivas como esta, habría que
resistirse a un impulso ontologizante del concepto de «víctima» y sus de-
rivaciones totalizantes, pues esto lleva aparejada una subsunción de cada
singularidad (cada caso individual e irreductible) a un conjunto no desea-
ble en términos críticos y políticos, ni tampoco jurídicos. Es imprescindi-
ble que una dimensión básica del los conflictos bélicos, los genocidios y
el terrorismo en cualquiera de sus formas, sea el tratamiento singular de
las víctimas, con nombres y apellidos, que busque la reconstrucción más
ardua de las situaciones y los contextos histórico-políticos en que cual-
quier persona haya sufrido embates de violencia injustificada, del porqué
(filiaciones políticas, experiencias biográficas pertinentes, situación de su
detención y destino) y de la identificación de los responsables (quién ejer-
ce la violencia, cuándo, por qué, desde dónde, articulados a qué poderes
locales y regionales). Podríamos así evitar encubrir, mediante conteos ge-
nerales de víctimas o consignas universalizantes, los mismos archivos del
mal que criticamos. De este modo, se actúa a contrapelo del tratamiento
historicista y archivístico, de su lenguaje meramente informacional: su
obsesión por el dato bruto y la nominación descontextualizada.

Lo anterior constituiría un primer movimiento en la reflexión en torno


a los archivos del mal, pero no agota su problemática ni su mal de archivo.
No circunscribirse a las políticas oficiales de la memoria implica mani-
fiestamente hacer resurgir las memorias de la política, es decir, aquellas
experiencias que cuestionan activamente las interpretaciones de los docu-
mentos, las supresiones de las huellas y su custodia. Sin embargo, si existe

15. MATE, Reyes, «La causa de las víctimas. Por un planteamiento anamnético de la jus-
ticia. (o sobre la justicia de las víctimas)», conferencia dictada en el III Seminario de
Filosofía de la Fundación Juan March, 8 de abril de 2003.

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una memoria que es capaz de tensionar activamente el archivo, desafiar


sus cierres, manteniendo abierto sus contextos al futuro y a una respon-
sabilidad política derivada de ello (llámese «justicia porvenir», «razón
compasiva» o «política del duelo»), este impulso parece cernirse siempre
sobre un arkhé domiciliado: acervos documentales, museos, bibliotecas u
otras formas localizadas de acumulación de registros o de producción de
relatos históricos. El deseo de apertura y tensión de esos archivos por par-
te de una memoria que haga justicia a las víctimas, que active su herencia,
es tan perturbadora de la configuración del presente, como la deslocali-
zación con que la propia pulsión de destrucción ha abierto al archivo más
allá de su domiciliación.

3. ACTUALIDAD

Para comprender esto último, habría entonces que realizar un segun-


do movimiento: pasar desde una concepción del archivo constituido en
un lugar específico, con una «domiciliación» determinada, hacia la com-
prensión de un archivo que (des)configura en sus operaciones su propio
domicilio. En otras palabras, a modo de paráfrasis crítica de lo señalado
por DERRIDA, entender el archivo ya no como un lugar de conservación de
un «pretérito presente» o un «futuro anterior», sino como un impulso «ar-
chivante» radical de todas las temporalidades heteróclitas: un archivo ar-
chivante que establece incluso el contenido de lo archivable, la producción
del acontecimiento16. Una posible perspectiva de análisis para este nuevo
movimiento estaría dada no ya por una domiciliación institucional, sino
más bien por lo que proponemos llamar una «gubernamentalidad me-
diática». Esta última es la que administra las imágenes de los archivos
del mal contemporáneos. En otras palabras, la problematización del ar-
chivo-archivante requiere de un análisis donde precisamente funciona hoy
en día: a cada momento y de manera global, configurando aquello que
llamamos, sin mayores cuestionamientos, actualidad. Nuestra experiencia
con los medios de comunicación y sus informaciones, que configuran di-
cha «actualidad», en ningún caso es producto de una mediación global
simple y diáfana, más bien deriva de una serie de operaciones técnicas
y selectivas, de recortes y puntos de vista, incluso ahí donde se nos pre-
senta «en directo». Así, los nuevos medios tecnológicos de archivación no
sólo poseen una capacidad de registro, almacenamiento y transmisión de

16. DERRIDA, Jacques, op. cit., p. 24.

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imágenes, sino que además, y principalmente, funcionan produciendo los


acontecimientos. Es decir, el archivo registra y produce el acontecimien-
to al mismo tiempo, en una operación donde el poder arcóntico organiza
y define aquello que percibimos como nuestra «actualidad», pero sin la
necesidad ya de almacenar sus documentos en un edificio: dispersión
del principio topológico y complejización del principio nomológico. La
«gubernamentalidad mediática» es entonces la forma que toma hoy un
nuevo poder arcóntico materializado en la administración de los registros
contemporáneos de los archivos del mal, pero que, a su vez, en su desplie-
gue configura no sólo operaciones localizadas sino también una gestión
desterritorializada del archivo. Ahora bien, el término que proponemos
requiere de una revisión más profunda.

La noción de gubernamentalidad que adoptamos fue elaborada por


Michel FOUCAULT en su curso del College de France en 1977-1978, donde
propuso fragmentariamente algunos elementos para entender esta singu-
lar relación entre el cuerpo del viviente, la población y el poder político17.
El filósofo francés buscaba por esa vía analizar una configuración parti-
cular de las relaciones sociales de poder; la administración del conjunto
de prácticas, procedimientos y saberes específicos que tienen como obje-
tivo a la población. La gubernamentalidad puede entonces comprenderse
como una forma de gobierno que se distancia del antiguo poder soberano,
sin limitarse al despliegue de las tecnologías disciplinarias sobre cuerpos
individuales (anatomopolítica), concentrándose más bien en la regulación
del desenvolvimiento colectivo de los cuerpos y su circulación a través
de una biopolítica activa y que cuenta con instrumentos específicos (tasas
de natalidad, mortalidad, control de inmigración etc.) aplicados sobre la
población. Sin embargo, la población posee otro extremo diferente al de
su condición biológica, que es la que aquí nos interesa principalmente: su
dimensión en tanto que público18. Esta última se manifiesta en el conjunto

17. FOUCAULT, Michel, Seguridad, Territorio y población, Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica, 2006.
18. Señala FOUCAULT: «A partir del momento en que el género humano aparece como
especie en el campo de determinación de todas las especies vivientes, puede decirse
que el hombre se presentará en su inserción biológica primordial. (...) La población,
en consecuencia, es todo lo que va a extenderse desde el arraigo biológico expresado
en la especie hasta la superficie de agarre presentada por el público. De la especie al
público tenemos todo un campo de nuevas realidades, nuevas en el sentido de que,
para los mecanismos de poder, son los elementos pertinentes, el espacio pertinente
dentro del cual y con respecto al cual se debe actuar». Ibíd., p. 102.

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multiforme de las opiniones de la población; sus prejuicios, inclinaciones,


exigencias y susceptibilidades.

Si bien FOUCAULT reconoce en este otro extremo de la población una


relación con el término ilustrado que emerge en el siglo XVIII, la noción
de público que él esboza parece ser mucho más amplia, y se modula tanto
con el surgimiento de la economía política como con el de la publicidad
durante ese mismo siglo. Resultado de esas convergencias es entonces
esta dimensión fundamental del colectivo social de los cuerpos que se
transforma, a la vez, en sujeto-objeto de un saber: «sujeto de un saber que
es ”opinión” y objeto de un saber que es de muy otro tipo, pues tiene la
opinión por objeto y para ese saber de Estado se trata de modificarla o
servirse de ella»19. Para nosotros, lo importante de esta perspectiva es
que la gubernamentalidad de la población y su administración de la opi-
nión del público no se despliegan bajo la forma de la represión, sino más
bien de la producción de opinión, o dicho de otro modo, un gobierno que
cuenta con el apoyo de los gobernados y emprende una gestión de sus
deseos e iniciativas20. Pero la noción que articula ambos extremos de la
especie humana, permitiendo así el acople entre su arraigo biológico y
su superficie de agarre manifestada en al público, es la noción de medio.
FOUCAULT menciona escuetamente esta noción, aunque no duda en reco-
nocer su importancia puesto que «uno de los elementos fundamentales
de la introducción de los mecanismos de seguridad», de los dispositivos
constitutivos para el desarrollo de la gubernamentalidad, «es un proyec-
to, una técnica política que se dirige al medio»21. Sin embargo, la noción
de medio es tomada por Foucault desde su elaboración en las ciencias na-
turales, para entenderlo así en su condición de «soporte y el elemento de
circulación de una acción» entre un cuerpo y otro, en otras palabras, como
un espacio que puede ser alterado e intervenido por una «cantidad de

19. Ibíd., 323.


20. Como bien ha indicado Santiago Castro-Gómez en su revisión de la noción foucaul-
tiana de público, no es «por medio del adiestramiento disciplinario y tampoco me-
diante la obligatoriedad de asumir un sistema de creencias y opiniones ajenas como
se gobierna la población. Lo que hará el liberalismo es conducir la conducta de los
otros en lugar de regimentarla soberanamente. No será, entonces, una tecnología de
dominación sino una tecnología de gobierno que, como tal, partirá de la capacidad de
acción e iniciativa de los gobernados. En lugar de reprimir sus deseos, los ”dejará
pasar”; en lugar de codificar sus movimientos, los gestionará; e lugar de controlar sus
opiniones, las regulará». CASTRO-GÓMEZ, Santiago, Historia de la gubernamentalidad. Ra-
zón de Estado, liberalismo y neoliberalismo en Michel Foucault, Bogotá, Siglo del Hombre
Editores/Pontificia Universidad Javeriana, 2010, p. 86.
21. FOUCAULT, Michel, op. cit., p. 44.

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efectos masivos que afectan a quienes residen en él»22. Desde este arraigo
biológico de la especie en su «medio ambiente», Foucault alude a algunas
de las técnicas políticas y saberes que se orientan a la modificación del
medio, tales como el urbanismo o los dispositivos de seguridad penales
y médicos. Lo que el filósofo francés no vislumbra cuando pone en juego
estos diferentes elementos analíticos es, precisamente, el papel del medio
en el extremo contrario al de la población considerada en tanto que espe-
cie, es decir, no se hace cargo de las intervenciones del medio orientadas a
la modificación de la opinión del público. Por lo tanto, la gestión y regu-
lación de esta última dimensión del medio, es lo que nosotros proponemos
llamar aquí gubernamentalidad mediática.

Al elaborar esta noción, buscamos precisamente alejarnos de lo que


planteaban muchas teorías tradicionales de los medios de comunicación
o de la cultura de masas, ya que no apuntamos a una comprensión del
fenómeno mediático en términos de alienación o adoctrinamiento, es de-
cir, no pensamos que la gestión y la administración mediática funcionen
como una «industria cultural» para el engaño de las masas (ADORNO y
HORKHEIMER23) o bajo la rúbrica de un «aparato ideológico del Estado»
(Althusser24). Más bien, quisiéramos afirmar que, en la gubernamenta-
lidad mediática contemporánea, los medios de comunicación e informa-
ción y sus diversas tecnologías, son un espacio activamente producido
y encauzado por fuerzas heterogéneas que buscan definir la agenda pú-
blica, es decir, conducir los intereses y la opinión del público de acuerdo
a su participación activa en una política determinada. Y, en ese sentido,

22. Ibíd., 41.


23. En esa línea, por ejemplo, ADORNO y HORKHEIMER caracterizan a la industria cultural,
de la cual forman parte los medios de comunicación, de esta forma: «La insolencia de
la exclamación retórica: ”¡Ay que ver, lo que la gente quiere!”, consiste en que se re-
mite, como a sujetos pensantes, a las mismas personas a las que la industria cultural
tiene como tarea alienarlas de la subjetividad. Incluso allí donde el público da mues-
tras alguna vez de rebelarse contra la industria cultural, se trata sólo de la pasividad,
hecha coherente, a la que ella lo ha habituado». HORKHEIMER, Max y ADORNO, Theodor,
Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos, Madrid, Trotta, 1998, p. 189.
24. Para Althusser, por cierto, los medios de comunicación son aparatos del Estado no
literalmente, puesto que obviamente, se trata en su mayoría de sectores privados,
más bien, su condición estatal se deriva a partir de su funcionamiento de modo pre-
dominantemente ideológico que, a pesar de su diversidad y contradicciones, esta
unificado «bajo la ideología dominante que es la de la clase dominante’». ALTHUSSER,
Louis, «Ideología y aparatos ideológicos del Estado», en: La filosofía como arma de la
revolución, México, Siglo XXI editores, 2005, p. 118. Nosotros preferimos utilizar la
noción de ideología con más precauciones, y sustraerla, al menos en este trabajo, del
análisis general de la gubernamentalidad mediática.

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es la forma que adquiere el poder arcóntico contemporáneo, puesto que


las guerras o el terrorismo de Estado no sólo son material de archivo sino
que operan precisamente mediante el registro y la edición de sus frentes;
operaciones archivantes que son realizadas en buena parte a través de los
medios de comunicación e información. Contra dicho mal de archivo y su
expansión sobre nuevas víctimas, no basta entonces el despliegue de una
memoria disruptiva sino que, además, se hace necesaria una política de
las imágenes que cuestione finalmente la efectividad de los arcontes en
el momento mismo en que estos emprenden su labor interpretativa y de
consignación de los registros.

4. GUERRA
La guerra y sus víctimas han sido la expresión más notoria de los ar-
chivos del mal y del mal de archivo. Incluso los propios «vuelos de la
muerte» no pueden desligarse de la coyuntura mayor de la guerra fría
que promovió la diseminación del conflicto bélico desde las potencias ha-
cía las periferias. Las dos potencias enfrentadas, sostiene Pilar CALVEIRO,
«apoyaron gobiernos, movimientos insurgentes y toda clase de organi-
zaciones que requirieran de su material bélico dando impulso al com-
plejo militar-industrial, como actividad económica altamente rentable y
dinámica», y en el caso específico de Latinoamérica, la «represión sobre la
izquierda en general y sobre los grupos más radicales en particular se pro-
dujo al abrigo de la llamada Doctrina de Seguridad Nacional», a partir de
la cual los conflictos locales «se leían a la luz de la gran confrontación en-
tre Occidente y el mundo socialista»25. Así, enfrentamientos bélicos como
los de Centroamérica o la aplicación del Plan Cóndor en Sudamérica, no
serían más que guerras parciales de un conflicto mayor. Y dicha coyuntu-
ra se corresponde, a su vez, con una consumación del acoplamiento entre
la guerra y las tecnologías de la imagen, que se había hecho notoria de
modo incipiente en los primeros conflictos del siglo XX26. Tal articulación

25. CALVEIRO, Pilar, «Los usos políticos de la memoria», en: CAETANO, Gerardo (comp.),
Sujetos sociales y nuevas formas de protesta en la historia reciente de América Latina, Buenos
Aires, Clacso, 2006, pp. 364-366.
26. A comienzos de los años treinta, por ejemplo, Ernst JÜNGER abría su texto «Guerra y
Fotografía» poniendo de relieve que la primera guerra mundial «se distinguió por el
alto grado de precisión técnica que requería su conducción» y que, a la vez, «tuvo que
dejar un legado documental más numeroso y diverso que el de aquellos combates
que tuvieron lugar en época anteriores». Agrega luego que, para ello «junto a las bo-
cas de los fusiles y cañones estaban las lentes ópticas dirigidas día tras día al campo

170
7. LOS ARCHIVOS DEL MAL: GUBERNAMENTALIDAD MEDIÁTICA Y POLÍTICA...

iría poco a poco transformando radicalmente la fisonomía y los imple-


mentos de la guerra misma, pues la administración de sus imágenes, los
archivos del mal con los registros del horror de los enfrentamientos, se
convirtió luego en una estrategia fundamental para el propio desarrollo
de los combates. Esto se apreciaría claramente después de la Guerra de
Vietnam, donde la circulación imágenes de los soldados estadounidenses
muertos en combate, los registros de los cuerpos masacrados de mujeres
y niños, en suma, la transmisión de la violencia del horror de la guerra y
sus víctimas, influyeron decisivamente, en el cambio de la opinión pú-
blica respecto al sentido del conflicto mismo durante su desarrollo y, a
la larga, en la derrota de las tropas norteamericanas. La gubernamenta-
lidad mediática de las imágenes operaría desde entonces, como nunca
antes, gestionando los archivos del mal derivados de la guerra, teniendo
como caso paradigmático la Guerra del Golfo. La Operación Tormenta del
Desierto fue un éxito en tanto sus imágenes en los medios de comunica-
ción e información sufrieron un vaciamiento de la violencia, del horror
provocado y sus víctimas. Por lo tanto, su transmisión y difusión al pú-
blico se hizo mediante imágenes drenadas de todas sus contradicciones,
en otras palabras: imágenes «fantasmagóricas que reprimen el trauma, las
amputaciones, los terrores, los bombardeos, la destrucción, las muertes,
los dislocamientos, las violaciones, los horrores, los racismos, el dolor, las
pérdidas, las atrocidades»27. En ese sentido, el grueso de las imágenes
de la guerra del Golfo resultaron ser panorámicas de los ataques, espec-
táculos de luces y fotogramas de miras holográficas de armas de última
tecnología. Antecedentes de estas guerras donde el «frente mediático» co-
bra la mayor importancia se pueden encontrar ya desde la Guerra de las
Malvinas, pero es a partir de la Guerra del Golfo cuando se consuma un
verdadero paradigma bélico-tecnológico idealmente aséptico, una guerra
quirúrgica y sólo de «daños colaterales», sin mayores bajas que puedan
quedar registradas en las cámaras.
Los «archivos del mal» administrados por la gubernamentalidad me-
diática funcionan entonces de un modo similar al que Jacques RANCIÈRE
ha aludido respecto a las «grandes máquinas de información» contem-

de batalla». Según JÜNGER, en aquella gran guerra, se expresaba un mismo «intelecto»


tanto en los avances de las armas de aniquilamiento masivo como en los esfuerzos
por registrar en imágenes hasta los más mínimos detalles. JÜNGER, Ernst, «Guerra y
Fotografía», en: JÜNGER, Ernst y SÁNCHEZ, Nicolás, Ernst Jünger: guerra, técnica y fotogra-
fía, Valencia, Universitat de València, 2000, p. 123.
27. ZIMMERMANN, Patricia, States of Emergency: Documentaries, Wars, Democracies, Minnea-
polis, University of Minnesota Press, 2000, p. 54.

171
MEMORIAS IBEROAMERICANAS: HISTORIA, POLITICA Y DERECHO

poráneas: «Se las acusa de ahogarnos con un mar de imágenes. Pero lo


que hacen es todo lo contrario. No se contentan con reducir el número
de imágenes que ponen a disposición. Ordenan antes que nada su puesta
en escena»28. Es decir, no solo registran o archivan, sino que también,
con un impulso archivante radical, producen los contenidos archivados y
suprimen otros elementos registrados. Una de las operaciones que mejor
expresan esta función de la gubernamentalidad mediática es la aparición
del «periodismo incorporado» [embedded journalism], es decir, el nuevo
tipo de periodistas de guerra que se adjunta a las unidades de combate en
los conflictos armados de hoy en día, para hacer una cobertura exclusiva
del desarrollo enfrentamientos y sus consecuencias29. En las antípodas
del corresponsal de guerra independiente que predominó durante el siglo
XX, al estilo ya mítico de Robert CAPA, el periodismo incorporado obtiene
su acceso a los sitios en conflicto sólo a cambio de ajustar su mirada a
los parámetros determinados por las propias fuerzas militares y guberna-
mentales que le permiten archivar los acontecimientos.
Así, en términos de Judith BUTLER, podríamos decir que la guberna-
mentalidad mediática funciona también trabajando la «representabilidad
con objeto de controlar el afecto, en anticipación de la manera cómo éste
no sólo es estructurado por la interpretación, sino también como estruc-
tura a su vez la interpretación», de tal manera, opera una «regulación
de las imágenes que pudieran galvanizar a la oposición política a una
guerra»30. Y esto no sólo ocurre en los frentes de batallas, la cobertura
mediática en torno a los atentados al World Trade Center es un ejemplo
de ello, ya que si bien las informaciones no dejaban de hablar sobre la can-
tidad de víctimas, resultó curioso que hayamos visto pocas imágenes del
horror: ni cuerpos desmembrados, ni sangre, ni personas moribundas. De
esa forma, como bien ha destacado Slavoj Zizek, quedaba de manifiesto
un claro contraste con la cobertura que se hace en Estados Unidos de las
catástrofes en el Tercer Mundo, donde un objetivo principal es captar las
imágenes más fuertes de las consecuencias corporales de las víctimas de
la hambruna, los cadáveres y heridos de los desastres naturales. A lo que
Zizek añade: «¿No es ésta una prueba de cómo, incluso en los momentos

28. RANCIÈRE, Jacques. «El teatro de las imágenes», en: DIDI-HUBERMAN, Georges y otros,
Alfredo Jaar: La política de las imágenes, Santiago de Chile, Metales pesados, 2008, p. 74.
29. Una referencia ineludible respecto a este punto es el documental de Alan Lowery y
John Pilger, The War You Don't See (2010), donde se analiza críticamente el rol que los
medios de comunicación han cumplido durante los conflictos armados de las últimas
décadas.
30. BUTLER, Judith, Marcos de guerra. Las vidas lloradas, Barcelona, Paidós, 2010, p. 107.

172
7. LOS ARCHIVOS DEL MAL: GUBERNAMENTALIDAD MEDIÁTICA Y POLÍTICA...

trágicos, se mantiene la distancia que nos separa a Nosotros de Ellos, de


su realidad?: el horror ocurre allí, no aquí»31. Asimismo, las pocas veces
que se han fotografiado a las bajas estadounidenses durante el siglo XX,
la tendencia ha sido cubrir de algún modo los rostros, una suerte de res-
peto o dignidad póstuma que –señala con agudeza Susan SONTAG– no se
estima necesario conceder a otros, ya que cuanto «más remoto o exótico
el lugar, tanto más estamos expuestos a ver frontal y plenamente a los
muertos y moribundos»32. Aunque desde otra perspectiva, estos últimos
elementos no hacen más que expandir ese principio de archivación del
acontecimiento mediante las tecnologías de la comunicación que busca,
precisamente, regular los afectos y estructurar las interpretaciones: dis-
poner parcialmente los archivos del mal ante el público, diferenciando
los contenidos de su exhibición. El problema que surge a partir de esto,
en suma, es que la gestión en el momento mismo del registro de las imá-
genes, articula nuestra percepción de la actualidad y, con ello, nuestra
reacción ética y política frente a las víctimas.

5. ESTRATEGIAS
Existe una memoria de la política que puede afectarnos y hacernos
reflexionar en torno a una herencia que nunca se da completa y desde
la cual se abre tanto el presente como el porvenir, sacando fuera de sí a
nuestra actualidad al gatillar un pensamiento crítico intempestivo que se
enfrenta a las relaciones de poder que la componen y que perpetuán las
injusticias cometidas frente a la víctimas del pasado en la barbarie pro-
gresista de hoy. Sin duda, esta memoria de la política implica una altera-
ción constante de los archivos. Pero cuando la topología de los archivos
del mal se vuelve difusa, es decir, cuando la localización de los poderes
arcónticos se difumina en las articulaciones y funciones más complejas
de la gubernamentalidad mediática, no basta con esta singular política
de la herencia. Es necesario también disputar al archivo sus contenidos
e interpretaciones en el momento mismo de sus maniobras archivantes,
lo que implica también una confrontación de sus elementos con la pro-
ducción independiente o alternativa de documentos o imágenes. No obs-
tante, el problema que debe resolverse antes tiene que ver con nuestra
propia estimación de los archivos. En nuestros días, los archivos del mal

31. ZIZEK, Slavoj, Bienvenido al desierto de lo real, Madrid, Akal, 2005, p. 17.
32. SONTAG, Susan, Ante el dolor de los demás, Buenos Aires, Alfaguara, 2003, p. 84

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MEMORIAS IBEROAMERICANAS: HISTORIA, POLITICA Y DERECHO

se muestran como algo relativo al pasado, operando una separación en-


tre las catástrofes traumáticas del siglo XX y un poder de la reparación
infinita que actuaría hoy como su aparente superación. Esto se relaciona
íntimamente con lo que Jacques Rancière ha señalado a propósito de la
antigua comunidad política, donde los excluidos eran actores conflictivos
que reclamaban por un derecho no reconocido o testificaban las injusticas
del derecho existente, pero que se ha transformado ahora en una parti-
cular comunidad ética; donde todo el mundo queda incluido, tomado en
cuenta. No obstante, respecto a esa cuenta el excluido ya no tiene estatuto,
balanceándose únicamente entre dos posibilidades: que se le socorra por
su incapacidad relativa o se le convierta en un otro radical, un extranjero
y una amenaza para la comunidad ética33. De tal modo:
A esta nueva figura de la comunidad nacional corresponde un nuevo
paisaje internacional. La ética ha instaurado su reino, primero bajo la for-
ma de lo humanitario y luego bajo la justicia infinita ejercida contra el eje
del mal. Lo ha instaurado a través de un mismo proceso de indistinción
creciente, de hecho y de derecho. En el escenario internacional, este pro-
ceso se traduce por el desvanecimiento tendencial de los derechos huma-
nos. Sin embargo, este desvanecimiento ha operado por un desvío, por la
constitución de un derecho que va más allá de todo derecho, el derecho
absoluto de las víctimas34.

La dramática paradoja de esto es que ese derecho absoluto de las víc-


timas, se ha hipostasiado a tal punto que actúa como legitimación de la
reparación infinita, que hoy toma la forma de guerra preventiva o huma-
nitaria, es decir, de una guerra sin fin contra el terror en todo el orbe. Las
víctimas de la comunidad ética global son entonces socorridas llevando la
guerra a sus propios territorios. Lo importante a la luz de nuestro análisis
es que en este contexto el archivo se escinde de manera radical: los archi-
vos del mal se convierten en museos o instituciones bajo el alero de las po-
líticas de la memoria (piénsese aquí, nuevamente, en el caso emblemático
de Auschwitz) mientras que la gubernamentalidad mediática se exime
de su vínculo con esos archivos y, más aún, de su extensión, mientras se
muestra exclusivamente ocupada de la «actualidad». Por desolador que
esto pueda parecer, lo que hemos venido señalando hasta acá no hace sino
confirmar dicho panorama. Ahora bien, esto no quiere decir que se dejen
de ensayar estrategias que busquen efectivamente desarrollar una poten-
cialidad crítica y política que tensione la administración de la actualidad

33. RANCIÈRE, Jacques, El viraje ético de la estética y la política, Santiago de Chile, Palinodia,
2005.
34. Ibid., pp. 29-30.

174
7. LOS ARCHIVOS DEL MAL: GUBERNAMENTALIDAD MEDIÁTICA Y POLÍTICA...

y los archivos del mal. En esa dirección, por ejemplo, se pueden men-
cionar todos los intentos colectivos de contra-información o medios de
comunicación alternativos que buscan hoy socavar en alguna medida la
preponderancia del poder arcóntico diseminado. En otro lugar35, hemos
insistido que es precisamente en las luchas políticas que se juegan hoy en
torno al acceso a los documentos y las imágenes que se producen a nivel
global donde pueden encontrarse algunas alternativas para cuestionar los
principios de la comunidad ética mencionada por Rancière, exponiendo,
justamente, las consecuencias de su reparación infinita del terror y mos-
trando otras miradas que desafíen la regulación afectiva e interpretativa
de la gubernamentalidad mediática.

Una buena muestra de este tipo de estrategias se puede encontrar en el


proyecto iniciado en 1994 por el artista catalán Antoni Muntadas; The File
Room, que constituye una singular práctica de confrontación contra la cen-
sura de los medios de comunicación. La génesis del proyecto se remonta a
1989, cuando Muntadas fue contratado por la cadena de Televisión Españo-
la para realizar un documental sobre su propia obra artística. En vez de ello,
Muntadas trabajó con materiales audiovisuales de la historia de la dicta-
dura franquista archivados en el canal de televisión. Luego de dos años, el
artista concluyó su trabajo, le p.ron, pero no transmitieron su documental.
Después de esta experiencia, con el material obtenido entonces y otros re-
colectados más tarde, Muntadas concibe The File Room, una instalación de
siete computadores con un software hipertexto que conecta vídeo, audio e
información textual, unidos a una memoria central de datos, rodeados por
138 ficheros de metal negro. De esa manera, desde cada uno de los compu-
tadores, los espectadores tenían acceso a cientos de casos de información
censurada a lo largo de la historia, pero además, en un computador ubica-
do al centro de la habitación, los propios espectadores podían ingresar en la
base de datos nueva información sobre casos de censura contemporáneos,
aumentando de esa manera la contra-información que el proyecto exhibía.
Con este trabajo, Antoni Muntadas no sólo hacía un temprano uso del In-
ternet como soporte del trabajo artístico, sino que también ejercía un claro
gesto político desde el arte, utilizando la sala de exposición como platafor-
ma colectiva para contrarrestar la censura y (des)archivar la información
clasificada que administran los poderes arcónticos. Su obra expresa una de

35. TELLO, Andrés Maximiliano, «El acceso a las imágenes de archivo como problema es-
tético y político», en: VV.AA., Umbrales filosóficos. Perspectivas y posicionamientos del
pensamiento contemporáneo, Murcia, Editum, 2011, pp. 305-324.

175
MEMORIAS IBEROAMERICANAS: HISTORIA, POLITICA Y DERECHO

las formas posibles que puede tomar la disputa con el archivo, la lucha con-
tra los efectos de sus despliegues archivantes.

Sin embargo, estas disputas se enlazan con otras estrategias que bus-
can movilizar una reflexión crítica sobre las injusticias emanadas bajo las
intervenciones humanitarias y una postura ético-política frente a las víc-
timas que no hipostasie su condición en categorías abstractas36, ni despo-
litice sus contextos sociales específicos ni sus problemáticas singulares,
ni tampoco los aplaque con el fuego de la guerra. De alguna manera, esa
cuestión había sido ya planteada por Susan SONTAG «¿Qué se hace con el
saber que las fotografías aportan del sufrimiento lejano?»37, pregunta que
se puede ampliar también a las imágenes documentales y las grabaciones
de video, que atañe a una obligación de pensar lo que implica su expo-
sición y la mirada de sus espectadores. Las imágenes que nos muestran
una realidad dolorosa y funesta, fueron consideradas durante un buen
tiempo, en base a su audacia o primicia, como motivadoras de cambios de
actitud o conciencia respecto a las consecuencias que ciertas acciones po-
dían provocar. Sin embargo, de acuerdo con la escritora norteamericana,
las imágenes del dolor de los otros ya no pueden desencadenar reacciones
determinadas de antemano debido a que en su adaptación a las exigen-
cias o modos de empleo derivados de los medios de comunicación, que
van desde los énfasis comerciales hasta la repetición compulsiva, estas
agotan su fuerza aunque no su capacidad para conmocionarnos. De ahí
que un vínculo más reflexivo con las imágenes pavorosas de la guerra o
del sufrimiento humano no pasa, según Sontag, por las imágenes en sí,
que serían sólo un primer estímulo para la reflexión de los espectadores,
sino por su complementación con una narrativa o relato que nos permita
comprender el contenido de las imágenes, ya que la narración reclama

36. A esto apunta, por ejemplo, la crítica de Gilles Deleuze hacia los derechos humanos,
expuesta en una de sus video-entrevistas con Claire Parnet, donde el filósofo francés
señala: «¿qué son los derechos humanos? ¡son una pura abstracción, el vacío! (...)
todas las atrocidades que sufre el ser humano son casos, ¿no? no son desaires a de-
rechos abstractos, son casos abominables. Me dirán que esos casos pueden emparen-
tarse, pero se trata de situaciones de jurisprudencia. (...) se trata de crear, no se trata
de hacer que se apliquen los derechos humanos, se trata de inventar las jurispruden-
cias en las que, para cada uno de los casos, esto no sea posible. (...) mientras que la
creación del derecho no son las declaraciones de derechos humanos. En el derecho,
la creación es la jurisprudencia: no existe otra cosa. Así que se trata de luchar por la
jurisprudencia.» DELEUZE, Gilles y PARNET, Claire, L'Abécédaire de Gilles Deleuze, 1988-
1989.
37. SONTAG, Susan, op. cit., p. 115.

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7. LOS ARCHIVOS DEL MAL: GUBERNAMENTALIDAD MEDIÁTICA Y POLÍTICA...

una mayor intensidad de la atención, un mayor «periodo de tiempo en el


que se está obligado a ver, a sentir»38.
Sin duda, las alternativas que nos ofrecen las memorias de la política, las
políticas del acceso y la contra-información necesitan articularse con rela-
tos y narrativas que nos permitan comprender las racionalidades que están
en juego en el gobierno de las poblaciones y en el dolor de las víctimas
de una comunidad ética que justifica la guerra, la violencia militar o poli-
cial, la explotación y la pobreza extrema. Pero también, dichas alternativas
no deben renunciar a una política de las imágenes, pues el archivo– ar-
chivante de la gubernamentalidad mediática funciona en buena parte con
los rendimientos que es capaz de extraer a partir de lo que muestra y lo
que excluye de la pantalla, de los planos y las tomas que edita, de los án-
gulos y los momentos que elige, de los escenarios y los protagonistas que
pueblan las imágenes que nos entrega ávidamente. No basta entonces con
la apuesta por el relato que hace SONTAG. Tal como lo ha destacado BUT-
LER a propósito de las fotografías de las prácticas de tortura en la cárcel de
Abu Ghraib, las imágenes pueden hacernos comprender también el marco
en que se encuadran ciertas escenificaciones del poder denunciándolo al
mismo tiempo, es decir, al poseer la capacidad de mostrarnos las formas
de poder social que están incorporadas a su propio marco, al enseñarnos
su enmarque perceptivo y dramatúrgico, las imágenes pueden ayudarnos
a «interpretar la interpretación que nos ha sido impuesta, desarrollando
nuestro análisis hasta convertirlo en una crítica social del poder regulador
y censor»39. Pero esto, por otro lado, las estrategias de una política de las
imágenes deberán también pasar por el trabajo de la imagen en cuanto tal;
una recuperación de su potencia perceptiva, que la libere del esteticismo
y la comercialización de sus contenidos. En ese sentido, por ejemplo, se
han orientado ciertas estrategias desde la práctica artística, como las de los
trabajos del artista chileno Alfredo Jaar en su Proyecto Ruanda. En 1994, Jaar
es conmocionado por el genocidio en el país africano, donde en menos de
cien días y bajo la indiferencia de la comunidad internacional, alrededor de
un millón de personas fueron masacradas por milicias Hutus. Tres semanas
después del genocidio, Alfredo JAAR viajó a Ruanda y durante casi un mes
recopiló testimonios de los sobrevivientes así como miles de fotografías de
los campos de concentración y los lugares de la masacre. Pasará luego seis
años ensayando diferentes estrategias de representación que pudieran do-

38. Ibíd., p. 142.


39. BUTLER, Judith, op. cit., 106-107.

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MEMORIAS IBEROAMERICANAS: HISTORIA, POLITICA Y DERECHO

tar de sentido la compresión de la catástrofe y el trauma sin usufructuar del


mero impacto de las imágenes. Dentro de ese proyecto, por ejemplo, uno de
estos intentos es su trabajo de 1994 Untitled (Newsweek), donde exhibe todas
las portadas del famoso semanario Newsweek desde el 6 de abril de 1994,
día en que comienza el genocidio en Ruanda, hasta el 1 de agosto de 1994,
fecha en que la revista dedica su primera portada a la masacre que ocurría
hace ya dieciséis semanas. Junto a cada portada, el artista escribe lo que ha-
bía ocurrido en Ruanda esa semana y que Newsweek ignoraba. Una similar
crítica a esa configuración del archivo massmediático es la que en 1996 el
mismo JAAR presenta con el título Searching for Africa in LIFE, un mosaico
mediático de las portadas de la revista LIFE publicadas entre 1936 y 1996,
donde los espectadores son invitados a explorar la representación de África
que se les ha propuesto durante más de setenta años. Al crear estas puestas
en escena para las imágenes que trabaja, las instalaciones de Jaar otorgaban
un entorno en que estás lograban adquirir sentido y combinar una potencia
de afectación e interpretación en el público. Esto «no quiere decir que la
presentación prevalezca sobre la representación, sino más bien que la repre-
sentación requiere hoy de nuevas estrategias de presentación»40.
De acuerdo con todo lo visto hasta aquí, la gubernamentalidad mediá-
tica de las imágenes, como paso del archivo a un archivo-archivante no
resulta una entelequia del poder contemporáneo que sea asfixiante e inal-
terable. Al contrario, los propios medios de reproducción tecnológica de
la imagen posibilitan la invención de nuevas estrategias para desafiar la
organización y la precepción con la cual se dispone fácticamente nuestra
«actualidad», disputando entonces su administración, sus consecuencia
políticas y opresivas, en las que la vida de muchos resulta mermada. No
es fácil. Pero las tácticas y estrategias pueden conseguir resultados. Es
de esperar entonces que en base a las luchas emprendidas a partir de los
elementos mencionados, imágenes siniestras como las de los vuelos de la
muerte no tengan que salir a la luz después de décadas en que los críme-
nes y las injusticias son consumados, pasando a formar parte de los archi-
vos históricos y judiciales. Una memoria de la política que se combina con
políticas del acceso, políticas del relato y políticas de las imágenes, resulta
ser así una disputa por todos los medios.

40. JAAR, Alfredo, «Es difícil», en: MONEGAL, Antonio (comp.), Política y (po)ética de las
imágenes de guerra, Barcelona, Paidós, 2007, p. 207.

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