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“¿Cuál mandamiento es el primero de todos?

¿Qué hay que hacer para agradar a Dios? ¿Seguir un conjunto infinito de normas? ¡Qué bueno que no es así! Según
el propio Hijo de Dios, Jesucristo, lo que Dios nos pide se puede resumir en una sola palabra. (Lea Marcos 12:28-31.)
Primero que nada, conozcamos el contexto de ese pasaje. Era el 11 de nisán. Faltaban pocos días para la muerte de
Jesús, y él se hallaba enseñando en el templo. Deseosos de hacerlo caer en una trampa, sus enemigos le hicieron varias
preguntas polémicas. Como cada respuesta suya los desarmaba, uno de ellos le preguntó: “¿Cuál mandamiento es el
primero de todos?” (versículo 28).
No era una pregunta inocente. Mientras que unos judíos disputaban sobre cuál de los más de seiscientos mandatos
de la Ley mosaica era el principal, otros sostenían que todos eran igual de importantes y que no debía dárseles más
peso a unos que a otros. ¿Qué diría Jesús?
Al contestar, Jesús no mencionó uno, sino dos mandamientos. Primero dijo: “Tienes que amar a Jehová tu Dios con
todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (versículo 30; Deuteronomio 6:5). Lo que
esto quiere decir es que el amor a Jehová incluye a la persona en su totalidad, con sus facultades y recursos. Cierta obra
bíblica lo expresa así: “A Dios hay que amarlo de manera completa y total”. Por eso, si uno ama a Dios, hará todo cuanto
esté a su alcance para ganar su aprobación (1 Juan 5:3).
En segundo lugar, Jesús dijo: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo” (versículo 31; Levítico 19:18). El amor
a Dios y el amor al prójimo son inseparables: el segundo es consecuencia del primero (1 Juan 4:20, 21). Si amamos al
prójimo como a nosotros mismos, trataremos a los demás como queremos que ellos nos traten a nosotros (Mateo 7:12).
Haciendo esto demostramos que amamos a Dios, quien nos hizo a todos a su imagen y semejanza (Génesis 1:26).
¿Cuánta importancia tienen los mandamientos de amar a Dios y al prójimo? “No hay otro mandamiento mayor que
estos”, declaró Jesús (versículo 31). En el relato paralelo, él dijo que todos los demás mandamientos dependían de estos
dos (Mateo 22:40).
Agradar a Dios no es complicado. Todo lo que él pide de nosotros se resume en una sola palabra: amor. Este siempre
ha sido —y siempre será— la esencia de la adoración pura. No obstante, el amor no es cuestión de meras palabras o
sentimientos, sino que se expresa mediante actos (1 Juan 3:18). ¿Le gustaría aprender cómo puede demostrárselo a
Jehová, el Dios que “es amor”? (1 Juan 4:8.)
¿Se puede confiar en la religión? La guerra

Alberto, quien sirvió en el Ejército por casi diez años, cuenta: “El capellán nos bendijo diciendo: ‘Dios está con
ustedes’. Pero yo pensaba: ‘¿Cómo es que yo salgo a matar si la Biblia dice: “No matarás”?’”.
Ray sirvió en la Marina durante la Segunda Guerra Mundial. En cierta ocasión le preguntó al capellán: “Usted sube a
nuestro barco y reza por los soldados y por la victoria. Pero ¿no es eso mismo lo que hace el enemigo?”. La respuesta
del capellán fue que los caminos del Señor son misteriosos.
¿No le convence esta respuesta? No se preocupe, usted no es el único.
¿QUÉ ENSEÑA LA BIBLIA?
Jesús dijo que uno de los mandamientos más importantes es: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”
(Marcos 12:31). ¿Dijo acaso que solo se debería amar al prójimo dependiendo de su nacionalidad? Claro que no. A sus
discípulos les señaló: “En esto todos conocerán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor entre sí” (Juan 13:34, 35).
Su amor sería tan extraordinario que los haría diferentes. No solo se negarían a quitarle la vida al prójimo, sino que
estarían dispuestos a darla por él.
Y eso es precisamente lo que hicieron. Una enciclopedia explica: “Los primeros padres de la Iglesia, entre ellos
Tertuliano y Orígenes, afirmaban que los cristianos no podían quitar la vida humana, un principio que les impedía servir
en el ejército romano” (The Encyclopedia of Religion).
¿QUÉ PUEDE DECIRSE DE LOS TESTIGOS DE JEHOVÁ?
En casi todo el mundo hay testigos de Jehová. Cuando surge una guerra, sea donde sea, los Testigos que se ven en
medio del conflicto hacen lo posible por demostrar el amor que se tienen entre sí.
Por ejemplo, durante el conflicto étnico de 1994 entre los hutus y los tutsis de Ruanda, los testigos de Jehová se
mantuvieron totalmente neutrales. Testigos de una tribu refugiaron a los de otra a riesgo de su propia vida. Cuando la
milicia Interahamwe capturó a dos Testigos hutus que habían refugiado a sus hermanos tutsis, les dijeron: “Esto les pasa
por ayudar a los tutsis”. Y los mataron a los dos (Juan 15:13).
¿Qué le parece? ¿Encaja esta manera desinteresada de comportarse con lo que dijo Jesús sobre el amor?
LOS RECORDATORIOS AYUDARON A LOS PRIMEROS CRISTIANOS
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En el primer siglo, el pueblo de Dios recibía constantes recordatorios. En repetidas ocasiones, Jesús les recalcó a
sus discípulos la importancia de ser humildes. Pero no se limitó a decirles que lo fueran, sino que les demostró cómo
serlo. En su último día de vida en la Tierra reunió a sus apóstoles para celebrar con ellos la Pascua. Mientras comían, se
levantó y comenzó a lavarles los pies, algo que normalmente haría un siervo (Juan 13:1-17). Este gesto de humildad les
causó una profunda impresión. Unos treinta años más tarde, el apóstol Pedro, quien había estado presente en aquella
cena, animó a sus hermanos en la fe a cultivar la humildad (1 Ped. 5:5). El ejemplo de Jesús debe impulsarnos a todos a
ser humildes al tratar con los demás (Filip. 2:5-8).
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Otro tema del que Jesús les hablaba a menudo a sus discípulos era la importancia de tener una fe fuerte. Cuando
no fueron capaces de expulsar un demonio de cierto muchacho, los discípulos le preguntaron a Jesús: “¿Por qué
no pudimos expulsarlo nosotros?”. Él les contestó: “Por su poca fe. Porque en verdad les digo: Si tienen fe del tamaño de
un grano de mostaza, [...] nada les será imposible” (Mat. 17:14-20). A lo largo de su ministerio les enseñó que la fe es
una cualidad esencial (lea Mateo 21:18-22). ¿Sacamos nosotros provecho de las asambleas y las reuniones cristianas,
las cuales se preparan para fortalecer nuestra fe? No son solo ocasiones felices; son oportunidades de demostrar que
confiamos en la guía de Jehová.
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Las Escrituras Griegas Cristianas están repletas de recordatorios sobre mostrarnos amor unos a otros. Jesús dijo
que el segundo mandamiento más importante es “amar a tu prójimo como a ti mismo” (Mat. 22:39). Santiago, el medio
hermano de Jesús, lo llamó “la ley real” (Sant. 2:8). El apóstol Juan escribió: “Amados, no les escribo un mandamiento
nuevo, sino un mandamiento viejo que ustedes han tenido desde el principio. [...] Otra vez, les escribo un mandamiento
nuevo” (1 Juan 2:7, 8). ¿Qué quiso decir con la expresión “mandamiento viejo”? Se estaba refiriendo al mandato de amar
al prójimo. Era “viejo” porque Jesús lo había dado “desde el principio”, es decir, décadas atrás. Pero se mantenía “nuevo”
en el sentido de que exigía seguir demostrando amor abnegado ante nuevas circunstancias. Como discípulos de Cristo
que somos, ¿verdad que agradecemos que se nos recuerde la importancia de amar a nuestro prójimo y evitar que nos
influya la actitud egoísta de este mundo?
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Jesús se interesó sinceramente por la gente. Prueba de ello es que curó enfermos y resucitó muertos. Sin embargo,
su principal labor no fue curar en sentido físico. Su predicación y enseñanza tuvo un efecto mucho más duradero en las
personas. ¿Por qué decimos esto? Porque aquellas a quienes curó o resucitó acabaron envejeciendo y muriendo, pero
las que respondieron bien a su mensaje recibieron la oportunidad de vivir para siempre (Juan 11:25, 26).
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La obra de predicar que Jesús inició en el siglo primero se lleva a cabo ahora a una escala mucho mayor. Cristo
ordenó a sus seguidores: “Vayan, por lo tanto, y hagan discípulos de gente de todas las naciones” (Mat. 28:19). Así lo
hicieron ellos, y así lo estamos haciendo nosotros. En más de 230 países, más de siete millones de Testigos proclaman
con entusiasmo el mensaje del Reino y dan clases de la Biblia a millones de personas. Esta obra es una prueba de que
vivimos en los últimos días.
ANTÍDOTOS INFALIBLES
Sentir amor y cariño por los hermanos. El apóstol Pedro exhortó a los cristianos: “Ahora que ustedes han
purificado sus almas por su obediencia a la verdad con el cariño fraternal sin hipocresía como resultado, ámense unos a
otros intensamente desde el corazón” (1 Ped. 1:22). ¿Y cómo es el amor verdadero? El apóstol Pablo responde: “El amor
es sufrido y bondadoso. El amor no es celoso, no se vanagloria, no se hincha, no se porta indecentemente, no busca sus
propios intereses” (1 Cor. 13:4, 5). Sin duda, un sentimiento como ese contrarrestará cualquier tendencia a la envidia
(1 Ped. 2:1). Jonatán dio un gran ejemplo a este respecto, pues en lugar de envidiar a David, optó por “amarlo como a su
propia alma” (1 Sam. 18:1).
Relacionarse con personas espirituales. El compositor del Salmo 73 sintió envidia de los malvados que llevaban
una vida de lujo y despreocupación. ¿Qué hizo para no dejarse vencer por esos pensamientos? “Entrar en el magnífico
santuario de Dios.” (Sal. 73:3-5, 17.) Al relacionarse con otros siervos de Jehová, volvió a apreciar los beneficios de estar
cerca de Dios (Sal. 73:28). Y lo mismo nos ocurrirá a nosotros si nunca dejamos de asistir a las reuniones cristianas con
nuestros hermanos.
Hacer el bien. Cuando Caín comenzó a cultivar odio y envidia, ¿qué le aconsejó Dios? “Hacer lo bueno.” (Gén. 4:7.)
Este consejo también es útil para los cristianos. Jesús mandó: “Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y
con toda tu alma y con toda tu mente”. Y también: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo” (Mat. 22:37-39).
Cuando nuestra vida gira en torno a servir a Jehová y ayudar al prójimo, sentimos una satisfacción que elimina cualquier
rescoldo de envidia que haya en nuestro interior. Si servimos a Dios y al prójimo participando cuanto podamos en nuestra
labor de predicación y enseñanza, recibiremos “la bendición de Jehová” (Pro. 10:22).
Alegrarse “con los que se regocijan” (Rom. 12:15). Jesús celebró el éxito de sus discípulos y les aseguró que
alcanzarían mayores logros que él en su predicación (Luc. 10:17, 21; Juan 14:12). Los siervos de Jehová somos un
pueblo unido; cada éxito individual es una bendición para todos nosotros (1 Cor. 12:25, 26). Por eso, si a un cristiano se
le asigna una nueva responsabilidad, ¿no deberíamos alegrarnos por él, en vez de tenerle envidia?

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