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Introduction au
métier de l'historien. París, Economica, 1998, pp. 96-102.
SER SÍ MISMO
¿En qué consiste ser sí mismo para un(a) historiador(a)? ¿Cómo puede el historiador ser
sí mismo? Se trata de interrogantes peligrosos, subversivos del orden establecido, que
obligan a cuestionar ciertas costumbres y quizá conduzcan a personas apocadas a un
callejón sin salida. Querer ser sí mismo no es siempre bien visto, las vacas sagradas
prefieren con frecuencia sujetos dóciles que piensan poco y repiten “el modelo del
maestro”. Está bien arraigada la costumbre de recompensar a los incondicionales del
establecimiento. La experiencia permite constatar que el historiador no gusta de “ser él
mismo”, que está asediado de mil maneras, que su personalidad se encuentra deformada
con frecuencia: quizá son verdades que deben callarse. Los archivos orales obligan
inevitablemente a plantear el tema del yo1. Ahora se trata de exponer “con prudencia” los
obstáculos que se han identificado en la materia y los consejos que uno puede atreverse a
brindar2.
La experiencia enseña que el historiador, el buen historiador, está inmerso, a veces desde
muy joven, en un sistema de tiranía indefinida administrada por los hijos liliputienses de la
vida, los ladrones del yo. Su personalidad está más o menos restringida, limitada su libertad
de creación, y sin embargo no se perciben suficientemente estas cadenas invisibles cuando
se hace el balance de una carrera de 40-45 años. Procedamos pues a examinar algunos
obstáculos que se pueden identificar cuando uno se ubica al final de la carrera.
1
La verdadera cuestión subyacente es: ¿para qué sirve hacer historia si no se hace buena historia? Vivir en
arriendo es la garantía segura de que nunca se hará buena historia.
2
Estas observaciones están al inicio del capítulo sobre la diferencia, infra, p. 462.
deforma la personalidad. Existen historiadores talentosos que se limitan a trabajos de mera
erudición, de corto aliento, que refrenan su curiosidad y limitan sus aspiraciones (Marc
Bloch se burlaba del espíritu apocado de Sylvestre Bonnard3). Al cabo de diez o veinte
años, el historiador es menos capaz que cuando era joven; la personalidad se atrofia; uno se
vuelve mediocre.
3
Nota pendiente del traductor.
4
Nota pendiente sobre la palabra carrierista, que no existe en español.
5
Por ejemplo, se considera imposible que un historiador económico de estricta observancia pueda hacer
historia religiosa o historia de la espiritualidad y menos aún historia del arte: está en contra de la costumbre,
sea cuales fueren sus gustos personales.
propias. Esta desconfianza termina por ahogar cualquier capacidad creadora. Tal
desconfianza se explica por las deformaciones del oficio de los docentes (se buscan las
certezas), por una voluntad débil, una formación filosófica insuficiente, a veces por la
pobreza de la vida interior. ¿Cómo es que un historiador talentoso se convierte en un
historiador mediocre? Se trata de una pregunta para la cual se carece de una respuesta
suficientemente adecuada.
II Consecuencias
Estos riesgos más o menos visibles de caer en la dependencia generan una situación
compleja, de la cual no se es siempre consciente (es al momento del balance final cuando
se miden verdaderamente las consecuencias. ¿Y quién imagina que ya para entonces sea
posible presentar de nuevo las cuentas?). Examinemos algunas dificultades.
6
Si se le dice a un joven: sea ambicioso, él puede responder: ¿por qué ser ambicioso? Uno se arriesga a
implicarse en debates inacabables sobre el precio de la vida: lo mejor es no decir nada.
publicará”). Los ladrones del yo son algunas veces historiadores privilegiados de
los Dioses, otras personalidades mediocres - lo que crea múltiples ambigüedades.
Tercera consecuencia: Ser sí mismo es quizá un sueño. Para algunos defensores del
determinismo, el pensamiento de un historiador resulta de la combinación de un conjunto
de factores combinados. Se es apenas un juego de reflejos, de influencias, de caminos
trillados del pensamiento; se carece de toda libertad, se es producto de un sistema. Se trata
de un punto de vista ciertamente desesperanzador. ¿En qué consiste ser sí mismo? Construir
su propia obra, disponer de sistema de defensa, con puntos de apoyo, defender su libertad
frente a los otros, no vivir en arriendo, por cuenta de los otros, es quizá una empresa
soñada. El yo varía mucho en 40-50 años, no se está seguro de este yo “como historiador”,
de su valor creador (nadie puede definir la manera de conocer). Se llega a plantear
cuestiones difíciles: ¿es posible tener algo de sí mismo “en historia”? En indiscutible que se
pueden tener intuiciones propias, inventar maneras de pensar, aportar innovaciones,
explorar campos inéditos, presentir nuevas maneras de conocer, he aquí un mundo de lo
posible. Sin embargo, uno tiene que replantearse un asunto espinoso, un asunto tabú: ¿cuál
es exactamente la parte de la creación en historia? Como puede verse, todo este asunto
comporta consecuencias de gran envergadura.
Cuarta consecuencia: Ser sí mismo a los cuarenta años es algo inestable, que supone
múltiples variaciones, caídas, recaídas, deslizamientos, fracasos, regresiones, jamás se es
idéntico consigo mismo, inmóvil. Se vagabundea a derecha y a izquierda, es una suerte de
aventura de elevado riesgo (se lo ve claramente en los testimonios de los archivos orales).
No es fácil administrar en cuarenta o cuarenta y cinco años un sistema tan incierto.
Si se quieren decir las cosas, es necesario ser prudentes brindando consejo. Cada uno vive
su vida libremente. Sin embargo, uno puede atenerse a dar algunos consejos “elementales”.
Primer consejo: Sea usted mismo, protéjase de las vacas sagradas, de los pares, de
los estudiantes que ejercen discretamente presión, que lo halan hacia abajo. Hay que
inventar un sistema de defensa, preservar la independencia, si es necesario disimulando (lo
que no constituye una mentira propiamente dicha), marcar “discretamente” la diferencia.
Segundo consejo: Plantéese tan pronto como pueda objetivos importantes, sea
ambicioso7, tenga confianza en usted mismo. Busque su camino por lo alto: hacer buena
historia exige ser ambicioso, se debe soñar sin temor en lo que es “lo más importante”; son
los sueños, con su riqueza y exuberancia, los que explican la capacidad del historiador,
mucho más que su habilidad o su celo.
7
Con Jean Toullard hemos dado estos consejos en La morale de l’historien, 1995, p. 27-30.
Tercer consejo: Dé lo máximo de usted mismo. Mírese a usted mismo, busque sacar
el mejor provecho de sus sueños, profundice en usted mismo: es un consejo que nunca se
dará suficientemente a los jóvenes que adquieren la “mala costumbre” de vivir en arriendo.
Cuarto consejo: trate de ir más allá de sus límites, más allá de lo posible, de la
prudencia ordinaria; arriésguese (quien nada arriesga nada logra): en historia esto es tan
válido como en el mundo empresarial.
Quinto consejo: Intente acumular una experiencia tan amplia como le sea posible.
En historia no se conforme con stocks pobres, elija temas amplios; ubíquese “fuera de la
historia”, trabaje en adquirir un savoir-faire que le ayude a comprender la vida (practique el
periodismo, dirija una asociación, por ejemplo). No viva con los ojos cerrados, como si
estuviera encerrado en una burbuja protectora (Lucien Febvre lo desaconsejaba vivamente):
hay que amar la vida, no las cosas muertas.
Sexto consejo: Cultive una mente disciplinada; no trabaje al azar, satisfaciendo sus
caprichos; aprenda a usar plenamente el tiempo. No se escribe un libro: se construye una
obra, un conjunto coherente que aparecerá como tal a la hora del balance final.
Octavo consejo: Prosiga sus lecturas filosóficas; amplíe su cultura filosófica: es una
inversión rentable, y su ejercicio fuente invaluable de intuiciones importantes, de trabajos
fecundos8; no hay que tener la mente estrecha, friolenta.
8
Sobre la experiencia espiritual de historiador, infra, p. 252.
9
Infra, p. 136.
Como es apenas natural, estos consejos deben adaptarse a cada uno. Su aplicación varía
según el temperamento, el carácter, el talento, las debilidades, la tenacidad del historiador.
Es verdad que cada uno conoce sus fortalezas y sus debilidades: cada uno puede tomar tal
consejo y dejar de lado otros: lo esencial es poner la mente en orden.
Hay que poner estos consejos a una altura mediana, ya que pueden parecer demasiado
exigentes, excesivamente rígidos. El historiador de oficio tiene una cierta disciplina de
vida, sabe para dónde va (aunque esté equivocado), contrario al historiador que ni siquiera
imagina que se compromete por cuarenta años, que trabaja un poco al azar, como en un
sancocho, que no domina gran cosa, el historiador aficionado (que trabaja por placer, que
es independiente y que tiene otra experiencia de la vida). Se puede dudar con sobrado
derecho del valor de estos consejos. ¿Cómo adaptarlos a cada caso? ¿Cómo encontrar el
punto de inflexión necesario?
Conclusión: Nos hemos ubicado en uno de los terrenos más difíciles10. ¿Qué
lecciones podemos sacar de estas observaciones?
10
Es verdad que ¿Qué es ser sí mismo? Vale para todos los oficios (¿Qué es ser sí mismo “como
magistrado”?). Pero para el historiador que tiene una gran libertad de juego, el asunto puede reglar su
conducta.
Primera lección: Una lección de escepticismo. Uno puede aconsejar y aconsejar
bien, pero el riesgo de no ser escuchado es grande, ya que ser sí mismo es algo costoso,
arriesgado, y nuestras miras son necesariamente subversivas. De manera general, el
historiador disimula cuidadosamente lo que es él mismo y termina por olvidar su propia
riqueza.
Tercera lección: Quizás sería necesario ir más lejos, explicar que cada uno debe
inventar solo su camino, que la soledad es una fuerza, que hay que desconfiar del
conformismo y de la dulce vida, es decir que hay que tener principios, una línea de acción.
Sin embargo, este voluntarismo es con frecuencia de muy mal recibo, por negligencia o por
escepticismo.