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U
n día los colores del mundo empezaron a discutir entre ellos,
ya que cada uno pretendía ser el mejor, el más importante, el
más bello, el más útil y favorito de todos.
El amarillo se rio ante esas palabras: '¡Que gracia me hacéis los dos! Yo
aporto la risa, la alegría y el calor al mundo. La prueba es que el sol es
amarillo al igual que la luna y las estrellas. Y si miráis al girasol, él os
mostrará que yo soy la vida, sin mí, no habría ningún placer en esta
vida'.
Finalmente, el índigo tomo la palabra con mucha más calma que los
demás, pero con la misma determinación: 'Pensad en mí, soy el color del
silencio. Quizás no me hayáis visto, pero sin mí, seríais insignificantes.
Represento el pensamiento y la reflexión, la sombra del crepúsculo y las
profundidades del agua. Me necesitáis para el equilibrio, el contraste y
la paz interior.
- '¡Idiotas! ¡No dejáis de discutir y cada uno intentar mandar sobre los
demás! ¿No sabéis que cada uno de vosotros existís por una razón
especial, única y diferente? Juntad vuestras manos y venid conmigo'. -
Los colores obedecieron- Y la lluvia prosiguió: 'De ahora en adelante,
cuando llueva, cada uno de vosotros atravesará el cielo para formar un
gran arco de colores y demostrar que podéis vivir juntos en armonía. El
arco iris es un signo de esperanza para la vida y cada vez que la lluvia
lave el mundo, un arco iris aparecerá en el cielo, para recordar al mundo
que debemos amarnos los unos a los otros'.
El niño y los clavos
H abía un niño que tenía muy, pero que muy mal carácter. Un día, su
padre le dio una bolsa con clavos y le dijo que cada vez que perdiera
la calma, que él clavase un clavo en la cerca de detrás de la casa.
El primer día, el niño clavó 37 clavos en la cerca. Al día siguiente, menos, y así
con los días posteriores. Él niño se iba dando cuenta que era más fácil controlar
su genio y su mal carácter, que clavar los clavos en la cerca.
Finalmente llegó el día en que el niño no perdió la calma ni una sola vez y se lo
dijo a su padre que no tenía que clavar ni un clavo en la cerca. Él había
conseguido, por fin, controlar su mal temperamento.
Su padre, muy contento y satisfecho, sugirió entonces a su hijo que por cada día
que controlase su carácter, sacase un clavo de la cerca.
Los días se pasaron y el niño pudo finalmente decir a su padre que ya había
sacado todos los clavos de la cerca. Entonces el padre llevó a su hijo, de la mano,
hasta la cerca de detrás de la casa y le dijo:
- Mira, hijo, has trabajo duro para clavar y quitar los clavos de esta cerca, pero
fíjate en todos los agujeros que quedaron en la cerca. Jamás será la misma.
Lo que quiero decir es que cuando dices o haces cosas con mal genio, enfado y
mal carácter, dejas una cicatriz, como estos agujeros en la cerca. Ya no importa
tanto que pidas perdón. La herida estará siempre allí. Y una herida física es igual
que una herida verbal.
Los amigos, así como los padres y toda la familia, son verdaderas joyas a quienes
hay que valorar. Ellos te sonríen y te animan a mejorar. Te escuchan, comparten
una palabra de aliento y siempre tienen su corazón abierto para recibirte.
Las palabras de su padre, así como la experiencia vivida con los clavos, hicieron
que el niño reflexionase sobre las consecuencias de su carácter. Y colorín
colorado, este cuento se ha acabado.
La cabeza de colores
Un día resultó que uno de los pelos de la coronilla despertó de color verde, y los
demás pelos, al verlo tan especial, sintieron tanta envidia que todos ellos
terminaron de color verde.
Tras muchos lloros y rabias, el niño comprendió que todo había sido resultado de
su envidia, y decidió que a partir de entonces trataría de disfrutar de lo que tenía
sin fijarse en lo de los demás.
Tratando de disfrutar lo que tenía, se encontró con su cabeza lisa y brillante, sin
un solo pelo, y aprovechó para convertirla en su lienzo particular.
rase una vez dos cabras que, ansiosas por vivir en libertad,
U
n anciano indio Cherokee invitó a los niños de la aldea a sentarse
en círculo para contarle un cuento sobre la vida, sobre los distintos
caminos que podemos elegir para seguir en la vida…
El indio les dijo:
- Hay una batalla que siempre ocurre en mi interior y que también estará en
vuestro interior… es una gran pelea entre dos lobos:
… Un lobo representa: el miedo, la ira, la envidia,
la pena, el arrepentimiento, la avaricia,
la arrogancia, la culpa, el resentimiento,
la inferioridad, las mentiras,
el falso orgullo, la superioridad y el ego.
… El otro lobo es: la alegría, la paz, el amor,
la esperanza, el compartir, la serenidad,
la humildad, la amabilidad, la benevolencia,
la amistad, la generosidad, la verdad y la fe.
El anciano miró a los niños y les dijo:
- Esa misma lucha está teniendo lugar en vuestro interior y en el de cualquier
persona que viva.
Los niños se quedaron pensando un momento y uno de los nietos le preguntó al
abuelo:
- ¿Y cuál de los dos lobos ganará?
Y el anciano Cherokee respondió:
- Ganará el lobo al que más alimentes.
FIN
Los dos conejos
De su madriguera
salió un compañero,
y le dijo: 'detente,
amigo, ¿qué es esto?'.
En esta disputa
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis dos conejos.
D e todos los guerreros al servicio del malvado Morlán, Jero era el más
fiero, y el más cruel. Sus ojos descubrían hasta los enemigos más
cautos, y su arco y sus flechas se encargaban de ejecutarlos.
Cierto día, saqueando un gran palacio, el guerrero encontró unas flechas rápidas
y brillantes que habían pertenecido a la princesa del lugar, y no dudó en
guardarlas para alguna ocasión especial.
En cuanto aquellas flechas se unieron al resto de armas de Jero, y conocieron su
terrible crueldad, protestaron y se lamentaron amargamente. Ellas,
acostumbradas a los juegos de la princesa, no estaban dispuestas a matar a
nadie.
¡No hay nada que hacer! - dijeron las demás flechas -. Os tocará asesinar a algún
pobre viajero, herir de muerte a un caballo o cualquier otra cosa, pero ni soñéis
con volver a vuestra antigua vida...
Algo se nos ocurrirá- respondieron las recién llegadas.
Pero el arquero jamás se separaba de su arco y sus flechas, y éstas pudieron
conocer de cerca la terrorífica vida de Jero. Tanto viajaron a su lado, que
descubrieron la tristeza y la desgana en los ojos del guerrero, hasta comprender
que aquel despiadado luchador jamás había visto otra cosa.
Pasado el tiempo, el arquero recibió la misión de acabar con la hija del rey, y Jero
pensó que aquella ocasión bien merecía gastar una de sus flechas. Se preparó
como siempre: oculto entre las matas, sus ojos fijos en la víctima, el arco tenso,
la flecha a punto, esperar el momento justo y .. ¡soltar!
Pero la flecha no atravesó el corazón de la bella joven. En su lugar, hizo un
extraño, lento y majestuoso vuelo, y fue a clavarse junto a unos lirios de increíble
belleza. Jero, extrañado, se acercó y recogió la atontada flecha. Pero al hacerlo,
no pudo dejar de ver la delicadísima y bella flor, y sintió que nunca antes había
visto nada tan hermoso...
Unos minutos después, volvía a mirar a su víctima, a cargar una nueva flecha y
a tensar el arco. Pero nuevamente erró el tiro, y tras otro extraño vuelo, la flecha
brillante fue a parar a un árbol, justo en un punto desde el que Jero pudo
escuchar los más frescos y alegres cantos de un grupo de pajarillos...
Y así, una tras otra, las brillantes flechas fallaron sus tiros para ir mostrando al
guerrero los pequeños detalles que llenan de belleza el mundo. Flecha a flecha,
sus ojos y su mente de cazador se fueron transformando, hasta que la última
flecha fue a parar a sólo unos metros de distancia de la joven, desde donde Jero
pudo observar su belleza, la misma que él mismo estaba a punto de destruir.
Entonces el guerrero despertó de su pesadilla de muerte y destrucción, deseoso de
cambiarla por un sueño de belleza y armonía. Y después de acabar con las
maldades de Morlán, abandonó para siempre su vida de asesino y dedicó todo su
esfuerzo a proteger la vida y todo cuanto merece la pena.
Sólo conservó el arco y sus flechas brillantes, las que siempre sabían mostrarle el
mejor lugar al que dirigir la vista.
Un dado capaz de llevar la paz en medio de una batalla
Y
o no lo sabía, pero las fichas blancas y negras de mi juego favorito se
odiaban a muerte. Cada noche, mientras yo dormía, peleaban por la
única casilla multicolor del tablero, a la que las blancas llegaban
siguiendo el caminito de casillas blancas que cruzaba su reino, y las negras
siguiendo otro caminito de casillas negras que atravesaba el suyo.
Aquella lucha tan igualada parecía no tener fin, así que el señor Dado les
propuso la partida definitiva: se enfrentarían los líderes de cada bando, y el
vencedor se quedaría con la casilla multicolor para siempre.
- Para evitar trampas -añadió Dado-, ambas pasarán la noche anterior aisladas
y vigiladas por mí. Yo las llevaré luego a su casilla de salida.
Tanto dolor había dejado en las fichas aquella feroz guerra, que no dudaron en
aceptar la propuesta del viejo y sabio señor Dado, quien, al caer la noche, llevó
a ambas fichas a un lugar secreto del tablero. Estas esperaban algún tipo de
premio o discurso pero, para su sorpresa, solo encontraron dos cubos de pintura,
uno blanco y otro negro.
- Cambiaréis vuestros colores esta noche, y mañana jugaréis la partida con el
color al que siempre os habéis enfrentado. Tenéis la misma forma, y solo cambia
vuestro color, así que nadie se dará cuenta; pero tampoco podréis decírselo a
nadie.
Las fichas obedecieron sorprendidas, y al día siguiente viajaron hasta llegar a la
casilla de salida de cada uno de los caminos.
La ficha negra, toda ella pintada de blanco, cruzó el reino de las fichas blancas
entre aplausos y gritos de ánimo, sin que nadie supiera que estaban aclamando
a la mejor de las fichas negras. Allá por donde pasaba recibía flores, regalos y
muestras de cariño de fichas grandes y pequeñas. Viendo la ilusión que generaba
ganar aquella casilla, la ficha negra descubrió que el reino de las fichas blancas
no era tan distinto del suyo, aunque fueran de colores opuestos. La partida
comenzó, y en su emocionante viaje por el caminito de casillas blancas a través
del reino rival, la ficha negra se sintió un poquito menos negra. Hasta que,
llegando al final de la partida, cuando estaba tan cerca que podía verse la última
casilla, la ficha negra no recordaba ninguna razón para detestar a las fichas
blancas. Entonces se encontró frente a frente con la ficha blanca, toda ella
pintada de negro, y sintió un fuerte deseo de abrazarla como a una de sus
hermanas. La ficha blanca, que había vivido algo muy parecido en su viaje por
el país de las fichas negras, sintió lo mismo. Y, olvidando la partida, ambas
avanzaron hasta la casilla multicolor para fundirse en un gran abrazo.
Casi nadie entendía qué había pasado, pero daba igual. Todas tenían
tantas ganas de paz, que no dudaron en lanzarse a la casilla multicolor para
seguir abrazándose unas a otras y celebrar el fin de la guerra.
Desde entonces, cada noche, la casilla multicolor se llena de fichas blancas y
negras, y de los dos cubos de pintura que puso allí el señor Dado, para que
quienes quieran ver el mundo con los ojos de los demás puedan hacerlo siempre
que quieran'.