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Si a veces las respuestas más simples son las certeras, a veces las preguntas más simples son las que más luz
arrojan sobre el futuro. Esto, en nuestro contexto electoral presente, nos remite directamente al gran
interrogante por las candidaturas. Algo que, recién el próximo 22 de junio, cuando venza el plazo legal para la
inscripción de frentes y alianzas, se comenzará a dilucidar.
Sea cual fuese la decisión de Cristina de, por un lado, presentar el libro que ya es un éxito editorial en los
próximos días y, por el otro, si le imprimirá un tono de campaña a dicha presentación, la pregunta que
sobrevuela estas líneas es tan simple como clara: ¿por qué Cristina no sería candidata?
Y como enseña la navaja de Ockham las respuestas son más sencillas de lo que a priori puede presuponerse; a
saber:
Uno de los motivos esenciales para echar por tierra la no candidatura de Cristina es el propio accionar del
Gobierno. Es más, se podría especular con que, en el Instituto Patria, sede simbólica del bunker de campaña,
en estos tiempos esté circulando el clásico axioma de Napoleón Bonaparte: "Si el enemigo se equivoca, no lo
distraigas".
El Gobierno está dando todos los pasos para que Cristina no pueda eludir la tentación de ser candidata
presidencial. Si bien está claro que las chances de que Mauricio Macri gane un ballotage aumentan si la
candidata es Cristina y no otro adversario, lo cierto es que los recurrentes "pasos en falso" y "errores no
forzados" del Gobierno van mejorando la intención de voto de la ex Presidenta.
¿Quiénes son estos "nuevos" potenciales votantes? Básicamente los que no estaban seguros de votar por ella,
que incluso bien podrían votar por Macri, pero que la endeble situación económica, la incertidumbre y el
temor los lleva a inclinarse por un nuevo mandato de Cristina.
No hay que olvidar que los votos nunca pertenecen a un candidato exclusivamente. Si algo puede observarse
en los últimos 40 años de historia electoral —tanto en el país como en el mundo— es que los electores pueden
votar tanto por un candidato como por su antítesis, realizar configuraciones en las boletas electorales aun al
borde de la incoherencia y, sobre todo, rechazar emocionalmente a un candidato que hasta no hace mucho
habían idealizado amorosamente.
Indudablemente el Gobierno necesitaba que Cristina sea candidata, pero lo que no buscaba es que, por
una serie de desaciertos y errores propios, ella llegue electoralmente bien posicionada.
Las grandes derrotas ameritan grandes reflexiones. Entender qué fue lo que pasó, por qué se perdió, suelen ser
los pilares fundamentales para revertir —a corto o largo plazo— la derrota y aspirar nuevamente a ganar.
Allá por 2015 la derrota de Daniel Scioli llevó a que Cristina tuviera que bajar su perfil luego de 12 años de
estar en el cénit de exposición pública. Quizás por idea propia o algún lúcido colaborador, la estrategia que le
permitiría transitar los años venideros sería la del silencio. La conclusión a que habían llegado los
especialistas en opinión pública por aquellos momentos era que, cuando hablaba, su imagen bajaba y la de
Macri, aumentaba. Esta tendencia se mantuvo desde 2015, potenciándose sobre todo tras la nueva derrota
electoral que sufrió el kirchnerismo en 2017.
Sin embargo, el último año de gobierno echó por tierra toda certeza de triunfo para Cambiemos. Si
hacia octubre de 2017 el clima en Balcarce 50 era de un exultante optimismo de cara a la reelección
presidencial, el dólar, la inflación y los datos sobre la pobreza, entre otras variables económicas.
Este es, con toda seguridad, uno de los aprendizajes más importantes para quienes detentan o pretenden
detentar el poder: como diría el sociólogo Zygmunt Bauman, en la "modernidad líquida", las certezas son
escasas y lo característico de la época son los cambios constantes. Nada se mantiene de la misma forma por
mucho tiempo o, como diría el filósofo de Tréveris: "Todo lo sólido se desvanece en el aire".
Desde la Ciencia Política y la Sociología se ha calificado a este momento histórico que vivimos en gran parte
de Occidente como la "democracia de encuestas", es decir, una democracia que orienta su devenir, sus actos
de gobierno, sus candidatos, sus proyectos políticos a partir de lo que las encuestas —instrumentos científicos
de médicos de la opinión pública— supuestamente reflejan.
Como señalaba el recordado Manuel Mora y Araujo: "Para entender a la Argentina es preciso comprender a la
opinión pública antes que a sus dirigentes". Siguiendo este adagio de la consultoría política, en los últimos
meses las encuestas están inclinando el fiel de la balanza, al menos por el momento.
Si bien la polarización está presente y marca tendencialmente todos los estudios, la ex mandataria
pareciera estar cosechando mayores adeptos que en el caso de Macri. Un retorno al poder del
kirchnerismo, que hasta hace no mucho tiempo parecía una quimera, hoy es un escenario posible.
A veces, lo que en otro tiempo era normal, hoy puede resultar insólito. Paseaba
como todos los días, a las 9 de la mañana, a Terry mi perra, por los jardines del
Templo de Debod de Madrid; sentado en uno de los bancos que ofrece el paseo,
un joven -no más de 20 años-, leía un libro. Acostumbrado a ver en las tardes a
cientos de personas, mayoritariamente jóvenes, mirando móviles, la imagen me
chocó agradablemente; el libro, edición antigua, “Rebelión en la granja” de
George Orwell. Al preguntarle, curioso y extrañado a la vez, por qué leer un libro
algo usado y ese en concreto, “Me gusta Orwell, le considero un hábil escritor -
me dijo-; creador de mundos imaginarios, incómodo y crítico con su tiempo,
pues mantenía que la diferencia de clases, tan acusada, era generada por una
serie de tradiciones y prejuicios inculcados por la educación”. Le felicité y,
admirado por su lección, proseguí el paseo con Terry, mientras recordaba algunas
de las frases de Orwell, el brillante y distópico escritor británico: ver lo que se
tiene delante y saber interpretarlo exige reflexión y un esfuerzo constante, pues,
aunque omnipresente, lo obvio se hace invisible a nuestros ojos. Ciertamente, con
frecuencia, lo obvio se hace invisible a nuestros ojos. Y la realidad que vemos
nos parece pura apariencia, ficciones de la verdadera realidad. La manera más
peligrosa de engañarse a sí mismo es creer que existe una sola y única forma de
verla e interpretarla. Existen, de hecho, innumerables versiones de la realidad y
pueden llegar a ser muy opuestas entre sí, resultado de la interesada información
y comunicación.
Cuanto más se desvíe una sociedad de la verdad más odiará a aquellos que
la proclaman y cuanto más piensen los políticos a la hora de pactar en sus
propios intereses y no en lo que más conviene a los ciudadanos más se
alejarán y menos les respetarán
Perspectiva y circunstancia son hoy dos palabras a incluir en la reflexión; a ellas
hay que hay que añadir lo que, respecto al lenguaje y las palabras escribía Julio
Cortázar: “Si algo sabemos los escritores es que las palabras pueden llegar a
cansarse y a enfermarse, como se cansan y enferman los hombres... Hay
palabras que, a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan
por agotarse, por perder su vitalidad...”. El lenguaje es como un organismo
vivo, sometido a la erosión del tiempo y al desgaste por el uso. En su uso, las
palabras también mutan su sentido, cambian según el contexto y, con ello, su
significado. Quizá sea en el campo de la política donde más se note el desgaste.
Los significantes se vacían y adquieren, según quien los utilice y con qué fin,
significados diversos u opuestos. Perspectiva, circunstancia y lenguaje son, pues,
tres elementos necesarios a tener en cuenta en nuestra reflexión politológica
sobre la realidad, a la hora de pararse a pensar en el futuro de una sociedad
postelectoral en la que se imponen los pactos y la sensatez, pero en la que
impera, en cambio, la mentira y se tergiversa la verdad. Ni la sensatez ni la
verdad dependen de las estadísticas. Cuanto más se desvíe una sociedad de la
verdad más odiará a aquellos que la proclaman y cuanto más piensen los políticos
a la hora de pactar en sus propios intereses y no en lo que más conviene a los
ciudadanos más se alejarán y menos les respetarán. Algunos políticos utilizan la
mentira y el engaño con la misma naturalidad con la que los padres emplean el
disminutivo para señalar y ensañar a sus pequeños la realidad de las cosas.
Se suele decir que una de las transformaciones que sufren muchos al llegar al
poder es aislarse de la realidad. Apenas mantienen relaciones sociales normales;
reciben, en cambio, de continuo y en abundancia, la adulación del nutrido grupo
de asesores, ayudantes y subordinados tocados y ascendidos por el “dedo” del
poder. En esas condiciones, cuando aparecen nubarrones, sienten la tentación de
mirar para otro lado, negando la evidencia. Van perdiendo contacto con la
opinión pública y con el estado real del país. Viven en un mundo cerrado,
alejado; no ven desde las ventanas del despacho la vida de los ciudadanos, no
perciben el ruido de la calle. Se dice que padecen, generalizando el lugar, el
llamado “síndrome de La Moncloa” (“de la Zarzuela, de Génova, de Ferraz”,
etc…); un trastorno en el que el político se aísla cada vez más de su entorno,
reduce su mundo a las personas que le dan la razón y cualquier error lo atribuye a
causas externas. Mantiene el llamado “doble pensar”, es decir, es capaz de
mantener dos creencias contradictorias en la mente simultáneamente, y aceptar
ambas. Es lo que le sucede, entre otros, pero principalmente, con el concepto
“democracia”: todo lo que realiza, tocado por este “síndrome”, lo considera
“democrático. Aseguraba Bertrand Russell que cuando la necesaria humildad no
está presente en una persona poderosa, ésta se encamina hacia “la embriaguez del
poder”.
Después de las pasadas elecciones tenemos claro que los partidos que se han
presentado (socialistas, populistas, populares, liberales, fascistas, falangistas,
independentistas, derechas extremas, anarquistas…) han utilizado el
término “democracia” con significados diversos, incluso contrarios. Hoy, al
concepto hay que añadirle adjetivos que maticen y lo califiquen. Al concepto hay
que añadirle significados sociales de vastos alcances en pro de una vida colectiva
plena e integralmente desarrollada en la que imperen los derechos humanos
universales y fundamentales; donde el desarrollo integral sea la transparencia en
las acciones de gobierno, con “tolerancia cero” a la corrupción, a la violencia y a
la inseguridad.
Los filósofos han buscado siempre, esa ha sido su noble tarea, una interpretación
del universo que explique la realidad, la complejidad del universo. Somos
filósofos, eso hay que inculcárselo a los alumnos, cuando abandonamos
los mitos como explicación de la realidad y optamos por el logos como
explicación racional de la misma. Si el error se opone a la verdad, la apariencia
se opone a la realidad. La apariencia la define el diccionario de la lengua
como “cosa que parece y no es” y la realidad, como “lo que existe
realmente”. Por consiguiente, decir realidad aparente es una contradicción, pues
ambos términos son incompatibles. Algunos políticos están incapacitados para
comprender cómo piensan los demás porque ellos no piensan; ven el mundo
como quieren verlo y no como es sino como se lo presentan “los suyos”.
Hay pocos conocimientos de los que podamos estar absolutamente seguros. En
nuestra vida diaria aceptamos como ciertas muchas cosas que, después de un
análisis riguroso, vemos llenas de contradicciones. A ninguno se nos ocurre
dudar de lo que “vemos”. Sin embargo, las cosas más próximas, aquello que
consideramos real a primera vista, se tornan problemáticas cuando reflexionamos
sobre el modo como las hemos conocido. Y nos preguntamos: ¿es todo tal como
nos parece?, pues más allá de lo que aparece se vislumbra otra realidad. En
realidad, la pregunta sobre qué es la realidad, es la primera pregunta filosófica.
En los inicios de la filosofía, Platón creyó que había que buscar la verdadera
realidad más allá de las apariencias. En su alegoría de la caverna ofrece una
explicación. Y digo alegoría y no mito, pues el inicio de la filosofía radica en el
paso del mito al logos, el paso de explicaciones tradicionales y arbitrarias a
explicaciones lógicas y racionales; en cambio, la alegoría pretende dar una
imagen a lo que no tiene imagen, para que pueda ser mejor comprendido. Platón
fue quien más recurrió a la alegoría para hacer comprensibles sus ideas.
Su alegoría de la caverna explica su teoría de la realidad y del conocimiento, de
la educación y la política, mediante el recurso de narrar una historia de
prisioneros en una cueva.
Como en esa importante creación del teatro del absurdo, salida de la pluma de
Samuel Beckett, como metáfora válida en tiempos difíciles, estamos esperando a
Godot. Al igual que sus personajes, Vladimir y Estragón, pasamos el tiempo
postelectoral planteando preguntas acerca del sentido y del destino a que nos
vemos abocados, cifrando nuestra esperanza en algo que ni siquiera sabemos de
qué se trata. Hemos acudido a la cita electoral, eso es todo. ¿Y qué hacemos
ahora? Esperamos a Godot. Mientras tanto no nos queda más que la respuesta del
desconocido mensajero, que se asomará para decirnos que Godot no va a llegar,
tal vez mañana…
¿Qué dice santo Tomás de Aquino sobre la
inmigración?
Hoy les proponemos, debido a su interés, un artículo aparecido
en Círculo beato Pío IX, en el que se medita sobre el complejo asunto
de la inmigración a la luz de santo Tomás de Aquino.
Santo Tomás de Aquino escribe: «Las personas pueden tener dos tipos de relaciones con los
extranjeros: de paz y de hostilidad. Y en ambos casos son muy razonables los preceptos de
la ley».
Santo Tomás afirma, por tanto, que los inmigrantes no son todos iguales, y que las
relaciones con los extranjeros tampoco lo son: existen relaciones que son pacíficas y otras
que son bélicas. Cada nación tiene el derecho de decidir qué tipo de inmigración puede
considerarse pacífica y, por lo tanto, beneficiosa para el bien común, y qué tipo de
inmigración es, por el contrario, hostil y por tanto peligrosa. Un Estado puede rechazar,
como medida de legítima defensa, a elementos que considere perjudiciales al bien común
de la nación.
Un segundo punto se refiere a las leyes, sean divinas o humanas. Un Estado tiene el
derecho de aplicar sus leyes si son justas.
La migración pacífica
Condiciones para aceptar la migración pacífica
La migración no puede encaminarse a la desintegración de un país
La migración pacífica
En este pasaje, Santo Tomás reconoce que puede haber extranjeros que deseen visitar un
país de manera pacífica y benéfica, o vivir en él por un tiempo. Estos extranjeros deben
ser tratados con caridad, respeto y cortesía, que es un deber de todas las personas de
buena voluntad. En tales casos, la ley debe proteger al extranjero de cualquier tipo de
violencia.
Santo Tomás de Aquino prosigue: «El tercer caso se daba cuando algunos extranjeros
pretendían incorporarse totalmente a la nación hebrea y abrazar su religión. Con estas
personas se observaban ciertas formalidades, y su admisión a la condición de ciudadanos no
era inmediata. Del mismo modo, como dijo el Filósofo en III Polit., en algunas naciones se
reservaba la calidad de ciudadanos a aquellos cuyos abuelos o bisabuelos hubiesen residido
en la ciudad».
Santo Tomás menciona aquí a los que tienen la intención de establecerse en el país. Y el
Doctor Angélico presenta, como primera condición para ser aceptado, el deseo de
integrarse a la perfección en la vida y la cultura del país de acogida.
Y explica por qué: “Lo cual se comprende, debido a los muchos inconvenientes que puede
causar la participación prematura de los extranjeros en la gestión de los asuntos públicos;
en efecto, antes de estar arraigados en el amor al bien público, pueden emprender algo
en contra del pueblo«.
Esta enseñanza de Santo Tomás, que se apoya en el sentido común, hoy es “políticamente
incorrecta”; y, sin embargo, es perfectamente lógica. El Doctor Angélico muestra que vivir
en un país diferente es algo muy complejo; se necesita tiempo para conocer sus hábitos y
su mentalidad, y por lo tanto, para entender sus problemas. Y solo quienes viven en
ella durante mucho tiempo, tomando parte en la cultura del país, estando en contacto con su
historia, están en condiciones de juzgar las decisiones de largo plazo más convenientes para
el bien común. Es perjudicial e injusto poner el futuro de un país en manos de los recién
llegados. Incluso sin culpa, estas personas rara vez son capaces de entender adecuadamente
lo que está sucediendo o lo que ha sucedido en el país que han elegido como su nueva
patria. Y esto puede tener consecuencias desastrosas.
Para ilustrar este punto, Santo Tomás observa que los judíos no trataban a todos de la
misma manera. Había algunos pueblos que eran vecinos y, por lo tanto, fácilmente
asimilables; había otros, sin embargo, que eran más distantes, e incluso hostiles, por lo cual
los miembros de estos pueblos no podían ser aceptados en Israel, teniendo en cuenta su
enemistad hacia el país.
Explica Santo Tomás de Aquino: «Por eso, de acuerdo con la ley, algunas naciones que
tenían cierta afinidad con los judíos, como los egipcios, entre los cuales habían nacido y se
habían criado, y los idumeos, que eran descendientes de Esaú, hermano de Jacob, eran
recibidos en la comunidad a la tercera generación. Otros, por el contrario –como los
amonitas y moabitas–, que habían mostrado hostilidad hacia los judios, nunca fueron
admitidos a ser parte del pueblo; y los amalecitas, quienes más se habían opuesto a Israel y
que no tenían parentesco con él, habían de ser tratados como enemigos perpetuos».
Pero las reglas no deben ser rígidas y pueden admitir excepciones. Es lo que muestra
Santo Tomás de Aquino: «Sin embargo, por dispensa, un individuo podía, en razón de un
acto virtuoso, ser admitido en el seno del pueblo, como leemos en Judith 14, 6 que Aquior,
jefe de los hijos de Ammón, ’fue incorporado al pueblo de Israel, él y toda su posteridad’.
Lo mismo ocurrió a Rut la moabita, que era una ’mujer de gran virtud’».
Pueden, pues, admitirse excepciones en circunstancias muy específicas. Sin embargo, estas
excepciones no son arbitrarias, ya que deben tener en cuenta el bien general de la nación.
El general Aquior, por ejemplo, intervino ante Holofernes a favor de los judíos, poniendo
en riesgo su propia vida y conquistando así la eterna gratitud de aquel pueblo, a despecho
de sus orígenes amonitas.
He aquí, pues, algunos principios sobre la inmigración enunciados por Santo Tomás de
Aquino hace 700 años. De estas enseñanzas se puede deducir claramente que cualquier
análisis de la inmigración debe orientarse por dos ideas clave: la integridad de la nación y
su bien general.
Esto explica por qué tantos norteamericanos y europeos exhiben sentimientos de malestar y
preocupación ante la inmigración masiva y desproporcionada de los últimos años. Este
flujo de extranjeros procedentes de culturas muy distantes e incluso hostiles, crea
situaciones que destruyen los elementos de la unidad psicológica y cultural de la nación,
desafiando la capacidad de la sociedad para absorber nuevos elementos orgánicamente. No
se toma en cuenta el bien común.
Cuando esto sucede, el país haría bien en seguir los sabios consejos del Doctor Angélico y
los principios bíblicos. Es cierto que una nación debe aplicar la justicia y la caridad en el
trato a todos, incluyendo a los inmigrantes; pero debe sobretodo preservar su unidad y bien
común, sin los cuales no podrá sobrevivir por mucho tiempo.