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El fumador de memorias
Microficciones
Lázaro Luciano Silva González

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© Lázaro Luciano Silva González
© Fundación Editorial el perro y la rana, 2008
Centro Simón Bolívar
Torre Norte, piso 21, El Silencio
Caracas - Venezuela.
Teléfonos: 0212-377-2811 / 0212-808-4986
correos electrónicos:
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comunicaciones@elperroylarana.gob.ve
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www.ministeriodelacultura.gob.ve

corrección: Patricia Roselló


portada y diagramación: Carlos Herrera
diseño de la colección: Carlos Zerpa

hecho el Depósito de Ley


N° lf 40220088004177
ISBN 978-980-14-0182-7

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c o l e c c i ó n Páginas Venezolanas

La narrativa en Venezuela es el canto que define


un universo sincrético de imaginarios, de historias
y sueños; es la fotografía de los portales que han
permitido al venezolano encontrarse consigo mismo.
Esta colección celebra —a través de sus cuatro
series— las páginas que concentran tinta como
savia de nuestra tierra, esa feria de luces que define
el camino de un pueblo entero y sus orígenes.
La serie Clásicos abarca las obras que por su fuerza
se han convertido en referentes esenciales de la
narrativa venezolana; Contemporáneos reúne
títulos de autores que desde las últimas décadas han
girado la pluma para hacer rezumar de sus palabras
nuevos conceptos y perspectivas; Antologías es un
espacio destinado al encuentro de voces que unidas
abren senderos al deleite y la crítica; y finalmente
la serie Breves concentra textos cuya extensión le
permite al lector arroparlos en una sola mirada.

Fundación Editorial

elperroy larana

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zooluciones

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Resolución
Me costó agarrarlo para que el médico hiciera lo suyo.
—¿De qué color los quiere, señor?
La sonrisa del cirujano adivinaba mi respuesta.
—Para que pase por siamés, póngaselos azules.
Aunque Betún no tenía nada que ver con un siamés, sus nuevos
lentes de contacto le dieron un aire exótico.
Cuando despertó sentí que su mirada me saludaba.
Antes, no veía los ratones, ahora son ellos los que se acercan a él
para admirar sus ojos de cielo despejado. Mi gato pasó de ser miope
a vanidoso, ahora se presume una estrella de cine y no cumple con
su deber de limpiar la casa de roedores.
De todos modos tendré que llamar a la compañía de
fumigaciones.

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Primera página
Aquel día papá había llevado a mamá al pueblo más cercano.
Ella estaba encinta y lista para abrirle las puertas de este mundo a
Fulgencio. En casa sólo quedamos Teresa y yo. Ella, como hermana
mayor, quedó encargada de todo. “Ahora sí me podré escapar con
mis historietas”, pensé. Pero Teresa tenía planes para mí.
Monchito, te toca ordeñar las cabras y darle de comer a los
cochinos.
Y me puso una olla en cada mano. Salí maldiciendo y cargando
con los trastos, pero tenía bajo el brazo mi revista. El Llanero Soli-
tario tenía que descubrir quién había robado el oro del hacendado.
Me senté al lado de la cabra y, mientras con una mano sostenía mi
revista de historietas, con la otra hacía que ordeñaba a Chepita. La
historia estaba tan interesante que no noté que la leche estaba cayen-
do fuera de la olla, en el suelo. El Llanero y su amigo Toro entraron
a la cueva donde estaban los ladrones. Toro se apartó de su amigo
para explorar la otra entrada.
—¡Monchito, apúrate con la leche que tengo que hacer el queso!
—Ya voy.
Le grité a mi hermana, solté la revista, ordeñé la poca leche que
le quedaba a Chepita y salí corriendo a la cocina para entregársela a
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Lázaro Luciano Silva González

Teresa. Cuando salgo con el balde de comida para los cochinos me


acuerdo de mi revista y me apresuro hacia ella.
Chepita se había comido la contraportada y la última hoja. Le
di una patada a la muy p… cabra. Por su culpa me quedé sin saber el
final de la historia. Contrariado, pensé en hacer algo, entonces tomé
papel y lápiz y le inventé un final.

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Amor perruno
El can, en un arrebato de amor hacia su amo, elevó su vista al sol
del mediodía; de este modo recibió la noche para siempre, logrando
entender por propia experiencia el sentimiento de minusvalía de su
amo. Ahora sabe lo que es ser ciego.

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Resolución II
Entré con él y adiviné el reproche en la mirada de mi esposa.
—¿Otro más? Con este ya pasan de cien —dijo
Me encogí de hombros, la besé y fui a mi sillón preferido.
Como no podemos tener uno de carne y hueso, colecciono li-
bros sobre gatos.

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falsificaciones

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Sensatez
El asesino confesó cuando supo que Funes era el próximo
testigo.

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Crítico de cine
Se metió en la pantalla y se abalanzó contra los malos actores.

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El profesor de filosofía
Comió su acostumbrado bistec con tal premura que no se vio
forzado a escupir la colilla que le colgaba de la comisura de los labios.
Se colocó su chaqueta con tal habilidad que no necesitó desprender-
se del libro que leía. Llegó al salón de clases con tal prontitud que
no consideró importante saludar a los estudiantes. Habló de Platón
con tal concentración que no se percató del ofuscado tono con que
su colega le persuadía para que saliera del recinto, acudiera a su aula
correspondiente y dejara de interrumpir la clase.

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Violación
No recuerdo si fueron cuatro o cinco, ni cómo eran sus rostros
que, dicho sea de paso, se los habían cubierto con pasamontañas.
No retuve el timbre de sus voces porque hablaban y reían en falsete.
Lo que me viene a la memoria como si fuera hoy es que me obliga-
ron a tomar una pastilla azul con forma de rombo, me desnudaron
y me esposaron las manos y los pies, se subieron sobre mí por turnos
durante todo el día y luego me abandonaron. Algo que no se me
borra es la redondez de sus pechos y la lujuria de sus gemidos. El
cansancio me doblegó hasta dormirme. Cuando desperté vi las lla-
ves de las esposas y del cuarto en mi boca. Eso es todo.
Por tanto, señor comisario, no sabría decirle, después de cinco
meses, si esas barrigonas que están frente a mí fueron las autoras del
delito.

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Infidelidad
Se hacía el dormido y hasta roncaba. Cuando calculaba que su
mujer dormía a pierna suelta, se levantaba cautelosamente y entraba
a la otra alcoba. Allí le esperaba otra realidad: aquella que se entre-
gaba a él, abierta de par en par, bajo la forma de un relato.

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Reflejos
Entre ella y yo no hay secretos. Han pasado muchos años desde
el primer día que decidimos vivir juntos, de modo que no me acuer-
do cómo era nuestra relación en un principio. Pero ahora basta que
yo piense algo para que ella me lo ofrezca como si hubiera comuni-
cación directa entre ambos, quiero decir, siento como si ella pudiese
leer mis pensamientos, como si por un extraño proceso se hubiese
mimetizado con mi forma de ver el mundo. Esto generó en mí la
manía de escribir todo lo que pienso y digo, así su memoria no me
hace zancadillas y cuando ella me reprocha alguna situación vieja
evito decir “¿yo dije eso?”, y en su lugar voy al papel y me cercioro
personalmente de lo que se me acusa. Sin embargo, para mi des-
gracia, todo esto generó más confusión en mí, hasta el punto de no
saber si esto lo escribo yo o lo piensa ella.

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Tijeras narrativas
Todo comenzó como un juego. Nunca quise dañar a nadie, no
se me malinterprete. Yo diría que el resultado de la revelación fue
una trampa del subconsciente. Explicaré cómo pasó. En uno de esos
días de letargo y aburrimiento se me ocurrió la genial idea de hacer
que mi hijo de cinco años se entretuviera recortando palabras al azar
de periódicos viejos, las que luego yo pegaría en el orden secuencial
para ver qué resultaba de eso. Estaba tan concentrado en mi tarea
que no leí lo que allí se escribía, sino hasta que se me acabó la hoja.
En ella quedó revelada la muerte del animal. Sin aquel giro azaroso
nunca hubiera descubierto que el gato fue ahogado en la bañera por
mi propio hijo, quien creyó que esos animales tienen muchas vidas y
que saldría de allí tan animado como antes, después de sacudirse la
pelambre mojada.

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Claroscuro
A la luz de la luna el único delincuente hace de las suyas, apun-
tando a sus víctimas y quedándose con los bienes que llevan encima.
Luego, con los primeros asomos del sol, huye como espanto por los
recodos del amanecer. Horas más tarde, el único policía del pueblo
duerme colocando los pies sobre su escritorio, usando de almohada
su enorme convicción de que nadie hará uso de sus servicios. Sabe
de sobra que la única pistola del pueblo cuelga de su cintura.

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falsos con-tactos

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Aromaterapia
Después de muchas noches de arduo trabajo, el mago logró un
nuevo elixir, y deseoso de probar su efecto en la gente se fue a un
restaurante. Se ubicó en cierta mesa cercana a una pareja de estu-
diantes y abrió la botella. El aroma salido de allí se enroscó como
bufanda en el liceísta:
—Sabes, Amanda, adivino debajo de tu blusa los pechos más
hermosos de toda la ciudad —dijo él a su compañera de clases a
quien casi se le volcaba su café.
Seguidamente el mago se apresuró a tapar el frasco.
—Nunca te creí capaz de tales palabras —dijo ella sorprendida.
“Yo tampoco”, pensó él ruborizado.
Ambos, para tapar el bochorno, comenzaron a hablar del exa-
men de química que les esperaba esa tarde. El mago salió satisfecho
y con cara de muchacho travieso.

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Flores
El magnate quedó cautivo de la belleza de una humilde mujer.
Pagó a la mejor floristería de la ciudad para que la agasajaran diaria-
mente con el mejor ramo de rosas durante un año. En todo ese tiem-
po, el hermoso presente le llegó puntualmente. Al llevar el último
ramo, el mensajero, con tono majestuoso y actitud circunspecta, le
entregó personalmente a la dama la tarjeta escrita por el magnate,
donde le pedía matrimonio.
Y ella, locamente enamorada, se casó con el mensajero.

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Declaración
Y luego la llevé al cine y después a comer helados, seguidamen-
te la hice reír con mis ocurrencias que, dicho sea de paso, siempre
me las festejaba. Cuando ya estábamos por despedirnos, le confesé
que la quería con toda mi alma. Entonces ella me invitó a pasar a su
casa y me confesó cómo había hecho mi padre para conquistarla y
cómo nací yo.

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Molière
Anda, corazón, quédate un poco más, ¿sí? —rogó ella.
Está bien, mi cielo, pero sólo un poco porque no quiero perder
el bus.
Gracias amor, ven, abrázame y bésame.
La despedida en la puerta de la casa y a la luz de la luna fue
larga. Un tercer par de ojos observaba todo con la tranquilidad de
un lago.
Gracias por complacerme, eres un tierno. Llámame cuando lle-
gues a tu casa. Acompáñalo a la parada, Moliere —ordenó ella.
Moliere iba con él, pero a su ritmo. Estaba pendiente de los rui-
dos y los movimientos extraños que salían de entre los árboles a los
cuales se acercaba; su mirada se hizo atenta y nerviosa.
El joven subió al vehículo y cuando miró por la ventana encon-
tró los ojos brillantes de Moliere que lo observaban a distancia.
“Es un magnífico gato”, pensó mientras se ubicaba en un asiento.

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Morse
El silencio pesaba como lápida y la noche vestía con trajes de
mujer madura. Marido y esposa yacían en su lecho común, dia-
logando su lenguaje onírico. De pronto tan apacible práctica fue
interrumpida por unos golpecitos en la pared que provenían del
apartamento del vecino.
Él no pudo conciliar nuevamente el sueño, a pesar de que tenía
que madrugar porque le esperaba un largo viaje. Ella no sólo con-
siguió dormir, sino que lo hizo con una sonrisa en los labios, segura
de saberse una excelente profesora del código Morse.

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Resolución III
La fiesta estaba en su apogeo. “Me voy”, dijo él. “Voy contigo”,
dijo ella.
En el camino convinieron seguir conversando en un café. Así
lo hicieron hasta que les cayó la madrugada. Era mediodía cuando
ella decidió llamar a su novio por teléfono. “Anoche hablé sobre ti
con mi amigo en un café, por eso no me quedé contigo en la fiesta,
y tomé la decisión de terminar con lo nuestro”, y luego de una pausa
remató: “Temo que me engañes.”

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Cita a las ocho
Ella esperaba en el bar, segura de la puntualidad de él. Pidió un
cigarrillo y una mano se lo acercó. Luego le ofrecieron fuego. Y lue-
go una copa. Ahora lleva varias botellas de vino, cortesía del extraño
que con la puntualidad de un reloj suizo llegó a la hora convenida.
En esa primera cita ella quedó muy impresionada, encontró en
él a un hombre de verdad, con quien no dudaría en quedarse por
el resto de su vida. Lástima que no se acuerda en qué bar fue ni su
nombre ni si fijaron otro encuentro.

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Declaración II
—Hace tiempo que vivimos en un mismo techo, compartimos
los mismos alimentos, vemos televisión juntos, tenemos algunas
peleas pero luego nos contentamos y todo sigue bien. Por tanto, des-
pués de lo que pasamos he llegado a convencerme de que te amo
—le confesó él.
—Eso que dices es muy lindo, y comparto tus sentimientos
—dijo ella.
—Entonces te propongo que nos casemos, ¿qué dices?
—Me parece buena idea, sólo que no sé en qué iglesia casan a
los hermanos de sangre.

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Autobús
Subió al autobús. Estaba acalorado, molesto y tenía la camisa y
los cabellos mojados. Siguió hasta el fondo donde los asientos están
distribuidos de forma que los pasajeros que van allí se miren inde-
fectiblemente a la cara. El calor húmedo se le fue disipando al sen-
tarse. Sintió de pronto un leve calor puntual en la frente. Levantó el
rostro y encontró la causa de ello: una mujer, por demás atractiva y
voluptuosa, lo miraba descaradamente y esbozaba una microscópica
sonrisa. Ese contacto lo desarmó y le hizo perder el hilo de sus pen-
samientos. Olvidó que tuvo una fuerte discusión con su hermano
y que estuvo a punto de pelearse con él a causa del coqueteo de su
cuñada. Ahora lo que le quitaba la concentración era esa sonrisa casi
imperceptible que se levantaba con su dueña y se dirigían a la salida.
Él hizo lo propio unos segundos después y antes de que se cerrara
la puerta abandonó el vehículo. Apuró los pasos para estar cerca de
ella. Le buscó conversación pero no recibió respuesta. A unos pasos
de allí la esperaba el novio quien, al ver al impertinente, lo encaró
con violencia. Hubo insultos y casi se van a las manos. Él volvió a
subir a otro autobús, tan molesto y acalorado como antes. Se sentó
en los asientos del final y encontró frente a él a unas piernas femeni-
nas que se le insinuaban.
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No es lo mismo
—¿Me amas? —le dijo ella mientras alisaba las sábanas de la
cama.
—No, creo que no —dijo él después de aspirar el humo de su
cigarro.
—¿Cómo que “creo que no”? —dijo ella luego de abrir las
ventanas.
—Amo tu forma de hablar, tu risa, tu manera de hacer el amor y
casi todo lo que haces y dejas de hacer, dices y dejas de decir —afir-
mó él al momento de colocarse la camisa.
—¡Entonces me amas! —trató de concluir ella.
—Creo que te confundes, una cosa es una cosa y otra cosa es
otra cosa —argumentó él.

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Cita
Ambos eran aficionados al chateo. Allí, en ese mundo virtual, se
conocieron. Al cabo de un tiempo y por fuerza de sus conversaciones
frente a sus máquinas, creyeron enamorarse. Entonces concertaron
una cita en un lugar público. Ambos iban con la fotografía del otro
para reconocerse entre la multitud. Él, puntualmente asistió y esperó
la llegada de ella, pero no la reconoció entre la gente. Obstinado de
la espera tiró la foto y se fue. Ella llegó a los pocos minutos. También
desistió, no sin antes deshacerse de la fotografía de su enamorado
virtual. Allí, en esa esquina, haciéndole compañía a los desperdicios
de la calle, las dos fotos yacían una al lado de la otra.

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Quién lo diría
Hace algunos años hubiera pensado que esto era imposible. Ja-
más me hubiera pasado por la cabeza que mis dos amantes se encon-
trasen juntas, que les hablaría a ambas en perfecta armonía sin que
corra la sangre de una a causa de la otra. Hoy puedo entablar una
conversación con ellas, estar los tres en un mismo espacio sin te-
ner que agredirnos a insultos, sin que se agarren de las greñas. Este
es un gran beneficio de los nuevos tiempos. Por eso confieso ante
quien me escuche, que de ahora en adelante mi vida depende de la
tecnología, específicamente de Internet, donde en un mismo Chat
puedo establecer conversaciones simultáneas sin que mis interlocu-
toras interfieran entre sí y me arruinen la velada.

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Mezcla
Afroamericano.
Afrovenezolano.
Afrocaribeño
Afrolatino.
Afrodisíaco.

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Oniromaquia
Ella dobla la esquina de su casa como quien dobla sábanas lim-
pias. Cuando lo hace no es ajena al olor que despiden las rosas de la
floristería; tampoco simula ignorar al perrito del vecino (pero sí al
vecino) que le mueve la cola cuando la ve.
Ella —y sólo ella— guarda bajo siete llaves su pasión por los
hombres; aprendió a hacerlo al tiempo que los bordados del colegio
de monjas.
Su ritual favorito es mirar por la ventana al caer de la tarde,
sosteniendo una taza de té caliente. El placer se intensifica cuando
llueve. En esos días grises juega a esperar a su amante que viene
de muy lejos. Imagina que aquel le toca a la puerta, que ella le besa
mientras a él le gotean los cabellos, y el frío de los labios de él mar-
can contraste con la boca tibia de ella. Su fantasía se termina con el
té y vuelve a sus sesenta años llenos de achaques.
De madrugada se despierta sobresaltada y sudorosa, y sus trein-
ta años vuelven a dormirse al lado de su marido. Ella se levanta,
segura de que aquel sueño nunca llegará a hacerse realidad.

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Definiciones
Dos eminentes monjes, uno joven y otro viejo, subieron a la
montaña para compartir el resultado de sus meditaciones.
—Erudito: aquel que posee muchos conocimientos —dijo el
joven.
—Sabio: el que con la misma información que el erudito y con
un poco más de edad, posee un plus de sensatez para no abofetear al
prójimo con sus conocimientos —dijo el anciano.

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Revelación
Desde su palacio, el cacique preocupado hizo llamar al sacer-
dote de la tribu.
Vi mucha sangre en mi sueño —dijo el cacique—, sangre nues-
tra, no de nuestros rituales de sacrificio sino de guerreros muertos
en batalla.
El chamán fumó su tabaco y aspiró el polvo de hongos que usa-
ba para entrar en trance y comunicarse con sus antepasados. Hizo
esto durante largos e intensos minutos. Finalmente dijo:
—Hace muchísimas lunas sucedió en estas tierras algo pareci-
do a tu sueño: una raza de guerreros, más altos que nosotros, de cua-
tro piernas y rabo largo, con lanzas que escupían puntas de metal
masacraron a los nuestros. El resto es historia sabida y atesorada en
las paredes del templo.
El cacique, un poco más tranquilo, y con la certeza de que lo
contado por el sacerdote no volvería a suceder, le obsequió, en agra-
decimiento, uno de sus cuencos preferidos que usaba para beber
chicha fermentada.

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Consulta
Cada mitad del rostro representa una parte de la vida, el iz-
quierdo la juventud y el derecho la vejez, o bien el izquierdo el pa-
sado y el derecho el futuro. Y ambos juntos representan el presente.
¿Cuál prefieres que te lea? , dijo la pitonisa.
Pero, quizás por indecisión, la máscara no respondió.

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El bonsai agradecido
Espiaba a su padre desde la puerta. Veía cómo le ataba las raíces al
sauce llorón y se imaginaba el dolor que debía sentir aquel minúsculo
árbol. Un día se armó de valor y, sin que nadie lo viera, entró a la habi-
tación que su progenitor tenía reservada para sus labores de jardinería.
Lo primero que hizo fue sacarlo de su maceta y quitarle los alam-
bres que rodeaban sus débiles raíces, luego lo sembró en un lugar más
grande y le roció vitaminas y agua. Como por efecto de cierto milagro
de descompresión temporal, cual si buscara recobrar el tiempo perdi-
do, el árbol creció hasta llegar al tamaño natural de un sauce de veinte
años. Y en agradecimiento a su liberador, llegó a afincar sus poderosas
raíces en el granito del cuarto de aquel apartamento ubicado en un
décimo piso, de tal manera que su padre fue demandado por invasión
de la privacidad por el vecino del noveno, quien se quejaba de que le
habían tomado desde el techo una de sus habitaciones.

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Precoz
Desde los cinco años de edad, y para no aburrirme, comencé a
tomar prestados los pinceles del abuelo y a manchar con paisajes ba-
rrocos los lienzos que encontraba. Esculpí, también, algunas Venus.
No conforme con ello, me dediqué en los ratos libres a componer
algunos motetes y pequeñas obras para cuartetos instrumentales.
Pero el psicoanalista que mi padre contrató me convenció de que
yo era un mitómano, que tales producciones eran de otros. Una vez
curado agradecí, a él y a mis padres, tanta dedicación. Ahora, con
treinta años y en virtud de aquella intervención temprana, sé que
es imposible que un niño domine todas esas artes, o por lo menos
alguna de ellas. Es por eso que no entiendo por qué ese mismo psi-
cólogo me quiere convencer de que tengo un hijo genio.

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El árbol de libros
En cierta aldea de Canaima viven unos aborígenes muy respe-
tados y temidos por sus vecinos. La razón obedece a que ellos poseen
el único ejemplar de un árbol que crece sólo en ese lugar y que tie-
ne como particularidad la de que su fruto son libros, ejemplares de
tapa dura, escritos en la lengua nativa, ininteligibles para cualquier
otro mortal, pero ellos se alimentan de esas palabras como si fueran
cambures para simio, peces para las aves o moscas para las ranas.
Sólo ellos saben comerse tales libros. Pueden prepararlos con
salsa de hormigas o con polvo de patas de tarántulas. Cada libro les
dura hasta la próxima vez que recolectan el fruto, bajado solo por
efecto de la gravedad. Está penalizado desprenderlos verdes, deben
dejarse madurar lo suficiente hasta que se caigan solos. Cierta vez,
uno de estos indígenas dio a comer de este alimento a un amigo,
proveniente de otra etnia; pero lo que en principio pareció un her-
moso gesto se convirtió en desgracia: su amigo falleció al instante
cuando sus labios hicieron contacto con un trozo de libro que tomó
como bocado.
Resulta inexplicable la simbiosis entre este extraño árbol y la no
menos extraña tribu.

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Lázaro Luciano Silva González

El primer fruto funge como libro sagrado, y reza en una de sus


páginas que el mundo dejará de existir cuando el árbol se seque. Por
eso nadie en el planeta, sólo ellos, saben en qué lugar exacto de la
selva guarda sus raíces este único ejemplar.

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Larga espera
Oyó que aquel ángel le decía:
No existe, como piensan los mortales, un creador de todas las
cosas. Desde los confines del génesis estuvo planteado que alguien
fuera alabado por todo cuanto vive, incluyendo ángeles y huma-
nos, y que luego dejara un sucesor que a su vez cediera su lugar a
otro, y así por siempre hasta que todos hayamos pasado por el trono
celestial.
Desde entonces, él espera pacientemente a que ciento cincuenta
mil millones de almas que le preceden cumplan su divino período.

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Extremaunción
a Mauricio Silva

El dictador, en su lecho de muerte, ordena que le lleven a un sa-


cerdote para confesarse.
—A este lo veo todos los días, ¡quiero un cura de verdad! —dijo, y
al momento sacaron al obispo de su vista.
Trajeron al que daba misa en la Catedral, pero fue rechazado con
igual ímpetu. Finalmente, hastiados de tanto capricho, optaron por un
cura obrero, el cual dudó, al ver que se trataba de darle el sacramento al
tirano. Luego de meditar y ante las razones de fuerza de los funciona-
rios, accedió.
El dictador al ver a su confesor quedó mudo de asombro.
—Bueno, hijo… tú dirás —dijo el cura, al verse a solas con aquel.
Se hizo un silencio incómodo, que el reverendo aprovechó para
detallar la habitación y el moribundo para estudiar el rostro del
clérigo.
Súbitamente, y no sin dificultad, el silencio se rompió:
—¡Padre, perdóneme… yo mandé a asesinar a su hermano gemelo!
Comenzó de esa forma su verdadera confesión. Su cuerpo y sus
sentidos se debilitaron a tal punto que no alcanzó a saber si el perdón
venía del cura o éste le encomendó esa difícil tarea al mismísimo Dios.
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Ladrón
Me abordó con su arma exigiendo todo el dinero de la caja re-
gistradora. Mi negocio, escasamente surtido, en un tiempo fue una
ferretería próspera. Ese día no había vendido ni un clavo. De modo
que no hice sino darle lo único que tenía: trabajo. Comenzó al ins-
tante. Desde entonces mi negocio fue en crecimiento. Ahora soy
dueño de una de las mayores cadenas de tiendas de herramientas y
materiales para la construcción y él es mi mejor gerente.

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Creación
El Creador, conciente de que no había nada en la nada, se hizo a
sí mismo. Y al no tener quien admirara su obra, creó su doble, y este
vio que ambos, creador y creado, eran idénticos y perfectos. Todos
los que vinieron después no corrieron con la misma suerte, de modo
que nadie sabe si Buda, Jesucristo y Mahoma comparten el mismo
árbol genealógico.

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Devoción
El santo fue conducido hacia la multitud, que le esperaba, a los
pies del púlpito, sobre la montaña. Ellos, fieles creyentes, estaban
seguros de sus poderes sobrenaturales. El daría un discurso de des-
pedida y luego se marcharía al más allá.
No muy lejos, en un observatorio espacial preparaban un arma
letal que estaba casi lista, sólo faltaba probarla con algo, o alguien.
Sería el arma más poderosa del planeta y los científicos la tenían.
Uno de ellos tuvo una ocurrencia:
—¿Y si la probamos con el santo? —dijo.
—No es mala la idea, de cualquier modo, ya nos ha molestado lo
suficiente. No ha hecho sino hablar mal de nosotros —agregó otro.
Los demás se sumaron a la iniciativa.
En ese lugar, elegido por justos y pecadores, por hombres de
ciencia y hombres de fe, punto cardinal de convergencia magnética,
se hallaba el santo. Todos lo vieron aparecer y desaparecer.
De aquello hace ya mucho, pero a esta altura de los siglos,
cuando la desmaterialización no es un misterio para nadie, no se
ha podido determinar si en tal momento histórico aquel hombre

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Lázaro Luciano Silva González

espiritual se esfumó por efecto del arma desintegradora o por facul-


tades otorgadas por virtudes divinas. Lo cierto es que el santo sigue
ganando devotos y la ciencia no para de lamentarlo.

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Santobar
En la barra de un bar del centro de la ciudad tres hombres habla-
ban de manera entretenida en compañía de unas jarras de cerveza.
—Pregúntenme lo que quieran sobre la Biblia, que de eso sé,
sin pecar de pedante, desde la a hasta la z —dijo el primero de ellos.
—Yo les aseguro que conozco las causas del sufrimiento hu-
mano y puedo llegar a borrarlas de la vida de cualquier persona
—apuntó el segundo.
—Hablen lo que quieran, yo les digo que tengo tantos seguido-
res como ustedes. ¡Salud por todos ellos! —dijo Mahoma al tiempo
que chocaba los vasos espumantes con Buda y con Jesús.

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Desierto
El cuento tenía urgencia por ser escrito. Él quería aparecer en
las publicaciones de ese año y por tal motivo se acercó a las mentes
de varios escritores. Uno de ellos dijo: “Bonito cuento, pero mejor lo
dejo para mi próximo libro”. Otro pensó: “Me gusta el argumento,
lo dejaré reposar un tiempo para luego darle forma de novela”. Pero
casualmente dos escritores que pensaban participar en el mismo
concurso, lo materializaron cada uno por su lado. Los jurados le-
yeron el mismo relato dos veces con autoría distinta. Era sin duda la
mejor obra del concurso, pero para no generar más confusión en el
asunto y temiendo plagio de alguno de los autores, decidieron de-
clarar desierto el premio por ese año.

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limitropía

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Cyberprofecía
El presente mensaje no es para Ud. Es para sus familiares y
amigos. En caso de que llegue a leerlo, ofrecemos disculpas.
Lamuerte.com

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Página en blanco
Ulises Macedonio le creyó a su novia cuando ella le dijo que
se había enamorado de él porque tenía nombre de escritor famoso.
Desde ese día no ha podido con su peor enemigo: una página en
blanco.

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Protolenguaje
A cierta isla llegaron representantes culturales de todos los paí-
ses. Su cometido consistía en fundir todos los idiomas en uno solo y
así coronar el proyecto de la aldea global. Cada país debía aportar un
número razonable de palabras básicas para un diccionario universal,
producto del conglomerado de expresiones de todos los idiomas, de
este modo, según el resultado y con viento a favor, todos los seres hu-
manos del mundo podrán hablar y entenderse sin intérpretes, ya que
hablarían el mismo lenguaje. El único requisito para su elaboración
consistía en no repetir términos ya usados en un idioma; por ejem-
plo, si la palabra “gato” era escrita y pronunciada en japonés, previo
acuerdo general, no se podrá escribir ni pronunciar en otro idioma.
Los delegados trabajaban arduamente durante el día y a veces hasta
la madrugada. Era difícil llegar al consenso porque todos querían
que palabras como “amor”, “libertad” y otras igualmente nobles se
expresaran en el idioma de su país. Pasaron los días, los meses, los
años, las décadas y los siglos. El consenso no llegó. Sin embargo, to-
dos en aquella isla llegaron hablar un pastoso y único dialecto que
el resto del mundo definió como el idioma original, el mismo que,
suponían, habían usado los arquitectos de la torre de Babel.

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Feriado
Le costó conciliar el sueño y se desveló pensando en la forma de
invertir el tiempo del primer feriado del año. Faltaba apenas media
semana para llegar a ese anhelado día, pero él hacía planes por anti-
cipado. Ojeroso, llegaba a la oficina y se mantenía en vela a punta de
tazones de café negro. De noche, el mismo problema: no llegaba a
dormirse pensando en su primer feriado. Por fin, una vez llegado el
día de asueto, no tuvo fuerzas para levantarse hasta la medianoche,
momento en el cual repetía el ciclo de los desvelos pensando en qué
hacer cuando llegase al próximo feriado.

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El contrabajo
De niño, cuando descubrió su vocación de músico académico,
Ariel se aplicaba al estudio del contrabajo. Según leyó en un antiguo
libro que cayó en sus manos gracias a un marino mercante, la música
y el mar son grandes amigos. Por ello un excelente ejecutante debe
practicar a diario frente a la ribera de la playa. Desde entonces Ariel
tocaba piezas enteras cerca de la orilla, acompañado por el rumor
de las olas. Y, al decir de los aldeanos, cuando Ariel llegaba el mar
rugía con una pasión desbordante, y sus besos salitrosos devoraban
al instrumento. La madera comenzó a hincharse, las cuerdas y las
partes metálicas se oxidaron.
Lo único que quedó de aquel idilio fue una clavija de hueso,
confundida entre el resto de caracoles marinos.

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Eficiencia
Cuentan que cierto país inauguró cierta institución con cierto
tipo de empleados, cuya finalidad era llegar al último grado de la
excelencia en la administración pública, para lo cual actualizaron
ciertos artículos de cierto reglamento por el cual se regirían ciertos
subalternos. Ciertamente, lo que no sabemos es qué hay de cierto en
todo eso.

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El fumador de memorias
Lo agarraron con más de cuarenta memorias de fallecidos re-
cientes. Su método era encender un cigarrillo frente a la urna del
muerto. Cuando aspiraba la última pitada ya se había hecho con los
recuerdos del fallecido, de modo que quedaba pleno de anécdotas
y vivencias de aquel. El difunto quedaba tan vacío que ni los fami-
liares lo reconocían. No se sabe qué tipo de extraño e invisible hilo
conectaba el aspecto externo con la identidad del cadáver. De cual-
quier modo, la clave la tenía ese extraño sujeto que delinquía con el
patrimonio de experiencias de quienes ya no habitaban este mundo
y utilizaba ese legado como quien trafica con órganos ajenos. Debi-
do a las quejas de las funerarias que sufrían demandas de los fami-
liares quienes pensaban que les cambiaban el muerto, se comenzó la
labor de pesquisa.
El día de la captura, el sujeto se disponía a absorber la memoria
de una difunta nonagenaria. La policía penetró en la sala velatoria
con tal determinación que nadie comprendió nada hasta el día si-
guiente, cuando leyeron la noticia en los diarios de la ciudad.

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Bilingüe
Uso el castellano para comunicarme con el resto de la humani-
dad, sobre todo con la que me circunda, ya que es mi lengua pater-
na. Pero prefiero mi lengua materna porque es muy bella, tiene giros
idiomáticos extraordinarios y es muy gráfica. Esta la aprendí en mi
tierna infancia, cuando mi madre aún vivía. Actualmente sólo la
uso para comunicarme con el único que la habla: yo mismo.

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Mar
Mi mujer llora a mi lado mientras yo sueño que nuestro lecho es
una cama de agua. De pronto me descubro mar adentro como náu-
frago. El agua salada me irrita la garganta y me aferro a mi almoha-
da como mi tabla de salvación. El grito de mi despertador apaga el
llanto de mi esposa mientras los rayos de sol secan las sábanas.

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Cárcel
Al otro lado me espera la libertad, pensaba. De un hueso de po-
llo que le quedó de su almuerzo hizo un cuchillo, y con éste un agu-
jero en su celda. Cavó tanto que lo convirtió en un túnel. Estoy cerca
de mi amada libertad, pensó con insistencia. Era todavía de noche
cuando decidió finalizar el túnel. Entonces subió a la superficie. La
madrugada llegó para burlarse de su esfuerzo. Estaba todavía en la
misma celda, con un agujero cerca de la pared izquierda y el otro al
pie de la pared derecha.

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Nota al pie
El escritor, tan famoso como erudito, escribió la novela más di-
fícil de su vida. Una vez terminada, se percató de su lenguaje rebus-
cado y enciclopédico. “Está tan hermética que tendrás que hacerle
tú mismo las notas al pie de página explicando algunas cosas para
que se pueda entender”, dijo su editor. Como las notas fueron tantas
como palabras tenía la novela original, el escritor optó por hacer con
ellas una nueva novela, explicando su obra anterior.

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Minicuento
La idea le saltó como resorte. Había nacido humilde, vale decir,
sin muchas pretensiones. Quería ser contada en no más de cincuenta
palabras. Así que el escritor, un tanto cansado de ideas pretenciosas
se entusiasmó con esta, que no requería de mucho. Se propuso re-
matarla en pocas horas, pero ella no estaba conforme con el vestido
de palabras que le obsequiada su creador, por lo que a él no le fue fá-
cil comenzar el cuento. La primera línea le llevó un día. La segunda
demoró menos, sin embargo costó gran esfuerzo. La tercera línea
vio la luz al tercer día. Luego de una semana y siete líneas, el escritor
se acostumbró a la idea y ella a él. De eso hace ya cincuenta años de
ininterrumpida faena juntos, idea y escritor.
Creo que entre ellos ha florecido un romance.

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Diálogo
A —Yo templo las cuerdas del alma hasta sacarles música.
B —Sí, pero yo soy el alma de la fiesta cuando estoy con mis
amigos.
A —Yo guardo celosamente los recuerdos de las buenas viven-
cias y sepulto las malas experiencias.
B —Yo congrego a las masas para que organicen movilizacio-
nes, marchas, sindicatos y se realicen socialmente…

Harto de tanta conversación, apagué la luz y mandé a ambos,


mi mundo interior y mi mundo exterior, a dormir también un rato.

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Manchas
Comencé a pintar casi por casualidad. Fue en un cafetín, donde
volqué las sobras de mi café en una servilleta y dibujé una mancha.
Mi novia la vio y quedó perpleja. Se le transformó la expresión de la
cara y me pidió que se la regalara. Firmé la servilleta y se la obsequié
con mancha y todo. No hablamos más del asunto hasta que, días des-
pués, una amiga de ella me rogó que le obsequiara o le vendiera una
de mis pinturas sobre servilletas. Accedí. Fuimos a un cafetín. Sorbí
mi café poco a poco mientras ella, impaciente, me hacía confesiones
incomprensibles. Volqué el resto del café sobre una servilleta y pa-
sando mi dedo por la superficie mojada di por terminada mi obra.
—¿Te la firmo? —pregunté.
—Sí, claro —me dijo casi arrancándome el papel.
Antes de guardarlo lo miró con atención. Segundos después
rompió en llanto. Me asusté. Sacó unos billetes de su cartera y me los
dejó sobre la mesa. Se secó las lágrimas, me dio las gracias y se fue.
Esa noche no pude dormir, pensando en lo sucedido.
Al día siguiente hablé con mi analista, quien me dijo:
—Vea, amigo, desde que el hombre existe ha tenido necesidad
de plasmar su mundo interior, de proyectarlo fuera de sí. Por eso se
creó un test basado en manchas que sirven a los especialistas para
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Lázaro Luciano Silva González

conocer más el inconsciente de las personas. La gente luego de ver


las manchas experimenta miedo, culpa, tristeza, entre otras emo-
ciones. Es probable que sus manchas produzcan ese efecto en sus
amigas.
Salí más confundido que antes. Aun así, descubrí que tengo el
don de emocionar a las mujeres a través de mis manchas.
Ahora me preparo para el diluvio universal ya que hoy se le
abren las puertas a mi primera exposición.

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Supervivencia
Desde un comienzo fue pasando de protozoario a protozoario
y de generación en generación. Fue haciendo el enlace desde los mi-
croscópicos seres iniciales hasta los grandes mamíferos. El tiempo,
ese corrosivo de la memoria, fue oxidando su nitidez, y cada vez
eran menos quienes lo recordaban. Permaneció en letargo durante
millones de años. Luego del glacial reapareció y cierto insecto lo
transmitió a un humanoide. Este, a su vez, lo cambió por un pedazo
de carne de mamut, y así fue pasando de mano en mano y de boca
en boca. En los tiempos que corren se sabe poco y nada sobre él.
Sólo se sospecha que algún mortal del género homo sapiens lo haya
heredado como una verdad irrevelable. Aun así, está protegido por
la infranqueable discreción de quien lo posee. Sólo de esa manera el
secreto asegura para sí mismo la eternidad.

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Plagio
Por más que se esforzara en copiarle con lujo de detalles no al-
canzaba el magistral nivel de su autora. Ya lo dijo alguien: a la vida
no hay ficción que le supere.

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Péndulo
Tenía el arte de viajar en el tiempo y de instalarse en cualquier
época. Con una historia propia en cualquiera de ellas, con amigos,
mujer, hijos y un pasado. Todas las épocas humanas, la prehistoria,
la Edad Media, el Renacimiento y la modernidad le sentaban como
anillo al dedo.
Todo lo hacía gracias a un dispositivo que le colgaba del cuello.
El mismo que le quitó para siempre la absoluta certeza de ser hijo de
tiempos futuros.

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En secreto
Todos en el pueblo se comunicaban con el pensamiento. Y solo
cuando querían que nadie se enterara de algo lo decían a voz en
cuello.

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Sigue al conejo blanco
Ella corrió, más que con él, detrás de él. Él desapareció y ella
cayó en un agujero. Vivió en este hoyo acontecimientos inverosími-
les. Casi la matan. Huyó. Esta vez no seguía a nadie ni a nada, pero
la seguían a ella. Salió desesperadamente por el mismo agujero que
entró. Al salir se encontró con un mundo más amenazante que el del
subsuelo. Y regresó. Esta vez su agujero se transformó en caverna, y
ya no se sentía perseguida. En esa cueva observó al viejo Platón obs-
tinado en liberar a ciertos esclavos y sacarlos de allí. Éstos, sin em-
bargo, seguían adictos a las proyecciones de películas de la industria
de Hollywood y hacían caso omiso al ilustre anciano. Alicia, agotada
de tantas incoherencias, decidió continuar en busca de quien la ha-
bía metido en todo ese lío: Lewis Carroll, alias El Conejo Blanco.

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Frontera
Allá lejos, en la espesura del remordimiento, yacía como cuervo
herido el último pensamiento de un soldado. Era una maraña de
conceptos y crónicas de batallas. Él quería escapar de todo eso como
si fuera una luna anclada en un puerto de sacrificios humanos que
bracea desesperadamente para llegar en hora al horizonte.
—Es muy tarde —pensó en voz alta.
—Excesivamente tarde —escuchó que decían desde una dis-
tancia imprecisa, con un timbre indefinido.
Tenía la conciencia agotada para detenerse a buscar el origen de
aquella inesperada respuesta. Se conformó con pensar que pertene-
cía a su estado de otredad que reclamaba para sí la premura del final.
Él abandonaría este mundo como crisálida madura que se abre a
otra época rompiendo el himen cronológico de la historia universal
para arraigarse en las tranquilas aguas del pensamiento puro. De
allí, se le ocurrió, venía aquella voz.

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Índice

zooluciones

Resolución . . . . . . 9

Primera página . . . . . 10

Amor perruno . . . . . 12

Resolución II . . . . . 13

falsificaciones

Sensatez . . . . . 17

Crítico de cine . . . . . 18

El profesor de filosofía . . . . . 19

Violación . . . . . 20

Infidelidad . . . . . 21

Reflejos . . . . . 22

Tijeras narrativas . . . . . 23

Claroscuro . . . . . 24

falsos con-tactos

Aromaterapia . . . . . 27

Flores . . . . . 28

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Declaración . . . . . 29

Molière . . . . . 30

Morse . . . . . 31

Resolución III . . . . . 32

Cita a las ocho . . . . . 33

Declaración II . . . . . 34

Autobús . . . . . 35

No es lo mismo . . . . . 36

Cita . . . . . 37

Quién lo diría . . . . . 38

Mezcla . . . . . 39

Oniromaquia . . . . . 40

cruz-y-ficciones

Definiciones . . . . . 43

Revelación . . . . . 44

Consulta . . . . . 45

El bonsai agradecido . . . . . 46

Precoz . . . . . 47

El árbol de libros . . . . . 48

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Larga espera . . . . . 50

Extremaunción . . . . . 51

Ladrón . . . . . 52

Creación . . . . . 53

Devoción . . . . . 54

Santobar . . . . . 56

Desierto . . . . . 57

limitropía

Cyberprofecía . . . . . 61

Página en blanco . . . . . 62

Protolenguaje . . . . . 63

Feriado . . . . . 64

El contrabajo . . . . . 65

Eficiencia . . . . . 66

El fumador de memorias . . . . . 67

Bilingüe . . . . . 68

Mar . . . . . 69

Cárcel . . . . . 70

Nota al pie . . . . . 71

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Minicuento . . . . . 72

Diálogo . . . . . 73

Manchas . . . . . 74

Supervivencia . . . . . 76

Plagio . . . . . 77

Péndulo . . . . . 78

En secreto . . . . . 79

Sigue al conejo blanco . . . . . 80

Frontera . . . . . 81

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Fundación Editorial

elperroy larana

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Se terminó de imprimir en septiembre de 2008
en la Fundación Imprenta de la Cultura
Caracas, Venezuela.
La edición consta de 3.000 ejemplares

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