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pediadrico John Caffey (1946) publica su descubrimiento de niños con múltiples fracturas

óseas, sin aparentes problemas de salud que las pudieran ocasionar, y lo relaciona con un
posible origen traumático, a pesar de la negación de los padres. En 1953, otro radiólogo,
Fredec N. Silverman, atribuye las fracturas denominadas «espontáneas», en menores con una
estructura ósea normal, a traumatismos no accidentales causados por agresiones deliberadas
o negligencia por parte de sus cuidadores. La deliberación en la comisión de estas lesiones
forma parte de la definición actual de maltrato infantil.

Sigmund Freud, años antes, ya había introducido en la etiología de la histeria, dentro de su


teoría de la seducción, la experiencia de abuso sexual en la infancia, destacando la alta
frecuencia con la que parecía producirse (me parece mudable que nuestros hijos se hallan
más expuestos a ataques sexuales de lo que la escasa previsión de los padres hace suponer» ,
así como sus posteriores efectos negativos. Parece ser que el propio Freud se basó en las
publicaciones de Tardieu para desarrollar este tema (en Labbé, 2005), anticipando las
dudas que estas afirmaciones podían producir en la sociedad y asegurando que, en
muchos casos, los incrédulos Justificarían tales afirmaciones como sugestiones inducidas
por el médico o puras fantasías e invenciones de la víctima, así como afirmarían que por
tratarse de sujetos cuya sexualidad aún no estaba desarrollada, los sucesos no
presentarían erecto alguno sobre su persona.

El abuso sexual infantil ha sido una de las tipologías de maltrato más tardíamente estudiada.
La investigación sobre maltrato infantil se inició localizándose en el análisis de los malos
tratos de tipo físico (Arrubarrena y De Paúl, 1999; Cots, 1993). No obstante, cuando se abusa
sexualmente de un niño no sólo hay un daño físico, sino que generalmente existe también
una secuela psicológica. Debido a la ausencia, en numerosas ocasiones, de un daño físico
visible, así como a la no existencia de un conjunto de síntomas psicológicos que permitan su
detección y diagnóstico unívoco, el abuso sexual infantil ha sido una tipología difícil de
estudiar (Simón el al.,2000).

Por otro lado, se añaden las dicultades relacionadas con el tabú del sexo y al relacionar éste
con infancia, así como el escándalo social que implica su reconocimiento (Brilleslijpery
Baartman, 2000; Díaz, Casado, García, Ruiz y Esteban, 2000b). El descubrimiento del abuso
sexual infantil como maltrato frecuente y con importantes y perdurables efectos psicológicos,
tanto a corto como a largo plazo, ha dado lugar en la última década a un notable crecimiento
de los estudios sobre este tema tanto a nivel nacional como internacional (Cerezo, 1992;
López, Carpintero, Hernández, Martín y Fuertes, 1995; López, Hernández, y Carpintero, 1995).
Si bien en países como Estados Unidos el estudio de este tema se inició hace ya algunos años
(Finkelhor, 1994; Kempe, 1978; Wolfe y Birt, 1997), en nuestro país, el aislamiento
sociopolítico y el escaso desarrollo de los sistemas de protección social durante el período de
la dictadura, han producido un retraso en el estudio de este tema y, sobre todo, en el
conocimiento y la sensibilización social al respecto (Arruabarrena y De Paúl, 1999). No
obstante, durante la última década han surgido ifl1)0rtantes estudios que han favorecido el
avance del conocimiento sobre este problema, así como el establecimiento de datos
nacionales que han permitido la comparación con el resto de países occidentales. Este
creciente interés tanto a nivel profesional como en los medios de comunicación, ha
provocado un mayor conocimiento del problema y una mayor sensibilidad social (Casado el aí.,
1997; Cerezo, 1992; Díaz et ar, 2000b; De Paúl, 1988; Echeburúa y Guerrica echevarrí a, 2000).

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