Vous êtes sur la page 1sur 27

CAPÍTULO 2

LA INVENCIÓN DEL SABER GEOGRÁFICO

Los griegos de época clásica convierten este saber práctico del espacio en
una representación del espacio. Inventan -es decir, descubren- esta repre-
sentación del espacio terrestre. Crean una cultura que se distingue del simple
saber espacial, de carácter práctico, que podemos identificar en todas la so-
ciedades humanas, y sobre el cual se eleva la construcción intelectual de los
griegos. Ellos configuran el primer esfuerzo de representación del mundo, más
allá de la simple cultura práctica. Los griegos le dan un nombre: geografía.
Esta representación es una invención griega. Una más de las que sur-
gen en los siglos mágicos del pensamiento clásico, sobre la que se constru-
ye un cultura del espacio.
Convirtieron el universal saber del espacio en un saber sobre el espacio.
Los griegos descubren este objeto porque i maginan una representación de la
realidad, es decir, del entorno conocido, más allá de la percepción etnocén-
trica, para identificar y acotar este saber reflexivo sobre la Tierra como ob-
jeto. Ideaban y trataban de darle objeto y objetivos de acuerdo con las ne-
cesidades prácticas y exigencias sociales de la época en que se produce, a
partir del siglo iv antes de nuestra Era.
El esfuerzo por definir esta representación, por dotarle de contenidos
y perfiles, no produce una geografía en el sentido moderno del término. Los
griegos no crean una disciplina geográfica, ni establecen un perfil profesio-
nal relacionado con ella. No hacen geografía física, ni climatología, ni geo-
grafía urbana o geografía regional, como algunos autores pretenden, en un
ejercicio de notable anacronismo.
Los griegos tratan de dar forma, indagan y reflexionan sobre un con-
junto de fenómenos que atañen a la Tierra. Lo hacen desde perspectivas
muy diversas, en el marco de una eclosión intelectual admirable, caracteri-
zada por la curiosidad y por la aproximación metódica y racional al mun-
do de la experiencia, al conjunto del cosmos y a la Naturaleza. Es una nue-
va forma de relación con el mundo, con la naturaleza. Macrocosmos, es de-
cir el universo, y microcosmos, esto es el hombre y su entorno, forman par-
te de ese esfuerzo de representación del entorno.
En ese contexto intelectual, en ese mundo movido por la pasión de co-
nocer y caracterizado por la actitud crítica, por el método racional, por la se-
cularización del saber, adquiere sentido la definición de la geografía como re-

36 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

presentación del mundo. De ella surgen, y adquieren forma progresiva, ideas,


concepciones, interrogantes, que van a caracterizar la cultura geográfica occi-
dental. En relación con ellas se perfila también la idea de una representación
diferenciada, hasta el punto de poder darle un nombre propio: geografía.
La denominación no significa que exista una disciplina o campo de co-
nocimiento en el sentido moderno del término. Se esboza un espacio inte-
lectual, sin límites precisos, al que se llega por distintas aproximaciones, sin
una concepción determinada, que se confunde con otros campos de saber
como la astronomía, la cosmografía y la matemática, y sobre el cual se in-
teresan autores de diversos intereses, desde historiadores a matemáticos.
Forma parte de una filosofía natural en pleno desarrollo que introduce esta
imagen racionalizada del entorno terrestre.

1. El contexto intelectual: saber crítico, pasión por conocer

El contexto intelectual en el que se fragua esta reflexión corresponde


con el de la Filosofía griega, en la medida en que ésta aborda el amplio
mundo de la experiencia, esto es la Naturaleza, bajo un prisma racional.
Entorno intelectual en el que decantará la geografía como representación
apoyada en los saberes racionales. Desde la matemática y física a la astro-
nomía: desde Anaximandro, Tales y Hecateo de Mileto, a Demócrito de Ab-
dera, incluido Aristóteles.
Estos predecesores abordaron aspectos diversos relacionados con el
conocimiento de la Tierra, en el marco de su preocupación por la Natura-
leza, contribuyendo a definir un objeto para la reflexión. No hicieron geo-
grafía, no se consideraron geógrafos, ni entendieron que sus obras tuvieran
que ver con este campo. Sin embargo, su curiosidad intelectual ayudó a que
cristalizara lo que llamaron geografía. Lo que explica el que los autores pos-
teriores los incluyeran en la tradición geográfica, en la que no dudan en in-
corporar al propio Homero.

1.1. LA CURIOSIDAD POR LA NATURALEZA

Las vías de esa reflexión sobre el entorno natural fueron múltiples. En


general se inscriben en la preocupación por los fenómenos astronómicos y
por sus manifestaciones terrestres. Anaximandro de Mileto (610-545 antes
de la Era), un discípulo de Tales de Mileto, trató este tipo de cuestiones en
su obra Sobre la Naturaleza y de él se dice que realizó diversos cálculos so-
bre los equinoccios y solsticios y que elaboró un primer mapa geográfico
(geographikós pínax) del mundo conocido por los griegos, según recogía la
tradición helena. Es decir, una primera presentación gráfica o esquema de
la configuración de las tierras conocidas por los griegos.
Hecateo de Mileto (entre los siglos vi y v a. E.) es autor de Viaje alre-
dedor de la Tierra (Gës periodo¡), en la que parece mejoraba el mapa de Ana-
ximandro. Intentaba esbozar un modelo de la distribución de las tierras co-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 37

nocidas, con una cierta pretensión racionalista. Convertía el Mediterráneo,


por un lado, y el Nilo y el mar Negro, por otro, en dos ejes perpendiculares
entre sí. Con ellos establecía unos elementos para ordenar la distribución
de las tierras conocidas, que tendrán un gran arraigo en la tradición occi-
dental, sobre todo medieval. En el marco de una concepción circular de la
superficie terrestre, esbozaba una primera imagen de ésta.
Es autor, asimismo, de Periegesis, cuyas dos partes están dedicadas una
a Europa y otra a Asia y África, en que aparecen rasgos de la curiosidad
reflexiva sobre la que se construyen, tanto la geografía como la historia
griega, con descripciones del Mediterráneo y Asia meridional, hasta la In-
dia. Experiencia Viajera que caracteriza también a Demócrito de Abdera
(hacia el 460-370 a. E.) que, según parece, la debió exponer en sus nume-
rosas obras.
El desarrollo posterior perfiló, de forma progresiva, por Vías contra-
puestas, el marco de ideas que van a permitir proponer los objetos posibles
de esta representación. Autores como Dicearco, Eratóstenes, Hiparco, Po-
seidonio, Estrabón y Ptolomeo, entre otros, Van dando perfil y contenido
hasta llegar a identificarlo con un nombre propio. Se trata de un proceso
en el que se desciende de los cielos a la Tierra, al tiempo que se interesan
por los fenómenos físicos y sociales que caracterizan la superficie terrestre.
Otros autores, sobre todo historiadores, se preocupan por ubicar y des-
cribir los territorios, acudiendo para ello a las ideas de los filósofos sobre
la Tierra y el mundo habitado. Los propios filósofos, entre ellos Aristóteles,
se sentían atraídos por las cuestiones de la Filosofía de la Naturaleza y, con
ellas, por los problemas que, más adelante, identificarán a la geografía.
Un discípulo de Aristóteles, Dicearco de Mesenia (siglos IV-III a. E.), es
autor de una serie de obras tituladas Acerca de las montañas del Pelopone-
so, Acerca de los Puertos, Acerca de las islas. Son obras que descubren la cre-
ciente curiosidad e interés por elementos que atañen a la configuración de
la superficie terrestre.
Este autor introdujo el recurso a una línea de referencia en la represen-
tación cartográfica del mundo, a modo de paralelo universal. Una línea ex-
tendida de Oriente a Occidente, por el Mediterráneo, que pasaba por Rodas
y las Columnas de Hércules -es decir, el estrecho de Gibraltar- y que divi-
día al mundo en dos partes, septentrional y meridional. Línea que coincide
con el paralelo 36° N y que se mantendrá como el círculo terrestre de refe-
rencia de la Tierra habitada, para las sociedades occidentales, durante siglos.
Muestran una manifiesta preocupación por definir las dimensiones y
forma de la Tierra, los contornos y distancias de las distintas partes que
ellos individualizan y distinguen. Tratan de identificar y ubicar los lugares
y los pueblos. Procuran localizar, describir y explicar los fenómenos más
relevantes físicos, productivos o sociales, y establecer su organización te-
rritorial.
Los griegos llaman geografía a la representación gráfica de la tierra, de
tal modo que podemos identificar la geografía, en sus inicios, con la carto-
grafía. Se trataba, en última instancia, de mostrar, de forma gráfica, su ima-
gen. Eso es lo que denominan hacer geografía (geographein).

38 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

. 2. LA TIERRA COMO IMAGEN

Constituye un aspecto decisivo en la invención geográfica, asociada a la


obra de Eratóstenes de Cirene (275-194 a. E.). Es un matemático y gramáti-
co, que vive en un período transformado por las conquistas de Alejandro. És-
tas habían dado una nueva dimensión al Ecúmene. Eratóstenes de Cirene
está considerado como el primero de los geógrafos -en sentido estricto-,
el primero en acuñar el término que serviría para identificar este saber, tér-
mino que aplicó a una de sus obras, denominada Geografía, en realidad Hy-
pomnemata geographica, o memorias geográficas. Este término identifica el
objetivo esencial de su trabajo: la elaboración de una representación gráfica
del mundo conocido, que venía a actualizar los conocimientos sobre el en-
torno territorial de los griegos. Tenía una doble dimensión.
Partía de la búsqueda de las verdaderas dimensiones de la Tierra, del
establecimiento de un medio para ubicar las distintas áreas terrestres, de
la medida y distancias de las mismas. Recurría para ello al cálculo mate-
mático y utilizaba el saber astronómico. En el marco de su tiempo, en el
contexto cultural alejandrino, delinea las nuevas perspectivas que la re-
presentación geográfica adquiría. Establece el perfil de una representa-
ción del espacio terrestre, al mismo tiempo que lo sustentaba de forma
lógica más que empírica. E incluía, en ese proyecto de representación o
pintura de la tierra, la ubicación y también una somera caracterización de

Se le atribuyen dos obras fundamentales. La primera, referida a las di-


los territorios conocidos.

mensiones y forma de la Tierra, titulada Anametresis tes ges (La medida de

daría nombre a este campo del saber griego. Constaba de tres partes, una
la tierra); la segunda, Hypomnemata geographica (Memorias geográficas), que

introducción histórica, una segunda parte de geografía matemática, dedi-


cada a la medida de la Tierra y el Ecúmene, y una tercera para la presen-
tación de los territorios (Periegesis).
Su obra se convirtió en el punto de referencia para los autores poste-
riores, desde la perspectiva matemática y astronómica y desde la perspecti-
va territorial. Estimuló la crítica y, con ella, el perfeccionamiento metodo-
lógico y la reflexión. Impulsó la mejora de esa representación de la Tierra,
en las dos direcciones que esbozaba, la correspondiente a las dimensiones
y forma de la Tierra y a la de la distribución y carácter del Ecúmene.
El ejemplo más significativo de esta actitud de mejora corresponde con
Hiparco de Nicea (194-120 a. E.), un astrónomo y matemático que disfrutó
de excepcional prestigio en el mundo antiguo y moderno. Se puede decir
que él creó la trigonometría y fue el inventor del astrolabio. Trató del mo-
vimiento del Sol, de la Luna y de las estrellas y estableció la distancia a la
Tierra de estos cuerpos celestes.
Aplicó sus conocimientos astronómicos y sus excepcionales capacida-
des matemáticas a corregir y mejorar los planteamientos y resultados de
Eratóstenes, en lo referido al método para la ubicación exacta de los luga-
res de la superficie terrestre. Es uno más de los que contribuyen también a
perfilar la representación geográfica.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 39

Desde una perspectiva geográfica su principal aportación será la intro-


ducción de un método más riguroso para calcular la localización exacta de
los puntos de la superficie terrestre. Lo hace proponiendo el recurso a la lon-
gitud y latitud. Es decir, la diferencia horaria entre dos puntos situados en
el mismo paralelo, que proporciona la longitud, y la inclinación del Sol
en el equinoccio, que establece la latitud. Los conceptos de longitud y lati-
tud son conceptos clave para la localización y representación geográfica, que
siguen vigentes.
Propuso la división del círculo máximo terrestre en 360 partes, cada
una de la cuales correspondía a un grado terrestre. Cada grado equivalente
a 700 estadios griegos (unos 1.100 metros). Lo utilizó para situar a lo largo
del meridiano los lugares habitados y para «indicar los fenómenos celestes
con respecto a cada lugar». Proporcionaba los fundamentos para una re-
presentación de la superficie terrestre como una malla de paralelos y meri-
dianos, sobre la que ubicar los puntos terrestres.
Otros autores dirigen su atención a los fenómenos físicos, al mundo de
la naturaleza inmediata y proyectan la geografía hacia lo que, en términos
actuales, son los contenidos de la geografía física. Posidonio de Apamea
(135-51 a. E.), que escribió Sobre el océano (Peri Okeanoû) y un Estudio so-
bre los cuerpos o fenómenos celestes, abordaba en su obra las zonas terres-
tres, la unidad del océano, las transformaciones de la superficie terrestre y
el problema de las mareas. Lo hizo con especial agudeza intelectual y a par-
tir de una importante información recogida de forma empírica.
Tiene el especial interés de mostrar una rica información de primera
mano. Sobre todo, muestra el uso de la teoría en la interpretación de los fe-
nómenos físicos. Establece como principio la existencia de un vínculo en-
tre macrocosmos y microcosmos, entre el mundo celeste y el terrestre.
A partir de ella elabora alguna de sus más notables hipótesis, como la de
las mareas. Actitud que tiene que ver con la filosofía en la que se sustenta,
es decir, el estoicismo.
Es el mismo enfoque que le permite establecer una relación entre las
zonas, o «climas», de uso habitual en su época, determinadas por la varia-
ción del calor, desde la denominada tórrida hasta las polares. Él establece
la relación entre esas zonas y la inclinación del eje terrestre, y su vincula-
ción con solsticios y equinoccios.
Esboza una concepción geográfica de carácter territorial, preocupada
por definir y establecer espacios diferenciados por el conjunto de elementos
físicos y de lo que hoy llamamos organización socioeconómica. Un enfoque
de lo geográfico que complementaba el inicial, más cartográfico. Introducía,
junto a los componentes étnicos, habituales en los autores griegos, y que ha-
bía desarrollado, sobre todo, Artemidoro, los de rango físico. Es un aspecto
destacado de la obra de Posidonio, en cuanto aproxima la representación
geográfica griega a saberes por los que se preocupa en la actualidad.
Tras de todos estos autores resalta la actitud intelectual que caracteriza
la cultura y el pensamiento de la Grecia clásica. Una profunda y admirable pa-
sión por conocer, por saber, por inquirir, con un talante crítico y con un mé-
todo racional. Como decía Plinio, sin «más método que las advertencias de la

40 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

naturaleza» (Plinio, HN, II; 53). La permanente interrogación sobre la natu-


raleza, la progresiva indagación racional sobre ella, el recurso al método, de-
finen las nuevas condiciones intelectuales que hicieron posible establecer los
perfiles de un saber crítico de la Naturaleza. Entre esos saberes se encuentra
la que ellos denominan geografía. La geografía de los griegos, en la época clá-
sica, identifica una original propuesta de representación del mundo terrestre,
del microcosmos, en el marco de la filosofía natural y del macrocosmos.
En el magma de las reflexiones que delinean la Filosofía de la Natu-
raleza de los griegos, la construcción de una representación reconocida, la
puesta a punto de un lenguaje, resultan de un largo proceso de varios si-
glos. Surge de propuestas de distinta índole, de mutuas críticas, que reco-
gen los autores conocidos, de opciones dispares. De ahí el perfil complejo
que presenta la llamada geografía en el mundo clásico. Que no podemos
identificar con una disciplina, al modo actual, sin caer en un notable ana-
cronismo.
La formalización de una representación de la Tierra se perfila en una
doble dirección: primero, la identificación de la Tierra como objeto celeste,
con el conocimiento de sus dimensiones y su configuración superficial; se-
gundo, la consideración práctica de este cuerpo como el soporte o bastidor
de la acción humana, el escenario de las actividades humanas. El uno vin-
culado a la determinación de las características de la Tierra, como cuerpo
celeste, que distingue la labor de los grandes astrónomos y matemáticos
griegos. El otro referido a la organización territorial de la superficie terres-
tre habitada, lo que los griegos denominaron Ecúmene. El primero en es-
trecha relación con la Astronomía y el estudio del cosmos y por consi-
guiente con el recurso a la Matemática y Geometría. El segundo más cerca
de las preocupaciones y análisis de la Historia y de la praxis política.
La primera representa una de las grandes aportaciones del pensa-
miento racionalista griego y de una actividad de elucubración y cálculo
científico de excepcional anticipación. Se manifiesta en propuestas tan sig-
nificativas como la forma esférica de la Tierra y el cálculo de sus dimen-
siones, muy cercanas a la real. De tales presupuestos derivan las hipótesis
sobre diversos fenómenos físicos de carácter geográfico.
Ellos proponen la estructura zonal en torno al Ecuador, así como la
gradación en climas, o intervalos de latitud. Propuestas o hipótesis, algunas,
de indudable osadía, cuya manifiesta contradicción con las evidencias de la
observación cotidiana hizo difícil de aceptar, y sin duda influyó en su aban-
dono posterior. Las hipótesis sobre la esfericidad de la Tierra y la simetría
de las zonas respecto del Ecuador se le hacía cuesta arriba a Herodoto. Un
autor que no parece un espíritu oscurantista o tradicional.
La segunda suponía una propuesta de indudable novedad y eficacia:
formalizaba una representación geográfica de la tierra como contenedor y
soporte de las acciones humanas. Poseía innegable trascendencia, porque
establecía una relación entre estos dos componentes, el espacio terrestre y
la actividad humana. Hacía posible analizar o contemplar la actividad hu-
mana sobre su escenario, en el sentido más literal o habitual de represen-
tación. No es una propuesta independiente de la anterior. Estaba ampara-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 41

da por el desarrollo contemporáneo de la geometría por Euclides y por la


propuesta del sistema de meridianos y paralelos. Una y otra permitían una
definición precisa de la escena, y una ubicación exacta, en teoría, de los ac-
tores en un espacio neutro.
La coincidencia de estas aportaciones en el tiempo y con la propuesta
de identificar esta representación del espacio como Geografía garantizaron
la consolidación de esta denominación y el arraigo de la misma. Fue capaz
de sobrevivir a un largo período de fragmentación, aislamiento e incomu-
nicación relativas, que afecta a las sociedades mediterráneas. Lo que los au-
tores griegos legaron es un notable y continuado esfuerzo intelectual. Pero
sobre todo legaron una imagen, una idea, una representación de la Tierra
en su doble condición de cuerpo celeste y de espacio de los hombres. Les
movía la pasión por el saber.

2. La geografía: la construcción de una imagen para la Tierra

El término geografía aparece entre los griegos en el siglo III antes de la


Era, utilizado para identificar la representación gráfica de la Tierra, su ima-
gen o pintura. Éste es el sentido que le da Eratóstenes, el primero en utili-
zar ese vocablo con ese objetivo. Es el empleo más usual que se mantiene
con posterioridad en el mundo antiguo hasta avanzada la edad moderna. La
geografía equivale a representación cartográfica, de tal modo que hacer geo-
grafía equivale a diseñar cartas o mapas (graphontes tas geographias) según
evidencia Gémino (Gémino, 1975). Es la acepción que utiliza Ptolomeo y
por ello es la que se generaliza en el siglo XVI, como muestra Alonso de San-
ta Cruz, que identifica geografía con pintura.
Se sustenta en una concepción de la Tierra, planteada en el siglo v a. E.,
que la concibe como un cuerpo esférico, de acuerdo con las observacio-
nes que se habían recogido en el análisis de los eclipses. Y en una técnica
de representación de la superficie del globo mediante un sistema de coorde-
nadas, que permitía dividir la superficie terrestre en áreas latitudinales, las
zonas o climatas. Para ello, los griegos habían tenido que resolver el pro-
blema de la determinación de la latitud y longitud, a partir de la observa-
ción empírica, de la reflexión teórica y del cálculo matemático. La curiosi-
dad y la reflexión les condujo también a racionalizar sus experiencias del
espacio terrestre, sobre todo físicas, en una serie de imágenes geográficas,
cuya validez nos las hacen familiares.

2.1. LA RACIONALIZACIÓN DE LA EXPERIENCIA: CONCEPTOS E IMÁGENES

Los griegos construyen, de forma progresiva, durante varios siglos, una


representación o modelo de la Tierra, como cuerpo celeste y como espacio.
Imágenes y conceptos que hoy seguimos manejando. Nuestra imagen de la
Tierra como un cuerpo esférico, con sus polos y ecuador, meridianos y pa-
ralelos, zonas terrestres, continentes y océanos, entre otras imágenes geo-

42 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

gráficas, arraigadas en nuestra cultura, es creación suya. Conceptos clave


de nuestro saber geográfico surgen como un producto de sus lucubraciones
racionales e indagaciones empíricas.
Los griegos introdujeron la división del globo terráqueo en zonas, de
acuerdo con su naturaleza esférica, determinadas por el desplazamiento so-
lar a lo largo del año y relacionadas, por ello, con los grandes círculos ce-
lestes: «Pertenece propiamente a la geografía la declaración de que toda la
Tierra es esférica, así como el mundo, y la aceptación de las secuelas que
se siguen de esta hipótesis, entre las cuales, una de ellas es que la Tierra
está dividida en cinco zonas» (Estrabón, II, 2,1).
Una hipótesis que los griegos atribuían a Parménides. Desde la Equi-
noccial o Ecuador, a los Trópicos y desde éstos a los Círculos Polares, per-
mitía establecer y diferenciar las distintas franjas de latitud, acordes con di-
chos círculos celestes: tórrida, comprendida entre ambos Trópicos, a un
lado y otro del Ecuador; templadas, entre los respectivos Trópicos y Círcu-
los Polares, en cada hemisferio; y glaciares, para el área determinada por
cada Círculo Polar y el Polo respectivo.
Se extendió entre los griegos la idea del carácter inhabitable de la
zona tórrida y las dos polares, por sus caracteres térmicos. La una por ex-
ceso de calor, que consideraron debían producirse en el ámbito de máxima
perpendicularidad de los rayos solares. Las otras por lo extremado del frío
y los hielos; opinión que llegó a prevalecer, inducidos por el desconoci-
miento que el mundo clásico tuvo de estas zonas. En mayor medida, por
los prejuicios de carácter cultural, que contribuyeron a asentar esa creen-
cia, respaldada por la autoridad de Aristóteles y apoyada en la lucubración
intelectual.
Sin embargo, otros autores ponían de manifiesto los argumentos ra-
cionales a favor de su habitabilidad, y destacaban las evidencias de su ha-
bitación, como hacía Gémino, en el siglo i antes de la Era: «no se puede
pretender que la zona tórrida esté deshabitada; hoy se ha penetrado en mu-
chos sectores de la zona tórrida y, en general, se encuentran habitados» (Gé-
mino, 1975). Se apoyaba, entre otros, en el testimonio de Polibio, autor de
una obra titulada Sobre las regiones equinocciales, en la que el historiador
se refiere a testigos que habían llegado a tales áreas.
Introdujeron la noción de clima: es decir, de latitud, identificada por la
altura del Sol sobre el horizonte en un determinado lugar. Y en relación con
esa noción, la de climas, es decir, intervalos de latitud o zonas latitudinales.
El clima designaba, para los griegos, una banda de latitud determinada, en
principio, por la duración, en horas, del período más largo de iluminación
solar, a lo largo del año. Corresponde, por tanto, con el solsticio de verano
en el hemisferio boreal. Lo que proporcionaba climas de distinta dimen-
sión. Es el concepto que utiliza Ptolomeo y antes que él Estrabón.
Hiparco introdujo el clima de dimensiones regulares asociado a la di-
visión del círculo máximo terrestre en 360 partes iguales, equivalentes a un
grado de 700 estadios. Sin embargo prevaleció, en cuanto a la división en
zonas o climas, la referencia a la duración del día de mayor número de ho-
ras de luz solar.
De este modo dividieron el mundo conocido por ellos en siete grandes
climas. Por regla general, cada clima correspondía al tramo de latitud en el
que la diferencia en la duración del día solar más largo, entre sus distintos
lugares, era inferior a media hora. Cada uno de estos climas recibió nom-
bre de una destacada localidad ubicada en él: Meroe (actual Jartum, Sudán),
para el «clima de Meroe», o primer clima. El «clima de Siene», recibía su
nombre de Siene, que corresponde a la actual Asuán, en Egipto, a la altura
del Trópico de Cáncer. Alejandría, Rodas, Bizancio, Boristenes (nombre anti-
guo del río Dnieper), a cuya desembocadura se refieren los griegos, y mon-
tes Ripheos (de ubicación problemática, en el centro-norte de Rusia), dis-
tinguían el resto de los siete grandes climas o zonas de latitud, con dife-
rencias de media hora en la duración del día más largo o día del solsticio
de verano.
Este procedimiento es el que, a través de Ptolomeo, se transmite en la
Edad Media y el que se recoge en el siglo XVI. Los viajes de los europeos al-
teraron sustancialmente el mundo conocido e impusieron la revisión y el
desarrollo del esquema clásico. Es lo que señalaba Alonso de Santacruz, al
indicar «que no siete climas, como los antiguos geógrafos imaginaron, mas
veynte e quatro muy rectamente pornemos (pondremos) desde la equinocial
(ecuador) hazia cada polo y hasta el círculo más próximo a él, donde los
que lo tienen por zénith tienen un día natural de veinte e cuatro horas con-
tinuas sin noche, porque desde allí hasta llegar al polo se pierde la consi-
deración de día artificial».
Una imagen de la tierra, con su círculo equinoccial o Ecuador, con sus
paralelos y con su círculo máximo o meridiano, «que pasa por los polos y
por el zenit; cuando el sol se encuentra en este círculo es mediodía». De ahí
el nombre que recibían, en griego, tanto el meridiano como el punto cardi-
nal correspondiente al mediodía: mesembrino.
La Tierra, con su Ecuador o línea equinoccial (en realidad, en griego
alude a la igualdad de los días y por ello se denomina Isemera), con sus Tró-
picos de Cáncer y Capricornio, con sus círculos polares -Ártico y Antárti-
co-, y polos, con su eje, que une los polos, responde a una imagen elabo-
rada por los griegos. Deriva de la representación del cielo o mundo como
una esfera cuyo centro era la Tierra, según la concepción de Anaxímenes.

44 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Una representación convertida en nuestro marco universal de la Tierra


como cuerpo celeste.
De forma similar elaboran los griegos una primera imagen o represen-
tación de los puntos cardinales y, en relación con ella, del sistema de vien-
tos. Los puntos cardinales aparecen en todas las sociedades y todas ellas po-
seen, asimismo, una más o menos desarrollada rosa de los vientos, que sir-
ve para completar el sistema de los puntos cardinales. Los vientos domi-
nantes, identificados por el punto de procedencia, permitían señalar los
puntos cardinales.
Proporcionaban una red de referencia que, por su propia naturaleza,
tenía un carácter local. Un esquema básico de la circulación atmosférica
que los griegos primero y los romanos después, convierten en un sistema
de referencia geográfica de valor general para el ámbito mediterráneo.
Los vientos se convierten en referencias cardinales o sistemas de orien-
tación.
Una rosa de los vientos, por tanto, de raíz empírica. Iniciada con los
cuatro vientos cardinales -la salida y puesta del Sol constituyó el eje de
referencia primario-, completado por el curso intermedio del astro, el me-
diodía, perpendicular al primero. Para los griegos, el Eos, es decir, la Au-
rora, o el Alba, identificó el punto cardinal de la salida del Sol, que los grie-
gos llamaban apeliotas; del mismo modo que el Céfiro, correspondía al pun-
to cardinal de la puesta solar; el viento Noto, «viento de lluvia,,, que pro-
cedía del mar, permitió ubicar el mediodía, o Mesembrino; el Bóreas, el
viento de las montañas, situadas al norte, sirvió para identificar el punto
cardinal, el Arctos, es decir, la Osa, que marcaba la dirección polar. Pro-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 45

porcionaron los cuatro puntos cardinales. El nombre de los vientos pasó a


indicarlos: boreas el Septentrión; eos el Levante, noto el Mediodía, céfiro el
Occidente.
La percepción empírica de la variación que la puesta y ocaso del Sol
presentaba en las estaciones del solsticio respecto del equinoccio permitió
enriquecer los cuatro puntos cardinales con otros cuatro. Son los corres-
pondientes a los denominados oriente de verano (theriné anatolé), identifi-
cado por la salida del Sol en el solsticio estival, intermedio entre el Bóreas
y el Eos, y conocido como Cesias o Boreas. El Euro, que sopla desde el
oriente de invierno (xeimeriné anatolé), localizado entre Apeliotas y Noto.
Liba -viento de lluvia-, identificado con el occidente de invierno (xeimeri-
né dysis), o puesta del Sol en el solsticio de invierno, ubicado entre Noto y
Céfiro. Argestes, «el viento que escampa», viento del occidente de verano
(theriné dysis), intermedio entre Céfiro y Bóreas.
Rosa de los vientos que, con leves retoques, mantienen los romanos,
con su propia nomenclatura, pero de estricta equivalencia a la griega: sub-
solanus, vulturnus, austrus y africo, favonius y corus, aquilon y septentrion.
Sintetizaba la experiencia empírica del mundo antiguo, en el marco del Me-
diterráneo, como resaltaban los autores del siglo XVI . Los doce vientos que
compusieron la rosa de los vientos más compleja del mundo antiguo, aun-
que el uso habitual no utilizó, por lo general, más que los ocho básicos,
como indicaba Plinio.

2.2. LA GEOGRAFÍA COMO REPRESENTACIÓN: LA IMAGEN CARTOGRÁFICA

Son las imágenes y nociones que dan forma a una representación o


idea de la Tierra y de la superficie terrestre. Imágenes y nociones que cons-
tituyen el modelo con el que entender e interpretar el mundo conocido, de
acuerdo con un esquema inteligible y racional, como cuerpo celeste y como
espacio terrestre. En este último aspecto hacía posible ubicar los lugares de
la Ecúmene según su posición en longitud y latitud y perfilar el contorno
de tierras y mares, esbozar el trazado de cursos de agua y montañas, de
forma objetiva. Permitía colocar los lugares. Era factible presentar esas imá-
genes en un marco abstracto; dar forma visible a las mismas. O lo que es
lo mismo, construir una imagen gráfica, una pintura de la Tierra.
Los griegos construyeron una elaborada representación de la Tierra
como cuerpo celeste, que se traduce también en la imagen de la superficie
terrestre, de sus partes, de su distribución y de algunos de sus rasgos o ca-
racteres. Vinculados, unos con sus circunstancias astronómicas y, otros, con
su naturaleza física. Una orientación que se encuentra en el origen de la geo-
grafía como saber. Distingue a numerosos autores de la Antigüedad, para
los que la Tierra aparecía como un objeto celeste. La geografía se percibe
como el saber destinado a medir y valorar sus dimensiones como cuerpo
celeste y determinar la ubicación de las regiones y áreas que la componen.
Es decir, a proporcionar su imagen gráfica, su representación o pintura, de
forma rigurosa.
la Antiguedad, la imagen de la tierra como un cisco, según aparece en los
autores antiguos, como Homero. Entendieron que las tierras conocidas for-
maban a modo de una gran isla rodeada por el océano universal o exterior
y dividieron el espacio terrestre conocido en tres grandes unidades o conti-
nentes: Europa, Asia y Libia (África). El límite entre las primeras lo esta-
blecieron a lo largo del río Tanais (el Don actual), mientras la separación
entre Asia y África la establecía el río Nilo, de tal modo que las tierras al
oriente del río formaban parte del continente asiático. El mediterráneo era
el eje de esta masa de tierras, cuyos bordes exteriores conocían mal y cu-
yos contornos, por consecuencia, eran imprecisos y vagos.
La teoría de la esfera para la Tierra, y para el mundo, es decir, para
el espacio celeste, proporcionaba un marco teórico decisivo: permitía uti-
lizar la geometría y la matemática para indagar en los fenómenos natura-
les relacionados con la naturaleza de cuerpo celeste de la Tierra. Es lo que
evidencia la obra de Aútólicos de Pitana, un autor del siglo iv antes de la
Era, dedicada precisamente a La esfera en movimiento: las salidas y pues-
tas del sol (Aújac, 1979). Permitía también abordar el cálculo de las di-
mensiones terrestres y hacía posible elaborar una nueva imagen para el
mundo, una representación rigurosa del mismo, aplicando los conoci-
mientos astronómicos y matemáticos que los propios griegos impulsan en
esa época.
Eratóstenes, inventor del término que distinguía este tipo de objetivo,
es el que elabora y aplica el método para evaluar las dimensiones del globo
terráqueo y trata de ubicar las tierras conocidas en una representación. En
el marco cultural e intelectual de la filosofía griega, a partir de la hipótesis
de la esfericidad de la Tierra, su cálculo reposa sobre un ejercicio racional de
carácter matemático y astronómico: consiste en la medida precisa de un
arco del círculo máximo terrestre o meridiano, que por deducción, permi-
tiría evaluar la de dicho círculo máximo.
Eligió, para ello, el comprendido entre Siena y Alejandría, en Egipto,
localidades que los antiguos suponían ubicadas en el mismo meridiano, y
respecto de las cuales se creía conocer la distancia que les separaba, unos
5.000 estadios (790 km), gracias a los agrimensores egipcios. A partir de
esta información, la valoración de Eratóstenes se sostenía en evaluar el arco
de meridiano que correspondía a esa distancia. Evaluación realizada me-
diante la comparación de la inclinación de los rayos solares en el solsticio
de verano en ambas localidades. Recurrió, para ello, a la sombra que se pro-
yectaba en el fondo de un pozo, medida con un instrumento puesto a pun-
to por los griegos, denominado gnomon, perfeccionado para poder hacer

En el mismo momento en que los rayos del sol llegaban al fondo del
una lectura directa del ángulo (Szabo y Maula, 1986).

pozo de forma perpendicular, y por tanto sin proporcionar sombra, en Sie-


ne (población localizada en el Trópico de Cáncer), en Alejandría se proyec-
taban con una sombra, cuyo arco calculó Eratóstenes en 7° 12'. Los 5.000
estadios o 790 km de distancia correspondían a 7° 12' del arco de meridia-
no terrestre. Medición que permitía la valoración del tamaño de la Tierra,

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 47

y de sus proporciones, de una forma teórica, de acuerdo con la geometría


de la esfera.
Según estos cálculos, el cuadrante del meridiano medía 62.500 estadios
y la longitud del meridiano terrestre ascendía a 250.000 estadios, redon-
deados por Eratóstenes en 252.000 por razones de comodidad en el cálcu-
lo sexagesimal (Aujac, 1966). Dada la longitud que se atribuye al estadio uti-
lizado por Eratóstenes (157,5 m), suponía del orden de 39.690 km para
el meridiano terrestre. Un valor de extraordinaria precisión, puesto que el
círculo ecuatorial mide 40.120 km. En base a la teoría de la esfera y al
cálculo matemático, Eratóstenes había podido determinar, con un muy alto
grado de aproximación, las dimensiones de la Tierra.
Las noticias de los navegantes y viajeros hacían factible el tratar de es-
tablecer también las dimensiones del espacio habitado conocido por los
griegos. Es decir, el área entre el borde occidental de Iberia y Terne (Irlan-
da), y el extremo de la India, al este. Incluso posibilitaba establecer el al-
cance de los límites más difusos, ártico y meridional del Ecúmene, tierras
mal conocidas o desconocidas para los griegos, y completar con ello las di-
mensiones de la Tierra con la ubicación y dimensión de las tierras y mares.
El cálculo de las dimensiones proporcionaba una distancia desde el
Ecuador hasta la isla de Thule del orden de los 45.750 estadios. El cálcu-
lo tenía carácter teórico apoyado en los datos empíricos de Pytheas, un
navegante marsellés. Los viajes de éste, un par de siglos antes, ubicaban
a Thule a unos seis días de navegación del extremo septentrional de las Is-
las Británicas. Corresponde, aproximadamente, a unos 3.600 estadios,
poco más de 5° de latitud, lo que situaba a Thule en el paralelo 65° N, al
borde del Círculo Polar. Cálculo que estaba de acuerdo con las considera-
ciones que atribuían a este lugar una inmediata proximidad al mar hela-
do y al punto en que el día artificial desaparece, según las observaciones
de Pytheas.
De Oeste a Este, las noticias de los navegantes y las informaciones
aportadas por las conquistas de Alejandro Magno permitieron a Eratóste-
nes localizar y dibujar el perfil del mundo conocido entre Iberia y la isla de
Trapobana (Ceilán o Sri Lanka), finisterrae oriental. Eratóstenes atribuyó al
ámbito comprendido entre el extremo occidental de Iberia y el oriental de
la India 78.000 estadios, a lo largo del paralelo 36° (que corresponde a Ro-
das) considerado como el círculo de referencia por los antiguos, desde que
lo propusiera Dicearco. Esa distancia equivale a unos 12.285 km, unos 111°.
Datos empíricos aproximados, cálculos matemáticos precisos e ideas o
prejuicios aceptados, permitieron a Eratóstenes construir una imagen con-
sistente del globo terráqueo y del Ecúmene. Sin embargo, carente de un sis-
tema de localización por coordenadas precisas, ubicó las tierras conocidas
de acuerdo con un conjunto de líneas meridianas y latitudinales, que per-
mitían estructurar la superficie de la Ecúmene en grandes rectángulos, que
él denominó esfrágides, término recogido de los agrimensores egipcios. Con
este recurso era posible ubicar las tierras y establecer una malla para la des-
cripción de los países y pueblos. Carecía, en cambio, de un método de ubi-
cación de cada lugar terrestre.

48 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

Se superaban las representaciones precedentes, más intuitivas que ri-


gurosas. Establecía las premisas para la representación precisa del espacio
terrestre y, con ello, las bases de una cartografía del mundo conocido. Ésta
cristalizará en el momento en que se adopte el sistema de coordenadas geo-
gráficas, en relación con un procedimiento preciso para la determinación de
la latitud y longitud, y se resuelva el problema de la representación de la su-
perficie esférica terrestre en un plano, es decir, con un sistema de proyección.
Una y otra cuestión de carácter teórico y de orden práctico fueron plantea-
das por los griegos de la etapa clásica y para una y otra dieron respuesta.
La formulación desarrollada y moderna del sistema de coordenadas
corresponde a Hiparco de Nicea, un siglo después de Eratóstenes, con la
introducción de la longitud y latitud, como determinaciones para la locali-
zación de los diversos puntos de la superficie terrestre. Los griegos descu-
brieron que el cálculo de la longitud estaba en relación con la diferencia
horaria entre dos puntos de la superficie terrestre y que esa diferencia hora-
ria se podía evaluar por medio de la observación de determinados fenómenos
celestes, entre ellos los eclipses. El principal obstáculo para su realización
provenía de la insuficiencia instrumental para la medida del tiempo, obstácu-
lo que perdurará hasta el siglo XVIII.
De forma similar, relacionaron la latitud con la altura del polo sobre
el horizonte o con la altura del Sol, es decir, el ángulo que sobre la ver-
tical de un lugar presenta la posición relativa del Sol. Habían observado
la variación que a lo largo del año se producía, sobre el meridiano, en la
duración del período de iluminación diaria, entre el máximo del solsticio
de verano y el mínimo del solsticio de invierno y habían medido esa du-
ración en horas y fracciones de hora. Método utilizado para definir los
distintos climas, según hemos visto, de acuerdo con la duración del día
más largo en cada zona o clima. Hiparco establece una relación o ratio
entre la duración máxima y mínima del día para el cálculo de la latitud
de cada lugar.
El hallazgo intelectual y empírico esencial procede de la hipótesis de
utilizar esa variación del período de iluminación para determinar la posi-
ción en latitud de un lugar y de la elaboración de un procedimiento depu-
rado para conseguirlo, así como de los instrumentos y medios para facili-
tarlo. Entre estos instrumentos se encuentra el gnomon, especie de cua-
drante solar (similar a un reloj solar), y el astrolabio.
El método se basaba en el cálculo del equinoccio (el día del año en que
el período de luz solar es igual al período sin luz solar, de tal modo que el
día y la noche tienen la misma duración), información que no podía obte-
nerse de forma directa, por la observación de la sombra, como en el caso
de los solsticios. Las únicas observaciones empíricas disponibles eran las
del día más largo y el más corto, obtenidas por medio del gnomon, en rela-
ción con la sombra proyectada por éste, máxima en el solsticio de invierno
y mínima en el de verano.
La evaluación del día equinoccial sólo se podía hacer de modo deduc-
tivo, por medio de la geometría y la matemática, a partir de las longitudes
de la sombra mayor y menor y de la proporción de las mismas con la vari-

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 49

lla del gnomon que proyectaba la sombra. Con el auxilio de la trigonome-


tría, aplicada a un conjunto de triángulos formados por las líneas de la som-
bra equinoccial, el eje del gnomon y el meridiano, es posible el cálculo del
ángulo que indica la altura del Sol sobre el horizonte y, por tanto, la latitud
de un lugar.
La elaboración de tablas detalladas, con los valores angulares y su co-
rrespondientes valores latitudinales, facilitó el uso de los instrumentos y la
determinación de la latitud, sin necesidad de recurrir a los cálculos mate-
máticos en cada momento y en cada caso. Por la vía múltiple de la refle-
xión teórica, del cálculo matemático renovado y de la observación empíri-
ca, los astrónomos y matemáticos griegos hicieron posible abordar el pro-
blema de la representación de los lugares terrestres de una forma rigurosa.
Es la gran contribución de Hiparco, inventor, en cierto modo, de la trigo-
nometría, y el primero que la aplica al cálculo de las latitudes geográficas.
De forma contemporánea, los filósofos griegos plantean y resuelven el
problema de la proyección de una superficie esférica en otra plana. La pro-
yección equiangular que, conservando el valor de los ángulos esféricos en
el plano, desplaza la máxima deformación de las superficies hacia los bor-
des del mapa, corresponde a los griegos clásicos. Es decir, la primera pro-
yección de tipo conforme para la representación de la superficie terrestre.
De igual modo que proponen la proyección cónica polar, que hará popular,
siglos más tarde, Ptolomeo. El sistema de proyección, más el de coordena-
das geográficas, hacía posible la representación de la superficie terrestre y
de las tierras conocidas, así como la localización de los pueblos y lugares
en ella. Este último es el objetivo de Marino de Tiro y, sobre todo -como
máximo exponente o más conocido, de esta corriente-, de Ptolomeo.
Ptolomeo (90-168 de la Era) es un astrónomo y matemático nacido en
Egipto, que vivió y trabajó en Alejandría, el gran centro intelectual del
mundo clásico. Su concepción del sistema solar, así como la trigonometría
para uso astronómico, que puso a punto, constituyen una síntesis del co-
nocimiento teórico y práctico del mundo antiguo. Ptolomeo reunió ese sa-
ber en los trece libros de su Sintaxis mathematica (He mathematike syntha-
xis). En ella se resumía el conocimiento matemático aplicado a la astrono-
mía y se describían y fundamentaban los instrumentos empleados en la ob-
servación de los astros, en orden a la determinación de sus posiciones.
Su indudable fama de astrónomo y matemático se complementa con
la que tiene como geógrafo, vinculada a su Geographike hyphegesis -guía
geográfica-, más conocida como Geografía o Cosmografía. Está compues-
ta por ocho libros, el primero y el último dedicados a establecer los con-
ceptos de cosmografía, geografía y topografía, así como las bases matemá-
ticas de la representación cartográfica. Incluye sus cálculos sobre la di-
mensión de la Tierra. En estos libros proporciona, de forma ilustrada, el
método de cálculo de las latitudes a partir de la altura del Sol en el hori-
zonte. Señala también las fuentes de información empírica para la elabo-
ración cartográfica y los problemas derivados del carácter de tales fuentes,
por lo general relatos de viajeros y navegantes. En el resto de los libros re-
coge, en forma de tablas, las longitudes y latitudes de un gran número de

50 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

lugares y pueblos, más de 8.000, en total. Iba acompañada por un total


de 27 mapas elaborados a partir de esos datos.
La obra tiene como objeto completar y corregir una obra similar rea-
lizada por Marino de Tiro, en el siglo i de la Era cristiana, más pobre en el
registro de lugares, pero la primera que se plantea el objetivo de una re-
presentación cartográfica apoyada en el cálculo de las coordenadas geográ-
ficas de los lugares y en la recopilación de información sobre un gran nú-
mero de ellos.
Marino de Tiro ubicaba las tierras más meridionales conocidas en Áfri-
ca -entonces denominada Etiopía-, en el hemisferio austral, correspon-
diendo con la localidad de Agesimba y el llamado Cabo Prasum. Les atri-
buía la latitud del Trópico de Capricornio. Situaba el extremo septentrional
en Thule, sobre los 63° N. Y localizaba las tierras más orientales en Sera,
Sinae y Catigara. Evaluaba Marino de Tiro la extensión de la Tierra habita-
da, de Oriente a Occidente, entre las islas Afortunadas, es decir las Cana-
rias, y las costas orientales de Asia, en un total de 225°. Es decir, casi 100°
más de la real, que resulta de unos 126 ° .
La crítica de Ptolomeo se refería a las insuficientes cautelas que acha-
caba a Marino de Tiro, en el sentido de haberse fiado en exceso de los re-
latos de los viajeros. Como consecuencia, sus cálculos de las dimensiones
del mundo habitado serían erróneos, a juicio de Ptolomeo, en particular, en
lo que concierne a los límites meridionales del Ecúmene. La ubicación de
Agesimba y el Cabo Prasum la reduce a sólo 16 ° S, equivalente a la de Me-
roe, en el hemisferio septentrional.
Con esos presupuestos teóricos y con tales datos acometió la repre-
sentación cartográfica del mundo conocido, con el perfil de sus continen-
tes, mares, e islas, y con la ubicación de sus lugares, sobre una malla de me-
ridianos y paralelos, tal y como había propuesto Hiparco. Lo hace de acuer-
do con un sistema de proyección que propone y aplica en orden a corregir
la utilizada por Marino de Tiro, en que meridianos y paralelos formaban án-
gulos rectos. Aplica la proyección cónica o pseudo polar. Son las 27 cartas
que acompañaban a su Geografía. Una imagen cartográfica del mundo co-
nocido que era la más completa del mundo clásico y que será la que llegue
al mundo islámico y a la Europa de finales de la Edad Media.
Imagen asentada sobre los cálculos y métodos de Poseidonio. Para este
autor, que realizó un cálculo de las dimensiones del círculo máximo terres-
tre alternativo al de Eratóstenes, por otros procedimientos, la circunferen-
cia terrestre medía 180.000 estadios. El Ecúmene cubría, de Este a Oeste,
unos 70.000 estadios, medidos en la latitud del paralelo 36°. Esta distancia
representaba la mitad del círculo correspondiente al paralelo de referencia,
evaluada en 140.000 estadios. Como consecuencia, los 70.000 estadios del
Ecúmene dilataban el borde oriental de Asia hasta los 177° y reducían drás-
ticamente las dimensiones del océano entre las costas asiáticas y las occi-
dentales de Iberia (Sarton, 1959). Un error determinante en los razona-
mientos de los navegantes del siglo XV , transmitido por Ptolomeo, que re-
coge el cálculo de Poseidonio y margina el de Eratóstenes, el más aceptado
en el mundo antiguo (Aujac, 1975).

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 51

Ptolomeo identifica la concepción de la geografía como representación


cartográfica desde una perspectiva puramente geométrica, de localización y
descripción, según su inicial planteamiento. Concepción que él mismo ex-
plicita: «La geografía es la descripción imitativa y representativa de toda la
parte conocida de la Tierra junto con lo que generalmente le es propio. El
objeto propio de la geografía es únicamente mostrar la Tierra en toda su ex-
tensión conocida, cómo se comporta tanto por su naturaleza como por su
posición. Ésta sólo admite descripciones generales como las de los golfos,
las grandes ciudades, las naciones, los ríos principales, y todo aquello que
merece ser reseñado en cada género» ( Geografía, I, 1).
La corografía se limitaba a «considerar los lugares separadamente
unos de otros, y a exponer a cada uno en particular con la indicación de
sus puertos, ciudades, los más pequeños lugares habitados, los desvíos y si-
nuosidades de los ríos menores, los pueblos y otros pormenores de este gé-
nero», como el propio Ptolomeo precisaba, sin duda desde una concepción
cartográfica, tanto de la geografía como de la corografía.
Para Ptolomeo, la geografía tenía este objetivo de estricta figuración o re-
presentación cartográfica del conjunto de la Tierra y de sus partes principa-
les, sus grandes rasgos en cuanto a configuración o forma, sus elementos más
sobresalientes. La que llama corografía se entiende como la representación
cartográfica de un área limitada de la superficie terrestre. No fue la única re-
presentación construida por los griegos, aunque haya sido la única conocida
y, sobre todo, la que mereció una acogida más destacada en la Edad Media.

3. La geografía de los territorios: el escenario terrestre

Desde postulados filosóficos vinculados con las corrientes estoicas y


desde el interés de los historiadores por ubicar los acontecimientos políti-
cos y el devenir de los pueblos se perfila en el pensamiento clásico un tipo
de enfoque complementario del cartográfico. Se preocupa por los territo-
rios, contempla el conocimiento geográfico desde la aplicación política, e
intuye su potencial propedéutico, formativo e instrumental. Más que la Tie-
rra, le interesa el Ecúmene.
Se siente atraído por el vínculo entre el despliegue de los actores y el
teatro del mismo, más que por las dimensiones y partes de la superficie te-
rrestre. El espacio terrestre se percibe como retablo, a modo de damero. La
imagen de la superficie terrestre como escenario se construye a partir de
esos enfoques, que tienen relación con la paralela construcción por los grie-
gos del concepto de espacio matemático o espacio geométrico, esto es, el
espacio de Euclides. Es una representación de la Tierra como escenario.

3.1. LA IMAGEN DE LA TIERRA: OTRAS PERSPECTIVAS

Los griegos aportaron también una concepción de la geografía intere-


sada en el espacio habitado y, por tanto, en las relaciones entre los diversos
orientación sistematiza y aporta una determinada Corma de ver el mundo,
una representación conceptual del espacio terrestre. Constituye una repre-
sentación del espacio habitado desde una perspectiva no cosmográfica sino
territorial. Como un discurso sobre territorio y sociedad.
Un rasgo sorprendente por su modernidad, oscurecido por su habitual
identificación con la descripción territorial o regional, con lo que, en la tra-
dición ptolemaica, se denominó corografía. Sin embargo, nada tiene que ver
con la corografía de Ptolomeo. Se trata de una reflexión no sobre los luga-
res sino sobre la Ecúmene, es decir, sobre el espacio de los hombres. Se
plantea como una reflexión o representación de los pueblos y de sus accio-
nes en el marco o escena terrestre.
Insinuado en los historiadores, desde Herodoto a Polibio, se perfila con
plenitud en las obras de Artemidoro y Poseidonio de Apamea, y, sobre todo,
en Estrabón. Muestra una percepción del espacio como un conjunto orde-
nado de territorios y lugares encajados en un bastidor terrestre hecho de re-
gularidades y de procesos. Configura el cuerpo de un discurso propiamen-
te dicho, más allá de la simple recopilación de sucesos o del mero catálogo
de pueblos y lugares.
Herodoto intenta, en una aproximación breve, la ordenación de las in-
formaciones sobre el espacio conocido en su momento. Trataba de esbozar
una representación del mundo contemporáneo, en su extensión y ubicación,
trataba de aportar una imagen de los grandes territorios y de los menores.
El autor griego recoge elementos territoriales básicos que tienen que ver
con las diferencias étnicas, con las particularidades sociales, con las singu-
laridades y regularidades del espacio. Se hace eco de las novedosas teorías
que sus contemporáneos aportaban entonces, como la esfericidad de la Tie-
rra o la sucesión simétrica de los climas, en grandes zonas.
Un atisbo de globalidad que, por lo general, queda supeditada a la per-
cepción de elementos significativos: como la estructura urbana de Babilonia,
las crecidas del Nilo y su relación con el espacio nilótico, la dinámica del
delta, entre otros. Demuestran la aparición de una nueva sensibilidad hacia
el entorno. Esa sensibilidad es la que aparece en la obra de otros historia-
dores, como Polibio. Se extiende entre los historiadores la idea de introdu-
cir el discurso histórico, es decir, el discurso político o ético, a partir de una
previa presentación -representación- del escenario terrestre habitado por
los hombres, del Ecúmene. Un planteamiento que se hará general entre los
historiadores o relatores geográficos del mundo antiguo. Es una actitud no-
vedosa que distingue la obra de autores como Poseidonio y Estrabón.
Estrabón (60 a. E.-21 d. E.) es un historiador que, al final de su vida,
se aproxima a la geografía. El discurso de Estrabón aparece como una in-
terpretación renovada de la geografía. Se trata de una reflexión sobre la na-
turaleza y el significado de la representación geográfica, que integra, tanto
la tradición geométrica o cartográfica como la física y territorial.
Es también una síntesis de los conocimientos adquiridos sobre el mun-
do conocido tras las conquistas romanas, en la vía de otras obras anteriores,
hasta el punto de que permite reconstruir buena parte del saber precedente

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 53

del que no se tiene información directa. Una indagación de notable valor y


modernidad (Aujac, 1966). En consecuencia, tiene el doble valor de formular
un nuevo enfoque para la tradicional representación geográfica y de desple-
gar una imagen actualizada de esa representación acorde con su tiempo.
Estrabón recoge de forma sistemática cuantas informaciones e hipóte-
sis se han acumulado durante los siglos precedentes acerca de la Tierra, sus
lugares, territorios y configuración espacial. Desde las noticias homéricas y
los periplos o itinerarios de los navegantes hasta las obras de los que él re-
conoce como sus antecesores, de Herodoto a Poseidonio y Polibio.
Lo hacía en el marco, en no pocas ocasiones, de lo que sin duda su-
ponía un debate no cerrado en torno a cuestiones susceptibles de interpre-
taciones divergentes. Circunstancia que condiciona lo que podemos consi-
derar el anacronismo de muchas de sus descripciones, en la medida en que
las fuentes que utiliza tienen un origen cronológico dispar. La descripción
de Estrabón no es contemporánea para el conjunto de las regiones.

3.2. ESTRABÓN: DE LA TIERRA A LOS TERRITORIOS

Su obra es un intento de ordenación que tiene un doble objetivo: ubi-


car los territorios y lugares y representarlos de una forma progresiva y se-
cuencial de acuerdo con un modelo conceptual y expositivo. Se trataba de
establecer los caracteres generales y específicos de los mismos. Se los utili-
zaba como marcos de presentación de los diversos pueblos y como escena-
rios de las acciones y acontecimientos pasados y presentes. Estrabón ex-
tiende ante el lector -lo formula de modo explícito- un discurso que ten-
drá un arraigo innegable y que, sin duda, poseía aceptación: el espacio
terrestre como retablo, como tablero, como escenario de los hechos huma-
nos. El gran retablo de la aventura humana.
Un discurso y una concepción que el propio autor explicita en la me-
dida en que relaciona conocimiento del espacio, lugares, territorios, con ac-
tividad política y ejercicio del poder. Evidenciaba la estrecha implicación
del saber geográfico con el dominio del espacio. Estrabón prescinde, en
gran medida, de la consideración de la Tierra como cuerpo celeste, es decir,
de la orientación cosmográfica y geométrica de la geografía, que prevalecía
en las representaciones geográficas hasta entonces.
El fundamento matemático o geométrico tiene para Estrabón la finali-
dad de situar adecuadamente y delimitar con la mayor precisión posible los
territorios. Son éstos su verdadero objeto, el objeto de la geografía que pro-
pone. Estrabón reduce esas materias al papel de conocimientos necesarios
y convenientes para el geógrafo.
Lo hace porque distingue la geografía del simple saber descriptivo de
los itinerarios, faltos de fundamento riguroso: «Así ha ocurrido que los que
se han ocupado en describir los puertos y los denominados periplos han rea-
lizado una investigación incompleta por haber dejado de lado todo aquello
que se refiere a las matemáticas y a los fenómenos celestes que convenía
haber añadido» (I, 1, 21).

54 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

La conveniencia e incluso necesidad, de tales conocimientos por parte


del geógrafo, no suponen, para Estrabón, su preeminencia y mucho menos
su exclusividad. Constituyen conocimientos subordinados, exigidos porque
la consideración global de la Tierra como tal, de las condiciones de su ocu-
pación y de las características que lo explican pueden justificar el recurso a
los mismos. Una concepción de la geografía que, de forma matizada pero
nítida, establece los límites con lo que era, hasta entonces, dominante. Se
tendía a asociar esta disciplina con su expresión más astronómica o, como
entonces se decía, matemática, limitada al cálculo y valoración de las di-
mensiones de la Tierra, de sus círculos y climas.
Reivindicó la autonomía de la geografía, en la medida en que ésta debe
contar con su propio objeto, objetivos y método, diferentes de los que aqué-
llas poseen. Reivindicó otros conocimientos, referidos a «lo que se encuentra
sobre la Tierra, por ejemplo, de los animales, de las plantas y de todo lo útil
o nocivo que contiene el mar y la tierra»; en la senda de la obra de Posidonio.
Esta ruptura del cordón umbilical de la geografía que le mantenía su-
jeta a sus orígenes supone la propuesta de una geografía desvinculada de
los métodos y enfoques de la astronomía. La geografía, para Estrabón, no
trata de la Tierra-planeta sino de la ocupación de la Tierra por los huma-
nos. Es lo que desarrolla en su Geografía, cuyos 17 libros proporcionan una
i magen del mundo contemporáneo, el mundo conocido, Ecúmene, que era
el que debía abordar la geografía, en palabras del propio Estrabón, y una
justificación del discurso geográfico, que ocupa los dos primeros libros.
La Geografía, para el autor de Amasya, trata de la Tierra habitada (Ge
Ecúmene) y no de la Tierra como cuerpo celeste: «Porque lo que pretende
el geógrafo es exponer las partes conocidas de la Tierra» (II, 5, 5). Intenta
explicar las acciones humanas en relación con el marco o escenario en que
se desenvuelven. Tiene en cuenta los caracteres naturales y los factores po-
líticos que subyacen en el desarrollo histórico: «en unos lugares se dan bue-
nas condiciones y malas en otros, y distintas conveniencias e incomodida-
des, en parte debidas a la naturaleza del lugar y en parte a causa del tra-
bajo humano, será necesario declarar la naturaleza de los lugares, puesto
que estas características son permanentes, mientras que pueden variar las
que son añadidas. Sin embargo, también entre éstas habrá que mostrar
aquellas que pueden permanecer por mucho tiempo» (II, 5,17).
Perfila Estrabón, aunque no lo destaca, el vínculo del conocimiento geo-
gráfico con la duración, con la persistencia, separándolo de lo contingente
o pasajero. La idea de lo geográfico como el ámbito de las constantes, que
tan profundamente ha marcado el pensamiento y la cultura geográficos
aparece en su obra.
Para el autor griego la geografía es una disciplina de valor político o,
en mayor medida, una «disciplina que pertenece en gran parte al dominio
de lo político» (I, 14). «Toda la geografía es una preparación para las em-
presas de gobierno pues describe los continentes y los mares internos y ex-
ternos de toda la Tierra habitada» (I, 16). Una dimensión práctica explícita
en que la geografía se concibe como «una preparación para las empresas de
gobierno».
LASCULTRASDEL SPACIO,LASCULTRASGEORÁFICAS
Éstas no pueden ser indiferentes al conocimiento del espacio, «porque
se podrá gobernar mejor cada lugar si se conoce la amplitud y ubicación
de la región y las diferencias que posee, así en su clima como en sí misma»
(I, 16). Como conocimiento práctico, de interés, por «aquella razón de que
la mayor parte de la geografía se refiere a las necesidades del Estado».
La utilidad del conocimiento desde una perspectiva política representa
para Estrabón la justificación de la geografía. Esta imbricación de lo geo-
gráfico con el poder se fundamenta en lo que representa el núcleo de lo que
constituye el discurso geográfico de Estrabón: la concepción de la superfi-
cie terrestre de la Tierra, como el sustrato o escenario de las acciones hu-
manas, «porque el lugar donde se realizan las acciones es la Tierra y el mar
que habitamos». Su representación se perfila como escenario, es decir,
como vinculación de escena y actor. La Tierra como retablo, el retablo de
las maravillas humanas.

3.3. LA ESCENA TERRESTRE: EL RETABLO HUMANO

De ahí la estructura de su obra. Sus dos primeros libros están dedica-


dos a lo que podemos considerar la teoría y el método de la geografía. En
ellos, a través de la crítica de la obra de sus principales antecesores, trata
de depurar el objeto de la representación geográfica y el método apropiado
para su desarrollo. En ellos discute y postula una cierta orientación y na-
turaleza para la geografía. Interesado por los actores y las acciones huma-
nas, en relación con su formación estoica, se interesa por el marco o esce-
nario en que aquéllos ejercen y en que éstas se desarrollan.
Lo que Estrabón reclama es la posibilidad de un saber riguroso, lógi-
co, de rango por tanto filosófico. La filosofía identifica el conocimiento ba-
sado en la razón, el conocimiento crítico, y, por consiguiente, podemos
entender representa lo que hoy denominamos el conocimiento científico.
Propugna acudir, tanto a los datos empíricos, aportados por la observación
directa, propia o transmitida, como a la deducción lógica (matemática,
geométrica, etc.). Así lo formula: «Ya hemos dicho que esto se demuestra
por medio de los sentidos y del razonamiento» (II, 5, 5).
Una representación de la Tierra, pero no como cuerpo celeste sino
como «espacio» de los hombres. De ahí que haga hincapié en que la geo-
grafia trata, de modo preferente, del Ecúmene, el que corresponde a la ac-
ción o intervención de los humanos. Resalta, por consiguiente, en Estrabón,
una pretensión de circunscribir lo que es geográfico, lo que debe ser obje-
to de esa representación que es la geografía. Reivindica una geografía del
espacio habitado, hasta el punto de rechazar o desconsiderar el interés por
aquellas áreas marginales por sus condiciones de habitabilidad. Lo que le
lleva a estrechar el Ecúmene o espacio geográfico en mayor medida que lo
que proponían los autores anteriores a él, con evidente exageración pero
con innegable coherencia.
Los libros sucesivos serán, ante todo, una descripción o, más bien, una
interpretación, de los distintos territorios que componían el espacio cono-

56 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

cido y, sobre todo, el del imperio romano coetáneo. Dos criterios subyacen,
implícitos, en su trabajo: la identificación de los grandes marcos territoria-
les, por lo que prescinde de los menores, atendiendo a su ubicación y si-
tuación respecto del resto del Ecúmene. Y la caracterización de los mismos
de acuerdo con un cierto tipo de representación geográfica. Cuentan, tanto
elementos étnicos como económicos, políticos y físicos, de acuerdo con una
tradición asentada.
El proceso descriptivo o de análisis empleado muestra esta prioridad
concedida a la identificación y caracterización de los espacios territoriales.
Recurre para ello a criterios que tienen en cuenta, tanto la Naturaleza como
el grado de desarrollo de los pueblos o sociedades. Es un elemento esencial
para él, en la medida en que este componente ordenador humano compen-
sa ampliamente las posibles insuficiencias o rigores del espacio natural.
Una concepción que él mismo se encarga de resaltar en sus plantea-
mientos teóricos sobre la geografía: «Las partes que son frías y montañosas
son habitadas con dificultad debido a su naturaleza, pero cuando existen bue-
nos administradores, también se civilizan los lugares donde antes se vivía mal
y que eran presa de los ladrones.» Pondrá como ejemplo el de su país: «De
esta manera los griegos, aunque se establecieron sobre montes y rocas, sin em-
bargo vivían perfectamente debido a su previsión con respecto al gobierno, las
artes, y al conocimiento de todo lo que es necesario para vivir» (II, 5, 26).
Estrabón constituye el mejor exponente del esfuerzo intelectual por de-
finir este tipo de representación geográfica. Es el que mejor ilustra el trán-
sito del simple saber práctico sobre el espacio a la elaboración de una re-
presentación específica del espacio, a través del discurso. No sólo por el
contenido de su obra sino por el esfuerzo que realiza por delimitar dicha
representación. Quiere liberarla de las ataduras o dependencia de otras ra-
mas del saber, desde la astronomía a la geometría, que condicionaban el sig-
nificado de la geografía en los autores precedentes.
Por ambas vías, por la de la consideración de la Tierra como cuerpo
celeste y por la de una concepción del espacio terrestre como escenario de
la acción humana, los griegos construyen una elaborada representación
de la Tierra. Ésta aparece como una entidad o unidad, a la que otorgan ras-
gos y caracteres definitorios y descriptivos.

4. Imagen y representación del espacio terrestre

Crearon una imagen de la Tierra que permanecerá con posterioridad.


Propusieron una representación del planeta que sustenta la cultura occiden-
tal durante siglos. La Tierra como cuerpo esférico, al que proporcionan di-
mensiones, con sus variaciones latitudinales, con su constitución en grandes
áreas terrestres o continentes, con sus océanos y mares, con su perfil y for-
mas, con sus zonas y climas. Elaboraron un discurso sobre la Tierra que for-
ma parte de nuestro saber cultural. Construyeron imágenes para representar
el espacio terrestre. Dieron forma a prácticas intelectuales que se han man-
tenido y suscitaron una conciencia geográfica asociada a esa representación.

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 57

Un geógrafo, Van Paasen, señalaba, con acierto, cómo ha sido y es la


existencia de esta conciencia geográfica precientífica -que él atribuía a
la propia naturaleza humana-, la que sustenta la posibilidad del desarro-
llo de la geografía. Como él apuntaba, «geógrafos y ciencia geográfica sólo
pueden existir en una sociedad con sentido geográfico». Este sentido geo-
gráfico, este hábito intelectual de manejar representaciones sobre la Tierra,
forma parte de la herencia grecolatina. Es evidente que el arraigo de una
cultura geográfica como la creada por los griegos constituye un factor im-
portante en la aparición de un proyecto moderno de geografía. Es lo que
magnifica la herencia griega.

4.1. LA HERENCIA GRIEGA: LA CULTURA GEOGRÁFICA

Propusieron y desarrollaron todo un cuerpo semántico y una estructu-


ra narrativa para la descripción de ese objeto inventado, que es la Tierra
como representación. Por un lado con una terminología acuñada cuya vi-
gencia cultural es patente: esfera terrestre, círculos terrestres, paralelos, me-
ridianos, zonas terrestres asociadas con la variación de la luz solar y el gra-
do térmico, latitud y longitud, climas; complementados, a escala terrestre
con continentes, penínsulas, deltas y meandros, que componen, entre otros
muchos, ejemplos de esa construcción e imagen.
Esferas, planisferios, mapamundis, proyecciones, en definitiva, la cons-
trucción cartográfica como una representación racional y convencional de
la Tierra y de los espacios terrestres, como una imagen que trasciende la ex-
periencia directa. La representación basada en la racionalización de la ob-
servación empírica y en la lucubración teórica y matemática. Abrieron un
gran horizonte intelectual y práctico y abrieron muchas de las cuestiones
que han acompañado la indagación racional del espacio terrestre. Dieron
una imagen a la Tierra.
Ptolomeo identifica, en la tradición cultural de Occidente, la imagen de
la Tierra como un conjunto ordenado de lugares, definidos por su posición,
y con ello la representación cartográfica del espacio terrestre, en diversas
escalas. El conjunto de la Tierra -que él identifica con la geografía-, y las
escalas regional y local -que vincula con la corografía y topografía-.
Siempre entendida como una representación cartográfica. Estrabón, en
cambio, es el geógrafo que proyecta la representación como un discurso.
Elabora una narración sobre ese espacio terrestre, sus partes y lugares. Lo
hace desde la perspectiva de quienes los ocupan y usan, habitantes activos
del escenario terrestre. Perfiló uno de los componentes más caracterizados
de la cultura geográfica occidental.
Lo sorprendente es el desconocimiento y escasa repercusión, por tan-
to, de su obra y propuesta. Es ignorado por Ptolomeo y, lo que resulta más
notable, por Plinio el Viejo. Ni griegos ni romanos conocieron su obra o ha-
cen mención de ella (Sarton, 1959). Pasa desconocida también para la so-
ciedad medieval. En Europa occidental no se conocerá hasta el siglo XV, a
partir de los manuscritos bizantinos.

58 LOS HORIZONTES DE LA GEOGRAFÍA

La geografía clásica responde a ese esfuerzo de reducir a un esquema in-


teligible el mundo complejo de las experiencias empíricas, y de las prácticas
espaciales, en lo que atañe a la Tierra. Una propuesta cuya validez se mani-
fiesta en el arraigo que consigue, que convierte la herencia grecolatina en el
marco cultural de nuestro saber sobre el espacio. Legaron un notable patri-
monio intelectual cuya transmisión presenta una evolución compleja desde fi-
nales del mundo antiguo al momento de fundación de la geografía moderna.

4.2. LA REPRESENTACIÓN GEOGRÁFICA: PRESERVACIÓN Y TRANSFORMACIÓN

La geografía en el mundo antiguo fue, ante todo, una obra griega, in-
cluso en pleno período de dominio romano. Lo esencial de las aportaciones
geográficas corresponden con esta tradición griega. La obra de los autores
latinos no significa más que una recopilación de datos, cuya calidad va de-
creciendo. Pierden el carácter de aportación directa, al limitarse a recoger
informaciones de muy dispar cronología, al hacerlo sin criterio crítico. Se
pierde el carácter creador, como resaltaba Plinio el Viejo. Las noticias fide-
dignas se mezclan con las fantásticas y el rigor de la exposición, propio de
los autores griegos, es sustituido por la yuxtaposición informal.
La obra De situ orbis, de un autor reputado como geógrafo, caso de
Pomponio Mela (siglo i de la Era), no pasa de ser una enumeración de lu-
gares y tierras, con escaso orden y sin concepción o concepto que la sus-
tente. Su fama no se corresponde con la calidad de su obra, en la que in-
tervienen informaciones de épocas muy diversas, escasas sobre las tierras
conocidas, más abundantes sobre los bordes del Ecúmene, aunque de esca-
sa o nula fiabilidad. Mela acepta e incorpora leyendas sin discriminación
respecto de las informaciones fidedignas.
Plinio el Viejo, incorporado por muchos autores entre los geógrafos,
porque introduce, en su Historia Natural, informaciones sobre fenómenos
que hoy interesan a la geografía, es un simple recolector de datos. En su
obra, que responde al concepto de una enciclopedia, como el propio Plinio
resalta al enunciar su objetivo: reunir todo lo que corresponde a lo que los

Entre esos conocimientos recoge los de carácter cosmográfico y coro-


griegos consideraban una «cultura enciclopédica» (encyclios paideia).
gráfico. Éstos corresponden con las tierras y pueblos de la antigüedad com-
prendidos en el Imperio romano y los existentes más allá de las fronteras
de éste. Es en mayor medida un catálogo que una verdadera representación
geográfica. Como el propio autor indica, se trata de «los lugares, habitan-
tes, mares, poblaciones, puertos, montes, ríos, extensión y pueblos que hay
o hubo», en las distintas regiones del mundo conocido, siguiendo, en bue-
na medida, a Pomponio Mela. Sin embargo, transmite la representación ge-
ográfica inventada por los griegos en sus rasgos esenciales, en la medida en
que forma parte de la cultura de su tiempo.
Es la obra de un gran erudito, que dispone de una excepcional cultu-
ra, que conoce a los autores griegos y que ha acumulado una considerable
experiencia en la administración pública y en la política. Circunstancia que

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 59

le permitió enriquecer, en diversos capítulos, el contenido de su obra. El so-


bresaliente valor de la obra de Plinio el Viejo es como fuente de conoci-
miento de los saberes del mundo antiguo. Pero no le convierte en cosmó-
grafo, geógrafo, antropólogo, botánico, médico, y especialista en la diversi-
dad de cuestiones que trata (Serbat, 1995). No es una obra de geografía,
aunque nos proporciona una información de valor geográfico notable sobre
los territorios del mundo antiguo y sobre la imagen que de éste poseían los
contemporáneos más cultos.
La Historia Natural de Plinio el Viejo inicia un tipo de literatura enci-
clopédica frecuente en los siglos posteriores. La diferencia estriba en la ca-
lidad y riqueza de la información. Como tal género, se limita a recopilar tex-
tos diversos de los autores clásicos, sin orden, sin preocupaciones críticas,
en que conviven realidad y fantasía. Son resúmenes, citas, fragmentos, de
dichos textos clásicos. Circunstancia que, por una parte, contribuyó a trans-
mitir los viejos conocimientos, pero que, al mismo tiempo, fue la causa de
su progresiva degradación. Al resumir, al citar, al elegir, los recopiladores
contribuyeron a modificar y alterar los textos originales.
Es la característica de autores como Gaius Julius Solinus, un escritor
del siglo III, cuya Collectanea rerum memorabilium -conocida como Po-
lihistoria-, es un ejemplo de este tipo de obra. En su mayor parte recoge
la información de la Historia Natural de Plinio el Viejo. Con ella mezcla
otras fuentes. Su labor de selección, resumen y recopilación es un ejemplo
de la mezcolanza que caracteriza estas obras. Será una de las más influ-
yentes en la tradición medieval. Pero como su título evidencia, su preocu-
pación son las cosas memorables, las singularidades, lo excepcional, en que
se mezcla lo real y lo fantástico.
El proceso se manifiesta en las prácticas cartográficas. Estaban funda-
das en el presupuesto de la esfericidad y en el sistema de paralelos y meri-
dianos. Estos presupuestos sostienen las imágenes de los globos terráqueos
y los mapas de los autores griegos. Formaban parte de una construcción en
la que la Tierra se insertaba en el universo. En el mundo romano derivan
hacia otro tipo de representación, construcciones prácticas, más elementa-
les, como los itineraria (adnotata y picta). Son itinerarios, dejan de ser geo-
grafías. No representan el mundo, muestran los caminos y sus destinos.
Se trata de guías con expresión de los nombres de las localidades y las
distancias intermedias, en unos casos, o esquemas gráficos de las mismas en
otros. El denominado Itinerarium Antonini, del siglo III, es un ejemplo del pri-
mer tipo. La Tabula peutingeriana, pertenece al segundo. Se conserva en una
copia en pergamino del siglo XIII de casi siete metros de longitud y medio de
anchura, en doce hojas. Se trata de un mapa con las principales rutas del Im-
perio romano. Heredero de los desconocidos mapas romanos -como el atri-
buido a Agripa-, descubre el cambio del concepto de la representación en
los siglos finales del mundo antiguo y en la mayor parte de la Edad Media.
Se produce una pérdida progresiva de la actividad creadora o reflexiva
sobre la Tierra como cuerpo celeste y de la geografía como representación-
discurso. El paso de los siglos, en el final de la Edad Antigua, provoca un
progresivo abandono de ideas y prácticas surgidas en los tiempos más bri-
llantes del mundo clásico grecolatino. El saber geográfico como represen-
tación de la Tierra se reduce a una imagen. Esta imagen pierde elementos,
cambia de significado. Pierde el carácter de construcción. Se perpetúa
como un simple esquema y adquiere un nuevo valor.
El papel de los autores cristianos, en particular de los apologistas, des-
de Lactancio en adelante, es decisivo. Acérrimos detractores de la herencia
clásica, asimilada al paganismo, impulsaron la suplantación de la autoridad
de los sabios por la de las escrituras sagradas de la tradición judeocristia-
na. Facilitaron la deriva hacia postulados cosmológicos de nuevo cuño. Oro-
sio, uno de los más señalados representantes de estos apologistas cristianos,
había marcado el giro esencial en el uso de las representaciones geográfi-
cas grecolatinas.
Orosio es un apologista cristiano del siglo v, originario de Hispania, con-
temporáneo de Agustín de Hipona. Su principal obra, una historia universal,
tiene un objetivo ideológico determinado: el desprestigio de la cultura pagana,
es decir, de la cultura clásica. Lo indica su propio título: Los siete libros de His-
torias contra los paganos. Se apoya para ello en el propio legado pagano y uti-
liza los conocimientos y los métodos historiográficos de la cultura grecolatina.
De acuerdo con los criterios propios de la historiografía grecolatina,
toda historia debe describir los lugares, y por ello las historias se iniciaban
con una representación del mundo conocido. Es lo que hace Orosio en el se-
gundo capítulo de su primer libro, de acuerdo con las reglas del legado his-
toriográfico grecolatino. Un objetivo que él mismo explicita: «es necesario,
pienso, que describa, en primer lugar, el propio globo de las tierras habita-
do por el género humano, tal como fue distribuido en un primer momento,
por nuestros mayores en tres partes y tal como, después, fue delimitado en
regiones y provincias» (Orosio, I, 1, 16).
Se trata de una mera enumeración de regiones, territorios y pueblos
por continentes, de acuerdo con el esquema más arcaico. Tendrá una gran
recepción en el mundo medieval.
Es una sumaria representación o imagen corográfica que continúa la
tradición de los historiadores clásicos. Está más cerca de Herodoto que de
los geógrafos griegos. Recoge la forma más elemental de la representación
corográfica antigua.
Por otra parte, inicia este autor la transformación ideológica de la re-
presentación del mundo. Se esboza la construcción de una nueva imagen
de la Tierra y el espacio terrestre, vinculada a los textos bíblicos y a una
concepción teleológica religiosa. El mundo como simple extensión de los
designios divinos. Una imagen religiosa que ilustra bien Cosmas, un teólo-
go cristiano del siglo vi. Es autor de una obra denominada, de forma harto
expresiva, Topographia christiana. En ella, la forma terrestre se ajusta, de
acuerdo con una especial interpretación del texto bíblico, a la del arca de la
alianza mosaica. Es decir, una tierra cuadrangular que reproduce o se ase-
meja al tabernáculo de la santa alianza mosaica.
Se inicia una nueva representación del mundo, que pretende propor-
cionar la imagen del espacio de la creación divina. Una representación re-
ligiosa sustituye a la representación racional y calculadora planteada por

LAS CULTURAS DEL ESPACIO, LAS CULTURAS GEOGRÁFICAS 61

los griegos. El cambio de episteme es fundamental. El objetivo de los auto-


res griegos era una representación racional del microcosmos terrestre en re-
lación con el macrocosmos universal, fundada en la razón -es decir, en el
cálculo y la lucubración-, más que en la experiencia, aunque los datos em-
píricos sustenten ese tipo de representación.
El giro que introducen los autores cristianos supone la sacralización de
este tipo de representación racional. Frente a la razón, frente al cálculo ra-
cional, frente a la experiencia la autoridad del texto sagrado, la Biblia se in-
troduce como cimiento del saber sobre la naturaleza, en competencia con
las concepciones transmitidas por los autores clásicos. El mundo como
obra de Dios y como instrumento de su voluntad en el desarrollo de la his-
toria humana (Sánchez, 1982). Un entendimiento que impregnará la cultu-
ra cristiana medieval. La amalgama entre legado clásico y textos sagrados
judeocristianos impregna las imágenes del mundo elaboradas durante una
gran parte de la Edad Media.
La representación del mundo de la geografía antigua proporciona un
bastidor cultural para la ubicación de los espacios sagrados. Así lo mues-
tra la obra más destacada de todos estos siglos, en cuanto recoge lo esen-
cial de la herencia grecolatina en campos muy diversos, entre ellos los re-
lacionados con los saberes geográficos: las Etimologías de Isidoro de Sevi-
lla, ya en el siglo vi.
Esta obra, de carácter enciclopédico, la más importante de la tradición
cristiana, constituye un excepcional testimonio del caudal de conocimien-
tos que componen la tradición clásica en los primeros siglos medievales. Al
mismo tiempo descubre el grado de deterioro que ese caudal ha experi-
mentado. Y pone de manifiesto el nuevo sentido del saber. En el ámbito
cristiano, y de manera notoria en el de la Europa occidental, la obra de Isi-
doro de Sevilla representa la fuente esencial de los saberes clásicos. Duran-
te muchos siglos, el saber occidental cristiano se identifica con el recogido
en el sabio hispano-visigodo.
Obras significativas en el ámbito cristiano, de carácter enciclopédico,
como De Universo, de Rabanus Maurus ( 776-856 de la E.), y De propieta-
bius rebus, de Bartholomeus Anglicus, autor inglés del siglo XIII , son, en su
mayor parte, una copia, cuando no un simple plagio, de la obra de Isidoro
de Sevilla. Influencia que se mantendrá hasta que se produzca y profundi-
ce el contacto con el mundo cultural islámico, receptor también de la tra-
dición y herencia grecolatina, a través de los grandes focos culturales del
Mediterráneo oriental. Una ventaja que el mundo islámico aprovechó.
El desequilibrio entre los saberes geográficos y cosmográficos de am-
bas culturas a lo largo de la mayor parte de la Edad Media constituye un
rasgo sobresaliente. Resulta paradójico que la brillante trayectoria islámica
entre los siglos IX y XII , se sustente sobre el trabajo realizado en el espacio
cultural cristiano, bizantino, en orden a la preservación de los viejos textos
griegos. Servirá, a la larga, para el reencuentro de Europa con la cultura
clásica y, dentro de ella, con la geografía como representación de la Tierra,
concebida por los griegos. Para recuperar el saber sobre la representación
de la Tierra, en la vía de Ptolomeo.

Vous aimerez peut-être aussi