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LA TECNOADICTIVIDAD, EL ARREBATO DEL ALMA

Por: Kenia Selene Mejía Silva

Hace más de tres millones de años un granito de nuestra prehistoria tuvo lugar, el primer
ser humano verdadero. Una vez más, un cambio climático fue la causa de su nacimiento, la gran
glaciación. En África, la cuna de la humanidad, la sequía se había agravado de forma radical, las
nubes que venían del atlántico ya no llegaban ocasionando la aridez de la tierra, pocos
australopitecus pudieron resistir. Un nuevo homínido, uno de los mayores inventores de nuestra
familia había nacido, el “homo habilis”, el ser humano hábil, el hombre con habilidad. Sus inventos
desde entonces, cambiarían nuestro destino.

Aunque el “homo habilis” fue más alto que sus predecesores, la verdadera diferencia
radicaba en su cráneo. Tenía un cerebro más grande que le permitía estructurar mejor sus ideas.
La audacia del “homo habilis” lo impulsó a ir más lejos. Desde entonces, desde su primer invento,
la herramienta, la piedra, utilizada como instrumento cortante para seccionar la carne y así poder
evitar el esfuerzo de los dientes al intentar desgarrarla, hasta el más revolucionario invento creado
por el hombre actual, que dio pase a una nueva era, la era digital: el internet, un conjunto
descentralizado de redes de comunicación interconectada que permitiría al mundo entero,
aumentar su conocimiento.

Ahora bien, se sabe que la ilustración dada en el siglo XVIII, y que tuvo repercusiones
hasta los primeros años del siglo XX en Europa, tuvo como finalidad imperativa disipar las tinieblas
de la ignorancia de la humanidad mediante las luces del conocimiento y la razón. Los pensadores
de la Ilustración sostenían que el conocimiento humano podía combatir la ignorancia, la
superstición y la tiranía para construir un mundo mejor. No estábamos preparados para
comprender que esta búsqueda del conocimiento iba a traer consigo repercusiones negativas
también.

Con la llegada de las TICs, Tecnologías de la Información y de la Comunicación, también


se produjo una revolución en nuestra vida. En primer lugar, se trataba de un facilitador de la
comunicación; hoy en día, provoca un condicionamiento y resulta imprescindible contar con un
teléfono móvil o comunicarnos mediante un correo electrónico.

Es cierto que el conocimiento contribuye a la grandeza intelectual del hombre, pero hasta
qué punto esta búsqueda es saludable y en qué punto se quiebra y se torna perjudicial. Las nuevas
tecnologías de esta nueva era nos van abrumando día a día y nos someten a sus protocolos de
adaptación, aculturizándonos y forzándonos a ser parte de este proceso económico, tecnológico,
social y cultural a escala planetaria llamado globalización. Entonces nos preguntamos, ¿este
proceso también engrandece la espiritualidad del hombre o se la arrebata?

La tecnoadictividad se manifiesta entonces, niños y niñas, hombres y mujeres, personas


estupidizadas usando sus smartphones todo el tiempo, publicando fotos, posteando noticias,
navegando en internet muchas horas, viendo videos, entretenidas en algún videojuego, con sus
ordenadores, consultando constantemente su correo electrónico, usando audífonos, mirando
telenovelas, series que nunca terminan, etc. como si quisieran alejarse de la realidad, alejarse de
su mundo.

Es indudable entonces que la búsqueda del conocimiento mediante el uso de las


tecnologías tiene sus riesgos; y en ocasiones, sus resultados pueden llegar a ser
contraproducentes. Ya es común escuchar a alguien decir que la tecnología puede darnos muchos
frutos si es que la sabemos utilizar, si es que la usamos bien. Pero el riesgo sigue presente, no se
ha erradicado. En la medida en que estas TICs marcan presencia para facilitarnos las cosas,
también pueden provocar adicciones. Una persona se puede volver dependiente de la tecnología,
su humor incluso varía gracias a esta tecno adicción y es propensa a sufrir depresión, ansiedad o
soledad.

Cada vez son más los casos de rebeldía y violencia de adolescentes contra sus padres,
cuando éstos intentan arrebatarles la computadora, el celular, el videojuego. El ser humano está
perdiendo su espiritualidad, las tecnologías le están arrebatando el alma, el internet le está
quitando al hombre la sensibilidad que determina su propia naturaleza, le está robando sus
espacios del sano compartir y disfrute familiar en charlas inacabables de manera interpersonal.

Ante esta problemática, considero que es de vital importancia generar mecanismos de


integración y convivencia espiritual que alcancen rehumanizar al hombre, construyendo mínimos
comunes, principios rectores de vida, garantizando el conocimiento en una práctica de valores que
conlleve a la excelencia de la persona. Evitando, claro está, que el intercambio cultural propicie
que las culturas tecnológicas hegemónicas, se conviertan en modelo al que obligadamente se
tenga que adecuar la diversidad, controlando así los excesos y adicciones, aislando a nuestra vida
real de la vida digital.

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