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PODER, DINERO Y MORAL

España y Europa: cinco siglos de historia.


Ensayos tras el V centenario de la muerte de Fernando el Católico
Álvaro Espina
ÍNDICE

Presentación. (5)
1. La resistencia a la “Monarquía de España” y el sistema europeo de
estados. Un análisis de sociología evolucionista.
Introducción. (9)
1.1. El planteamiento estratégico del Rey Fernando y los golpes de fortuna. (10)
1.2. La reemergencia del monismo político medieval y sus oponentes. (15)
1.3. La guerra y el Estado Moderno. (19)
1.4. Habsburgo versus Valois, o de cómo el Emperador ayudó a construir Francia.
(23)
1.5. Los recursos y los límites del poder. (26)
1.6. Conclusión. (30)

2. Oro, plata y mercurio, nervios de la “Monarquía de España.” Un


análisis desde la teoría monetaria.
Introducción. (35)
2.1. La oferta monetaria, variable endógena. (38)
2.2. La política industrial y la producción de plata y azogue. (41)
2.3. Tres siglos de plata y azogue. (49)
2.4. Conclusión. (54)

3. Finanzas, deuda pública y confianza en el gobierno de España bajo


los Habsburgo. La perspectiva financiera.
Introducción: la política monetaria actual y la del siglo XVII. (59)
3.1. El mal gobierno y la desconfianza pública en la Monarquía de España. (63)
3.2. Deuda pública, demanda de dinero y mercados de activos financieros. (70)
3.3. El Rey está desnudo, o la quiebra de la economía virtual en el siglo XVII. (79)
3.4. La política protokeynesiana del último Habsburgo y el cambio de dinastía. (86)
3.5. La trampa de liquidez y las consecuencias económicas de los Habsburgo. (92)
3.6. Una recapitulación: Fortuna versus eficiencia económica e innovación. (97)
3.7. Conclusión. (103)
3.8. Una extensión hacia el futuro: precios y salarios. (104)

1
4. De la caída del Antiguo régimen a la II República: un enfoque
neokeynesiano de la economía española
Introducción. (115)
4.1. El derrumbe del Antiguo régimen en el Reino de España. (116)
4.2. La pesada herencia del Antiguo régimen para el crecimiento económico
moderno. (123)
4.3. “El santo temor al déficit”, o una aplicación avant la lettre de la política
monetaria de Hayek. (132)
4.4. La calidad de las instituciones como prerrequisito del mercado. (141)
4.5. Conclusión. (147)
5. A modo de balance gráfico: Medio milenio de precios y salarios
(149)
5.1. Nota sobre la elaboración de las series históricas, con referencia especial al
contenido de los gráficos y cuadros B-I a B-VIII (156)
5.2. Cuadros y gráficos: 1500-2017 (164)

6. APÉNDICE: Sobre la mano invisible: valores, sentimientos


morales e interés en la Inglaterra moderna
Introducción. (199)
6.1. La formulación de David Hume: la moral como sentimiento. (201)
6.2. Adam Smith: la conciliación entre el espectador imaginario
y el egoísmo. (204)
6.3. Un precedente: la educación de los sentimientos en la revolución pedagógica
de John Ámos Comenius. (206)
6.4. El nuevo paradigma del interés. (208)
6.5. Otra vez Hume: la moralidad de la deuda pública y la práctica bancaria. (210)
6.6. Adam Smith y el sistema bancario. (213)
6.7. Utilidad y moralidad en Adam Smith. (215)
6.8. La mano invisible y la virtud clásica. (217)
6.9. Conclusión. Una tarea pendiente: la secularización de la educación moral en el
mundo latino. (220)

7. Adenda: la sociología de la acción de Talcott Parsons o la


interacción entre el sistema de la personalidad y el sistema social
(225)

REFERENCIAS (229)

2
3
4
Presentación
Este libro es un recorrido por la historia de España, principalmente desde el
nacimiento de Carlos Quinto en Gante en 1500 hasta la segunda República de 1931-
1939. No se trata de un recorrido cronológico, sino agrupado por grandes métodos de
análisis, separando el Antiguo régimen del Régimen liberal. En el primer capítulo se
estudia el mundo de los Habsburgo con un enfoque de sociología histórica
evolucionista. En el segundo se analiza la historia de la política monetaria y minera de
la plata, el oro y el azogue durante el Antiguo régimen hasta la pérdida de las colonias
americanas. El tercero reconstruye la historia de la deuda y la economía política del
crédito durante toda esa etapa. El cuarto es un ensayo de reconfiguración de la historia
económica de España durante el siglo XIX y el primer tercio del siglo XX desde una
perspectiva keynesiana. El quinto es un colofón gráfico y numérico que trata de la
evolución de los precios y salarios en España y en Inglaterra. Finalmente el Apéndice
analiza la aparición y el desarrollo de los principales leit motivs de la ética y los
valores del capitalismo moderno y la gobernabilidad con un enfoque de historia cultural
y de las ideas, presentando aquellos valores como algo difícilmente compatible con la
cultura de la contrarreforma adoptada e impulsada por la “monarquía católica” durante
las edades moderna y contemporánea. Una adenda traduce todo esto al lenguaje
sociológico en cuatro diagramas.
El primer capítulo analiza en perspectiva evolucionista el cambio profundo que
supuso para la historia de España el abandono de la estrategia de edificación del Estado
nacional, diseñada por Fernando el Católico, tras el giro radical adoptado por Carlos de
Gante al transformarla en otra de construcción de una Monarquía Universal a
comienzos del siglo XVI. El impacto de la guerra sobre el Estado moderno, estudiado
por Sorokin, sirve para analizar la aparente paradoja de que la enorme capacidad
ofensiva alcanzada por el imperio español —basada en la plata americana— fuera
finalmente la causa que obligó a los Estados nacionales emergentes en Europa a realizar
un esfuerzo titánico de captación y concentración de recursos con objeto de hacerle
frente. Esta fue precisamente la característica diferenciadora de la historia moderna de
Europa. La ingente masa de recursos consumidos en conservar el poder imperial
explica la defectuosa formación del Estado en España, de modo que la destrucción del
imperio austracista y la dificultad para articular una economía nacional eficiente fueron
el coste de poner en pie la arquitectura institucional de la Europa moderna.
El segundo capítulo demuestra que el carácter distintivo de la Monarquía y el
Reino de España durante la edad moderna fue el dominio de las principales zonas del
planeta productoras de plata y mercurio, lo que le proporcionó una ventaja monetaria
comparativa prácticamente inexpugnable, muy especialmente durante el período de
algo más de siglo y medio que siguió a la introducción del patrón-plata en la China de
la dinastía Ming, en que la relación bimetálica plata/oro resultó extremadamente
favorable para la plata en Oriente. Esto permitió que el poder imperial español
descansase sobre una combinación sencilla de políticas extractivas, logísticas y
financieras, cuyo indicador privilegiado era el mercado del azogue. No sin grandes
fluctuaciones cíclicas, esa pauta resulta observable hasta el ocaso del Antiguo régimen y
la pérdida de las colonias americanas.
El tercer capítulo analiza las políticas monetaria, financiera y crediticia de los
Habsburgo españoles como caso de estudio sobre la relación entre las prácticas de
gobernabilidad y la eficiencia económica. La abundante evidencia historiográfica
disponible permite sintetizar los grandes vicios del sistema de financiación de la

5
monarquía de los Habsburgo, inoculados desde el advenimiento de Carlos V, cuya
incapacidad para asumir el papel de regulador del sistema de crédito hizo inviable a
largo plazo la existencia del mismo en la España de los “siglos de oro”. La total falta de
transparencia de la política financiera de la monarquía explica el enorme fallo de un
mercado que fue incapaz durante mucho tiempo de contener la dinámica imparable de
creación de deuda pública, lo que acabó por descomponer tanto el sistema financiero
interior como el del continente. A la larga, la acumulación de evidencia sobre las
prácticas de “mal gobierno” destruyó la confianza financiera en la dinastía, minando su
hegemonía política. El proceso final se interpreta en términos de trampa de liquidez,
concepto que permite evaluar las consecuencias de esta política sobre la crisis del siglo
XVII y la historia económica posterior, ya que el desastre impidió a España participar
en la revolución financiera encabezada por Holanda e Inglaterra, mientras que el siglo
XVIII aparece como una etapa de restablecimiento y convalecencia de los viejos males.
El capítulo se cierra haciendo una revisión de lo que se sabe acerca de la evolución de
los precios y los salarios, constatando la similitud de la dinámica de precios en España e
Inglaterra entre 1500 y 1940, y las similitudes y diferencias entre la marcha de todas
estas magnitudes en Castilla, Cataluña y Valencia durante el Antiguo Régimen (1500-
1800) y en los dos primeros reinos hasta 1940.
El Cuarto capítulo estudia la pesada hipoteca heredada del Antiguo Régimen por
el Estado liberal, de la que éste no supo ni pudo ni quiso zafarse. La problemática fiscal
y financiera que condujo al derrumbe de la Monarquía absoluta condicionó también las
políticas monetaria y de gasto público seguidas por los gobiernos dinásticos de la
Restauración y por la Dictadura de Primo de Rivera. La política de cuentas saneadas y
“santo temor al déficit”, criticada por Keynes y defendida por Hayek, tuvo también en
España consecuencias gravemente nocivas para el crecimiento económico. Su impacto
—así como el proceso institucional de adopción de tales políticas— se evalúan en
términos de economía política, analizando la actuación de los grupos sociales
beneficiarios de las mismas. La conclusión retoma el juicio negativo de Manuel de
Torres sobre la política económica adoptada en España durante los primeros treinta
años del siglo, juicio emitido desde una perspectiva macroeconómica “keynesiana”.
El capítulo sexto reconstruye las series de precios y salarios en España durante el
medio milenio largo transcurrido desde el nacimiento de Carlos de Gante hasta hoy por
medio de doce gráficos y cuadros que sirven a modo de ligazón de todo lo dicho,
haciendo una comparación con lo ocurrido en Inglaterra durante toda la etapa a la que
denominamos “modernidad”, centrando el análisis en la evolución del poder adquisitivo
de la población asalariada en los dos países. A modo de síntesis muy grosera puede
decirse que en España durante los primeros cuatrocientos veinte años de este largo
recorrido los salarios reales muestran una tendencia hacia la estabilidad en torno a un
poder adquisitivo equivalente a 5 740 euros anuales a precios del año 2010, cifra que fue
algo superior durante el siglo XVI (6 064 €) y algo inferior durante el XVII (5 683 €);
coincide con el promedio de la segunda mitad del siglo XIX, se alcanza otra vez en
1913 y equivale a la media entre los trescientos cincuenta años transcurridos entre 1500
y 1850. Por el contario, el promedio de los salarios reales de Inglaterra durante este
último período (1 965 €) fue solo ligeramente superior a la tercera parte de la media
española, alcanzando su mínimo —equivalente a la cuarta parte de la de España—
durante los cuarenta años que preceden a la revolución inglesa de 1628. En 1919 el
salario real de España (6 574 €) había vuelto aproximadamente al punto de partida en
1501, mientras que el de Inglaterra (6 458 €), siendo todavía algo inferior al español,
había realizado una aproximación extraordinaria, iniciada a comienzos del siglo XIX,

6
desde un punto equivalente a la tercera parte del poder adquisitivo del salario de
España.
Esa es la segunda característica sobresaliente en la comparación entre las dos
series: desde una relación de uno a tres a comienzos de la era contemporánea, Inglaterra
superó la relación uno a dos a mediados del siglo XIX y logró superar por primera vez
el nivel de salarios reales de España durante el decenio en que colapsa el imperio
español (1897-1907), experimentando una progresión casi constante hasta la actualidad.
Hasta el término de la primera guerra mundial ambos países evolucionan en paralelo,
mientras que a partir de entonces España vuelve a adelantarse, situándose por encima de
Inglaterra hasta la Guerra civil. Tras el hundimiento que sigue a esta última, los salarios
reales ingleses llegaron a duplicar a los españoles a finales de los años cuarenta y
comienzos de los cincuenta, pero el rápido crecimiento de la segunda mitad de los años
cincuenta y de los sesenta permitió a España alcanzar de nuevo la equiparación salarial
antes de la primera crisis del petróleo, manteniéndose sus salarios reales por encima de
los ingleses hasta finales del siglo XX, mientras que en los tres primeros quinquenios
del siglo XXI Inglaterra vuelve a tomar la delantera.
Esta secuencia es parcial y no debe identificarse con la evolución del nivel de
vida de la población, ya que tal cosa depende tanto del poder adquisitivo de los salarios
como del empleo asalariado disponible y de la existencia de otras modalidades de
ingresos. Pero se trata de un indicador fundamental, que no puede subestimarse.
Finalmente, el capítulo sexto tiene carácter de apéndice y se incluye a modo de
balance final acerca de las consecuencias profundas y de larga duración que tuvo la
reversión que experimentó la historia cultural de España y los países latinos al final del
Renacimiento. La interpretación del imperativo moral bajo el símil de un observador
imaginario e imparcial, fruto de la interiorización del “sentido común” o de comunidad,
proviene en realidad de la Roma Clásica y ya había sido recuperada por la escuela de
Salamanca. Sin embargo, la involución del proceso de secularización que se produjo
desde el concilio de Trento, obra de los dos Habsburgo mayores, impidió su desarrollo
en España y en el mundo latino, de modo que acabaría siendo elaborada y difundida por
los moralistas escoceses, especialmente por Hume y Adam Smith, quien lo incorporó a
su paradigma de la mano invisible, que resultó ser la clave de bóveda para la
modernización económica. Este paradigma llevaba implícito el comportamiento
virtuoso de los responsables económicos y sociales. Algo imprescindible para que el
mercado competitivo, conducido por el interés privado individual —plenamente
dignificado dentro de ese paradigma—, lleve a cabo la expansión continuada de los
intercambios de bienes y servicios de modo compatible con el interés general.
Pero esta asociación positiva entre mercado y virtud cívica —recogido en parte
actualmente bajo el epígrafe del “buen gobierno”— requería la descentralización y
secularización del sistema de creación e internalización de normas éticas en todos los
ámbitos de la vida social, como estudiaron Weber, Parsons, Merton, Arrow y Sen. En
España y en otras sociedades latinas el proceso de secularización quedó truncado y la
lucha por la autonomía entre moral y religión la perdió la moral, al quedar proscrito el
proceso de diferenciación entre una y otra en aras de legitimar el poder de los
Habsburgo y, en general, del poder político autoritario, quedando la moral limitada a un
conjunto de preceptos dogmáticos escasamente relacionados con el universalismo que
reclama el contexto vital contemporáneo. Esta carencia constituye uno de los lastres que
frenaron el desarrollo económico y la modernización política y social de nuestras
sociedades. La corrupción del paradigma moral capitalista en el último tercio del siglo
XX condujo a la Gran recesión de 2009 y a las convulsiones políticas que la siguieron.
7
8
1.- La resistencia a la “Monarquía de España” y el sistema
europeo de estados. Un análisis de sociología evolucionista. 1

Introducción
Para Douglas North y Robert Thomas 2 el Estado-nación es la respuesta racional
a la aparición de la economía monetaria y el comercio, como forma eficiente de resolver
la necesidad funcional de implantar y garantizar los derechos de propiedad en un
espacio económico suprarregional, en orden a producir economías de escala para reducir
los costes de transacción (de búsqueda, negociación y seguridad jurídica). Como
método de interpretación genético-institucional esta aproximación neoinstitucionalista
resulta históricamente más acertada para explicar el caso norteamericano que el de
Eurasia, en donde la existencia de organizaciones y autoridades territoriales se remonta
a tiempos inmemoriales y ha experimentado múltiples avatares en los que tiene difícil
cabida un motor estrictamente racionalista.
Sensu contrario, a comienzos de la edad moderna ya existían en Europa
Estados protonacionales 3 cuya propensión era, más bien, la de apropiarse mediante
coerción del excedente económico producido por los súbditos para poder hacer la guerra
y satisfacer su afán de expansión 4. Ahora bien, la necesidad de medios para la guerra
depende de la intensidad de ésta, de la suerte, de las condiciones naturales, del tipo de
economía y de sociedad sobre la que se ejerce el dominio y de las estrategias adoptadas
en cada caso por los oponentes. La confrontación hispano-holandesa (y más tarde la de
Francia contra Inglaterra y Holanda) constituyó la mejor prueba contra el determinismo
al poner de manifiesto que, cuanta menos suerte y ventajas geográficas tuvo el
agredido, mayor grado de ingenio hubo de desplegar para defenderse de un Felipe II
que se hallaba en la cima de su poder, para superar la ejecución sumarísima de los
líderes naturales de la nueva nación desde 1568, en que se inició la rebelión 5, para
sostener una guerra de ochenta años en la que acabarían imponiéndose a los Habsburgo
y quedándose con parte de su imperio ultramarino, y para reunir finalmente una flota
capaz de llevar a cabo con éxito en 1688 la invasión de Inglaterra, uniendo los dos
reinos bajo Guillermo III durante catorce años. Una unión con la que ya se había
soñado en 1558, quedando frustrada por la muerte de María Tudor sin descendencia de
su matrimonio con Felipe II, quien fracasaría en su intento de invasión, llevado a cabo
cien años antes que la holandesa 6.
Amartya Sen 7 ha definido el desarrollo como la libertad para llevar a cabo el
tipo de vida que la gente tiene razones para valorar. En ese sentido la libertad es
indivisible, no siendo la libertad económica más que una de sus vertientes,
materializada parcialmente en la propiedad (o sea, en la libertad de disponer de un bien
y de impedir que otros lo disfruten). El valor incalculable del gran experimento

1
Primera versión publicada en la revista Sistema nº 164 (septiembre 2001), pp. 43-68.
2
Vid. North-Thomas (1973).
3
Vid. José Antonio Maravall (1972), vol, I, cap. IV.
4
Vid. Charles Tilly (1992)
5
Vid. C. R. Boxer, 1965, cap. 1.
6
Vid. Rodríguez Salgado (2001).
7
Vid. Amartya Sen (1999).

9
histórico europeo consistió en demostrar que la libertad —que incluye, entre otros, los
derechos de propiedad— no es sólo un fin en sí mismo, sino también el principal
instrumento para impulsar el desarrollo económico y cultural, precisamente porque en
última instancia éste no es otra cosa que la profundización y la extensión de la libertad
individual, y, por eso mismo, no pudo llevarse a cabo en ausencia de ella.
El fracaso histórico español —como el de los diferentes regímenes totalitarios
del siglo XX— es la mejor prueba a contrario de la espléndida idea de Sen. La
formación de los Estados nacionales constituyó el prerrequisito político, social e
institucional para el desarrollo económico y el cambio social de la Europa Moderna.
Este período histórico proporciona abundante evidencia empírica que permite
contraponer las prácticas financieras, fiscales y económicas de la Monarquía de España
—a título de caso contrafactual— con las de los Estados que tuvieron mayor éxito, para
inferir conclusiones bien ilustrativas acerca de la relación entre buen gobierno y
desarrollo económico 8.
Planteado en términos de sociología histórica, el argumento principal de todo el
proceso exige relacionar la resistencia a la concentración de poder en manos de la
monarquía Habsburgo –austracista- con la construcción del sistema político europeo de
Estados Nacionales. Esto es lo que planteo en este trabajo, que consta de cinco partes:
en la primera se bosqueja el planteamiento estratégico realizado por el Rey Católico (de
cuya muerte conmemoramos el quinto centenario) y su imprevista potenciación a
comienzos del siglo XVI. La segunda da cuenta del giro que experimenta el proyecto
de Estado nacional, al transformarse en otro de Monarquía universal en manos de su
nieto Carlos de Gante. En la tercera se evalúa el impacto de la guerra sobre el Estado
moderno, retomando la idea de Sorokin. La cuarta analiza la paradoja de que la misma
intensidad de la capacidad ofensiva alcanzada por el imperio español fuera la que forzó
a los Estados nacionales emergentes a realizar un esfuerzo titánico de captación y
concentración de recursos en sus manos, que constituye la principal característica de la
historia moderna de Europa. En la quinta se analiza el impacto del ingente consumo de
recursos necesario para la conservación del poder imperial sobre la defectuosa
formación del Estado nacional en España, y sus consecuencias ulteriores. Finalmente,
las conclusiones interpretan la destrucción del imperio austracista como el coste que
hubo que pagar para poner en pie la arquitectura institucional de la Europa moderna.

1.- El planteamiento estratégico del Rey Fernando y los golpes de


fortuna.
Cipolla 9 atribuyó la hegemonía española de los siglos XVI y XVII a una serie de
"hechos de fortuna" relacionados con la abundancia de minas de plata en América, con
el descubrimiento de la amalgama y con la abundancia de azogue de Almadén. Charles
Tilly 10 y David Landes 11, por su parte, recurren al símil de los países exportadores de
petróleo del siglo XX para explicar el esplendor económico de la Península Ibérica en
los siglos de oro. Aunque la ocurrencia de aquellos acontecimientos dista mucho de ser
casual —como tampoco la grandeza y decadencia de Roma lo eran para

8
Vid. Álvaro Espina (2001).
9
Cipolla (1999).
10
Tilly (1995), p. 107.
11
Landes (1999), p. 373.

10
Montesquieu 12—, es cierto que sin ellos la historia moderna de Europa habría
discurrido por cauces bien distintos. Durante el medio milenio anterior al nacimiento de
Carlos de Gante el continente europeo había presenciado un proceso de selección
natural de unidades políticas que responde al modelo evolucionista de supervivencia de
las instituciones con mayor capacidad de adaptación al contexto histórico y de
asignación de los escasos medios disponibles a unos fines que respondían por entonces
a la ambición de los príncipes guerreros, fundadores de las grandes casas dinásticas,
pretendiendo expandir al máximo su dominación territorial de carácter patrimonialista,
como se observa en el esquema I:

ESQUEMA I: SELECCIÓN EUROPEA DE AGENTES SOBERANOS

Europa 1000-1500: selección “natural”


• La historia europea entre 1000 y 1500 puede explicarse como
un proceso continuo de diferenciación y selección “evolutiva”
de instituciones políticas y agentes soberanos relevantes:
– De separación Iglesia/Estado y de diferenciación entre religión y política
– De selección de las unidades políticas “mejor adaptadas”: de 500 unidades
existentes en el año 1000 se pasa a 200 en 1490 (en 1890 sólo quedarán 30)

• El proceso puede representarse como aleatorio. Maquiavelo


imputaba esto a la Fortuna, pero la virtud maquiaveliana es
capaz de someter a la Fortuna y aprovecharse de ella. Virtud
significa capacidad de adaptación: El príncipe virtuoso se alza
con la victoria y salva a su principado (Pocock, 1975).
• Los ingredientes para la creación y crecimiento de los Estados
son la acumulación y concentración de medios de Coerción y
de Capital (Charles Tilly: 1992)
• Primera etapa: alianza de príncipes-guerreros y comerciantes.

Hay que tener en cuenta que, con la tecnología material disponible por entonces
y el escaso desarrollo del capitalismo comercial, ninguna de las pequeñas unidades
políticas preexistentes en la Europa del siglo XV hubiera sido capaz —por mucho que
utilizase la mejor combinación de las técnicas de concentración de coerción y
cooperación con el capital analizadas por Tilly (Esquema II)— de allegar en su interior
motu propio recursos excedentarios suficientes para poner en pie de guerra un ejército
mercenario de 150.000 hombres, como el del emperador Carlos V en 1550 13, ya que al
coste estimado por Fernández Álvarez 14, el gasto anual de tal ejército —junto a sus
formaciones auxiliares— se elevaba a nueve millones de ducados, más de tres veces los

12
Montesquieu (1734).
13
El período 1548-1556 registra la máxima resistencia frente al proyecto de monarquía universal de
Carlos, tanto en el Imperio como en el resto de Europa y significa el comienzo de su declive. Vid. Alfred
Kohler (2000), p. 350.
14
Fernández Álvarez (1998), p. 69.

11
ingresos de la Hacienda Real de Castilla en 1554, incluidas las remesas de Indias 15.

ESQUEMA II: ESTRATEGIAS EUROPEAS DE CONCENTRACIÓN

Vías intensivas en coerción y/o capital


Baja Concentración de Capital Alta

Alta

Vía Intensiva en coerción


Rusia Escandinavia

Concentración Castilla Portugal Aragón


de medios Vía de coerción capitalizada
de coerción
Ciudades-Estado italianas

Polonia Repúblicas
holandesas
Vía Intensiva en capital

Baja

Charles Tilly, Coerción, Capital y los Estados europeos 990-1990, Alianza, 1992 [1990], Figuras 2.6 y 2.7, pp. 95 y 100

Y mucho menos imaginable resulta que, en ausencia de tales condiciones un


país hubiese sido capaz de sostener cuerpos expedicionarios profesionales todo a lo
largo de los vastos campos de batalla europeos durante dilatados períodos de tiempo —
hasta duplicar aquella cifra en 1630 16— siendo así que en la etapa anterior a tales
"golpes de fortuna" las principales campañas de la Guerra de Granada se habían hecho
con un ejército del orden de 20.000 hombres (entre 6.000 y 10.000 caballeros y entre
10.000 y 16.000 infantes), y sólo en 1491 se había llegado a movilizar a 60.000
hombres para acometer el arranque de la campaña final de esa guerra (de ellos, 50.000
infantes —aproximadamente, un uno por ciento de la población de Castilla—, armados

15
Ibíd. p. 109. Para Tracy, la financiación estricta de las campañas militares del emperador entre 1529 y
1552 requirió 13.882.251 ducados, de los que Castilla aportó 5.730.264 en préstamos a corto y 3.734.919
en préstamos a largo plazo. Los ingresos patrimoniales aportaron 2.965.762. Italia 965.762; Alemania
334.320 u los Países Bajos 190.706. Tracy (2001), p. 547.
16
Vid. Geoffrey Parker (1986/133). Ribot (2006) denomina al siglo XVI “el siglo de los mercenarios.”
En cambio Andújar (2004) estudia la transformación de ese régimen en otro de verdaderos empresarios de
la guerra, basado en la venalidad y la institucionalizacíon de unas prácticas, comprendidas en lo que
actualmente se denomina “corrupción”, pero que en términos de sociología histórica constituyen
simplemente la fase de “mediación” dentro de las cinco grandes etapas en las que Tilly escalonó la
edificación del control estatal por el Estado moderno (Esquema III). Lo que sucede es que en tal esquema
esa fase termina en 1700, de modo que ya en el siglo XVIII semejantes prácticas constituían una
modalidad de atraso e impotencia institucional, que Burkholder y Chandler (1984) identificaron como la
forma de gestionar el imperio ultramarino en su última etapa, subdividiéndola en dos fases: 1687-1750,
verdadera “edad de la impotencia”, y 1762-1774, o “edad de la almoneda” y la “diversificación” en la que
la venalidad de los empleos militares fue la “constitución interna de la monarquía” Andújar (2004/32).

12
por primera vez con armas de fuego individuales), en lo que constituyó la "última
hueste medieval de Castilla", reclutada principalmente bajo el antiguo sistema del
servicio de los vasallos en las mesnadas de los grandes nobles y los Maestres de las
órdenes militares, pero que ya dispuso de un sistema de conscripción obligatoria
dirigida por alcaldes y alguaciles reales, y empleó un complejo mecanismo de
administración fiscal, financiera y de apoyo industrial para la producción del primer
gran parque artillero y para la construcción de las máquinas de asedio 17.
ESQUEMA III: FASES DE CONTROL EN EL ESTADO MODERNO

Charles Tilly: Fases de control estatal


FASE CAPITAL COERCIÓN Notas
A) PATRIMONIALISMO CONTRATOS: Tributos; MILICIA: servicio personal (M. Olson): Bandidos
Rentas estacionarios+Honor
SIGLO XV
NINGÚN ESTADO CUENTA CON PRESUPUESTO NACIONAL
B) MEDIACIÓN CAPITALISTAS: CONDOTIEROS: Cooperación príncipe/
Préstamos, Asientos Ejércitos mercenarios comerciantes-condotieros
1400-1700

PRESUPUESTO Y SISTEMA DE HACIENDA PÚBLICA. Revolución financiera: Italia, Flandes, England, EEUU
C) NACIONALIZACIÓN FISCALIDAD CENTRALIZADA EJÉRCITOS NATIVOS Emergen naciones
1700-1850
EXPECTATIVAS DE INGRESOS FUTUROS Y DEUDA (LÍMTES: Francia de 50 horas en 1600 a 700 en 1963)
D) ESPECIALIZACIÓN 1.- FISCALIDAD Y CRECIMIENTO Y El Estado no tiene tregua:
ECONOMÍA DIFERENCIACIÓN: se moderniza (complejiza
1850 en adelante
2 .- CAPITAL FIJO SOCIAL NO POLICÍA, que es una nueva diversifica y especializa)
3.- BIENESTAR RAMA DE GOBIERNO “Programa oculto”

LOS ESTADOS AGOTAN SUS LÍMITES DE ENDEUDAMIENTO: EL REARME INGLÉS DE 1939 ELEVA LA DEUDA A
1,7 VECES PIB. Nexo actual entre guerra e I+D. Nuevas fronteras de coerción: guerra de las galaxias.

Charles Tilly, Coerción, Capital y los Estados europeos 990-1990, citado, capítulos 1-3

El límite de la capacidad de movilización militar en ejércitos de conscripción


forzosa se encontraba por entonces precisamente en ese entorno, como lo definiría dos
siglos y medio más tarde Montesquieu 18, para quien A... la razón por la que nos parece
inconcebible la prodigiosa fortuna de los romanos..... [Es que] la proporción entre
soldados y el resto del pueblo, que hoy es de uno a ciento, podía muy bien allí ser de
uno a ocho [o sea, ¡12,5 por 100!]. Los fundadores de las antiguas repúblicas habían
repartido igualitariamente las tierras; sólo esto constituía un pueblo poderoso...; esto
también era lo que formaba un buen ejército, porque cada individuo tenía el máximo
interés en defender a su patria”.
Aquella cifra límite es una buena referencia histórica. Tan sólo tras la
revolución inglesa el límite de Montesquieu se elevó durante un breve espacio de
tiempo hasta el 5,4 %, proporción alcanzada por los ejércitos movilizados en 1694 por
la unión de Inglaterra y Holanda en la guerra contra Francia —aliada de los destronados

17
Vid. M. A. Ladero Quesada (1993).
18
Op. cit., cap. 2.

13
Estuardo— que movilizó, por su parte, al 2,1% de su población 19. En 1710, las cifras
de Brewer 20 arrojan una nómina total de 292.000 personas bajo bandera británica, lo
que significa un 2,8% de la población del Reino Unido, peso similar al de Prusia y
Suecia, pero superior al de Austria, Francia, Rusia y España en esa época. Fuera de
Europa, un esfuerzo bélico similar durante la edad moderna sólo estaba al alcance de
China, según la descripción que hizo el capitán Arrieda —uno de los conquistadores de
Filipinas—, desaconsejando intentar la conquista de este imperio porque “es tan gran
señor el rey de esta tierra, que pone en campo trescientos mil hombres, y doscientos mil
a caballo” (Escalante, 1577).
Tilly aduce un buen puñado de argumentos para demostrar que la preparación
para la guerra a gran escala se encuentra en los orígenes de los Estados nacionales de la
Europa moderna, pero no los suficientes para establecer un escenario gradualista en la
aparición de los diferentes mecanismos de conformación de la maquinaria estatal. En
esencia, este diseño se encontraba ya básicamente pergeñado en el momento en que la
nueva infantería de Gonzalo Fernández de Córdoba —los llamados “tercios viejos”—
sentó en Ceriñola y Garellano las bases para la hegemonía española en Italia a finales
del siglo XV, mucho antes de que tuvieran lugar los "golpes de fortuna" de Cipolla, y
fue obra prácticamente singular del arquitecto de la nación Española: el Rey Fernando II
de Aragón y V de Castilla —llamado el Católico (Esquema IV).

ESQUEMA IV: LA VISIÓN ESTRATÉGICA DEL REY FERNANDO

RR. CC.: La formación del primer Estado-Nación


• Guerra de Granada: último ejército medieval (60.000 hombres) basado en
mesnadas señoriales aunque ya emplea armas de fuego individuales,
máquinas de asedio, artillería, alcaldes y alguaciles reales para levas.
• En general: ningún príncipe puede superar levas del 1% de la población.
• Fernando percibe el doble desplazamiento:
– Del Eje Bagdad-Granada al eje Génova-Flandes (futuro “Camino Español”)
– Del centro del Mediterráneo hacia la fachada Atlántica (Toma de Algeciras 1450.
Conquista de Canarias. Descubrimientos).

• Estrategia de alianzas matrimoniales (“fortuna”: muere el príncipe Juan)


• Generaliza la iniciativa veneciana de embajadores residentes.
• Sistema monetario fuerte (excelente de Granada). Juros a tanto por millar:
5.000 = rendimiento del 20%; 20.000 = rendimiento del 5%.
• Organización militar de máxima eficiencia: Tercios Viejos (Gran Capitán)
con máxima potencia de fuego: Cerignola y Garellano, en Italia.

Este Rey visionario —en quien se inspiró Maquiavelo para retratar al Príncipe
del Renacimiento por antonomasia— fue el primero en detectar el doble
desplazamiento experimentado por el centro de gravedad europeo, cuyo eje horizontal
19
Vid. Tilly (1992), p. 126.
20
Vid. J. Brewer (1990), p. 41.

14
atravesaba el Mediterráneo desde la antigüedad clásica, para prolongarse después hasta
Bagdad, centro altomedieval de irradiación de la cultura y la ciencia durante la larga
etapa de casi mil años de islamocentrismo en que esta civilización sirvió como enlace
entre la europea y la de los imperios orientales. Este eje, a lo largo del cual se había
producido la expansión bajomedieval de la Corona de Aragón, experimentaba una
primera basculación ortogonal para situarse verticalmente en el centro del
mediterráneo, a lo largo de lo que más tarde habría de denominarse el “camino
español”, que iba de Génova y Milán a Flandes y Londres, separando al imperio alemán
del reino de Francia, y a cuya consolidación como eje de crecimiento urbano no sería
ajeno el hecho de que a través de él se produjera la diseminación de la plata americana y
el suministro de los ejércitos expedicionarios españoles en Flandes y el centro de
Europa. Ese fue también el eje de desplazamiento de los focos de innovación financiera
entre los siglos XVI y XVII, antes de atravesar el Atlántico en el siglo XVIII, tras la
revolución americana 21.
El segundo cambio consistió en un corrimiento lateral hacia Occidente, desde
el Mediterráneo central hacia la fachada Atlántica, espacio que en el norte presenció el
desplazamiento del monopolio de la Hansa por los comerciantes flamencos y en el sur
venía concitando la vocación expansiva de Castilla —en competencia creciente con el
vecino reino ibérico— desde la reconquista de Algeciras a mediados del siglo anterior 22,
prefigurada por la colonización de las Islas Canarias y rematada con el descubrimiento
y conquista de las Indias Occidentales, que desencadenaron los hechos de fortuna de
Cipolla y el consiguiente trasvase de metales preciosos hacia Europa. Además, el Rey
había sido el primero en generalizar la iniciativa veneciana de establecer embajadores
residentes en los grandes centros de poder europeos a partir de 1480, lo que le permitió
diseñar el mejor cuadro de alianzas internacionales —y matrimoniales, en un tiempo en
que la dominación política se caracterizaba todavía por el patrimonialismo
dinástico 23— que prefiguraba ya la hegemonía española del siglo XVI.

2.- La reemergencia del monismo político medieval y sus oponentes


La capacidad de anticipación del Rey Católico en su diseño estratégico y de
alianzas dinásticas, junto al azar, hicieron recaer sobre su nieto Carlos, compartido con
el emperador Maximiliano I, la condición de rey de España (Carlos I), de los Países
Bajos (Carlos II) y Emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico (Carlos V),
conjunción que había venido siendo rechazada por la tradición del pensamiento político
español. El nuevo Emperador era, a su vez, biznieto de Carlos el Temerario, y, como tal,
encarnaba la titularidad de un irredento ducado de Borgoña que sintetizaba por aquella
época la aspiración a restablecer los ideales caballerescos de la baja Edad Media 24,
analizada después magistralmente de forma sublimada en El Quijote 25.

21
Vid. M. Hart, J. Jonker y J. L. van Zanden (eds.), 1997.
22
Vid Julio Valdeón (1995).
23
Fue también Montesquieu (1734, cap. 1) quien definió el proceso de diferenciación entre reyes y
reinos, refiriéndose a los primeros reyes de Roma: “En las sociedades nacientes, los jefes de las
repúblicas son los que hacen la institución; después, es la institución la que forma los jefes de las
repúblicas”. Durante la edad moderna, este proceso se repitió. De modo similar, durante el siglo XIX se
produciría la diferenciación progresiva entre empresarios y empresas.
24
Todavía en el torneo celebrado en Bains en 1549 con motivo del viaje de acatamiento del Príncipe
Felipe, éste adoptó el seudónimo de Amadís de Gaula. Vid. Kohler (2000), p. 108.
25
Para Menéndez Pidal el “estilo de naturalidad” en el lenguaje utilizado por Cervantes no consiste en
imitar los “usos particulares, sino en sacar de ellos, por selección, tipos universales poéticos” (p. 28).

15
Toda esta herencia genético-patrimonial y cultural, junto a aquellos "golpes de
fortuna" económica, condujeron en los comienzos mismos de la edad moderna a la
emergencia de un imperio sui géneris, configurado ahora en torno a la Monarquía de
España, un espécimen al “que ya se le había pasado su ciclo histórico” 26, pero que por
entonces constituyó el mecanismo institucional de articulación del complejo tejido de
Ciudades-Estado y pequeñas unidades territoriales —lugares privilegiados para el
comercio y la concentración de capital— extendidas entre el norte de Italia y el mar
Báltico, cuya supervivencia política bajo un régimen de soberanía fragmentada
peligraba ante la emergencia de una nueva entidad soberana de tamaño y recursos
inusitados hasta entonces: la monarquía de Francia, regida por la casa Valois-
D’Orléans, tradicionalmente más centralizadora que la austracista. Al final de la Guerra
de los Cien Años la casa Valois mostró ambiciones expansivas en todas las direcciones:
hacia el norte (Flandes) hacia el sur (Navarra y Cataluña), hacia el Este (Franco
Condado e Italia), y hacia el oeste (Calais). Con ello amenazaba, además, a las dos
grandes rutas comerciales continentales que arrancaban en los Países Bajos: la que
desembocaba en Lombardía, discurriendo a través del Franco Condado, y la que iba a
Venecia, a través de Innsbruck. Estas rutas se habían reabierto al final de la guerra,
tras una interrupción de casi dos siglos que había arruinado al sur de Flandes —
productor de tejidos populares— y a las ferias de la Champagne, ya que el transporte
marítimo era mucho más costoso y sólo los tejidos de alto valor pudieron soportar sus
costes 27.
No es casual por eso, que la reformulación de la vieja idea de la Monarchia
universalis la realizara Mercurino Gattinara, miembro de la pequeña nobleza
piamontesa que había hecho su carrera de jurista en Saboya y en el Franco Condado, en
donde se había enfrentado con la alta nobleza desde su puesto de Presidente del
Parlamento. Tras alcanzar la condición de Gran Canciller del Imperio en 1518,
Gattinara diseñó bajo aquel nombre una estructura jurídico-política caracterizada por
un "racionalismo antifeudal, orientado, a su vez, hacia la destrucción de la monarquía
francesa, para imponer un programa unitario hegemónico contra la estatalidad que se
desarrollaba en Europa" 28, programa que fue adoptado sin más por el joven emperador,
al menos hasta la muerte de su Canciller en 1530. En esencia, el proyecto del
piamontés —que coincide con el de Dante, con la peculiaridad de que se circunscribe a
la cristiandad— se basa en la idea de que la existencia de una soberanía imperial por
encima de, pero compatible con, los restantes poderes es la única garantía de paz,
justicia y ordenamiento universales 29 (Esquema V).

Extendiendo el concepto al contenido y al propósito último de la obra -y no sólo a su lenguaje-, puede


aplicarse a El Quijote la idea pidaliana de que “la imitación cervantina es como profunda teología de la
naturaleza” (p. 34), o sea, sociología. Vid. Ramón Menéndez Pidal, 1996, capítulo 1, páginas 28- y 34.
En esa línea, Francisco Tomás y Valiente atribuyó a Cervantes la primera distinción clara entre “naciones
políticas (Francia, Inglaterra y España) y naciones naturales”, con independencia de su régimen jurídico
(ya formaran reinos, como Valencia o Aragón, ya principados, como Cataluña, o señoríos como Vizcaya).
Vid. su “Prólogo”, 1982, pp. XVIII-XXI. Quizá fuera su impecable convicción pluralista, que Tomás y
Valiente había aplicado a la construcción de la nueva España autonómica desde la Presidencia del
Tribunal Constitucional, la que irritó a sus asesinos etarras, defensores de un monismo tan
fundamentalista como totalitario.
26
Vid. Luis Díez del Corral, 1975.
27
Vid. J. H. Munro, 1999.
28
Vid. Kohler (2000), p. 120. Su proyecto se basó en la religionización de la política (Ribero, 2005/123).
29
Ibíd. p. 94 y ss.

16
El enfrentamiento entre Carlos de Gante y Francisco I Valois por la elección de
emperador en junio de 1519 y su coincidencia en la idea de "superar" el pluralismo
europeo 30 indica que —pese a la oposición crítica de Erasmo de Rotterdam— por esas
fechas no existía todavía un proyecto de construcción continental alternativo al que se
basaba en el monismo de una única cabeza política 31, modelo recuperado de la
antigüedad clásica durante el Renacimiento y simétrico al imperio chino, que no había
experimentado fragmentación alguna desde la unificación bajo el emperador Tsin Shi
Huang Ti (221 A. C.) y el establecimiento de la dinastía Han (205 A.C.). Por eso
mismo, en 1519 la elección imperial recayó sobre el candidato entonces más débil,
cuando todavía el dinero —el "nervio de las batallas", como escribió Gattinara en su
memorial de Dunkerque de 1521 32—, no había comenzado a fluir con regularidad desde
América. Una debilidad manifestada, entre otras cosas, en la incapacidad de aplicar la
propuesta del propio Gattinara —incoherente con el resto de su proyecto— de
homogeneizar política, jurídica y socialmente a España, los territorios italianos, los
Países Bajos y el Sacro Imperio.

ESQUEMA V: LA MONARQUÍA HISPÁNICA ARTEFACTO ÚTIL

MONISMO IMPERIAL: ¿Reminiscencia medieval?

• CARLOS: I (España), II Países Bajos (Borgoña), V Alemania (Rey de Romanos).


• La opción imperial se opone a la tradición del Pensamiento político
castellano (Vitoria)
• Monarquía Hispánica: Imperio sui generis. Resulta una reconfiguración útil:
– Condición para la supervivencia de las ciudades-estado de Europa
central
– El sistema autónomo de soberanía fragmentada (sede de la libertad
centroeuropea, según Hegel) peligraba por el ascenso de Francia
– Fin Guerra de 100 años: la Francia Unificada amenaza con su expansión
(ya en 1214, en Bouvines la alianza de Felipe Augusto, Capeto, con las
ciudades le había permitido derrotar a Inglaterra aliada con los Otones).
– Peligro para las dos rutas norte/sur, recién reabiertas tras la guerra: a)
Franco Condado-Milán; b)Venecia- Innsbruck.

Así pues, el conglomerado territorial sobre el que la Casa de Habsburgo ejerció


su dominio funcionó siempre al modo de una confederación de reinos bajo la autoridad
suprema del emperador, ejercida de forma “flexible y simbiótica”, que permitía a cada
royaume conservar sus costumbres e instituciones 33. En el ámbito más limitado de la
30
Ibíd., p. 60.
31
Vid. Maravall, (1972), I, caps. 3 y 4.
32
Vid. Kohler (2000), pp. 163-64.
33
Vid. Díez del Corral (1983), p. 549.

17
Monarquía de España la homogeneización sólo se llevó a cabo en Castilla 34, acelerada
tras la derrota de los comuneros, de modo que los Habsburgo pudieron "emplear la
fuerza, mezclada con halagos 35, en la zona nuclear castellana, y el tacto y la negociación
en las zonas más controvertidas y celosas de sus privilegios, como eran los reinos
dependientes de la antigua Corona de Aragón" 36, progresivamente especializados en la
actividad comercial.
Esto es, en los términos del análisis de Tilly37, la casa de Habsburgo empleó
en Castilla la "vía intensiva en coerción" y en el resto de sus reinos patrimoniales la "vía
intensiva en capital". Frente a este dualismo, su oponente, la casa Valois, contó siempre
con la ventaja de disponer de un reino territorialmente compacto y políticamente mucho
más homogéneo, una vez desposeídos los últimos grandes feudos, como el de Borbón,
por el propio Francisco I, lo que facilitó la adopción de una vía híbrida (de "coerción
capitalizada", en la terminología de Tilly), que es la que resultaría a la larga más
eficiente para la construcción de los Estados nacionales en Europa.
Las cifras de soldados movilizados desde el segundo decenio del siglo XVI por
la nueva dinastía austracista en su lucha por conformar aquella idea utópica sólo
admitían parangón en el pasado con las del imperio romano. Al mismo tiempo, los
objetivos religiosos de la propia movilización —que constituyen para Díez del Corral
el único vínculo de cohesión ideológica entre sus vastos territorios— y la dinámica
política imperialista rompían radicalmente con la tendencia apuntada por la interminable
serie de enfrentamientos europeos de los cinco siglos precedentes, que señalaba
claramente hacia la formación de un sistema de Estados como el imaginado por
Francisco de Vitoria en oposición a la idea imperial, sistema basado en el rechazo de la
teocracia agustinista, del universalismo y del imperialismo político medievales y en la
"pluralidad de repúblicas, la peculiaridad de sus fines, la relatividad del poder civil, que
queda adscrito a cada comunidad, y la particularidad de los príncipes, que poseen una
potestad esencialmente limitada a la república de la cual son parte". Para Vitoria estas
características del nuevo orden político "se apoyan en la naturaleza y son, en
consecuencia, necesarias" 38.
Una necesidad iusnaturalista que tendría que imponerse, sin embargo, de forma
lenta y traumática, porque, al hacer su aparición en Europa una unidad política con
pretensiones de sometimiento del resto de poderes, disponiendo de una capacidad de
movilización de recursos prácticamente inexpugnable, lo que sucedió fue que el resto
de los actores políticos del continente no se sometió —como había venido sucediendo

34
Por esta razón cuando el papa Julio II cedió Navarra al Rey Fernando en 1515, éste decidió
incorporarla a la corona de "Castilla, León y Granada" (Vid. Fernández Álvarez, 1998, p.130). Ya en las
capitulaciones entre la ciudad de Pamplona y del Duque de Alba (29-VII-1512), el capitán general de
España representó “al rey don Fernando y reina doña Juana” -y no a Germana de Foix, reina de Aragón y
legítima pretendiente al trono de Navarra-. Y por la misma razón el Rey comunicó a las Cortes de
Valladolid de 1515 que la línea sucesoria sería la de los monarcas de Castilla. Suárez Fernández (1985).
35
Halagos dirigidos principalmente hacia la alta nobleza, a la que se entregó la gobernación virreinal (R.
Pérez-Bustamante, 2000), y estableciendo un cursus honorum en la concesión de la gracia real, al que se
accedía a través de la diplomacia y el mando militar. En cambio, la pesada burocracia judicial y
administrativa de la monarquía, dirigida desde el Consejo Real, gravitaba sobre los segundones y la baja
nobleza, de la que salían los letrados, tras su paso por las Universidades y los Colegios Mayores
(Fernández Álvarez, 1998, cap. 2).
36
Vid. Fernández Álvarez (1998), p. 74.
37
Op. cit, (1992), cap. 5.
38
Vid. Maravall, 1999, p. 170.

18
en China desde tiempo inmemorial— sino que trató de equiparar sus fuerzas a las del
emperador borgoñón —y más tarde a las de sus sucesores—, buscando los medios para
disputarle la hegemonía o, simplemente, para defender su existencia autónoma y sus
libertades tradicionales, empezando por las propias ciudades castellanas, que rechazaron
la propuesta imperial y desencadenaron la primera revolución nacional de los tiempos
modernos 39.
El principal reproche de la Junta Comunera a Carlos era haber aceptado el
imperio "sin pedir parecer ni consentimiento de estos Reinos" 40. Por eso mismo, su
derrota significó la imposibilidad de corregir a partir de entonces "la marcha hacia el
absolutismo en la naciente figura del príncipe soberano y en los términos de su
ejercicio". El desenlace de la Guerra de las Comunidades (1519-1521) dejó el camino
expedito al Emperador para ejercer un poder sin contrapesos en la corona sobre la que
ya venía gravitando el peso de la Monarquía. Como escribió López de Gómara, con su
derrota "hicieron mayor al Rey de lo que antes era, queriéndole abatir" 41. Además, las
rentas de las órdenes Militares (los Maestrazgos), que habían sido cedidas de por vida al
Rey Fernando en 1487, como contribución del papa Inocencio VIII a la lucha contra el
infiel, quedaron incorporadas definitivamente a la corona al conseguir Carlos la
dignidad de Gran Maestre en 1523, lo que le convirtió en el mayor señor territorial de la
cristiandad y el primero de España por volumen de rentas 42.
La cesión fue realizada por el papa Adriano VI, antiguo preceptor del
Emperador, miembro de su Consejo Privado, Regente de Castilla e Inquisidor General
de España durante la Revolución de las Comunidades. En el momento de la cesión
definitiva, cuando se manifestaba por primera vez el agotamiento financiero de la corte
imperial, la entrega se justificó como contribución eclesiástica a la cruzada contra el
turco. Pero la Gran Liga encargada de ejecutarla colaboraba al mismo tiempo con el
Emperador en la alianza dirigida poco menos que a desmantelar la monarquía
francesa 43, de modo que Francisco I podría afirmar más tarde que su alianza con el
Sultán Solimán —y la propia agresividad de éste— respondía a la provocación de
Carlos V en su intento de implantar la "monarquía universal" 44.

3.- La guerra y el Estado Moderno


Pero el gran salto adelante en la capacidad de movilización militar se debió al
tesoro americano (del mismo modo que, según la interpretación de Montesquieu, el
tesoro de Ptolomeo explica la consolidación del imperio romano bajo Augusto). A
partir del momento en que las llegadas de metal se regularizaron, cualquier soberano
con pretensiones de desempeñar un papel significativo en el naciente sistema europeo
de Estados se vio obligado a superar tal capacidad, lo que convirtió en inviables a las
unidades políticas y económicas autónomas incapaces de poner en armas —a título
individual, o aliándose con otras—, en caso de conflicto, fuerzas militares por debajo de
39
Vid. José Antonio Maravall, 1994. En 1519 Gonzalo Ayora “presenta la historia de Castilla como una
relación recíproca, casi contractual [en beneficio mutuo], entre la ciudad y la corona.” Kagan (2001/134).
40
Ibíd., p. 161.
41
Ibíd., p. 31.
42
En 1544 suponían el diez por ciento de los ingresos totales de la Hacienda de Castilla. En 1598
importaron 295 millones de ducados, más que las del Arzobispado de Toledo, que era el señorío más
rentable de España. vid. Fernández Álvarez (1998), pp. 68, 109 y 117.
43
Vid. Kohler (2000), cap. 5.
44
Ibíd., p. 263.

19
un umbral mínimo eficiente de entre 300.000 y 400.000 soldados, tamaño que se
convirtió en norma y requisito sine qua non para participar en el Sistema, lo que
requería sobrevivir a las continuas coyunturas bélicas. La idea la expresó
Montesquieu 45 con toda claridad: “la experiencia diaria ha demostrado en Europa que
un príncipe con un millón de súbditos no puede, sin arruinarse, sostener más de diez mil
hombres en armas; por lo tanto, sólo las grandes naciones pueden tener ejércitos”.
Aquella cifra fue, sin embargo, la de efectivos movilizados por ambas partes
en la guerra entre Francia y la alianza anglo-holandesa en torno a 1700 46. Tales cifras
sólo fueron accesibles —aunque con carácter excepcional— a los grandes estados
nacionales nacientes, cuya aparición y fortalecimiento se vieron impulsados por tal
dinámica, en un movimiento de retroacción similar al de los sistemas abiertos en
biología. En 1700 el diferencial demográfico de los contendientes se compensó con una
mejor financiación, para lo que se creó el Banco de Inglaterra, con tecnología
financiera holandesa. A la llegada de la casa Hannover-Windsor al trono en 1714
Inglaterra contaba ya con un ejército permanente y con la mayor marina del continente.
La capacidad británica para movilizar su riqueza en orden a sostener el esfuerzo bélico
es atribuida por Brewer 47 a la ocurrencia de tres circunstancias: a) un cuerpo
representativo con poderes incontestados para establecer impuestos; b) una economía
muy comercializada, que facilitó extraordinariamente el ejercicio de la autoridad
tributaria, y, c) el desarrollo de las técnicas financieras y presupuestarias, que facilitó el
endeudamiento contra ingresos fiscales futuros (esto es, sin disponer del tipo de rentas
extractivas que habían engrandecido a España).
El análisis clásico de esta problemática es el de Sorokin 48, para quien la guerra
no es otra cosa que la desintegración del sistema cristalizado de relaciones de grupos
sociales en interacción, que se manifiesta en una explosión de confusión, conflicto y
pugna abierta. En su estudio sobre la guerra en Europa desde la edad media hasta el
siglo XX sobresale por encima de todo el caso de España, que registró guerras (no
batallas) en el 67 % de los años analizados (entre 1401 y 1925), seguida de Polonia,
Inglaterra y Francia, con guerras registradas respectivamente en el 58, 56 y 50 % de los
años analizados (que en estos dos últimos casos se refieren a un período más amplio,
iniciado en el año 1101), y de Rusia y Holanda, con el 46 y el 44% 49. Con gran
diferencia, el mayor salto en la intensidad bélica se registró precisamente en el siglo
XVI, que movilizó a lo largo de los cien años a 16,7 millones de personas, frente a 6,9
en el XV y 24,8 en el XVII 50. Así pues, si el poderío económico español del siglo XVI
fue un hecho derivado de la fortuna, a la fortuna se debería también en buena medida la
aparición de los Estados nacionales europeos, que acabarían convirtiéndose en la unidad
relevante de la economía y la geopolítica moderna y contemporánea. En cualquier caso,
cuando Landes dice que “Europa tuvo suerte, pero la suerte fue sólo un punto de
partida” 51, no se refiere sin duda a ningún valor pacifista (Esquema VI).

45
Op. cit. (1734), cap. 2.
46
Vid. Tilly (1992), p. 126.
47
Op. Cit., p. 41.
48
Pitirim A. Sorokin, 1962, II, p. 875.
49
Ibíd., p. 906.
50
Ibíd., p. 895. La cifra del siglo XIV, con 3,95 millones de efectivos movilizados, fue ya similar al
máximo registrado en el siglo primero A.C., con 3,7 millones (p. 888).
51
Op. cit. (1999), p. 42.

20
ESQUEMA VI: SISTEMA ABIERTO DE EQUILIBRIO DINÁMICO

Carlos V y sus banqueros


• Pero ya antes, Carlos era un consumado financiero, hipotecando sus rentas con
asentistas (Fugger: de Augsburgo a Almagro-Almadén). Dispone para ello de las
rentas de los Maestrazgos. Cuando el esquema está en marcha, la dinámica de
los gastos, cada vez más elevados, obliga a buscar nuevos ingresos: innovación
financiera; explotación del mineral, tráfico intercontinental.
• Los monarcas que no disponen de los recursos extraordinarios de los Austrias
deberán:
– Aprovechar el desgaste de España mediante alianzas y a través de guerras sucesivas que
la lleven al agotamiento.
– Buscar vías alternativas de recursos: la cooperación mercantilista entre los monarcas y los
comerciantes desencadenará la revolución comercial.

• Pitrim A. Sorokin: la Guerra es la desintegración del sistema cristalizado de


interacción entre grupos sociales. El gran salto se dio en el del siglo XVI (desde
6,9 millones a 16,7 millones de hombres movilizados)
• Se trata de un sistema abierto con equilibrio dinámico: todos luchan contra
todos hasta la extenuación. Tras la tregua y recuperación, se recomienza. El
proceso acaba seleccionando las estrategias mejor adaptadas, que favorecen al
más astuto, no al inicialmente más fuerte.

Lo que resulta incuestionable es que, en su intento por aplastar al contrario y


acumular todo el poder, los principales contendientes de la Europa del siglo XVI
llevaron su confrontación hasta la extenuación y el agotamiento de todos los recursos a
su alcance, materiales, humanos y hasta espirituales, ya que el emperador llegó a estar
dispuesto en la Dieta de Ratisbona de 1541 a aceptar la libertad religiosa y a realizar
amplias concesiones para captar a los príncipes protestantes de la futura liga de
Smalkalda, a cambio de su apoyo contra Francisco I, que perseguía esa misma alianza, y
contra el Turco, cuya alianza con Francia se mantuvo hasta que la amenaza persa en
1545 aconsejó al Sultán aceptar una tregua en el escenario europeo. Ya en 1538 estaba
claro que la victoria sobre los otomanos requería tiempo y medios por entonces
insuficientes, y que no había victoria total posible para ninguno de los contendientes
continentales, como escribía la reina María de Hungría a su hermano, el emperador,
aconsejándole: “Salid de España, cruzad Francia, arregladlo todo con el rey, y luego
venid a los Países Bajos y a Alemania” 52. Pero el conflicto era total y estaba planteado
en términos de un juego de suma cero, cuyas vicisitudes comprometían el honor y la
reputación de cada parte, además de sus "heredades patrimoniales", de las que el
emperador —pero no sus adversarios— disponía sin el menor control, lo que a medio
plazo le otorgaba la ventaja definida por Spencer 53, tomada de los tratadistas militares,
según la cual “el éxito de la guerra depende en gran parte de la sumisión a la voluntad
del gobernante que levanta ejércitos, reúne fondos y lo regula todo según las
necesidades del momento” 54.

52
Vid. Kohler, Op. cit., (2000), cap. 9.
53
Herbert Spencer (1884).
54
Ibid. (1980), p. 126.

21
En ausencia de una solución final, dado el equilibrio de fuerzas existente, se
trataba de un conflicto irresoluble. Como, por otra parte, la idea de un juego de suma
positiva —a través de la cooperación continental— no llegaría a abrirse paso en Europa
hasta la segunda mitad del siglo XX, tras haberse situado el continente al borde de la
destrucción total y ante la amenaza del holocausto nuclear, durante el largo interregno
de casi quinientos años todas las treguas en aquel estado de confrontación permanente
vinieron dictadas tan sólo por la extenuación temporal y el agotamiento de los recursos
de los contendientes, y duraron el tiempo imprescindible para recuperar energías y
recomponer las alianzas, antes de volver al combate.
Y es que, por contraposición al resto de los continentes y grandes espacios de
convivencia humana (China, Rusia, Norteamérica y, con algunos matices, Japón), la
peculiaridad europea consistió en la obstinación extrema mostrada por cinco o seis
unidades políticas de tamaño intermedio en someter a las demás, o —cuando el fracaso
de la Monarquía de España demostró que esta tarea resultaba imposible— en conseguir
una hegemonía amplia y duradera sobre el resto. Cada una de las sucesivas estrategias
hegemónicas requirió la acumulación previa de recursos proporcionales a las fuerzas
reunidas por el resto de los adversarios. El mantenimiento de la hegemonía, una vez
alcanzada, exigió un consumo de recursos superior a las rentas obtenidas por el disfrute
de tal posición, porque las unidades políticas no hegemónicas se las ingeniaron siempre
para llegar a alianzas defensivas contra las dominantes, y la más fuerte de entre estas
últimas trató continuamente de emular a la potencia hegemónica, derrocarla y ocupar su
lugar, siguiendo en esto una pauta de actuación a la que en otro lugar he calificado
como el “Paradigma de Pericles” 55. Y es que no en vano el cuadro de valores de la
Grecia clásica, recuperado en el Renacimiento, constituyó el fundamento “aretológico”
a partir del cual se diseñó el Estado moderno 56.
El esfuerzo de búsqueda de los recursos necesarios para ello fue precisamente
el principal estímulo para que en los estados nacionales emergentes con menor dotación
inicial de recursos se estableciese una colaboración creativa entre el poder político y los
representantes de las nuevas fuerzas económicas. De esta manera, en buena medida “el
Príncipe fue el protagonista del cambio... el beneficiario de las tensiones internacionales
comerciales de los siglos XVI y XVII” y, para lograr su pretensión de soberanía, se vio
obligado a apoyarse en la aspiración de las nuevas burguesías comerciales urbanas a
disponer de un espacio político de seguridad 57.
De la eficiencia en tal colaboración acabaría dependiendo el éxito en la
estrategia hegemónica de cada una de estas nuevas unidades políticas, de modo que la
competencia en materia de innovación institucional y política económica derivada de
esta búsqueda explica en buena medida el ascenso de Occidente. El mercantilismo, la
fisiocracia y la economía política fueron las doctrinas que sintetizaron y orientaron tal
colaboración, pero el aspecto crucial fue la edificación de un marco institucional capaz
de impulsar la innovación, la iniciativa y el crecimiento económico mediante la
aproximación de la rentabilidad privada a la utilidad social, a través del establecimiento
y aplicación de los derechos de propiedad 58 y de la reducción de los costes de

55
Vid. A. Espina 1997, pp. 213-231.
56
Idea que desarrollé ampliamente en Espina, 1995.
57
Vid. Maravall (1972), II, pp. 56-57.
58
Vid North y Thomas, citado (1973).

22
transacción. 59

4.- Habsburgo versus Valois, o de cómo el Emperador ayudó a


construir Francia
La primera etapa en esta rueda de rivalidades fue la confrontación entre las
casas de Habsburgo y de Valois. En el esfuerzo de propaganda para captar la voluntad
de los príncipes alemanes en 1535, Francisco I y Carlos V se acusaban mutuamente de
ser los desencadenantes del conflicto, 60 pero, como afirmara P. Chaunu, esta cuestión
importa poco: “¿Era la construcción, mitad querer mitad azar, de la gran confederación
de las coronas reunidas por la felix uxoribus Habsburgo la que circundaba Francia, o era
más bien la confederación habsburguesa la que tendía a establecerse como contrapeso
del Reino demasiado grande, demasiado rico y demasiado numeroso?”.
ESQUEMA VII: CÍRCULO DE CONFRONTACIONES EUROPEAS

GUERRA Y ESTADO MODERNO:


el tesoro americano
• La gran novedad proviene de América (como el Tesoro de Ptolomeo y el Imperio
Romano). Eso es lo que permitirá elevar el umbral mínimo de la guerra desde
60.000 a 300.000 hombres en armas en menos de 150 años. La multiplicación por
cinco no se hubiera podido financiar sólo con excedente agrícola y comercial.
• Los Austrias dispusieron del monopolio de los principales recursos extractivos de
especies metálicas del planeta. Los demás, tuvieron que desplegar todo su ingenio
para sobrevivir. Además del conflicto Mediterráneo:
– La confrontación inicial será entre los Austria y los Valois por Italia.
– Enseguida estallará el conflicto religioso de Alemania.
– Seguirá la sublevación de Holanda; luego, de Inglaterra (La “Invencible”).
– Tras la Pax Hispanica de Lerma, estalla el conflicto de Bohemia (La Valtelina) a la que
sigue la Guerra de los Treinta Años, que terminará amenazando con la descomposición
de Inglaterra (Revolución), Francia (La Fronda) y la Propia España (Separación de
Portugal, sublevación de Cataluña).

• Sin el tesoro americano, esta escalada hubiera resultado impensable. Pero no es un


factor simplemente exógeno: es el proceso de formación del mercado mundial de
monedas y de la revolución en las técnicas extractivas de la plata, junto a la
organización del gran tráfico de las flotas de Indias.

Lo que importa en realidad es que, paradójicamente, “al reunir coronas,


Estados y Reinos en la periferia del Reino Francorum, bloqueando su extensión
geográfica, y al expulsar a Francia de Italia y frenar su crecimiento geográfico... Carlos
V casi sirvió mejor a la construcción del Estado indirectamente en Francia, que a la
misma empresa, directamente en España” 61. Y todo ello por mucho que en la
confrontación directa los Habsburgo se impusieran inicialmente a los Valois.
Actualmente, también Rainer Babel piensa que aquella pugna brutal contribuyó a la

59
Vid. R.C.O. Matthews, 1986, pp. 903-918.
60
Vid Kohler (2000), p. 263.
61
Vid P. Chaunu, 1976, 2º vol., p. 12-13.

23
formación del estado francés, evitando que dispersara sus esfuerzos 62 (Esquema VII).
La rivalidad con Francia orientará también la estrategia de los Habsburgo en Flandes al
final de la guerra de los ochenta años hasta que la derrota de Rocroi la convirtió en
insostenible (Israel, 2001).
Además, la agresión desencadenada por el César Carlos se consideró siempre
libre de todo cálculo racional, siguiendo en esto su conocida máxima según la cual “no
es propio de un soberano pensar en dinero cuando se trata de acciones heroicas; en las
cuestiones de honor el soberano ha de empeñar su persona y su fortuna” 63. Este
idealismo tardomedieval de la política imperial se contrapone, como se verá enseguida,
al oportunismo que presidió la expansión europea 64 y al pragmatismo económico
desarrollado con el tiempo por su principal adversario. El estilo imperial fue el de las
acometidas de El Quijote contra los molinos de viento, importados de Flandes por
Felipe II, en los que Cervantes simbolizó al indómito pueblo holandés, protagonista de
la primera revolución nacional victoriosa.
En ausencia de tal impulso desmesurado, ni el francés ni ningún otro monarca
habrían encontrado la legitimidad para endeudarse, primero, hasta las cejas y esquilmar
enseguida a sus poblaciones con exacciones monstruosas, que impidieron el avance de
la inversión, destruyeron el sistema financiero y terminaron siendo la causa principal a
la que cabe atribuir la persistencia del ciclo demográfico maltusiano en Europa durante
el siglo XVII. Por lo que se refiere a España, el contador Luis Ortiz ya se hacía eco del
déficit de inversiones en su Memorial de 1558: mientras en los restantes reinos de la
Monarquía “se tiene por gran negocio facer los ríos navegables....en España es al
contrario, que todo se hace sin ingenio, en bestias y carretas, a poder de dineros y
costas” 65.
La emulación de la conducta del emperador por sus rivales y por los sucesores
de unos y otros no encontraría límite hasta 1640-50, cuando el esfuerzo agónico por
conseguir el relevo de una hegemonía ya definitivamente deteriorada tuvo la virtud de
estimular la primera gran revolución democrática en Inglaterra, y de desencadenar la
guerra civil en Francia. En España, el desastre derrocó a Olivares en 1643, cuya saga
familiar constituye el mejor ejemplo de la nobleza de espada segundona, entregada al
servicio de la monarquía como forma óptima de ascenso social.
Su abuelo Pedro, hermano menor del sexto Duque de Medina Sidonia, había
ganado el título de primer Conde de Olivares encabezando las huestes que redujeron a
los Comuneros en Sevilla, Andújar, Linares y Toledo. Esta subordinación a los
objetivos dinásticos del nuevo monarca fue la vía elegida para iniciar la carrera
ascendente de la casa emergente. Pedro se casó con la hija de Lope Conchillos, aragonés
de ascendencia judía, letrado del Rey Fernando y secretario de Carlos I. Su hijo mayor y
heredero del título, Enrique —apodado “el gran papelista”—, fue cortesano de Felipe
II, a quien acompañó a Inglaterra para casarse con María Tudor. Herido en San Quintín,
fue embajador extraordinario en Francia para el matrimonio de Felipe e Isabel de
Valois; embajador en Roma —en donde defendió brutalmente los intereses de Felipe
contra su enemigo, el papa Sixto V, aliado de Francia—, y Virrey de Sicilia y de
Nápoles, en donde sojuzgó a la gran nobleza local. Se casó con María Pimentel, hija

62
En Kohler (coord., 2001), in fine.
63
Vid. Kohler (2000), p. 203.
64
Vid. Landes (1999), p. 360.
65
Vid. Fernández Álvarez (1998), p. 150.

24
del cuarto Conde de Monterrey. Además del Conde-Duque (cuyo título de primer
Duque de Sanlúcar la Mayor, con grandeza de España, concedido en 1625, culminó la
estrategia de ascenso familiar diseñada por el abuelo cien años antes), la pareja tuvo otra
hija, Francisca, casada con el quinto Marqués del Carpio, cuyo heredero y futuro
Conde-Duque, don Luis de Haro, sucedería también a aquél en la privanza de Felipe
IV 66.
Durante el segundo y último decenio de gobierno de Olivares la capacidad de
gasto de España —medida aproximadamente a través del volumen de los asientos
concertados por la Hacienda de Castilla— duplicó a la del período 1610-1618, mientras
que la de Francia fue más del triple con relación a ese mismo período. El mismo año de
la caída de Olivares se produjo también la muerte de Luis XIII y Mazarino encabezó el
esfuerzo final de Francia para arrebatar la hegemonía a su rival, elevando la capacidad
de gasto durante el quinquenio 1643-1647 a un nivel entre cuatro y cinco veces el del
segundo decenio del siglo 67, con el consiguiente agotamiento fiscal de la monarquía
cristianísima —como se denominaba a la francesa—, lo que constituyó el principal
factor desencadenante de la sublevación del Parlamento de París y de La Fronda, como
señalan las Memorias de su principal instigador —el Duque de la Rochefoucauld 68—,
escritas entre 1643 y 1659, que constituyen el testimonio más directo del grado de
descomposición que el enfrentamiento final entre las dos monarquías produjo en
Francia durante la minoría de Luis XIV. Los “fronderos” buscaron la alianza con
España, aunque “... conocían la poca fuerza de los españoles, cuán vanas y engañadoras
eran sus promesas y hasta qué punto su verdadero interés no era que el príncipe de
Condé o el cardenal dirigieran los negocios del Estado, sino solamente fomentar el
desorden entre ellos para aprovecharse de sus diferencias”, hasta el punto de que en las
negociaciones entre el Marqués de Sillery —en nombre de Condé— y el conde de
Fuensaldaña, celebradas en Flandes en 1651 “... para averiguar la ayuda que podría
obtener del rey de España, si se veía obligado a hacer la guerra, Fuensaldaña contestó
según costumbre habitual de los españoles, y prometiendo en términos generales mucho
más de los que razonablemente podía pedírsele hizo cuanto pudo para comprometer al
Príncipe de Condé a tomar las armas” 69.
Por el contrario, Mazarino perseguía un objetivo “nacional”, y para alcanzarlo
aplicó la máxima 240 de su Breviario, que decía justamente lo contrario de lo que
afirmara el césar Carlos un siglo antes:
“Si tu envisages des dépenses exceptionnelles, assure-toi au préalable que les
fonds nécessaires sont bien à ta disposition. Si besoin est, invente un moyen
d’augmenter tes revenues pour ne jamais te retrouver déficitaire. Si, par
exemple, tu décides d’investir quatre mille écus pour te constituer une armée
d’élite, fais d’abord prélever une taxe sur les jeux, ou sur quelque autre vice du
même genre, pour contrebalancer tes dépenses” 70.
Eso es lo que había hecho su predecesor Richelieu, cuyas enseñanzas él
aprovechaba. Así que, mientras el diseño de su oponente prosperaba, la decadencia
amenazaba la propia integridad de la monarquía española, cuyos asientos habían caído

66
Vid Gregorio Marañón, 1939.
67
Vid. J. E. Gelabert, 1997, p. 383.
68
Duque de la Rochefoucauld, 1919, p. 78 y ss.
69
Ibíd., p. 179.
70
Vid Cardinal Mazarin, 1996, p. 79.

25
por debajo de los del segundo decenio del siglo ya en 1650. La primera señal
inequívoca fue la separación de Portugal, aunque no fuera reconocida hasta 1668.
Sintomáticamente, el nuevo rey portugués —Juan IV, VIII Duque de Braganza—,
estaba casado con Doña Luisa de Guzmán, hija del octavo Duque de Medina Sidonia,
que fue, según Marañón, “la verdadera autora de la sublevación”. La nueva reina
provenía de la misma estirpe que el propio Conde-Duque, “soberbia y ávida de poder”,
descendiente del Duque de Medina Sidonia y el Marqués de Ayamonte, “por cuya
mente pasó la tentación de hacer un reino independiente en Andalucía” 71, como también
por la del Duque de Híjar la de independizar Aragón con ayuda francesa, aprovechando
la decadencia austracista 72. Una y otro eran nietos de los príncipes de Éboli.
La consumación de la separación de Portugal, junto a la sublevación de
Cataluña —alentada y dirigida militarmente por Francia, que en 1659 se anexionaría la
parte de su territorio situada al norte de los Pirineos— y la amenaza de que en su caída
la Monarquía de España pudiese arrastrar con ella a sus rivales aconsejó a unos y otros
formalizar la paz (o, más bien, una tregua en su confrontación abierta) a través del
Tratado de Westfalia de 1648, que reconoció la independencia de los Países Bajos, y
permitió a Francia reducir el gasto a solo el triplo del de 1610-18. Por su parte, el éxito
del Cardenal Mazarino en la consecución de su objetivo estratégico descompuso
también la fuerza de sus oponentes interiores (cuya derrota quedó simbolizada en el
destierro del Príncipe Condé en 1652), de modo que en 1660 Luis XIV ya pudo
desposar a María Teresa de Habsburgo, hija de Felipe IV, siguiendo un diseño del
Cardenal para anexionarse el conjunto de la corona derrotada, sabedores unos y otros
de que la exclusión de la Infanta y de sus descendientes a la sucesión en el trono de
España no era jurídicamente válida 73.

5.- Los recursos y los límites del poder


Todo ello trae su causa del hecho de que el diseño imperial de Carlos V no se
había satisfecho con la simple utilización de los recursos suministrados por los "golpes
de fortuna" de que hablaba Cipolla, sino que éstos se utilizaron siempre como simple
base para el apalancamiento financiero, siguiendo con ello el modelo diseñado por su
fundador, consistente en hipotecar las rentas futuras a través de asientos, que se
convertían después en títulos de deuda pública, o “juros” 74. La continuidad de esta
dinámica a lo largo de más de siglo y medio ofreció buenas oportunidades para la
aparición de un sistema financiero sofisticado, pero la escasez de ahorro y la
inseguridad jurídica que imperó en Castilla en esta materia impidió que fueran los
españoles quienes actuasen como intermediarios en el proceso y el endeudamiento
acumulado asfixiaría a España durante los siglos venideros.
De esta forma la dinastía austracista absorbió el excedente económico generado
en Castilla y buena parte de los recursos financieros de todo el continente, recursos que
resultaron enseguida insuficientes para mantener el imperio, como comprobó el propio
emperador al huir de Innsbruck en 1552. Una huida con la que, según Carande 75, el
césar trataba de escapar de sus acreedores y que, según Kohler, fue provocada por el

71
Marañón, cit. (1939), p. 18. El árbol genealógico de los Guzmán, en J. H. Elliott, 1990, p. 38.
72
Henry Kamen, 1981, p. 27.
73
Ibíd., p. 599.
74
Desarrollo este tema en Espina (2001).
75
Vid. Ramón Carande, 1949.

26
hostigamiento de sus enemigos, los príncipes guerreros de Smalkalda (Esquema VIII).
En realidad, Antonio Fugger —huido, a su vez, de Augsburgo, su ciudad,
tomada el 4 de abril— acompañó al emperador en su fuga precipitada el 18 de abril de
1552, cuando el príncipe Mauricio de Sajonia lo dejó escapar (“porque no tenía jaula
para pájaro tan grande”), en lo que se supuso fue una conjura entre los príncipes y los
propios Habsburgo de Viena (Fernando y Maximiliano, hermano y sobrino de Carlos).
El banquero le adelantó incluso 400.000 ducados cuando unos meses más tarde el
emperador decidió recuperar las plazas previamente arrebatadas por Enrique III, tras los
acuerdos de Passau del mes de agosto, con los que el viejo emperador inició el último
intento de aislar a Francia, separándola de los príncipes alemanes. Pero el crédito estaba
ya agotado y el fracaso del sitio de Metz le haría desistir en su lucha contra la Reforma
y abdicar el imperio en su hermano Fernando, que sería el encargado de aceptar en la
paz de Augsburgo (25-IX-1555) el principio de avenencia religiosa (cuyus regio ejus
religio), al que el emperador se había negado todavía en Passau, sólo tres años antes 76.

ESQUEMA VIII: LA “FORTUNA,” CAPACIDAD DE ADAPTACIÓN

“ADAPTACIÓN” Y “FORTUNA”
• Carlo Cipolla, Charles Tilly y David Landes atribuyen la hegemonía
española a una serie de golpes de fortuna asociados con América (plata,
mercurio, amalgama). Pero se trata de la “fortuna” maquiaveliana: todos
cooperan con el vencedor (Kamen).
• Cuando llega la fortuna, el primer estado moderno ya está formado y es
el mejor adaptado. Ha contado con la legitimidad de la cristiandad para
hacer la guerra al infiel (y con las finanzas de los maestrazgos).
• La Fortuna americana sí explica el ingente aumento de capacidad
financiera y militar durante 150 años:
– 1550: Carlos V moviliza 150.000 hombres. Coste = 9 millones ducados (el triple de sus
ingresos fiscales).
– 1630: Felipe IV moviliza A 300.000 hombres.
– El umbral sólo sería superado por Francia en 1694 (400.000 = 2,1% de la población). En
1710: Inglaterra + Holanda = 300.000 (2,8%).
• La apuesta imperial elevará el umbral mínimo eficiente para jugar al juego
del Sistema Europeo de Estados (SEE). Esa fue su principal contribución
(malgré lui).

Pero aunque los hechos no dan la razón a Carande, su juicio era acertado
puesto que, al abrirse en 1554 la Dieta de Augsburgo —la primera que ya no fue
dirigida por Carlos, tres años antes de retirarse a Yuste— la deuda pública acumulada
superaba los diez millones de ducados, casi tres veces la existente en 1516 (3,6
millones) y más de tres veces los ingresos anuales de la Hacienda castellana (2,9
millones).
Al decidir continuar con el empeño megalómano de su padre, Felipe II se

76
Vid. Fernández Álvarez, Manuel, 1999a, pp. 861 y ss.

27
obligó a consagrar toda su vida al diseño y edificación de un sistema absolutista creando
la maquinaria burocrática, legal, fiscal, militar y de toma de decisiones políticas más
perfecta conocida hasta entonces —sólo equiparable, quizás, a la de China—,
maquinaria dispuesta y concebida para devorar todo tipo de recursos fiscales a su
alcance, y en primer lugar los castellanos, con el menor grado de transparencia y
control y sin esfuerzo alguno de concertación con la población sometida a exacción, ya
que el estado de las finanzas del emperador y de su hijo fue siempre el secreto mejor
guardado. Ni siquiera el Consejo de Hacienda conocía todas las deudas, pues, como
afirmaba el propio emperador, “tal información se habría convertido en un arma
peligrosa en sus manos” 77 . Sólo los familiares más cercanos estuvieron al corriente de
la situación financiera del César, y su hermana María fue la única que se atrevió a
recordárselo, señalándole que “V. M. se debe ante todo a sus propios países y
súbditos” 78. También el príncipe Felipe escuchó las quejas de los labradores castellanos
y pidió a su padre que cesara en sus empeños, pero una vez coronado se olvidaría pronto
de tales escrúpulos, hasta el punto de que, en palabras del Presidente del Consejo Real:
“con su fallecimiento acabó su real persona y justamente su patrimonio real todo” 79.
En 1594 el monto nominal de la deuda documentada en juros ascendía ya casi a
sesenta millones de ducados, habiéndose multiplicado por seis en cincuenta años: un
aumento doble al experimentado por los ingresos, que se situaban a finales de siglo en
diez millones de ducados. El aumento de 57 millones de ducados en el volumen de la
deuda pública entre 1504 y 1594 fue casi exactamente igual a la cantidad de metal
llegado de América para la corona, que, según Hamilton, ascendió a 57,1 millones de
ducados durante esos noventa años. El problema fue que el crédito, contraído, según
Carande, con la garantía anticipada de las llegadas del metal americano, no se cancelaba
a la llegada de éste, sino que las remesas se utilizaban para consolidar el principal en
forma de juros —que los financieros distribuían después por toda Castilla, utilizando
para ello a los regatones castellanos, subordinados financieramente a aquellos 80— y se
tomaban nuevos préstamos, en una rueda que acabaría convirtiendo en rentistas —por
las buenas o a la fuerza— a todos los que disponían de excedente monetario una vez
abonadas las exacciones fiscales, cada vez más asfixiantes. De modo que el metal
americano sirvió como señuelo para encubrir un proceso descomunal de apalancamiento
financiero negativo (una “burbuja”), que a comienzos del siglo XVII se encontraba ya
en situación límite: “Las rentas de la Corona en 1610 importaban 15,648 millones de
ducados, sobre los cuales existían hipotecas por valor de 8,509 millones, a lo que hay
que agregar cuatro millones que se debían a los genoveses, aparte de las deudas
[insatisfechas] de Carlos V y Felipe II, que se estimaban en tres millones” 81.
En 1654 las rentas habían subido a 18 millones de ducados y en la proposición
real a las Cortes de ese año se indicaba que la deuda ascendía a 120 millones (aunque la
capitalización al 5% de los juros situados elevaría ya esa cifra a 128 millones en 1637).
Pese a duplicarse los ingresos hasta 1674, (en que ascendieron a 36,75 millones, en
moneda de ese año) no por ello había logrado evitarse la bancarrota de 1664, que
suprimió todos los juros creados desde 1634 82. La cifra de intereses de 1637 casi había
77
Vid. Kohler (2000), pp. 141-47.
78
Ibíd. p. 269.
79
Vid. Fernández Álvarez (1998), pp. 71 y 122.
80
Felipe Ruiz Martín, 1990.
81
Vid. J. L. Sureda Carrión, 1949, pp. 85.
82
Ibíd. pp. 87, y 114.

28
de duplicarse a finales del reinado de Carlos II (cuadriplicando la de 1598), tras el
colapso político y financiero de la monarquía y las sucesivas capitalizaciones de
intereses 83.
Todo este despropósito fiscal había sido posible porque desde el inicio mismo
de la nueva etapa el emperador había tenido buen cuidado de aplastar cualquier intento
de contrapeso representativo interno e incluso espiritual: las ciudades de los reinos de
Castilla y Valencia, la sublevación de Gante, y el mismo Papa, sometido y humillado
por el saco de Roma en 1527 —con el que el César trataba de apropiarse la herencia del
mito del poder de la Roma clásica, preludio de la teoría del poder absoluto del siglo
siguiente. 84— El aparato de represión religiosa y sobre todo ideológica y política de la
Inquisición 85 se encargaría después de prolongar los efectos disuasorios para cualquier
actitud de oposición, garantizando la unanimidad de la población en torno a una
dogmática religiosa que sería definida en Trento a instancias del propio emperador y
que sirvió como mecanismo de legitimación del sistema autoritario de poder y de los
objetivos perseguidos por éste.
De modo que el único dique de contención posible a la demencial aventura del
imperio no podía ser ya otro que la derrota a manos de sus adversarios exteriores y/o la
descomposición de las bases territoriales de su poder originario, que radicaban en la
Península Ibérica. Lo uno y lo otro no se produciría hasta los decenios centrales del
siglo XVII, pero, mientras esto llegaba, todos los poderes territoriales agraviados por el
puño de hierro de los tercios imperiales se vieron legitimados ante sus súbditos —y ante
el derecho natural, tal como lo expuso Vitoria en vida del propio emperador— y
obligados a imitar y mejorar la tecnología estatal de la Monarquía de España con vistas
a ponerse a su altura y enfrentársele con probabilidades de éxito. Esto es, la tecnología
organizativa de los estados nacionales europeos vino a ser la respuesta a la desplegada
inicialmente por aquélla en su esfuerzo agónico por levantar un imperio hegemónico,
que ni siquiera se pretendía de este mundo, sino que se definía como sobrenatural y que
impuso a todo aquél que trató de resistirla un esfuerzo sobrehumano muy superior al
suyo, dado lo excepcional de la llegadas de metales monetizables desde América.
Así pues, lo desmesurado de la idea imperial de Carlos V tuvo la virtud de
encontrar oponentes a su altura en Europa y desencadenar una reacción que se encuentra
en la base de la edificación del sistema europeo de Estados —y del ascenso de
Occidente—, por mucho que el estrepitoso fracaso con que se saldó la locura de los
Habsburgo —incapaces de autorrefrenar sus pretensiones omnímodas, al no contar
inicialmente con competidores a su altura— no sólo acabó con la dinastía sino que
dejó “paradójicamente a la historia de España como en un remolino marginal” 86, que no
se resolvería definitivamente hasta 1986. En cierta medida, sin embargo, por lo que
luego se vio, esta amenaza tuvo la virtud de desencadenar un proceso de innovación
institucional único en la historia que explica la superioridad económica y política de la
civilización occidental, de modo que el esfuerzo puede contemplarse como los costes
hundidos del ingente proceso europeo de inversión institucional.

83
Vid. Pilar Toboso Sánchez, 1987, p. 172.
84
Vid. André Chastel, 1998, p. 401.
85
Para Fernández Álvarez (1998), este objetivo de control ideológico-político lo demuestra el hecho de
que el cargo de Inquisidor General fuese habitualmente ocupado por un ex-Presidente del Consejo Real y
que los inquisidores no fuesen teólogos, sino juristas (p. 63).
86
Vid. Maravall (1999), p. 211.

29
Conclusión
Los historiadores de la economía suelen interpretar las fluctuaciones de la
riqueza y el bienestar durante los siglos de oro como el fruto de la acción del llamado
ciclo maltusiano, o ciclo demográfico antiguo, según el cual el crecimiento de la
población consume más recursos de los que puede producir una economía agraria
tradicional, sometida a rendimientos decrecientes, lo que provoca la aparición de los
frenos positivos de que hablaba Thomas R. Malthus. En este trabajo, en cambio,
sostengo que la relación causa efecto a la hora de explicar la decadencia de la España
de los Habsburgo es más bien del tipo analizado por Amartya Sen 87, para quien las
hambrunas de antes y de ahora sólo aparecen en contextos de ausencia total de
libertades civiles y políticas.
Lo que hoy sabemos permite afirmar que, a la vista de la evolución de las
finanzas, la fiscalidad, la política monetaria y la economía real de la España de entonces
—en relación con las de Inglaterra y Holanda, únicos países continentales que
disfrutaron de ciertas libertades políticas en el siglo XVII— lo que sucedió fue más bien
un caso de desplazamiento masivo (al que los economistas denominan hoy crowding
out) de los recursos y el crédito privados por un sector público que, además de disponer
de la mayor concentración de recursos del planeta, tuvo un comportamiento fiscal
confiscatorio. Unos recursos que fueron consumidos las más de las veces, no en crear
bienes públicos —cuya carencia constituyó siempre en España el mayor obstáculo para
el progreso, según habrían de observar reiterada y unánimemente los visitantes
extranjeros y explicaría más tarde Jovellanos en su Informe con todo lujo de detalles—,
sino en tratar de conservar su desmesurada área de influencia territorial y en imponer a
las gentes que habitaban en todos esos territorios una ortodoxia religiosa legitimadora
de su propio poder absoluto e incompatible con la ética moderna que se estaba abriendo
camino en el centro de Europa y que había de resultar especialmente incitadora del
desarrollo científico y la innovación económica, por contraposición a la quijotesca
aventura colectiva de la Monarquía de España, cuyo destino no podía ser otro que “la
conciencia exacerbada de fracaso, la frustración melancólica y el desprecio escéptico
del mundo, en aras de un ultramundo quimérico y al fin imposible” 88. Como rezan las
conocidas décimas de La vida es sueño (1636): “Sueña el rey que es rey, y vive/ con
este engaño mandando/ disponiendo y gobernando; / y este aplauso que recibe
/prestado, en el viento escribe... / y en el mundo, en conclusión, / todos sueñan lo que
son/ aunque ninguno lo entiende. /... /que toda la vida es sueño/ y los sueños, sueños
son”.
Para Menéndez Pidal la fecha en que se escribieron esos versos coincide con el
final de la gran literatura barroca, cuya “extravagancia de estilos” trajo su causa de un
ambiente general que, en palabras de Paravicino, impulsó a “nuestros españoles [a
levantar] tanto el estilo que casi han igualado con el valor la elocuencia, como
emparejando las letras con las armas sobre todas las naciones del mundo”. Ese
desasosiego (la “inquietud y dinamismo barroco a que aspira el genio de la historia”, a
la que se refiere Menéndez Pidal) encontró precisamente en Calderón a uno de sus
mejores cultivadores, el verdadero “genio de la artificiosidad; el grandioso poeta
amanerado; el mayor poeta de la desconfianza en la naturaleza y en la realidad”. En
toda su obra “la norma de la naturalidad de la lengua común ha perdido todo su valor”
signo de que “la naturaleza humana no acierta a guiarse”, pero tal convicción se
87
Op. cit., Capítulo 7.
88
Vid. Fernando de la Flor, 1999.

30
agudiza durante su segunda etapa, en la que la idea prolifera incluso entre los títulos de
sus obras (En esta vida todo es verdad y todo es mentira, de 1659), tras el punto de
inflexión de toda la república literaria española a la muerte de Lope —en agosto de
1635— que la llevó a adoptar un “nuevo modo de concebir la vida nacional, más
fundado en ideología subjetiva que en éxitos exteriores”. Es entonces cuando Calderón
se convierte en el “poeta de la nueva escolástica” a través de sus autos sacramentales
(forma a la que reconvierte incluso La Vida es Sueño, en 1673) , que constituyen la
manera en que el genial dramaturgo sublimó la conciencia aguda de fracaso, redoblada
después de los lutos de la corte de 1644-49, de las derrotas militares y la Paz de
Westfalia, y cuando su poesía adquiere mayor “grandiosidad teológica”, extremando al
mismo tiempo su intelectualismo escolástico y su lirismo subjetivista89.
Así pues, aunque para don Pedro Calderón de la Barca la ensoñación y el
relativismo reflejado en sus versos constituyeran el destino transcendente del hombre, lo
que estaba describiendo en realidad era algo bien inmanente, derivado en buena medida
de la total falta de transparencia con que había venido actuando la Monarquía en España
desde que se abandonaron los mecanismos de autocontrol político y financiero de que
se habían dotado los RR.CC. Una vez Carlos V hubo desmantelado cualquier posible
oposición al cumplimiento de sus propósitos aplastando a los Comuneros al comienzo
de su reinado —con la ayuda de las órdenes militares y la Grandeza de España—, quedó
claro que el único instrumento de control efectivo había de ser la amenaza creíble de
sublevación abierta de reinos enteros contra la Monarquía o la derrota en los campos de
batalla europeos a manos de una variada gama de enemigos, algunos de los cuales
trataban de sustituirla en su hegemonía, pero otros intentaban simplemente defenderse
de la imposición por parte de la Casa de Habsburgo de una concepción totalitaria de la
vida en sociedad. Su derrota en torno a 1640 vendría a coincidir precisamente con la
revolución inglesa —que fue la forma que adoptó en este país la sublevación contra un
rey que trataba de implantar esa misma forma de absolutismo monárquico 90— y con el
ascenso de una Holanda independiente y libre, dedicada prioritariamente a la
consecución de objetivos de bienestar económico para sus ciudadanos.
Fue precisamente en Flandes donde había surgido el primer gran intento
intelectual de compatibilizar los fines del Estado con los del individuo a través de la
obra de Erasmo —y de su discípulo, el converso Juan Luis Vives, junto a sus muchos
seguidores en España— 91 en la segunda década del siglo XVI: una religiosidad sin
intermediarios, basada en el desarrollo personal a través de la lectura, en la sociabilidad
natural, la autoconfianza humanista y el culto a la libertad individual, simbolizado en
primer lugar en la libre elección como fundamento de la actitud religiosa, que tuvo su
traslación a los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola y una primera línea de
combate en España en la fundación de la Compañía de Jesús. La reacción antierasmista
89
Vid. Ramón Menéndez Pidal, 1996, páginas 108-120.
90
La revolución siguió inmediatamente a la confiscación por parte de Carlos I en 1640 del oro y los
objetos preciosos depositados en custodia en la Torre de Londres. Con este acto destruía la reputación de
la casa de acuñación inglesa, a imagen de lo que un siglo antes había comenzado a hacer Carlos V con la
Casa de Contratación de Sevilla: Vid. Charles P. Kingleberger, 1988, p. 73 y ss.
91
Las obras de Erasmo aparecieron en las listas de libros prohibidos por la Inquisición de 1551, 1559,
1583 y 1612. Su principal perseguidor fue el Inquisidor General, Fernando Valdés -antes Presidente del
Consejo de Castilla, entre 1539 y 1546-. Los autos de fe de 1559, “que desmocharon los focos luteranos
de Valladolid y Sevilla” no hicieron distinción entre las prácticas erasmistas, iluministas y luteranas,
como venía sucediendo desde 1515. Vid. J. L. Orella Unzúe, 1999. En cuanto a Vives, su obra De
subventione pauperum (1525) es el primer tratado europeo sobre asistencia social, y su psicología
pedagógica es un claro precedente del pensamiento pragmatista de Charles S. Peirce (Nubiola 1993).

31
tras la coronación de Felipe II y la imposición del dogma de Trento a través del
catecismo —administrado mediante un férreo gobierno eclesiástico/temporal,
organizado territorialmente en parroquias— constituyeron la señal para estructurar toda
la política de la monarquía al modo de una “teleocracia” con fuertes fines propios que se
imponen siempre a los del individuo (“la vida y la hacienda son del Rey”; sólo la honra
es patrimonio del alma, y ésta de Dios, según el drama barroco), frenando el ascenso —
inevitable— de la “nomocracia”, basada en la doctrina del imperio de la ley, el respeto
a los fines de los individuos y la formación de la sociedad civil, fundamento de la
comunidad política que dará pie a las democracias 92. Como señalaba Marcos Salmerón
en 1648 la decadencia de la Monarquía de España trajo su causa de la pretensión de
imponer la voluntad real absoluta sobre todo el cuerpo político (Feros, 2001/79)

ESQUEMA IX: LA EDIFICACIÓN EVOLUCIONISTA DE EUROPA

LECCIONES EVOLUCIONISTAS (EX


POST) DEL DERRUMBE DE LA MH
• España: Los Fines del Estado son autónomos. Consecuencias:
– Población diezmada. La picaresca equivale a desempleo masivo (fiscalidad confiscatoria).
– La productividad de la tierra cae un 25% durante el siglo XVII.
– No se trata del ciclo maltusiano (superpoblación), sino de infrainversión y desinversión.
– El sometimiento de las ciudades conduce a la ruina de las manufacturas.
– Huida de inversiones: se vive del espejismo de la renta y todo el dinero se pone en censos.
– Ruina del comercio: desaparecen las ferias
• Cae la productividad por falta de inversión
• Aumentan los costes fiscales y los precios relativos
• El diferencial de inflación no se debe al tesoro americano: la oferta no satisface a la demanda
– El rey decide “con Consejo”, subordinado, no con consentimiento de unas Cortes ficticias.
• No hay transparencia: la hacienda real es el secreto mejor guardado de la familia real
• Los procuradores están obligados al secreto, lo que equivale a ausencia de control.

• Síntesis: El Fracaso de España es el coste que se pagó como inversión


institucional para la edificación de la Europa Moderna.
El sistema Europeo de Estados se hizo combatiendo a la Monarquía de España. Sin la rebelión
contra la opresión de los Austrias Europa podría haber sido como el imperio chino

En cambio, en la España del siglo XVII el resultado económico de la autonomía


en la adopción de objetivos públicos de tipo transcendente fue una población diezmada
y una reducción del 25 por ciento en la productividad de la tierra, catástrofes que poco o
nada tienen que ver con Malthus. Frente a esta idea de desproporción entre los
objetivos de la política de los Habsburgo y sus recursos efectivos, mayoritaria entre los
historiadores, Parker afirmó que el diseño de la estrategia de la Monarquía estuvo
subordinado a la “disponibilidad de recursos” 93. Como en el sistema fiscal castellano la
mayoría de los procuradores de las ciudades, que eran quienes daban el consentimiento
a los proyectos del Rey, las pocas veces que se les pedía, — y tenían encomendado
oficialmente el control de la fiscalidad de la corona disfrutaban de exención fiscal, la

92
Vid. Victor Pérez Díaz, 1998
93
Op. cit. (1986)

32
frase de Parker induce a error porque sin control efectivo de la fiscalidad los recursos de
la corona podían llegar a constituir exacciones confiscatorias, como acabó sucediendo
(esquema IX). Para burlar este control, la monarquía se vio obligada a inventar el
sistema financiero moderno, que consiste precisamente en proyectar hacia un futuro
incierto el coste de la acción actual, apoyándose para ello en la acumulación de activos
ya realizada y en la verosimilitud de que la política para la que se solicita financiación
tendrá éxito, lo que significa que en la edad moderna, después de los Habsburgo, los
grandes diseños políticos solo tendrán éxito cuando los financieros apuestan por ellos,
evaluando su viabilidad futura y financiando su ejecución.
A ello habría que añadir en Castilla la nula transparencia de lo debatido en las
reuniones de Cortes, antes de cuyo comienzo se obligaba a sus miembros a jurar que
“no dirán ni revelarán a sus ciudades nada de lo que allí se hubiere de tratar” 94, y se
impedía por todos los medios que los procuradores dieran un simple voto consultivo,
pendiente de su ratificación —o voto decisivo— por las ciudades. La monarquía trataba
de practicar, naturalmente, un cierto autocontrol —articulado a través de los Consejos—
pero se hacía fundamentalmente como medida de prudencia, principio que subyace
igualmente a la actitud fiscalmente mucho más considerada hacia la Iglesia, dada la
capacidad de la estructura eclesiástica para desestabilizar a la Monarquía,
deslegitimándola 95.
Así pues, la autodestrucción del sistema austracista de estabilidad y orden
europeos liderado por la Monarquía de España fue el precio que hubo que pagar para
que nuevas formas de organización política, económica y social pudieran abrirse camino
en Europa. El fracaso de España era el prerrequisito para el ascenso de Occidente. Y
ello por mucho que esa forma política hubiera sido un espécimen necesario en su
tiempo, sin cuya existencia la Europa de los estados-nación no sería lo que hoy es, ya
que en muchos casos la identidad y la propia estructura de éstos se formó al amparo de
su dominación, que hubiera sido menos flexible en caso de victoria de los Valois. En el
caso de los Países Bajos, su propia existencia como entidad independiente resulta
inconcebible sin el esfuerzo arquitectónico del emperador Carlos V, que tanto amó
aquel país 96, aunque no llegase nunca a entender lo que significaba el nuevo ascenso de
los sentimientos nacionales 97 y no supiera ver que la razón de Estado había pasado a ser
la única motivación política de las guerras modernas, como señalaría Saavedra Fajardo
poco antes de participar en las negociaciones diplomáticas con que se canceló ese ciclo
histórico 98. Del mismo modo, Georg Schmidt consideraba que la oposición a Carlos V
fue el camino para pasar “de un imperio de cuño alto-alemán a una federación estatal en
la que se manifestó la nación alemana” 99.

94
Esta fue la fórmula que se utilizó en las Cortes de 1632, primeras que se reunieron desde 1623.Vid
Juan E. Gelabert, 2001, p. 73. Las cortes no se volverían a reunir hasta 1638, para aumentar su frecuencia
durante el siguiente decenio, bajo la presión ya casi permanente del derrumbamiento militar de la
monarquía y de la amenaza de sublevación generalizada de las provincias y reinos periféricos.
95
Ibíd., p. 15. Como dice el refrán: “a la fuerza, ahorcan”.
96
Geoffrey Parker, 1989.
97
Vid. Fernández Álvarez, 1999, p. 287.
98
Real Academia de la Historia, 1998, p. 215.
99
Vid. Brendl, 200).

33
34
2.- Oro, plata y mercurio, nervios de la “Monarquía de
España”. Un análisis desde la teoría monetaria. 100
Introducción.
El hecho de que durante la primera mitad del siglo XVI España pasase de ser un
país de segundo o tercer orden a ser el país más rico y poderoso del mundo fue atribuido
por Cipolla (1999) a la sucesión de "golpes de fortuna" que comienza con la conquista,
expolio y destrucción de los imperios Azteca (1521) e Inca (1532) por Cortés y Pizarro
y culmina con la introducción de la amalgama en México por Bartolomé de Medina en
1554, utilizando para ello el azogue de las minas de Almadén —usufructuadas
directamente por el monarca— y con el descubrimiento en 1563 de la mina de cinabrio
de Huencavélica, que permitió introducir la amalgama en la de Potosí, situada a 1 200
Km. La apelación al azar para explicar la hegemonía Española había sido popularizada,
ya en el siglo XVIII, por el abate Raynal y por Adam Smith. Montesquieu (1734, cap.
XVII), por su parte, afirmaba que el descubrimiento de las Indias había producido en
Europa la misma revolución que la conquista de Egipto por Augusto y el traslado del
tesoro de Ptolomeo a Roma.
Sin embargo, existe una explicación alternativa más acorde con los hechos hoy
conocidos. En síntesis, estos hechos indican que a finales del siglo XV el continente
europeo se encontraba falto de numerario. Como el final de la Guerra de Cien Años —y
de la peste— supuso la recuperación de la demanda agregada europea, tal escasez
provocó una caída de precios del orden del 35% en torno a 1450, revalorizando la plata
en igual proporción, lo que impulsó la revolución tecnológica experimentada por la
producción de metales monetizables en el sur de Alemania y Europa Central.
A ello se unió el hecho sin precedentes de que en torno a 1445 los comerciantes
del sur de la China optaran por la “argentización” para defenderse del colapso del
sistema monetario y de la hiperinflación, que en 1426 había multiplicado los precios en
dinero de papel por 1000 en 50 años (Maddison, 2001, p. 68), lo que desencadenó la
explosión del comercio marítimo intercontinental de especies metálicas que sirvió de
contrapartida al de las especias. 101 La avidez de plata de sus sistemas monetario y fiscal
convirtió al imperio Chino en una verdadera bomba absorbente de este metal durante
los dos siglos siguientes (Flynn y Giráldez, 1996). El ingente aumento de la demanda
de plata produjo la aparición de beneficios extraordinarios en el comercio
intercontinental de este metal.
Durante el siglo que siguió al cambio monetario chino la extracción de plata en

100
Publicado en: Revista de Historia Económica Año XIX, Otoño-Invierno 2001, Nº 3, pp. 507-538.
101
Es bien sabido que el uso de la moneda de papel se remonta en China a época inmemorial, pero su
máximo desarrolló data de los comienzos de la dinastía mongol de los Yuan (1271-1368), de lo que dejó
constancia Marco Polo a fines del siglo XIII, incluyéndola como una de las maravillas de su libro. La
reforma de los Ming, iniciada en 1375 y respetada a lo largo de toda la dinastía, se basaba en un tipo de
billetes denominados “Ta Ming T’ung Hsing Pao Ch’ao” (“Certificado Circulante del Tesoro del Gran
Ming), con denominaciones iniciales ente 100 y 500 wen y de un tael de plata, aunque posteriormente se
les agregaron denominaciones fraccionarias entre 10 y 50 wen. Desde 1380, al suprimirse la figura del
Primer ministro, la competencia de emisión pasó del Consejo de Ministros al Ministro de Interior y
Hacienda . El sistema fue estable a lo largo de toda la dinastía hasta en la estampación de los billetes, que
mantuvieron el título del reinado de su fundador, Hung Wu (1368-1398), hasta su substitución por la
dinastía Quing (Pick, et al., 1996).

35
Europa Central se multiplicó por cinco, con una producción total de dos mil toneladas
(Munro, 1999b, p. 16). Pese a este descomunal aumento de la producción, el siglo XV
continuó siendo deflacionista hasta el final (los precios cayeron en torno a un 30% a lo
largo del siglo), y sólo en el tercer decenio del siglo XVI, cuando llegó la riada de
metal americano, empezó a registrarse una inflación persistente, aunque moderada.
Las mejoras en las técnicas de laboreo y fundición habían reducido drásticamente
el coste de producción lo que, ceteris paribus, debería haber reducido también su valor
de mercado, elevando los precios de los restantes productos medidos en plata. Pero lo
que ocurrió durante la segunda mitad del siglo XV fue todo lo contrario: la plata
aumentó de valor, cayendo los precios-plata. A partir de los años veinte del siglo XVI la
tendencia de los precios se invirtió, pero con una intensidad inconmensurable respecto
a la magnitud de la producción y de los metales transferidos a Europa: en Castilla la
Nueva la inflación —medida en precios/plata— no llegó a superar el dos por ciento
anual a medio y largo plazo: ¡así de modesta fue la “revolución de los precios”!
Además, la inflación fue mayor antes de la introducción de la amalgama que después:
entre 1501 y 1562 los precios crecieron al 1,87% anual, para desacelerarse hasta el 1,24
% entre 1562 y 1600, y volver a la deflación en el primer tercio del siglo siguiente,
durante el que experimentaron una tasa negativa (de -0,2%) entre 1600 y 1635 (Reher-
Ballesteros, 1993). De la relación entre las llegadas acumuladas de metal americano y
los precios, representada en coordenadas semilogarítmicas en el gráfico II-1, se deduce
que entre 1516-20 y 1631-35 la varianza de los promedios quinquenales de estos
últimos se explicaría en un 98,6% por la del stock acumulado de oro y plata llegado a
Sevilla —como prevé la teoría monetaria— pero la elasticidad logarítmica de los
precios castellanos respecto a las entradas acumuladas de metales preciosos sólo fue
0,31 (la duplicación del stock provocó un crecimiento del 31% en los precios). 102
Gráfico II-1

CASTILLA LA NUEVA
Indices de precios y de metales: 1601-1625=100
1000 1000 ESCALA-Ln DE METALES
ESCALA-Ln DE PRECIOS

100

100 10

REMESAS ACUMULADAS
1
PRECIOS EN PLATA (R-B)
PRODUCCIÓN PLATA ACUM.

10 0,1
1501-1505 1551-1555 1601-1605 1651-1655 1701-1705 1751-1755 1801
1526-1530 1576-1580 1626-1630 1676-1680 1726-1730 1776-1780

102
Hasta 1620 las cifras de metales son de Hamilton (1934, p. 47). Entre 1621 y 1675, de Álvarez Nogal
(1998, pp. 486-487). Los precios de Castilla La Nueva son de Reher y Ballesteros (1993). La producción
de plata acumulada se calcula con el mismo método del cuadro II-3.

36
Así pues, la lógica económica avala la tesis de Flynn y Giráldez (2000) según la
cual el factor fundamental para explicar conjuntamente la ausencia de inflación durante
el siglo XV europeo, la moderación en el crecimiento de los precios durante el siglo
XVI, la caída de los precios-plata durante el XVII y el escaso impacto inflacionista de la
riada de plata mejicana del XVIII fue el brusco aumento del nivel del comercio
intercontinental de plata, porque aproximadamente la mitad de la plata americana no
llegó a circular en Europa (gráficos II-1 y II-4).
En este trabajo no aporto evidencia empírica nueva. Trato simplemente de
revisar la explicación tradicional, que atribuye al azar el ascenso de la monarquía de
España a la condición de primera potencia universal. O, más bien, pretendo
reconfigurar el argumento, haciendo descansar la centralidad de la explicación sobre las
consecuencias de la formación del primer mercado global de metales monetizables. En
la primera parte del trabajo el sencillo Diagrama I permite relacionar la explosión de la
oferta agregada con la demanda de dinero, explicada esta última por la oferta real, la
política militar y la demanda de metal en el mercado asiático.
La conjunción de estos factores explica la inexpugnable ventaja monetaria
comparativa de que disfrutó la monarquía de España durante siglo y medio, apoyada
sobre una sencilla, aunque muy eficiente, combinación de las políticas mineras de la
plata y el cinabrio en América y del azogue en Almadén —que se estudian en la
segunda parte—, y en el aprovechamiento de la relación de intercambio bimetálica
(oro/plata) entre los dos extremos de Eurasia, que a finales del siglo XVI guardaba,
como mínimo, una relación de uno a dos: entre 1:5,5 y 1:7 en China, y entre 1:12,5 a
1:14 en España. 103 El imperio sirvió de puente entre esos dos polos del sistema
monetario global, lo que dotó de un valor inestimable a Filipinas —con el Galeón de
Manila (Martínez Shaw, 2016) — y a la unión con Portugal, que garantizaba una
conexión directa con China por la vía oriental. Entre 1569 y 1599 no dejaron de llegar
recomendaciones de realizar desde allí la conquista de China (Parker, 2001).
Estas políticas se explican por los “empleos” a que iba destinado aquel recurso,
el más preciado de los cuales no era económico, sino acrecentar el poder político
internacional del monarca. Esto requería ejércitos expedicionarios, cuyas soldadas se
pagaban exclusivamente en oro durante el siglo XVI, puesto que sólo a comienzos del
XVII los tercios empezaron a admitir plata (Álvarez, 2000, p. 446). En todo caso, el oro
fue siempre el “dinero político” por excelencia (Ruiz Martín, 1990) y la mayor parte se
traía de Extremo Oriente, a cambio de plata, y como forma de repatriación de los
beneficios del comercio intracontinental de los europeos en Oriente, ya que la
producción de oro estimada por Humboldt —y confirmada por TePaske (1998) — sólo
representó el 10,2% del valor de los metales preciosos producidos en las colonias
americanas de España. En conjunto, durante los siglos XVI y XVII el oro americano no
supuso más que el 15% de la producción mundial (ibíd. p. 27).
Como la producción de plata dependía de la de azogue y ésta fue siempre
monopolio de la Corona —sin otra posible competencia que la de las minas de Idria y
Carintia, controladas por la otra rama de la casa de Habsburgo—, el azogue constituye
“el coeficiente del estado económico de la península” (Lang, 1998, p. 27), y su
coyuntura productiva refleja, mejor que ningún otro indicador, la evolución de los
mercados monetarios mundiales y de las necesidades de financiación de la Monarquía,

103
La relación española creció constantemente desde un mínimo de 1:10,1 en 1497 a un máximo de
1:15,5 en 1643 (Munro, 1999b). En Oriente, en 1620 la relación china era 1:8 y la japonesa 1:13
(Miyamoto-Shikano, 1998, p. 138).

37
dada la estabilidad de la relación de productividad entre cantidad de azogue y de plata,
y la dependencia del crédito de la monarquía —y, en general, de todo el comercio
exterior español y europeo— respecto al saldo en plata de la balanza de comercio con
las colonias. La tercera parte pone de manifiesto la continuidad en la política de azogue
y de plata, como característica distintiva de la España Moderna. Un último epígrafe
sintetiza brevemente el argumento y concluye.

1.- La oferta monetaria, variable endógena


Frente a la idea de Cipolla acerca de los golpes de fortuna, los trabajos de Matilla
Tascón sobre las minas de Almadén indican que la producción de azogue para el
beneficio de la plata fue cualquier cosa excepto una variable con comportamiento
exógeno debido al azar. O, más bien, el tránsito por la tenue frontera que separa azar de
necesidad fue, en este caso, la lógica del mercado (vid. gráfico II-2). 104 Por el contrario,
aún en ausencia de la “hipótesis china”, la introducción de la amalgama en 1554-1557
—cuando los precios en Castilla la Nueva estaban creciendo a ritmo más fuerte, y por
tanto la plata se estaba desvalorizando en términos relativos, pero coincidiendo con el
momento en que el emperador afrontaba sus mayores agobios financieros y aumentaba
la demanda de "dinero político"— podía considerarse como la mejor prueba de la
endogeneidad de la oferta de dinero.
Gráfico II-2

AZOGUE ENVIADO Y TOTAL PLATA


Medias móviles quinquenales centradas (Tm.)
1500
AZOGUE SEVILLA-INDIAS/A PRODUCCIÓN DE PLATA/A
1250
*1560-1583: PUESTO EN SEVILLA+IMPORTS.
1583-1643 y 1785-97: PRODUCCIÓN+IMPORTS.
1000

750

500

250

0
1560 1580 1600 1620 1640 1660 1680 1700 1720 1740 1760 1780 1800

Ahora bien, en un sistema con moneda metálica de pleno valor intrínseco y


acuñación relativamente libre, con costes de transformación e impuesto de señoreaje,
este carácter endógeno debe entenderse en términos relativos, relacionándolo con los
costes de producción del metal: esto es, si la rigidez de la oferta de productos
consumibles era superior a la de la producción de plata, la posibilidad de obtener un
beneficio extraordinario en el mercado del metal consistía precisamente en introducir
innovaciones y en mejorar la productividad, respondiendo a la caída relativa de valor de
mercado de la plata con un movimiento de tijeras, aumentando desmesuradamente la
cantidad de metal.

104
Los datos sobre azogue para construir el gráfico II-2 provienen de Matilla Tascón: I (1560-1645), pp.
80, 98, 106-7, 110-11, 121, 122, 137, 171, 182, y II (1646-1799), pp. 97, 104-5 y 354-56. Los de la plata,
tanto en éste (con cifras medias anuales), como en los gráficos II-3 y II-4, son los del cuadro II-3

38
El asunto no era especialmente complicado desde el punto de vista técnico puesto
que las propiedades del azogue en el beneficio de la plata se conocían desde los
romanos y la técnica de la amalgama ya se venía usando para usos industriales en
Alemania —que había alcanzado antes que América el punto de equilibrio entre costes
de producción y precios de mercado, y producía cada vez menos plata—, de modo que
de lo que se trataba era de adoptar una nueva técnica, no de inventarla. El propio
Medina se autocalificaba de bróker tecnológico: “Yo soy el que di la industria de cómo
se sacase la plata con el azogue” (Matilla, 1, p. 208). Que lo que ocurrió se inserta en la
más pura dinámica de mercado lo demuestra la carta de los oficiales reales en Nueva
España de 31 de diciembre de 1554, en la que se afirmaba:
“Aquí vino hace poco tiempo un Bartolomé de Medina, vecino de
Sevilla, que dijo traer consigo a un alemán, al que no dejaron pasar acá,
que sabe beneficiar los metales de plata con azogue a gran ventaja de lo
que acá se hace y sabe; y de lo que de él tomó ha hecho experiencia, por
donde parece sería gran riqueza la venida del alemán si hubiese azogue.
Mande V. Mgd. que venga, y se traiga cantidad de azogue, que por
cierto se tiene que la renta que acrecentará en un año a V. Mgd. valdrá
más de lo que ahora valen seis; y este negocio es de gran calidad...”
Matilla, I, p. 207).
Ante las constantes demandas de fondos llegadas de la corte, la carta de los
oficiales de la monarquía indicaba que la nueva técnica podía multiplicar por seis los
ingresos de la Hacienda en Nueva España. Se trataba, pues, de un negocio estratégico
puesto que de la cantidad de azogue iba a depender la extracción de plata y de ésta el
volumen de los quintos y diezmos reales, única fuente de la que se podía enviar dinero
de América al Rey, “ya que todos los demás recursos reales se necesitan para la costa y
sustentación de estos reinos” (Matilla, I, p. 207 y ss. y p. 88). En 1557 esos mismos
oficiales darían una explicación completa del agotamiento del margen de arbitraje entre
el valor de mercado y el coste de explotación de la plata mediante las técnicas
tradicionales:
“.....que venga el alemán u otros alemanes...... por la gran abundancia de
metales que tienen [plata] en toda esta tierra... por estar muchos en parte
que si no es con azogue no se pueden beneficiar de otra manera, así por
falta de montes, como de bastimentos, por la mucha gente, leña y carbón
que es necesario para sacarla por fundición; y la ley de los metales no
sufre tan grandes gastos, y no se puede sacar por fundición si no es
costando más que el valor de la plata que se saca; y con el azogue hácese
a gran ventaja” (p. 209).
Esto es: los agentes del rey pensaban que, si no se conseguía desplazar
rápidamente hacia la derecha la función de producción de la plata (y de la oferta de
especies metálicas monetizables) los rendimientos decrecientes terminarían por frenar la
expansión o hacer decaer la producción. La demanda de dinero venía determinada en el
continente: a) por la oferta agregada de la economía europea, predominantemente
agraria, que soportaba rendimientos fuertemente decrecientes; b) por la demanda
directa de “dinero político”, y, c) por la capacidad de canalizar partidas hacia China a
través del lucrativo comercio con Oriente. Por su parte, la oferta de dinero actuaba como
contrapartida de la demanda agregada real: a) de productos y servicios para consumo e
inversión por parte de la población y de las unidades de explotación; b) del saldo de la
balanza de comercio con América, y, c) de la demanda de aparato bélico por parte de
los monarcas. Todas estas fuentes y empleos resultaban competitivos entre sí.
39
En el Diagrama I la oferta agregada real (que constituye sólo una de las
contrapartidas de la demanda de dinero) se representa mediante una curva con un tramo
de rendimientos constantes y otro de rendimientos decrecientes. Siendo P el nivel
general de precios y Q la demanda efectiva real, las demandas agregadas nominales en
los puntos E y E’ equivalen a las superficies de los rectángulos OAEC y OBE’D, que
son directamente proporcionales a la cantidad de numerario disponible (M, o M’) e
inversamente proporcionales a la “demanda de saldos de caja” (k o k’). Esta magnitud
es la inversa de la velocidad de circulación, de modo que crece con el “efecto riqueza”
de Patinkin, como sucedió en España (González-del Hoyo, 1983), y decrece con el
desarrollo del sistema de crédito y la innovación financiera, lo que en el conjunto de
Europa se tradujo en una reducción del 50% en el tipo interés durante la primera mitad
del siglo XVI (Munro, 1999b, p. 21), mientras en España el tipo de interés de los juros
al quitar se reducía sólo en un 37,5% (Espina, 2001b).

La baja elasticidad de los precios-plata que se infería del gráfico I no tiene reflejo
en el Diagrama I porque buena parte de la masa monetaria americana (aproximadamente
la mitad de la plata registrada, como veremos) no circuló en Europa, sino en China. Y
con mayor motivo cabe hablar de la falta de equivalencia entre remesas metálicas y
circulación monetaria en España. La fuerte caída de los tipos de interés, sin embargo,
indica que la reducción del coste de producción y la mayor velocidad de circulación de
la plata —respecto a la del oro—, así como el desarrollo del crédito, prevalecieron
sobre el efecto riqueza, haciendo k’< k, de modo que durante el siglo XVI el
crecimiento de la demanda agregada pudo resultar superior al de la oferta monetaria
efectiva, al aumentar la velocidad de circulación. Poco se puede decir del siglo XVII,
porque el tipo de interés quedó intervenido, la moneda manipulada por el monarca y el
mercado financiero destruido (Ibíd.).

40
2.- La política industrial y la producción de plata y azogue
El método de Medina consistía, según Alonso Barba, en moler o triturar el
mineral de plata, humedecerlo, extenderlo en patios enlosetados y mezclarlo con sal
común (“magistral”) y azogue (“mercurio”) con la ayuda de caballerías; luego se metía
en grandes tinas, en donde la mezcla era apisonada por los indígenas con los pies
descalzos, y se lavaba para separar la amalgama de los elementos no metálicos;
finalmente, se calentaba la mezcla para evaporar el mercurio, recuperando parte de él, y
se retenía la plata, filtrándola entre dos lienzos bien tupidos (1640, f. 56).
No existe una interpretación química moderna de la descripción de Barba.
Humboldt (1991, p. 374), pensaba que la mezcla de mineral de plata (Ag) con sal
(ClNa) producía cloruro —muriato— de plata (ClAg), que se amalgamaba directamente
con el mercurio. Su descripción olvida que los minerales más abundantes en México
—pacos, o colorados (o sea, Cerargirita) — son cloruros de plata. Por eso, el mejor
químico de la época de Humboldt, José Garcés, destinaba el muriato de plata a la
fundición, mezclándolo con carbonato de sosa natural (CO3Na2), o tequestite (Ibíd., p.
453), para reducir oxígeno, liberar dióxido, formar sal y dejar libre la plata (CO3Na2 +
2ClAg Y 2ClNa + CO2 + O + 2Ag). Medina amalgamaba en frio y al aire. Con las
“lamas” de mineral en polvo lavado formaba una torta de barro. El agua para amasarlo
contenía, seguramente, grandes cantidades de sosa natural, ya que las corrientes que
bajaban de las montañas venían saturadas de ella, hasta el punto de que, según
Humboldt, “la llanura central de Asia no es más rica en sosa que México” (Ibíd. pp.
154, 170, 453). Esto es lo que habría permitido a Medina dar con su método por simple
prueba y error (“por fortuna”). Si el barro contenía abundante hidróxido sódico (NaOH),
al mezclarse con el mineral produciría agua y sal común, la plata quedaría libre para la
amalgama y el oxígeno oxidaría las impurezas metálicas (4NaOH + 4ClAg Y 4ClNa +
O2 + 2H2O + 4Ag). Esto implica que en la amalgamación por patio se producía sal,
aunque, siguiendo la tradición alemana, también se le añadiese en gran cantidad, para
que la reacción en medio alcalino evitase la formación de ácido clorhídrico (ClH),
como se hace actualmente en la cianuración. Con el tiempo, dependiendo del tipo de
mineral, los azogueros aprenderían a regular el proceso (“curtirlo”), añadiendo cal, para
“enfriar” la masa, o sulfatos metálicos (a los que denominaron “magistral”), para
“calentarla” (Ibíd, p. 376).

Gráfico II-3

41
A la vista del cuadro de acciones y reacciones en los diferentes mercados, hay que
concluir que la flexibilidad de la respuesta a la introducción de la amalgama fue
impresionante. Las expectativas despertadas tardaron en materializarse por la escasez
de azogue tras el incendio de la mina de Almadén, que obligó a importarlo, al menos
hasta la regularización del suministro en 1564 (Matilla, I, pp. 212-19), año en que
Amador de Cabrera registró también el descubrimiento de la mina de azogue
“Descubridora”, en Huencavélica, tras un decenio de intensos esfuerzos por parte de las
autoridades virreinales para impulsar la explotación de este mineral (Lohmann, 1949,
cap. 1), cuyos precios de mercado aumentaron casi con carácter simultáneo a la
difusión de la amalgama. En el arriendo a los Fúcar entre 1547 y 1550 la corona se lo
había comprado a 9 o 10 ducados el quintal [de cuatro arrobas, o 46 kilogramos] y lo
había vendido a 20. Tras el incendio de 1550, la mina de Almadén había quedado
inactiva, pero las cartas de los oficiales de Nueva España aconsejaron acelerar los
trabajos de restauración, ya que en 1556 el precio del quintal de azogue había subido a
25 ducados (p. 68). Entre 1557 y 1562 se encargó al gobernador Ambrosio Rótulo el
restablecimiento de la producción, mientras el precio de mercado del azogue pasaba
desde 32 a más de 85 ducados el quintal en la península (p. 80), lo que aconsejó realizar
asientos para importarlo —a precios entre 20 y 25 ducados— e impulsar la explotación
de las minas de azogue descubiertas por Enrique Garcés en Perú y Ramírez Dávalos en
Quito, entre 1558 y 1559, antes de la adopción del método de la amalgama en las minas
de Potosí, que la corona había tratado de impulsar sin éxito desde 1555, pero que sólo se
haría imprescindible tras el agotamiento del mineral más rico —la “tacana”— a partir
de 1566, para beneficiar de forma rentable los minerales pobres (Lohmann,1949, p. 14-
17 y 53).
Los beneficios extraordinarios derivados de esta dinámica aconsejaron declarar el
estanco del azogue en 1559. Tras un quinquenio de restauración y explotación directa
de la mina de Almadén, durante el que se importó azogue, se celebró el primer asiento
con los Fúcar (1563-1572) para acelerar la extracción y garantizar la remisión a gran
escala de mineral hacia las Indias. El escaso rendimiento de las minas de Perú y Quito
desaconsejó aplicar allí el estanco hasta la Provisión de 5-II-1564 —tras el
descubrimiento de Huancavelica— que estableció la regalía de la corona. En 1568 se
ordenó al virrey Toledo aplicar en Perú el modelo de asiento suscrito con Fúcar en
Almadén (Lohmann, 1949, pp. 29 y 37), pero la medida sólo avanzaría tras el fallo del
Consejo de Indias de 14-XI-1571, que concedió a Cabrera la explotación a cambio de
entregar a la corona el 66% de sus beneficios en especie (ibíd. p. 51). El momento
coincide con la introducción de la amalgama en Potosí por Pedro Fernández de Velasco,
que importó el procedimiento desde México, donde había sido fundidor, modificando el
método de patio para adaptarlo a las características y la consistencia de la plata y el
azogue peruanos, que no habían permitido hasta entonces difundir y generalizar la
amalgama, conocida allí desde 1559. Sólo a partir de esta adaptación, reconocida por
derecho de patente, se produjo la “resurrección” de Potosí y el “matrimonio” entre su
cerro y el de Huencavélica permitió triplicar la producción de plata entre 1571 y 1572
(pp. 53 y ss.)

Durante el primer decenio de asiento en Almadén los Fúcar entregaron 13.100


quintales a un precio convenido entre 25 y 29 ducados —aunque con los intereses de
demora subieron a 34,7 (Matilla, I, p. 97)— que se estaban cediendo en 1563 al
beneficiario del monopolio de venta —un tal Juan Núñez— al precio de 100 ducados el
quintal, si bien en venta directa la corona lo cobraba a 120 (p. 218), intermediarios que
se resarcían vendiéndolo en Nueva España en almoneda a precios entre 180 y 190

42
pesos de minas (p. 98). Como el peso de minas o real de a ocho (R.8) equivalía a 272
Maravedís, el precio final se situaba entre 130,6 y 137,8 ducados (de 375 Mavds). Por
su parte, a partir de 1571 Huencavélica triplicó su producción, aunque ésta no superó
los 2.500 quintales/año mientras pudo beneficiarse en “lavaderos” el cinabrio más rico.
El bajo coste de producción de este procedimiento redujo la cotización del azogue
peruano a 40 pesos en 1573 (Lohmann, p. 57), año en que se suscribió el primer asiento
con los mineros “concesionarios”, por el que el Estado iba a adquirir anualmente 1.500
quintales de azogue, a un coste bruto de 51,4 ducados —41,1, una vez descontado el
quinto real— (Ibíd. p. 72). La cantidad anual se elevaría a 9.000 quintales en el segundo
asiento, suscrito en 1577 (p. 103), que se complementó con otro para portear el azogue
hasta Potosí, por el que la corona lo entregaba a 78,3 ducados y los asentistas lo
vendían en Potosí a 104 ducados (o 108 y 143,4 pesos-Rs.8, respectivamente) (Ibíd. p.
89). Quince años antes (el 15 de junio de 1558) el factor de los Fúcar en Nueva España,
Cristóbal Réiser, señalaba que el azogue se pagaba allí a 150 ducados (frente a 60 que
había venido siendo su precio normal), porque “sin azogue poca plata se obtiene en las
minas” (Carande, 1987, 2, p. 428). Frente a estos precios de venta, en el gráfico 3 se ha
estimado la evolución del coste medio de producción del quintal de azogue —incluidos
los portes de Almadén a Sevilla, pero no a Indias— para cada cuarto de siglo y las
cantidades de azogue entregadas en Sevilla, todo ello a partir de la información recogida
por Matilla Tascón.

CUADRO II-1.- PRODUCCIÓN DE AZOGUE PUESTO EN SEVILLA Y COSTE


POR PERÍODOS DE VEINTICINCO AÑOS (SIGLOS XVI-XVIII)
XVI- XVI- XVI- XVI- XVII- XVII- XVII- XVII- XVIII- XVIII- XVIII- XVIII-
PERÍODO: I II III IV I II III IV I II III IV
Coste en
Ducados/TM. 151 243 290 354 419 617 812 729 308 286 693 726
REMESAS ALMADÉN-SEVILLA
En T. métricas 262 981 2 748 4 590 3 784 2 727 2 158 5 553 6 656 10 690 18 368
Media anual. 65,6 54,5 109,9 183,6 151,4 109,1 86,3 222,1 266,2 427,6 765,3
Cte. variación 30,2% 52,3% 33,9% 21,8% 36,4% 29,6% 40,7% 65,8% 69,9% 47,4% 24,2%

CUADRO II-2.- AZOGUE REGISTRADO DISPONIBLE EN INDIAS (en Tm.)

XVI- XVI- XVI- XVI- XVII- XVII- XVII- XVII- XVIII- XVIII- XVIII- XVIII-
PERÍODO: I II III IV I II III IV I II III IV
Ducados/TM. 151 243 290 354 419 617 812 729 308 286 693 726
Remesas: TM. 354 981 3 137 5 396 5 826 2 727 2 158 5 553 6 656 10 690 23 336
HUENCAVÉLICA 360 7.390 6.121 4.997 8.295 6.302 4.608 4.878 3.230 3.285
TOTAL 354 1 341 10 527 11 517 10 823 11 022 8 460 10 161 11 534 13 920 26 621
Media 88,6 74,5 421,1 460,7 432,9 440,9 338,4 406,4 461,3 556,8 1 064,8

En el cuadro II-1 se trasladan estas cifras a toneladas métricas. Lo más


significativo de estos datos es el movimiento paralelo de costes de extracción y volumen
de producción durante los siglos XVI y XVIII, y un movimiento de tijeras durante el
siglo XVII que está relacionado con las economías de escala de la producción, dada la
relación entre el volumen de la demanda de dinero y la oferta agregada y la interacción
entre los mercados monetarios y reales. A partir de mediados del siglo XVI la serie
construida en el cuadro II-2 por agregación de la producción de azogue de Almadén
puesta en Sevilla más la de Huencavélica —recogida por Humboldt en los archivos de

43
la Tesorería (1991, pp. 395-7) — y una vez añadidas las importaciones de Austria,
constituye probablemente el mejor indicador de la producción registrada de plata (vid.
Matilla II, cap. X), y al mismo tiempo el principal elemento regulador de la misma.

En efecto, en torno a 1560 don Fernando de Portugal, tesorero de Nueva España,


calculaba que de 2.500 quintales de azogue se podrían sacar 2.000 de plata (Matilla, I,
pp. 211-236), con una relación de 1,25:1, muy parecida a la estimada por el oidor
Moreto en Lima en 1666: 100 quintales de azogue por 81 de plata (Lohmann, p. 354).
Para el licenciado Álbaro Alonso Barba, cura párroco de S. Bernardo en Potosí y
seguidor de Raimundo Llull, sólo el más diestro beneficiador consumía en el “cajón”
(equivalente peruano del patio) “por lo menos, otro tanto azogue como saca de plata”
(1640, folio 54). Alejandro de Humboldt (1991, p. 377 y ss.), en su viaje a Nueva
España por cuenta de la corona en 1801, consideró que en las minas de Guanajuato —
que seguían empleando el método de Medina de la “amalgamación por patio”, como se
hacía en todo el continente — se consumían 1.6 Kgs. de mercurio por cada Kg de
plata producida, ocho veces el mercurio empleado en Sajonia mediante el nuevo
método, introducido por Geller y Charpentier. Pero mientras en Freiberg se
beneficiaban al año 60.000 quintales, en Nueva España eran más de diez millones, y
no habría toneles, ni fuerza motriz, ni leña suficientes para copiar el método alemán. Ya
en 1778 Friederic Sonneschmidt, miembro de la expedición científica de Fausto
Delhuyar, había intentado introducir en México el método de barriles de Born —a su
vez, inspirado en el Tratado de Alonso Barba—, pero obtuvo un rendimiento mínimo y
se abandonó (Lang, 1977, p. 42; Castillo-Lang, p. 102, 157).
A estas dificultades objetivas habría que añadir la política de la corona, que
impidió la diversificación tecnológica y la innovación productiva para mantener el
control fiscal y el sistema burocrático de exacción de rentas: en 1571 se prohibió
extraer plata por el método de fundición, y en 1588-89 se prohibió taxativamente el
“invento” de los hermanos Corso de Leca —descrito por Alonso Barba— que utilizaba
un magistral mezclado con escorias de hierro y reducía a una cuarta parte el consumo
de azogue, denegándose toda licencia que solicitase autorización de emplearlo, no
obstante lo cual muchos mineros debieron de hacerlo, lo que explicaría la brusca caída
de la demanda de azogue a partir de 1590 (Lohmann, pp. 131-33). Esta política de
subordinación de la innovación a la simplicidad fiscal debió de impulsar la aparición de
un cierto número de explotaciones no registradas —ni registrables— que fueron pieza
básica para el contrabando en la producción de plata, ya que el avance en las técnicas
del beneficio del metal, con ahorro de azogue, permitió ampliar paulatinamente el tipo
de mineral utilizado, beneficiándose plata en desmontes antiguos, extraída de vetas
profundas, con alto coste de manipulación, e incluso reaprovechando “lamas y relaves”
(Alonso Barba, f. 54).
Durante el medio siglo siguiente estas posibilidades no dejaron de aumentar
debido a la impresionante mejora de las técnicas metalúrgicas y su adaptación a las
condiciones geográficas y a las existencias de mineral peruano. 105 Alonso Barba las
sintetizó en su Arte de los Metales (1640), atribuyendo al alto contenido de “caparrosa”
del mineral más abundante en Perú (una pirita, denominada “negrillo”) tanto el fracaso
de los primeros intentos de utilizar la amalgama, como la elevación del rendimiento del
azogue utilizando escorias de hierro (f. 52). Su razonamiento para explicar el llamado

105
Potosí está a una altitud de 5.000 metros. La menor presión atmosférica retrasa mucho el proceso
químico. La explicación científica sería aportada por Sonneschmidt (Castillo-Lang, pp. 101 y ss.).La
modificación del método de Medina para introducirlo en Perú se realizó en 1571 por prueba y error

44
“beneficio de hierro” resulta perfectamente trasladable a los conceptos de la química y
la minería modernas: la caparrosa (kupferashe; en aimara: copaquira) son sulfatos
hidratados de cobre o de hierro (vitriolos azul y verde, solubles: SO4Cu ≅5H2O; SO4Fe
≅7H2O). Como el “negrillo” es sulfuro de plata (Argentita) con caparrosa, una vez
molido, antes de incorporarlo al “cajón” había que lavarlo para eliminar los sulfatos.
Además, las piritas se enriquecen agregando limaduras de un metal (hierro o cobre)
más activo que el radical del sulfuro (la plata), para que lo sustituya, formando sulfuro
de hierro y liberando la plata (2SAg2 + Fe Y S2Fe + 4Ag), que se mezcla con el
mercurio en la amalgama. Del mismo modo, cuando durante la amalgama se forma
sulfato mercúrico (SO4Hg), el hierro o el cobre sustituyen al mercurio como radical y
forman sulfato férrico o de cobre, o sea, caparrosa, liberando de nuevo el mercurio 106.
En Huencavélica, como sucedería también más tarde en Nueva España, los
agobios fiscales de la corona descompusieron enseguida el mercado, lo que condujo a la
aparición de un fluido sistema de contrabando de azogue ya que, al no cumplir la
Tesorería los compromisos de anticipo de fondos establecidos en los asientos —ni
abonar el resto al hacerse las entregas—, la acumulación de atrasos obligaba a los
mineros a dejar de entregar azogue y a venderlo directamente a los defraudadores
(“aviadores”), incluso con pérdidas, para evitar tener que abonar intereses usurarios. El
sistema se complementaba con el contrabando de los asentistas porteadores —en ciertos
casos miembros de la burocracia virreinal—, que llegaban a suscribir asientos en
pérdidas porque el azogue ilegal se compraba una tercera parte más barato que el oficial
y en ocasiones a la tercera parte de su precio, y se vendía en Potosí una tercera parte
más caro por ir destinado a la producción de plata sin pagar el quinto real. Ya a
mediados de los años ochenta del siglo XVI se estimó que se transportaban tres mil
quintales de azogue de matute al año, equivalentes a la tercera parte de los 9.000
quintales legales (Lohmann, pp. 116-9). La inseguridad en los pagos explica que los
mineros no retuviesen los beneficios, que pasaban a los aviadores. Como la prosperidad
de esta clase dependía de una actividad irregular, se limitaban a proporcionar
financiación usuraria a corto plazo, lo que explica la infrainversión de las explotaciones
y su agotamiento prematuro. Sólo tras las reformas de Gálvez, que incentivaron la
reinversión en las minas del capital de los hacendados mexicanos y de los comerciantes
—una vez pérdida la renta monopolista por parte de éstos— la minería de Nueva
España rompió el círculo vicioso y experimentó el impresionante boom de finales del
siglo XVIII (Castillo-Lang, 1995; Fisher, 1998).
En cualquier caso, aquellas estimaciones casan difícilmente con la de 150.000
toneladas de plata extraídas en el continente durante todo el período colonial realizada
por Flynn y Giráldez (1996, p. 314). La información de Matilla sobre la producción de
azogue en Almadén, que es la fuente más firme de que se dispone, permite estimar en
58.516 toneladas la cantidad total de azogue producido entre 1547 y 1799 (cuadro II-1).
A la plata beneficiada con el azogue de Almadén hay que añadir: el tesoro inicial,
escasamente significativo, y la extracción de plata por procedimientos anteriores o
distintos de la amalgama; el de las minas alemanas de Idria y Carintia, cuyas remesas no
superaron las 3.250 Tm. hasta 1645 y sólo se hicieron regulares desde 1785, aportando
entre ese año y 1797 en torno a 5.000 Tm. Como el total de remesas oficialmente
exportadas a América fue algo menos de 67.000 Tm., agregándoles las 49.000 Tm. de
106
El sistema peruano del “beneficio de hierro” fue introducido por Gellert en Sajonia y su máxima
eficiencia verificada experimentalmente por Gay-Lussac y Humboldt en 1804 (1991, p. 380). El sulfato
de mercurio y la sal sólo pueden mezclarse en frio, ya que en caliente producen cloruro mercúrico
(“sublimado corrosivo”), muy venenoso: SO4Hg + 2ClNa = Cl2Hg + SO4Na2.

45
azogue de Huencavélica las disponibilidades totales de azogue legal ascendieron a
116.000 Tm. (cuadro II-2), cantidad con la que pudieron producirse entre 93.000
toneladas de plata (ratio 1,25:1) y 73.000 (ratio 1,6:1); o sea, una cantidad promedio de
83.000 Tm. La ratio efectiva entre cantidades registradas de azogue y plata debió de
encontrarse en ese intervalo, ya que durante el siglo XVIII la relación media oficial
entre plata producida y disponibilidades de azogue fue de 1,29, pasando de 1,02 en
1717-1739 a 1,75 en 1779-1796. 107
Cipolla (1999, p. 57) admite como cantidad de plata oficialmente extraída en
América durante los tres siglos la estimación de unas 82 000 Tm. hecha por Morineau
(2000, p. 201, nota 28), quien considera al mismo tiempo que un tercio de esta cifra
habría sido reexportada de Europa a China y un sexto enviada allí directamente desde
Acapulco (13 667) a cambio de seda, cifra no muy distante de la finalmente propuesta
por Flynn y Giráldez (2000, p. 388, nota 8), al admitir un máximo de extracciones
directas hacia Oriente de 55 Tm (dos millones de reales de a ocho) al año durante 225
años (12 375 Tm.).
La cifra de envíos a Filipinas equivale al 17% de la producción oficial de plata
americana en el siglo XVII. La ruta comercial entre Japón y China la habían abierto los
comerciante chinos y Portugueses entre 1560 y 1600 trasvasando anualmente de 34 a
49 Tm. de plata, a cambio de seda (Prakash, 1998, p. 80). A ello se unieron después los
holandeses, que acudieron a las Indias Orientales en busca de especias. Pero el
archipiélago indonesio, que disfrutaba del monopolio natural de éstas, no quería plata,
sino tejidos indios baratos, de modo que se inició un comercio cuadrangular, o, más
bien, “browniano” (Landes, 1999). El Galeón de Manila, al diversificar el suministro
de plata, vino a completar el negocio de chinos, portugueses (hasta 1639, en que éstos
fueron expulsados de Japón) y holandeses, cuya escasa vocación evangelizadora les
permitió alzarse con el monopolio europeo del comercio japonés hasta 1853 (Maddison,
2001, p. 85). La renta de este tráfico permitió a la Corona española financiar la guerra
contra los holandeses en Oriente (Flynn-Giráldez, 1998). A su vez, la repatriación de
beneficios en forma de oro proporcionó el “dinero político” en que se basó el negocio
de Lisboa y Ámsterdam como centros financieros de los Habsburgo.
Puede establecerse con cierta precisión la importancia cuantitativa del comercio
de plata con China entre 1600 y 1660. Aunque alguna fuente habla de hasta 307 Tm.
(Flynn-Giráldez (1995), la exportación a China estimada para 1602 108 equivale a 3,2
millones de pesos (antiguos, de 450 Mrvds, no reales de a ocho), de los que casi medio
millón (223,5 millones de Mrvds.) servían para pagar las manufacturas importadas
desde Filipinas a Nueva España, siendo imputable al comercio plata/oro los restantes
2,7 millones, equivalentes a 121 Tm. de plata. Aquella cifra total del comercio con
China equivalía por entonces al 65 % del metal llegado a la Casa de Contratación de
Sevilla, que ascendió entre 1601 y 1605 a 4,9 millones de pesos anuales. En cambio, en
1659 la propia Casa de Contratación estimaba que las llegadas anuales de plata a China
vía Acapulco se habían reducido a 500.000 pesos, o 225 millones de Mrvds., lo que
107
Los períodos de veinte años son los de García-Baquero (1998). Se estima, con este mismo autor
(1996), que las remesas suponen un 62% del total de lo producido, al que se le ha restado la producción
de oro (TePaske, 1998, tabla 2). Para los cuatro períodos, las ratios fueron: 1,02; 1,2; 1,05, y 1,75. La
elevación de la ratio al final del siglo —observada por Humboldt—, es fruto de la política de bajos
precios y menor fiscalidad para fomentar la producción y de la más eficiente explotación en Nueva
España, fruto de la inversión, que permitió explotar a mayor profundidad, lo que en todas las minas de
América significaba menor riqueza mineral Vid. Castillo-Lang, pp. 56-59, 65 y 128-132.
108
Véase Cipolla (1996, pp. 96 y ss.)

46
equivale a 22,5 Tm. de plata y representaba las tres cuartas partes de las partidas de
metales llegadas a Sevilla anualmente entre 1656 y 1660 (672 000 pesos antiguos). La
reducción entre 1602 y 1659 de las cifras de plata remitida a China es de 120,5 Tm. y
se corresponde casi exactamente con el comercio plata/oro de 1602-1603, caída
imputable a la desaparición del arbitraje bimetálico entre continentes, que había cesado
a mediados de siglo. 109 (Gráfico II-4).
Gráfico II-4: Plata intercambiada al año con China desde Acapulco

Adicionalmente, podría afirmarse que el hundimiento del arbitraje fue también


responsable del de la producción minera americana, ya que la misma razón que
contrajo el comercio directo vía Acapulco debió de afectar, con mayor motivo, dados
los costes de transporte, al circuito indirecto. La causa de todo ello estriba en que el
aumento de los costes de producción —a medida que se incurría en rendimientos
decrecientes, debido al agotamiento de los yacimientos más ricos 110—, “no se vio
compensado por los precios de los metales preciosos, que permanecían fijos”: el
promedio de los índices de precios de los tres reinos de la Corona de Castilla,
elaborados por el propio Hamilton, transformados en precios-plata dejaron de crecer,
como lo habían hecho a lo largo del siglo XVI, para mantenerse prácticamente estables
entre 1600 y 1650 (su tasa anual de crecimiento fue de 0,05 %), y reducirse sólo entre
1650 y 1750. 111 Mientras duró la prima del intercambio con el oro, la producción fue
lucrativa. Después no lo fue y la producción se redujo para elevar la productividad.
El estrechamiento de los márgenes se tradujo en una competencia creciente. La
rivalidad entre portugueses y holandeses en la disputa de todo este lucrativo negocio se
refleja en el hecho de que entre 1605 y 1661 se registrasen al menos diez guerras por
asuntos coloniales entre Holanda y Portugal (Tilly, 1995, p. 97, y Sorokin, 1862), dos
109
Para el dominio de la plata en los intercambios bimetálicos hasta mediados del siglo XVII (y sobre las
incertidumbres de las cifras conocidas), véase Martínez Shaw (2014) y Martínez Shaw et al. (2014). Para
Picazo (2000), el principal destino de la plata del galeón de Manila consistía en intercambiarla por oro.
110
Hamilton recoge testimonios según los cuales las minas de Potosí producían en 1545-71 un marco de
plata por libra de mineral, mientras que en 1634 las que producían un marco por 1,250 libras se
consideraban buenas: “en 1629 la decadencia de Potosí era tan grande que incluso los chinos, conscientes
de ella, hacían enormes bolas de plata que luego enterraban. Según Colmeiro Potosí comenzó a ver
declinar el rendimiento de sus minas después de 1606" (Ibíd. nota 117).
111
Véase Hamilton, 1934, p.47, tabla 1 y p. 49, notas 117 y 120; estos últimos cálculos en Espina (1998).
Véase el gráfico II-4.

47
países que sólo quedaron desligados de la Monarquía de España a partir de 1640
(aunque la independencia de Portugal no fuese reconocida hasta 1662), precisamente la
etapa en que se sitúa el cese de los beneficios extraordinarios derivados del monopolio
sobre el arbitraje metálico intercontinental, momento a partir del cual la rentabilidad de
los intercambios quedaría determinada exclusivamente por la eficiencia comercial y la
pericia marítima. Una pericia en la que los holandeses destacaron durante los cien años
subsiguientes, basando su comercio en el monopolio de las especias producidas en las
islas Bandas y Molucas —que habían sido cedidas venalmente por Carlos V a Portugal
y arrebatadas de facto por la CHIO, inmediatamente antes de consolidar su posesión
holandesa a través del statu quo de 1609—, y en el cultivo masivo de azúcar y café en
Java. La hegemonía holandesa no empezaría a apagarse hasta que la opacidad y la
aparición de nuevos problemas de relación entre agente y principal —esta vez al
máximo nivel, entre gestores y accionistas— arruinaron a la CHIO en la segunda mitad
del siglo XVIII (Landes, 1999, p. 144-46).
En general, a la plata registrada oficialmente hay que añadir la producción ilegal
estimada. Como el azogue extraído de contrabando de Huencavélica pudo ascender a
16.333 Tm., a una tasa de rendimiento medio debió de producir en torno a 11 500 Tm.
Suponiendo también un tercio de contrabando en México, la cifra de plata producida
pudo ascender a 110 000 Tm. Humboldt estimó una producción total, incluido el
contrabando, entre 1492 y 1803 de 117 864,2 Tm. (4.358,2 millones de pesos Rs.8, o
sea, 512,7 millones de marcos, además de 493 millones de pesos en oro, equivalentes a
834 Tm.), 112 pero basó sus cálculos sobre la cuantía de la plata quintada, sin aplicar
correcciones por las múltiples exenciones existentes, que alcanzaron hasta el 15%
(Bernal, 2000, p. 381). La cifra de 110.000 Tm. implica unas exenciones medias del
7%. Esa cifra supondría que casi las tres cuartas partes de la producción mundial de
plata entre 1495 y 1850 (estimada por Jevons y De Foville en 150 000 Tm.)113
provendrían de América.
En el cuadro II-3 esta cifra se distribuye por períodos en función del azogue
disponible, suponiendo rendimientos oficiales de 1:1 hasta 1650; de 1,25:1 hasta 1775,
y de 1,6:1 en el último cuarto del siglo XVIII. El cuadro refleja también las remesas de
plata por período (vid. nota 1).
El 62% de la producción oficial pasaba a España (García Baquero, 1996) y el
resto entraba directamente en circulación, mientras que la plata de contrabando “se
embarcaba subrepticiamente en la Armada y, yendo fuera del registro, eludía el pago de
la avería, tanto en la mar del sur como en el Atlántico. 114 Finalmente, tampoco entraba
en territorio español, por las graves penas que castigaban este tráfico, sino que se alijaba
y pasaba directamente a los navíos de mercaderes extranjeros” (Lohmann, p. 245), que
abundaban en las inmediaciones de las Azores, o se transfería directamente desde
América —vía Brasil, Azores, Madeira y Lisboa— a través del sistema de tráfico
fraudulento organizado por los portugueses y tolerado por la Corona (Vilar, 1969, p.
110). Es así como se equilibraba la balanza comercial, violando sistemáticamente la
prohibición mercantilista de exportación de especies metálicas, incompatible con el
desequilibrio en los intercambios.

112
Las cifras están tomadas de Humboldt (1991), p. 434
113
Cifras tomadas de Bernal (2005), p. 301.
114
Esto sólo hasta 1660, fecha en que las remesas de plata y mercancías americanas dejaron de pagarla,
sustituyéndose por contribuciones fijas (Lang, 1998, p. 47).

48
CUADRO II-3.- PRODUCCIÓN DE PLATA AMERICANA Y AZOGUE DISPONIBLE.
Y remesas de plata de Hamilton-Álvarez Nogal (Tm. y millones de Pesos-Rs.8.)

XVI- XVI- XVI- XVII- XVII- XVII- XVII- XVIII- XVIII- XVIII- XVIII-
PERÍODO: II III IV I II III IV I II III IV
Tm 409 1.548 12.154 13.297 12.495 10.180 7.813 9.385 10.653 12.857 19.209
Mills. Pesos-R8 15 57 446 488 459 374 287 344 391 472 705

REMESAS DE PLATA AMERICANA POR PERÍODO


Tm 239 1.738 5.884 6.011 4.949 863
Mills. Pesos-R8 9 63 214 219 180 31

PRODUCCIÓN DE PLATA AMÉRICANA EN MEDIAS


ANUALES
Tm 102 91 486 532 500 407 313 375 426 514 768
Mills. Pesos-R8 4 3 18 20 18 15 11 14 16 19 28

3.- Tres siglos de plata y azogue


El tesorero de la corona había estimado en 1560 que en Nueva España el precio de
venta del azogue determinaría la entrada en explotación de las minas de plata en razón
de su riqueza; al precio de mercado —ganando la corona cincuenta ducados por
quintal— sólo podían beneficiarse minerales que contuviesen al menos tres onzas de
plata por quintal de tierra (riqueza del 0,19 %); era recomendable, sin embargo, que la
corona ganara menos en la venta del azogue y bajase su precio, porque a 80 ducados el
quintal de azogue podrían beneficiarse los minerales de dos onzas, y a 60 ducados los de
una onza de plata por quintal de tierra (0,063%). Como éstos eran los más abundantes, a
60 ducados el azogue podrían producirse 5.000 quintales (230 Tm.) de plata al año,
consumiéndose otros tantos de azogue (porque “cada día se pierde tanto azogue como se
saca de plata”). Por eso, la política de bajos precios del azogue fue utilizada como
instrumento de fomento, de control fiscal de la producción de plata y como censo de
mineros, lo que tuvo que dificultar el contrabando en México, aunque el aumento del
rendimiento del azogue y la plata de rescate (producida directamente por los peones, a
modo de salario en especie, y no declarada en las cajas reales), encontró la forma de
superar los controles. Los virreyes de Nueva España fijaban la cantidad de azogue
distribuido en función de la plata registrada mediante una ratio, referida a los
rendimientos medios declarados en cada demarcación, que se situaron desde el siglo
XVII en torno a una libra de azogue por cada marco de plata (con una relación de 2:1).
Como esta medida de fomento incentivaba el fraude, que aumentó fuertemente a partir
de 1630, en el siglo XVIII se combinó con una política de reducción de la fiscalidad:
se cambió el quinto por el diezmo de la plata a partir de 1730 y se rebajó la del oro
hasta el 3% a partir de 1777, lo que incentivó el registro del metal extraído (Lang,
1977, cap. XII; Fisher, 2000, p. 111).
La política de precios del azogue efectivamente practicada en Nueva España con
carácter general por la Corona durante los tres siglos siguientes fue la recomendada por
don Fernando de Portugal. El objetivo establecido en su carta se superó por primera
vez en 1588 (en que se remitieron 6.120 quintales), y las remesas de Sevilla a Indias
entre esa fecha y 1645 alcanzaron un promedio anual de 4.692 quintales. Del gráfico 3
se deduce que el segundo cuarto del siglo XVII es el primero que registra una caída de
los envíos de azogue a Sevilla, aunque el descenso de la producción de Almadén se
suplió con importaciones desde Idria para aumentar los envíos a América y
49
sobreexplotando la mina de Huencavélica, que alcanzó en 1643-1645 un máximo de
producción de 9.000 quintales/año (de 12 000, contando el contrabando), pero en 1648
la veta de cinabrio de alta ley quedó cortada por una falla de roca caliza que redujo
considerablemente la producción de la mina peruana hasta 1743 (Lohmann, p. 335-7) y
en 1786 se produjo el derrumbe que la dejó prácticamente inutilizada (Lang, 1986).
Obsérvese en todo caso que la contracción del trasvase de azogue hacia América
durante la segunda mitad del XVII fue muy inferior a la del tráfico global: si durante la
primera mitad del siglo las 11 222 Tm. trasvasadas supusieron el 0,66% del movimiento
naval, las 4.885 de la segunda mitad supusieron el 1,66 % del mismo, que se redujo a
313 000 Tm., un 18,4% del registrado durante la primera mitad (García-Baquero, 1999,
p. 172), lo que se explica en parte por la expedición de 18 “navíos de azogues” y la
suspensión de 28 flotas entre 1630 y 1710 (Lang, 1998, pp. 31-2).
Para los gestores de la época estos son años de “escasez de mineral” en Almadén,
pero se trata de una escasez relativa en relación con el precio por quintal pagado por la
corona a los Fúcar (29,33 ducados), que no varió desde el asiento de 1615-1624,
aunque ya en 1625-1634 ése había sido el coste medio de producción, que se elevaría
fuertemente a partir de 1636. El precio de adquisición por parte del monarca se
encontraba determinado por el de venta a los mineros en las Indias, limitado a su vez
por la demanda y el precio relativo de la plata en el mercado y por la política de
fomento de la producción de plata, que exigía mantener bajos los precios del azogue.
Pero la corona disponía de ancho margen y en esta política aparentemente se excedió,
hasta el punto de hacer económicamente inviable cualquier nueva inversión en Almadén
en un período, como el de comienzos de los años cuarenta del siglo XVII en que la
monarquía soportaba la rebelión general que conduciría a su hundimiento definitivo y
Olivares (“tan testarudo que se quebraría antes de doblegarse”) buscaba dinero por todas
partes (Elliott, 1990, p. 591-2). En realidad, la insuficiencia endémica de azogue durante
todo el siglo XVII no se debió a causas técnicas o mineralógicas, sino a la creciente
descomposición de las finanzas de la corona que impidieron mantener un flujo mínimo
de inversión e incluso el gasto corriente de funcionamiento de las minas (Lang, 1998,
p86).
Sólo en 1642, tras la quiebra de los Fúcar en vísperas de la caída de Olivares, se
accedería a aumentar en un 30% el precio de adquisición, estableciéndolo en 37,33
ducados, con lo que los precios de Almadén quedaron prácticamente equiparados a los
de Huencavélica, cuyo asiento de 1645 lo fijó en 35,6 ducados el quintal —una vez
deducido el quinto real— reduciendo en 83 reales el coste del asiento de 1630, que ya
había reducido en 32 reales el de asientos anteriores (Lohmann, pop 285 y 331). Ese es
el momento en que la política industrial del azogue adoptó su forma definitiva pasando
Almadén a explotarse directamente por el Consejo de Castilla, con lo que la mina
quedó integrada en el conjunto de instrumentos de la política monetaria.
Una vez resuelto aparentemente el problema agente/principal mediante la gestión
pública directa la tensión ejercida sobre la reducción de los costes de producción dio pie
en Almadén a la introducción de los “hornos Bustamante”, con los que se consiguió
beneficiar minerales pobres hasta entonces desechados (Matilla, II, p. 89 y ss.). La
historia de los hornos empleados en la mina sirve para sintetizar las principales etapas
tecnológicas del beneficio del azogue, correlato a su vez de las vicisitudes del mercado
de la plata: hasta el asiento de 1563-1572 el metal se había cocido en hornos
tradicionales llamados “de jabecas” (Matilla, I, p. 44), de bajo rendimiento y alto
consumo de combustible, que se usaron también en Huencavélica incorporándoseles
algunas mejoras en torno a 1590 y a partir de 1609 (Lohmann, pp. 129 y 220). Los

50
Fúcar introdujeron en Almadén ocho hornos de reverberación, de diseño alemán (p. 98),
que fueron renovados entre 1609 y 1629 (p. 124), mejorando el rendimiento en un
tercio y denominándoseles a partir de entonces “hornos de buitrones”, en los que el
mineral se cocía en ollas de barro cerámico (Matilla I, pp. 153-159). Estos hornos se
intentaron introducir en Huencavélica pero no funcionaron (Lohmann, p. 249).
En 1633 Lope de Saavedra Barba presentó un memorial para introducir en
Huencavélica hornos de bóveda capaces de descomponer el cinabrio con el oxígeno del
aire, recogiendo a continuación los vapores de mercurio en un condensador de aludeles.
Tras la etapa de ensayo y experimentación, en 1640 ya había setenta hornos de este
tipo funcionando en Huencavélica y en 1641 se reconoció al inventor como derecho de
patente el 2% del valor de todo el azogue producido con sus hornos, pero la historia de
la percepción por sus herederos resultó lastimosa. Un asentista de azogues del lugar,
Juan Alonso de Bustamante, viajó a España y propuso en 1646 emplear aquí hornos de
cámara algo perfeccionados. En 1648 fue nombrado intendente de Almadén e implantó
los hornos “de aludeles o de Bustamante”, apropiándose el invento (Lohmann, pp.
295-304 y 372) en el mismo momento en que cambiaban las circunstancias del
mercado de la plata y se llegaba a la asfixia financiera de la monarquía y al fin de su
hegemonía política.
La tónica que dominó todas las políticas relacionadas con el azogue y la plata a
lo largo de estos tres siglos fue la continuidad. La relación entre producción de azogue
y extracción de plata así como las recomendaciones sobre política de precios de cesión
del azogue a los mineros del siglo XVI no variaron durante los siglos XVII y XVIII.
Durante el siglo XVII en Nueva España el quintal se les vendió normalmente a 60
ducados: 82 pesos, 5 temines 9 granos y 13/17 avos (Matilla 2, p. 393 y ss.). Los
intentos de elevar el precio a 107 pesos en 1637, a 100 en 1675 y a 110 en 1677
fracasaron, de modo que el precio se mantuvo en 60 ducados hasta 1767 (Lang, 1977,
p. 241-5). Una real cédula de 24-III-1739 concedió a los mineros de Guatemala la gracia
de pagar sólo 30 pesos durante 10 años (o sea, 21,8 ducados) como medida de fomento
para que se explotasen las minas de leyes más cortas (de menos de 2 onzas por quintal,
con riqueza del 0,13%). Medidas de este tipo (con precios entre 30 y 45 ducados) se
aplicaron con carácter selectivo (segmentando el mercado) al menos hasta 1776. En
general, el precio a partir de 1760 volvió a ser de 60 ducados (Matilla 2, ibíd.), pero fue
bajando hasta 30 ducados (o 41,4 pesos Rs.8) en 1780, arrojando un promedio de 45,5
ducados o 62,7 pesos entre 1762 y1781 (Humboldt, p. 383-4), con resultados óptimos
para el fomento de la actividad. En Perú el precio fue de 97 pesos hasta 1787, fecha en
que se redujo a 71 (Castillo-Lang, p. 146).
Pese a que el procedimiento fue reconocido en 1719 como el mejor por la Academia de
Ciencias de Paris, entre 1725 y 1737 (precisamente durante la etapa en que el índice de
precios se encontraba en su mínimo secular y la plata en el de máximo valor real) se
recibieron múltiples propuestas arbitristas, experimentadas sin éxito, tratando de
duplicar el rendimiento del azogue. Se volvió a recibir una nueva propuesta en 1750 y
otra en 1780. Finalmente, en 1793 se propuso adoptar el sistema de hornos utilizado en
Idria. Seis años más tarde Humboldt se encargaría de hacer un dictamen experto, en su
calidad de Consejero de Minas, sobre las posibilidades de introducir mejoras en el
laboreo del azogue y en la práctica de la amalgama por todo el continente americano.
Y es que tras la caída de la demanda china y el derrumbe de la hegemonía imperial,
junto al bache demográfico del tercer cuarto del siglo XVII en Castilla y en el resto de
Europa, la única etapa de inflexión en las cifras de disponibilidades de azogue en el
Nuevo Mundo fue el último cuarto del siglo XVII. La cifra de la primera mitad del siglo
51
XVIII ya volvió a ser similar a la de un siglo antes —aunque la irregularidad de los
envíos fue el doble que la de entonces—, para duplicarse prácticamente durante la
segunda mitad del mismo, con un último cuarto en que las remesas anuales alcanzaron
casi la misma regularidad que a comienzos del siglo XVII (cuadros II-1 y II-2; gráfico
II-3).
Gráfico II-5: CORONA DE CASTILLA: PRECIOS 115
Base: 1726-1750 = 100: producción de plata y precios-plata y vellón

El estímulo para la dinamización de todo el mercado metálico provenía ahora


tanto de Oriente como de Occidente: la triplicación de la población China volvió a
ofrecer buenas oportunidades de arbitraje al aumentar el precio de la plata un 50 %
respecto a la relación bimetálica europea durante la primera mitad del siglo (Flynn-
Giráldez, 2000, p. 402); las minas japonesas se habían agotado en el siglo anterior y
hasta el propio Japón experimentó escasez de numerario desde comienzos del siglo
XVIII (Miyamoto-Shikano, 1998); además, la caída general de precios-plata de los
bienes de consumo desde 1650 a 1726 (caída que en España fue del uno por ciento
anual) revalorizó la plata en relación a los otros productos.
Hasta el último cuarto del siglo XVIII no se recuperaría el nivel de precios-plata
registrado a mediados del siglo XVII (gráfico II-5). Además, en 1668 Japón había
prohibido la exportación de plata (y en 1696 la de oro), de modo que la CHIO tuvo que
sustituir la saca de metales preciosos japoneses por importaciones desde la metrópoli
que se multiplicaron por tres entre 1660 y 1700, fecha en que sólo el comercio de la
CHIO con Bengala absorbía 6,1 Tm. de plata al año (Prakash, 1998, p. 82). En el
último tercio del siglo XVIII la rarefacción del dinero de plata era algo general en toda
Eurasia: en España quedó patente por el exceso de demanda de vales reales entre 1780
y 1793 (Espina, 2000b, p. 178). En Nápoles se generalizó la utilización de los billetes
de los bancos públicos. Enseguida la Revolución francesa y la nueva etapa de guerras
acentuó hasta tal punto la demanda de dinero metálico que las autoridades acabaron por
destruir otra vez la moneda fiduciaria, desencadenando la inflación de vales o
115
Media geométrica de los precios en las dos Castillas y Andalucía. Hamilton (1934 y 1947). Producción
de plata: cuadro 3.

52
apoderándose de las reservas metálicas de los bancos (Rosa, 2000, p. 676).
Además, la inseguridad bélica debió de aumentar la demanda de plata como
moneda refugio de modo que no es extraño que la producción de este metal —reflejo
de la de azogue— experimentase una evolución paralela a la que se infiere de los
cuadros II-1 y II-2 y del gráfico II-3, con la peculiaridad de que en los momentos de
máxima producción los rendimientos decrecientes de la amalgama achataron las crestas
de las curvas, como se observa en el cuadro II-3 y en el gráfico II- 2. Es a partir de 1765
cuando se disparó la producción de Almadén y se decidió finalmente modernizar la
mina de azogue de Huencavélica, operación que acabaría con el estrepitoso fracaso de
1786.
La expansión de la segunda mitad del siglo XVIII, sin embargo, no fue
impulsada por el arbitraje bimetálico intercontinental, ya que el cambio oro/plata fue
en China de 1:15, frente al europeo, situado en 1: 14,5. En este caso, el comercio con
extremo Oriente se vio favorecido por el precio y el coste relativo de la plata y los
productos que le servían de contrapartida: el té, la porcelana y la seda, cuya demanda
creció con la expansión europea. Aparentemente, pues, la recuperación de la
credibilidad del bronce como metal monetizable (con mayor velocidad de circulación
que la plata) permitió que la demanda china de plata monetaria sólo aumentase desde
115 Tm. al año a mediados del siglo XVII —en un contexto de recesión económica y
demográfica— a 130 Tm. un siglo después, en etapa de plena expansión. Además, la
función de demanda de plata se invirtió y adoptó pendiente positiva, porque su uso pasó
a ser selectivo, empleándose sólo en las transacciones comerciales al por mayor (Glahn,
1998, p. 57), y no como valor refugio para protegerse contra la amenaza de degradación
monetaria.
En un contexto como el de la segunda mitad del siglo XVIII el crecimiento
continuado y casi explosivo de la producción de Almadén dio pie a una fuerte dinámica
de exploración minera por todo el país y en América —aunque aquí sin resultados
rentables (Lang, 1977)—, lo que llevó al descubrimiento y apertura de nuevos pozos en
el propio Almadén a partir de 1744/1746, a la puesta en plena explotación de la mina de
Almadenejos en 1759 o a la reapertura de antiguos pozos cerrados, como sucedió en
1778. Exigió también mejorar las técnicas de laboreo, con la introducción de nueva
tecnología alemana a partir de 1752 —generalizada a partir del incendio de 1755— y la
mecanización de las técnicas de desagüe a partir de 1765, que condujeron a estudiar la
implantación de la primera “bomba de fuego” (la máquina de vapor de Wilkinson)
desde 1779, encargada efectivamente a Inglaterra en 1786, aunque en 1799 todavía no
se encontrase en funcionamiento. Esto es la gestión directa de la política del azogue —
que ya estaba permitiendo resolver razonablemente el problema de infrainversión
inherente al sistema de asientos— constituyó un obstáculo para gestionar la innovación,
como postula la teoría de los fallos institucionales (Vid. Stiglitz, 1986, pp. 212-228).
La mejor ilustración de la fuerte demanda de plata a finales del siglo XVIII es la
evidencia acerca de la necesidad de importar azogue para situarlo en América. La
historia efectiva de la importación tras la introducción de la amalgama se había
limitado hasta entonces, según Matilla (I, 221-36; II, pp. 395 y ss.) a 2 000 quintales al
comienzo de la declaración del estanco del azogue en 1559 —mientras Almadén se
recuperaba del incendio— y a los tres asientos suscritos entre 1614 y 1646 con
Albertinelli, Oberolz y Balbi para importar azogue de Idria. Estas importaciones
permitieron remitir a Indias entre 1581 y 1645 envíos que superaron a la producción de
Almadén en 70 391 quintales (3.238 Tm.: cuadros II-1 y II-2).

53
Ante la decadencia irreversible de la mina de Huencavélica y la imposibilidad de
forzar adicionalmente el crecimiento de la de Almadén —que ya soportaba el mayor
peso del suministro— a partir de 1784, la disponibilidad de azogue se reforzó otra vez
con importaciones desde Alemania. Antes, la rocambolesca aventura de la importación
de azogue chino había permitido descubrir que ya había un precio único mundial en ese
mercado y que el negocio no merecía la pena (Matilla, II, pp. 395 y ss.). La vía alemana
ya se había experimentado en 1764 vendiéndose el azogue en Nueva España a 63
pesos o 45,7 ducados el quintal. En 1785 José de Gálvez, Ministro de Indias, firmó un
contrato por seis años, prorrogable por otros seis, con el conde Pablo Greppi, de Milán
—quien, a su vez, tenía suscrito otro con la Cámara Áulica austríaca, propietaria de las
minas de Idria— para suministrar un mínimo de 36.000 y un máximo de 60.000
quintales durante el sexenio (de 8.000 a 12.000 quintales al año), a un precio descargado
en los almacenes de Trocadero de Cádiz de 38,6 ducados el quintal, que se vendería en
América a 60 pesos o 43,5 ducados. De los 12.000 quintales suministrados en 1787,
4.000 (junto con 3.000 de Almadén) se remitieron a Buenos Aires —para suplir el cierre
de Huencavélica— y los otros 8.000 (junto a los 10 000 restantes de la producción de
Almadén) a Nueva España.
El contrato con Greppi no se prorrogó sino que en 1791 se firmó una convención
entre las cortes española y austríaca por la que ésta suministraría directamente a la
primera 6.000 quintales de azogue al año (ampliables en otros 4 000). La vigencia
inicial de aquella convención fue de seis años prorrogables por otros seis, y el precio
convenido el mismo del contrato de Greppi (con un descuento del 3% por pronto pago)
pero entregando el mineral en Trieste, que en 1797 fue conquistada por Napoleón,
aunque un año después los austríacos habían restablecido la producción y
suministraban 10 000 quintales al año. Pero el problema no se encontraba ya en el
suministro del mineral sino en su reexportación a América, dado el bloqueo naval
decretado por Inglaterra desde 1796, que no pudo romperse hasta 1800, cuando
Almadén producía ya 20 000 quintales de mercurio al año (Humboldt, 1991, p. 383).
Desde 1797, sin embargo, la metrópolis había tenido que suspender sus pretensiones de
monopolio del comercio con América, que las colonias contemplaban ya como yugo
insoportable.

Conclusión
La ventaja comparativa proporcionada por los metales americanos, el azogue de
Almadén y las oportunidades de arbitraje en el comercio oro/plata con China hicieron
económicamente inexpugnable al imperio español hasta que la relación del valor de la
plata respecto al del oro quedó igualada en ambos continentes en torno a 1640,
registrándose con ello un primer episodio de equiparación de precios a escala global. La
fecha marca la derrota de los Habsburgo y el final de la dinastía Ming, cuyo colapso en
1644 fue provocado precisamente por el derrumbe de su capacidad para importar plata
(Glahn, 1998, p. 52).
A partir del momento en que cesaron los beneficios extraordinarios de que había
disfrutado hasta entonces la Monarquía de España —en su calidad de productor
mundial de plata por excelencia— el determinante del mercado monetario internacional
habría de ser la relación entre el coste de producción del metal, los precios de los
restantes productos y los costes comerciales y de transacción. Como se señala en el
capítulo siguiente, el coste de sostenimiento del imperio se había venido financiando en
gran medida creando activos financieros respaldados por las rentas de monopolio y los
beneficios del arbitraje intercontinental (Espina, 2001b).

54
Desaparecido éste, los factores de ventaja tenían que basarse en la competencia
financiera y en la habilidad y lo acertado de las estrategias comerciales. Pero la
monarquía —incapaz de mantenerse imparcial en la imprescindible función de
regulación del sistema de crédito— había destruido con su voracidad las bases del poder
financiero castellano y había fiado la victoria comercial a la coerción y el monopolio
colonial más que a la creación de factores de competitividad real basados en la
inversión a largo plazo, incompatible con la ausencia de derechos individuales y con la
política depredatoria (Olson 2000) practicada por la monarquía (Espina 2001b). De este
modo, si al final del siglo XVI la renta per cápita española había conseguido converger
con la media de la de Europa Occidental, en 1700 era sólo un 88% (algo menos que en
1500) y en 1820 un 86% de aquélla (Maddison, 2001, p. 264). 116
Porque el monocultivo de aquella ingente ventaja comparativa permitió a la
Corona descuidar la creación de verdaderas “ventajas competitivas” y su agotamiento
explica la derrota y subsiguiente subordinación de la monarquía española respecto a su
oponente francesa en el siglo XVIII (Espina, 2001a). Pero ni siquiera la alianza casi
permanente de las dos ramas de la dinastía Borbón a lo largo del siglo XVIII impediría
que una y otra perdieran relevancia a largo plazo, pese a la ayuda que supuso la fuerte
recuperación de la capacidad de producción de azogue y plata a partir de 1726 —al
reaparecer la bomba absorbente, debido a la explosión demográfica china y el afán de
constituir reservas en plata de la dinastía Qing (Bernal, 2005)— junto a la
impresionante expansión de la producción de plata registrada durante la segunda mitad
del siglo tras casi cien años de caída de precios-plata de los productos, que permitieron
recuperar la rentabilidad de la producción de especies metálicas. La estrategia finalista
de dominación territorial extensiva practicada por la dinastía Borbón tuvo menos éxito
que la estrategia intensiva anglo-holandesa, en la que el “collar de perlas alrededor del
globo” de sus imperios marítimos desempeñó un carácter meramente instrumental para
el comercio y el desarrollo de la producción en la metrópoli (Landes, 1999, p. 390). El
resultado fue que entre 1500 y 1820 el crecimiento anual medio de la renta per cápita en
España y Francia (0,13% y 0,16%) fue aproximadamente la mitad que el de Holanda y
del Reino Unido (0,28% y 0,27%) (Maddison, 2001, p. 265).
No bastó para remediar la decadencia española el intento final de apelar a la
ciencia y la tecnología mineras, con las misiones encomendadas a Jussieu, Bowles,
Jorge Juan, Ulloa, Delhuyar, Nordenflicht, o el propio Humboldt. La pretensión de los
reformistas ilustrados tuvo sólo un éxito moderado precisamente porque el avance
económico necesitaba de fuertes inversiones y éstas sólo podían ser protagonizadas por
una clase capitalista autónoma, cuyo ascenso resultaba dificultado por la inseguridad
jurídica y el intervencionismo propios del régimen absolutista que, en lugar de
amplificar el funcionamiento del mercado, lo obstruían impidiendo el crecimiento
(Olson, 2000).
Cuando estas dificultades se obviaron, como sucedió con el gremio y el Tribunal
de la minería de Nueva España, patrocinados por José Gálvez a partir de 1774,
surgieron iniciativas de inversión tan impresionantes como las de Veta Vizcaína en Real

116
En sus últimas estimaciones, realizadas en marzo de 2010, las cifras españolas respecto a la media de
los doce países de Europa occidental eran las siguientes: 1500 (83 %); 1600 (94 %); 1700 (83 %); 1820
(82 %); 1850 (65 %); 1870 (58 %). Vale decir que según esas series en 2008 (89 %) todavía no se habría
recuperado el nivel relativo de 1600. Véase http://www.ggdc.net/MADDISON/oriindex.htm. Álvarez-
Nogal, y Prados de la Escosura (2013, tabla 4) estiman así el nivel relativo del PIB per cápita español
respecto al de Gran Bretaña en 1850 (=100): 1500 (49,2 %); 1600 (50,4 %); 1700 (47,1 %); 1750 (45,2
%); 1800 (52,3 %); 1850 (63,8 %).

55
del Monte, o la Valenciana en Guanajuato, fruto principalmente de la reinversión del
capital comercial que floreció tras la adopción del libre comercio en 1778. Pero la
iniciativa fue tardía y la diversificación productiva no tuvo tiempo de avanzar gran
cosa, de modo que entre 1782 y 1796 el 56% del valor de las importaciones americanas
hacia Barcelona y Cádiz siguió consistiendo en oro y plata (Fisher, 1998).
La endogeneidad de la oferta de dinero y de la producción de plata no puede ser
más evidente a lo largo de todo el período colonial. La “hipótesis china” relativiza el
razonamiento que pretende asociar la extracción de plata exclusivamente con las
fluctuaciones económicas y de precios españoles o europeos 117 durante los dos siglos
que transcurrieron entre la adopción del patrón plata por los comerciantes chinos en
1460 y el momento en que el comercio intercontinental del metal alcanzó el punto de
arbitraje, situado en 1640. Durante esos dos siglos el continente asiático habría
constituido el principal foco de una demanda insaciable cuyo déficit estructural de
especies monetarias se habría ido satisfaciendo con la dinámica de un estanque
sometido a un aporte constante, esto es: la curva representativa del ritmo de llenado
habría ofrecido el perfil logarítmico que se observa en nuestros gráficos.
La introducción de la amalgama en América habría coincidido con la
“argentización” de la fiscalidad china, lo que explicaría la fuerte aceleración de las
llegadas de plata a China a partir de 1571 —vía Manila y Nagasaki— y el fuerte
crecimiento de la producción de azogue a partir de esos años y hasta el segundo decenio
del siglo XVII (gráficos y cuadros II-1 y II-2). Es a este fenómeno al que se habrían
referido implícitamente los oficiales reales de Nueva España cuando detectaban las
excelentes oportunidades de arbitraje. Además, aunque los precios al por menor en el
mercado chino se computaban en cobre, su conversión a precios en plata experimentó
una evolución tendencial parecida a la del continente europeo, aunque allí el período
más inflacionista habrían sido los treinta últimos años del siglo XVI, mientras en
Castilla lo fueron los sesenta iniciales, de modo que la “hipótesis china” arrojaría luz
también sobre la desaceleración de precios europea, al crecer la capacidad de absorción
de plata en China y la aceleración del ritmo de salidas.
Esta explicación vendría a generalizar a escala global la observación de Martín
Aceña (1992) según la cual “la gran concordancia que se produjo en la evolución de los
precios interiores europeos, particularmente entre 1501 y 1625” no podría explicarse sin
la homogeneidad de la difusión de la masa de moneda metálica por todo el continente,
en una etapa en la que la especie metálica de pleno valor monetario era la regla,
especialmente en el comercio al por mayor (con ligeras variantes, derivadas de las
prácticas mercantilistas para atraer plata a las cecas).

La elevación del nivel general de precios en Castilla (gráfico II-5) no se limitó a Europa,
sino que constituyó un fenómeno mundial, que no se detuvo hasta 1640, fecha en que el
estanque chino se llenó. Por la misma razón el mercado de la plata tuvo un
comportamiento endógeno, pero no simplemente con respecto a la dinámica monetaria
europea sino a la mundial, dominada durante todo aquel período por China. En
cualquier caso parece que la hipótesis china seguirá siendo una conjetura en estado de
verificación durante largo tiempo, aunque perfectamente plausible, ya que los
117
Y, con mayor motivo, con la pretensión “tradicional” de explicarla como un simple mecanismo para
saldar del déficit en la balanza de intercambios de mercancías entre continentes, algo que ya casi nadie
sostiene (Bernal, 2005, p. 328). Martínez Shaw (2014) establece que la explicación no puede ser
monocausal, ya que múltiples eran las vías de llegada de la plata (y del oro en el siglo XVIII) hasta
China.

56
intercambios de plata entre América y China no han podido establecerse de forma
fehaciente ni siquiera para el siglo XVIII, una vez terminada ya la etapa de arbitraje, 118
por mucho que resulte obligado aceptar la evidencia acerca del relevante papel que
desempeñó ese tráfico durante el “primer período de globalización.” 119 No debe
olvidarse que durante toda la era mercantilista la exportación de oro y plata era
considerada como el peor delito: desde la prohibición dictada por Alfonso X en 1268, la
pena de muerte aplicada a los infractores por Enrique IV en 1471 (reiterada por los
Reyes Católicos, para la segunda infracción), hasta la pena de quemadero dictada por
Felipe IV en 1628. Esta legislación se aplicó con especial severidad al tráfico entre el
triángulo Nueva España-Perú-Filipinas (Solís, 1964), y a los intercambios entre Perú y
Buenos Aires hasta 1770 (Rivasplata, 2009), que fueron siempre secretos (y muy
especialmente los realizados por cuenta de la corona).

118
Véase Ardash (2015).
119
Véase Martínez Shaw-Alfonso Mola (2014).

57
58
3.- Finanzas, deuda pública y confianza en el gobierno de
España bajo los Habsburgo. La perspectiva financiera. 120

Introducción: la política monetaria actual y la del siglo XVII.


La política monetaria moderna persigue tres objetivos: altos niveles de empleo,
estabilidad de precios y crecimiento económico. Si la función de demanda de dinero
fuese estable, la fijación de la oferta monetaria —que equivale, por definición, a la
demanda agregada de productos y de todo tipo de servicios a los precios vigentes en
cada momento— conduciría al establecimiento del precio del dinero (o sea, el tipo de
interés) en condiciones de equilibrio y, viceversa: la fijación del precio del dinero
determinaría la cantidad de dinero demandada —y de bienes y servicios ofrecidos a
aquellos precios—, de modo que ambas políticas (la de control de la masa de dinero en
circulación y la de fijación del tipo de interés) significarían lo mismo.
En el mercado monetario la demanda de medios de pago por unidad de tiempo
viene dada por las cantidades de bienes y servicios intercambiados —incluidos los
financieros— multiplicadas por sus precios respectivos, que se corresponde con la
magnitud que en términos actuales se denomina PIB a precios corrientes. Para comparar
esta cantidad en distintos momentos del tiempo debemos considerar los cambios en las
cantidades de productos y multiplicarlos por los de sus precios respectivos (o, cuando
hablamos de cantidades agregadas, los cambios en la magnitud del PIB a precios
constantes, multiplicados por los cambios en el nivel general de precios del país,
medidos a través del deflactor del PIB).
Como los medios de pago disponibles pueden estar inmovilizados o utilizarse
varias veces cada año, el PIB (Q) a precios corrientes (P) ha de ser igual a la cantidad de
medios de pago en circulación (M) multiplicada por la cantidad de veces que cambian
de mano cada año, magnitud a la que se denomina velocidad de circulación (V), que
equivale al cociente entre el PIB nominal (P ∙ Q) y la magnitud con que midamos la
cantidad de dinero efectivamente utilizado. La necesaria identidad entre estos dos
productos es el sencillo punto de partida de la teoría cuantitativa del dinero, a la que se
denomina identidad de Fisher (P ∙ Q = M ∙ V), reformulada en Cambridge como
ecuación de demanda de dinero (M = k ∙ P ∙ Q), en donde k incluye la demanda de
liquidez por muy diferentes motivos.
En la práctica, sin embargo, las cosas son algo más complicadas porque la
relación entre la demanda de dinero y la renta no es tan estable como pensaba Irving
Fisher (1911), ya que el dinero no es exclusivamente un medio de pago, sino un activo,
o —diciéndolo al revés— porque utilizamos como medios de pago activos que tienen
valor económico por sí mismos (y no sólo por servir como instrumentos para el
intercambio). La estabilidad de la función de demanda de dinero se ve influida, pues,
por la definición de los medios de pago empleados por la gente en cada época. En su
definición actual más estrecha dinero significa monedas y billetes de curso legal en
circulación, o base monetaria (M0), la mayor parte de los cuales permanece como
efectivo en manos del público. Aplicado a la economía del siglo XV-XVI habría que
remontarse todavía a una forma de dinero-mercancía de pleno valor intrínseco (el oro y
la plata, aunque también el cobre mientras circuló al valor de mercado del metal, a cuya

120
Publicado inicialmente en: Hacienda Pública Española (Nº 156.- 1/2001, pp. 97-134)

59
masa en circulación denominaremos especie), puesto que la llamada inflación del vellón
del siglo XVII significó precisamente el tránsito entre la utilización exclusiva de la
especie como base del sistema monetario y la introducción de la moneda fiduciaria, con
valor intrínseco distinto del nominal. 121 Más tarde, la modernización económica habría
de significar la diferenciación entre instrumentos estrictamente monetarios e
instrumentos financieros y, paralelamente, la progresiva reducción de la proporción
que representan las formas de “dinero de alta velocidad” (que es el que se utiliza casi
exclusivamente como medio de pago) respecto al conjunto de medios de pago
utilizados por el público, entre los que figuran diferentes tipos de instrumentos
financieros, que se distinguen del dinero stricto sensu por proporcionar una rentabilidad
—fija o variable— y porque son utilizados también como activos.
Como los orígenes de este proceso de diferenciación se encuentran en aquella
etapa histórica, conviene recordar ciertas definiciones y relaciones funcionales de los
sistemas y las políticas monetarias modernas para relacionar cada fenómeno monetario
de entonces con el tipo de instrumento utilizado. En la práctica monetaria de nuestros
días, además de la base monetaria existen cinco tipos de agregados monetarios que nos
interesan especialmente, cuya definición es la que sigue: la M1 incluye, además de la
base monetaria, las cuentas corrientes y los depósitos a la vista; la M2 los depósitos de
ahorro; la M3 los depósitos a plazo y otras formas de cesión temporal o participaciones
en la propiedad de activos; los ALP incluyen los activos líquidos del público que
constituyen un pasivo para el sistema de crédito y para los mercados monetarios;
finalmente los ALPF incluyen otros activos financieros de renta fija con elevado grado
de liquidez (entre los que se encuentra en primer lugar la deuda pública, considerada
como el activo sin riesgo por antonomasia). Por definición, la velocidad de circulación
de los agregados monetarios estrechos (aquellos que sólo se utilizan como medio de
pago y no tienen una remuneración significativa) es superior a la de los agregados
anchos (porque a igual numerador, que no es otro que el PIB nominal, el denominador
es menor). Además, la velocidad de circulación de los depósitos se acelera cuando se
introducen instrumentos que facilitan su movilización. En nuestro tiempo esto ha
sucedido con las tarjetas de crédito o de débito, pero en el siglo XV y XVI la principal
innovación financiera fue la introducción de la letra de cambio y la cesión de activos
financieros como juros y censos, que estaba permitida, previo trámite declarativo,
aunque en ciertos casos —relacionados, generalmente, con títulos de deuda emitidos en
contrapartida de expropiaciones de activos realizados por la corona con carácter
forzoso, o jerarquizados en razón de sus tenedores— la cesión estaba prohibida.
Hoy sabemos que la estabilidad de la demanda de dinero referida a las
magnitudes más estrechas es superior a la de las magnitudes más amplias, lo que guarda
relación con el hecho de que, a medida que ampliamos la definición de la cantidad de
dinero, entran a formar parte de ella depósitos y activos por los que el público obtiene
una remuneración, lo que implica que su demanda se ve afectada por los cambios en los
tipos de interés (el coste nominal de mantener liquidez) y por la rentabilidad que se
obtiene de tales depósitos y activos (la remuneración nominal por renunciar a disponer
de liquidez), cuyo impacto sobre la demanda de dinero guarda también relación con la
inflación observada y/o esperada, ya que la evolución de los precios —en conjunción
con la de los tipos de interés—, determina el coste y la rentabilidad reales de las

121 Realizada, como suele ocurrir en estos asuntos, de manera subrepticia, infringiendo el monarca el
orden que él mismo había prescrito, acuciado por las premuras de la guerra y el crédito (Álvarez Nogal,
2001) y obcecado por el negocio del señoreaje, que en los momentos iniciales le permitieron apropiarse
del 91% del valor de las emisiones y operaciones de resello. Véase Flynn-Giráldez (1996), p. 331.

60
posiciones relativas de liquidez del público (esto es, su coste y rentabilidad, medidos en
cantidades de bienes y servicios futuros, a diferentes plazos de tiempo). Todo esto se
expresa diciendo que el público fija su estrategia de liquidez a la vista del coste de
oportunidad de ésta, que se obtiene comparando su rentabilidad y coste reales con la
rentabilidad real esperada de los distintos activos disponibles en la economía. Como
durante los siglos de oro la especie era una forma ambivalente de medio de pago
universal e internacional y un activo financiero de valor variable a lo largo del tiempo,
esta falta de diferenciación no deja de complicar el razonamiento monetario aplicado a
aquella época.
Los estudios de Ericsson, Hendry y Prestwich (1998) establecieron que
actualmente la cantidad de dinero efectivamente utilizada por la economías es una
variable endógena que depende del abanico de los tipos de interés, y que son los
movimientos exógenos de éstos —determinados en el corto plazo por la autoridad
monetaria y en el largo plazo por el comportamiento de los ahorradores, a la vista de las
expectativas de inflación y de la rentabilidad y coste de las diferentes formas de liquidez
y tenencia de activos— los que determinan la inflación.
Ciertamente, es muy poco lo que sabemos sobre la función de demanda de
dinero en la España de los Habsburgo, pero resulta claro que en la primera mitad del
siglo XVII las tensiones monetarias no aceleraron la inflación en los mercados de
productos al por menor (Espina, 1998), que eran los que empleaban mayoritariamente
moneda de vellón, sino que los precios crecieron en la corona de Castilla a una tasa
anual inferior al 0,9 % —frente a otra del 1,4 % durante el siglo precedente— y los
precios de los mercados al por mayor —fijados en plata— se mantuvieron
prácticamente estables. Hasta 1596 el sistema de regulación monetaria seguía el
modelo hoy denominado patrón-especie, por contraposición al denominado fiat money,
en el que el Rey fijaba la composición, la ley y las características de la moneda,
monopolizaba su acuñación en las cecas, establecía el precio de la especie en términos
de la moneda de uso corriente –el vellón—, manteniendo su precio a través de la
intervención directa en el mercado, y percibía a cambio una tasa para compensar el
coste de fabricación y obtener un beneficio —o señoreaje—, pero eran los particulares
los que decidían llevar metal a acuñar —o fundir monedas y vender el metal—, a la
vista del precio en el mercado internacional de este último —y de las políticas de
envilecimiento de la moneda practicadas por los monarcas vecinos, como hacía Francia
para atraer plata (Spooner, 1972)—, de la tasa de acuñación y de los precios vigentes
en el mercado de productos.
En 1596 Felipe II cambió el régimen y decidió que fuera la monarquía quien
fijase a partir de entonces los objetivos cuantitativos de disponibilidades monetarias, y
ello no con una finalidad de política económica, sino para aprovechar las nuevas
técnicas de acuñación en serie, que permitían abaratar el proceso, con lo que el Rey
monopolista podía elevar el señoreaje, además de apropiarse del valor de la moneda
acuñada con el metal sobrante, una vez abandonado el régimen de moneda con valor
intrínseco, entrando así de facto, en un patrón de tipo fiat money 122. El problema es
que a partir de ese momento el monarca perdió cualquier referencia de mercado acerca
de la coherencia de sus objetivos monetarios con las necesidades efectivas de circulante
122
Las pérdidas de valor por las retiradas de vellón de 1628 y 1642 no fueron compensadas, mientras que
la de 1652 se hizo compensando la reducción de valor con juros al 5% (Hamilton, 1988, p. 43). Santiago
(2000. P. 179) separa las dos medidas y considera que la alternativa que se ofreció en realidad fue
soportar la deflación o cambiar la moneda de vellón grueso a su viejo valor por juros, que también
estaban desvalorizados.

61
y, como las emisiones seguían un calendario que se concentraba en las coyunturas
bélicas y de mayores necesidades de la Hacienda, sometieron al país a una especie de
ducha monetaria escocesa (o política brutal de stop & go) que descompuso por
completo el funcionamiento de los mercados. Sólo el final de las guerras —y de las
ambiciones políticas de la dinastía— permitió acometer el plan de estabilización
diseñado por don Juan José de Austria y ejecutado por el Duque de Medinaceli durante
la minoría de Carlos II, en 1680, por el que se recuperó el valor intrínseco de la moneda
de cobre, y su regulación homeostática a través del mercado, que fue continuado en
1686 por el Conde de Oropesa, quien devalúo la moneda de plata en un 20%
(redenominando “escudo” al “real de a ocho” y valorándolo en diez reales de 34
mararavedís), realizando así la primera —y última— manipulación de la moneda de
plata hecha por los Habsburgo desde los RR. CC. (Hamilton, 1988, p. 51), con lo que
consiguió que la plata volviese a ser llevada por los particulares a las cecas. Al mismo
tiempo, el escudo de oro se tarifó en dos escudos de plata, situándolos también en los
precios del mercado interno, que venía aplicando una relación bimetálica de 16,5 a 1,
frente al entorno europeo, en donde fluctuaba entre 14,8 y 15,4 a 1 (Ibíd. pp. 53-4). 123
El saldo de este siglo de desconcierto se obtiene al comparar el sistema de plena
convertibilidad vigente durante el siglo XVI con el que se restableció a finales del XVII
—tras el largo interregno de ochenta y ocho años de fiat money durante los reinados de
Felipe III y Felipe IV—. La equivalencia en peso de plata del real de vellón se redujo
en algo más de la mitad, lo que refleja la evolución paralela de los costes de producción
de los metales empleados en la acuñación que, tras la larga etapa de desequilibrio a
favor de la plata durante el siglo XVI, consecuencia de la introducción de la amalgama,
ya se encontraba al término del siglo próxima al punto de equilibrio y no compensaba
los costes de producción a tan gran escala 124, de modo que la manipulación del vellón
expulsó enseguida a la plata de la circulación.
De hecho, en ausencia de la expansión del vellón, la recesión económica de
comienzos de siglo habría sido probablemente mayor de lo que fue, dado que el déficit
de la balanza de pagos drenaba plata con carácter más o menos permanente, tensionando
los precios-plata hacia abajo. Como señaló Sancho de Moncada, la superación de esta
restricción habría exigido aumentar el saldo de la balanza de pagos, único vehículo
autónomo de creación de liquidez en el interior del país, dada la renuncia tradicional a
la capacidad de hacerlo por parte de la corona. En esencia, esta es la explicación de la
política mercantilista, que presuponía un resultado de suma cero en el juego de
intercambios internacionales, de modo que una vez asumida la restricción monetaria la
única forma de impulsar el crecimiento en un país individual consistía en practicar
políticas de empobrecimiento de los vecinos. Pasar a una política de suma positiva
habría exigido elevar, no el saldo, sino el nivel general de los intercambios, que podían
haber sido equilibrados a condición de apoyarse en un crecimiento del producto per
cápita obtenido mediante una mayor utilización y una asignación más eficiente de los
recursos existentes en el interior del país, lo que hubiera requerido un nivel adecuado de
inversión. Pero la inversión privada se vio penalizada por los altos tipos de interés

123
Véase una descripción estilizada y un modelo analítico en García del Paso (2000).
124
Durante el primer tercio del siglo la explotación de la mina de Almadén --principal instrumento de
política monetaria-- era ya un negocio ruinoso para Marcos Fúcar, a quien el Rey pagaba 11.000
maravedís por quintal (de cien libras) de azogue, mientras que en 1637 los gastos de producción se
elevaron a 20.397 maravedís por quintal, lo que acabó arruinando a quien había venido actuando desde
los tiempos de Carlos V como el banco central de la monarquía. Véase Espina (2000A)

62
derivados de la desastrosa política financiera y la inversión pública se vio obstaculizada
por el ingente consumo de recursos derivado de las guerras para mantener el imperio.
En cualquier caso hay que tener en cuenta que la base monetaria metálica de
finales del siglo XVI venía a ser de 9.000 millones de maravedís y que el stock nominal
de vellón en su momento máximo (1641-42) sólo superaba ligeramente los 12.000
millones, habiendo desplazado casi completamente a la plata de la circulación (García
del Paso, 2000, p. 70 y Tabla 1), de modo que el crecimiento de la M0 pudo ser del 30
%. Poco podemos decir del resto de los agregados monetarios estrechos —dado nuestro
desconocimiento cuantitativo de los bancos de depósito y de los ahorros y préstamos
privados, documentados mediante censos—, pero lo sabemos casi todo del principal
componente de los ALPF de la época, que eran los juros. Y la magnitud de su valor
facial era ya en 1598 más del doble de la base monetaria (20 800 millones de Mrvs.); en
1623 se había duplicado (ascendía a 42 000 millones), multiplicándose por cuatro hasta
1687, en que alcanzó la cifra de 83 600 millones. Sin embargo, este tipo de billetes ha
recibido hasta ahora una atención muy escasa desde la perspectiva estrictamente
monetaria, en relación a su importancia.
En el primer epígrafe de este trabajo se describen los principales vicios del
sistema de financiación de la monarquía de los Habsburgo desde el momento mismo del
advenimiento de Carlos de Gante y la incapacidad del Rey para asumir su papel como
regulador del sistema de crédito, imprescindible para la existencia del mismo a largo
plazo. En el segundo se analiza la dinámica imparable de creación de deuda pública y
la progresiva descomposición del sistema financiero interior y europeo. En la tercera se
examina el proceso que condujo a la destrucción de la confianza financiera en el
monarca —y de su hegemonía política—. Las conclusiones interpretan todo el proceso
desde la perspectiva monetaria en términos de una trampa de liquidez, de inspiración
keynesiana, y evalúan las consecuencias de todo ello sobre la historia económica
posterior.

1.- El mal gobierno125 y la desconfianza pública en la Monarquía


de España.
No sabemos realmente cuál fue el nivel real de la inflación durante el Antiguo
Régimen, sino tan sólo la referida a los precios al consumo, que debió de ser muy
inferior a la de los bienes raíces y de lujo —tierras, palacios, catedrales y vajillas— en
los que, según Ramón Carande (1987), se acumulaba la riqueza. No hay razón alguna
para suponer que la inflación de estos dos grupos de bienes evolucionara en paralelo, ya
que los mercados de productos y de factores funcionaban de forma completamente
separada, se encontraban fuertemente regulados y sus regulaciones perseguían objetivos
no exclusivamente económicos ni coherentes entre sí.
Ciertamente, la falta de transparencia y la imperfección de muchos de estos
mercados impide un conocimiento preciso de todo ello, pero si el PER (o relación
precio/renta) de la tierra a finales del siglo XV hubiera sido diez, equiparable al precio
de diez mil por millar al que se emitieron los juros al quitar para financiar la guerra de
Granada —cuando este tipo de deuda pública todavía debía de considerarse como activo

125
Denomino “mal gobierno” a la inobservancia de las reglas básicas definidas actualmente a través de
los códigos de buenas prácticas que configuran la “Nueva Arquitectura Financiera Internacional”. Incurro
con ello deliberadamente en un anacronismo, para señalar que utilizo la evidencia de los siglos XV a
XVII como contraste de algunas de las propuestas del debate de nuestro tiempo.

63
sin riesgo—, las cifras recogidas en Espina (1999b) indican que su precio se habría
multiplicado por 4,4 en 1541 y por 10,3 en 1559, volviendo a un múltiplo de 6,3 en
1625. Así pues, como ni siquiera disponemos de evidencia para razonar en términos de
un modelo bisectorial —con un sector productor de “bienes útiles”, o productivos, y el
otro de “riqueza”, que es lo que intentaron hacer los fisiócratas, considerando a esta
última como “improductiva”—, lo más prudente es suspender el juicio acerca de la
distribución relativa del impacto de los metales sobre la inflación general 126 y partir del
supuesto de una inflación dual.
En el pasado, a lo más que se ha llegado es a medir las diferencias entre grupos
de precios al consumo (y mucho más raramente, de precios del productor), lo que ha
permitido inferir, por ejemplo, la evolución de las relaciones de intercambio entre
productos agrarios e industriales en el siglo XVI. Pero para analizar la marcha del nivel
general de precios con un propósito más amplio (incorporando el “efecto riqueza”, para
estudiar la demanda global de dinero, considerando a éste no simplemente como un
medio de cambio, sino también como un activo, ya sea remunerado o no remunerado 127)
necesitaríamos contar con índices de precios de un conjunto representativo de los
activos relevantes en los mercados patrimoniales alternativos al del propio mercado del
dinero, mercados que no funcionan necesariamente bajo las mismas pautas que los de
bienes consumibles.
El valor de mercado de los activos en los que se materializa la riqueza (el
capital, en un sentido muy amplio) consiste precisamente en la capitalización (valga la
redundancia) de su rentabilidad futura prevista. Para medir realmente el coste-
oportunidad de mantener liquidez tendríamos que comparar este valor-precio y el del
resto de los activos financieros con las expectativas de evolución del poder adquisitivo
de la plata (decrecientes a lo largo del siglo XVI, pero estables durante la primera mitad
del XVII y crecientes después, hasta bien entrado el siglo XVIII) o del cobre: crecientes
en el XVI y desconcertantes en el XVII, aunque generalmente decrecientes hasta la gran
devaluación de su valor nominal de 1680, en que éste se redujo a un cuarto de su valor
en 1664, que había sido precedida por las de 1628 y 1642, en que se redujo a la mitad
(García del Paso, 2000).
La interacción del mercado de activos inmobiliarios con el mercado de crédito
hace surgir la posibilidad de aparición de burbujas inmobiliarias, que tardan tiempo en
formarse y, cuando se disuelven bruscamente, su explosión deflacionista no resulta
neutral en términos reales, sino que suele provocar una recesión económica más o
menos generalizada “porque los cambios en una variable nominal afectan a la economía
real siempre que alguna de las variables nominales presente el menor grado de rigidez y
le dé tracción, ofreciendo resistencia al ajuste” (Krugman, 1999).

126
Téngase en cuenta que a niveles moderados de inflación —dados los estándares establecidos en el
siglo XX el impacto de la inclusión de índices de precios de activos sobre el nivel general de precios
resulta determinante para predecir la relación entre inflación y masa monetaria: aparentemente, también
en nuestro tiempo el mejor predictor de la inflación norteamericana es el construido por J. Carson para el
Deutsche Morgan Grenfell que, siguiendo la vieja idea de Irving Fisher, incluye precios al consumo,
precios al productor, precios de la propiedad y precios de las acciones, convenientemente ponderados
(The Economist, 9-V-1998, p. 87).
127
O, más bien, remunerado implícitamente a través del precio de los bienes actuales (p) medido en
bienes futuros, porque “hacen falta dos nominales para hacer un real” (Krugman, 1999). Tal
remuneración equivale a la cantidad de bienes futuros a la que debemos renunciar para consumir una
unidad de bienes actuales, que, con una tasa de interés, i, y con un precio esperado, pe, suponiendo un
sólo período de espera, viene dada por la fórmula: (1+i) ∙ (p/pe).

64
En la economía de rentistas del Antiguo Régimen, la inflación inmobiliaria se
debía también al papel de valor refugio desempeñado por la tierra a la hora de conservar
la riqueza acumulada, en contextos de deterioro del valor de la moneda por la inflación
y de desconfianza creciente respecto a los mercados de activos financieros, provocada
en España por la serie de ocho bancarrotas —una cada veinte años, primero, y luego una
cada diez— que se sucedieron entre 1557 y 1662. Como cada bancarrota acababa
inevitablemente inundando el mercado de juros —durante el siglo XVI— y de juros y
moneda de cobre de baja calidad —en el XVII— (o de vales reales en el XVIII: vid.
Espina, 2000b), tanto el mercado de crédito como el sistema monetario acababan tras
estas etapas completamente descompuestos, de modo que las burbujas pueden
considerarse un mal menor en comparación con la destrucción del capitalismo
comercial y financiero, ya que, a la vista de lo ocurrido tras la crisis de la deuda de
mediados de los años setenta del siglo XX, hoy sabemos que los países afectados por
pánicos financieros (como Iberoamérica) quedan excluidos del mercado durante
períodos que ahora se cuentan por decenios y entonces por siglos (por no hablar de los
casos de Argentina en 2001, en que la exclusión duró 14 años, o de la de Grecia, todavía
incierta).
Es bien sabido que, en aras de preservar su papel como emisor de moneda
internacional —imprescindible para obtener recursos con que financiar la aventura
imperial y girarlos sobre las distintas plazas en que se necesitaban— la monarquía
española renunció a manipular la moneda durante todo el siglo XVI y buena parte del
XVII, financiando su déficit vía empréstitos, cuyo tipo de interés decayó a lo largo del
siglo —tanto aquí como en Flandes, en donde a mediados del siglo XVI habían caído a
la mitad de los del comienzo, situándose en el 10,5-11% (Munro, 1999, p. 21)— pero
cuyas exigencias de afianzamiento por parte de los banqueros (a través de asientos,
consignaciones, encomiendas y ventas de oficios, o de la entrega de juros con
descuento) crecieron a medida que aumentaba el nivel de apalancamiento y de
percepción pública del riesgo sistémico. Refiriéndose a los préstamos conseguidos en
Génova para financiar la campaña de Francia de 1544, Carande (1949) afirma:
“Sus condiciones fueron, poco más o menos, las de aquellos años, en aquella
plaza; más onerosas que las del decenio precedente, pero no las tiránicas que
pronto imperarían...... A dos meses fecha del asiento y a poco más de uno del
plazo de entrega se le adjudicaban a Grimaldi, sobre la suma anticipada en
efectivo (46 500 ducados)... nada menos que 11 000 ducados de guante, más del
23 por ciento del préstamo, en concepto de precio del giro, por hacerse el pago
fuera de Génova, mediante letras, y tener que cobrar en una tercera plaza,
siempre en distinta moneda”.
Y eso además de contemplarse un interés del catorce por ciento anual en caso de
demora en la devolución del principal (p. 33). A modo de represalia indiscriminada, a
veces el emperador se liaba la manta a la cabeza, como sucedió, por ejemplo, en 1526 y
1535 en que ordenó a la
“...Casa de Contratación el secuestro de 800 000 ducados, entregando, en
concepto de resguardo a los desposeídos mercaderes y a otros titulares de
tesoros, privilegios de juro a razón de... un interés muy poco superior al 3 por
100 de las partidas secuestradas” (p. 36).
O bien cuando el 1 de septiembre de 1575, a petición de las Cortes de Castilla,
su hijo Felipe II declaró unilateral y retroactivamente ilegítimos todos los asientos
suscritos por él mismo desde el 14 de noviembre de 1560, ¡por haber faltado en su

65
estipulación el requerido pie de igualdad entre los contratantes! (Ruiz Martín, 1990, p.
17).
El poder político aparece con toda nitidez en toda esta época como el principal
foco de incertidumbre financiera, con la peculiaridad de que las arbitrariedades más
inicuas las comete sobre sus propios súbditos. Ahora bien, como toda deuda (un pasivo)
tiene como contrapartida un título de crédito (un activo), la bomba absorbente de deuda
que fue la monarquía de España funcionó al mismo tiempo como bomba impelente de
activos financieros, que dio lugar a la aparición de un incipiente sistema crediticio y
financiero, junto con un mercado secundario en el que se cotizaba una gama de activos
difícilmente imaginable hasta la etapa de innovación financiera de los años setenta y
ochenta de este siglo —con la aparición de los “bonos basura” y los hedge funds—.
Carande (1949) ha explicado la causa de la gran aceptación durante todo el siglo de los
juros, activos financieros creados por Juan II, que terminarían siendo la deuda pública
consolidada de la corona de Castilla y que conocieron una primera etapa de expansión
bajo los RR.CC., ya que con ellos se financió la conquista de Granada y las primeras
expediciones ultramarinas:
“Su difusión arraiga a medida que las emisiones de títulos fiduciarios se
suceden y la corona tiene que asignar, en su propia fuente, el pago periódico de
un interés anual —juro propiamente dicho— situado sobre la cobranza de rentas
reales, nominalmente enunciadas en los privilegios representativos de aquella
deuda (p. 15).... El prestigio que gozaron fuera de España los ingresos del
presupuesto de Castilla, es decir: las garantías ofrecidas por la hacienda del reino
a sus acreedores, hizo posible que Carlos V costeara cumplidamente las
empresas imperiales (p. 22).... La codicia de los banqueros y la penuria de los
monarcas quedaban mutuamente satisfechas siempre que a la real palabra la
respaldase la real hacienda. Ambos ingredientes sirvieron de acicate al tipo
defectuoso de organización del crédito que culmina en el siglo XVI. Con él se
financian interminables y pertinaces guerras, y mientras no surgen formas de
empresa de constitución más firme, de base nacional, el destino de los créditos
obtenidos y su oneroso precio, comprometen, indistintamente, la solvencia de
los príncipes, la de sus acreedores y el bienestar de la comunidad (p. 24).... la
colaboración de los banqueros la alcanzó Carlos V vinculándolos a los ingresos
de este reino [de Castilla], más atrayentes que por su efectiva magnitud, por la
sobreestimación dispensada, en primer término, a las remesas de las generosas
Indias” (p. 26).
Estamos ante un mercado financiero muy imperfecto, que no responde, como se
ve, al supuesto de expectativas racionales: sobre unos ingresos de un millón de ducados
al año al comienzo del reinado de Carlos V —que se multiplican por tres a lo largo del
reinado— el emperador obtuvo crédito por un principal de cuarenta millones en 37
años. Siempre fue crédito a corto plazo:
“....entre dos meses y dos años, porque así lo exigía el origen de los
fondos que los banqueros prestaban y las presuntas fechas de recaudación de los
ingresos consignados en los asientos, pero desde el principio los pagos se
difieren sin cesar y se dilata correlativamente la deuda engendrada en el servicio
de intereses.... Todo ello, que pone trabas al desarrollo del crédito, exalta lo
asombroso del caso”.
La dinámica de relación entre la emisión de deuda pública y crédito a lo largo de
todo el siglo es bien sencilla: la corona solicita anticipos de los ingresos esperados, bajo

66
la forma de crédito a corto plazo, que se documenta a través del asiento. El asiento es
un contrato por el que un particular recauda aquellas rentas por cuenta de la corona. Éste
tipo de contrato admite la pignoración para compensar eventuales impagos; esto es:
faculta a los acreedores a hacer detracciones sobre las rentas cuya recaudación tienen
concertada (p. 37). Si al vencimiento del plazo concertado la corona no disponía de
recursos (cosa que, dado el ritmo de crecimiento del déficit, se convirtió en lo natural) la
deuda a corto plazo se transformaba en deuda a largo plazo, saldándola mediante la
entrega de juros al quitar, que eran títulos de deuda consolidada y amortizable, emitidos
bajo una modalidad de contrato cuya forma fue diseñada inicialmente por los RR. CC.:
“...fueron menester muchas cuantías de maravedís que no se pudo sacar
de rentas ordinarias..... por lo que nos hemos visto obligados a conseguir rentas
de alcabalas y tercias, dando cada millar de juros a diez mil maravedís con
facultad que podamos quitar dicho juro o cualquier parte de él pagando lo que se
ha pagado por él....Por ello Doña María de Toledo nos dio 200.000 maravedís
para nuestra guerra de Granada por las que recibiera anualmente 20.000
maravedís hasta que se amorticen” (Toboso, 1987, p. 57, nota 18).
Los juros al quitar se diferenciaban claramente de las mercedes —también
denominadas juros, perpetuos o vitalicios— por el hecho de que los juros de deuda eran
vendidos en el mercado —frente a las mercedes, que eran donadas—. Se diferenciaban
también de los censos consignativos porque éstos eran títulos de renta fija privada
(pagaban alcabala por su venta) mientras que aquellos eran un título de renta pública (no
pagaban alcabala), que adoptaba la forma de anualidades en concepto de interés por el
capital desembolsado. Los juros contaban con una garantía hipotecaria sobre rentas
concretas de la corona, que al principio fuero sólo rentas fijas, pero más tarde gravaron
también a los servicios votados en cortes —ordinario, extraordinario y millones— pero
en este caso la emisión necesitaba el consentimiento de éstas. A las rentas que
garantizaban los juros se las denominaba “el situado”, porque los juros se situaban en la
propia fuente de la renta para ser abonados en el lugar correspondiente antes de
transferir el residuo a la hacienda real, cuando la renta era superior al situado, en cuyo
caso se decía que había “cabimiento”, aunque a finales de siglo XVI prácticamente
ninguna de las rentas ordinarias de la corona tenía cabimiento. En tales casos el Rey
podía cambiar o mudar el situado, y, aunque teóricamente esta facultad se dirigía a
situarlo mejor —y así parece haberse hecho hasta 1546—, más tarde se usó para
otorgar privilegios (antelaciones) y a menudo sirvió para lo contrario.
Entre la emisión de títulos de deuda para ser vendidos directamente en los
mercados y los emitidos para consolidar el crédito a corto plazo de los banqueros existió
un mecanismo mixto consistente en entregar juros como forma de afianzamiento del
crédito. Estos juros fueron de dos tipos. Tradicionalmente se habían venido utilizando
los llamados juros de garantía o caución, que eran consolidables en caso de impago y
situables directamente sobre una renta: situación que podía ser ordinaria y tener pleno
valor facial; bien situada, que cotizaba por encima de la par, o incómoda, que cotizaba
con descuento (a título de ejemplo, Ruiz Martín señala que los juros de la Casa de
Contratación cotizaban al 50% a mediados del siglo XVI, después de los primeros
secuestros de sus caudales por el Rey). Además, a instancia de los banqueros genoveses
y como condición para adelantar caudales al contado, se abrió paso a partir de 1561 un
tipo de juros automáticamente amortizables al vencimiento y pago de los créditos, a los
que se denominó juros de resguardo, que adoptaron la forma de un préstamo “de
efectos castellanos”, lo que permitió diferenciar a los titulares de los asientos de los de
la deuda —titulares estos últimos de juros ordinarios, estando obligados los primeros a

67
pagar los intereses o juros— y a unos y otros de los banqueros del Rey, que operaban
como “manipuladores de los juros” y a quienes se entregaban juros de resguardo (Ruiz
Martín, 1990). La sofisticación de todos estos mecanismos no fue otra cosa que la
innovación desarrollada por el incipiente sistema financiero para protegerse contra los
incumplimientos, porque toda garantía llegó a ser insuficiente a medida que aumentaba
la deuda contraída por los Habsburgo, cuya palabra no tuvo la menor validez en esta
materia (Toboso, 1987, p. 57) y “fue violada tantas veces como la necesidad de dinero
político” les obligó a ello.
Usher situó en el siglo XIII italiano el descubrimiento y la primera etapa de
regulación y florecimiento de los bancos de crédito con reserva fraccionaria. La
regulación no había evitado la oleada de quiebras bancarias que se inició en Italia en
1341-1346 que, según Cipolla (1994), comenzó el tránsito entre la edad del cántico de
las criaturas a la edad de la danza macabra, porque la gran crisis bancaria
mediterránea del siglo catorce se adelantó tan sólo un par de años a la primera gran
epidemia de peste negra, iniciando con ello una secuencia que vincula inexorablemente
desde entonces los colapsos financieros (etapas con escasez de crédito, credit crunch, o
mancamento della credenza) al inicio de casi todas las grandes fases de baja cíclica —
de tipo maltusiano, hasta el siglo XIX, y del tipo descrito por Schumpeter y Kondratief
desde entonces— y a las crisis más profundas y duraderas de la economía real: la
descripción por parte de Cipolla de esta crisis, con su impacto en cascada sobre la
quiebra de lo más granado de la economía manufacturera y comercial de la época,
constituye el mejor precedente del análisis de Furman y Stiglitz (1998) sobre el impacto
de la crisis financiera de 1997 en las economías emergentes de Asia, cuyas
consecuencias sobre el conjunto de la economía mundial han hecho plantearse por
primera vez la necesidad de un sistema de quiebra administrado a escala internacional
en el que tenga cabida la insolvencia de los entes soberanos (Miller-Stiglitz, 1999).
Fue precisamente Luis Saravia de la Calle en su Instrucción de Mercaderes de
1544 quien señaló por primera vez directamente que la práctica del crédito basado en la
utilización de una parte de los depósitos irregulares (manteniendo sólo reserva
fraccionaria) se debía a la coincidencia de intereses entre los monarcas, necesitados de
numerario, y los banqueros, que precisaban de autorización real para hacerlo: los
grandes banqueros sevillanos de comienzos de siglo XVI precisaron de privilegios
concedidos tanto por la ciudad como por el emperador Carlos V. Saravia relacionó la
inflación con la fácil creación de dinero por parte de estos banqueros, y ello no sólo por
el aumento de la cantidad de dinero en circulación, sino por los elevados intereses que
percibían (del 7 al 10%, como en Flandes). De no existir banqueros (logreros, los
llamaba) “cada uno trataría con su dinero en lo que pudiese y no en más, y así valdrían
las cosas en el justo precio y no se cargarían más de lo que vale al contado” (citado por
Huerta de Soto, 1998).
La teoría completa del sistema bancario la estableció Tomás de Mercado en su
suma de Tratos y Contratos de 1571, en donde observaba claramente que esta forma de
banca no precisa cobrar comisiones porque con la moneda depositada realiza negocios
muy lucrativos. En orden a consolidar la actividad (y para evitar caer en pecado),
Mercado recomienda controlar dos parámetros: el coeficiente de reserva fraccionaria
(“no despojar tanto el banco que no puedan pagar luego los libramientos”) y el nivel de
riesgo derivado de la calidad de la cartera de créditos (“no se metan en negocios
peligrosos”), elogiando la regulación por la que se prohibió a los banqueros tener sus
propios negocios particulares —al estilo RUMASA, diríamos hoy—, imputando
implícitamente la causa de alzamientos y quiebras a la elevada concentración de riesgo:

68
“....que de ahora en adelante se atengan a su específico cometido
concerniente sólo al dinero...., que no los pueda tener una sola persona, sino que
sean dos al menos,... y que antes de ejercer.. den fianzas bastantes” (Ley 12, tít.
18, libro 5 de la Nueva Recopilación, de 6 de Junio de 1554, citado por Huerta
de Soto, 1998)
Esta actividad regulatoria emprendida por la corona en el momento mismo del
tránsito entre reinados habría resultado encomiable si no fuera porque toda la política
financiera del quinquenio 1552-1556 estuvo dominada por los agobios financieros de la
monarquía, descritos magistralmente —y hasta con el debido nivel de suspense— por
Ramón Carande en su discurso de ingreso a la Real Academia de la Historia (1949, p.
53 y ss.): como consecuencia de haber agotado su crédito, en 1552 la corona estaba
pagando en Génova por el dinero un 7% de prima, más un 15% de giro, más un 15% de
intereses intercalarios, y aun así no lo conseguía. Era esto lo que había hecho que en
Castilla las letras, que habían venido pagándose al 9-10%, anduviesen al 30-31%,
debido al aumento en espiral del riesgo-país en el momento en que el mismo emperador
se veía obligado a escapar de Alemania huyendo de sus acreedores.
Se trata del momento en que aparece por primera vez con toda rotundidad la
abierta inconsistencia entre el conjunto de políticas que se habían venido practicando.
En síntesis y palabras actuales, esta política trataba de mantener un elevado déficit
público y un nivel creciente de deuda externa denominada en moneda doméstica no
convertible; impedir saldar con transferencias de capital (en forma de saca de metales
preciosos) el déficit de la balanza de pagos inherente a tal política, obligando a
reinvertir tales fondos en Castilla o convertirlos en demanda de exportaciones, al mismo
tiempo que la escasez de fondos para la inversión productiva deterioraba rápidamente la
competitividad de las empresas y de los productos interiores . Una pieza esencial de esta
política consistió en el anclaje del tipo de cambio de la moneda interna —el real de
vellón y la calderilla— a la moneda internacional de plata —el real de a ocho (Cipolla,
1999) —, con lo que se hizo imposible recuperar la competitividad de los productos
castellanos a través de la devaluación (ya que una política de tipo de cambio más
realista, aunque fuera de todo control, no se aplicaría hasta el siglo XVII). Además,
como buena parte de la deuda externa era a corto plazo —como en muchos mercados
emergentes antes de la crisis asiática de 1997—, la Hacienda estaba obligada a
refinanciar anualmente deuda por dos millones de ducados, mientras los ingresos totales
sólo ascendían a uno y medio, lo que ampliaba las fluctuaciones de precios en el
mercado del dinero, ya sometido a la incertidumbre creciente de las llegadas de metales
de América.
De aquella encrucijada final del reinado del emperador se salió actuando
Antonio Fúcar como prestamista de última instancia y liberalizando el monarca la
política de control de capitales, autorizando sacas de metal equivalentes al valor de cada
operación de refinanciación. Así se sentaron las reglas del juego que iban a regir durante
la segunda mitad del siglo. Ese y no otro fue el momento elegido por los dos monarcas
—padre e hijo— y la Regente para iniciar la regulación del sistema bancario interior,
tratando de aislarlo del resto de la economía, aunque no se pueda distinguir entre la
intencionalidad prudencial de la normativa (“la utilización de los depósitos en forma de
préstamos resulta legítima —diría Domingo de Soto en 1556 y, más tarde, Luis de
Molina—, siempre y cuando éstos se efectúen de manera prudente” 128), y el afán por

128
En su Tratado de los Cambios de 1597 Luis de Molina llega a pergeñar un mecanismo de medición del
riesgo y de imputación de consumo de capital: “Pecan mortalmente..., por ejemplo..., si envían tantas

69
evitar el contagio hacia la economía real de las sucesivas bancarrotas que el Príncipe —
conocedor por el contador Luis Ortiz de las cuentas que le dejaba su padre— sabía
inevitables.
Pero la pretensión prudencial iba a resultar fallida debido al nexo inextricable
entre un sistema financiero diseñado ad hoc para financiar una política económicamente
inconmensurable y un sistema bancario basado en el depósito irregular con reserva
fraccionaria, que se vería arrastrado en su capacidad de creación de dinero por las
continuas demandas de un poder político que actuaba al mismo tiempo como regulador
y deudor, disponiendo de facultades para establecer nuevas obligaciones y del poder
coactivo para imponer sus pretensiones, en ausencia de toda transparencia y control
externos. La falta de diferenciación entre los sistemas bancario y financiero facultó al
primero para trasladar el riesgo hacia los depositantes y para recuperar rápidamente sus
inversiones, ya que desde 1608 se prohibió el depósito a interés fijo (Toboso, 1987, p.
213).

2.- Deuda pública, demanda de dinero y mercados de activos


financieros.
Hasta 1599 la monarquía cumplió con su propósito de garantizar la estabilidad
de las monedas, ya que no se habían tocado sus contenidos metálicos ni sus paridades,
pero ese año se suprimió la plata y se redujo a la mitad el valor intrínseco de cobre
contenido en las monedas de vellón, lo que en términos reales significaba una
revaluación del 50% (el metal que antes valía 140 pasó a valer 280 Mrvds.), al mismo
tiempo que se emitían 22 millones de ducados de vellón en tan sólo siete años; esto es,
tras los arreglos de la deuda de 1598, que debieron dañar gravemente ese mercado y
mermar considerablemente la función de medio de cambio que habían llegado a
desempeñar los juros, se intentó que el vellón los sustituyese, convirtiéndolo en moneda
fiduciaria, de modo que lo que se hacía realmente en cada operación de manipulación
era devaluarlo en relación con la moneda de plata, que siguió operando como patrón,
aunque sólo se usase en las transacciones mercantiles internacionales y no sirviera como
“dinero político”, que requería oro para pagar la soldada de los ejércitos mercenarios
(Ruiz Martín, 1990).
Mientras estas prácticas se mantuvieron bajo control, la política monetaria
implícita en las mismas tuvo la funcionalidad de contrarrestar el efecto deflacionista del
drenaje de la moneda de plata, debida en parte al déficit del comercio exterior, y de la
progresiva desaceleración de la demanda agregada, derivada del estancamiento
demográfico.

Sin embargo, la autocontención de la política monetaria tampoco había de durar


mucho tiempo, porque la degradación de la moneda de cobre en 1599 no fue más que el
comienzo de una práctica en la que la Hacienda del Rey acabaría siendo experta: como
la Alicia de Lewis Carol, el monarca español terminó pensando que la palabra vellón
significaba exactamente lo que él deseaba que significase, con lo que destruyó el
fenómeno al que Keynes denominaría “espejismo monetario”, dado que la tosquedad de

mercancías a ultramar que en caso de naufragar la nave, o de que sea apresada por piratas, no les sea
posible pagar los depósitos ni aun vendiendo su patrimonio. Y no sólo pecan mortalmente cuando el
negocio acaba mal, sino también aunque concluya favorablemente. Y eso por razón del peligro a que se
expusieron de causar daño a los depositantes y fiadores que ellos mismos aportaron para los depósitos”
(Citado por Huerta de Soto, 1998).

70
tales prácticas provocó la afloración de “expectativas racionales” por parte del público,
que anticipaban los efectos inflacionistas de cada operación de resello y, al descontar
tales efectos, la política monetaria perdió toda capacidad de producir efectos reales,
como sucedería también durante el último tercio del siglo XX, tras la utilización abusiva
de las políticas expansivas de gestión de la demanda en las que se incurrió durante la
segunda posguerra, lo que ha obligado ahora a adoptar políticas monetarias rigurosas.
Naturalmente esto sirvió para que los españoles más avisados entendieran que el
crecimiento de la riqueza en la Castilla del XVI y el XVII había llegado a convertirse en
virtual porque, al no invertirse los recursos en forma productiva, los valores contables se
separaban cada vez más de la productividad que se obtenía realmente de los activos. Y
ese carácter virtual llegó a impregnar toda la cultura de la época: “No parece sino que se
hayan querido reducir estos reinos a una república de hombres encantados que vivan
fuera de su orden natural”, como afirmaba Martín González de Cellorigo en su
Memorial de la política necesaria y útil restauración a la república de España, del año
1600 (citado por Maravall, 1981, p. 159). Se trata del mundo de encantamiento que en
esas mismas fechas estaba siendo recreado por Cervantes en el Quijote. Esta es la forma
en que la España de entonces se enfrentó a la enorme burbuja financiera creada por la
corona.
Gráfico III-1

VALOR TOTAL NOMINAL DE JUROS


Tasa crecimiento anual (1552-1594).- Juros al quitar: 6,0% ; Total: 5,8%
100 000 000 000
En maravedís. Escala logarítmica

Al quitar

Total
2,2E+10
Metales
2,1E+10
1,4E+10

1,4E+10
10 000 000 000

3,8E+09

2,3E+09 Precios de juros al quitar (por m illar).- 1552:16.100; 1594: 17.100

1 000 000 000


1545 1550 1555 1560 1565 1570 1575 1580 1585 1590 1595 1600

El papel de la deuda pública en todo este proceso resultó crucial. Los gráficos
III-1 y III-2 y el cuadro III-1 presentan una síntesis de lo que fue el mercado de deuda
pública castellana durante el siglo XVI. Estos gráficos se basan en la información
recogida y analizada por Toboso (1987), de la cual se desprende que -tras el
saneamiento y la supresión de mercedes realizada por los RR. CC. en las Cortes de
Toledo de 1480, que dejó reducido el servicio total de la deuda castellana al treinta por
71
ciento de los ingresos ordinarios- en 1504 los intereses ascendían a 112,4 millones de
maravedís (el 35% de los ingresos ordinarios). A lo largo del siglo XVI esta cantidad se
multiplicaría por 15, alcanzando en 1598 la cifra de 1 737,9 millones de maravedís (esto
es, pasó de 300 000 a 4,63 millones de ducados de 375 Mrvds., como se observa en el
Cuadro III-1).
El gráfico III-2 y el cuadro III-1 muestran el descenso del tipo de interés medio
de la deuda y la intensidad creciente de las emisiones —o, más bien, del aumento medio
anual del servicio de la deuda— en once períodos desde antes de la coronación de
Carlos V hasta el ajuste realizado tras la cuarta y última bancarrota de Felipe II en 1596-
98, antes de la coronación de Felipe III. Puede observarse que también al término del
reinado de su padre Felipe II había tenido que realizar un fuerte ajuste financiero, que
fue seguido de veinte años de fuerte expansión del crédito durante la etapa de
agudización de conflictos del tercer cuarto del siglo, que consumieron crédito a un ritmo
enfebrecido. Ritmo que durante el último cuarto descendió sólo en apariencia, a juzgar
por el ajuste al que hubo que hacer frente a su muerte, mediante el que afloraron y se
regularizaron compromisos encubiertos bajo la forma de crédito a más corto plazo y el
desbordamiento del situado en todas las rentas a lo largo del reinado del mal llamado
Rey Prudente, ya que a la luz de estas cifras no parece que estuviera adornado de
virtudes financieramente prudenciales.
Gráfico III-2

RÉDITO DE LOS JUROS (MRVDS)


SERVICIO DE LA DEUDA: NUEVAS EMISIONES AL AÑO, POR PERÍODO

80 9,5

70 9
Rédito
Aumento anual del rédito en millones

60 Interés (%) 8,5


Tipo de interés en %
50 8

40 7,5

30 7

20 6,5

10 6

0 5,5
1510 1520 1530 1540 1550 1560 1570 1580 1590 1600
1515 1525 1535 1545 1555 1565 1575 1585 1595 1605

En principio, los intereses de la deuda habían sido fijos, entre el 2,5% y el 10%
(en la terminología de la época: de 40 000 a 10 000 Mrvds. el millar). Todos los
registros disponibles indican que más del 80% de los juros al quitar se distribuían entre
dos clases: la de 20 000 y la de 14 000 Mrvds. por millar (con tipos del 5 y del 7,14%),
mientras que los juros donados eran de 8 000 y 7 000 por millar (14,3% y 12,5%), de

72
modo que en 1545 estos últimos todavía suponían el mayor peso del rédito total de juros
(57%), aun cuando, valorando su capital nominal a aquellos tipos, sólo supusieran el
40%, para caer en 1594 a representar un 14 y un 7%, respectivamente (y a un 19% y un
12%, tras los arreglos de 1598, que resultaron más gravosos para la deuda que para las
mercedes).
Sólo puede hablarse de deuda pública stricto sensu cuando nos referimos a los
juros al quitar, que eran títulos consolidados, amortizables y transferibles, aunque en
forma nominativa, sometiéndose la anotación al pago de un mínimo derecho de
transmisión. Sin embargo, para evaluar el monto total de los compromisos financieros
de la corona se incluyen también en todas estas estimaciones los juros de heredad, o
perpetuos, y los de merced, o vitalicios, que constituían una proporción importante a
comienzos de siglo, para decaer después.
Gráfico III-3

SERVICIO DE JUROS (EN REALES)


NUEVAS EMISIONES AL AÑO POR REINADOS
5 9,5

Servicio (aumento/año): Esc. Izda.

4 Tipo medio juros al quitar en % (Esc. Dcha.) 8,5

3 7,5
Millones

2 6,5

1 5,5

0 4,5
1500 1525 1550 1575 1600 1625 1650 1675 1700

Calculando a esos tipos de interés el valor nominal teórico de la masa


representada por los réditos totales de los juros en 1504 y 1594 la deuda de la corona se
habría multiplicado por 20, pasando de 3 a 60 millones de ducados (o de 1,1 a 22,5
miles de millones de Mvds: vid. Gráfico III-1 y Cuadro III-1), en un momento en que
los ingresos totales —incluidos los conseguidos por medidas arbitrarias, que llegaron a
hacerse más o menos habituales— no debían superar un año con otro los doce millones
de ducados. O sea, el nominal de la deuda habría llegado a multiplicar por cinco los
ingresos y el servicio de aquella a representar aproximadamente el 39% de los ingresos

73
de la corona en 1594, aunque en 1598, mediante los arreglos realizados con motivo de
la coronación de Felipe III, se redujera al 32% 129.

CUADRO III-1.- VALOR DE LOS JUROS EN DUCADOS 130


RÉDITO DEL VALOR DEL TIPO MEDIO
AÑO SITUADO CAPITAL DE INTERÉS
1504 299 633 2 996 332 10,0
1516 349 608 3 591 669 9,7
1526 497 480 5 229 983 9,5
1548 863 197 9 565 406 9,0
1554 878 211 10 121 172 8,7
1560 1 468 499 17 629 510 8,3
1573 2 751 714 36 314 060 7,6
1594 3 815 631 59 971 643 6,4
1598 4 634 285 55 415 135 8,4
1623 5 600 000 112 000 000 5,0
1637 6 418 746 128 374 920 5,0
1667 9 147 241 182 944 820 5,0
1669 9.986.513 199 730 260 5,0
1687 11 149 421 222 988 411 5,0
1714 19 571 469 652 375 779 3,0
1727 19 047 655 634 915 474 3,0
1737 18 432 606 614 420 198 3,0
1755 16 072 571 535 752 373 3,0
1818 3 360 000 114 240 000 2,9
1851 6 923 307 144 704 000 4,8

Para evaluar el impacto de semejantes cargas conviene hacer una comparación


con este tipo de situaciones a finales del siglo XX. En su reunión de junio de 1999 los
líderes del G7 consideraron que el nivel máximo de ingresos públicos que pueden
soportar los países menos desarrollados y más endeudados de la tierra (HIPC’s) se
situaba entre el 10 y el 15% de su PIB, mientras que el nivel máximo admisible para el
nominal de la deuda se encontraba entre el 200 y el 250% de los ingresos públicos
(Financial Times, 7-VI-1999), lo que significa un entorno entre el 20 y el 37,5% del
PIB. Por su parte, en el diseño inicial de la iniciativa HIPC el límite del servicio de la
deuda externa como proporción de los ingresos se situaba en el 20%, mientras que el
movimiento Jubileo 2000 pugnó por situarlo en el 10% (Ibíd. 16-VI). Domínguez Ortiz
(1973, p. 354) estima que a fines del siglo XVI la presión fiscal castellana se situaba
precisamente en el centro del entorno delimitado por el G7 (13%), mientras que en el
gráfico III.2 el nominal de la deuda pública representaba en 1594 el 500% de sus
ingresos (22.500 frente a 4.500 millones de Mrvds.), el doble del nivel máximo de la

129
Según Ruiz Martín, tras los arreglos de 1598 el situado absorbía casi la mitad del presupuesto de
ingresos (con 9,7 millones de ducados) y el capital de los juros era casi cinco veces el presupuesto de
gastos de ese año, que habría ascendido a 11,4 millones (Op. cit. p. 36). Damos crédito a la investigación
de Toboso por ser mucho más reciente. De aceptarse la cifra de Ruiz Martín la corona se encontraría
próxima a la “trampa de deuda” en que se encuentra Japón en elprimer decenio del siglo XXI, con un
servicio de la deuda del 65% de los ingresos fiscales (Asher-Dugger, 2000).
130
Fuente: En general: Toboso (1987); para 1573, Ruiz Martín (1990. p. 36); Para 1667 y 1669, Sánchez
Belén (1996, pp. 87-8); para 1687, Kamen (1981, p. 577).

74
ratio G7 para deuda/ingresos públicos y casi el doble (un 65%) de la ratio deuda/PIB.
Así pues, Castilla no hubiera resultado elegible para la iniciativa HIPC porque su
credibilidad financiera relativa se habría situado por debajo de la Uganda de finales del
siglo XX, primer país en incorporarse a aquella. Aunque el deterioro fiscal del país
desde la llegada al trono de Carlos V había sido grande, tampoco hubiera resultado
elegible en 1516, cuando el nominal de la deuda suponía ya el 360% de los ingresos
(que ascendían a un millón de ducados, o 375 millones de Mrvds.).
A finales del siglo XV y comienzos del XVI tanto unos como otros juros valían
a 10.000 el millar, esto es, se les imputaba un tipo de interés del 10%. Esto se encuentra
bien documentado: a ese tipo redimieron los RR.CC. sus juros de Casamiento en 1480 y
vendieron los últimos juros de heredad y los primeros juros al quitar de la guerra de
Granada (Toboso, 1987, pp. 53-56). En 1554 el tipo medio de los juros al quitar había
caído a 6,25% y el tipo medio total a 8,68%; en 1594, a 5,85 y 6,36, respectivamente,
imputando en ambos casos a los juros de heredad el valor medio de los vitalicios, que
era de 7 500 por millar (Ibíd. pp. 97 y 135).

Gráfico III-3 VALOR DEL CAPITAL Y REDITO DEL SITUADO


(MILLONES DE DUCADOS)

1.000

100

10

1
Renta del situado (ducados)
Capital del situado (ducados)
0
1504
1516
1526
1548
1554
1560
1573
1594
1598
1623
1637
1667
1669
1687
1714
1727
1737
1755
1818
1851

Todo hace pensar que la capacidad de carga fiscal de la economía castellana de


entonces se encontraba más próxima a la de los países subdesarrollados actuales que a la
de los países de la UEM (Flynn-Giráldez, 1996), aunque sólo sea porque el nivel medio
del sector público europeo en 1990 rondaba el 50% del PIB, cuatro veces el de la
Castilla de entonces. Si no fuera así y abriésemos el abanico de la situación sostenible
de las finanzas públicas a los criterios definidos por el Tratado de Maastricht, al final
del siglo XVI Castilla todavía lo cumpliría razonablemente, ya que su inflación de
precios al consumo media (aunque extremadamente variable) había venido siendo
durante el último tercio del siglo del 1,24% anual, el volumen de deuda en circulación
era sólo ligeramente superior al 60% del PIB y la moneda interior había sido estable
desde que en 1552 se rebajara el contenido de plata de la calderilla (para evitar la fuga
de la moneda con aleación de cobre y plata).
No resulta fácil pronunciarse acerca del criterio de déficit público, porque el
régimen fiscal de entonces no resultaba equiparable al actual, ya que los servicios
concedidos por las Cortes —y su consentimiento para emitir moneda y deuda contra los

75
llamados ingresos extraordinarios o servicios— se han convertido actualmente en los
presupuestos anuales del Estado. Aparentemente, los ingresos totales de la corona
crecieron a una tasa anual del 3% a lo largo del siglo, prácticamente al mismo ritmo que
el servicio de la deuda (que actuaba como motor de los ingresos, ya que lo habitual era,
como vimos, contraer primero compromisos financieros a corto plazo dando juros en
garantía, que se convertirían después en deuda consolidada y se situarían sobre alguna
fuente de renta, ya existente o nueva). En síntesis, si el peso de la deuda respecto al PIB
llegó a ser del 65% y se había duplicado durante los ochenta años de reinado de los dos
primeros Habsburgo, las necesidades de financiación anuales no financiadas con
ingresos corrientes, ordinarios o extraordinarios —equivalentes al crecimiento anual de
la deuda— no pudieron superar el 0,5% del PIB. Incluso si todo el crecimiento se
imputa al reinado de Felipe II, el límite subiría al 1%, la tercera parte del déficit
considerado excesivo por el Tratado de Maastricht.
Pero hay muchas razones para no razonar en términos del Tratado de Maastricht,
la primera de ellas es que la regresividad absoluta de la fiscalidad del Antiguo Régimen
—abrumadora para los más y nula para los "señores de vasallos"—, hacía recaer la
carga exclusivamente sobre los pecheros, lo que favoreció la concentración de
patrimonio rural desde finales del siglo XVI, en la que puede considerarse como la
primera etapa de concentración de la propiedad rural castellana, a partir del momento en
que el "astronómico" servicio de ocho millones de ducados exigido por Felipe II en
1589 para recomponer la Armada Invencible echó a muchos pueblos en manos de los
terratenientes, que actuaban como prestamistas, al no poder levantar a su vencimiento
las hipotecas con que tuvieron que gravar sus pastos públicos para pagar una derrama
cuya recaudación fue exigida en sólo cinco años. Como la medida no fue algo aislado,
sino que vino a acumularse a la venta de los baldíos realengos y de las tierras
pertenecientes a la corona, —llevada a cabo entre 1580 y 1595— cabe afirmar que la
exención fiscal de los hidalgos —junto a la resistencia fiscal de los ricoshombres— y el
desajuste presupuestario de los gobiernos sirvieron tradicionalmente en España para
concentrar el poder económico en manos de una oligarquía cuyas sucesivas oleadas
acabarían superponiéndose en capas, hasta formar el tronco de una pirámide invertida
en cuya base nunca dejaría de estar la nobleza titulada.
Los gráficos III-1 y III-2 muestran que el paroxismo del proceso de
endeudamiento durante el siglo XVI se alcanzó a lo largo del reinado de Felipe II, ya
que entre 1552 y 1594 el nominal de los juros al quitar creció a una tasa anual del 6%,
pese a la caída del tipo de interés. En cambio, si imputamos los ajustes realizados hasta
1560 a los desarreglos originados en el reinado de su padre, como se hace en el gráfico
III-3, el crecimiento anual del rédito de todos los juros entre 1560 y 1594 habría sido del
2,9%, frente a un 3,3% registrado entre 1516 y 1560. Indudablemente esta insaciable
voracidad de gasto de la corona no se explica sin la evolución experimentada, a su vez,
por los ingresos obtenidos de América, de modo que puede hablarse del carácter
endógeno de la oferta de moneda de plata —alimentada por las excelentes
oportunidades de arbitraje proporcionadas por la fuerte demanda de este metal originada
en China (Flynn-Giráldez, 1996; Cipolla, 1999)— tanto por razones económicas como
derivadas de las necesidades de financiación del esfuerzo bélico, que se situó en el
centro mismo de la cadena causa-efecto de los fenómenos inflacionista y monetario. En
efecto, como señalara Carande y ha documentado Álvarez Nogal (1997), las rentas más
apetecidas por los acreedores para garantizar el crédito eran las del tesoro americano
que llegaba periódicamente en flotas a la Casa de Contratación de Sevilla (hasta que la
incompatibilidad de intereses entre el comercio privado y la corona convirtió en

76
insostenible el mantenimiento de esta forma de organización del tráfico). Por eso no es
de extrañar que estas rentas constituyeran la base efectiva para el crédito contraído por
la corona a corto plazo a lo largo de todo el siglo XVI, hasta el punto de que la cifra
acumulada de metales llegados a Sevilla para la corona entre 1504 y 1594 (23,3
millardos de Mvds) coincide casi exactamente con el aumento del nominal de los juros
durante el mismo período (21,4 millardos). La relación todavía es más significativa
entre 1546 y 1595, período para el que la cifra acumulada de metal ascendió a 20,8
millardos de maravedís y la de los juros a 18,9 millones (Gráfico III-1).
Y es que el crédito del soberano no tenía otro fundamento que la suposición de
solvencia, aunque ésta no se basase en cálculo económico alguno ni se apoyase en la
más mínima transparencia en lo relativo a las cuentas de la corona. Eso sí, la
contrapartida consistió en que el monarca afianzase sus contratos de crédito
comprometiendo las rentas futuras mediante asientos, por mucho que éstos dejasen de
tener cabimiento a finales del XVI. Sometidos, pues, a un “régimen de trampa
adelante”, el despropósito financiero consumado por el grupo de banqueros alemanes,
genoveses y flamencos más expertos de Europa —de cuya impaciencia ya se burlara el
príncipe Felipe diciendo “...que esperar habrían, pues intereses cobraban” (Carande,
1949, p. 40)— explica que a mediados del siglo XVI los banqueros de la corona
española empezaran a perder crédito en el exterior y solicitasen insistentemente
autorizaciones de saca (p. 51), que tuvieron que generalizarse a partir de 1566, y, sobre
todo, tras la claudicación de Felipe II ante los banqueros genoveses, una vez fracasado
el intento de expolio de 1575, que tuvo que resolverse a través del Medio General de
1577, por el que el Rey se vio obligado a tragarse sus propósitos y a reconocer sus
compromisos anteriores (Ruiz Martín, 1990, pp. 15-29). En ningún caso, sin embargo,
llegó la monarquía a conceder el privilegio de emisión de moneda, ni siquiera cuando el
factor general y visitador de los herederos de Marcos y Cristóbal Fúcar, J.J. Holzapfel,
solicitó autorización para labrar un millón de ducados en 1630 (Matilla, I, 175-77) como
única forma de evitar la suspensión de pagos del banquero favorito de las dos casas de
Habsburgo, cosa que acabaría ocurriendo en 1637, año en que Felipe IV suspendió las
ejecuciones de los acreedores y puso al banco bajo la dependencia de una Junta
administradora.
Todo ello pone de manifiesto que la cantidad de dinero —definido en sentido
amplio, para incluir el conjunto de medios de pago en circulación— se comportó
también de forma relativamente endógena, satisfaciendo una demanda creciente
proveniente tanto del crecimiento económico real como de la política de gasto público
deficitario y no productivo. A comienzos del siglo XVI la demanda de deuda era tan
elevada que los juros emitidos a finales del siglo XV a 10.000 por millar (con un tipo de
interés del 10%) se vendían en el mercado secundario a 14.000 y 16.000 (a un tipo entre
el 7 y el 6,5%), de modo que en 1504 la corona ya pudo emitir nuevos juros a 17.500
(6%) (Toboso, 1987, p. 66); la coordinación entre la cotización y el descenso del tipo de
interés en las nuevas emisiones permitió que hasta 1566 los juros se colocaron a la par
en el mercado secundario. Esto indica que existía espejismo monetario y que la
inflación provocada por la expansión de la oferta monetaria reducía los tipos de interés,
lo que coincide con lo que pensaba Keynes, frente a la posición de Hayek (1932), quien
operaba bajo el supuesto de expectativas racionales y mercados perfectos: “como la
venta en el mercado secundario de un valor con vencimiento a largo plazo no implica el
cumplimiento del contrato y la cuantía de la amortización está dada, el titulo cotizará
menos si se espera que descienda el valor de la moneda”. Lo que ocurrió durante la
primera mitad del siglo XVI fue lo contrario. En cambio, durante la segunda mitad las

77
cosas se complicaron un poco puesto que, mientras las nuevas emisiones siguieron
haciéndose a tipos de interés descendentes hasta finales de siglo, en el mercado
secundario los títulos se cotizaron con una depreciación creciente (Toboso, 1987, pp. 68
y 81), cayendo su precio y aumentando su rentabilidad nominal, fenómeno que estuvo
mucho más relacionado con la elevación del nivel de riesgo y la mejor información
disponible que con la marcha de la inflación, ya que ésta se estaba desacelerando. Por
muy grande que fuera la falta de transparencia, cada vez eran más los que descubrían
que el Rey estaba desnudo, y a medida que esto ocurría, la gente abandonaba el
mercado. Al final, tuvo que ser el propio monarca quien estableciese el tipo de
interés 131, imponiendo la colocación de las cantidades de papel no a través del mercado,
sino mediante colocaciones forzosas.
Así pues, la cantidad de dinero aumentó también bajo la forma de una enorme
cantidad de activos líquidos financieros en manos del público (ALPF), con diferentes
grados de liquidez y rentabilidad, para los que sólo tenemos noticia detallada de los
títulos públicos, que fueron por sí mismos tan importantes en cuantía como la masa de
metales preciosos ingresada por la corona, pero que evidentemente constituyeron tan
sólo una pequeña parte de los ALPF (porque no tenemos idea precisa ni estimativa
sobre la cuantía que representaban las letras ni los censos consignativos, a no ser por el
escándalo que su proliferación producía en los escritos de los economistas). La falta de
transparencia en las cuentas públicas, la ausencia de cualquier diferenciación o
autonomía —e incluso la superposición expresamente buscada— entre la capacidad
coactiva propia del poder político ejecutivo del monarca, su carácter de máxima
autoridad como regulador económico, el monopolio de que disfrutaba en la emisión de
moneda, y su posición como acreedor singularmente significativo en el mercado del
dinero, fueron otros tantos obstáculos para la existencia misma del mercado monetario.
Si podemos seguir hablando de mercado es porque el sistema crediticio acabó
quedando en manos de extranjeros, que fueron desplazando paulatinamente a los
castellanos como titulares de los asientos, o, lo que viene a ser lo mismo, como
creadores del mercado de deuda. Esto pudo servir como paliativo de aquella
superposición y someter al Rey a una cierta disciplina, ya que eran ellos los únicos que
estaban medianamente a cubierto de la autoridad arbitraria —de ahí que ya Carlos V
tratase a sus banqueros con una obsequiosidad que sorprendía a todos—. Esta falta de
subordinación concedió a los banqueros foráneos una fuerte ventaja competitiva
respecto a los nativos, que hizo fracasar el intento de desplazamiento de aquellos por los
castellanos, planteado por las Cortes en 1573-75, al permitir a los genoveses exigir la
percepción del beneficio de todas las operaciones financieras a priori, descontando
parte del tipo de interés y las comisiones del principal o los derechos de giro en el
momento de la concesión del crédito, posición que habría de resultar inexpugnable para
sus competidores nativos, a los que en 1597 habían desplazado por completo del
sistema de crédito público (Ruiz Martín, 1990). Ya desde mediados del siglo XVI el
monarca sólo pudo obtener recursos mediante la entrega como garantía de juros con
descuento, o prima negativa (premio o quebranto), de modo que el valor facial de los
juros entregados en contrapartida del crédito era siempre un múltiplo del valor del
principal, quedando de este modo disfrazada la burbuja financiera en el primer nivel de
la cadena de emisión.

131
A la muerte de Felipe III en 1621, Felipe IV dictó la Pragmática de 26-X-1621 prohibiendo vender
juros a más de 20.000 el millar (con interés de 5%), aunque la Real Hacienda los negociaba al 10% (p.
184). La norma estaría vigente hasta que Patiño dictase la de 12 agosto de 1727, estableciendo el interés
máximo en el 3% (o 33 000 y un tercio por millar; p. 228).

78
3.- El Rey está desnudo, o la quiebra de la economía virtual en el
siglo XVII
La dinámica del proceso es la característica de toda economía virtual.
Supongamos, por ejemplo, que en la emisión de juros con descuento se aplicaba un
múltiplo de dos, cosa que dependía de la situación del mercado (que, como vimos, ya a
finales de los años treinta exigía un tipo de interés doble del legalmente autorizado
como máximo), del crédito de que disfrutara el monarca en cada momento y del grado
de aprieto por el que atravesara, circunstancias que determinaban la capacidad de
negociación efectiva de las partes. La operación funcionaba más o menos así: la
Hacienda tomaba una cantidad a crédito, pagándola en juros de 20 000 por millar. El
acreedor los compraba realmente a 8 000, 10 000 o 14 000 (Toboso, 1987, p. 163),
porque recibía títulos por valor facial doble del principal del préstamo (para abonarle la
comisión y el giro, real o ficticio, este último denominado “cambio seco”) y los vendía a
su valor nominal en el mercado, situándolos en las rentas que servían de garantía. Así,
en realidad la corona pagaba un cinco por ciento sobre el valor facial pero un diez por
ciento de interés sobre el préstamo efectivamente percibido —esto es, en la “segunda
contabilidad” o economía virtual del monarca el valor real del título no era más que de
10 000, aunque su valor nominal fuera de 20 000 al millar.
La situación resultaba financieramente explosiva, pero el monarca conservaba en
sus manos el poder político absoluto, que es el que a la larga le permitía ir saliendo de
apuros, utilizando con profusión sus facultades confiscatorias y el ejercicio arbitrario de
todo un catálogo de expedientes que constituye un verdadero “código de malas prácticas
financieras”. La burbuja se pinchaba periódicamente devaluando los títulos a su valor
real, convirtiendo los títulos a plazo fijo en consolidados, suspendiendo el pago de los
juros y modificando a voluntad el valor facial de los ya emitidos (crecimiento). Como la
cotización de los títulos en el mercado secundario dependía de la calidad de la garantía
(las rentas del situado) y de su grado de saneamiento (el cabimiento, o la falta del
mismo), el cambio del situado se utilizaba como forma de depreciación encubierta. La
arbitrariedad y el incumplimiento de las obligaciones del monarca acabaron
perturbando gravemente el funcionamiento del mercado secundario.
Cuando esto no fue suficiente se actuó también sobre el mercado primario:
emitiendo empréstitos forzosos, imponiendo la suscripción obligatoria y a tipos de
interés discrecionales, o entregando juros a cambio de la confiscación de propiedades.
En este caso los juros se emitían a un tipo de interés muy por debajo del de mercado, lo
que inflaba indirectamente su valor: al tipo habitual del 3%, el valor ascendía a 33 333
por millar (razón por la que Patiño establecería ese límite durante el siglo siguiente).
Generalmente los títulos emitidos en contrapartida del secuestro de propiedad privada
comportaban el compromiso de amortización en plazo breve, pero siempre se
incumplía. Naturalmente todo esto tenía un límite: el riesgo de expropiación de los
metales que llegaban en la flota con destinos privados llegó a hacerse tan elevado que
nadie quiso utilizarla y terminó desapareciendo por falta de recaudación del “impuesto
de avería” — con el que se financiaba—, que llegó a ser del 12% de los valores
declarados en 1647 (Álvarez Nogal, 1997, p. 107). Esto es, como no había derecho a
voz, en este caso los comerciantes adoptaron la decisión de salida. Pero esta solución no
siempre resultaba factible para los súbditos. La discriminación en el trato dado a unos y
otros y la pérdida de competitividad que ello representaba para las empresas castellanas
la reflejaba Sancho de Moncada (1619), haciéndose eco del sentir general:

79
“El tercer daño es el tan lamentado en España, que afana y paga tantos
tributos y alcabalas, y millones para los extranjeros, pues de sólo el servicio de
millones pasado se dice se les consignaron a seiscientos mil ducados al año de
corridos de asientos, y no es mucho, pues dicen que de intereses llevan a veces a
ocho, y a veces a doce por 100, y más de otros diez o doce de cambios, siendo
refrán suyo ordinario: Fan no sentir la utile al Re di Spagna. Y como informó a
V. Majestad la villa de Medina en el memorial del año 1606, que he referido
algunas veces, desde el año de 1569 usaron socorrer al Rey nuestro señor,
tomando en resguardo juros, condicionando en los asientos que al tiempo de la
paga cumpliesen con volver otros tantos juros, y los que tomaban en resguardo
vendían por vidas, y con el dinero que así sacaban hacían el socorro, y al tiempo
de la paga buscaban juros incobrables que compraban a ocho y a nueve, y los
volvían a su Majestad por todo el valor riguroso. Y reconociendo el Reino este
daño, fue la condición veintiuna del último servicio de millones. Que es notorio
que la principal causa que tiene a su Majestad y a su Real hacienda en el estado
y empeño en que está, es los asientos que se han hecho con extranjeros y
hombres de negocios, por los excesivos intereses que de ellos han llevado. Y
para que este daño no pase adelante, se pone por condición, que su Majestad se
ha de servir en cuanto se pudiere, de no hacer asientos con extranjeros, ni
naturales de los Reinos....”
Pedir eso cincuenta años después del intento fallido de Felipe II de prescindir de
los genoveses era tanto como pedir al Rey un comportamiento financiero saneado, lo
que implicaba abandonar la política de gasto necesaria para sostener el imperio. En caso
contrario, había que seguir alimentando la economía de burbuja. En 1594 la
depreciación media en el mercado secundario de los dos tipos de juros más frecuentes
había llegado a ser la siguiente: los de 20 000 el millar cotizaban con un descuento del
20% si estaban situados en el encabezamiento o los maestrazgos y con el 28,5% si se
situaban en otras rentas arrendadas; como es lógico, los de 14.000 —más baratos, con
un interés del 7,14%— tenían menos descuento: un 7,2 y un 14,3% (valían 12 000 y 13
000 al millar, respectivamente). Por eso, a la muerte de Felipe II la reordenación de la
deuda hizo aflorar esa situación reduciendo el valor nominal de los títulos para
equipararlo al de mercado, lo que significó una depreciación media del 24%, pasando el
valor medio de los juros de 15 700 a 11 900 el millar (y el tipo de interés medio de 6,4 a
8,4%).
Pues bien, lo ocurrido durante el siglo XVI resulta modesto en comparación con
lo que quedaba por ver: a la llegada de Felipe III al trono en 1598 los 1,74 millardos de
Mrvds. (4,6 millones de ducados) en que había quedado fijado el servicio total de la
deuda tras la última bancarrota de su padre significaban aproximadamente la mitad de
los ingresos corrientes (que ascendían a 9,7 millones de ducados) y representaban una
carga dos veces y media superior al límite inicial establecido por la iniciativa HIPC. El
nuevo monarca tuvo que solicitar ya desde las Cortes de 1600 la prórroga del servicio
de millones, lo que no impidió la nueva bancarrota en 1607 y el consiguiente arreglo
con los banqueros, por el que los tipos de interés de los juros al quitar pasaron del 7,1%
al 5% (con un nuevo crecimiento de su precio de 14 000 a 20 000 el millar), situación
que iría adquiriendo carácter general entre 1608 y 1621. Este año coincide con el final
de su reinado y la coronación de Felipe IV, quien, al prohibir vender los juros a un
interés superior al 5%, destruyó de hecho el mercado secundario con carácter
irreversible, dado el carácter paroxístico de las emisiones y las manipulaciones de la
deuda a partir de entonces.

80
El nuevo reinado registró una verdadera inundación de juros, que se emitieron
masivamente como expediente para salir de las cuatro bancarrotas decretadas por Felipe
IV (en 1627, 1647, 1652 y 1662). En paralelo con la desaparición del mercado, esto es
lo que explica que el 70% de las emisiones realizadas a partir de 1626 fueran
directamente a manos de los asentistas, a los que hubo que entregarles más de 35
millones de ducados de renta de juros de los casi 50 que se emitieron por última vez a lo
largo de este reinado. Gelabert (1997, p. 382) ha reconstruido la serie completa de los
asientos suscritos entre 1599 y 1650 (excepto para el año 1615), que ofrecen “una muy
exacta réplica de las circunstancias dentro de las cuales se movió efectivamente el gasto
de la Hacienda de Castilla”: durante los 21 ejercicios fiscales documentados
correspondientes al reinado de Felipe III (1599-1620), el promedio anual de los asientos
se elevó a 3,977 millones de ducados. La suma aumentó en un 90% durante los 22
ejercicios transcurridos entre la coronación de Felipe IV y la caída de Olivares en enero
de 1643 (1621-1642), en los que la media se situó en 7,574 millones de ducados,
período a partir del cual se registraría un descenso paulatino, que redujo de nuevo la
magnitud media anual de los asientos a 4,1 millones durante el trienio posterior al
Tratado de Westfalia (1648-1650), como se dibuja en el gráfico III.4

Gráfico III-4.- Los asientos desde Felipe II hasta Westfalia: 1599-1650


Medias móviles quinquenales centradas. En líneas horizontales: media decenal
9
Millones

2
1600 1605 1610 1615 1620 1625 1630 1635 1640 1645 1650

Al producto líquido de los asientos —que financiaban el gasto anual— hay que
añadir el rédito del situado, que se deducía en la fuente de los impuestos, de modo que
la sangría fiscal de Castilla debió de situarse a mediados del reinado de Felipe IV como
mínimo en 14 millones de ducados al año 132, magnitud que todas las fuente sitúan entre
el 10 y el 11 % de la Renta Nacional en esa época (Ibíd. p. 296). Ésta debió de rondar,
por tanto, los 133,3 millones de ducados y soportaba adicionalmente el diezmo
eclesiástico, lo que elevaba el coste de la seguridad material y espiritual de los

132
Agregando la renta de América y otras rentas en 1654 se ingresaron 18 millones de ducados. En la
proposición real a las Cortes de ese año se decía que la deuda ascendía a 120 millones (aunque sólo el
situado de 1637, al 5%, significaba 128 millones). Según Sureda (1949, pp. 87 y 114) en 1674 se
ingresaron 36,75 millones, cifra afectada por el desorden monetario de entonces ya que, de ser
homogénea con aquella cifra, se habría evitado la bancarrota de 1664.

81
castellanos a un mínimo del 20% del producto. Y eso, sin contar las exacciones
señoriales en territorios con jurisdicción laica, indudablemente mayores que en las de
realengo, a la vista del afán que mostraron los pueblos por redimirse.
El primer balance realizado dos años después de terminar el reinado del último
Habsburgo guerrero arrojó una cifra de intereses por juros para 1667 superior a los
nueve millones de ducados, que, capitalizados al 5% oficial, daban un nominal teórico
de 183 millones de deuda pública consolidada. Las cifras del cuadro III-1 y de los
gráficos III-3 y III-4 han sido estimadas capitalizando los intereses teóricos a ese mismo
tipo de interés (y al 3%, las cifras del siglo XVIII). Sin embargo, aquellas cifras
monstruosas —que todavía habrían de crecer hasta los 11,1 millones de ducados de
intereses consignados en la memoria del Marqués de los Vélez de 1687 (Toboso, 1987,
p. 172)— fueron cuadradas a partir de 1676 sin contemplaciones a base de anulaciones
o reducciones masivas y de la imposición de esperas —en forma de impuestos sobre los
intereses como la Annata y la media Annata, que significaban simplemente la
expropiación de toda la anualidad, o de la mitad de la misma—. Naturalmente, ya no se
podía hablar de activos líquidos, porque no lo eran, y su velocidad de circulación había
llegado a ser nula. Por eso, desde el acceso al trono de Carlos II no se volverían a emitir
juros, que entraron a partir de entonces en una larga fase de liquidación (Ibíd. p. 187). Y
como la corona ya no iba a utilizar esa forma de financiación, no le importó incumplir
sus compromisos descaradamente: andando el tiempo se llegaría, por ejemplo, a no
abonar en 1727 más que 760 000 ducados de intereses (de los 19 millones teóricos), lo
que habría equivalido a un nominal (capitalizado al 3%) de 25,3 millones, frente a los
635 millones que se obtienen en el cuadro III-1 capitalizando los intereses al tipo
oficial.
Esto es, durante el reinado de Felipe IV la carga de los juros se multiplicó casi
por cinco. Como puede observarse en el Cuadro III-1 la progresión del situado a lo
largo del siglo XVII fue vertiginosa: 4,6 millones de ducados en 1598; 5,6 en 1623; 6,4
en 1637; 9,1 en 1667. En 1687 su monto ascendía a 12,3 millones de escudos de a 10
reales (de ellos, 4,1 no tenían cabimiento; esto es, se emitieron sin fondos). Esa cifra
equivalía a 11,1 millones de ducados, o sea, 3 veces la cuantía de 1594 (Toboso, 1987,
pp. 161-172). A una tasa de descuento del 5% el volumen del servicio de la deuda
alcanzado en 1687 se corresponde con un nominal de 223 millones de ducados, casi
cuatro veces el de 1594, lo que implica una tasa de crecimiento anual del 1,6 % de la
masa de activos financieros en manos del público desde 1598. Como la Renta nacional
debió de alcanzar su mínimo en Castilla durante esa misma década (Kamen, 1981, p.
174), el déficit anual medio desde 1594 debió de rondar el 1,5% de la misma y el
nominal acumulado situarse en torno al 200 por ciento, tres veces más que la ratio
deuda/PIB de 1598. Hacía tiempo que se había superado tanto el criterio de Maastricht
para la deuda como el umbral de la “trampa japonesa” en la ratio servicio/ingresos. El
país se encontraba en situación de quiebra técnica.
Un discurso anónimo dirigido a Carlos II por esas fechas (con posterioridad a
1675, porque no menciona a la Regente) proponía un mecanismo ordenado de
liquidación de toda la deuda existente —que estimaba acertadamente en 200 millones de
ducados— a través de la pública subasta de quitas, a partir del valor a presente de los
títulos. Por tratarse de la primera propuesta formal, perfectamente razonada, de
declaración de insolvencia de una entidad soberana en la que la solución de la quiebra
se encomienda al mercado, a través de la puja, transcribo a continuación sus principales
cláusulas:

82
“Se ha de notar... que los débitos decretados, los Juros sin cabimiento, y
débitos de cuentas finales, o ya finalizadas, o tanteadas, los reputan sus dueños
por de brevísimo valor, como fiándolos a los hombres de negocios, para que en
lo que hacen, los pague V. Majestad por entero, contentándose por toda la
cantidad con un seis, u ocho por ciento, y fiados. Y los Juros que tienen
cabimiento, se venden también por una cuarta o quinta parte, y menos aún de
todo su valor.”
Frente a las prácticas forzosas de anteriores bancarrotas y arreglos, el autor pide
que sea el mercado quien module las quitas, recomendando... “que sean los mismos
acreedores árbitros de graduarse y preferirse a la cobranza de sus créditos; esto es, a
poder cobrar prontamente, o a seis meses, o a uno o dos años, a su voluntad.”
La técnica y las garantías formales de la subasta deberían ser bien explícitas,
dado que de otro modo no “se puede conseguir, por el estado presente por otra
forma...por el total descrédito o desconfianza general de las bolsas y tesorerías de V.
Majestad”:
“Que V. Maj. nombre un Ministro de su Consejo de Castilla, superior a
otros que le asistan, a quien den memoriales cerrados los acreedores, por sí o por
sus procuradores, con relación de la certificación que obtuvieren de su legítimo
crédito, haciendo a su voluntad baja a la Real Hacienda, y ofreciéndose a otorgar
carta de pago por entero; y el que mayor equidad, y beneficio hiciere a dicha
Real Hacienda para el día determinado y señalado (muy con tiempo) por
pregones en todos los Reinos, ése entre cobrando primero, otorgando su carta de
pago al pie de la certificación que trajere, habiendo dejado los papeles que a ella
condujeren donde luego se dirá; y esta paga ha de ser con asistencia de dicho
Ministro, que se ha de hallar personalmente para que al acreedor no le tenga
menor la costa ni estorbo la cobranza, y sea tan efectiva como se promete y es
razón”
El análisis coste/beneficio de esta propuesta, realizada por este más que probable
ex contador real o ex-ministro del Consejo de Hacienda 133 es bien sencillo:
“Según, pues, los dichos créditos están hoy de perdidos, tengo por sin
duda, que con los primeros diez millones le otorguen a V. Maj. carta de pago y
entreguen todos los instrumentos de más de ochenta o cien millones.... de forma
que en breves años, como tres, o cuatro... se halle V. Maj. sin débitos algunos,
recogidos y finalizados tantos papeles, que se deben becerrar para excusar
muchas Contadurías y embarazos, y empezar la real Hacienda, como de nuevo,
reducida a breves y claros papeles, y a su antiguo lustre y crédito”.
Su condición de antiguo funcionario viene avalada por la de tenedor de juros —
dada la práctica de colocación forzosa entre ellos—, lo que le permite aducir su propio
interés, y el de otros, como aval de su propuesta, que comportaría un juego de suma
positiva para tenedores y corona, pero negativa para los asentistas, únicos que, en
ausencia de arreglo, realizaban el arbitraje interpartes:
“Que la equidad, y baja sea tal como insinúo, lo puedo asegurar demás de
lo dicho, por muchos acreedores que conozco, y por mí mismo, que soy acreedor

133
El proponente conoce bien el arreglo de 1661, “en que no se consiguió el desempeño de la Real
Hacienda y sí la pérdida de muchas casas de negocios”, lamenta no tener a mano las contadurías y
manifiesta orgullo corporativo por el antiguo lustre del oficio de contador real.

83
de más de 120 mil escudos contra la Real Hacienda, de que hoy quedaría muy
gustoso con los 10 mil prontos; siendo así, que si con el tiempo alguna persona
de quien yo tenga satisfacción hace algún asiento, y que yo me concierte por
algo para cedérselos, sin duda los vendrá a pagar la Real Hacienda por entero; en
que se ve claro de cuánto daño son estos créditos a V. Maj. y cuán infructuosos a
sus dueños” (p. 24)
El objeto de esta política no sería otro que el de reducir la presión y el fraude
fiscal; consiguiendo
“.. el total alivio de los pueblos, dándoles por libres de las rentas,
ajustando las cuentas de los arrendadores administradores a quienes estos
efectos y rentas contribuyan. Éstas, han de ser todas la rentas de millones...y que
se puede...satisfacer no sólo a los acreedores de estas rentas, de que se redime a
los pueblos; pero a los de todas las demás... y desahogada la Hacienda Real
luego que se haya dado satisfacción a los débitos de la corona, se podrá y será
razón moderar su precio para mayor alivio de los Reinos, y menos fraudes,
conque casi valdrán lo mismo que hoy.”
Finalmente, una vez liberadas de cargas se eliminaría la venalidad, procediendo
a anular
“...todas las ventas de todos los oficios comprados en las rentas que
quedan corrientes, como también los Regimientos, Contadurías, Fieldades,
Escribanías del número, y de Cámara, de los Consejos, Chancillerías, Porterías,
Varas, Procuraciones, y cualesquiera otros que pertenezcan a la Regalía de V.
Maj.”
La propuesta no se limita a la deuda pública contraída directamente por la
Corona, sino que se extiende a todas las entidades públicas, como la villa de Madrid,
que se han visto arrastradas a la insolvencia “por socorrer al Rey, careciendo de rentas
propias para hacerlo”, ya que:
“...se ha permitido arbitrios en todo aquello que la necesidad ha pensado,
por lo cual la carestía en la Corte es tal que no se puede frecuentar, ni asistir,
porque estos arbitrios son tan graves, que redituaron para pagar ocho por ciento
de intereses de todas las cantidades que tomó sobre sí para los socorros
dichos.....y por los innumerables dispendios que tiene su cobranza, es mucho
más, sin comparación, lo que tributan los arbitrios que lo que paga la villa de
intereses.”
De lo que se trata aquí también es de realizar un concurso de acreedores, de
modo que:
“...en pocos años llegue a haber una total franqueza; quedar la Villa
desembarazada de tanta opresión, así de ocupación como de débitos, y ellos
cabalmente pagados; sin que haga (como muchos políticos han querido) quiebra
indigna del crédito con que ha procurado mantenerse; sino una tal disposición,
que ni en bancos del Norte, Casas de Contratación de Venecia, Génova, u otras
partes la haya habido de tanto garbo, que han tenido algún descaecimiento; pues
éste es inevitable, por más que desde el año 1636 se hayan bajado estos réditos a
cuatro por ciento, que esto mismo explica que la quiebra va llegando lo agravado
de la Corte, sin embargo, y que a breves años se seguirá una total ruina de estos
créditos sin la franqueza que se desea”.

84
Aparentemente Madrid pagaba entonces un millón de ducados como servicio de
su propia deuda, después de haber reducido el tipo de interés desde el ocho al cuatro por
ciento (esto es, su deuda ascendía a un nominal de 25 millones de ducados, algo más de
la vigésima parte de la de la corona, aunque descontada ésta última al 5%). Se propone
reducir unilateralmente el tipo de interés al uno por ciento y pagar como servicio “algo
más de 200.000 ducados” cada año (“porque los acreedores tengan socorros de que
valerse en el ínterin que perciben su caudal”). De lo que se trata es, pues, de decretar
una espera indefinida para las tres cuartas partes de lo adeudado, destinando los
restantes 800 000 ducados anuales a rescatar el principal mediante puja abierta:
“Se citen todos los acreedores (que aunque muchos, es comprensible,
pues acuden a un mismo lugar a cobrar) y el que mayor equidad hiciere por
memorial cerrado, ante el Corregidor, Regidor, y Ministro Togado, que han de
concurrir a día señalado, ése sea preferido para cobrar su entero crédito; y
prosiga de esta suerte la villa cada medio año aligerándose de réditos, pues sólo
el primero (aun sin considerar las bajas, que serán considerables) corresponden
los 800 mil ducados, a cuatro por ciento de intereses, casi cuarenta mil de
intereses”.
Naturalmente, el éxito que se vaticina a la propuesta se debe a que las
expectativas de los tenedores de títulos eran mucho perores:
“Que a los acreedores les sea esta disposición de beneficio, es claro, pues
éstos hace algunos años que, con muy justa razón, están recelando una total
quiebra; porque las cosas de la Villa no se pueden mantener en el estado
presente, sin embargo de la reforma hecha; y, aunque se ha excusado, porque no
decaiga el crédito, para poder hacer otras asistencias a V. Maj. no las puede ya
continuar, con que el caso de la quiebra ha de llegar; y con la forma regular de
tales casos nunca se acercará el que cobren los acreedores, para con los cuales es
de reparar que los más son del tiempo en que la plata y oro excedió, e igualó, a
la mitad de su valor, con que por todas consideraciones, y algunas jurídicas
[subrayado en el original], les está muy bien lo dicho, y tanto más cuanto son
hoy menores los intereses, que con menos partida los tendrán mayores en otros
empleos; además, que en el ínterin que cobran, pueden servirse de estos créditos
para afianzar las rentas Reales, sin que se consideren por todo su valor”.
Y, una vez experimentada la propuesta en Madrid, lo recomendable sería
articular un procedimiento general de insolvencia para todas las entidades locales:
“Pero se viene a los ojos inmediatamente, que para mayor alivio de los
Reinos mande V. Maj correr lo mismo en todas las ciudades, que por servicios
que le han hecho, como ésta de Granada, se hallan en concurso de acreedores;
pues con ello cesarán los arbitrios que han impuesto, se logrará la baja de
precios, que va explicada en esa corte, y llegará el caso de que aquellos cobren;
pues los que tienen cabimiento en sus censos siguen la misma y mayor
desesperación para cobrar sus intereses que los de la Real Hacienda, y otros
están por ahora sin alguna esperanza, en cuya materia no puede militar de todo
la misma norma que se puso en la Villa de Madrid, de dar uno por ciento por
entre tantos, porque en ésta no está aún hecho concurso: los impuestos que sus
vecinos pagan son mayores y los intereses de los acreedores, que no se reputan
aún por tan fallidos como los de las Ciudades; que han de correr como en la Real
Hacienda..... y para los acreedores y censalistas milita la misma razón que se
insinuó en la villa de Madrid de poder gozar sus créditos, para afianzar las rentas

85
Reales, considerándolos por menos de su valor, según el lugar que tienen en sus
concursos”.
Finalmente el autor —que indica “haber andado en muchas conferencias en
diferentes partes de España, con los Ministros, Religiosos y Políticos”— señala que
todos sus interlocutores:
“Convienen generalmente en que no puede tener forma el desempeño de
la Real Hacienda, por ser precisa una total quiebra para ella, en que se faltaría al
Real decoro de V. Majestad sin que los doctos puedan hallar salida al cargo tan
grande, del grave perjuicio que se seguiría a tantos vasallos, de no darles
satisfacción en sus créditos..., mientras que con estos alivios se podría aspirar a
más altas empresas, mejor comercio con las Naciones, aventajar el de las
Américas en mero útil de Castilla.... como también el deseo de los Señores
Reyes D. Felipe Segundo, Tercero y Cuarto, de los Montes de Piedad; en los
cuales libraban con gran fundamento asegurar un próspero estado, sin
contingencia.”
En suma, muestro autor recomienda reconocer el estado de quiebra de la
Hacienda y actuar en consecuencia para recuperar la confianza del público. Porque ya al
subir al trono este último monarca el cabimiento de las rentas fijas estaba superado en
350 000 ducados de renta; a partir de 1626 se habían situado juros sobre los millones;
en 1648 se había superado también el cabimiento de los servicios ordinario y
extraordinario, y finalmente, en 1687 el situado constituía un 150% del cabimiento, de
modo que hubo que buscar nuevas formas de exacción para crear renta gravable. Desde
1625 se habían venido usando los llamados valimientos —o descuentos de una tercera
parte de los intereses—; a partir de 1630 los descuentos se usaron regularmente, y
después de 1635 se convirtieron en permanentes y se computaron directamente como
ingresos de la corona. En ese mismo año se secuestró la mitad de los intereses debidos a
los extranjeros y un tercio a los naturales, y a partir de 1637 el secuestro se elevó a la
mitad para todos, a título de empréstito forzoso, que rindió 3,2 millones de ducados.
Desde entonces y hasta 1676 todos los años se aplicó una Annata, con distintos tipos de
descuento, hasta que ese año se convirtió en ingreso permanente de la Corona
equivalente al 50% de los intereses de toda la deuda (Media Annata) (Toboso, 1987, pp.
174-178). De hecho, según las estimaciones de Domínguez Ortiz y de Toboso, entre
1687 y 1714 no se debieron pagar más de 3,7 ni menos de 2,7 millones de ducados
como rédito de juros al año (Toboso, 1987, p. 187), lo que significa aproximadamente
entre un cuarto y un tercio del compromiso nominal, que todavía bajaría al 10% en
1737 (en que se abonaron 1,8 millones: p. 230). Los cálculos realizados durante el siglo
XIX, de cara a su liquidación definitiva, ya se harían a partir de los rendimientos
efectivos de los juros, tras la actuación de la Junta o Comisión de Examen de Juros.

4.- La política protokeynesiana del último Habsburgo y el cambio de


dinastía.
Como se vio, una de las piezas esenciales de la política monetaria de los
“Habsburgo mayores” consistió en el anclaje del tipo de cambio de la moneda interna
—el real de vellón, o calderilla— a la moneda internacional —el ducado de oro 134 y el

134
Entre 1537 y 1543 el ducado fue sustituido por el escudo, de 3,38 g. y 22 quilates (916,6
milésimas), cuyo valor en unidad de cuenta fue de 350 maravedís hasta 1566 y de 400 a partir de
entonces, pasando la relación bimetálica plata/oro de10,6:1 a 12,12:1, ya que el real —que, desde la
Pragmática de 13-VI-1497, valía 34 maravedís— siguió pesando 3,43 g y teniendo una ley de 930

86
real de a ocho, o peso, de plata—. Durante el siglo XVI esta política impidió recuperar
la competitividad de los productos castellanos a través de la devaluación, como hacía
Francia. Hasta el siglo XVI el régimen monetario había sido del tipo hoy conocido
como fiat money, pero la Pragmática de 23-XI-1566 estableció por primera vez una
diferencia del 12 % entre los valores extrínseco e intrínseco de la moneda de vellón rico
(con ley de 215,2 milésimas), y ello no con el fin de beneficiarse el monarca con el
señoreaje —cosa que Felipe II no hizo hasta el final de su reinado—, sino como política
de fomento de la acuñación, para combatir la escasez de numerario de cobre, cuyo stock
debía de situarse por entonces en dos millones y medio de ducados (menos de mil
millones de maravedís). El abandono de la disciplina monetaria —ya considerado
peligroso por Mariana— permitió a Felipe II practicar una política monetaria laxa en
relación a la moneda menuda y conceder licencias para realizar emisiones abundantes a
partir de 1580, a las que las Cortes de 1586-88 imputaron la responsabilidad del
enrarecimiento de la circulación de la moneda de plata, por mucho que su escasez se
debiese probablemente al déficit comercial creciente —y a la política de envilecimiento
monetario de los países vecinos—, de modo que las emisiones no hicieron otra cosa que
compensar tal drenaje.
Sin embargo, en los últimos años del reinado los agobios financieros sí que
estuvieron detrás de la política de emisiones, cuando la Pragmática de 31-XII-1596
suprimió la liga de plata de las monedas y consiguió un beneficio aproximado de un
tercio de toda la cantidad de moneda acuñada. Ante las protestas de la Cortes, la
Pragmática de 1-II-1597 reintrodujo la liga de plata (de 3,47 milésimas) pero se
modificó el peso para aumentar el señoreaje al 38,24%. En el siglo XVII, tras un primer
reinado en el que las nuevas posibilidades se aplicaron con moderación, la avidez de
ingresos 135 llevó a Felipe IV a aplicar una política monetaria fuera de todo control,
violando las reglas mínimas del régimen de política monetaria claramente expuestas
por Juan de Mariana en 1609 en su Tratado y discurso sobre la moneda de vellón, cuya
teoría resulta correcta, a la luz del análisis monetario de la escuela de Chicago (García
del Paso, 2000). Con independencia de la masa de moneda legal en circulación en cada
momento —que pudo crecer desde comienzos de siglo hasta su momento máximo en un
30 %— lo peor fueron las violentas expansiones y falsificaciones de numerario —en
las etapas de inflación— y las contracciones y la negativa a llevar la moneda a las cecas,
en las de deflación, que hicieron perder la confianza del público en el símbolo
monetario, llegándose en 1650 a la práctica paralización del comercio (Santiago, 2.000,
p. 159).
Así pues, durante casi un siglo de política monetaria fiduciaria la monarquía
perdió cualquier referencia de mercado acerca de las necesidades reales de circulante
para el buen funcionamiento de los intercambios. Para recuperar el contacto no hubo
otro remedio que volver al régimen de fiat money, confiriendo de nuevo a las diferentes
monedas un valor extrínseco similar a su valor intrínseco, a los precios de mercado, que
a finales del siglo XVII eran distintos de los vigentes cien años antes: a partir de la
Pragmática de 14-III-1680 se empezaron a acuñar monedas de 2 maravedís con un peso

milésimas, como venía sucediendo desde el siglo XIV. A partir de 1566 el vellón fino se acuñó en piezas
de un cuarto de real, 4 y dos maravedís (con pesos de 2,87, 1,35 y 0,67 g). Las blancas (de 0,5 mrvds. y
ley de 13,9 milésimas), pesaban 1,04 g (Santiago, 2000, pp. 39-40).
135
Tan sólo en la operación de resello del vellón de 1641 el monarca obtuvo un beneficio de 14
millones de ducados (Santiago, 2000, p. 140), casi el doble de los intereses de los juros en esa fecha. Esto
es, al agotarse los beneficios del arbitraje bimetálico intercontinental, la Hacienda se las ingenió para
diseñar un mecanismo virtual que produjera los mismos efectos, aunque solo a corto plazo.

87
de 6,21 gramos de cobre puro, cambiándolas a la par por las viejas monedas de molino
(de 4,5 g) y reduciendo el señoreaje al 13,5% en la acuñación a partir de la pasta de
cobre (que se redujo a cero enseguida, por la subida del precio de este metal). La
Pragmática de 14-X-1686 devaluó un 20 % el real de plata, fijando su peso en 2,73 g (y
21,84 g el nuevo real de a ocho, redenominando escudo de plata al antiguo y haciéndolo
valer 10 reales). El premio de la plata sobre el vellón se estableció en 50%, de modo
que el nuevo real de a ocho equivalía a 10 de cobre; el escudo de plata a 15; el real de
vellón a 34 maravedís y el de plata a 51 (Ibíd. 215-236). De este modo, al revalorizar la
plata en un 25%, este metal volvió a arribar a Castilla desde América y a acudir a las
cecas, permitió moderar la acuñación de vellón —ahora muy caro— y obligó a
desplazar también el valor del escudo de oro, que por disposición de 26-XI-1686 quedó
fijado en 20 reales, lo que implicaba una relación bimetálica oro/plata de 1:16,43 (Ibíd.
p. 240).
Sin embargo, en el interregno, el cúmulo de incompatibilidades entre política de
gasto, política fiscal y política monetaria había tenido como resultado que a partir del
último tercio del siglo XVI las manufacturas castellanas dejasen de ser competitivas
(Ruiz Martín, 1990) y que al final del siglo siguiente el comercio con América no fuera
otra cosa que reexportación de productos franceses y flamencos —a su vez, estos
últimos, importados en buena medida de Inglaterra—, lo que explica el ascenso de
poder de movilización militar de este país.
En cambio, bajo el reinado de Carlos II España quedó prácticamente reducida a
un "reino abierto", (Kamen, 1981, p. 29), indefenso y a merced de cualquier agresión,
hasta el punto de que la propia flota holandesa se encargó de defender sus costas
mediterráneas de los ataques berberiscos, y la fachada atlántica de los corsarios ingleses,
con el fin de proteger la ruta comercial abierta por los genoveses en 1277, que ellos
habían utilizado hasta 1453, pero que al término de la Guerra de Cien Años no había
podido competir con el transporte terrestre, mucho más barato, que permitió trasladar, a
través de la ruta del Franco Condado, la inundacionis maris immensis de tejidos
ingleses (kerseys) llegados a Flandes en la segunda mitad del siglo XV —y de los
propios sayos flamencos— hacia el Mediterráneo occidental, inaugurando así un
proceso que duraría más de dos siglos (Munro, 1999a), lo que hundió el comercio
catalán tradicional 136 y provocó un primer gran movimiento proteccionista -o más bien
prohibicionista- frente a alemanes y saboyanos, que controlaban el tráfico por el que
más tarde se llamaría “camino español”, y, a través de él, de todo el comercio exterior
de la corona de Aragón (Vilar, 1964, II, p. 192 y ss.).
Por el contrario, tras la revolución del transporte marítimo del siglo XVI, y una
vez despejada la amenaza de guerra en el Atlántico, la ruta marítima volvía a ser
rentable y quedó reabierta en la segunda mitad del XVII, lo que permitió a los
comerciantes catalanes dinamizar la exportación de aguardiente hacia el norte y
aprovechar los portes de retorno para importar textiles baratos hacia el mediterráneo
occidental (Torras, 1991), cubriendo el vacío dejado por la interrupción del “camino
Español”. Esta es la dinámica que dio lugar al Fenix de Cataluña, de Narcis Feliu de la
Penya, obra dedicada a Carlos II en 1683, que proponía la creación de una “Compañía
de la Santa Cruz”, financiada con acciones, a imitación de la Inglesa y Holandesa, con
el objeto de fletar anualmente dos barcos para el comercio con las Indias. Aunque la

136
El hundimiento del comercio marítimo barcelonés a comienzos de la segunda mitad del siglo XV
redujo el tráfico del puerto a un cuarto o un quinto del registrado en 1432-33, pasando de un valor de 2 o
2,5 millones de libras a 0,5 (Vilar, 1964, II, p. 187).

88
Compañía, creada en 1690, languideciera en seguida, el proyecto dejó constancia del
conocimiento de las prácticas y del afán de imitar a los líderes del comercio marítimo,
del mismo modo que lo hizo el debate sobre la utilización de distintas fibras (estameña
y seda, hilo y algodón, etc.) en los telares de los sederos para hacer tejidos más ligeros y
competir con las bayetas, escarlatas y tejidos de lana ligeros importados de Holanda,
que tenían el favor del público popular, lo que exigía liberar a los emprendedores del
cumplimiento de las ordenanzas gremiales de Barcelona y de la utilización de
privilegios monopolistas, que constituyeron otros tantos leit motiv de la política
industrial defendida por Feliu (Kamen, 1981, p. 139).
Resulta sintomático que la inundación de importaciones, junto a las consabidas
peticiones de protección, suscitase ahora más bien exigencias de liberalización, tanto de
la producción como del comercio, porque a finales del siglo XVII eran ya los propios
catalanes los que lo controlaban y de lo que se trataba era de diseñar una estrategia de
“país seguidor” mediante la política de sustitución de importaciones impulsada por la
nueva Junta de Comercio creada por don Juan José de Austria en 1679. La Junta tuvo ya
como agente en Barcelona a Narcís Feliu de la Peña, cuyo lema consistía en “imitar a
los extranjeros, produciendo telas de la misma calidad que ellos”. Feliu envió
productores becados a aprender las nuevas técnicas allí donde se encontraba la
excelencia, promovió el espionaje industrial y captó especialistas extranjeros. Feliu
sería también el motor de la nueva Junta Particular de Comercio de Barcelona, creada
en 1692, desde la que siguió impulsando aquella estrategia, que empezó a dar
resultados en toda España a partir de la estabilización monetaria de 1686 —momento a
partir del cual se sucedieron las iniciativas industriales— (Kamen, 1981, p. 122-35),
pero que sólo desplegaría todo su potencial en Cataluña durante el siglo siguiente, pues,
como afirmó el geógrafo Joseph Aparici en 1708, “es el negocio el que ha hecho la
República de Holanda en cien años” (Vilar, 1964, II, pp. 394-410).
Esa es la mejor muestra de que la desintegración del imperio, además de
contribuir a conservar recursos en el interior, significaba al mismo tiempo abrir una
nueva oportunidad para el papel social desempeñado por la gente de negocios, aspecto
éste que aparece resaltado en toda la literatura histórica “revisionista” sobre el
significado del reinado de Carlos II (1665-1700). Para Feliu “este rey fue el mejor de
los que nunca tuvo España... el único que entregó su vida por su pueblo” (Kamen, 1981,
pp. 7 y 612, n. 58), porque se trataba del primero que no había perseguido objetivos
propios o dinásticos, condición necesaria para que los súbditos pudieran perseguir sus
propios objetivos. Esa es la razón de que, por contraposición a la sonrisa del Grande de
España que anunció el testamento de Carlos II en favor del heredero Borbón, Feliu y
muchos catalanes se alineasen con el pretendiente austracista, casa que parecía haber
perdido por entonces sus ambiciones hegemónicas.
El Cuadro III-2 y el gráfico III.5 permiten observar que entre el comienzo del
reinado de Felipe IV (1621) y el intento de balance final de la quiebra de la casa de
Habsburgo, instrumentada a través del “Arreglo General” de 1687 (o arreglo del
Marqués de los Vélez) la masa de intereses de los juros se cuadruplicó, como lo había
hecho bajo Felipe II, por mucho que ya por entonces la tercera parte del situado no
tuviera “cabimiento”, o sea, superase la capacidad de hipoteca de las rentas de la
monarquía (Toboso, 1987, p. 172). Aunque la última emisión conocida se había
realizado en 1648 (Ibíd., p. 167), la divisoria entre las etapas de endeudamiento
creciente y decreciente —medido a través de la evolución de los intereses que
correspondía pagar anualmente por la descomunal masa de deuda documentada en

89
Juros— sólo llegó en 1714, como consecuencia de la acumulación de intereses
impagados.
Estos intereses gravaban las diferentes rentas de la monarquía sobre las que se
“situaban” los juros, de modo que la serie indica la progresión de la presión fiscal
derivada de la aventura imperial, que la historiografía sitúa entre el 10 y el 11% durante
el reinado de Felipe IV (Gelabert, 1997, p. 296), una presión que duplica a la registrada
durante la primera mitad del siglo XIX, situada en el 5,9% (Comín, 1996, II, gráfico 1).
En 1702, el reorganizador de la finanzas españolas, Jean Orry —destacado por Luis
XIV junto a su nieto Felipe V para “hacerse cargo” de la corona—, auditó las cuentas de
la monarquía y encontró que el servicio teórico anual de la deuda dejada por los
Habsburgo ascendía a más de 101 millones de reales, estimación a todas luces
minimalista, como la de 1713 —que fue la última realizada por Orry—, e implicaba
repudiar la mitad de la deuda (al incluir los intereses vencidos y no abonados). En el
cuadro III.2 la estimación de 1714 es la primera hecha ya por la administración de Juros
en el siglo XVIII (Toboso, 1987, p. 173).

CUADRO III-2.- RÉDITO (SERVICIO) Y VALOR (CAPITAL) DEL SITUADO


(EN MILLONES. DE REALES; TIPO DE INTERÉS EN %) 137
AÑO RÉDITO CAPITAL Tipo INTERÉS
1504 1,41 14 10
1516 1,64 17 9,7
1526 2,33 25 9,5
1548 4,05 45 9
1554 4,12 47 8,7
1560 6,88 83 8,3
1573 12,90 170 7,6
1594 17,89 281 6,4
1598 21,72 260 8,4
1623 26,25 525 5
1637 30,09 602 5
1667 42,66 853 5
1687 123,00 2.460 5
1702 101,02 3.367 3
1713 108,79 3.626 3
1714 91,74 3.058 3
1727 89,29 2.976 3
1737 82,50 2.750 3
1755 71,94 2.398 3
1818 17,00 1.260 1,4
1851 18,30 1.356 1,4
Pues bien, aun habiéndose reducido el tipo de interés del 5% al 3%
arbitrariamente por la Real Hacienda —que fracasó, sin embargo, en su intento de que
tal rebaja se aplicase también a los censos privados—, ni aun así había sido posible
hacerles frente a finales del siglo XVII con las rentas e impuestos de la Hacienda. Por
eso, un decreto de 6 de febrero de 1688 había repartido los ingresos entre los juristas y
la corona, reservándose cuarenta millones de reales, y otros siete millones para hacer
frente a gastos prioritarios (crédito a corto plazo, salarios y pensiones), repartiendo entre

137
Fuente: Las mismas del cuadro III.1. Calculada en reales incluye o excluye algunas estimaciones.
Obsérvese el impacto de los tipos de interés sobre las pendientes de los diferentes tramos de las curvas.

90
los juristas “de primera calidad” 138 el resto de las rentas. Entre 1689 y 1702 estos
abonos se situaron en torno a 36 millones de reales, lo que significó entre el 38 y el 43
% de unas rentas totales que pasaron de 85 a 97 millones de reales desde 1687 a 1704
(Sánchez Belén, 1996, p. 98, Kamen, 1981, p.578 y 2000, p. 85 ), fruto del control del
fraude fiscal y a pesar de las enajenaciones de rentas y señoríos y del programa de
reducción de impuestos diseñado por don Juan José de Austria en los años setenta, y
aplicado durante el decenio siguiente, como acompañamiento del programa de
estabilización de 1680-86 (Sánchez Belén, 1996, cap.4), que tuvo un éxito razonable.

Gráfico III-5.- CAPITAL Y SERVICIO DEL SITUADO (REALES)


10.000
Millones

1.000

100

10
RÉDITO DEL SITUADO (REALES)
CAPITAL DEL SITUADO (REALES)
1
1504
1516
1526
1548
1554
1560
1573
1594
1598
1623
1637
1667
1687
1702
1713
1714
1727
1737
1755
1818
1851
En cualquier caso, la herencia de todo aquel despropósito tendría que ser
asumida por la nueva dinastía a beneficio de inventario, congelando la deuda y creando
nuevos impuestos, de modo que, tras la reforma promovida por el propio Orri y con
una administración más efectiva y diligente del arrendamiento de la recaudación, en
1713 se seguía pagando casi lo mismo pero lo recaudado había pasado de 97 millones
en 1704 a casi 137 millones aquél año. Para financiar la guerra y los restantes gastos
quedaban en números redondos cien millones de reales, que era el mínimo estimado
para mantener el ejército, aunque entre 1713 y 1718 tan sólo la tesorería militar gastó
anualmente más de 181 millones de reales 139 y los gastos totales ascendieron en 1713 a
266 millones, de modo que en tanto duró la guerra se suspendió el pago de los juros y
aun así seguía arrastrándose un déficit de otros 37 millones de reales. Pero, incluso
cuando cesaron los gastos extraordinarios de la guerra y cuando los ingresos por rentas
reales superaron los doscientos millones a comienzos de los años treinta (ibíd. p. 244),
la hipoteca financiera dejada por los Habsburgo seguiría gravitando pesadamente sobre
las posibilidades reales de reforma económica de los ilustrados a lo largo de todo el
siglo, por no hablar de las nuevas aventuras militares aportadas por la nueva dinastía.

138
Con algunas excepciones, fue la Iglesia la principal beneficiaria de esta condición, de modo que le
fue rentable comprar juros devaluados, lo que recondujo los capitales rescatados por esa vía hacia la
inversión productiva (Sánchez Belén, 1986, p. 324).
139
Véase Kamen, 1974, p. 249; 2000, p.85 y gráfico 1.

91
Porque la llegada del nieto de Luis XIV vino inicialmente cargada de objetivos
de recuperación de la hegemonía europea —bien es verdad que ahora subordinada a
Francia—, pero iniciaría enseguida una política dinástica autónoma, ciertamente más
modesta que la austracista y limitada a Italia (¡aunque sin hacerle ascos a la sucesión en
la corona polaca de uno de sus hijos!), a la que Felipe V renunciaría a cambio del apoyo
francés a sus pretensiones en Nápoles y Sicilia, firmando para ello el Pacto de Familia
de 1733. La obsesiva política dinástica del nuevo Rey y de sus esposas Saboya y
Farnesio habían de marcar otra vez el doble reinado de Felipe V con el ingente peso del
presupuesto de guerra: para consolidar la propia sucesión, primero; para apoyar sus
aspiraciones al trono de Francia en sucesivas ocasiones entre 1712 y 1724, y para
financiar las aventuras dinásticas tanto del rey como de sus esposas, más tarde. En
1737-41 los gastos del Estado en Guerra y Marina volvieron a situarse entre 250 y 200
millones de reales, como en los peores momentos de la Guerra de Sucesión 140 y al
mismo nivel del situado de los juros. Paralelamente, la sucesión borbónica significaba
la implantación de una forma de gobierno y administración más directa, prescindiendo
de muchas de las instituciones de intermediación tradicionales y de la dejación del
ejercicio del poder en manos de los Grandes.
La conspiración nobiliaria de 1705, encabezada por el Marqués de Leganés —
coronel de la guardia Real—, indica que este fue el primer objetivo logrado. Los
conspiradores fueron ejecutados, habiendo tratado de contratar a las tropas mercenarias
del príncipe de Hesse-Darmstadt, pero la mayoría de los Grandes de Castilla se negaron
a jurar lealtad al nuevo rey (Kamen, 2000, p. 72). Su eliminación de la cúspide del
poder había sido precisamente el objetivo del Cardenal Portocarrero, Presidente del
Consejo Real y Regente, al abogar ante Carlos II por la sucesión francesa, conocedor de
su tradición centralizadora y meritocrática en la selección de los gobernantes, como se
desprende de su carta al embajador francés, Torcy —al retirarse en 1703—, en la que
imputaba a la “infeliz conducta de la nobleza los repetidos malos sucesos, los
dispendios del erario y la ruina del Estado” (Kamen, 1974, p. 99). En esto, la elección
de dinastía fue un acierto: el siglo abundaría en gestores ilustrados al frente de los
negocios públicos. Sin embargo, aunque los Grandes desaparecieran de los puestos de
dirección sus intereses siguieron prevaleciendo (Ibíd. Cap. 5) y la gestión más directa y
eficiente no significó cambio alguno en la absoluta ausencia de relación entre los
objetivos de la política dinástica —que sólo perdieron autonomía en lo que significó
subordinación a Francia, patrimonio del cabeza de la dinastía— y los de sus súbditos.

5.- La trampa de liquidez y las consecuencias económicas de los


Habsburgo.
Carande había imputado a la nacionalidad flamenca, originaria de Carlos V, su
despreocupación por los intereses económicos de Castilla: “...cuya hacienda habría de
estrujar hasta esquilmar nuestra economía”, de modo que “no puede sorprender que,
teniendo vuelta la espalda a una política de tipo nacional, el precio fuese carísimo”
(1949, pp. 41 y 43). Pero el Conde-Duque de Olivares no le fue a la zaga en una política
idiosincrásica cuyos objetivos no podían ser otros que “la independencia indómita y la
propensión a la guerra, sobre todo si con las armas se persigue la unidad de la fe” (p.
42).

140
Véase Kamen, 2000, passim. Especialmente gráfico 9)

92
En la actualidad, tras las crisis financieras del año 1929, de la deuda
latinoamericana de los años ochenta, y las crisis mexicana y asiática de los años noventa
del siglo XX y, sobre todo, de la Gran Recesión del primer decenio del XXI todo este
debate lo entendemos mucho mejor a la luz de los análisis del “nuevo keynesianismo”
(Ball-Romer, 1991), cuya escuela considera a las rigideces de precios y salarios más
como un síntoma de los fallos subyacentes en el funcionamiento de los mercados
financieros y de trabajo que la causa directa de las fluctuaciones económicas
(Greenwald-Stiglitz, 1993, p. 39): la causa de que la expansión de la oferta de dinero a
través del crédito produzca efectos reales estriba precisamente en la aversión al riesgo
de individuos y empresas y en la existencia de mercados de riesgo incompletos. Dado el
papel crucial desempeñado por el crédito en nuestros siglos de oro, este enfoque arroja
nueva luz sobre la interpretación de la etapa más tormentosa de la historia económica de
España, que en buena medida condicionó las posibilidades de desarrollo económico
ulterior.
Puede decirse que durante la segunda mitad del siglo XVII España se sumergió
en una descomunal trampa de liquidez, que esterilizaba cualquier efecto real derivado
de las políticas monetaria y de activos financieros, cualquiera que fuese el signo de
éstas. Krugman (1999) ha descrito así el efecto de estas políticas en circunstancias
normales: “la pendiente de la curva de oferta de dinero (y de demanda agregada real) se
debe a que un precio más bajo eleva el cociente entre cantidad de dinero y precios, lo
que reduce los tipos de interés y eleva la inversión y la demanda agregada. En ausencia
de ese movimiento autónomo, la política monetaria y financiera expansiva puede elevar
también aquel cociente, provocando la elevación subsiguiente de la demanda agregada,
a condición de que la reducción de los tipos de interés constituya un estímulo para la
inversión” (subrayado A.E.). El problema del siglo XVII español consistió en que la
destrucción del mercado financiero y la pérdida de confianza en el símbolo monetario
había conducido a una situación de intereses reales negativos, con expectativas a
empeorar, de modo que el tipo de interés nominal resultaba inerte respecto a la
inversión y la demanda agregada real (la curva de oferta monetaria era vertical en el
entorno relevante). Todo esto constituye un precedente de la situación que se vive en
2016.

93
Desde comienzos de siglo debió de interpretarse que la desaceleración de los
precios constituía un desplazamiento hacia la derecha de la curva de oferta agregada
real (desde la posición 1 a la 2-3 en el diagrama II) e implicaba un aumento de la
demanda de dinero (y no una combinación de menor presión monetaria con descenso de
población), así que se decidió saciar esta demanda inundando el mercado de moneda
fiduciaria y de deuda (generalmente, de colocación forzosa). Pero como la curva de
oferta monetaria (y de demanda agregada) era vertical, lo único que se consiguió fue
aumentar la inflación de precios en vellón, sin afectar a la oferta real (la demanda
agregada pasó de 1 a 2, elevando los precios medios en vellón, pero el punto de
equilibrio siguió en E’). Además, la oferta iba a entrar enseguida en la zona de
rendimientos crecientes, y el repliegue de la tierra cultivada habría visto reducir la renta
ricardiana y recuperarse los beneficios —y, junto a ellos, la inversión, mejorando la
productividad—. En 1680-86, se hizo lo contrario, reduciendo la oferta de dinero (la
demanda agregada se desplazó desde la posición 2 a la 3, en un sólo momento,
rompiendo expectativas para recuperar credibilidad. Ciertamente, el punto de equilibrio
todavía no se movió de E’ y la oferta agregada real siguió en 2-3, e incluso siguió
desplazándose hacia la derecha, puesto que la caída demográfica aumentaría los
rendimientos crecientes, lo que debió de contribuir a agudizar la espiral deflacionista.
Pero se consiguió romper la trampa de liquidez keynesiana, que había inutilizado los
efectos reales de la política monetaria y financiera durante ochenta años. Y, al
restablecer la confianza en la moneda y reestructurar de algún modo el crédito público,
las fuerzas de la economía de la oferta se dinamizarían de nuevo durante la fase baja del
ciclo maltusiano, permitiendo a la economía comenzar a responder a los estímulos del
mercado, que ahora afectaban de nuevo también al sistema monetario, una vez
abandonado el régimen de fiat money.
Todo el mundo asociaba los juros con el caos económico que acabó con la
hegemonía española. No podía ser de otro modo puesto que estos títulos documentaban
el crédito de la corona y éste prácticamente había dejado de existir. Por eso, la historia
de los juros a partir de 1700 había de ser un puro intento de librarse de ellos, tratando
de limitar los daños para el crédito del régimen que sucedió a la monarquía austracista,
cuyo fracaso económico condujo a su sustitución por la dinastía borbónica, que había
sido su principal adversaria secular. El primer titular de la nueva dinastía, Felipe V,
comenzó por repudiar todos los juros “y otras deudas que no fuesen de rigurosa
justicia, como el que se hubiese tomado a los dueños el haber líquido”. El paso
subsiguiente consistió en crear en 1715 una Pagaduría General de Juros para elaborar
relaciones del papel en circulación, tratar de liquidarlo y centralizar los pagos,
aplicando una serie de reducciones que dejaron el haber líquido en un máximo del
43,5%, para los juros reservados y en un mínimo del 11,5%, para los juros modernos
emitidos después de 1635, todo ello aplicado con excepciones y cierta arbitrariedad,
como era costumbre de la Hacienda real, pero siguiendo la orientación general de los
tipos de interés en el mercado monetario.
Finalmente, en 1748 el ministro de Hacienda, Marqués de la Ensenada,
aprovechando la etapa de neutralidad iniciada con el final de la Guerra de sucesión de
Austria, dio el último impulso para la liquidación de esta vieja forma de deuda pública
creando la Junta o Comisión de Examen de Juros, y en 1749 se anularon todos los juros
emitidos en pago de intereses y los provenientes de asientos realizados en especie, pero
el examen y la evaluación de la compleja casuística existente se prolongaría a lo largo
de todo el siglo y sería objeto de múltiples normas aclaratorias, cuyo único punto de
coincidencia con los innumerables memoriales de la época era la idea, aceptada en los

94
reales decretos, de que los hombres de negocios habían sangrado al país y eran los
principales causantes de su ruina económica (Ibíd. capítulo VII, passim; p. 235),
haciendo de este modo un lavado de la fachada de la Monarquía de los Habsburgo
respecto a sus responsabilidades históricas, y poniendo en la picota demagógicamente a
“los comerciantes”. Canga Argüelles estimó que los intereses de juros subsistentes en
1818 equivalían a 37 millones de reales al año (3,36 millones de ducados) importando
un capital de 1 260 millones de reales (114 millones de ducados), lo que implica aplicar
un tipo de interés de capitalización del 2,9 %, resultado global al que se llegó después
de las sucesivas reducciones a que se vio sometida esta carga durante el siglo XVIII.
Cifras muy parecidas a las de Canga (339 millones de pesetas, equivalentes a 1 600
millones de reales y 145 millones de ducados) serían las que habría de reconocer la Ley
de 1 agosto 1851, que canceló definitivamente todo tipo de juros, convirtiéndolos en
deuda amortizable de 10 clase al 5 % y en deuda interior al 4% (Toboso, 1987, p. 246).
Esta larga problemática histórica no sería explicable sin la movilización a escala
continental por parte de la monarquía austracista de una forma de dinero que es, por
definición, completamente virtual: el dinero creado por el sistema bancario, que alcanzó
su plena maduración precisamente durante aquella etapa. Huerta de Soto (1998) —y en
general los economistas de la escuela austríaca— imputa a la capacidad conferida a los
bancos de crear dinero con reserva fraccionaria la responsabilidad de todos los
desarreglos y burbujas financieras de la historia, que no serían otra cosa que la
necesidad periódica de subsanar el vicio inicial del sistema bancario, derivado de la
superposición en una sola institución de dos funciones radicalmente distintas: la de la
custodia de depósitos y la de préstamo.
Se trata indudablemente de una posición extrema, derivada del imperativo
teórico de los economistas de esa escuela, que exige razonar en términos de mercados
perfectos. En cambio, el supuesto de partida del “nuevo keynesianismo” consiste
precisamente en la existencia de fallos subyacentes en el funcionamiento de los
mercados —monetarios y de trabajo—, de modo que las rigideces de precios y salarios
son contempladas, más como un síntoma de estas imperfecciones, que como la causa
directa de las fluctuaciones económicas (Greenwald-Stiglitz, 1993, p. 39). Pues bien, si
la existencia de mercados imperfectos puede predicarse de las economías actuales, con
tanto mayor motivo el supuesto resulta aplicable a la de los siglos de oro, dado el estado
naciente del mercado, la opacidad de muchos de los movimientos de los agentes y la
posición radicalmente asimétrica desempeñada por el monarca en el sistema de crédito.
Durante los primeros años del reinado de Felipe III se abandonó de forma
subrepticia y vergonzante el sistema monetario bimetálico de pleno valor intrínseco, en
el que la relación del contenido metálico de los dos tipos de monedas debe guardar la
misma relación con su valor de mercado, y ambas con el nivel general de precios de los
productos, so pena de que una de las monedas sea desplazada por la otra, de acuerdo
con la Ley de Gresham. Esta ley se suele formular, erróneamente, mediante el dicho
“la mala moneda expulsa a la buena de la circulación”, que debe sustituirse por este
otro: “lo barato expulsa a lo caro si se intercambia al mismo precio” (Mundell, 1998). A
fines del XVI la plata estaba encareciéndose respecto al cobre pero la monarquía no
quería degradarla por razones de política internacional. Como aumentar la ley del
vellón era caro y habría provocado deflación, se decidió envilecer la moneda de cobre,
lo que suponía un buen negocio para el Rey, al aumentar la recaudación por señoreaje.

95
Como consecuencia, la plata desapareció por completo de la circulación 141 y para
sustituirla hubo que multiplicar las emisiones de vellón, pero el abuso generó
desconfianza (aunque no demasiada inflación, salvo en la etapa de guerra, a partir de
los años cuarenta). Una vez abandonadas la aventuras bélicas, las reformas monetarias
de 1680-86 fueron un proceso iterativo de búsqueda de la relación adecuada entre peso,
ley y valor de las dos monedas en relación al nivel general de precios, como afirmaba la
teoría monetaria del padre Mariana, formulada en 1605 (García del Paso, 1999 y 2000).
A la vista de la inmensa trampa de liquidez en que se había incurrido, la vuelta a la
moneda de pleno valor intrínseco en 1686 y la práctica declaración de quiebra de la
monarquía en 1687 fueron las dos piezas de una única política de recuperación de la
confianza.
Con anterioridad, la inestabilidad de la moneda de vellón se consideró
popularmente como algo fatídico, pero los nuevos economistas del siglo XVII —que,
según José Antonio Maravall (1981), defendieron una posición que puede calificarse de
“Keynesianismo avant la lettre” (p. 183)— se dieron cuenta enseguida de que lo
verdaderamente perjudicial eran las oscilaciones erráticas —los shocks, que rompían las
expectativas—, mientras que la disminución de la ley de acuñación de la plata —y el
mantenimiento de un equilibrio adecuado con el cobre— terminaría por ser considerada
como una simple consecuencia del anterior desequilibrio del poder adquisitivo —y, por
tanto, del valor real— entre la moneda española y la de los otros reinos; esto es, como
una especie de tipo de cambio flotante que contribuiría a paliar el problema de pérdida
de competitividad, como ocurrió efectivamente a finales del siglo XVII. El “plan de
estabilización” de la moneda tuvo la virtud de yugular la inflación entre 1679 y 1683,
dando paso a la recuperación de la estabilidad y de la competitividad durante un
período de setenta años, como reflejan las series de precios de Hamilton (1988: gráfico
III-6)
Gráfico III-6.- Las series de precios de Hamilton en Castilla la Nueva (1650-1800)

220 Precios Agrícolas


Precios no Agrícolas
200 Media geométrica ponderada 1726-50 = 100

180

160

140

120

100

80
1650 1660 1670 1680 1690 1700 1710 1720 1730 1740 1750 1760 1770 1780 1790 1800

No estaba ahí el principal problema para nuestros economistas protokeynesianos


—aunque se ocupasen de él y propusieran juiciosas medidas para atajarlo—, sino en el
mal funcionamiento del sistema de crédito y su progresiva descomposición, a medida

141
De las ocho compañías plateras que en 1615 compraban la plata privada, para acuñarla en la ceca de
Sevilla, cinco quebraron antes e 1620 (Hamilton, 1975, p. 44). En 1650 el vellón representaba el 92% del
circulante y entre 1650 y 1680, el 95 % (Hamilton, 1988, p.39).

96
que iban quedando minadas las fuentes de ingresos que afianzaban la emisión de juros y
se iba formando una descomunal burbuja financiera que acabaría estallando. La
repetición del proceso a fines del siglo siguiente —esta vez con los vales reales—
acabaría convirtiendo en inviable el crédito en España, lo que dio al traste con cualquier
posibilidad de desarrollo económico moderno hasta que la gran operación de
privatización en que consistió la desamortización de la tierra del siglo XIX permitió
saldar las viejas deudas y con la nueva regulación liberal se inició la formación de un
sistema bancario capitalista, que volvería a hundirse tras el fracaso económico de la
oleada de inversiones ferroviarias y no se recuperaría hasta la repatriación de capitales
indianos de comienzos de este siglo, la nacionalización de la deuda externa durante la
primera guerra mundial y la nueva regulación bancaria de comienzos de los años veinte.

6.- Una recapitulación: Fortuna versus eficiencia económica e


innovación
Aunque contemplada a ojo de pájaro la España del Antiguo Régimen constituye
un caso más del ciclo de ascenso, grandeza y decadencia de los imperios, en el que la
conservación del poder a gran escala consume los recursos que se necesitarían para el
crecimiento (Kennedy, 1992), examinada en detalle es un caso único y paradigmático.
Su fuerza colosal se asentó en unos hechos de fortuna que permitieron al monarca
disponer durante tres siglos de la mayor concentración de riqueza extractiva jamás
conocida, cuyo fluir no guardaba prácticamente relación con ningún parámetro
especialmente complejo de eficiencia económica o institucional, sino más bien con
factores exógenos —como la política monetaria del imperio chino— y con el diseño y
aplicación de políticas de precios, técnicas de explotación, gestión e inversión minera
que cambiaron muy poco y de forma gradual a lo largo de la edad moderna. El mejor de
los mundos imaginable para los beneficiarios de esta situación consistía en congelar el
tiempo y garantizar la permanencia de las condiciones de partida, de modo que la
Monarquía de España dispuso al mismo tiempo de los recursos y de la motivación
“racional” para tratar de implantar un sistema de gobierno mundial —que ya resultaba
obsoleto cuando se diseñó a comienzos del siglo XVI— fundamentado en la
congelación de las formas de organización política y económica, la religión, la
ideología política y hasta las formas de conocimiento científico.
De no haber encontrado oponentes a su altura, el diseño pudo haber tenido éxito,
como le sucedió al imperio Chino, que fue el espejo mágico en que se miró el imperio
español, en el que la concentración de poder coactivo fue de tal intensidad que no
encontró durante veinte siglos otra resistencia efectiva en el interior que la de 1673-
1681, protagonizada por los tres grandes Feudatarios que habían ayudado a los Quing a
derribar a la dinastía Ming. La abierta ventaja comparativa de sus manufacturas de lujo
y la escasa curiosidad china por lo occidental (Landes, 1999, p. 151) permitió a sus
comerciantes desencadenar una política mercantilista de atracción de plata en el siglo
XV para defenderse de la degradación de la moneda imperial, lo que incitó al propio
emperador a imponer un sistema fiscal basado en ese metal. La fortuna quiso también
que esta estrategia fuera complementaria de la española, que necesitaba oro como
“dinero político”, poco apreciado en China. Los reales de a ocho españoles entraban al
imperio, se reducían a piezas con una cuarta parte de peso y de menor calidad (los
chilasi), y con ellos se pagaba el tributo imperial a los mandarines para los tesoros del
emperador de Pekín, cuya dimensión hizo a éste todavía más inexpugnable. Además,
de cada pieza de a ocho se hacían mil o mil cien zien (chapas), que era la moneda de
aleación empleada en el comercio ordinario. Como vimos, el déficit metálico inicial

97
quedó cubierto a mediados del XVII, momento a partir del cual el proceso perdió
intensidad, lo que erosionó la renta de España —y el poder de los Ming, que cayeron al
mismo tiempo que Olivares—, aunque todavía en 1700 los comerciantes italianos
consideraban que el oro chino de buena calidad resultaba barato (Cipolla, p. 134) 142.
En Europa las cosas sucedieron de manera muy diferente, por múltiples razones:
A. El equilibrio de fuerzas inicial entre España y Francia era al comienzo inestable.
El desequilibrio monetario en favor de España provocó déficit en la balanza de
mercancías hispano-francesa, que se saldó con plata, fortaleciendo con ello la
economía monetaria del país vecino, su principal adversario, que practicaba
una política de envilecimiento paulatino del contenido de plata de su moneda
para favorecer sus exportaciones hacia España (Spooner, 1972). Ya durante el
último cuarto del XVI el 80 por ciento de las mercaderías embarcadas hacia
América eran francesas (Ruiz Martín, 1990).
B. Las identidades nacionales europeas se formaron siguiendo el ejemplo de
Holanda, que se contagió a Inglaterra y al resto de la fachada atlántica —para
extenderse posteriormente hacia el éste (Gellner, 1998, cp. 7) —. La irrupción
de este factor a mediados del siglo XVI condujo al rechazo de la dominación
política por parte de “extranjeros” en todo el continente. Carlos V no lo era en
Flandes, país al que amaba y consideraba suyo (Parker, 1989), pero no entendió
lo que significaba el nuevo ascenso de los sentimientos nacionales (Fernández
Álvarez, p. 287) y no supo ver que la razón de Estado había pasado a ser la única
motivación política de las guerras modernas.
C. Allí donde adquirieron fuerza suficiente, los comerciantes de las ciudades
(burgueses) impusieron por la fuerza de la revolución un tipo de relación con su
monarca “nacional” mutuamente respetuosa y beneficiosa. Este respeto mutuo
implicaba rechazar el modelo hispano-chino de control ideológico y religioso y
aceptar que el estudio, la investigación, la innovación y la creatividad —así
como el propio comercio— fueran ocupando un lugar cada vez más relevante en
la escala social de valores, impulsando la experimentación tanto científica y
tecnológica, como en las actividades institucionales, legales y económicas.
D. La primera similitud entre el caso chino y el español, contrapuesta a la "pauta de
Occidente", es la congelación del pensamiento, el rechazo de la innovación y los
obstáculos a la difusión de las novedades. China había inventado la impresión
por bloques en el siglo IX y en el siglo X ya se sabían utilizar los tipos móviles,
aunque estos habrían de resultar más útiles para la escritura alfabética que para
la de ideogramas, de mayor aceptación entre la población pero de circulación
técnicamente más limitada. Landes (1999) considera que la impresión por
bloques resulta adecuada para la difusión de textos clásicos o sagrados, pero
aumenta el coste y el riesgo para la publicación de obras nuevas con tiradas

142
La acumulación de plata continuó en China hasta que los ingleses consiguieron equilibrar su
balanza bilateral a partir de 1776 introduciendo opio desde Bengala, y más tarde desde la India. En 1817
el saldo de la balanza china ya fue deficitario y en 1834-38 el imperio consumía opio por valor de 73,3
millones de onzas de plata al año (Cipolla, 1999). Según Hooker (WSU), por esas fechas la East India
Company se había convertido en el cártel de narcóticos más importante de la historia. Paradójicamente,
sin embargo, la humillación de la derrota china en la Guerra del opio (1839-1860) provocó la primera
gran campaña de sensibilización de Wei Yüan para modernizar China y evitar que esta “nación civilizada
y pacífica” cayera en manos de los europeos, cuyas tecnologías y métodos de guerra se habían
desarrollado en una “incesante y bárbara lucha por el poder, el beneficio y la riqueza material.”

98
cortas. El control por el gobierno imperial y por el mandarinato fisiocrático de
Confucio desalentó la disidencia y la difusión de nuevas ideas. Aunque todo el
mundo podía disponer en China de los textos científicos básicos y de los escritos
canónicos, con eso no bastaba, o, lo que es todavía peor, a partir del momento en
que se rechazó la demostración de la falsedad del conocimiento convencional se
detuvo la evolución del pensamiento (p. 61), que exige una actitud empirista y
espíritu de experimentación 143.
E. Es bien sabido que el primer libro occidental impreso con tipos sueltos fue la
biblia de Gutenberg en 1452 y que el renacimiento italiano hizo una utilización
masiva de la nueva técnica imprimiendo más de dos millones de libros antes de
1501. Asimismo, la difusión de las doctrinas luteranas no se explicaría sin la
difusión de la imprenta y las técnicas de alfabetización de masas en el centro de
Europa.
F. En cambio, los países islámicos se opusieron a ella porque ya hacía cuatro siglos
que la ortodoxia religiosa había decretado que la única verdad era la ya revelada
y la pretensión de que existe un conocimiento científico resultaba herética. Algo
similar sucedió en España a mediados del siglo XVI, cuando el conocimiento
quedó sacralizado mediante la superposición de dos identificaciones: la
grecorromana ente virtud y conocimiento (o entre bien y verdad) y la
judeocristiana entre conocimiento y revelación divina (o entre verdad y dogma,
o logos).
G. La congelación de la triada verdad-bondad-dogma (Weizsäcker, 1993, p. 64),
una vez codificado este último hasta sus detalles ínfimos en el Concilio de
Trento, tras la aparición del primer catálogo de libros heréticos en 1546, tuvo
efectos aplastantes: "España, a lo largo del siglo XVII, no participó en ninguna
de las primeras manifestaciones maduras de la ciencia moderna ... [porque] los
obstáculos que habían ido creciendo durante el siglo XVI se convirtieron en
auténticas barreras que aislaron la actividad científica española de las corrientes
europeas y desarticularon su inserción en la sociedad" (García Cárcel, 1996, p.
54).
H. Este juicio historiográfico concuerda con la evaluación más reciente del
Presidente de la Real Academia de Ciencias, para quien el intento de Felipe II en
1584 de paliar el retraso en matemáticas —saber codificado por excelencia—
mediante la creación de la Academia Real Matemática —tratando de corregir los
errores de las cartas náuticas españolas— fracasó porque “la enfermedad era
demasiado grave para curarla sólo con tónicos; más bien demandaba un remedio
heroico, y la Academia resultó no ser este remedio” (Martín Municio, 2000).
I. La moderna teoría sobre la producción de conocimiento (Nonaka-Takeuschi,
1995) indica que el intercambio entre el conocimiento tácito y el conocimiento
explícito es precisamente lo que da lugar al proceso continuado de creación de
conocimiento directamente utilizable con fines prácticos en que se basa el
crecimiento económico moderno, que quedó reservado a las sociedades que
fueron capaces de desarrollar espirales de innovación científico-tecnológica.

143
Según Robert K. Merton (1964) el prerrequisito para el desarrollo de la ciencia experimental son
tres valores aportados por la ética puritana: a) el convencimiento de que en la naturaleza existe un orden
de cosas; b) la utilización del conocimiento práctico para la gloria de Dios, en busca de la certitudo
salutis, y, c) el utilitarismo y la subordinación de la razón al empirismo.

99
Porque la disponibilidad de nuevas herramientas tecnológicas capaces de
acelerar la velocidad y el campo de difusión de las innovaciones 144 sólo surtió
efecto allí donde el marco institucional lo hizo posible.
J. Lo que explica el fracaso de los casos de España y China es el bloqueo de los
procesos de difusión y combinación del conocimiento explícito por causa de:
a) su congelación dogmática, que impidió la experimentación dirigida a
ampliarlo, convirtiéndolo en procesos operativos; b) la proscripción de la
contrastación, ya que ésta exige admitir la falsación empírica del conocimiento;
c) la separación institucional entre conocimiento y actividades útiles, mediante la
reserva de facto del acceso al saber codificado para los estamentos privilegiados
(en España, para la nobleza mediana, única que tenía acceso a las universidades
y a los Colegios Mayores; en China, al mandarinato), mientras que las
actividades útiles (declaradas viles) inhabilitaban a los que las practicaban
profesionalmente para acceder a los estratos sociales superiores, de modo que la
utilización práctica de tales saberes ni siquiera se planteaba, estando como
estaban las dos actividades reservadas a los respectivos estamentos.
K. La interpretación durkheimiana de la religión como imagen y expresión
sublimada del grupo social ha permitido establecer una correspondencia entre la
estructura del poder y las formas religiosas prevalecientes en las distintas
unidades políticas de la Europa Moderna, en donde la creencia común en el
origen divino del poder monárquico no impidió la existencia de múltiples
regímenes y modalidades de ejercicio del mismo, con su correspondiente
expresión religiosa: el poder absoluto lo hizo a través del catolicismo; el poder
limitado se expresó a través del luteranismo y el anglicanismo, mientras que el
poder compartido y/o representativo lo hizo a través del calvinismo (Swanson,
1967).
L. Del mismo modo, puede afirmarse que el responsable de bloquear los procesos
de innovación tampoco fue el carácter religioso de la ideología dominante en la
época, sino la mayor o menor permeabilidad de la forma que adoptó esta
ideología respecto a la exploración científica y la innovación técnica, facilitando
o impidiendo los intercambios entre el conocimiento explícito o codificado y el
conocimiento tácito aplicado a las actividades útiles. Y esta distinción resulta
aplicable tanto a la esfera económica y tecnológica como a la legal-institucional,
especialmente cuando tal permeabilidad se superpuso a un sistema legal no
dogmático sino experimental, como el del common law.
M. A la vista de la evidencia histórica disponible no cabe imputar a la religión la
responsabilidad exclusiva del absolutismo, el oscurantismo y la esclerosis
institucional, sino más bien a las modalidades de su utilización por parte del
poder político y a la subordinación del conocimiento a los fines de control social
impuestos por el poder, razón que explica la congelación dogmática del saber en
España, como en China y en el imperio otomano.

144
La velocidad de circulación de las técnicas de codificación de la escritura -y del conocimiento
explícito- guarda una relación inversa con el número de caracteres y su coste con el consumo de energía
del tipo de soporte utilizado: la velocidad aumentó al pasar de los miles de ideogramas de la escritura
china a los 24 caracteres del alfabeto occidental, empleando en ambos casos soporte papel. En la
actualidad, la codificación en dos posiciones (digital), unida al tratamiento electrónico y al soporte a
través de la red -técnicas ahorradoras de energía- han producido una elevación exponencial de tal
velocidad.

100
N. En cambio, allí donde se evitó la sacralización del conocimiento y se posibilitó
un intercambio libre y fecundo del mismo —espacio que coincidió con aquel en
que prevalecieron los regímenes limitados y/o representativos, más permeables
también a los intercambios comerciales, científicos, tecnológicos y culturales
exteriores—, el aumento de la presión fiscal no constituyó un obstáculo
insuperable para el desarrollo, porque la combinación de presión fiscal y control
creciente de la actuación monárquica obligó a la larga a suministrar también un
volumen adecuado de bienes públicos, a estimular la innovación, la creatividad
y la mejora de los recursos humanos. Además, administrada razonablemente
bajo un régimen adecuado de seguridad personal y defensa de los derechos de
propiedad y de reglas e instituciones dirigidas a minimizar los costes de
transacción de los intercambios económicos, la propia expansión de la capacidad
de financiación del Estado permitió incluso sentar las bases de las modernas
revoluciones financieras, asociadas al liderazgo tecnológico, económico y
político (Hart et alia, 1997)
La segunda característica común a los casos de la Monarquía Hispánica y del imperio
chino es la inexistencia del tipo de contrapesos efectivos al poder del monarca que
acompañaron a lo que Tilly (1992) denomina la vía “intensiva en capital” para la
edificación de los estados nacionales, cuyo principal protagonista fue el diálogo entre el
monarca y las ciudades, sede del capital. Tal carencia confirió una autonomía
desproporcionada a los soberanos que les incapacitó para modular el esfuerzo fiscal
exigido a unos súbditos que no compartían necesariamente los objetivos fijados por
aquél, por mucha que fuera la propaganda empleada —aspecto en el que los Habsburgo
alcanzaron la excelencia (Maravall, 1975) —, y eliminó todo incentivo para desarrollar
instituciones y políticas dirigidas a intensificar el esfuerzo económico y de innovación.
Uno y otro eran “estados teleocráticos”, cuyos objetivos funcionales se
agotaban en sí mismos y no en la canalización instrumental de los objetivos de una
comunidad política, a la que enseguida en Europa se denominó nación (Pérez Díaz,
1998, p. 1). En el polo opuesto al español (y al chino) se situaron los casos de Holanda
e Inglaterra. En el primero, la oligarquía urbana, que pagaba los dos tercios del
presupuesto de la República, obligó a las Provincias Unidas a firmar la paz negándose a
pagar, a partir de 1645, toda operación que no fuese estrictamente defensiva. Y lo
mismo cabe afirmar del Parlamento Inglés, cuya autoridad fiscal efectiva a partir de
1688 supo modular de manera extraordinariamente eficiente la capacidad del país para
financiar el coste creciente de las guerras en el período subsiguiente (Bordo-Cortés,
1998). La diferencia entre una y otra situación es evidente. Todavía en 1573 Guillermo
de Orange habría firmado la paz si el hijo del Emperador hubiese aceptado la tolerancia
religiosa y otorgado garantías constitucionales; en 1648 España firmó la paz cediendo
en todo: sin recuperar Brasil ni el monopolio del comercio americano, sin lograr que se
aceptase su soberanía, ni siquiera la tolerancia hacia la religión católica en Holanda
(Parker, 1986, pp. 64-73).
Esto demuestra a contrario que un control efectivo de la fiscalidad por parte de
las Cortes habría sido beneficiosa incluso para el funcionamiento y la conservación a
largo plazo de la propia Monarquía de España. Porque la transparencia y el control
democrático de los actos del poder ejecutivo ha sido históricamente el único
instrumento efectivo para obligar a éste a concertar sus objetivos y al Estado a acometer
una serie de funciones regulatorias y de tutela institucional de los derechos de sus
ciudadanos —y de garantía para su subsistencia— sin los que el desarrollo económico
moderno resulta inconcebible. Como afirmaba Tilly (1992), los reyes sólo se avinieron

101
a negociar allí donde se vieron obligados a hacerlo, sacrificando el esplendor y la gloria
militar —o el populismo de la acción redistributiva expropiatoria— por el apoyo a la
capacidad de los súbditos para crear riqueza y hacer dinero. Los pueblos que no
consiguieron imponerse a sus monarcas absolutos mediante la acción colectiva —lo que
tuvo como prerrequisito la aparición de un sentimiento de comunidad— tuvieron que
pagar las consecuencias; de ahí la aversión que la idea de nación producía en el tirano
Olivares (Pérez Díaz, 1998, p. 7) y el carácter casi mitológico que la revolución de las
Comunidades adquirió en Castilla hasta el siglo XIX (Maravall, 1994). La monarquía
francesa ocupó una posición intermedia entre los casos español y anglo-holandés, con la
peculiaridad de que su hegemonía terminó definitivamente en 1789 en el mismo punto
con que se inició el ascenso inglés en 1640 —cortando la cabeza al rey que expoliaba a
su reino—, lo que en el caso español había tenido el mucho más modesto correlato de la
sustitución en 1700 de la extinta dinastía Habsburgo por la Borbón.
La escena representada ante la corte y los embajadores en el vestíbulo del Real
Alcázar de Madrid para dar a conocer el testamento de Carlos II el 1 de noviembre de
1700 es bien significativa: el Grande de Castilla encargado de dar la necrológica se
deleitó prolongando el abrazo al embajador de Austria, diciendo: “....es un placer, es un
gran honor para toda mi vida, señor, despedirme para siempre de la ilustrísima Casa de
Austria” (Kamen, 2000, p. 16). Naturalmente, el tránsito de la dinastía se vio facilitado
porque, tras las guerras de religión en Francia, la Casa Valois había sido sustituida por
la de Borbón, aliada a España desde 1527, y en el juego de presiones ejercidas sobre el
último Habsburgo para que cambiara su testamento influyeron los intereses del partido
nobiliario más influyente del momento, pero pesó sobre todo el hecho de que la dinastía
Borbón había salido victoriosa en la confrontación bisecular con los Habsburgo y
ofrecía mayores probabilidades de reorganizar y preservar la unidad de la monarquía.
Por eso, la llegada de los Borbón significó fundamentalmente la importación a España
de las técnicas francesas de organización del Estado, tarea de la que se encargaron en un
primer momento el francés Jean Orry y el belga conde de Bergeyck, cuya obra sería
desecha al perder estas dos figuras el favor del rey —debido a la oposición y el odio
antifrancés desencadenado precisamente por el conjunto de reformas denominado de
Nueva Planta, de 1713—, pero a las que se volvería reiteradamente en cada uno de los
numerosos intentos de reforma político-administrativa y fiscal ensayados a lo largo del
siglo (Ibíd.).
La interacción de este amplio abanico de factores resultó acumulativa y elevó
exponencialmente la eficiencia económica de los países que adoptaron la senda
alternativa a la de España —empezando por Inglaterra, que se erigió como su principal
adversario—, lo que disparó los costes de la política hegemónica española —y, más
tarde, francesa—, para financiar los cuales hubo que incurrir en enormes déficits. Éstos
pudieron financiarse al principio precisamente por la aparición de excedentes
comerciales en las áreas más dinámicas, que no disponían todavía de colocación
rentable alternativa: ya desde 1553 Thomas Gresham no encontraba oro —dinero
político por excelencia— en la plaza de Amberes, sino sólo reales de España en
abundancia (Cipolla, 1999). En cambio, a medida que se consolidó el sistema
financiero continental y que el desequilibrio continuado de la Hacienda disparó el riesgo
de ruina de los soberanos prestatarios, la prima de riesgo exigida —que ya al final del
reinado de Carlos V se elevaba al 60 % del principal (Kohler, 2000) — resultó
confiscatoria y acabó devorándolos, perdiendo el crédito y la capacidad de acción.
Esto es, la hegemonía Europea no pudo sostenerse a la larga con recursos
provenientes de la explotación de economías primarias extractivas sometidas a

102
rendimientos decrecientes, con una capacidad de crecimiento muy inferior al de las
nuevas economías comerciales y manufactureras. La plata americana comenzó saliendo
hacia el reino vecino por causa de la incompatibilidad entre el conjunto de políticas
practicadas, que en palabras actuales pretendía mantener un elevado déficit público
financiado con un nivel creciente de deuda externa denominada en moneda doméstica
no convertible; impedir saldar con transferencias de capital (en forma de saca de
metales preciosos) el inevitable déficit de la balanza de pagos inherente a tal política —
obligando a reinvertir tales fondos en Castilla o convertirlos en demanda de
exportaciones, al mismo tiempo que la escasez de fondos para la inversión productiva,
tanto pública como privada, debido al drenaje del ingente esfuerzo fiscal hacia la
guerra— deterioraba rápidamente la competitividad de los productores y de los
productos interiores. Además, en ausencia de cualquier forma de diálogo equilibrado
entre el monarca y las Cortes del reino, capaz de reducir la incertidumbre fiscal, buena
parte de la deuda externa se contraía a corto plazo, de modo que la Hacienda se veía
obligada a refinanciar anualmente grandes sumas de deuda, lo que ampliaba las
fluctuaciones de precios en el mercado del dinero, que ya se encontraba sometido a la
incertidumbre de las llegadas de metales de América.

8. Conclusión
Las vicisitudes a las que abocaron todos estos procesos se estudian en el
capítulo siguiente pero la principal conclusión de lo aquí expuesto es que el atraso
económico de España durante la edad contemporánea se explica en buena medida por
los obstáculos políticos derivados del mal gobierno durante la edad moderna, aunque
sólo a su término apareció en la esfera pública el nexo entre éste y el crecimiento
económico, bajo la forma de la divisa de la conspiración de Picornell, de 1795:
“Libertad, Igualdad y Abundancia”. Tales obstáculos, sin embargo, retrasaron hasta el
siglo XX la aparición y el desarrollo de un sistema financiero eficiente y saneado, capaz
de “actuar como el verdadero cerebro de la economía: seleccionando a los utilizadores
más eficientes de los recursos ahorrados; monitorizando el uso de los mismos;
minimizando el riesgo; proporcionando liquidez, y distribuyendo información” (Stiglitz,
1998). Algo que Holanda supo hacer ya en el siglo XVI, Inglaterra en el XVII y
Estados Unidos en el XVIII (Hart et alia, 1997).

103
8.- Una extensión hacia el futuro: precios y salarios
Las series de precios al por menor y de salarios que se presentan en esta extensión se
computan en precios de moneda de cobre (real de vellón en Castilla, sueldos en
Cataluña, diners en Valencia) y toman como base 100 el período 1726-1750. En el
gráfico III-7 se comparan las series de España e Inglaterra en el período 1500-1945. 145

Gráfico III-7.- PRECIOS AL CONSUMO: ESPAÑA-INGLATERRA.

1.000
PRECIOS ESPAÑA
PRECIOS INGLATERRA
Base: 1726-1750 = 100

100

10
1500
1520
1540
1560
1580
1600
1620
1640
1660
1680
1700
1720
1740
1760
1780
1800
1820
1840
1860
1880
1900
1920
1940
Durante todo este período la escalada de los precios fue siempre por delante de la de los
salarios monetarios, con la consiguiente reducción secular de los salarios reales, como
se observa en el gráfico III-8, que refleja la dinámica histórica a largo plazo de Castilla
la Nueva, epicentro de la revolución de los precios. La contracción de los salarios reales
fue la tónica durante los reinados de los Habsburgo guerreros, que alcanzó un mínimo
(75,7) durante el reinado de Felipe IV, durante el decenio del tratado de Westfalia
(1646-1655).

145
Para Inglaterra, la serie representada parcialmente en el gráfico III-7 e íntegra por periodos
quinquenales el cuadro III-3 es la de Phelps-Hopkins (1956), entre 1500 y 1830, prolongada hasta 1960
con la de precios al consumo de Sholliers-Zamagni (1995) y hasta 2017 con el deflactor del consumo
privado de las series AMECO, que se emplea también en la serie de España. En este caso la base para el
período 1830-1960 es la serie de Maluquer (2013), extrapolada hasta 1501 manteniendo las variaciones
interanuales de una serie que combina mediante medias geométricas los índices de precios de las
coronas de Castilla y Aragón, construidas a su vez como medias geométricas de las series de Castilla-
León y Andalucía, de Hamilton y de Castilla La Nueva de Reher-Ballesteros (1993), para la Corona de
Castilla, y las del propio Hamilton, para Valencia, combinada esta última en media geométrica con la de
Feliu (1991) para Cataluña. Para el cómputo en reales de vellón se han utilizado las equivalencias en
gramos plata del real de vellón establecida por el propio Feliu para cada reino, o los deflactores implícitos
de las de Hamilton. Los dos tramos se empalman con índices de variación interanuales entre 1801 y 1829
construidos como media geométrica de las series de precios de Castilla y Aragón, siendo la primera, a su
vez, media geométrica de las series de Reher-Ballesteros para Castilla la Nueva y de Martinez Vara
(1997) para Santander y la de Aragón construida con las series de Feliu, Pio Cerrada (1896) y Sardá,
recogida esta última por Maluquer (2005).

104
146
Gráfico III-8. CASTILLA LA NUEVA: PRECIOS Y SALARIOS
Salarios monetarios y reales (precios de consumo: base: 1726-1750 = 100)

1.000

100

Salarios Reales
Salarios Monetarios
Precios consumo
BASE: 1726-50=100

10
1500
1520
1540
1560
1580
1600
1620
1640
1660
1680
1700
1720
1740
1760
1780
1800
1820
1840
1860
1880
1900
1920
1940
Tras la etapa de estabilidad de salarios reales del siglo que siguió a la derrota de la
alocada política imperial, entre 1666 y 1760, los últimos cuarenta años del siglo XVIII
volvieron a experimentar un agudo descenso, que alcanza su mínimo absoluto (43,2) en
el decenio intersecular (1796-1805). Con anterioridad, de la prosperidad salarial de los
castellanos a comienzos del siglo XVI, antes de la llegada de Carlos de Gante, da buena
cuenta el hecho de que el índice de salarios reales del quinquenio 1516-1520 (198,3) no
volviera a alcanzarse antes de la Guerra Civil del siglo XX: solo durante el quinquenio
de la II República se realizaría una aproximación, que lograría recuperar el nivel 182,3,
situado todavía un 8% por debajo de aquél. Ni que decirse tiene que la aceleración de
los hundimientos viene provocada por la brusca escalada de los precios en los períodos
de mayor fragor bélico (cuadro III-4).
Puede observarse que la segunda mitad del siglo XVIII y la etapa de las guerras
napoleónicas registraron las mayores elevaciones de precios de nuestra historia (solo
superados durante el último quinquenio representado en el gráfico) y también los
descensos más profundos de los salarios reales, hasta situarse durante el primer y tercer
quinquenio del siglo XIX por debajo del 50% del período base (1726-1750), esto es, en
torno a la quinta parte de los niveles vigentes a la llegada de Carlos de Gante. No cabe
extrañarse, pues, de las convulsiones revolucionarias de aquellos años en toda Europa.
El descenso de los salarios reales en Castilla la Nueva durante la segunda mitad del
siglo XVIII se observa igualmente en Madrid (gráfico III-9). La comparación entre las
dos series en el período coincidente y con igual base (gráfico III-10) indica que los
descensos en Castilla la Nueva fueron más profundos y volátiles que los de la capital,
seguramente porque los monarcas ilustrados trataron de preservar en lo posible el nivel

146
Series tomadas de Reher-Ballesteros (1993, Apéndice I) —que hasta 1801 reelaboran la de Hamilton
para España, completándola y corrigiéndola—, cambiadas de base. Los salarios monetarios y los precios
se transforman a reales de vellón con la equivalencia plata/vellón establecida por Feliu (1991).

105
de vida de sus convecinos más próximos, mientras que los de Cataluña, que cayeron al
mismo ritmo, comenzaron a recuperarse ya en 1780. Al tratarse de medias móviles
decenales esta serie anticipa los fuertes crecimientos de salarios monetarios de los
veinticinco años subsiguientes y el menor crecimiento de los precios, que experimentan
un proceso de desintegración centro-periferia, en línea con lo que ocurre durante el
último tercio del siglo XVIII y el primero del XIX (Llopis-Sotoca, 2005).

Gráfico III-9: MADRID: PRECIOS Y SALARIOS 1680-1800 147


Salarios monetarios y reales (Índice coste de la vida: base: 1690-99 = 1000)

2.200
Salario real (reales de 1690-99)
Salario nominal (reales vellón/año corriente)
1.900
ICV: 1690-99 = 1000

1.600

1.300

1.000

700
1680
1685
1690
1695
1700
1705
1710
1715
1720
1725
1730
1735
1740
1745
1750
1755
1760
1765
1770
1775
1780
1785
1790
1795
1800
Gráfico III-10: CASTILLA LA NUEVA CATALUÑA Y MADRID: 148
1680-1800. Salarios reales (precios de consumo: base 1726-1750 = 100)

110

90

70
Salario real Castilla N.
Salario real Madrid
Salario real Cataluña
50
1690 1700 1710 1720 1730 1740 1750 1760 1770 1780 1790 1800

147
La serie de salarios nominales de Madrid en reales de vellón/año es la media geométrica de los salarios
medios masculino y femenino de la muestra de oficios de Madrid de Llopis-García (2011). Para calcular
los salarios reales se utiliza el índice del coste de la vida (en reales de vellón) de la misma fuente.
148
El índice de salarios reales de Castilla la Nueva es el mismo del gráfico III-8. El de Madrid resulta de
la conversión a índices con base 1726-50 de las series del gráfico III-9. El de Cataluña se construye con
datos de Feliu (1991b; gráfico III-12). Las series son medias móviles decenales adelantadas.

106
Gráfico III-11.A: Salarios monetarios en Cataluña, Castilla y Valencia
250
Cataluña (Feliu: salarios monetarios en
sueldos)
200 Castilla la Nueva (Reher: salarios
monetarios en vellón)
150 Valencia (Hamilton: salarios monetarios
en diners)
Base: 1726-50 = 100
100

50

0
1500
1510
1520
1530
1540
1550
1560
1570
1580
1590
1600
1610
1620
1630
1640
1650
1660
1670
1680
1690
1700
1710
1720
1730
1740
1750
1760
1770
1780
1790
1800
Gráfico III-11.B: Precios al consumo en Cataluña, Castilla y Valencia
500

Cataluña (Feliu: precios en sueldos)


Castilla la Nueva (Reher: precios en vellón)
Valencia (Hamilton: precios en diners)
Base;1726-50 = 100
10
1500
1510
1520
1530
1540
1550
1560
1570
1580
1590
1600
1610
1620
1630
1640
1650
1660
1670
1680
1690
1700
1710
1720
1730
1740
1750
1760
1770
1780
1790
1800

Gráfico III-11.C: Salarios reales en Cataluña, Castilla y Valencia


300
Cataluña: Salarios reales 1726-50= 100
250 Castilla la Nueva: Salarios reales 1726-50= 100
Valencia: Salarios reales 1726-50= 100
200

150

100

50

0
1500
1510
1520
1530
1540
1550
1560
1570
1580
1590
1600
1610
1620
1630
1640
1650
1660
1670
1680
1690
1700
1710
1720
1730
1740
1750
1760
1770
1780
1790
1800

107
Los tres gráficos III-11 reflejan la evolución comparada de salarios nominales, precios
de consumo y salarios reales en Cataluña, Castilla la Nueva y Valencia. Puede
observarse que la curva de salarios monetarios de Valencia (tomada de Hamilton:
cuadro III-6) es extraordinariamente parecida a la de Castilla, con la excepción puntual
de 1625-1642 y de la etapa de inestabilidad monetaria de los años sesenta y setenta del
siglo XVII. En cambio, los salarios monetarios de Cataluña fueron muy por debajo
desde mediados del siglo XVI y su repunte se adelantó casi veinte años al de Castilla,
consecuencia de la guerra de secesión catalana. Más tarde la evolución se acompasaría
con la de los otros dos reinos, para no distanciarse hasta finales del siglo XVIII.
El Gráfico III-11.B muestra la rápida escalada de los precios de Castilla en relación con
los otros dos reinos, ya que el índice parte de una posición muy inferior y termina
alcanzándolos en torno a 1640 y desbordándolos ampliamente hasta las devaluaciones
de los años setenta. Los precios al consumo de Valencia fueron muy por encima de los
de los otros dos reinos precisamente hasta los años cuarenta del siglo XVII,
acompasándose con los catalanes tras la guerra de secesión y con los castellanos tras la
estabilización de Carlos II. Desde finales del siglo XVII parece registrarse una
armonización considerable, con fluctuaciones solo perturbadas por la Guerra de
sucesión y por la gran inflación de vales reales en Castilla a finales del XVIII.
La combinación de todo ello arroja un proceso de convergencia acelerada de los salarios
reales entre los tres reinos que puede considerarse ultimada durante la segunda mitad
del siglo XVII (continuada durante el XVIII) partiendo de una situación enormemente
divergente en el primer tercio del siglo XVI, cuando Castilla más que cuadriplicaba los
índices de salarios reales de Valencia (y duplicaba en algunos tramos a los de Cataluña),
por contraposición a la considerable estabilidad a niveles mínimos de los salarios
valencianos durante toda la etapa de los Austrias guerreros, mientras los de Castilla no
dejaban de descender, acompañados por el descenso de los salarios catalanes al
comenzar el XVI, para continuar descendiendo después de manera más pausada, hasta
repuntar a comienzos del XVII. La ecualización con los otros reinos se produce en torno
a 1680, equilibrio que no se perdería ya durante todo el siglo XVIII, cuando los datos
castellanos muestran un volatilidad más elevada que los de Valencia y Cataluña.
149
El gráfico III-12 permite comparar los datos de Cataluña con los de Castilla la Nueva
que aparecían en el gráfico III-8. Hasta 1800 la evolución comparada acaba de
comentarse a través de los gráficos III-11 (obsérvese, sin embargo que en este caso la
149
Estas series, como las de Cataluña de los tres gráficos 11, se construyen a partir de las de Feliu (1991),
complementadas en este caso con otras fuentes, que son las mismas del Cuadro III-5. La serie de precios
es la que se documenta en la nota 145. La de salarios nominales hasta 1806 se construye como media
geométrica de 7 grupos de oficios: maestro albañil, peón de albañil, maestro carpintero, carpintero,
transportes y otras actividades intensivas en trabajo (fletes, portes, criba, moltura y alquiler de mulas,
unificadas mediante media geométrica de las medias móviles de 15 términos), jornaleros-peones y
pastores (promediando a su vez los de Cervera y Barcelona). A falta de datos, se ha supuesto que entre
1807 y 1818 la evolución de los salarios nominales es similar a la de Castilla la Nueva. Entre 1818 y
1850 se toman las variaciones de una serie construida como promedio de los salarios agrarios de
Barcelona y Lérida de Garrabou et al. (1991), reconvirtiendo los salarios medidos en equivalencia de pan
a salarios en reales. Entre 1850 y 1940 se ha construido un índice de variación anual para la industria a
partir de los salarios de La España Industrial, de Camps (1995), promediando los de hombres y mujeres
para el período 1850-1913, combinándola con la de Puig (1993, tabla I-9), la de Soler (1997), para el
período 1892-1925), la de Garrabou (1982), para el período 1873-1889, la serie de salarios de la industria
textil algodonera y lanera catalana (1901-1933), tomada de Maluquer (1989) y la de Llonch (2004), para
el periodo 1891-1936, promediando las series de la empresa algodonera de Tolrá y la de géneros de punto
de Marfá. Finalmente, esta serie se ha combinado mediante media geométrica con la de variaciones
anuales de la serie de salaries nominales agrarios de Garrabou et al (1991), ya mencionada.

108
escala del eje vertical es logarítmica, lo que permite apreciar las variaciones relativas a
lo largo del tiempo. Para el período 1800-1936, la comparación se ha llevado al gráfico
III-13, recuperando la escala natural y pasando a índices con base en 1913 = 100.
Gráfico III-12. Cataluña: PRECIOS Y SALARIOS
Salarios monetarios y reales (precios de consumo: base: 1726-50 = 100)
1000

100

Salarios reales Cataluña


Salarios nominales
Precios: Base 1726-50 = 100
10
1500
1520
1540
1560
1580
1600
1620
1640
1660
1680
1700
1720
1740
1760
1780
1800
1820
1840
1860
1880
1900
1920
1940
Gráfico III-13. Salarios reales en Cataluña y Castilla. 1800-1936

200
Indices 1913 =100
180 Salarios reales Cataluña
Salarios reales Castilla la Nueva
160 10 per. media móvil (Salarios reales Cataluña)
140 10 per. media móvil (Salarios reales Castilla la Nueva)

120
100
80
60
40
20
1800
1805
1810
1815
1820
1825
1830
1835
1840
1845
1850
1855
1860
1865
1870
1875
1880
1885
1890
1895
1900
1905
1910
1915
1920
1925
1930
1935

Las medias móviles decenales de las dos series permiten identificar tres grandes
períodos de divergencia: 1830-1845, 1875-1910 y 1920-30. Los dos primeros verifican
la hipótesis de las “generaciones diezmadas” de Jordi Nadal (1965; 1971/p.125) que
sucedieron a las tres grandes ondas demográficas del siglo XIX en Cataluña y dieron
lugar a la introducción del vapor en los años treinta y a la de las selfactinas en los
setenta, mientras Castilla se estancaba hasta 1910. La tercera se produce ya en el
contexto de la industrialización generalizada, tras la primera Guerra mundial, en la que
Cataluña ejerció de nuevo el liderazgo en la modernización económica de España.
109
Cuadro III-3.- ÍNDICES DE PRECIOS AL CONSUMO (1501-2017): España e Inglaterra. Base 1726-1750=100
INGLA- INGLA- INGLA- INGLA-
1501-1630 ESPAÑA 1631-1760 ESPAÑA 1761-1890 ESPAÑA 1891-2017 ESPAÑA
TERRA TERRA TERRA TERRA
1501-1505 24,6 18,8 1631-1635 90,7 103,4 1761-1765 118,3 114,4 1891-1895 182,1 175,5
1506-1510 26,4 17,0 1636-1640 92,4 104,8 1766-1770 127,0 127,8 1896-1900 183,3 174,5
1511-1515 25,2 18,5 1641-1645 99,6 95,5 1771-1775 132,7 142,0 1901-1905 194,9 181,4
1516-1520 26,6 20,6 1646-1650 114,2 124,9 1776-1780 137,5 133,0 1906-1910 190,3 186,9
1521-1525 30,3 24,7 1651-1655 139,6 102,4 1781-1785 147,4 140,3 1911-1915 195,6 207,5
1526-1530 32,9 26,8 1656-1660 112,7 109,1 1786-1790 156,2 145,4 1916-1920 297,5 390,8
1531-1535 34,8 26,5 1661-1665 116,0 114,7 1791-1795 183,8 161,2 1921-1925 335,8 366,1
1536-1540 36,4 26,0 1666-1670 125,9 102,0 1796-1800 214,9 202,5 1926-1930 327,8 324,5
1541-1545 37,5 29,9 1671-1675 119,7 104,9 1801-1805 259,5 245,3 1931-1935 337,9 280,8
1546-1550 41,1 39,1 1676-1680 129,7 104,3 1806-1810 214,2 260,6 1936-1940 456,3 314,6
1551-1555 43,6 46,6 1681-1685 99,3 101,4 1811-1815 309,8 287,9 1941-1945 860,3 430,0
1556-1560 46,7 52,1 1686-1690 89,1 93,3 1816-1820 210,4 246,9 1946-1950 1536,4 526,7
1561-1565 51,3 47,7 1691-1695 95,8 103,1 1821-1825 170,8 201,5 1951-1955 1995,2 695,7
1566-1570 54,0 48,6 1696-1700 103,2 122,7 1826-1830 149,1 207,8 1956-1960 2673,8 826,4
1571-1575 58,5 50,4 1701-1705 101,6 97,3 1831-1835 132,0 183,4 1961-1965 3502,2 927,0
1576-1580 60,1 57,6 1706-1710 113,3 104,5 1836-1840 149,7 198,6 1966-1970 4815,3 1133,7
1581-1585 64,4 57,4 1711-1715 117,8 107,7 1841-1845 141,5 189,3 1971-1975 7201,9 1730,4
1586-1590 65,4 66,1 1716-1720 99,5 104,5 1846-1850 136,4 199,3 1976-1980 16039,2 3393,5
1591-1595 68,3 70,9 1721-1725 94,7 98,2 1851-1855 138,7 195,0 1981-1985 31317,2 5437,1
1596-1600 75,2 92,1 1726-1730 96,0 107,8 1856-1860 153,5 204,2 1986-1990 46146,1 6926,4
1601-1605 81,8 78,6 1731-1735 98,3 92,1 1861-1865 161,0 204,3 1991-1995 61790,9 8940,6
1606-1610 78,4 84,7 1736-1740 102,0 97,9 1866-1870 162,5 215,1 1996-2000 73522,3 10082,5
1611-1615 75,8 90,8 1741-1745 102,2 101,2 1871-1875 176,7 213,9 2001-2005 85618,1 10692,0
1616-1620 78,4 88,7 1746-1750 101,1 101,1 1876-1880 178,0 201,5 2006-2010 99300,3 12148,4
1621-1625 79,2 90,3 1751-1755 115,8 100,6 1881-1885 183,9 190,5 2011-2015 107467,8 13958,9
1626-1630 91,1 92,7 1756-1760 115,0 115,5 1886-1890 181,3 177,4 2016-2017 108734,1 14567,4

110
Cuadro III-4.- SALARIOS Y PRECIOS EN CASTILLA LA NUEVA: 1501-1940
COMPUTADOS A PRECIOS DE CONSUMO.- Base: 1726-1750 = 100 (hasta 1800: en reales de vellón)
1501-1645 Salario real Salario nominal Precios 1646-1890 Salario real Salario nominal Precios 1791-1940 Salario real Salario nominal Precios
1501-1505 171,5 24,9 14,6 1646-1650 75,2 84,0 112,2 1791-1795 63,2 119,1 190,1
1506-1510 162,1 27,4 17,8 1651-1655 76,1 86,5 113,7 1796-1800 49,6 120,1 244,5
1511-1515 185,0 28,9 15,8 1656-1660 83,3 91,4 110,3 1801-1805 36,8 139,5 394,8
1516-1520 198,3 30,2 15,2 1661-1665 78,7 108,5 141,5 1806-1810 80,4 164,2 208,8
1521-1525 164,1 31,6 19,3 1666-1670 103,2 159,4 156,5 1811-1815 46,7 174,9 407,9
1526-1530 169,2 31,6 18,8 1671-1675 123,9 176,5 142,5 1816-1820 77,7 177,2 228,9
1531-1535 155,0 32,5 21,3 1676-1680 105,0 186,4 177,6 1821-1825 86,8 164,2 195,4
1536-1540 159,8 34,2 21,6 1681-1685 82,3 91,1 111,6 1826-1830 103,3 167,9 164,4
1541-1545 150,4 35,6 23,9 1686-1690 108,4 95,6 88,4 1831-1835 83,1 161,1 195,1
1546-1550 117,3 38,2 33,5 1691-1695 116,4 111,0 95,6 1836-1840 71,5 160,5 225,6
1551-1555 147,3 38,9 26,4 1696-1700 96,9 96,9 101,3 1841-1845 90,6 160,5 178,2
1556-1560 124,1 43,6 35,4 1701-1705 119,3 103,6 87,0 1846-1850 90,9 166,5 186,8
1561-1565 122,5 47,1 38,7 1706-1710 83,8 96,6 115,6 1851-1855 96,8 168,4 174,1
1566-1570 118,0 49,1 41,7 1711-1715 96,3 98,2 102,8 1856-1860 82,8 169,6 205,1
1571-1575 123,8 50,6 41,2 1716-1720 121,2 100,2 83,3 1861-1865 80,5 173,6 215,6
1576-1580 109,1 53,1 48,8 1721-1725 108,2 93,2 87,0 1866-1870 81,1 171,0 211,8
1581-1585 115,5 61,0 53,0 1726-1730 107,2 94,7 88,5 1871-1875 87,0 170,0 195,3
1586-1590 118,2 64,5 54,9 1731-1735 107,7 98,1 92,1 1876-1880 84,2 166,7 198,1
1591-1595 122,8 65,7 54,1 1736-1740 89,8 100,3 112,7 1881-1885 75,1 160,5 213,8
1596-1600 110,7 68,1 63,0 1741-1745 100,5 102,5 102,6 1886-1890 79,1 160,5 203,0
1601-1605 127,4 75,6 59,9 1746-1750 101,1 104,4 104,2 1891-1895 81,0 160,5 198,2
1606-1610 105,5 77,5 75,4 1751-1755 81,0 107,8 134,0 1896-1900 81,7 161,5 198,0
1611-1615 113,2 76,1 68,1 1756-1760 102,2 108,6 106,9 1901-1905 83,1 179,3 215,6
1616-1620 103,4 77,5 75,7 1761-1765 78,9 107,8 140,0 1906-1910 90,9 200,4 221,2
1621-1625 102,3 76,7 75,5 1766-1770 70,0 109,4 156,6 1911-1915 105,8 211,2 199,7
1626-1630 89,7 80,1 89,5 1771-1775 77,0 111,9 145,8 1916-1920 86,9 243,5 283,2
1631-1635 94,2 80,5 86,2 1776-1780 72,8 113,2 158,0 1921-1925 121,0 408,3 337,0
1636-1640 94,4 79,3 84,4 1781-1785 68,6 110,7 162,9 1926-1930 127,1 440,7 346,9
1641-1645 84,6 82,0 97,9 1786-1790 58,5 114,4 195,8 1931-1935 182,7 596,4 327,0
1936-1940 156,0 649,6 429,3

111
Cuadro III-5.- SALARIOS Y PRECIOS EN CATALUÑA: 1501-1940
COMPUTADO A PRECIOS DE CONSUMO.- Base: 1726-1750 = 100
1501-1645 Salario real Salario nominal Precios 1646-1890 Salario real Salario nominal Precios 1791-1940 Salario real Salario nominal Precios
1501-1505 148,7 34,4 23,2 1646-1650 100,2 113,7 114,9 1791-1795 74,5 168,7 229,4
1506-1510 159,3 34,2 21,5 1651-1655 65,8 145,3 233,7 1796-1800 75,6 179,2 237,7
1511-1515 167,4 35,1 21,0 1656-1660 87,8 110,8 126,4 1801-1805 70,6 184,1 262,1
1516-1520 154,7 34,9 22,5 1661-1665 97,0 101,4 104,9 1806-1810 79,2 221,9 284,0
1521-1525 146,2 34,9 23,9 1666-1670 94,2 96,9 103,0 1811-1815 68,9 236,2 346,3
1526-1530 125,5 35,5 28,4 1671-1675 92,3 92,9 100,7 1816-1820 98,0 239,2 255,9
1531-1535 106,4 35,1 33,0 1676-1680 80,4 92,0 115,1 1821-1825 115,5 221,8 192,7
1536-1540 107,4 35,7 33,2 1681-1685 85,1 89,9 105,7 1826-1830 143,2 226,8 164,7
1541-1545 103,4 35,7 34,6 1686-1690 99,3 93,2 94,0 1831-1835 140,3 217,6 157,1
1546-1550 106,0 36,2 34,2 1691-1695 84,6 93,1 110,0 1836-1840 95,5 216,8 228,2
1551-1555 98,2 37,2 37,9 1696-1700 83,2 97,5 117,5 1841-1845 110,7 216,8 195,9
1556-1560 99,8 38,3 38,6 1701-1705 101,0 106,2 105,3 1846-1850 119,8 224,9 189,7
1561-1565 104,2 38,9 37,3 1706-1710 83,4 109,8 133,0 1851-1855 120,4 236,9 197,8
1566-1570 91,9 39,6 43,0 1711-1715 74,6 113,0 151,6 1856-1860 115,1 259,2 225,7
1571-1575 87,2 40,9 46,9 1716-1720 96,9 107,5 111,1 1861-1865 102,5 241,9 236,1
1576-1580 81,1 41,4 51,1 1721-1725 102,3 103,2 101,0 1866-1870 115,2 255,0 223,0
1581-1585 84,6 44,3 52,3 1726-1730 101,2 101,5 100,6 1871-1875 123,7 278,9 225,9
1586-1590 93,0 47,8 51,4 1731-1735 102,4 102,1 99,8 1876-1880 136,8 306,5 224,2
1591-1595 79,8 44,2 55,4 1736-1740 102,5 100,6 98,2 1881-1885 156,1 332,1 213,8
1596-1600 82,9 47,3 57,0 1741-1745 97,4 98,9 101,7 1886-1890 165,9 321,7 194,1
1601-1605 83,9 51,1 61,0 1746-1750 96,7 96,7 100,2 1891-1895 152,3 308,4 202,6
1606-1610 87,4 53,1 60,9 1751-1755 91,6 102,6 112,0 1896-1900 140,6 306,5 219,4
1611-1615 96,5 56,3 58,4 1756-1760 87,6 103,5 118,2 1901-1905 126,8 320,9 253,1
1616-1620 96,5 57,5 59,7 1761-1765 88,5 104,9 118,7 1906-1910 140,3 340,3 242,5
1621-1625 96,6 56,1 58,1 1766-1770 82,5 105,8 128,3 1911-1915 142,3 350,3 246,1
1626-1630 90,7 57,1 63,0 1771-1775 72,5 107,9 148,7 1916-1920 146,9 518,5 346,8
1631-1635 93,8 62,1 66,4 1776-1780 72,5 115,1 158,8 1921-1925 207,7 821,8 395,9
1636-1640 115,2 74,6 64,7 1781-1785 76,6 123,9 161,6 1926-1930 207,3 832,5 402,0
1641-1645 109,2 82,7 76,1 1786-1790 86,3 147,1 170,5 1931-1935 224,2 940,3 419,8
1936-1940 251,9 1.048,9 404,6

112
Cuadro III-6.- SALARIOS Y PRECIOS EN VALENCIA: 1501-1800
COMPUTADOS A PRECIOS DE CONSUMO, EN DINERS.- Base: 1726-1750 = 100
Salario Salario Salario
1501-1600 Salario real Precios 1601-1700 Salario real Precios 1701-1800 Salario real Precios
nominal nominal nominal

1501-1505 62,2 22,2 35,7 1601-1605 65,5 70,3 107,5 1701-1705 79,8 77,1 96,6
1506-1510 68,5 24,7 36,2 1606-1610 74,6 72,1 96,6 1706-1710 78,8 86,6 109,9
1511-1515 67,6 26,0 38,5 1611-1615 76,9 75,7 98,4 1711-1715 82,8 90,1 108,9
1516-1520 66,9 27,2 40,7 1616-1620 76,3 77,5 101,6 1716-1720 97,6 92,5 94,8
1521-1525 65,7 29,1 44,3 1621-1625 70,4 70,7 100,4 1721-1725 91,4 85,3 93,4
1526-1530 65,9 29,2 44,5 1626-1630 58,2 62,6 107,3 1726-1730 93,9 89,4 95,3
1531-1535 64,9 30,1 46,4 1631-1635 59,3 68,0 114,9 1731-1735 98,4 98,2 99,7
1536-1540 67,3 31,7 47,1 1636-1640 52,5 61,6 117,5 1736-1740 102,1 103,8 101,8
1541-1545 69,8 32,9 47,2 1641-1645 55,2 65,1 117,6 1741-1745 103,2 105,4 102,2
1546-1550 66,8 35,4 52,9 1646-1650 73,1 85,5 117,0 1746-1750 99,2 104,1 105,1
1551-1555 62,6 36,2 57,9 1651-1655 73,9 87,5 118,2 1751-1755 93,6 107,3 114,7
1556-1560 67,8 40,9 60,3 1656-1660 70,7 80,1 113,4 1756-1760 93,4 107,4 115,1
1561-1565 67,4 44,3 65,8 1661-1665 73,3 78,3 106,8 1761-1765 90,9 106,3 117,3
1566-1570 69,4 46,1 66,5 1666-1670 80,2 83,1 103,7 1766-1770 80,7 102,7 127,2
1571-1575 63,3 47,5 75,2 1671-1675 82,9 79,9 96,4 1771-1775 82,2 106,5 129,7
1576-1580 65,7 49,9 76,1 1676-1680 81,9 80,7 98,5 1776-1780 77,7 102,0 131,5
1581-1585 69,2 57,3 82,8 1681-1685 86,2 81,5 94,5 1781-1785 75,9 105,8 139,6
1586-1590 69,8 60,5 86,7 1686-1690 90,7 79,9 88,1 1786-1790 76,9 111,2 144,7
1591-1595 69,4 61,7 89,0 1691-1695 96,9 89,5 92,4 1791-1795 66,3 117,3 178,3
1596-1600 64,8 63,9 99,3 1696-1700 79,8 80,3 100,6 1796-1800 58,1 118,4 204,6

113
114
4.- De la caída del Antiguo régimen a la II República:
un enfoque neokeynesiano de la economía
española. 150

Introducción
En este capítulo se examina la consistencia de algunas de las ideas de John
Maynard Keynes aplicándolas, como él mismo sugirió, al análisis retrospectivo de la
economía y la sociedad española. Alarmado por los efectos reales de la política
monetaria fuertemente deflacionista practicada por Gran Bretaña al término de la
primera Guerra Mundial, complementaria de la vuelta de la libra al patrón otro exigida
por la City londinense —que tuvo como contrapartida una grave crisis y una
considerable decadencia del poder industrial de Inglaterra—, Keynes 151 trató de volver
la vista hacia la historia para examinar retrospectivamente las ventajas e inconvenientes
de la inflación. Pero el siglo XIX había sido —globalmente considerado— un siglo
deflacionista, de modo que tuvo que remontarse a los siglos XVI y XVIII, cuyas series
de precios estaban siendo recopiladas en España por E. J. Hamilton152 y cuyos
movimientos coincidían básicamente con los del resto del continente. La correlación
entre la suave presión inflacionista de estos dos siglos (excluyendo la etapa final del
siglo XVIII, en que la sucesión de guerras disparó el movimiento de los precios) y la
prosperidad económica general acompañada de un fuerte crecimiento demográfico y,
sensu contrario, la correspondencia entre la deflación de precios y el malestar
económico y demográfico del siglo XVII llevaron a Maynard Keynes a inferir que el
siglo XIX constituía una excepción derivada de la Revolución Industrial y que, en
general, una inflación suave y controlada (no superior al dos por ciento anual) es
condición necesaria para la prosperidad de los negocios, mientras que el riesgo de
deflación inhibe la iniciativa empresarial y resulta nociva para el bienestar general. En
dos trabajos paralelos a éste 153 analicé la problemática inflacionista de los últimos cinco
siglos y los nexos entre política y economía desde el siglo XV al siglo XVIII. En este
trabajo completo el análisis histórico retrospectivo de la hipótesis keynesiana,
centrándome precisamente en la etapa que provocó la curiosidad histórica del gran
economista: el siglo XIX y el primer tercio del siglo XX. Se excluye, pues, la etapa del
mismo durante la que el keynesianismo ha servido de orientación para el diseño de las
políticas macroeconómicas, seguida de un movimiento pendular de abandono y olvido
que hoy empieza a considerarse precipitado, porque al arrojar el agua sucia que toda
teoría produce cuando se la somete al lavado de la práctica, probablemente se ha tirado
con ella el bebé que estaba en la bañera (y que no es otra que la fecunda perspectiva
neokeynesiana sobre la no neutralidad de la política monetaria). Así pues, no por
detenerse el estudio en la etapa que siguió a la gran depresión se dejarán de tener en
cuenta al realizar el análisis lo ocurrido en los más de setenta años transcurridos desde

150
Publicado por primera vez en Revista Sistema, Nº 155-156, Abril, 2000, El Legado de Keynes,
páginas 175-209. Agradezco los comentarios de David Reher, Piero Tedde, José Luis Malo y M.A.
Fernández Ordóñez a la primera versión de Espina, A (1999).
151
Vid. Robert Skidelsky (1983, 1992).
152
Vid. Earl J. Hamilton (1934).
153
Vid. A. Espina (1998, 2001).

115
que aquellas ideas fueran formuladas, lo que hoy sabemos y nuestras preocupaciones y
problemas actuales, algo que se competa en el capítulo siguiente.
El capítulo consta de cuatro partes: en la primera se estudia la problemática
fiscal y financiera que condujo al derrumbe del Antiguo Régimen y que constituyó una
pesada hipoteca sobre el crecimiento económico ulterior, aspecto que se analiza en la
segunda parte. En la tercera parte se presenta la política monetaria y de gasto público
seguidas por los gobiernos de la Restauración y la Dictadura de Primo de Rivera como
una aplicación avant la lettre de la política de cuentas saneadas y “santo temor al
déficit”, criticada por Keynes y defendida con fervor por Hayek, y se analizan las
consecuencias nocivas de estas políticas para el crecimiento económico. En la cuarta
parte se evalúa el impacto de las grandes opciones de política económica adoptadas
antes de 1931 sobre la capacidad de crecimiento de la economía española y se interpreta
el proceso institucional de adopción de tales decisiones en términos de economía
política. Finalmente la conclusión retoma el juicio negativo del economista Manuel de
Torres sobre la política económica adoptada en España durante los primeros treinta
años del siglo, juicio emitido desde una perspectiva abiertamente “keynesiana”.

1.- El derrumbe del Antiguo régimen en el Reino de España.


El mal gobierno, la inseguridad económica y una fiscalidad arbitraria y
flagrantemente discriminatoria, acompañadas de constantes intervenciones directas de la
corona en el mercado de crédito para conseguir fondos violando sus propias normas e
incumpliendo sistemáticamente los compromisos adquiridos y la palabra dada a sus
banqueros —y destruyendo periódicamente el sistema financiero— habían hecho
prácticamente inviable a largo plazo en los antiguos reinos de la corona de Castilla
durante la edad moderna cualquier actividad económica de cierta envergadura que no
fuese una de las dos formas de inversión realmente seguras todo a lo largo del Antiguo
Régimen: la adquisición de tierra y de rentas asociadas a ella, y la ganadería a gran
escala y el comercio de la lana, actividades que constituyeron en los reinos de esta
Corona la base de sustentación de las economías fisiocrática y mercantilista,
respectivamente. Por la primera —complementada a veces con la adquisición de
títulos de nobleza y la vinculación de sus patrimonios por medio del mayorazgo— los
grandes propietarios conseguían la exención impositiva, que les protegía casi
íntegramente contra una fiscalidad generalmente confiscatoria y, parcialmente, contra la
ejecución de sus deudas a instancias de sus acreedores 154.
Todo esto sucedió con especial intensidad durante la etapa fundacional, bajo la
dinastía Austracista, pero mantuvo su inercia durante el siglo XVIII. Es más, la nueva
dinastía echó mano desde el mismo día de su llegada de un recurso que hasta entonces
se había utilizado con moderación: el establecimiento de censos hipotecarios sobre los
bienes y rentas municipales en los términos de realengo y la entrega del capital así
obtenido como "donativo forzoso" a la Hacienda real 155. Y ello por mucho que la
llegada de los Borbones abriese un portillo de luminosidad y de pragmatismo —frente
al tenebrismo cultural de la dinastía precedente— en un contraste visible todavía hoy al
subir a la tercera planta del Museo del Prado (sin que por ello se emita juicio alguno
sobre la calidad de las pinturas). Estas afirmaciones no implican minusvalorar tampoco

154
Vid. Espina (2001b), reproducido como capítulo 3 de este volumen.
155
En el caso de la ciudad de Toledo el principal de estos censos ascendía a 5,3 millones de reales entre
1761 y 1823. Los prestamistas eran la iglesia (49%), los nobles (40%) y el propio Estado (11%). Vid.
Lorente, L., (1994).

116
el hecho de que al término del siglo los ilustrados analizasen cada una de las
instituciones y prácticas viciadas e iniciasen en algunos casos una tímida corrección,
que no pudo ir muy lejos, sin embargo, dado que la raíz de buena parte de ellas se
encontraba en los fundamentos constitutivos del propio Régimen.
El temor a infringir gravemente esta “constitución no escrita” es probablemente
lo que había aconsejado a Floridablanca en 1784 abortar el intento de Cabarrús de
establecer la Única Contribución, ideada por Ensenada en 1749 para hacer tributar a
todos los vecinos en proporción a sus bienes sin distinción de estamentos 156. Aunque el
diseño de los vales reales como nuevo tipo de deuda pública, realizado por el propio
Cabarrús, ya se había ensayado en 1780 para financiar la guerra contra Gran Bretaña en
apoyo de Estados Unidos y estos nuevos activos financieros habían encontrado gran
acogida entre el público y agilizado la circulación monetaria —hasta el punto de que
entre 1784 y 1793 se cotizaron por encima de la par, signo de que había demanda de
dinero insatisfecha—, la Única habría sido la mejor forma de acabar con el problema de
la vieja deuda y de evitar que la financiación sucesiva de las guerras contra Inglaterra y
contra la Convención francesa, con la masiva emisión de vales reales que requirieron,
terminase desencadenando una nueva oleada de hiperinflación, como la que
efectivamente se produjo a finales del siglo, tras saturar el mercado con la emisión de
1.763,5 millones de reales en vales entre 1794 y 1799, cuantía que venía a equivaler al
51 por ciento de los ingresos ordinarios netos de la Hacienda durante ese mismo
período, según la estimación de Cuenca Esteban 157, que resulta sensiblemente igual a la
media del período 1792-1798 (695,6 millones al año) estimada por Merino, 158 y
coincide también con la de Fontana de unos ingresos ordinarios de 700 millones anuales
durante el período 1814-1820 159.
La mayoría de los autores está de acuerdo en que la cuantía de los vales emitidos
era pequeña en proporción a la masa de medios de pago en circulación y no influyó
gravemente sobre la inflación hasta 1797 160, lo que viene a ratificar el carácter
endógeno de la oferta monetaria de pleno contenido metálico que se observa al analizar
las series de metales monetizables antes de 1800 161. Pero todo tiene un límite y ya desde
1794 el Banco Nacional de San Carlos se había considerado incapaz de cumplir su
cometido fundacional de mantener el aprecio de los vales. Hubo que crear un fondo de
amortización —independiente de la Tesorería General y dotado con recursos propios,
para mantener su credibilidad—, pero su efecto desestabilizador resultó evidente a partir
de aquella fecha, a la vista de la celeridad con que se depreciaron, ya que la emisión de
1799 hubo que hacerla con un descuento del 50-60 % 162, signo evidente de desequilibrio
entre oferta y demanda. El desequilibrio ya resultaba alarmante en 1798, razón por la
que se había creado la Caja de Amortización —denominada de consolidación a partir de
1800, por razones obvias— y se llegó a dotarla, in extremis, con los recursos
procedentes de la desamortización estudiada por Herr 163, que acabaría vendiendo la

156
Vid. J. M. Donézar (1995), pp. 15-24 y 123-134
157
Vid. Pedro Tedde de Lorca (1987), p. 169-172.
158
Vid. Carlos Marichal (1997), p. 493.
159
Vid. Josep Fontana Lázaro (1971), p. 297.
160
Vid. E. H. White (1987).
161
Vid. Espina (200a), capítulo 2 de este volumen.
162
Vid. P. Toboso Sánchez (1995), p. 346.
163
Vid. Richard Herr (1971), pp. 37-100.

117
sexta parte de las propiedades de la Iglesia en Castilla (un 3% del territorio total)
allegando ingresos extraordinarios por valor de 1.633 millones de reales hasta 1808.
Esta primera desamortización comenzó por liquidar las fundaciones pías
dedicadas a la beneficencia, 164despojando de autonomía financiera a los servicios
sociales tutelados por la Iglesia para hacerlos depender de la solvencia de la Caja de
Amortización y, cuando esta dejó de tenerla, del Estado, de modo que “los pobres
dolientes pagaron la transición con sus dolores” 165 . La desamortización respondía a la
evidencia de que se estaba formando una verdadera burbuja financiera, que estallaría
efectivamente en 1800, año en que la cotización de los vales no superó ningún mes el
34% 166. Tratando de evitarlo, en agosto de 1799 se había suspendido la cotización y en
noviembre se había aprobado un servicio extraordinario de 300 millones de reales para
cubrir el déficit del año 1800 sin necesidad de emitir más vales. El nuevo servicio había
de comprender "a todas las clases sin excepción" lo que, según Artola 167, constituye un
caso único en toda la historia del Régimen, pero no debió de aplicarse de ese modo
porque en dos años y medio sólo se pudo recaudar la mitad de lo previsto y la escasa
credibilidad de la medida no evitó el inmediato hundimiento de la cotización de los
vales.

Se había llegado a una situación de trampa de liquidez (diagrama III), como había
ocurrido dos siglos antes 168. En este caso, al igual que entonces, el proceso se inició
con un desplazamiento de la curva de oferta agregada hacia la izquierda —desde la

164
Ibíd., p. 47.
165
Ibíd, p. 97.
166
Vid. Pedro Tedde de Lorca (1987), p. 180. La cotización mensual de los vales entre 1782 y 1808
proviene de la información proporcionada —a modo de auditoría— por la Administración española a la
francesa tras la invasión, con la que Napoleón quiso salvar a Fernando VII, su mejor aliado, de la
bancarrota (Herr, 1971, p. 94). En 1808 la deuda pública total ascendía a 7 475 millones de reales, un
25% de los cuales eran vales reales y 400 millones deuda exterior: Tedde (1987), p. 173.
167
Vid. Miguel Artola (1982), pp. 406-409.
168
Vid. Espina, (2001b), y esta obra, diagrama II, p. 90 y ss.

118
posición 1 a la 2— como consecuencia del crecimiento de la población y de la
aparición de rendimientos decrecientes en el sector agrario. Esto explica la
preocupación de los Ilustrados por la política reformista de oferta real (diseñada para
tratar de recuperar la posición 1), pero esta política sólo hubiera podido surtir efectos a
largo plazo. En el Diagrama III la posición 1 de la curva de demanda agregada (que se
corresponde con la de oferta monetaria) se dibuja vertical para reflejar la situación
creada en torno a 1800, debido a la acumulación de la sobresaturación de medios de
pago en circulación y al shock de demanda real derivado de las guerras. El punto de
equilibrio pasó de E a E1 y, en ausencia de control, continuaba su ascensión, como
corresponde a las situaciones de trampa de liquidez analizadas por Hicks 169, modelo que
ha sido aplicado por Krugman 170 al análisis de la crisis japonesa del último decenio del
siglo XX. En aquella ocasión, para drenar liquidez se aplicó un programa de
amortización de vales, tratando de que la demanda agregada recuperase la posición 2.
Más tarde, la guerra y los desarreglos de la Hacienda expulsaron de la circulación los
medios de pago fiduciarios y la interrupción de las llegadas de metal americano
provocaron una brutal contracción de la oferta de dinero. Además, con la paz se
recuperó la oferta y el punto de equilibrio pasó a la posición E2. La merma demográfica
recuperó el rendimiento de la tierra y, más tarde, la desamortización lo hizo crecer,
desplazando la curva de oferta hasta la posición 3, contribuyendo a que la curva de
demanda mantuviese su pendiente normal, a medida que se recuperaba el mercado de la
deuda pública. A mediados de siglo el punto de equilibrio se situaba en E3171.
Las Cortes de Cádiz (13-IX-1912) no repudiaron, sino que decidieron reconocer
como deuda nacional y hacer frente —mediante la Junta del Crédito Público— al
gigantesco volumen de deuda acumulado a lo largo de todo el Antiguo régimen y nunca
amortizada —así como la emitida durante la Guerra de la Independencia, con excepción
del último empréstito de Francia a Carlos IV—, cuya atención consumía la mayor parte
de las rentas ordinarias de la monarquía, según la estimación de Canga Argüelles 172. La
convalidación de toda esa masa de títulos por deuda al 3% o deuda sin interés —esta
última, de admisión obligatoria como medio de pago para la adquisición de bienes
nacionales—, iba a hacer de la resistencia fiscal un instrumento de control de la política
económica del nuevo régimen por parte de las oligarquías propietarias, al mismo tiempo
que la deuda y el desconcierto en el cobro de los impuestos se convertían en los
principales obstáculos para la prosperidad 173.
Porque al aceptar constituir al Estado liberal en sucesor legal del Antiguo
Régimen, negándole al mismo tiempo recursos suficientes para financiarse con
presupuestos equilibrados —como denunciaría Bravo Murillo en 1849 174—, la nueva
oligarquía obligó a los sucesivos gobiernos a privatizar todo tipo de derechos, incluso
los que no pertenecían al Estado, como sucedió en 1845 con el intento de enajenar el
derecho tradicional de la Mesa Maestral de Calatrava a disfrutar, "...en caso de venderse
su aprovechamiento a ganaderos extraños", de la mitad del arriendo de las hierbas de su
término, compuesto por 24 municipios de Ciudad Real. Se trataba de los bien conocidos

169
Vid. Sir J. R. Hicks, (1937).
170
Vid. P. Krugman (1999).
171
Para los precios en Castilla, vid. gráfico IV-1.A.
172
Vid. P. Toboso Sánchez (1995), p. 346.
173
Vid. J. M. Donézar, "Introducción", cit., p.20.
174
"Reformada la Hacienda, será cuando habrá crédito y podrán hacerse sin dificultad los empréstitos, si
convinieren, para obras reproductivas". Vid. Toboso (1995), p. 351.

119
pastos (las “yerbas”) del Valle de Alcudia 175, que, después de haber sido regaladas a
Godoy, habían sido confiscadas y vuelto a la Administración de los bienes nacionales.
Los derechos que ahora se vendían consistían exclusivamente en el usufructo de
la mitad de los productos del arriendo, pero los adjudicatarios de las partidas más
sustanciosas exigieron al Gobierno que les concediese la propiedad de la mitad de los
terrenos afectados. El gobierno de la época accedió a tales pretensiones porque en buena
lógica liberal el usufructo permanente de la renta generada por un activo equivale a la
propiedad de éste, y por entonces la protección de la Mesta, que era el objetivo político
con el que se había venido justificando el carácter público de estos pastos, era ya un
recuerdo borroso. Sin embargo, en 1855 las Cortes anularon esta transacción, sin
perjuicio de lo cual los compradores —principalmente comerciantes madrileños
pertenecientes al círculo de negocios de Mendizábal— habrían de aprovechar la
desamortización general desencadenada tras la revolución de 1868 —que otorgó al
Estado el pleno dominio en propiedad de las tierras concejiles, expropiando a los
ayuntamientos— para conseguir que el Gobierno les compensase de aquella frustrada
adquisición transfiriéndoles la mitad del importe de los remates. De este modo, la
negativa de la nueva oligarquía a pagar impuestos se convirtió en la palanca para
catapultar bienes y derechos desamortizados hacia sus propias haciendas y para
convertir en definitivamente inviables muchas explotaciones de tamaño pequeño y
medio 176.
En realidad, los revolucionarios doceañistas y del trienio liberal renunciaron
interesadamente a utilizar el margen de maniobra que proporcionaba en este terreno el
cambio de régimen, siguiendo con ello voluntariamente el paso dado por la Constitución
de Bayona, que había reconocido solemnemente los vales y empréstitos anteriores como
“deuda nacional” 177. La única excepción a este amplio margen de decisión no utilizado
era la deuda exterior. Ésta había empezado a contraerse y a cotizar en Holanda desde
1778, y en 1801, tras sucesivas renovaciones, se limitaba a 36 millones de reales. A
partir de 1803 hubo que ampliar las apelaciones al crédito exterior para pagar al Tesoro
público de Francia el subsidio de neutralidad de cuatro millones de francos mensuales
(16 millones de reales) impuesto por Napoleón 178. La Guerra de la Independencia fue
financiada básicamente por las colonias americanas 179. La pérdida de la renta colonial
—estimada por Fontana 180 en 225 millones de reales anuales 181— vendría a agudizar la
insuficiencia secular de los ingresos y dio lugar en 1817 al nuevo intento de implantar la
“única contribución” por parte de Garay, intento que fracasaría como todos los

175
Vid. Espina (2001b).
176
En Rentería los principales beneficiarios de la desamortización fueron los pequeños compradores:
entre 1810 y 1862 el número de caseríos pasó de 80 a 171, pero los antiguos colonos y pequeños
propietarios perjudicados (un tercio de las familias) pasaron a nutrir las filas de la insurrección carlista de
1833-39. Vid. J. R. Cruz Mundet (1995).
177
Vid. Richard Herr (1971), pp. 94-97. Para Herr fue una paradoja que José Bonaparte salvase el
crédito del Estado echando mano de las propiedades del clero y que la Junta Central, actuando en nombre
de Fernando VII, fuera quien protegiese a la Iglesia de sufrir nuevos despojos.
178
Vid. Richard Herr (1971), p. 82 y Tedde (1987), p. 190.
179
Vid. Carlos Marichal (1997).
180
Vid. Josep Fontana Lázaro (1970), pp. 3-23.
181
Durante el último quinquenio de regularidad marítima (1792-1797) las remesas de Indias ascendieron
anualmente a 169 millones de reales y los ingresos ordinarios peninsulares a 543, constituyendo aquellos
casi la tercera parte (31%) de éstos. Vid. Marichal, (1997), p. 493.

120
anteriores y abocaría a la “quiebra” del régimen —en el doble sentido que dio
Fontana 182 a este término.
Además de agudizar la crisis fiscal, la pérdida de las colonias del continente
americano planteó un gravísimo problema de balanza de pagos, ya que el desequilibrio
tradicional de la balanza comercial había venido saldándose exportando 275 millones de
reales anuales en plata importada de América 183, de modo que hasta que no se produjo
el ajuste comercial el desequilibrio hubo que saldarlo reduciendo la cantidad de efectivo
en circulación en el interior del país con el consiguiente efecto deflacionista, lo que
convirtió a la deuda exterior en un recurso estratégico que en 1823 alcanzó los 2.500
millones de reales. El fracaso del intento de Fernando VII de repudiar la parte de la
deuda externa contraída durante el trienio liberal se encargaría de demostrar la
vulnerabilidad financiera del Estado —absoluto o liberal— fuera de sus propias
fronteras: como afirmó López Ballesteros en 1824 "el reconocimiento de las deudas del
Estado es imprescindible para que éste pueda funcionar y acudir de nuevo al crédito si
las circunstancias así lo exigen" 184.
Un opúsculo de 1829, remitido a informe del Consejo de Estado, proponía un
plan para la solución del problema de la deuda 185 que prefiguraba el modelo
efectivamente adoptado más tarde, con algunas variantes, cuya comparación con la
reforma finalmente aplicada permite evaluar las diferencias entre el enfoque dado a la
cuestión en el ocaso del régimen Antiguo y en el alba del Liberal: la estimación del
monto total de deuda en circulación era de diez mil millones de reales, similar a la de
Canga Argüelles, cuantía que ha sido ratificada por las investigaciones de Fontana y
Artola 186, y que resulta coherente —habida cuenta de las emisiones ulteriores— con la
que finalmente resultaría convalidada en 1851. Oviedo proponía canjear toda esta masa
de títulos de diferentes clases por sólo dos: una con interés del 2,5% (que afectaría a
deuda por un valor de dos mil millones de reales, coincidentes básicamente con los 1,9
millones en vales emitidos por Carlos IV), y otra "sin interés", pero que habría de
percibir uno del 1,25% (lo que implicaba una quita media del 50% para este tipo de
deuda), constituida por los ocho mil millones de reales restantes. El servicio de la nueva
deuda ascendería, pues a 150 millones anuales pagados en intereses. Oviedo aducía el
ejemplo de los Países Bajos para proponer aquellos tipos de interés. La idea de inscribir
la "Deuda Real Española Consolidada" en un "Gran Libro" provenía de Nápoles y la de
la inembargabilidad, de Francia, de modo que la propuesta pretendía ser una síntesis de
lo que se estilaba en la Europa de la Reacción. El opúsculo comienza afirmando: "Todos
los Estados de Europa han liquidado totalmente su deuda desde la paz de 1814" y con el
arreglo se propone conseguir "la cooperación de ciertas clases que en el día acaso se
creerán perjudicadas". Esta doctrina fue asumida sin remilgos por el régimen liberal.
El plan de Oviedo declaraba también la inembargabilidad de las inscripciones de
la deuda resultante de la convalidación y combinaba este incentivo general para la
adquisición de la misma —contrario a la filosofía del nuevo Código de Comercio— con
una curiosa forma de desvinculación de patrimonios y conservación de mayorazgos que
consistía en poner en circulación los bienes vinculados convirtiendo las tres cuartas

182
Vid. Fontana (1971).
183
Vid. Fontana (1970).
184
Vid. Toboso (1997), p. 348.
185
Vid. M. M. de Oviedo (1829),
186
Vid. Pedro Tedde de Lorca (1985), p.173.

121
partes del valor vendido en deuda convalidada inscrita a nombre de la vinculación. Esta
idea había aparecido por primera en el Informe de Jovellanos 187, en el que se proponía
animar a los dueños de propiedades vinculadas a venderlas e imponer el producto en
fondos públicos 188. Uno de los cuatro decretos desamortizadores del 19 de septiembre
de 1798 había concedido por primera vez con carácter general “permiso y facultad a los
mayorazgos para enajenar los bienes afectos a vinculaciones,” siempre que colocasen
todos sus productos, con un interés del 3%, en la Caja de Amortización de Vales creada
por decreto de 27-I-1798 189, medida que se había tratado de impulsar en enero de 1799
“concediéndoles el favor de guardar ‘por vía de premio’ la octava parte del dinero
recibido, reconociendo la Caja la cantidad entera como deuda legítima de la corona y
pagando el 3% sobre esta suma, aunque sólo recibiera las 7/8 partes, con lo que
aumentaba, en efecto, el interés sobre el dinero recibido del 3 al 3,4%”. La medida
había suscitado la oposición de Godoy y de algunos miembros del Consejo de Castilla,
que consideraron “indecorosa” para las vinculaciones esta forma de estímulo 190 .
Además, Godoy no mostró gran confianza en la solvencia del régimen, ya que
temía que “los que hubiesen enajenado con aquel destino sus bienes vinculados,
arriesgasen su subsistencia en los azares que podía correr la deuda pública” 191.
Precisamente a guisa de remedio para esta eventual amenaza de encogimiento del
patrimonio vinculado, Oviedo proponía en su nuevo plan reforzar el mayorazgo,
autorizando a vincular bienes de libre disposición, previamente convertidos en deuda,
por un monto no superior a 100.000 reales de renta anual (erga omnes: en vinculaciones
nuevas, o agregadas a las existentes), de modo que el mecanismo permitiera integrar al
nuevo patriciado en el viejo estamento, que es lo contrario de lo que enseguida harían
los liberales. Antes de la vuelta de éstos al poder, López Ballesteros trató de realizar la
cuadratura del círculo, en un último intento de resolver el problema de la deuda sin
acudir a la reforma fiscal, volviendo a crear la Caja de Amortización. Ésta no cumpliría
todos los objetivos que le fueron marcados, pero sí consiguió recuperar la confianza de
los acreedores, de modo que la experiencia sirvió de ejemplo para la creación en 1836
de una Junta de Liquidación de la Deuda Pública que, tras las nuevas emisiones de
títulos para financiar la Primera guerra carlista, reconoció hasta 1839 deuda interior por
un monto total de 11.300 millones de reales (con unos intereses de 300, el doble de lo
propuesto por Oviedo diez años antes).
Su actividad dio paso a una etapa de capitalización y liquidación que concluiría
con la ley de Bravo Murillo de 1-VIII-1851. Esta Ley implicaba en realidad el
reconocimiento de la insolvencia del Estado, al establecer unilateralmente un arreglo
por el que, al mismo tiempo que se unificaba toda la deuda, sin distinguir entre interior
y exterior, en dos grandes clases (perpetua y amortizable), se aplicaban reducciones que,
en el caso de la deuda externa, imponían quitas de intereses entre el 40 y el 50% y
esperas de hasta 19 años. Pese a las protestas que tales quebrantos levantaron en las
principales plazas europeas, la decisión de cancelar la deuda amortizable —poniendo a
disposición de la Junta todos los frutos de la desamortización de las fincas y derechos
del Estado y de los bienes de propios de los pueblos— recuperó el crédito público,
reanimó automáticamente la Bolsa de Madrid y restableció parcialmente la confianza de

187
Gaspar Melchor de Jovellanos (1795).
188
Vid. Richard Herr (1971), p. 46.
189
Vid. Richard Herr(1971), p. 48, y Tedde, 1987, p. 175.
190
Vid. Richard Herr (1971), pp. 51-52 y 97.
191
Vid. Richard Herr (1971), p. 180.

122
los financieros extranjeros, como enseguida se pondría de manifiesto con las
inversiones en el ferrocarril. La operación de conversión y regularización se completaría
en 1869-70, reforzándola con la última oleada de la desamortización 192.

2.- La pesada herencia del Antiguo régimen para el crecimiento


económico moderno.
Puede decirse que la Revolución liberal española conservó buena parte de los
estigmas sociológicos del Antiguo Régimen, al llevarse a efecto expropiando el dominio
útil sobre la tierra de los campesinos y los municipios para convertir las viejas rentas en
propiedad mediante una simple convalidación de títulos, realizada por ley en 1837, sin
distinguir —porque en muchos casos resultaban indistinguibles— las rentas territoriales
de las señoriales, por mucho que estas últimas hubiesen quedado abolidas por las Cortes
de Cádiz.
Es cierto que la desvinculación de los mayorazgos, iniciada con la ley de 11-IX-
1820, y la substitución de los viejos censos por las nuevas obligaciones mercantiles,
realizada a través del nuevo Código de Comercio en 1829, privó a la nobleza del
privilegio que los deudores titulares del patrimonio inmobiliario habían venido
disfrutando frente a los acreedores titulares del capital prestado 193 y que tal cambio
desencadenó un proceso de ajuste en el que la práctica totalidad de las grandes casas
nobiliarias hubieron de desgajar parte de sus antiguos estados y venderlos para liquidar
sus deudas o repartirlos entre sus acreedores. Pero el proceso fue extraordinariamente
considerado: en 1841 se permitió realizar la desvinculación en dos fases (por mitades), y
la primera no comenzaría efectivamente hasta finales de los años sesenta. Las ventas o
cesiones masivas de patrimonio (al amparo estas últimas del concurso de acreedores
voluntario preventivo de la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil de 1881) sirvieron para
sanear los estados financieros de la nobleza, que se había endeudado alegremente
aprovechando la inflación de crédito de finales del XVIII y había experimentado graves
crisis de iliquidez (y, en menor grado, de insolvencia) tras las expropiaciones del
período bonapartista, la abolición de las rentas señoriales, la caída de precios agrarios
del primer tercio del siglo XIX y la renuencia de los campesinos a pagar rentas
territoriales hasta la década moderada.
La lentitud del proceso permitió a la nobleza diseñar confortablemente sus
estrategias de conservación patrimonial a lo largo de todo el siglo. En el caso
paradigmático de la casa Alba, la segunda fase del desmantelamiento no se
materializaría hasta después de 1890 194. Aunque casas como las de Osuna y Medinaceli
no pudieran escapar a la quiebra, las principales beneficiarias de la misma fueron otras
casas nobiliarias 195 y las que implementaron bien sus estrategias —realizando la
desvinculación en el transcurso de dos generaciones— salieron bastante bien libradas: la
de Alba cedió inmuebles por valor de cuarenta millones de reales —de los 133 en que se
habían valorado los bienes raíces desvinculados del mayorazgo— por convenio con sus
acreedores firmado en mayo de 1872, en el que los activos fueron valorados al 90% de

192
Vid. Toboso (1995).
193
Vid. E. Fernández de Pinedo, E. (1984).
194
Vid. M. Jesús Baz Vicente (1995), pp. 25-42.
195
Vid. F. Sánchez Marrollo, F., "(1995),. pp. 655-671.

123
su precio de tasación, tras haberse intentado la venta judicial y constatado que el
mercado de tierras se encontraba paralizado en ese momento 196.
La conexión entre propiedad inmobiliaria y poder político bajo el liberalismo
produjo la inmediata integración en la nueva oligarquía censitaria de la nobleza titulada,
estamento que contaba al final del Antiguo régimen con un censo total de 250 títulos,
cifra que se incrementaría en otros cien hasta el final de la Primera Guerra Mundial 197.
Esta integración pareció transmitir a la nueva oligarquía la ancestral aversión de la
nobleza hacia la fiscalidad, ya que a lo largo de todo el siglo XIX había de negársele al
nuevo Estado liberal una financiación mínimamente decorosa, tratando quizás de
heredar así la situación de que había disfrutado la nobleza en el Antiguo Régimen y
poniendo en práctica la estrategia de bloqueo ya ensayada durante el siglo XVIII para
impedir el establecimiento de la Única Contribución.
Además, el programa de desamortización diseñado por los ilustrados, en el que
la privatización de la tierra se dirigía a conseguir el objetivo de mejorar su
productividad —y, sólo como consecuencia de ella, los ingresos de la Hacienda—
quedó subordinado a una estrategia (explícita o, más bien, implícita) de concentración
del poder económico, olvidando el objetivo último, como tan acertadamente señalara
Álvaro Flórez Estrada, cuyo programa —inspirado en el Informe de Jovellanos, que
proponía ceder en censo enfitéutico las tierras desamortizadas de la Iglesia (§182) y de
los estados señoriales (§213)— habría de ser reivindicado por Canalejas 198 en 1902,
justamente al término del proceso desamortizador, en el momento de proceder a la
revisión de la vieja ortodoxia liberal de minimización del Estado, que le había dado
cobijo ideológico. Tal estrategia supuso un cierto avance hacia la maximización del
excedente agrario pero no optimizó la productividad del trabajo ni el producto per
capita, ya que para conseguir esto último la desamortización tendría que haberse
planteado como una verdadera reforma agraria, propósito que no entró —ni por
asomo— entre los objetivos de los que la realizaron 199.
Como desde 1803 se habían derogado las restricciones que impedían
anteriormente a los compradores realizar desahucios y cambios en los contratos de
arrendamiento preexistentes y se les había otorgado "libertad absoluta para hacer de
ellos lo que [tuviesen] por más conveniente" 200 , la consecuencia inmediata de la
desamortización fue un desplazamiento de la población anteriormente ocupada en las
actividades agrarias mucho más rápido que la formación de una demanda de trabajo
alternativa, debido a la lentitud del proceso de acumulación de capital productivo en los
sectores secundario y terciario, lo que provocó miseria, desempleo y emigración 201,
dado que a este desequilibrio vino a unirse el aumento de la oferta de trabajo derivada
del crecimiento demográfico, una vez superadas las crisis maltusianas. Los dos primeros
censos que permiten analizar estos movimientos son los de 1877 y 1887: en esos diez
años la población total creció un 5,6% (931 000 personas) mientras que la población
activa agraria se redujo un 3,8% (190 000 personas) y la del resto de los sectores sólo
aumentó un 1,4% (29 000 personas).

196
Vid. Baz (1995), p. 38.
197
Vid. J. Pro (1995), pp. 615-630.
198
Vid. Jose Canalejas Méndez, (1902).
199
Vid. J. García Pérez (1995), p. 166.
200
Vid. Richard Herr (1971), p. 53.
201
Vid. L. Lorente (1994),

124
Gráfico IV-1.A

CASTILLA: POBLACIÓN Y PRECIOS


PRECIOS-PLATA: medias móviles (33) centradas (BASE: 1620-79=100)

150

1820
1795
125

1850
1655 1625 100

1595
1695
1755 75
1580 1705
1725
50
4200 4300 4400 4500 4600 4700 4800 4900 5000 5100 5200 5300 5400 5500 5600 5700 5800
Miles

Las cosas debieron de suceder en un primer momento de acuerdo con el Diagrama IV:
Siglos XVIII-XIX (dibujado siguiendo la síntesis de Kaldor 202 sobre la teoría de la
renta de Ricardo): al final del siglo XVIII la presión demográfica había aumentado la
superficie cultivada y disminuido la productividad de la tierra hasta maximizar la renta
y eliminar el beneficio; la desamortización permitió concentrar la renta y el beneficio en
las mismas manos, de modo que, frente a la tradicional confrontación de estrategias
maximizadoras, los nuevos propietarios burgueses estaban interesados en aumentar

202
Vid. Nicholas Kaldor (1955).

125
indistintamente la suma de renta y beneficios; la conversión en dehesas o en cultivos
extensivos mediante la explotación directa de tierras anteriormente arrendadas permitió
elevar la renta y disminuir el coeficiente de trabajo por unidad de tierra como
consecuencia de una mezcla menos intensiva de cultivos (lo que en el Diagrama IV se
expresa comprimiendo en una tercera parte el volumen medio de salario contratado por
hectárea de tierra, de OS a OQ, y reduciendo en un 29% la superficie de tierra cultivada,
lo que sin duda es una exageración, sólo justificada por la visualidad gráfica).
Gráfico IV-1.B

POBLACIÓN E ICV EN ESPAÑA


250

1920
200
ICV: BASE: 1913=100

1930 1936

150

1910
100 1858 1890

50
15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26
MILLONES DE PERSONAS

La desamortización no fracasó en el objetivo de mejorar la productividad de la


tierra dedicada a actividades agrarias; antes al contrario. Según nuestro diagrama ésta
debió de aumentar desde T’C hasta TB (un 44%); lo que sucedió efectivamente puede
observarse en el gráfico IV-2: la cantidad de calorías producidas por cada hectárea de
tierra sembrada se multiplicó por algo más de dos a lo largo del siglo desamortizador y
por más de dos y medio, si nos referimos a la tierra efectivamente cultivada, como
consecuencia del empleo de nuevos fertilizantes y formas de rotación más eficaces. De
hecho, al desaparecer el problema de divergencia de incentivos entre agente y principal,
típico de la explotación tradicional, el aprovechamiento a corto plazo de la fertilidad
acumulada mediante la roturación de montes, primero, y la reinversión de los beneficios
a más largo plazo debió de permitir desplazar hacia arriba y hacia la derecha las curvas
de productividad, de modo que al final del siglo el coeficiente de trabajo empleado por
hectárea y la superficie sembrada pudieron volver a aumentar —hasta recuperar e
incluso volver a superar las magnitudes OS y OT’, respectivamente— manteniendo o
superando las productividades marginal y media del diagrama en el punto T. Y esto
parece que es lo que ocurrió realmente: en 1900 la población activa agraria había vuelto
a crecer en un 7,3% (355.000 personas) superando en 164.000 personas a la de 1877. De
la superficie dedicada a usos agrarios sólo sabemos que creció a lo largo del siglo, que
en 1900 era casi el 39,40% del total y que en 1930 había crecido hasta el 48,2%, de
modo que resulta verosímil suponer que ya estuviese creciendo en el último tercio del
siglo XIX.

126
Gráfico IV-2.A

En todo caso, lo que debió de aumentar desproporcionadamente es el producto


excedente, que, según nuestro diagrama, tan sólo durante la primera fase —sin
contemplar el ulterior desplazamiento de la curva debido a las mejoras tecnológicas y a
la mejor capitalización, ni la extensión de cultivos subsiguiente— habría pasado de la
superficie SECD a la QRBS’ (con un aumento del 52%) contribuyendo a facilitar el
tránsito desde el régimen maltusiano, con feedback negativo en la relación entre precios
y población —que se había registrado hasta finales del siglo XVIII (gráfico IV-1.A)—,
a la nueva dinámica que se observa en los gráficos IV-1.A y IV-1.B, caracterizada por
la ausencia de relación entre ambas variables. Se trata, sin embargo, de un tránsito
considerablemente complejo que afecta a las dos partes del binomio población-recursos.
Muñoz Pradas 203 ha estudiado la conexión a corto plazo entre los precios y las
principales variables demográficas y realizado una comparación entre esta dinámica
durante el Antiguo régimen y la del siglo XIX en Cataluña, que probablemente resulta
trasladable al conjunto de España, aunque con un cierto retraso, dado el adelanto de la
revolución industrial en Cataluña y el mejor acceso de la periferia al grano importado.
Este trabajo demuestra que la transición demográfica del siglo XIX se inició en
Cataluña substituyendo los frenos positivos (la mortalidad) por frenos preventivos (la
fecundidad y la nupcialidad) como mecanismo de ajuste entre la población y los
recursos. Esta es la primera vertiente de la transición, lo que implica que en el nuevo
régimen demográfico las principales variables endógenas son la nupcialidad y la
fecundidad, y la principal variable exógena los recursos disponibles (la población se
adapta a los recursos con carácter preventivo, sin presionar sobre los precios de los
alimentos), mientras que en el régimen antiguo aquellas funcionaban como variables
exógenas —junto al medio geográfico— y la mortalidad y los recursos como variables
endógenas (el excedente demográfico se eliminaba cuando se superaban los recursos
disponibles, lo que se manifestaba en fuertes tensiones de precios de los alimentos). En
el caso de España este nuevo equilibrio se tradujo en un crecimiento demográfico

203
Vid. F. Muñoz Pradas (1997).

127
considerablemente lento a lo largo del siglo XIX (con una tasa del 0,5% anual, frente a
un 1,2% en el Reino Unido), que aumentaría durante los tres primeros decenios del
siglo XX hasta una tasa de 0,8%.

Gráfico IV-2.B: Rendimiento (factor simiente) en cinco siglos.


(En la leyenda del eje horizontal figuran los rendimientos medios del siglo). 204
12
Rendimiento Trigo
Rendimiento Cebada
10
Rendimiento Centeno
Rendimiento Avena
8

0
SIGLO XVI: 5,3 SIGLO XVII: 3,9 SIGLO XVIII: 4,7 SIGLO XIX: 4,4 SIGLO XX: 9,6

Morineau 205 considera que la conexión causal entre revolución agrícola y


transición demográfica es poco menos que un mito cuando se descontextualiza el caso
inglés y se pretende aplicarlo como modelo al área mediterránea, ya que el censo
agrícola de 1840 indica que el rendimiento medio por hectárea cultivada en Francia fue
de 12,7 hectolitros (9,5 quintales) de trigo, lo que implica un factor 6 de multiplicación
de la simiente, que se sitúa en el punto inferior del orden de fluctuaciones del factor
simiente estimadas por Slicher van Bath para la zona que incluye a Francia, España e
Italia entre los siglos XVII y XIX (de 6 a 7, muy por encima de las cifras españolas que
figuran en el gráfico IV-2.B). Estas cifras no habrían de aumentar excesivamente
durante los cien años siguientes, ya que en 1930-39 el rendimiento se situó en 15,4
quintales/Ha. y el factor simiente en 7,5. Además, los rendimientos de 1840 son
sensiblemente parecidos a los de los períodos de rendimiento máximo en las primeras
mitades de los siglos XV a XVII y durante las alzas cíclicas desde comienzos del siglo
XVIII, que disminuían periódicamente durante las etapas de fuerte presión demográfica,
debido a una explotación más intensiva y/o llevada a cabo mediante roturaciones
temporales de tierras marginales, de modo que en realidad sólo podría hablarse de
revolución agrícola en Francia a partir del quinquenio 1960-1965 (cuando se duplicaron
los indicadores de 1930-39), casi siglo y medio después de iniciarse la transición
demográfica, coincidiendo con la Revolución 206.
Lo que resulta más significativo es la separación profunda y persistente entre
los rendimientos de las regiones situadas al nordeste de las situadas al suroeste de una
línea imaginaria que uniera las ciudades de Les Sables d'Olone —en la costa atlántica,
204
Gutiérrez Bingas (1993).
205
Vid. Michel Morineau (1970).
206
Vid. Jacques Dupâquier (1970).

128
al sur de Nantes— y Longwi, en la frontera con Luxemburgo (incluyendo a Alsacia y
Lorena en el primer grupo): mientras que en el norte algunos departamentos obtenían en
1840 rendimientos de más de 20 hectolitros por Ha. (próximos a los que se asocian con
la revolución agrícola en Inglaterra, Holanda y Bélgica), más de la mitad de los
departamentos situados en la zona suroeste rendía menos de 12 hectolitros, con algunos,
como Lot-et-Garonne, que registraban rendimientos de 6,8 hectolitros por hectárea.
Aunque no pueda hablarse de determinismo geográfico, parece evidente que las
condiciones climatológicas y del medio son si cabe más duras y estrictas en el conjunto
de la península ibérica que las de la amplia zona francesa situada al suroeste de la
mencionada línea.
Pues bien, los datos recogidos por el GEHR 207 permiten afirmar que la
productividad media por Hectárea de superficie agraria dedicada al cultivo de trigo en
España entre 1891 y 1900 era de 7,4 Qm. (9,9 Hl.) y en 1930 se había elevado a 9,3 208
Qm. (12,4 Hl.), sensiblemente igual a la de la zona de referencia francesa un siglo antes
y, si esta zona experimentó la misma progresión del conjunto durante el siglo siguiente,
los rendimientos españoles se situarían en los años treinta un 23% por debajo de los de
la mitad suroeste de Francia. Como se observa en el gráfico IV-3 —en el que todos los
datos son medias móviles decenales—, la progresión más rápida de los rendimientos se
produjo durante el decenio 1895-1905, año este último en que ya se situaron en 9 Qm..
/Ha. (12 Hl.), debiéndose el crecimiento de la producción hasta 1930 fundamentalmente
al aumento de la superficie utilizada: entre 1895 y 1905 el rendimiento creció un 22% y
la superficie un 10%; en cambio entre 1905 y 1930 el rendimiento sólo creció un 3% y
la superficie un 22%; en conjunto, entre 1895 y 1930 la producción de trigo creció un
65% (un 25% el rendimiento y un 32% la superficie).
Gráfico IV-3

España: cultivo de trigo


Rendimiento y superficie agraria
9,5

4,4
9

8,5
4

8
3,6
7,5
Qm./Ha. (Izda.) Millones Has. (dcha)
7 3,2
1895 1900 1905 1910 1915 1920 1925 1930
Nota: m edias m ¢viles decenales centradas

207
Vid. Albert Carreras, (Coord.), 1989, pp. 106-108.
208
El informe del Banco Mundial de 1962 constató que el rendimiento medio por Ha. durante el período
1954-58 fue de 9,7 Qm, casi igual que en 1930. Sólo Logroño (con 17,3 Qm. y 23 Hl.) alcanzaba en esta
fecha un rendimiento superior al francés de 1930-39 y al de la revolución agrícola. Por encima de 13 Qm.
sólo estaban Álava, Gerona, Córdoba y Segovia: Vid. Banco Mundial (1962), cuadro D. 5, p. 458.

129
Así pues, si la revolución agrícola no precedió, sino que siguió, al cambio
demográfico en Francia (lo que podría extenderse a toda la zona mediterránea), y si,
como ha demostrado Fogel 209 el 85% del descenso de la mortalidad registrado en
Francia entre 1785 y 1870 no se debió a otra cosa que a una mejor alimentación ¿cómo
se explica la superación del techo maltusiano, que había venido deteniendo
periódicamente durante siglos el crecimiento de la población, y el rápido crecimiento
del siglo XIX? La respuesta en general no es otra que la del aumento de los
intercambios comerciales. En el caso francés, este nexo adquirió la máxima visibilidad
durante el primer año de aplicación del tratado franco-británico de comercio de 1860
(vigente formalmente hasta 1881 y de facto hasta 1892), en que la importación francesa
de granos pasó de 22 millones de francos en 1860 a 360 en 1861 y a 158 en 1862, para
caer a 5,3 en 1863, todo ello en relación inversa a la magnitud de las cosechas de trigo
en el país. Este Tratado es el que introdujo por primera vez la cláusula de nación más
favorecida y —aunque no fue nada en absoluto parecido al régimen de libertad de
comercio establecido en Inglaterra desde 1825— es considerado como el mecanismo
desencadenante del sistema internacional de comercio, ya que fue seguido de otros con
Bélgica, Prusia —extendido en 1862 al Zollverein— Italia, Suiza, Suecia, Noruega,
Meckllenburgo, España (en 1865), Holanda, Austria, Portugal y los Estados Pontificios.
A mediados de la década, EE.UU. era el único socio comercial relevante al que Francia
aplicaba la tarifa arancelaria general. El Tratado aceptaba la importación libre de
derechos de las materias primas y de la práctica totalidad de los productos alimenticios
(manteniendo una tarifa muy baja para los cereales) y vino a sustituir el régimen
prohibicionista de intercambios anterior por otro moderadamente proteccionista, que
redujo los aranceles del 80% de las importaciones francesas en cinco años hasta un
máximo del 25%, afectando a todos los productos manufacturados y reduciendo más los
aranceles de la maquinaria que los de las manufacturas textiles, dado que los costes de
transporte de la época ya establecían una protección natural del orden del 30% para el
equipo más pesado 210, que se reduciría a la mitad entre 1870 y 1910.
O'Rourke et alia 211 estudiaron el proceso de convergencia de las ratios
salarios/renta de la tierra entre el viejo y el nuevo mundo derivado de la formación del
sistema internacional de comercio. Su estudio demuestra con carácter general que la
ratio norteamericana —que había sido muy elevada hasta 1870, por causa de la dotación
relativa de factores, con escasez de trabajo y abundancia de tierra libre— se redujo a la
mitad entre ese año y 1913 (y algo parecido sucedió en Argentina), mientras que las
ratios europeas se dispararon: se multiplicaron por 5,5 en Irlanda, por 2,7 en Inglaterra
y por 2,3 en los países nórdicos. El estudio demuestra que la intensidad de la
convergencia dependió del nivel de liberalización del comercio exterior en cada país, ya
que, frente a las cifras anteriores, pertenecientes a países "escasamente proteccionistas",
en Francia la ratio se multiplicó por 2,0 y en Alemania por 1,4. La palanca que impulsó
la convergencia de los precios de los factores fue la convergencia de los precios de las
mercancías, provocada por el avance del comercio internacional. La evidencia empírica
aportada en este trabajo viene a ratificar las conclusiones a las que llegaron Heckscher y
Ohlin entre 1919 y 1924 —basadas en la observación de lo ocurrido durante el medio
siglo precedente— según las cuales un régimen abierto de intercambios tiende a la
ecualización de los precios de los productos porque impulsa la especialización

209
Vid. Robert Fogel (1997).
210
Vid. Marcel Rist (1970), pp. 286-314.
211
Vid. K. H. O’Rourke et al. (1996), pp. 499-530.

130
comercial de los países en los productos que hacen mayor utilización de los factores de
los que están mejor dotados, lo que en términos relativos aumenta su demanda —y su
precio—, al mismo tiempo que reduce la demanda —y el precio— de los factores más
escasos. En los países menos proteccionistas de Europa los precios de los factores
escasos (tierra y primeras materias) se abarataron y los de los más abundantes se
encarecieron (el trabajo, el capital y el beneficio de los empresarios). Esto lo observó
Ohlin en relación a la invasión europea de grano proveniente de ultramar, que “aumentó
el precio de la tierra en Australia y lo redujo en Europa, al mismo tiempo que permitió
moderar los salarios australianos y elevar los europeos”, y cambiar la estructura de la
producción agropecuaria desde actividades productoras a consumidoras de granos —
como sucedió en Dinamarca—. Es así como se desencadenó el proceso de convergencia
de la productividad del trabajo y de la renta per capita que —pese a la interrupción de
los años treinta y cuarenta del siglo XX, por causa de la vuelta al proteccionismo—
continuaría a lo largo de todo el siglo entre el grupo de países que más tarde
constituirían la OCDE. Cabe añadir que en Irlanda, Noruega e Italia la emigración
ultramarina contribuyó poderosamente a la ecualización de salarios (O'Rourke 2016). 212
España es el único país de los estudiados en este trabajo que no se incorporó al
proceso de convergencia y en el que la ratio se redujo (hasta un 66%, al comparar 1913
con 1870). La anomalía se debió, precisamente, al nivel de protección arancelaria, que
(dentro de un contexto generalmente proteccionista: O'Rourke, 2016) en 1913 era el
más elevado del conjunto de países estudiado por O’Rourke et alia: el 43% para el trigo
y el 34% para las manufacturas. Y algo parecido cabe decir de la escasa participación de
España en el proceso de integración de los mercados financieros —visible ya en 1890—
que permitió reducir los tipos de interés en los países importadores de capital y
aumentarlo en los exportadores 213. El país quedó apeado del avance global por la
conjunción de intereses de la oligarquía terrateniente y los industriales de la periferia.
Estos últimos supieron medir la amenaza de la escisión nacionalista para dar pretexto al
gran giro proteccionista exigido por los grandes propietarios de tierras frente a la
invasión de grano ultramarino: de hecho, la aplicación práctica del Acuerdo de
comercio Hispano-Francés de 1865 hubo de esperar a la adopción del Arancel Figuerola
de 1869 —cuya base quinta preveía la entrada en vigor progresiva— y al proyecto de
acuerdo bilateral de 1882. Sin embargo, la agitación desencadenada en Cataluña por el
Fomento de la Producción Nacional, de Bosh y Labrús, abortó este intento de apertura
y, en convergencia con la Liga Vizcaína de Productores, de Pablo de Alzola —inspirado
éste por la “alianza del centeno y el hierro”, patrocinada por Bismarck—, impidió el
acuerdo comercial con Gran Bretaña de 1885 y cualquier otro avance, para acabar
imponiendo el Arancel ultraproteccionista de 1906.
Que la ratio española salario/renta de la tierra no se modificase lo más mínimo
antes de la Gran Guerra constituye un excelente indicador de la posición relativa de los
asalariados y los propietarios de tierras durante la etapa de la Restauración, por mucho
que la retórica proteccionista tomase siempre a la defensa del trabajo nacional como
primer pretexto para la protección. A ello vendría a unirse enseguida el proceso de
cartelización de toda la producción que acompañó al sistema proteccionista y que haría
pagar la ineficiencia productiva con la expropiación del excedente del consumidor.

212
En cambio, entre 1860 y 1914 la emigración desde España a ultramar fue de 60 000 personas/año en
términos netos, lo que suponía una merma anual de 3,3 por cada 1 000 habitantes (Eiras 1991/15), una
tercera parte de la tasa irlandesa.
213
Ibid., pp. 503-505.

131
Cambó trataría de racionalizar el arancel de 1922 apelando a la necesidad de reservar el
mercado nacional para conseguir economías de escala 214, pero el umbral mínimo para
aprovecharlas venía a ser cuatro veces el tamaño del mercado español 215, aunque estas
estimaciones no fuesen accesibles en aquella época y las motivaciones para adoptar una
u otra política tuviesen que ser otras.
Naturalmente, la adopción de una política económica de mercados abiertos y con
fuertes niveles de competencia sólo se adoptó allí donde la élite dirigente compartía una
ética que, no por ser obstinadamente individualista, dejaba de primar las realizaciones y
el avance colectivos, al seleccionar y ratificar como legítimos un conjunto de medios
para la consecución del beneficio económico que obligaba a optimizar la producción y
la tecnología y a transferir valor hacia el consumidor. En cambio “todo el sistema de
principios éticos difundidos por la tradición anticompetencia en España —que, como ha
escrito Fraile, se apoyó siempre en la ortodoxia católica, desde Balmes y Donoso Cortés
hasta la Doctrina Social de la Iglesia— ayudó a solidificar la creencia en la desventaja
moral del mercado frente a la intervención, y a promover, por tanto, su rechazo
colectivo” 216. Se trata de una ética fundada en la piedad compasiva, pero que nunca
reparó en la ineficiencia colectiva de los medios empleados para acumular poder
económico y rentas.
Prados (2009) 217 ha estimado en 0,3 puntos porcentuales la reducción que habría
experimentado la tasa de crecimiento de la renta per cápita si se hubiera adoptado el
proteccionismo entre 1850 y 1873. En cambio, de haberse mantenido el grado de
apertura e integración internacional vigente durante la etapa anterior, entre 1884 y 1913
la tasa habría aumentado en 0,1 puntos. En ambos casos la simulación contrafactual
imputa la responsabilidad de tales variaciones al aumento (y disminución,
respectivamente) de las disponibilidades de capital, cuyo stock habría crecido 1,4 puntos
porcentuales menos en la primera etapa (en que creció a una tasa anual del 3,9%), y en
0,3 puntos porcentuales adicionales durante la segunda (frente al 2,4% efectivo).

3.- “El santo temor al déficit”, o una aplicación avant la lettre de la


política monetaria de Hayek.
Volviendo a la relación entre población y precios de los gráficos IV-1 (A y B), la
ausencia de inflación a lo largo de todo el siglo XIX no se debió exclusivamente a la
superación de la restricción maltusiana y a la nueva dinámica población/recursos. Estos
son los factores reales, pero vinieron a combinarse con una política monetaria y
financiera cuyos objetivos habrían de subordinarse a la estrategia de concentración de
riqueza en manos de la nueva oligarquía. En efecto, durante el primer tercio del siglo la
deflación fue provocada por la interrupción de la llegada desde América de metal
monetizable, al mismo tiempo que se amortizaban títulos de deuda (aunque se emitiera
deuda exterior). Como desde finales del siglo XVIII estos títulos se habían convertido
en medios de pago habituales —con la excepción del comercio minorista y del pago de
salarios y pensiones del Estado—, el esfuerzo por estabilizar y apreciar el valor de la
deuda en esta primera etapa del siglo constituyó en realidad una forma de política
monetaria restrictiva que drenaba liquidez en el mercado del dinero, acentuando con

214
Vid. Pedro Fraile Balbín (1998).
215
Vid. Albert Carreras (1997), p. 55.
216
Vid. Fraile Balbín (1998), p. 211.
217
Tabla 1

132
ello la deflación y la recesión. Posteriormente, la clasificación y convalidación de la
deuda antigua, iniciada por las Cortes de Cádiz y ultimada en 1851 (aunque la parte que
se declaró diferida sólo se haría efectiva a partir de 1870), no solucionó el problema
central que atenazaba al crédito público 218, pero debió de tener el efecto no perseguido
de producir la entrada paulatina en circulación de una masa de medios de pago que
anteriormente habían llegado a caer en desuso. En 1850, cuando comienza la serie de
Comín 219, la deuda pública total en circulación ascendía a 3.900 millones de pesetas, de
los que 1.567 eran deuda exterior y 2.333 interior (9.332 reales), lo que implica que
desde 1839 se había reducido en un 17,5%. Hasta 1861 continuó reduciéndose, pero la
caída de casi 500 millones es imputable sobre todo a la deuda externa (que ascendía ese
año a 1.138 millones de ptas.), ya que la reducción a la mitad de la deuda interior
amortizable (que era de 586 millones en 1861), se vio compensada por un crecimiento
similar de la deuda perpetua (que ascendía a 1 782). A partir de ese año, el objetivo de
estabilización pareció conseguido y se inició una nueva etapa de crecimiento, tímido al
principio pero incontenible después: la cifra de 1861 se duplicó cada siete años, hasta
alcanzar un nuevo máximo de 14.300 millones de ptas. en 1878, situación insostenible
que daría lugar a un nuevo arreglo: el de Camacho de 1882, que vino a confirmar el
carácter incalificable (“de la más oprobiosa naturaleza”) de la deuda española en las
bolsas europeas 220.
Pero en el interior era otra cosa porque, aunque de cotización muy volátil, la
deuda era prácticamente el único activo disponible en las bolsas españolas y se admitía
por su valor facial en las subastas desamortizadoras, de modo que jugaba un papel
crucial como activo líquido financiero en manos del público. Para evaluar su
importancia, piénsese que en 1865-66 su cuantía triplicaba la del conjunto de la oferta
monetaria (M1), que era de 1.510 millones de pesetas. Esta última no se duplicaría hasta
1900, en que alcanzó la cifra de 3.250 Mptas. (Ibíd. pp. 143 y 147), equivalente a la
cuarta parte de la deuda en circulación ese año. 221 De modo que en términos de política
monetaria hasta 1861 la paulatina apreciación de valor de los títulos significó, de facto,
un aumento de la masa de medios de pago efectivos, y esta apreciación relativa estuvo
relacionada a lo largo de todo el siglo con el grado de cumplimiento de los programas
de saneamiento presupuestario —periódicamente interrumpidos por los gastos de
guerra— y por la capacidad de los gobiernos para pagar los intereses o respaldar los
títulos en circulación con activos que les sirviesen de contrapartida.
En síntesis, a lo largo del siglo XIX el valor total efectivo de la deuda en cada
momento —distinto de su valor facial— debió de comportarse homeostáticamente
respecto al cuerpo de la economía: a la hora de suministrar liquidez al público, la
reducción del gasto presupuestario y el rigor de la política monetaria se habrían visto
compensadas por la revalorización proporcional de la deuda en el mercado (o sea, con

218
Vid. Toboso (1995), p. 347.
219
Vid. Carreras (Coord.) (1989), p. 447.
220
Vid. Gabriel Tortella, (1994), p. 161 y ss.
221
Prados (2009), sintetiza en cuatro gráficos la evolución de la política monetaria, la deuda, la inflación
y el crédito: la M2 pasó de representar la quinta parte del PIB en 1882-83 a la cuarta parte en 2013,
aunque en 1898-99 experimentó un máximo llegando a superar el 35% (fig. 10). Para la deuda, las cifras
relativas son 70 %, 75 %, 130 % (fig. 11). La política deflacionista alcanzó su paroxismo durante el
decenio 1885-1895, que registró cinco ejercicios con deflactores negativos, tres de ellos del orden del -8%
(Fig. 12). De ahí que durante el último decenio del siglo XIX el diferencial de tipos de interés españoles
respecto a los continentales fuera de 300 puntos básicos (3%) y de 100 durante el decenio que precedió a
la Gran Guerra (Fig. 13).

133
un descenso en su rendimiento), consecuencia de la activación periódica de la
desamortización y la privatización de bienes, derechos, actividades y servicios; y
viceversa: el aumento del déficit, financiado con nuevas emisiones, habría depreciado el
valor efectivo de la masa de medios de pago en circulación, dosificando este valor,
como sucede en un sistema abierto con retroacción negativa 222. Además esta forma de
financiar los gastos del Estado —con la contrapartida de proporcionar una forma fácil
de colocación de capitales— generó un volumen de rentas por pago de intereses que
durante los últimos años del siglo XIX y comienzos del siguiente fue similar en cuantía
—e incluso superior algunos años— a la nómina total de gastos del Estado en sueldos y
salarios, constituyendo desde mediados del siglo pasado hasta 1935 la segunda partida
en importancia del presupuesto.
El objetivo de esta estrategia fiscal, monetaria y financiera no era otro que el de
facilitar la concentración de la propiedad de los activos del país en manos de la nueva
oligarquía. El manejo del problema de la deuda garantizaba un flujo constante de oferta
de tierras desamortizadas, que llegó al mercado regularmente a lo largo de todo el siglo,
evitando la formación de burbujas inmobiliarias, ya que a las ventas de bienes
nacionales había que añadir el dinamismo en los intercambios de tierras desvinculadas.
Por sí sola, la desamortización debió de afectar al 14% del territorio nacional 223,
dividiéndose el valor de los remates casi por mitades entre las dos partes del siglo, con
una concentración máxima de las ventas en los períodos 1836-1849 y 1859-1867, según
las estimaciones de Nadal 224. En lo que se refiere a los precios, parece descartable que
las tierras se malvendiesen. Herr 225 calculó que en las desamortizaciones realizadas
hasta 1808 el promedio de los precios vino a multiplicar por diecisiete el rendimiento
bruto —sin deducir gastos— obtenido en 1793 (y por 30 el rendimiento de 1750), lo
que significa unos tipos brutos de capitalización del 6% (del 3% respecto a 1750). A la
misma conclusión llegaban Gómez Oliver y González Molina 226 respecto a los precios
de los remates en las subastas de bienes nacionales durante todo el siglo XIX, que
estuvo determinado por la capitalización de la renta a los tipos de interés usuales en el
mercado.
Esto se aplica también a los remates pagados con títulos, descontando en ambos
casos para realizar los cálculos el efecto de la depreciación de la deuda. Sensu contrario,
así se demuestra también que los títulos de la deuda siempre tuvieron un activo
inmobiliario que respaldó efectivamente su valor de cotización; esto es, el mercado
primario de la deuda (minorista) pudo ser ruinoso, pero el secundario (mayorista)
constituyó siempre una lucrativa forma de inversión inmobiliaria. Y la oligarquía
española —censitaria o caciquil— del siglo XIX y del primer tercio del XX fue
fundamentalmente una clase de propietarios de fincas —rústicas o urbanas— y de
cortadores de cupón: según Ceballos Teresi 227 la inversión de capitales entre 1901 y
1930 ascendió en España a 61 077 millones de pesetas (descontando las hipotecas, para
evitar doble contabilización), más del 60% de las cuales se destinaron a propiedad
inmobiliaria (34,9%) y a valores públicos (25,6%), y tan sólo un 28,4% a inversión en

222
Xavier Tafunell ofrece una comparación entre los rendimientos medios de la deuda perpetua interior
española y la de Francia, Italia y Gran Bretaña (1857-1899). Vid. Carreras, (Coord.) (1989)., p. 473.
223
Vid. García Pérez (1995), p. 156.
224
Vid. Jordi Nadal (1970).
225
Vid. Richard Herr (1971), pp. 77-79.
226
Vid. M. Gómez Oliver y M. González Molina (1995), pp. 199-222.
227
Vid. Jose Ceballos Teresi (1931-1933), vol. VII, p. 419.

134
sociedades (con un 11,1% invertido en seguros y en el crecimiento de las cuentas de
ahorro).
Gráfico IV-4
Tipo de cambio medio
Desviación paridad-oro y Ptas/Franco
40 140

30 Par-oro (Izda.) 130


Ptas/Fco (Dcha.)
20 120

10 110

0 100
1901 1902 1903 1904 1905 1906 1907 1908 1909 1910 1911 1912 1913 1914

En una sociedad gobernada por este género de animal spirits, la inflación fue
siempre vista como el peor de los males. Prácticamente el único punto de coincidencia
entre los políticos y los ministros de Hacienda de todos los partidos dinásticos en
materia de política económica consistió en la necesidad de preservar por encima de todo
la estabilidad de precios y la cotización de la moneda. La peculiaridad monetaria
española consistió en adoptar tempranamente —aunque de forma vergonzante— un
sistema monetario con patrón fiduciario desde la creación de la peseta en 1868 —o más
bien desde el abandono del patrón oro en 1873 y la emisión en exclusiva de billetes por
el Banco de España a partir de 1874.
Lo paradójico fue que la mayor flexibilidad de este sistema no se utilizó para
estimular el desarrollo, sino que la política monetaria fue siempre extraordinariamente
restrictiva: entre 1865 y 1900 la oferta monetaria sólo creció a una tasa anual del 2,2%,
muy inferior a la de los países más adelantados 228, encorsetando el crecimiento
económico, de modo que el país tuvo que soportar todos los inconvenientes de no
pertenecer a uno de los dos grandes sistemas monetarios —la Unión Monetaria Latina y
el patrón oro— pero no aprovechó ninguna de sus ventajas. El resultado fue que,
partiendo de niveles muy bajos, el PIB creciera entre 1873 y 1930 a una tasa anual del
1,1% 229 y la renta per capita a otra del 0,5% (ya que la población creció al 0,6%). Las
crisis de confianza exterior interrumpían periódicamente el suministro de crédito y el
déficit crónico de la balanza abocaba a la devaluación, pero ésta no servía para relanzar
el comercio exterior, sino que se combatía con denuedo utilizando una mezcla de
políticas que parecían extraídas de un manual keynesiano, sólo que haciendo en cada
caso lo contrario de lo prescrito, frenando con ello el crecimiento.

228
Vid. Tortella, El desarrollo de la España contemporánea..., cit., pp. 137-149.
229
Tomando como indicador del PIB el promedio entre las series estimadas por Carreras y Prados de la
Escosura. Vid. Leandro Prados de la Escosura, Spain’s Gross Domestic Product, 1850-1993:
Quantitative Conjunctures, Universidad Carlos III, Working papers 95-05 y 95-06 (Appendix), 1995,
Table E-i: series RTVLPE58 y RTCAR58. En estimaciones más recientes, Prados (2009) eleva el
crecimiento del PIB per cápita entre 1850 y 1950 a una tasa anual del 0,8%, imputando la cuarta parte del
mismo al crecimiento del capital humano (Tablas 1 y 2).

135
Gráfico IV-5

Peseta y deuda interior


Cotizaciones en la bolsa de Madrid
1 90

0,95
85
0,9

0,85 80

0,8
Fcos/Pta (Izda.)
75
0,75 Deuda (Dcha.)

0,7 70
1900 1901 1902 1903 1904 1905 1906 1907 1908 1909 1910 1911 1912 1913 1914

Villaverde combatió la caída de los cambios y de la cotización de la deuda que


siguió a la Guerra de Cuba con un presupuesto de consolidación para el año 1900,
cerrado con superávit, y con un empréstito de liquidación de la deuda interior, que
quedaría cubierto 24,7 veces, señal de que había demanda monetaria insatisfecha (para
la deuda exterior se ofreció su conversión voluntaria en deuda perpetua interior, y pudo
canjearse con un 10% de bonificación). Su plan de estabilización era creíble porque iba
acompañado de una política tendente a reimplantar el patrón oro para recuperar el tipo
de cambio de la peseta y, aunque los sinsabores provocados por la lucha para implantar
esta política draconiana acabaron con su vida en 1905, el gobierno Echegaray la
continuaría, proclamando el consenso bipartidista en torno al “santo temor al déficit” y
avanzando en el camino hacia la consecución de la paridad monetaria y la circulación
oro de la peseta, que Ceballos Teresi 230 celebraba y consideraba inminente en el verano
de 1914, a la vista de la evolución reflejada en el gráfico IV-4.
La apreciación fuerte de la peseta respecto a las principales monedas se
consiguió en 1906 —debido sobre todo, según Ceballos, 231 a la conversión de deuda
exterior en pesetas para evitar el estampillado, o afidávit, que obligaba a identificar al
titular—, lo que catapultó la cotización de la deuda perpetua interior hacia un techo
histórico (gráfico IV-5) entre 1909 y 1912, que obligó a adoptar el arancel Salvador —
que se denominó del hambre—. Los políticos regeneracionistas pensaban que era
necesario un cirujano de hierro para ejecutar la “política conveniente”, porque se trataba
—como suele suceder en estos casos— de una política al mismo tiempo impopular, por
lo costoso, e inadecuada por sus efectos.
La economía política de la España de la Restauración y el primer tercio del siglo
XX no ha sido analizada, en mi opinión, evaluando el tipo de intereses que salieron
mejor librados con los resultados de la aplicación de la política económica, con relación
a los que hubieran producido otras políticas accesibles a los policy-makers del
230
Vid. Ceballos Teresi (1931-1933), vol. I, p. 458.
231
Vid. Ceballos Teresi (1931-1933), I, p. 193.

136
momento. Como alternativa a la efectivamente adoptada no podemos apelar, desde lo
que hoy sabemos, a una política económica keynesiana avant la lettre —por
extemporánea—, sino al abanico de posibilidades que estaban al alcance de cualquier
observador medianamente avisado sin más que leer la prensa de los países vecinos. Pues
bien, el gráfico IV-6 ilustra la abierta divergencia entre las políticas monetarias y de tipo
de cambio adoptadas por Francia y Gran Bretaña al término de la Gran Guerra: la
política inglesa, dictada por la City, era apropiada para un país exportador de capitales,
con una industria manufacturera que ostentaba todavía el máximo nivel de
competitividad exterior y que practicaría una política librecambista hasta la Gran
depresión.
Gráfico IV-6

Tipo de cambio
Franco y Libra respecto a Peseta
100 100
Francos viejos/Peseta

Libras/1000 Ptas.
10

10

Frs. Lbs.
0,1 1
1868 1878 1888 1898 1908 1918 1928 1938 1948 1958

Dejando a un lado el caso alemán —cuyas peculiares características y el pago de


las “reparaciones” condujeron a la hiperinflación de la posguerra—, Francia financió la
reconstrucción apelando al banco emisor y practicando una política monetaria muy laxa,
que implicaba la depreciación del franco pero fomentaba las exportaciones y contenía
las importaciones, aunque con ello se perjudicase a los rentistas, al caer la cotización de
los valores franceses. Cuando el franco se estabilizó en 1926 había perdido un 80% de
su valor de preguerra, lo que viene a medir la cuantía de las pérdidas en que incurrieron
las clases medias francesas, representadas por el radical-socialismo, que, sin embargo,
supieron asumir el golpe con un grado razonable de estoicismo cuando les fue propuesto
por el gobierno burgués de Poincaré. 232
La política española eligió la opción inglesa. La fuerte inyección de liquidez
derivada del superávit de la balanza durante la guerra elevó considerablemente todos los
agregados monetarios entre 1914 y 1920, y con ellos el nivel general de precios, lo que
se tradujo en una fuerte depreciación de la peseta con respecto a la libra —aunque no
con respecto a las monedas continentales— y de la cotización de la deuda perpetua
interior, que ascendía ese año a 9.593 millones de pesetas (obsérvese en el gráfico IV-7

232
Vid. Charles E. Maier, La refundación de la Europa burguesa, MTSS, colección Historia social,
Madrid (de la cuarta edición revisada en inglés, de 1981), p. 456 y ss.

137
la estrecha relación entre los movimientos de estas dos cotizaciones a partir de la
guerra). La depreciación de la deuda interior española fue de un 11% entre 1914 y 1921,
año en que la caída se detuvo, habiendo perdido un 21% respecto a su nivel máximo de
1909, lo que suponía el 7,7% de la renta y el 0,9% de la riqueza nacionales estimadas
por Ceballos Teresi para el año 1919 (I, p. 511-512).
Gráfico IV-7

Deuda y Tipo de cambio


Cotización Deuda perpetua y Libra/Pta
90 55

Deuda
Cotización deuda (%)

45

Libras/1000 Ptas
Libra
80

35

70
25

60 15
1900 1905 1910 1915 1920 1925 1930 1935

Esto es lo que resultaba insoportable para las clases dirigentes españolas —


incluido el financiero Cambó, que actuaría enseguida como Ministro de Hacienda
tratando de alcanzar una síntesis de políticas corporativistas, empezando por el arancel
que lleva su nombre. La política monetaria adoptada se dirigía obsesivamente a drenar
liquidez y a recuperar en lo posible los precios y el valor de los títulos de preguerra,
pero tuvo que contentarse con estabilizar unos y otros, ya que el enrarecimiento de la
liquidez —que se tradujo en un crecimiento anormal de la velocidad del dinero
(M1) 233— provocó recesión, paralización de la industria y la construcción y un fuerte
conflicto social, que Primo de Rivera aprovechó para tomar el poder, tratando de imitar
el tipo de políticas prometidas en Italia por Mussolini (aunque éste llegase al Gobierno,
también en 1923, a través de las urnas, no mediante el pronunciamiento militar).
En materia monetaria y de deuda pública, la política fascista italiana consistió en
la adopción del patrón oro y en una drástica revalorización de la deuda, de modo que
este país fue el único en Europa que acompañó a Inglaterra en la vuelta al patrón oro,
pero mientras en este último caso con ello se lograba preservar el poderío exterior de la
City, en el caso italiano de lo que se trataba era de devolver a las capas medias el poder
financiero interior, erosionado por la inflación. Calvo Sotelo aplicaría el mismo
programa en España, aunque el Informe de la Comisión presidida por Flores de Lemus
y el miedo a incurrir en déficit excesivo de la balanza de pagos evitasen la adopción del
patrón oro, pero la cotización de la libra aumentó de nuevo y la deuda perpetua casi
llegó a recuperar en 1928 el nivel de 1914 (se apreció un 10% desde 1921). Cabe
233
Vid. Gabriel Tortella, Los orígenes del capitalismo en España..... Op. Cit. p. 326 y ss.

138
afirmar pues en España, como Maier lo ha hecho para la Italia del primer Mussolini, 234
que el estado corporativo de Primo de Rivera fortaleció el poder financiero de las capas
preindustriales, en el mismo momento en que Alemania y Francia transferían este
poderío desde las viejas capas medias a las nuevas oligarquías industriales.
Gráfico IV-8

Deuda del Estado


Cotización en la Bolsa de Madrid y rentabilidad
Rentabilidad P. I. 4% Rentabilidad Am ort. 5%
6,5
100

Rentabilidad en %
6
Cotización en %

90 Cotización: Amortizable 5%

5,5
80

70 5
Perpetua interior 4%

60 4,5
1900 1905 1910 1915 1920 1925 1930 1935

El propio Flores de Lemus se encargaría de explicar ante la Asamblea Nacional


de la dictadura la arquitectura del juego de composición de intereses que todo ello
implicaba, tratando de racionalizar un puzzle en el que encajaban perfectamente un
patrón oro asumido de forma vergonzante —al estilo de las políticas actuales de
currency board— y el arancel ultraproteccionista. Como él mismo afirmaba: “El
Gobierno no se va a quebrar mucho la cabeza para saber cuál es la opinión de la
Asamblea: vamos a hacer un arancel proteccionista. La cosa es tan clara que, aun
echando a reñir todos los intereses económicos, no se puede oscurecer” 235. En realidad,
no se trataba de otra cosa que de la traducción española del tipo de acuerdos
corporativos formulados por Mussolini en 1925 bajo el slogan de la "alianza de la siega
y el hierro" 236.
Así pues, los políticos españoles del siglo XIX y del primer tercio del siglo XX
habían entendido muy bien algo sobre lo que Keynes no había reflexionado demasiado
cuando publicó A Treatise on Money, en 1930 —porque la política estrictamente
financiera no le interesaba más que para su especulación particular, ya que estaba
sumergido en el problema intelectual y político del crecimiento y en las fluctuaciones de
la actividad económica real—. Eso es algo que Hayek utilizaría ampliamente en su
polémica contra la escuela de Cambridge, denunciando la incapacidad de Keynes para
entender que no existía inconsistencia alguna entre la correlación extraordinariamente

234
Vid. Maier, La Refundación......, op. cit., caps. VI y VIII.
235
Para las características de esta política corporativista, vid. A. Espina, (comp.), Concertación Social,
Neocorporatismo y Democracia, MTSS, 1991, pp. 13-50. El discurso de Flores se reprodujo en “Sobre el
problema Económico de España. Un debate en la Asamblea Nacional”, ICE, Agosto, 1962, pp. 100-102.
236
Vid. Maier, La Refundación......, op. cit., p. 682.

139
ajustada observada por Gibson durante un período de más de cien años entre los tipos de
interés —medidos por la rentabilidad de la deuda inglesa consolidada—, el nivel de
precios —medidos por el índice de precios al por mayor— y el teorema de Fisher sobre
la relación entre el tipo de interés y la apreciación o depreciación del valor de la
moneda: 237 mientras para Keynes la evidencia de Gibson corroboraba su teoría, para
Hayek —y para el propio Fisher— esa era la mejor prueba del teorema, ya que “en el
caso de un valor con vencimiento a largo plazo, la venta antes de la fecha de
vencimiento no implica el cumplimiento del contrato...; por el contrario..., como la
cuantía del último pago está dada, el comprador ofrecerá naturalmente menos
[cotización por el título] si espera que descienda el valor de la moneda” 238.
Ciertamente, se trata de las reglas que rigen el comportamiento financiero: en el
gráfico IV-8 se observa adicionalmente que en el caso español a la deuda perpetua
emitida al 4% se le exigió en determinados períodos una rentabilidad superior a la de la
amortizable emitida al 5% en 1900, como consecuencia de la evaluación del mayor
riesgo de impago. La diferencia entre los enfoques de estos dos grandes economistas
estriba en que, mientras Keynes estaba interesado sobre todo en el empleo y el
crecimiento (y sólo en esa medida estudiaba los mercados monetarios), Hayek lo estaba
en la observación distanciada de los comportamientos del mercado monetario (y en el
poder relativo de los rentistas y ahorradores, como ha hecho siempre la escuela
austriaca). La experiencia acumulada desde entonces ha obligado a sopesar de forma
equilibrada ambas perspectivas: de ahí la grandeza del debate sostenido por las dos
escuelas. Solow 239 sintetizaba la posición neokeynesiana de finales de siglo afirmando
que una política monetaria responsable está obligada a explorar cuál pueda ser la tasa de
desempleo neutral o natural de la economía, y a hacerlo a tientas, abandonando
cualquier dogmatismo, empleando el método de prueba y error y persiguiendo dar el
máximo impulso al crecimiento, sin comprometer por ello un grado razonable de
estabilidad de precios; estabilidad que quedó definida por Paul Volcker como “una
situación en la que la gente corriente no tiene expectativas de crecimientos de precios al
hacer sus inversiones y tomar decisiones sobre su propia vida” 240.
En cambio, cuando en enero de 1931 el Gobierno Berenguer anunció la
convocatoria de Cortes y la propuesta de estabilizar por ley la cotización de la peseta —
precisamente en el momento de cambio más bajo respecto a la libra, antes de que ésta
abandonase el patrón oro para combatir la depresión— los círculos financieros de
Madrid, representados por Ceballos, se afirmaban dispuestos a “acudir prestamente y en
todos los alcances y actividades asequibles a nuestros medios de todo género, y en todas
partes, a impedir que llegue a consumarse, que pueda tener efectividad ese intento
desaforado inoportuno e ineficaz de la estabilización legal de la peseta, cuyos
preliminares ya producen sonrojos de intervenciones de extranjería en cosa de tan
suprema característica de soberanía e independencia nacional como es la moneda, cuyo
corte o alteración por el mismo Estado constituiría la mayor calamidad pública de

237
Vid. Irving Fisher, Purchasing Power of Money, 1911 (reimpreso en 1985: Kelley, N.Y.).
238
Vid. F. A. Hayek, “Reflections on the Pure Theory of Money of Mr. J. M. Keynes; 2ª parte”,
Económica, vol. 12, nº 35, febrero, 1932, en The Collected Works of F.A. Hayek, vol. 9: Contra Keynes
and Cambridge, editado por B. Caldwell, The University of Chicago Press, 1995, p. 191.
239
Vid. Robert Solow y John B. Taylor, “Inflation, Unemployment, and Monetary Policy”, MIT Press,
1999.
240
Vid. R. Alcaly, “He’s Got the Whole World in His Hands”, The New York Review of Books, vol.
XLVI, nº 15, octubre 1999, pp.35-39.

140
nuestra época y el impulso más decisivo de la ruina y el aniquilamiento del país” 241. En
cambio, el objetivo propuesto por Ceballos en el mes de mayo a la naciente República
consistía en “ir patrióticamente a la restitución a la vida práctica, en tiempo y sazón, de
nuestra vigente Ley de Moneda de 1868, con exclusión absoluta de ese diabólico
exotismo de la estabilización legal... que no se implantará jamás..., porque equivaldría a
tanto como a decretar o legislar el poder público la revolución social en España. 242 La
obra de Ceballos constituye un verdadero manual de economía aplicada —inspirada en
la escuela austriaca— para la España del primer tercio de siglo y es la mejor síntesis —y
la más influyente— de la ortodoxia de la política económica prevaleciente en la época:
no sorprende que su público fueran los lectores de “El Financiero”, del que era director.

4.- La calidad de las instituciones como prerrequisito del mercado.


El funcionamiento del mercado se basa en primer lugar en la existencia de un
grado razonable de certeza en el cumplimiento de las obligaciones voluntariamente
asumidas por cada una de las partes en sus “tratos y contratos”, como afirmaba Tomás
de Mercado en uno de los primeros manuales con que contó la biblioteca de los
economistas españoles. El segundo prerrequisito consiste en la existencia de un
conjunto de reglas mínimas: la delimitación clara de los derechos de propiedad y la
seguridad en el disfrute de la misma; la posibilidad de exigir el cumplimiento de las
obligaciones a un coste y esfuerzo razonables; procedimientos de extinción de las
mismas en caso de incumplimiento; un grado mínimo de transparencia sobre los
derechos y las obligaciones que afectan a los participantes en el mercado.... etc. etc. La
base mínima para todo ello es que la existencia de estas reglas sea explícita, que todos
los participantes las conozcan o tengan acceso fácil a ellas y que todos las respeten, por
voluntad propia o porque existen medios para obligar a hacerlo. Sin esa confianza
mínima y ese conjunto de reglas básicas los intercambios de mercado no pueden
desarrollarse 243. Incluso bajo los supuestos del modelo puro de funcionamiento del
mercado neoclásico —el definido por Arrow y Debreu—, la existencia misma de éste
depende en última instancia de que no todos los agentes actúan impulsados por la
motivación de la maximización de la utilidad individual y orientados por el mecanismo
de los precios. Arrow es quien definió mejor esta restricción fundacional:
“Los sistemas de propiedad no son autónomos sino que dependen en su
definición de toda una constelación de procedimientos legales, civiles y penales.
La evolución de la legalidad tampoco puede ser contemplada como algo
derivado del sistema de precios. Los jueces y la policía deben ser remunerados,
pero el sistema mismo desaparecería si estos agentes tuvieran que estar
vendiendo en cada momento sus servicios y decisiones. De modo que la
definición de los derechos de propiedad basados en el sistema de precios
depende precisamente de la no universalidad del sistema de precios y de
propiedad privada... El sistema de precios no es universal, y probablemente en
un sentido profundo no puede serlo. En la medida en que es un sistema
incompleto debe estar complementado por un contrato social implícito o
explícito” 244.

241
Vid. Ceballos Teresi, La realidad económica y financiera de España....., cit., vol. I, p. 13.
242
Vid. Ceballos Teresi, La realidad económica y financiera de España....., cit., vol. III, p. 10.
243
Joseph Stiglitz, (1999).
244
Vid. Arrow, (1972), citado en Stiglitz: “Whither Reform?...., op. cit.

141
Pues bien, el panorama que acabamos de examinar —y, con mucho mayor
motivo, el de los llamados siglos de oro de la monarquía de España 245— constituye
probablemente la mejor prueba contrafactual de estas aseveraciones. Allí, el monarca
era el máximo exponente de la autoridad política, del que emanaba la Ley, por mucho
que ésta se hiciese con el Consejo y, más raramente, con el consentimiento de las
Cortes 246. En su nombre se impartía la justicia, incluso la que había sido delegada en los
señores, convertidos, a su vez, en jueces y parte interesada. Pero el monarca actuaba
también como un agente más en el mercado financiero, persiguiendo la obtención de la
máxima utilidad para la consecución de sus propios fines y renunciando al papel de
garante máximo del cumplimiento de las obligaciones de los particulares. Al hacer
dejación de unos atributos y obligaciones públicas en los que resultaba insustituible la
monarquía de los Habsburgo se convirtió en el principal obstáculo para el desarrollo
económico de Castilla. El abuso de su posición ambivalente, actuando en el mercado y
sobre el mercado, acabó por destruir el sistema financiero español y dejó malparadas las
finanzas continentales. Y como el sector financiero y bancario actúa como “el verdadero
cerebro de las economías, seleccionando a los utilizadores más eficientes de los recursos
ahorrados; monitorizando el uso de los mismos; minimizando el riesgo; proporcionando
liquidez, y distribuyendo información” 247, su destrucción retrasó en más de un siglo el
proceso de crecimiento económico europeo y, especialmente, el español. Si la amenaza
creíble de quiebra es para Stiglitz 248 uno de los fundamentos del funcionamiento del
mercado y la parte más delicada del mismo, la implicación personal de la autoridad
política en el sistema financiero conducía a un círculo vicioso ya en tiempos del
emperador pues, como afirmaba Carande 249:
“¿Quién medianamente informado siquiera se atreverá a poner cortapisas a las
deudas del emperador?; ¿quién pretenderá cerrar el balance de aquella hacienda
endeudada y empeñada, como el mismo Emperador con patetismo la califica en
las cartas que dirige a su hijo”.
En parte este tipo de problemas no empieza a resolverse realmente hasta el siglo
XXI, ya que es ahora, tras las crisis sucesivas de los mercados emergentes y de las
economías en transición en el último decenio del siglo XX y de la Gran recesión del
primer decenio del siguiente 250 cuando se puso de manifiesto la necesidad de practicar
una supervisión bancaria y financiera capaz de evaluar la solvencia de los acreedores
soberanos —incluidos aquellos que disfrutan de mayor presencia en el escenario
internacional— y de actuar en consecuencia. Hasta este momento, ni siquiera el acuerdo
de Basilea de 1988, por el que se reguló el consumo de capital bancario en cada tipo de
crédito internacional, preveía su aplicación en caso de que el prestatario fuera un Estado
soberano de la OCDE. La moratoria parcial del servicio de los bonos Brady anunciada
por Ecuador el 26-IX-1999 fue la primera suspensión unilateral de pagos
internacionales de un país soberano aceptada por el FMI que no interrumpió el flujo de

245
Vid. Espina (2001b).
246
Vid. Miguel Artola, La monarquía de España, Alianza, 1999.
247
Vid. Joseph Stiglitz, “More Instruments and Broader Goals. Moving Toward the Post-Washington
Consensus” The 1998 Wider Annual Lecture (Helsinki), 7 de enero 1998, accesible en
http://www.worldbank.org/knoledge/
248
Vid Stiglitz, “Wither Reform.”, op. cit.
249
Vid. Ramón Carande, El Crédito de Castilla en el precio de la política imperial, Discurso leído ante la
real Academia de la Historia el día 18 de diciembre de 1949, p. 34.
250
Véase Espina (2010).

142
financiación exterior, a condición de que el país entablase una negociación “de buena
fe” con sus acreedores (algo que no aceptaría Argentina hasta 2016).
Pero sin pretender soluciones perfectas, la quiebra del Antiguo Régimen y la
Revolución liberal dio pie en buena parte de los países que hoy componen la OCDE al
abandono de las viejas prácticas y a la edificación de sistemas institucionales y de
política económica que, impulsando la iniciativa y el éxito individuales, obligaban a
perseguirlo proporcionando a cambio bienestar al mayor número, como afirmaba la
doctrina utilitarista.
En cambio, la estrategia continuista de las Cortes de Cádiz en materia de deuda y
la avaricia fiscal del liberalismo decimonónico español —en conjunción con la opción
subóptima de desamortización— redujeron considerablemente el margen de maniobra
en la adopción de las decisiones estratégicas de la política económica a lo largo de todo
el siglo (especialmente las políticas bancaria, de transportes y minera), que estuvieron
generalmente hipotecadas por la insuficiencia fiscal y por la necesidad de contraer y/o
renovar periódicamente empréstitos exteriores, ya que los frutos del programa de
privatizaciones (que, además de incluir la desamortización de la tierra y de los restantes
derechos patrimoniales de todo tipo de corporaciones, incorporó más tarde el derecho a
la explotación del subsuelo, e incluso de los ferrocarriles) no alcanzaron para hacer
frente al peso del pasado y para financiar al mismo tiempo las inversiones en
infraestructuras, sin las que la movilización del excedente agrario no hubiera resultado
económicamente viable, y mucho menos para financiar un sistema mínimamente
solvente de formación de capital humano.
El lento proceso de crecimiento económico a lo largo del siglo XIX se explica en
buena medida porque la inadecuada provisión de bienes públicos situaba a España en el
cuadrante inferior de la curva de Laffer 251, y la falta de correspondencia entre actividad
privada y dotación de externalidades constituyó el más serio límite para el propio
crecimiento de los bienes privados. El estudio comparativo de Tedde 252 indica
claramente la anomalía española (acompañada de Italia) en esta materia: antes de la
Gran Guerra el único concepto en que el gasto público (medido en libras por habitante)
resultaba equiparable al de los otros grandes países de Europa era el servicio de la
deuda, cuyo crecimiento fue similar al del conjunto de las obligaciones del Estado, que
se duplicó entre 1901 y 1930. En Instrucción pública era la cuarta parte del de Inglaterra
y la tercera del de Alemania y Francia —aunque entre 1901 y 1930 se multiplicó por
11— y en fomento de la producción se gastaba menos de la décima parte que Francia.
En infraestructuras, durante la segunda mitad del XIX el mayor esfuerzo fue hacia el
ferrocarril: Artola estimó que en el decenio de los sesenta las compañías ferroviarias
consumían por sí solas el 50% del presupuesto de Fomento 253, de modo que se llegó a
1901 con un desequilibrio heredado que consistía en que frente a 13.186 Km. de red
ferroviaria (incluidos los de vía estrecha) sólo había 45.653 de carreteras (incluidas las
vecinales), lo que arroja una exigua ratio de 3,5 Km. de carretera por uno de ferrocarril.
El desequilibrio trató de superarse durante el primer tercio del siglo XX, aunque el
intento tuvo escaso éxito, ya que en 1930 la ratio sólo había subido a 4,6 (16 700 Km.

251
Vid. Joseph Stiglitz (1986), p. 149.
252
Vid. Tedde (1985).
253
Vid. F. Comín et al., 1998, I, p. 94.

143
de FF.CC. por 77 500 de carreteras), porque hasta 1930 la hipoteca ferroviaria siguió
pesando sobre el presupuesto. 254
Ciertamente, en esta materia no cabe hablar de insuficiencia de oferta de bienes
públicos, sino de todo lo contrario y de inadecuación entre la variedad de bienes
públicos ofrecidos y los demandados. Es aquí donde se puso de manifiesto más
claramente la falta de autonomía en la toma de decisiones estratégicas. Esta falta de
autonomía había conducido a mediados del siglo XIX a un exceso de anticipación, que
acabaría provocando un enorme desequilibrio entre el crecimiento del ferrocarril —que
es tan sólo uno de los sectores suministradores de "capital fijo social" (CSF), cuya
eficiencia exige además un adecuado complemente de inversión en carreteras 255— y el
de las "actividades directamente productivas", sectores que compiten por el uso del
capital con armas desiguales. Esta competencia la ganó en España el ferrocarril, hasta el
punto de que nuestro caso constituye, según Tortella 256, un ejemplo paradigmático del
modelo pendular de desarrollo económico enunciado por Hirschman 257. El problema es
que este modelo de desarrollo, liderado por el sector CSF, no contaba apenas con
enlaces en España y sí en Francia: la producción francesa de acero, que había avanzado
muy lentamente hasta 1850, multiplicó por cuatro su producción en los veinte años
siguientes, hasta alcanzar los cuatro millones de Tm. 258, y la Societé des Batignolles
encontró en España una de sus primeras áreas de internacionalización durante los años
sesenta. 259. Probablemente la alternativa óptima no consistía en adoptar el modelo de
ferrocarril público del centro y el norte de Europa —para el que España todavía no
estaba preparada industrialmente— sino el modelo liberal anglosajón. Pero, ya que
decidió adoptarse el modelo francés, al menos debería haberse aprendido de la

254
Para el contexto histórico deben estudiarse detenidamente los exámenes críticos de John Majewski,
sobre la obra clásica de Albert Fishlow: (http://eh.net/book_reviews/american-railroads-and-the-
transformation-of-the-ante-bellum-economy/) y de Lance Davis sobre la de Robert W. Fogel:
http://eh.net/book_reviews/railroads-and-american-economic-growth-essays-in-econometric-history/.
Tras un examen detallado de ambas aportaciones, Peter D. Mcclelland (“American Growth, and the New
Economic History: A Critique”) concluyó que la cuestión sigue siendo un “misterio no resuelto”:
https://campus.fsu.edu/bbcswebdav/users/jcalhoun/Courses/Growth_of_American_Economy/Chapter_Su
pplemental_Readings/Chapter_16/McClelland-
Railroads_American_Growth_and_the_New_Economic_History.pdf .
Algo así parece haber sucedido con la renovación ferroviaria del ferrocarril que significó el AVE. En el
caso de España, el mejor informe disponible es el de Abalate y Bell (2015) que, sin embargo, no hace
(porque no puede hacerse, dada la incertidumbre acerca del futuro) una evaluación a largo plazo de las
consecuencias de la apertura de una nueva frontera ni de la ventaja competitiva adquirida a través del
liderazgo tecnológico-industrial. En cualquier caso, la síntesis de aquel debate realizada por Fogel (1979)
constituye una pieza única de rigor y honestidad intelectual acerca de las limitaciones del conocimiento
económico para evaluar cuestiones, que afectan de forma sistémica al avance social
255
En 1861 se invirtieron en carreteras 43,6 millones de pesetas. Fue un año máximo, ya que la cifra no
volvería a alcanzarse hasta los años ochenta. Pero en 1876 el Estado había gastado en FF.CC. 900
millones (45 al año, desde 1856). (Vid Comín-Martín Aceña: 150 años de Historia....., op. cit., vol. I, pp.
64 y 100). No sorprende que cuando las líneas entraron en funcionamiento no tuvieran gran cosa que
transportar.
256
Vid. Gabriel Tortella, Los orígenes del capitalismo en España. Banca, industria y ferrocarriles en el
siglo XIX, Tecnos, 1973.
257
Vid. Albert Hirschman, The Strategy of Economic Development, Yale University Press, 1958 (versión
española en FCE, México, 1961).
258
Vid. Claude Fohlen, "The Industrial Revolution in France", en Rondo Cameron (ed.), Essays in French
Economic History .... , op. Cit. pp. 201-225 (p. 211).
259
Vid. Caron, François, en Cameron (1970), p. 327.

144
experiencia del país vecino y evitado incurrir en sus mismos errores, planificando y
controlando el proceso, limitando las garantías de rentabilidad ofrecidas a las empresas
y marcando los ritmos de las concesiones y las restricciones para maximizar la aparición
de enlaces. Esto es lo que trató de hacerse en Francia, en donde hasta 1880 lo habitual
fue la congestión del tráfico y el exceso de demanda de transporte y, tras la crisis
financiera de 1882 —seguida de la Convención entre el Estado francés y los
ferrocarriles, de 1883— se obligó a éstos a economizar al máximo en la construcción y
a asumir directamente el riesgo de sobreinversión en relación al volumen de tráfico 260.
Los agobios del crédito público obligaron a adoptar un modelo de financiación
de infraestructuras parecido al que se conoce actualmente como “alemán” o de “peaje
en sombra”, cediendo la financiación, la construcción y la gestión a un grupo de
compañías privadas por acciones cuyos principales accionistas controlaban también a
los principales suministradores de material ferroviario —hasta el punto de que el
ferrocarril español constituyó durante todo el siglo XIX una especie de enclave de la
industria siderometalúrgica francesa—. Además, los primeros ferrocarriles se
financiaron inmovilizando a muy largo plazo los depósitos a la vista de un sistema
bancario incipiente que había sido regulado entre 1855 y 1856, al mismo tiempo que la
normativa específica de sociedades ferroviarias, y que contaba con dos ramales: los
bancos de emisión y los de inversión, denominados sociedades de crédito. El abuso del
privilegio de emisión y las alegrías ferroviarias harían sucumbir al sistema bancario
emergente al cabo de diez años, presa del primer movimiento de pánico, al no haber
mantenido coeficientes de reserva adecuados ni contar con el apoyo de un prestamista
de última instancia ni de una doctrina aplicable en tales casos. Esta doctrina sólo se
encontraría disponible en realidad a partir de 1873, tras la publicación de Lombard
Street por W. Bagehot 261, de modo que la crisis financiera de los años sesenta y el credit
crunch subsiguiente vendrían a agravar el problema del trade-off entre los sectores CFS
y ADP: entre 1855 y 1890 la inversión ferroviaria total ascendió a 3.750 millones de
ptas. algo menos de la mitad de las cuales provenían del interior, mientras que el resto
era inversión extranjera. 262
La contrapartida del exceso de inmovilización de capital en que se incurrió fue
su escasa eficiencia, traducida en bajos rendimientos y en la necesidad constante de
subvenciones. Porque, contra el criterio liberal de José María Orense —que abogó por
el modelo angloamericano, con concesiones a perpetuidad de las líneas y plena
responsabilidad de las compañías en la gestión del negocio— la ley de febrero de 1850
había descartado la opción belga de ferrocarriles públicos y adoptado la francesa, mixta,
en la que el Estado se reservaba la tutela y se comprometía a asegurar el interés de los
capitales invertidos, mientras que los particulares financiaban, construían y gestionaban.
El Partido progresista exigió someter las concesiones a un plan general que obligase a
examinar en cada caso la consistencia de cada proyecto con relación a la planificación
de necesidades previamente establecida 263, aunque los moderados preferían dejar el
tema abierto. La Ley definitiva, de junio de 1855, adoptó formalmente la propuesta
progresista: declaró el ferrocarril servicio público, las tarifas máximas las fijaba el
Estado, las concesiones habrían de otorgarse por ley y las líneas se subastaban y se
concedían generalmente al postor que pedía menos subvenciones y garantizaba la

260
Ibíd., pp. 322-28.
261
Vid. Walter Bagehot (1873).
262
Vid Comín-Martín Aceña: 150 años de Historia....., op. cit., vol. I, p. 66.
263
Ibíd.

145
máxima celeridad en la puesta en funcionamiento. Pero los criterios que prevalecieron
en la aplicación de la Ley fueron realmente los moderados de la Unión Liberal, lo que
permitió a los políticos del turno pujar —con la mayor inconsciencia hacia el futuro, sin
la menor consideración hacia la relación entre coste y beneficio, y para mayor alegría de
los constructores y suministradores— por llevar el ferrocarril hasta el último rincón,
jugando con las concesiones como un instrumento más del sistema clientelar y caciquil
de compra de voluntades 264. Además, el procedimiento de concesión facilitaba la
utilización de la influencia política en la fase inicial, de negociación con los poderes
locales de las expropiaciones y el tendido, y en la lucrativa fase de la construcción, para
ceder las líneas a las grandes compañías tan pronto comenzaba la explotación y se
demostraba que el negocio resultaba financieramente inviable, sistema que alimentaba
la corrupción política bajo la apariencia del negocio más benemérito del momento. 265
En suma, la principal diferencia entre el ferrocarril español y el de Estados Unidos fue
que aquí nunca se reconoció la quiebra del negocio originario, quiebra que dio lugar en
ultramar a los pánicos financieros de 1857 y 1873, que obligaron a los grandes bancos
de negocios —y especialmente a John Pierpont Morgan— a dirigir la reestructuración
financiera subsiguiente para sanear sus balances y darles una nueva oportunidad (fresh
start), libres ya del peso del pasado 266. Como se ve, la posición de los keynesianos
ingleses (y la de Milton Friedman) en la “controversia de Cambridge” sobre la teoría del
capital 267 había tenido una aplicación temprana en Estados Unidos. Su aplicación en
España habría ahorrado también muchos problemas.
Pero en España las cosas ocurrieron de otra manera: aquí el capital de las
Compañías ferroviarias se trató al estilo neoclásico (como si fuese masilla
permanentemente moldeable y recuperable) y figuró siempre intacto, hasta la última
peseta del capital invertido —incluidos los 350,5 millones de pesetas invertidos
oficialmente por el Estado hasta 1901 a título de subvenciones de capital, que
significaban el 11,8% del total y que encubrían en realidad unas aportaciones que
Tortella 268 estima próximas al 50% del capital desembolsado, sólo hasta 1867—, cuyos
dividendos —modestos pero regulares— se pagaron siempre religiosamente y cuyo
principal, tras la quiebra de los años treinta, acabaría siendo expropiado, nacionalizado
e indemnizado a su “justo precio” tras la guerra civil para constituir la RENFE, que por
una ley de 1943 pagó las acciones y obligaciones de las Compañías a precios por
encima de su cotización en el mercado 269. Y mientras llegaba este momento, sus valores
—así como las obligaciones ferroviarias con las que el Estado financió buena parte de
las subvenciones— vinieron a engrosar la masa de títulos de renta cuasi-fija que pesaba
sobre la balanza que presionó siempre en favor de una política monetaria y fiscal de
cuentas saneadas —aunque se consiguiesen utilizando el régimen de trampa adelante,
del que hablaba Carande refiriéndose a Carlos V— y de apreciación del tipo de cambio
de la divisa.

264
Véanse las evaluaciones finales de todo el proceso realizadas en los años treinta por Jaume Carner e
Indalecio Prieto en Comín-Martín Aceña: 150 años de Historia....., op. cit., vol. I, p. 311 y ss. Estas
operaciones se asemejan a algunas prácticas realizadas durante los primeros quince años del siglo XXI.
265
Ibíd, p. 57.
266
Vid. J. Strouse (1999).
267
Vid. Quarterly Journal of Economics (1966), Para la posición de Friedman (1968), pp. 1-17.
268
Vid. Gabriel Tortella, Los orígenes del capitalismo en España..... Op. Cit.
269
Vid Comín-Martín Aceña: 150 años de Historia....., op. cit., vol. II, p. 32 y ss.

146
Conclusión
La alternativa obvia a la política monetaria restrictiva que se siguió en España
hasta la llegada de la II República era la combinación de una política tributaria
razonable, una política monetaria libre de cualquier obsesión por el tipo de cambio y la
liberalización progresiva del comercio exterior. El ejemplo lo teníamos ahí al lado: una
combinación de políticas como ésta es la que permitió a Francia disfrutar de un
crecimiento de la renta por habitante incomparablemente superior al español —y al
italiano —, como señala Gabriel Tortella 270 utilizando las estimaciones de Prados. Esa
alternativa no habría dañado los intereses de los sectores industriales, antes al contrario,
ya que la cotización libre de la peseta en el mercado habría proporcionado un nivel de
protección efectiva tan considerable como la del arancel, pero modulada en razón de la
competitividad alcanzada en cada momento, habría impulsado la exportación y
abaratado los precios de los factores de producción y de los productos alimenticios
importados, lo que habría tenido consecuencias también favorables sobre el nivel de
vida obrero y suavizado la exigencia de subidas salariales. En cambio, la vía adoptada
en España hizo que el peso del sector exterior en la economía española resultase exiguo
y que su volumen —medido en Tm.— tan sólo se multiplicase por 1,3 entre 1901 y
1930 271, año en que no representaba más que un 25% del valor de la Renta
Nacional 272.
Si no se siguió esa alternativa fue pura y simplemente porque habría perjudicado
los intereses de las clases rentistas, cuya influencia sobre el sistema político era
ampliamente mayoritaria, aunque cabe preguntarse por qué no se discutió, ni siquiera
llegó a presentarse formalmente, lo que apela a las deficiencias del sistema político y a
la ignorancia. Que se sepa, la única crítica económicamente bien fundada y sólidamente
argumentada a la política económica ortodoxa vigente hasta entonces fue la del joven
Manuel de Torres 273, para quien “la intervención oficial, ayudada por una situación
favorable de la balanza de pagos, hizo descender rápidamente el cambio —de la libra—
y el resultado lógico fue la crisis arrocera [de 1927]”. Además, en la medida en que el
descenso del nivel exterior de precios prosiguiera —fruto de las políticas contractivas de
los gobiernos de entreguerras, y especialmente la británica, denunciada por Keynes
como responsable de la crisis de 1929 y de la recesión subsiguiente—, Torres anunciaba
que en España “toda acción que se emprendiera para rebajar rápidamente el cambio
habría de afectar gravemente a la coyuntura agrícola” 274.
Pero el propio autor se quejaba de que ni siquiera en la Conferencia Nacional
Arrocera de 1927 fueran conscientes del problema y que “las conclusiones estuvieran en
oposición manifiesta a los supuestos en que debieran descansar”, ya que se consideraba
que la única solución habría de venir de una elevación del consumo interior, mientras
Torres estimaba que para que el mercado nacional absorbiera el excedente de arroz el
consumo per capita habría de crecer en un 40%, lo que sólo resultaba factible con una
caída del precio de proporciones formidables 275. El freno a la actividad exportadora
derivado de la política oficial de tipo de cambio se veía complementado por el carácter
270
Vid. Tortella, El desarrollo de la España contemporánea..., cit., p. 198.
271
Vid. Ceballos Teresi, La realidad económica y financiera de España....., cit., vol. VII.
272
Vid. Tortella, El desarrollo de la España contemporánea..., cit., p. 308.
273
Vid. Manuel de Torres (1930), p. 75.
274
Ibíd. p. 69.
275
Ibíd pp. 71-72.

147
extraordinariamente restrictivo de “la política del descuento seguida por el Banco de
España a partir de 1922, y muy singularmente desde 1925. En estos años el Banco
restringía los descuentos en extraordinaria proporción y, operándose los descuentos a
través de las cuentas corrientes, se reduce el movimiento de las cuentas en mayor
medida que los saldos medios, por la sencilla razón de que las cantidades descontadas
salen inmediatamente del Banco. Efecto natural de lo anterior es la reducción de la
velocidad de circulación, reducción que no responde a la actividad de los negocios, sino
a la política del Banco” 276. Finalmente, Torres proponía en el último capítulo de su
obrita una estrategia, alternativa a la corporativista para conseguir la prosperidad de la
clase obrera valenciana, basada en este caso en el avance económico y en la pujanza del
comercio y la industria de la provincia, receta que obviamente era aplicable a toda
España.
Probablemente la respuesta a la pregunta sobre los fundamentos de la política
económica y financiera de la Restauración —continuación de la que, de un modo u otro,
se había venido desarrollando desde la Ilustración— es que la mezcla corporativista de
políticas que se ofreció a unos y otros resultaba más confortable que la política
alternativa para el escaso número de agentes que tenían voz en el estrecho mundo de la
política liberal dinástica (y mucho menos en la de la corte ilustrada). Un bloque que
incluía, por definición, a los poderes locales, a los que, a cambio de los bienes
desamortizados se les había entregado deuda y que a partir de la Gran guerra trató de
incluir en aquella síntesis, a través de los tímidos ensayos de reforma social, los
intereses del todavía escaso número de trabajadores industriales que ya disponía de un
empleo. El problema fue que —como predice la teoría keynesiana sobre la no
neutralidad de la política monetaria 277— el proyecto resultó de nula ambición de cara al
crecimiento de la riqueza, el empleo y el bienestar de la mayoría. Cuando se hizo
posible el debate abierto, a partir del advenimiento de la democracia en 1931, la
preferencia obvia por el tipo de política defendida por el “keynesiano” Manuel de
Torres se vio lastrada en su aplicación porque esta alternativa había quedado
temporalmente anulada: la depresión había provocado el colapso de los intercambios
internacionales y la vuelta al proteccionismo, empezando por Inglaterra con el
beneplácito del propio Keynes. Y cuando esta política volvió a recuperar su viabilidad,
España todavía se encontraba sumergida en el modelo político diseñado por Alfredo
Rocco para Mussolini a mediados de los años veinte. Habría que esperar a 1959 para
que las ideas de Torres comenzasen a abrirse camino de nuevo, aunque tortuosamente,
hasta su plena recuperación a partir de la vuelta a la democracia en 1978.

276
Ibíd p. 83.
277
Vid. Ball, L. y D. Romer (1991), vol. 1, pp. 59-86.

148
5.- A modo de balance gráfico y numérico: Medio
milenio de precios y salarios
Los gráficos y cuadros B-I a B-XII sintetizan de manera clara y distinta, aunque parcial,
más de medio milenio de historia económica de España, particularmente desde el
nacimiento de Carlos de Gante hasta la desaparición de la Segunda República española,
prolongando el período de observación hasta nuestros días en los últimos cuadros y
gráficos, lo que permite extrapolar en cierto modo lo que hemos venido diciendo, pero
sin asumir la tarea de explicar la fenomenología histórica subyacente a los últimos
setenta y cinco años representados aquí y no analizados en profundidad en el texto
precedente. De modo que este balance gráfico permite también echar un vistazo a ojo de
pájaro a la historia más reciente, aunque sin comprometernos a dar explicaciones más
profundas, que quedan para otros lugares o ya he realizado (Espina 2007, 2010a,
2010b), tarea que desde 1960 le corresponde a Eurostat, y lo viene haciendo a través de
la base de datos AMECO, que en este capítulos retroproyectamos hasta 1500.
Como en la mejor literatura, para tener una visión de conjunto conviene iniciar el
recorrido in media res, a través del cuadro y gráfico B-IX, que enlazan con lo que ya
reflejaban los cuadros y gráficos con que se cerraba el capítulo tercero. Si nos
atuviéramos al nivel de los salarios reales a lo largo del tiempo —computados hasta
1800 en moneda de cobre (vellón, sueldos y diners), que era el medio de pago para las
transacciones interiores al por menor —, durante la edad moderna el nivel de vida de los
españoles asalariados se habría situado en el punto más elevado durante el período
previo a la aventura imperial de Carlos V. Hasta finales de los años veinte del siglo
pasado no volvería a recuperarse aquel nivel de salarios reales, solo superado
abiertamente durante la II República, antes de experimentar el brusco descenso de la
guerra civil y la posguerra. No obstante lo cual, una de las características más
sobresalientes de la evolución salarial española durante este medio milenio largo es una
considerable estabilidad del poder adquisitivo, si exceptuamos la etapa de transición
entre las edades moderna y contemporánea, marcada señaladamente por la disrupción de
las guerras napoleónicas.
De aceptar este indicador como guía del nivel de vida, podría decirse además que
durante la edad moderna el pueblo llano de España nunca habría vivido mejor que tras
la derrota y el subsiguiente derrumbe de la Monarquía Hispánica de los Habsburgo,
paradoja ya apuntada por Henry Kamen (1987), y durante la etapa fundacional del
Reino de España con los primeros Borbones: esto es, durante el período comprendido
entre la estabilización monetaria realizada por los ministros de Carlos II y la
conformación definitiva del sistema monetario español en los comienzos del reinado de
Carlos III, tras haber superado el bache de la Guerra de Sucesión mediante la
refundación monetaria llevada a cabo por Felipe V. 278
El período 1726-1750 (en que se sitúa la base del gráfico y cuadro B-VIII, como ya
hiciera Hamilton), coincide además con el término de la etapa de deflación que se venía

278
Para el significado de la misma véase Santiago (2000), capítulos IV y V. Según los cómputos de Feliu,
el real de vellón equivalió a 2,7 gramos de plata durante todo el siglo XVI y se redujo a un gramo en
1669-70. Tras fluctuar durante el último tercio del siglo XVII en torno a 1,4, a comienzos del siglo
dieciocho ya se situó en 1,1 gramos, para volver a un gramo durante el último cuarto de ese siglo. En
suma: la política antimercantilísta de moneda fuerte en que se basó la “reputación y el crédito imperial”
acompañó al descenso de salarios reales y arruinó la economía interior y el comercio.

149
registrando desde mediados del siglo anterior, produciendo una circunstancia de
estabilidad de precios y salarios que puede considerarse única en nuestra historia, antes
de la escalada inflacionista y del hundimiento de los salarios reales de la segunda mitad
del siglo XVIII, que alcanzaron sus niveles mínimos históricos durante el primer
quinquenio del siglo XIX y con la restauración del absolutismo monárquico de
Fernando VII, lo que dio paso y contribuyó a la llegada del Régimen liberal.
En cambio, durante los casi ciento cincuenta años trascurridos entre el nacimiento de
Carlos de Gante y el Tratado de Westfalia, que señaló el final de la hegemonía europea
de la monarquía austracista, los salarios reales habrían permanecido constantemente
deprimidos y en descenso, registrando un primer mínimo a la muerte de Felipe II,
aunque todo el siglo presenció una escalada inflacionista en los precios de consumo,
consecuente con el descenso secular en la productividad de la agricultura, que solo hasta
1565 se vio compensada por el crecimiento de la población, pero a partir de entonces se
tradujo en el descenso absoluto de la producción de cereales que registran todas las
series en el siglo XVII, en coincidencia ya con la única etapa de descenso de la
población durante el Antiguo régimen (mientras que la caída de la productividad agraria
volvería a registrarse de nuevo a partir de 1760). 279 Puede observarse que los niveles
retributivos reales conseguidos entre el último cuarto del siglo XVII y el tercero del
siglo XVIII no volverían a alcanzarse en España hasta la etapa central del siglo XIX, ni
a superarse hasta el segundo decenio del siglo XX.
Las series representadas en el gráfico y cuadro B-IX son, como ya se dijo, resultado de
combinar las de las coronas de Castilla y Aragón. El gráfico y el cuadro B-VIII
evidencian que durante toda la etapa austracista los salarios reales de Castilla fueron
mucho más elevados y volátiles que los de la corona de Aragón (con la excepción de la
etapa de sublevación de Cataluña). En cambio, durante el siglo XVIII la evolución fue
casi sincrónica y, tras las violentas fluctuaciones de la etapa en que se registran las
guerras napoleónicas y la quiebra del Antiguo Régimen, los salarios reales de la antigua
corona de Aragón fueron siempre muy por delante de los de Castilla. Estos últimos
actuaron durante todo el siglo XIX como un verdadero lastre para la demanda del
conjunto, como señaló reiteradamente Jordi Nadal (1975/p.244), al afirmar “…privada
de auténtica revolución agraria, la mayor parte de España no pudo tomar el tren de la
revolución industrial”, por mucho que tal aseveración resulte contradictoria con su
defensa del proceso de desamortización, como vimos en su momento (cap. 4.2), aunque
el argumento resulte mucho más complejo y controvertido de lo que ha venido
considerándose (Nadal-Sudriá, 1993). 280
Continuando con esta secuencia el gráfico y los cuadros B-X permiten hacer una
comparación entre la dinámica de salarios nominales y reales en España e Inglaterra
desde mediados del siglo XIX (deflactados con las series de precios del cuadro III-3 y el
gráfico III-7). Esta dinámica es una buena síntesis de la ausencia de sincronía entre la
modernización económica de España y la del país que se considera modélico para la
industrialización de Occidente. Aunque no abundan los datos españoles del período
1800-1850, que es el peor documentado de nuestra historia de precios y salarios —con
excepción del trabajo de Reher-Ballesteros— la evolución parece haber sido paralela a
279
Véase Álvarez Nogal et al. (2016). Los nueve gráficos incluidos en el mismo constituyen el mejor
balance del Antiguo Régimen y de las consecuencias que tuvo la estrategia austracista, suicida para
España. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que durante ese siglo se registraron también grandes
anomalías climáticas, como demuestra el gráfico 9 del mismo trabajo. El gráfico 7 evidencia que la
inflexión de la tendencia decreciente de la productividad agraria se produjo después de Westfalia.
280
Sobre la deslumbrante aportación de Nadal debe estudiarse con suma atención: Gutiérrez (2000).

150
la inglesa: gran estabilidad de salarios nominales junto a un suave ascenso de los
salarios reales, fruto de la moderada tendencia deflacionista derivaba de la
estabilización de la deuda europea tras las guerras napoleónicas.
Recuérdese que el volumen de la deuda y su cotización constituía por entonces el
verdadero mecanismo regulador del dinero en circulación: su estabilización significaba
bajos tipos de interés y de crecimiento de los precios, junto a mayor cotización de la
deuda previamente emitida, lo que elevaba el valor actual de los títulos en circulación,
que actuaban como masa de activos líquidos en las transacciones al por mayor,
especialmente para las grandes operaciones públicas, como el pago de impuestos o la
desamortización española.
Pero en torno a 1850 todo esto se trastoca. Se trata de algo perfectamente documentado
en la historia del nivel de vida europeo. El primer testigo de todo ello fue Carlos Marx,
aunque de forma inconsciente, al no percatarse de que la larga etapa tradicional de
estabilidad de los salarios reales en niveles mínimos comenzaba a cambiar en Inglaterra,
en donde los salarios nominales se duplicaron durante el medio siglo subsiguiente
(Taylor, 1985) y la práctica estabilidad de precios —derivada de la política monetaria y
comercial y del crecimiento de la productividad—, trasladó esa duplicación a los
salarios reales. En cambio, en España los salarios nominales de 1895-1900 eran casi
iguales a los de 1850 y el moderado crecimiento de los precios había erosionado los
salarios reales en una cuarta parte, situándose comparativamente en el punto más bajo
alcanzado hasta entonces en relación con Inglaterra. El fenómeno ha sido
reiteradamente analizado: Inglaterra superó la “etapa clásica” de congelación de salarios
reales a mediados de siglo (Lewis, 1954; Espina, 1985a), mientras que España siguió en
ella durante todo el siglo XIX y no la abandonó hasta mucho más tarde, aunque a costa
de grandes conflictos y sufrimientos (Espina, 2007).
Los gráficos y cuadros B-XI y B-XII sitúan todo ello en la perspectiva de más de medio
milenio de salarios reales en Inglaterra y España, que sirve también para trazar la
trayectoria del nivel de vida de los trabajadores españoles en relación con el del resto de
Europa durante las edades moderna y contemporánea, dada la apertura comercial de
Gran Bretaña, que tiende a producir precios únicos internacionales, de acuerdo con el
modelo Hecksher-Ohlin. Puede observarse que, en general, los siglos XVI-XVIII
registran una clara superioridad de los salarios reales españoles respecto a los ingleses,
llegando a situarse estos últimos en su nivel mínimo entre la quinta y la cuarta parte de
los españoles desde el último cuarto del siglo XVI hasta igual período del XVII.
A modo de síntesis muy grosera de estos gráficos puede decirse que en España, durante
los primeros cuatrocientos veinte años del largo recorrido dibujado en los mismos, los
salarios reales muestran una tendencia hacia la estabilidad en torno a un poder
adquisitivo equivalente a 5 740 euros anuales a precios del año 2010, cifra que fue algo
superior durante el siglo XVI (6 064 €) y algo inferior durante el XVII (5 683 €); coincide
con el promedio de la segunda mitad del siglo XIX; se alcanza otra vez en 1913, y
equivale a la media entre los trescientos cincuenta años transcurridos entre 1500 y 1850.
Por el contario, el promedio de los salarios reales de Inglaterra durante este último
período (1 965 €) fue solo ligeramente superior a la tercera parte de la media española,
alcanzando su mínimo —equivalente a la cuarta parte de la de España— durante los
cuarenta años que preceden a la revolución inglesa de 1628, deprivación que pudo haber
tenido alguna relación con las convulsiones sociales inglesas de esa época. En 1919 el
salario real de España (6 574 €) había vuelto aproximadamente al punto de partida en
1501, mientras que el de Inglaterra (6 458 €), siendo todavía algo inferior al español,
había realizado una aproximación extraordinaria, iniciada a comienzos del siglo XIX,
151
desde un punto equivalente a la tercera parte del poder adquisitivo del salario de España
que, de acuerdo con estos datos, nunca se situó en el nivel de subsistencia (excepto,
quizás, durante las guerras napoleónicas y tras la Guerra Civil.
Esa es la segunda característica sobresaliente en la comparación entre las dos series:
partiendo de una relación de uno a tres a comienzos de la era contemporánea, Inglaterra
superó la relación uno a dos a mediados del siglo XIX y logró desbordar por primera
vez el nivel de salarios reales de España durante el decenio en que colapsa el imperio
español (1897-1907), experimentando una progresión casi constante hasta la actualidad,
por mucho que en la fecha del primer censo inglés de producción (1907), el liderazgo de
Inglaterra como Primera nación industrial (Mathias, 1969. P. 406 y ss.) ya se
encontrase abiertamente amenazado por las nuevas naciones industriales: EE.UU y
Alemania. Hasta el término de la primera guerra mundial los dos países evolucionan en
paralelo, mientras que a partir de entonces España vuelve a adelantarse, situándose por
encima de Inglaterra hasta la Guerra civil española. Tras el hundimiento que sigue a esta
última, los salarios reales ingleses llegaron a duplicar a los españoles a finales de los
años cuarenta y comienzos de los cincuenta, pero el rápido crecimiento de la segunda
mitad de los años cincuenta y de los años sesenta permitió a España alcanzar de nuevo
la equiparación salarial antes de la primera crisis del petróleo, manteniéndose sus
salarios reales por encima de los ingleses hasta finales del siglo XX, mientras que en los
tres primeros quinquenios del siglo XXI Inglaterra volvió a tomar la delantera.
En el gráfico B-XI se dibuja también la ratio de salarios reales Inglaterra/España (en %)
y la línea de tendencia polinómica de segundo grado de esta serie, 281 que apunta al
siglo XVII como el de salarios más bajos en Inglaterra durante toda esa larga etapa.
Aunque Wilson (1965, p.108 y ss.) minimizara la relación entre variables económicas y
Revolución, quizás no sea simple coincidencia que ese fuera precisamente el siglo del
ciclo revolucionario en Inglaterra, que dio origen al primer régimen político plenamente
parlamentario y a la subsiguiente revolución agraria, liderada por la nobleza de la gentry
tras adueñarse del Parlamento (Overton, 1996), y de la revolución industrial que fue su
colofón.
El minimalismo del poder adquisitivo salarial británico de la era moderna también
estuvo relacionado con la aparición del capitalismo industrial en los comienzos de la
edad contemporánea: entre 1780 y 1850 el nivel de vida de la familia de clase obrera
inglesa apenas aumentó en un 15% (Feinstein, 1998).
A su vez, la elevada posición relativa de los salarios reales españoles hasta finales del
siglo XVIII explica el retraso en la aparición del capitalismo industrial en España, como
ya señalara Hamilton (1988, pp. 263 y ss.), sin que nadie haya levantado hasta ahora
argumentos convincentes para contradecirle, pese a sus reiterados intentos. Este es
probablemente uno de los grandes dilemas de la historia económica. De hecho, el
gráfico XI ilustra el hecho de que la revolución industrial apareciera en Inglaterra
precisamente a finales del siglo XVIII, precisamente durante la etapa en que los salarios
reales volvían a su nivel mínimo histórico, solo ligeramente por encima de los mínimos
absolutos de comienzos del siglo XVII.

281
Obsérvese que la ratio Inglaterra/España del gráfico y cuadro B-XI se refiere al cociente entre los
salarios reales reflejados en el gráfico y cuadro B-XII y no al cociente entre los índices que figuran
representados en el primero, que son también reelaboración de las series del gráfico B-XII. Como la
serie de índices iguala a mil los salarios de ambos países en 2010 (cuando los salarios ingleses se situaban
un 10% por encima), la ratio entre salarios supera a la ratio entre índices igualmente en un 10%.

152
La pregunta que surge, entonces y ahora, es la misma: ¿son los salarios de mera
subsistencia imprescindibles para la acumulación de capital y la fuerte inversión en
equipamiento e innovación tecnológica que permiten convertir a un país en El taller del
mundo, como lo fue Inglaterra a partir de 1820 (Chambers, 1962/ p. 5), antes de asumir
el liderazgo como “banquero, trasportista y carbonero mundial” a finales de ese mismo
siglo (p. 131 y ss.)? Cualquiera que sea la respuesta actual esa fue la experiencia
extraordinariamente restrictiva transmitida por aquel país durante la larga etapa
caracterizada por Wilson (1965) como el Aprendizaje inglés.
El gráfico B-XII visualiza todo este dilatado período midiendo la capacidad adquisitiva
de los salarios (en euros del año 2010), retroproyectando las cifras de remuneración real
por asalariado computadas por la base de datos AMECO de Eurostat. Las tendencias
polinómicas de sexto grado dibujadas en este gráfico dan buena cuenta de alguno de los
dilemas que atenazan las aspiraciones a aumentar el nivel de vida a lo largo de la
historia. La de España marca máximos en 1500, 1720 y durante el primer decenio del
siglo XXI, y mínimos en 1650 y 1880. La de Inglaterra marca un único mínimo en 1640
y una aceleración absoluta a partir de 1860.
En contraste con la evolución del nivel de vida general en los dos países, la secuencia
derivada de la observación de estos dos gráficos resulta parcial y obliga a concluir que
la evolución de los salarios reales no puede identificarse con la del nivel de vida de la
población, ya que tal cosa depende tanto del poder adquisitivo de los salarios como del
dinamismo económico y del empleo asalariado disponible, así como de la existencia de
otras modalidades de ingresos. Pero se trata de un indicador fundamental, que no puede
subestimarse.
Baste señalar algunos jalones históricos relacionados con este diferencial: en el siglo
XVII, cuando los salarios reales españoles triplicaban a los ingleses, la literatura
española se complacía en la descripción de una sociedad picaresca, equivalente a una
España con desempleo secular masivo, mientras Inglaterra desarrollaba la revolución de
la ciencia moderna y la nobleza de la gentry vivía rodeada de criados y proporcionaba
empleo abundante con bajos salarios. No es preciso magnificar el papel de esta clase ni
el dinamismo de la “economía del Ancien Regime”, como hizo Clark (1985), para
establecer que las palancas de la economía y la sociedad inglesa de aquella época
descansaban sobre la innovación en materia de gobierno, moneda y finanzas (Brewer,
1990), impulsora de la expansión comercial y marítima de la “economía atlántica”
(Monod, 2009), que proporcionaba también medios de vida abundantes a la población
expulsada por el dinamismo del medio rural y por los bajos niveles salariales en el
medio urbano, minorados además por las elevadas tasas sobre los productos de primera
necesidad, en un contexto en que los grandes debates públicos versaban habitualmente
sobre las consecuencias de precios y salarios para la capacidad competitiva mundial de
los productos británicos y los beneficios de los comerciantes. Y todo ello sin olvidar el
empleo, más o menos forzado, directo e indirecto (especialmente en la construcción
naval), derivado de las cinco grandes guerras en que se vio envuelto el país durante el
siglo que siguió a la revolución de 1688. (Brewer, 1990/pp. 206-216).
A comienzos del siglo XX, ya en la etapa de la industrialización para los dos países, la
economía española solo resultó competitiva durante la Gran guerra, acogida a una
neutralidad que permitía exportar cualquier cosa a cualquier precio hacia los países
beligerantes. A su término hubo que implantar el arancel proteccionista de Cambó, que
estuvo vigente hasta la Guerra civil, comprimiendo el crecimiento y el empleo, tras la
cual el hundimiento de los salarios no impulsó la competitividad sino que fue resultado
del desmantelamiento económico, que duró hasta 1953.
153
Sin embargo, en el siglo XX lo más significativo fue el sorpasso de los salarios reales
españoles respecto a los británicos durante el quinquenio terminal del franquismo, que
ocurrió a partir de 1970. Esta etapa de rápido crecimiento salarial se vio estigmatizada
por disponer España de la menor capacidad de creación de empleo de toda la Europa
occidental (que crecía, a impulsos de la reconstrucción, el avance de la productividad y
la contención de los salarios, practicada a través de la política de rentas
neocorporatista), 282 durante la cual varios millones de españoles tuvieron que buscar
empleo en los otros países del continente.
La reconducción paulatina de semejante despropósito económico fue lenta y costosa
(Espina, ed., 1991) importando el neocorporatismo centroeuropeo (Espina 1999a). La
llegada del euro permitió culminarla, aunque ello se debiera al relanzamiento de los
salarios reales ingleses durante el siglo XXI, que llegaron a superar a los españoles en
un 10% en el momento del Brexit, mientras que la desventaja competitiva española con
respecto al resto del continente se acentuaba —aunque ahora lo fuera con respecto a
Alemania y al resto de la Eurozona—, hasta el punto de que tras la crisis que estalló en
2008-2009 el desempleo volvió a escalar hasta sus máximos históricos, en torno al 26%
en 2012, triplicando con creces al de Gran Bretaña, que no superaba el 8%.
Deteniéndonos específicamente en la edad contemporánea, como hacen los cuadros B-X
—reelaborando las series anteriores—, al término de la primera guerra mundial los
salarios nominales españoles habían más que duplicado a los existentes en 1850 pero los
precios se les habían adelantado y los salarios reales quedaban algo por debajo de los de
aquella fecha. Las investigaciones más recientes indican que ya durante la primera
mitad del siglo XIX Inglaterra consiguió duplicar el nivel de salarios reales de 1800
(frente a la tradición historiográfica que se pronunciaba por el estancamiento, de la que
se nutrió Marx), mientras que España no lo haría hasta 1920, lo que significa un retraso
de algo más de setenta años. Tomando como referencia 1850, cuando verdaderamente
empieza a observarse el despegue inglés, el poder adquisitivo salarial de Inglaterra se
duplicó al término de la Gran guerra, mientras en España aquel nivel no se recuperaría
hasta 1955, dos años después de hacerlo los niveles macroeconómicos de preguerra, y
solo se duplicó en 1966, lo que significa un retraso de casi cincuenta años.
Los esposos Hammond (1919) dieron comienzo a la introducción del libro que cerró su
trilogía sobre el trabajo en la revolución industrial afirmando que la historia de
Inglaterra durante ese período se lee como la historia de una guerra civil. Allí la
confrontación se zanjó cediendo la parte más poderosa y aceptando emprender una
senda de crecimiento, lento pero casi inexorable, de los salarios reales durante la etapa
que media entre aquellos años y la actualidad: en nuestro gráfico B-X la línea de
tendencia exponencial 283 que representa la evolución de los salarios reales ingleses
mantiene una pendiente prácticamente constante, que contrasta con la planitud de la
curva española, los intentos de superarla, reiteradamente frustrados con violencia hasta
comienzos de los años cincuenta del siglo pasado, y el apresurado intento de superación
hasta comienzos de los años setenta. Pero el tiempo perdido no se recupera fácilmente y
el apresuramento en hacerlo se tradujo en una lastimosa incapacidad para crear empleo.
Como afirmaron los propios Hammond (1925/255-6), en Inglaterra el proceso
gradualista no fue un simple derivado de las leyes económicas. 284 Hubo algo más:

282
Véase Flanagan et alia (1983) y Espina (1990).
283
Que el gráfico en escala logarítmica representa como una línea recta.
284
Aunque no se corresponda con las modas vigentes, Piore (2016) actualiza esta reflexión enmarcándola
en la necesidad de una “burocracia weberiana” que introduzca desde fuera “rigideces” al mercado

154
“A mediados del siglo XIX ya era posible discernir la principal contribución aportada
por Inglaterra a la creación de una sociedad a partir de [este] caos. Tal contribución
consiste en la Ley de Fábricas, la Administración Civil y los Sindicatos. A través de su
influencia el nuevo mundo revolucionario se vio conducido, gradualmente pero de
forma inexorable, a reconocer el orden cívico. El fabricante… tuvo que abrir sus puertas
al representante de la autoridad civil… que le obligó a comportarse como un buen
ciudadano, para quien los hombres y mujeres a los que empleaba tenían derechos que él
estaba obligado a reconocer.”
“El rasgo más importante de las leyes de fábricas fue la creación de la inspección: el
empleo de hombres capacitados y responsables para visitar y examinar las fábricas, para
dar cuenta de los abusos y para sugerir reformas. Desde ese momento la vida ardiente y
autodirigida de la industria se vio explorada y parcialmente regulada por personas para
quienes el mundo venía de mucho antes de que apareciera la máquina de vapor”.
En España el abandono de la etapa clásica de los salarios fue mucho más traumático: el
poder adquisitivo salarial colapsó durante la primera guerra mundial. Durante el período
genéricamente denominado en el campo “trienio bolchevique” (1917-1920) 285 —
superpuesto a la crisis industrial que siguió a la desaparición de la ventaja competitiva
internacional proporcionada por la neutralidad— estalló el conflicto social en las zonas
más industrializadas del país (acumulándose al conflicto agrario), reivindicando
recuperar los salarios reales de preguerra. Hacerlo requería admitir la corrección de los
efectos de la ley del mercado, en un contexto en que el crecimiento demográfico y la
emigración rural proporcionaban todavía una oferta de trabajo que desbordaba de
manera superabundante a la demanda. Pero este tipo de políticas encontró la más firme
resistencia patronal y acabó derivando en una confrontación abierta de “atentados
sociales” —cuyo mejor relato estadístico y narrativo lo hizo Farré Moregó (1922) —,
lo que proporcionó el argumento político y social para la dictadura de Primo de Rivera,
dirigida en primer lugar (además de acallar las protestas por el problema militar) a
controlar el conflicto salarial mediante el corporativismo social y político, lo que no fue
óbice para que los salarios iniciasen un crecimiento cuya curva adopta ya en el gráfico
B-X la misma pendiente que la de los salarios ingleses (aunque durante la Dictadura y la
República estos se situasen todavía un 90% por encima de los españoles).
La búsqueda compulsiva de paz social a cualquier precio para esconder el vicio
autoritario hasta 193l se vio sustituida por la normalización democrática del sistema de
relaciones industriales durante la República (Espina, 2007, 2016a), pero un crecimiento
salarial normalizado fue considerado en España por los patronos como punto menos
que revolucionario. La agudización del conflicto social y la confrontación ciega hasta
límites incompatibles con la convivencia democrática condujeron, sucesiva pero casi
simultáneamente, al levantamiento militar fascista y a la revolución colectivista en
algunas zonas de país. Tras la contienda civil y el subsiguiente hundimiento salarial
(que redujo los salarios reales españoles a un tercio de los ingleses durante la primera
mitad de los años cuarenta), la conflictividad social de los años cincuenta desbordó por
completo las barreras autoritarias dirigidas a controlarla —consideradas legalmente
como confrontación política directa contra el franquismo— y terminó por hacer
inservible al régimen para sus propios patrocinadores, siendo sustituido por el sistema
democrático, aunque no sin antes haber sucumbido en su objetivo de contener los
salarios, ya que durante el último quinquenio de vida del dictador los salarios reales

285
Denominación que corresponde esencialmente al problema agrario andaluz, aunque fue considerado
por la prensa como la primera fase de la revolución proletaria. Véase Delgado (1991).

155
británicos se situaron ya a un nivel un 6 % por debajo de los españoles (y llegarían a
encontrarse un 18% por debajo el año de la Constitución).
Todo ello disparó el desempleo durante las dos crisis del petróleo hasta niveles
difícilmente compatibles con la convivencia civil, de modo que tuvo que ser el sistema
democrático quien contuviera la progresión salarial desenfrenada (Espina, 1985b), hasta
reducir la diferencia de salarios reales con Inglaterra a un 5% en 1989. No obstante, el
sistema de negociación colectiva y de relaciones industriales —que funcionó
adecuadamente durante la primera etapa democrática (Espina,1999a) — se demostró
incompatible con el nuevo contexto creado por la globalización de los años noventa y la
creación del euro a comienzos del nuevo siglo, lo que explica en buena medida las
anomalías españolas (y del sur de Europa) durante el primer decenio del siglo XXI, que
situaron a España a la cabeza del desempleo de la Eurozona (Espina 2016a), y la
imperiosa necesidad de proceder a su reforma, en un contexto en el que la comparación
con los salarios ingleses perdía relevancia por permanecer el Reino Unido fuera de la
UEM (y de la UE, tras el Brexit), dada la sustitución de la moneda española por el Euro
y la imposibilidad de emplear aquí la política monetaria para neutralizar los
desequilibrios (Espina, 2016b).

5.1.- Nota sobre la elaboración de las series históricas, con referencia especial al
contenido de los gráficos y cuadros B-I a B-VIII:
Las series generales de precios al consumo de España e Inglaterra utilizadas en este
capítulo son las mismas del gráfico III-7 y el cuadro III-3 (cuyas fuentes y métodos
de estimación de describen en la nota 145).
Para los salarios, en los gráficos y cuadros B-XI y B-XII (y el B- IX, convertidas las
series a base 1913 y limitando su alcance hasta 1940) el punto de partida del período
1960-2017 son las series de la base de datos AMECO, de Eurostat, denominadas
Nominal compensation per employee: total economy (HWCDW) y Real compensation
per employee, deflator private consumption: total economy (RWCDC). Como ya se
explicó, la serie de precios al consumo es el deflactor implícito en las mismas, con base
2010 = 1 000. Aunque todas las series nominales empleadas en los cálculos se han
computado en moneda nacional, para construir la serie de salarios reales denominados
en euros en el caso de Inglaterra se ha utilizado la conversión de AMECO, según la cual
la “compensación de los asalariados” del año 2010 fue de 31 797 libras, equivalentes a 37
816 euros.
Para Inglaterra, las series AMECO se han extrapolado retrospectivamente entre 1960 y
1830 manteniendo las variaciones anuales de los Indices of Money Earnings, the Cost of
Living and Real Earnings, Assuming Full Employment, Manual Workers, 1790-1990
(1913 = 100), estimada por Sholliers, y Zamagni (1995), mientras que para el período
1500-1830 se han empleado las series de precios y salarios de los albañiles construida
por Phelps Brown-Hopkins (1956, Apéndice B, pp. 312-314), por mucho que la
limitación a un solo oficio plantee serias dudas de representatividad. Bien es verdad que
esta limitación resultaría más relevante si tratáramos de establecer comparaciones
salariales, pero no tanto al tomar simplemente en consideración sus tasas anuales de
variación, ya que la evidencia indica que existe gran homogeneidad en la evolución
intertemporal de los salarios de las profesiones más representativas (algo que ya
comprobó Hamilton en España).

156
Para extrapolar hacia atrás la serie española de salarios nominales entre 1501 y 1801 se
ha construido un índice compuesto a partir de los de las dos coronas, tomando para la de
Castilla la serie de Reher-Ballesteros que aparece en el gráfico III-8, se explica en nota
146 y se transcribe en el cuadro III-4. La de la corona de Aragón se estima por media
geométrica de la de Valencia, construida por Hamilton (gráficos III-11), y la construida
a partir de los datos de Feliu, que se dibujó en el gráfico III-12 y se explicó en la nota
149 (los datos de ambas series aparecen en los cuadros III-5 y III-6). Combinados de esa
misma forma y completadas hasta 1940 como se explica en aquellas notas, estas series
son las que aparecen ahora en los cuadros y gráficos B-VIII (junto a su media
geométrica).
Para la extrapolación retrospectiva de los salarios españoles entre 1960 y 1801 se ha
construido una serie invertida de índices de variación anual como media geométrica
simple de los índices anuales de variación de trece series, dos de salarios agrarios—una
para el conjunto de España, y otra para Cataluña entre 1818 y 1935, tomada esta última
de Garrabou (1991) —, y once de salarios no agrarios. Todos ellos para los diferentes
períodos que abarcan los correspondientes estudios
El punto de partida para nuestra serie de salarios agrarios para el conjunto de España,
representada en el gráfico B-VII, es la encuesta de salario medio agrario por estaciones
realizada por el IRS en 1914, que arroja una cifra media nacional de 2,05 pesetas/día
(Cuadro B-VII-A). La cifra se extrapola entre 1755 y 1913 mediante la serie de Bringas
(2000), distribuyendo las variaciones interanuales entre los períodos en que existen
lagunas mediante interpolación lineal hasta 1777: con los datos de Moreno Lozano
(2006) hasta 1781, y con los de Lana Berasaín (2007) de Navarra hasta 1914. Las
variaciones entre 1914 y 2000 se toman de la serie de salarios agrarios del Ministerio de
Agricultura reconstruida por Maluquer, (2005, serie 4 325). El resultado (construido
como media geométrica de las series anteriores) se computa en términos nominales en
el cuadro B-VII-B, y, deflactado con el índice general de precios al consumo, en el
cuadro B-VII-C, sintetizado todo ello en el gráfico VI. En todo caso, para los cálculos
de las series españolas de los cuadros y gráficos X a XII la combinación de las trece
series solo se utiliza hasta 1960.
Las once series invertidas de índices de variación anual de salarios no agrarios son las
siguientes:
1. Para el período 1800-1852, la serie de salarios de albañiles en Palencia,
de Moreno Lázaro (2006).
2. Para el período 1800-1950, la serie de salarios de Madrid de Reher-
Ballesteros (1993) 286
3. Para el período 1850-1957 un índice combinado de salarios de la
empresa La España industrial, construida a partir de los estudios de
Camps (1995), Puig (1993) y Soto (1992).
4. Para 1891-1925 la serie de salarios de la empresa La Rambla estudiada
por Soler (1997)
5. Para 1891-1935 el promedio de las series de salarios medios de las
empresas textiles Tolrá y Marfá estudiadas por Llonch (2004).
6. Para el período 1914-1935, una serie promedio de los salarios de interior
y exterior de las minas de Asturias, combinando por media geométrica
las recogidas por Maluquer (1989).

286
Calculada como promedio de los salarios de oficiales y peones de la construcción (RB-1993, Ap. 2).

157
7. Para el período 1908-1930 se ha construido una que se toma como base
general (aunque solo para los años 1920 y 1930, recogida en el cuadro B-
I), construida a partir de los salarios medios de las industrias visitadas
por los Inspectores de Trabajo del Instituto de Reformas Sociales (del
Ministerio de Trabajo, a partir de 1921), combinados con las primeras
grandes encuestas de salarios realizadas en 1925 y 1930 (aunque
indagando en ambos casos acerca de los salarios de cinco años antes).
Los promedios de los salarios de 1920 y 1930, ponderados para las 49
provincias y por número de mujeres y hombres en cada una de ellas,
sirve como base para la reconstrucción de la serie total, aunque para
soldar las variaciones durante ese período en la serie de índices de
variación se toman los promedios de las observaciones de salarios
medios provinciales de los Jefes de Estadística tomados de los Anuarios
estadísticos de España, eliminando la desviación inexplicable de 1928.
8. Para el período 1964-2015 la serie de Pagos totales por trabajador y mes
reconstruida por el Ministerio de Economía a partir de las encuestas de
salarios y de coste salarial (banco de datos BDSICE serie 460020h),
aunque esta serie no tendrá influencia sobre la reconstrucción de las
series largas, sino solo sobre las de los gráficos B-V y B-VII (cuadros B-
V-B y B-VI-D).
9. Para el período 1890-1999 la serie más relevante es la de salarios
ferroviarios (que se recogen en los gráficos B-V-A, B-V-B, B-V-C y B-
VII, y en el cuadro B-V-A), no solo por lo dilatado del período de tiempo
cubierto, sino porque abarca prácticamente todo el territorio nacional y a
una gran masa de agentes de todos los oficios (comenzando con 10 000,
alcanzando un máximo de 140 000 a comienzos de los años cincuenta del
siglo XX, que es el período crucial para la soldadura con las series
AMECO, y reduciéndose desde 1960 hasta la tercera parte a finales de
siglo). Apelando a múltiples fuentes ha sido posible construir series
homogéneas de número de agentes y masa salarial total anual para todo
el período, lo que implica que la serie de salario anual por agente es una
media ponderada perfecta de los salarios, única forma de estimar este
concepto de manera rigurosa. 287 Aunque durante todo el período el nivel
de salarios ferroviarios se sitúa claramente por encima de las restantes
series (solo superado por los salarios telefónicos a partir de 1950, en que
se dispone de datos seriados) las variaciones interanuales, que es lo que
aquí importa, son muy similares a las del resto de las series.
El núcleo central de la serie de salarios ferroviarios cubre el período
1913-1932, para el que las propias compañías publicaron los datos, 288
convenientemente auditados por el estado, en un intento de justificar la
solicitud de apoyo público, dado que al término de aquel período los
ingresos de explotación cubrían escasamente los gastos de

287
Sobre los problemas metodológicos para la construcción de datos y el análisis de los salarios véase el
anexo sobre cuestiones metodológicas del Informe Mundial de salarios de la OIT (2015).
288
MZA. Reseña histórica de su constitución y desarrollo. Actuación de la compañía durante los últimos
veinte años (1913-1931), Scres. de Rivadeneyra, Madrid, pp. 221-229. Para 1932 y 1933: Situación del
personal en la Cia de M.Z.A. (1913-1933). Id, Abril, 1934, Pp. 34-40. Cía de los Caminos de Hierro Del
Norte de España (1858-1939). Historia, Actuación, Concesiones, Ingresos, Gastos y Balance. Tomo II,
Cuadros Estadísticos. Espasa Calpe S.A., Madrid, 1940, Eduardo Marquina.

158
explotación. 289 En la posguerra, el punto de partida para el cálculo fueron
las series elaboradas por Lluis Fina y Anthony Ferner (1988) para la
RENFE entre 1943 y 1975, completadas hasta 1990 con los datos del
Informe de la delegación especial de Hacienda en RENFE (1989) —
para el período 1981-1989— y los datos de Gasto de personal y plantilla
total extraídas de las memorias anuales de la Compañía que obran en el
Archivo de Ferrocarriles y en la Biblioteca de Hacienda. 290 En síntesis, la
masa salarial y el personal computado en la serie final figura
directamente en las publicaciones oficiales para los períodos 1906-1935
en la Cía. del Norte, 1913-1932 para MZA y 1943-1990 para RENFE,
tomándose los otros datos de las memorias anuales y los anuarios. Más
adelante se vuelve sobe estas series.
10. La serie de salarios anuales medios de la Fábrica de la Moneda (cuadro
B-IV y gráficos B-IV y B-V-A).
11. La serie de salarios anuales medios de la Compañía Telefónica (Cuadro
B-VI y gráficos B-V-A y B-VII).
Estas dos últimas series se estiman por el mismo procedimiento que los salarios
ferroviarios con datos extraídos de la memorias anuales de las dos compañías, 291 lo que
permite verificar indirectamente la representatividad de los datos de la RENFE respecto
a los de una empresa pública directamente controlada por el Ministerio de Hacienda y
los de una gran empresa privada del sector tecnológico controlada también por el
Ministerio a través de la Delegación del gobierno en la misma. Puede observarse que en
general la marcha de los salarios anuales es bastante acorde, mostrando los de Fábrica
de la Moneda una desviación al alza precisamente en el quinquenio precedente a la
soldadura de 1960 y los telefónicos otra desviación al alza a partir de 1974 (cuadro B-
VI, col. 9 y ss.), que se sitúa en el 20% durante los años ochenta y llega al 50% a
finales de los noventa.
Además de utilizarse en la combinación de índices inversos que acaba de describirse, la
serie de salarios textiles de Cataluña para el período 1850-1957 (Cuadro B-VI, Gráficos
B-V-A y B-V-C) se construye a partir de un híbrido, formado principalmente con series
construidas por el mismo procedimiento. El punto de partida es el salario medio anual
para el año 1930 calculado como promedio de los salarios semanales de hombres y
mujeres estimados por la información del IRS para ese año en la industria textil de la
provincia de Barcelona 292 (53,8 y 37 ptas. que, computando 52 semanas/año, arroja un
salario anual medio de 2 359 ptas.), extrapolado hacia atrás y adelante con la media
geométrica de los índices de variación anual construidos a partir de las series de salarios
de la industria textil catalana descritas en la nota 149, prolongándola hasta 1957 con los
datos disponibles en las mismas. Puede observarse que en el período coincidente la serie
final fluctúa siempre muy próxima a la de los salarios ferroviarios, aunque a un nivel
que se sitúa en promedio en el 65% de los mismos (ocho primeras columnas del cuadro
B-VI).

289
Según la contabilidad de MZA, en 1935 los gastos y los ingresos de explotación se igualaron en torno
a 335-336 millones de pesetas, suponiendo los gastos laborales un 48,4 % (162,7 millones).
290
Para completar las lagunas se utilizaron los datos proporcionados por dos anuarios: Enrique de la
Torre, Anuario de ferrocarriles españoles, Madrid 1883 y ss., y Joaquín y Alfonso Imedio, Anuario de
Ferrocarriles y transportes regulares por carretera, Instituto politécnico de FF.CC., Madrid, 1950 y ss.
291
Disponibles en la biblioteca de la Casa de la Moneda y en la biblioteca de Hacienda, respectivamente.
292
Recogido en Espina, Fina, Sáez (1987, p. 1 039).

159
Cabe preguntarse el porqué de explotar las series salariales de empresas individuales —
por muy grandes y relevantes que sean— en lugar de tomar como punto de partida para
la construcción de la serie de salarios nacionales los datos provenientes de las grandes
encuestas o tomas de datos de salarios medios provinciales e industriales realizadas
anualmente por los inspectores de trabajo (1908-1920), quinquenalmente por el IRS
(1914-1930) y anualmente por los Jefes de Estadística (1914-1930 y más tarde, 1942-
1954), recogidos de manera sintética en los gráficos y cuadros B-I a B-III. 293 El
problema de todas estas estimaciones se encuentra en la ausencia de metodología para la
toma de datos y el carácter administrativo de las ponderaciones del número de
trabajadores en las visitas de los Inspectores de trabajo (aunque cabe admitir las
hipótesis de que a mayor densidad inspectora corresponde mayor actividad y de que su
intuición profesional supliera en parte tales carencias), la ausencia total de ellas en los
datos de salarios máximos y mínimos de los jefes de estadística (y el desconocimiento
sobre el método utilizado para recogerlos), y en el carácter incontrolable del método de
muestreo y las ausencias de respuesta en las grandes encuestas del IRS para 1914, 1920,
1925 y 1930 (en realidad, solo para 1925 y 1930, ya que los datos de los dos primeros
años son meras respuestas retrospectivas, estadísticamente inadmisibles). 294
Sin embargo, nada de ello resta valor a estos primeros intentos sistemáticos de disponer
de estadísticas nacionales de salarios. De hecho, ya hemos tomado la encuesta del IRS
sobre la jornada de trabajo en la agricultura como base plenamente fiable, a nuestro
juicio, para determinar el salario medio agrario en 1914, y la encuesta de 1930 para
establecer el salario medio de la industria textil de Cataluña. Ni siquiera en la estadística
mejor elaborada y con mayor población muestral (la de 1930, con muestra de 1,1
millones de trabajadores varones y 0,34 millones de mujeres) los propios encuestadores
se atreven a calcular un salario medio para el conjunto nacional, sino tan solo los
salarios medios semanales masculinos para 29 oficios, cuya media resulta ser de 50
ptas. (o sea, de 2 599 ptas. /año), con una desviación típica del 15,7%, aunque se trata
solo de los obreros cualificados.
Para el conjunto nacional y el total de trabajadores, agregando y ponderando por
provincias y por género, las cifras finales medias que se deducen de la encuesta del IRS
serían un jornal de 5,35 pesetas día, o sea un salario de 32,1 ptas. /semana y 1 668,2 ptas.
/año, con un coeficiente de variación del 15% entre las 49 provincias. Estas cifras
pueden considerarse como la mejor aproximación disponible al salario medio no agrario
en España en 1930, 295 que se reflejan en el cuadro y el gráfico B-1, en que figura
también la desagregación por regiones. El resto de las cifras de los mismos se ha
construido recopilando en primer lugar los datos recogidos por los inspectores de
trabajo entre 1908 y 1920 (cuya síntesis por industrias figura en los cuadros y gráficos
B-II, y tomando solo como dato fehaciente para el periodo intermedio las cifras

293
Presentadas por Vilar (2004). Véanse sus síntesis en Maluquer (2005): cuadro 15.23, series 4 332-4 334.
294
Véanse las circunstancias de estas encuestas en el trabajo de Santiago Roldán et al. (1973), recogido
en Espina-Fina-Saéz (1987, p. 16 y ss.). El punto de partida de todo ello es la resolución de la OIT de
1923 estableciendo la obligación internacional de elaborar estadísticas de salarios.
295
Aunque en los resultados publicados se estima el jornal del obrero cualificado en 0,92 ptas. /hora y
7,36 ptas. /día (y el salario nominal semanal en 44,16), la cifra media total que se deduce de la encuesta
ponderando los datos provinciales por el número total de trabajadores varones incluidos en los
cuestionarios con respuesta válida es de 7,17 pesetas día (o sea 43 ptas./semana y 2 237 ptas./año), con un
14% de desviación interprovincial. Para las obreras cualificadas lo publicado es 0,38/3,44/20,64, y lo que
se infiere de los cálculos para la muestra total sería 3,52 pesetas día (o sea 21,1 ptas./semana y 1 098,2
ptas./año), con un 19% de desviación interprovincial, o sea: aproximadamente la mitad que los varones.

160
recogidas en la encuesta de 1925, aunque para distribuir las variaciones interanuales
entre 1920-1925 y entre 1925-1930 se utilizan las variaciones de las cifras medias de los
datos recogidos por los jefes de estadística, que figuran en el cuadro y gráfico B-III. En
ambos gráficos se pone de manifiesto en primer lugar las profundas diferencias
interregionales de salarios —cuya marcha se ve encabezada por Cataluña, País Vasco,
Canarias y Asturias y lleva a la zaga a Extremadura, Murcia, Navarra y las dos Castillas,
en lo que se refiere a regiones 296—, pero sobre todo la importancia de las
ponderaciones, ya que en el periodo 1920-1930 la diferencia entre las medias
ponderadas para las 49 provincias (que no toman en consideración las diferencias
intraprovinciales) y las medias geométricas simples de las 17 regiones se mueven
siempre entre el 30% y el 40%. Para construir nuestra serie de índices de variación de
salarios no agrarios solo se toma en cuenta la serie de medias para las 49 provincias
durante el periodo 1908-1930, ponderadas por género. 297
Lo que resulta escasamente fiable es la toma de datos de los jefes de estadística entre
1942-1954, cuya evolución minusvalora los crecimientos observados por otras fuentes,
a la vista de lo que indican las series de salarios de las empresas individuales, e incluso
de la propia estadística oficial de salarios agrarios. Baste decir para constatarlo que la
media de los jornales diarios para 1953 en el conjunto de las provincias derivada de la
información facilitada por los Jefes de Estadística es de 14,47 pesetas, mientras que tan
solo el jornal agrícola estimado por Bringas para 1935 (5,5 ptas.), actualizado con los
índices del Ministerio de Agricultura para ese año, se situaría en 19,73 ptas. Bien es
verdad que en 1954 se produce una fuerte corrección de la información, que palía en
parte la congelación registrada desde 1950 (gráfico y cuadro B-ÍII).
La razón de tal desviación remite a la problemática de la composición salarial y la
determinación de los salarios por el gobierno a través de las Ordenanzas de trabajo, de
cumplimiento obligatorio para las empresas, lo que minusvalora la toma de datos
salariales durante todo este periodo ya que, aunque las empresas sabían que no podían
funcionar con los bajos salarios establecidos por las ordenanzas, encontraban la forma
de burlar la regulación introduciendo una serie de primas, pluses y flecos, nunca
declarados oficialmente y de muy difícil observación. Solo cuando quedó legalizada la
negociación colectiva fue posible hacerlo a través de los convenios colectivos y
observarlo a través de estadísticas cada vez más completas. 298
Para saber lo ocurrido con la composición salarial antes de la regularización estadística
de los años sesenta y la aparición de la encuesta de salarios del INE en 1963 es preciso
recurrir a la contabilidad interna de las empresas. Además de los salarios medios
ferroviarios y de la CTNE, en nuestro caso el análisis se realiza a partir de los datos
detallados obtenidos consultando las memorias anuales de la Fábrica nacional de la
moneda y timbre 299 entre 1921 y 1965 (aunque los relevantes para el estudio de la
estructura aparecen a partir de 1944, que es el período que aquí interesa). Los datos

296
En lo relativo a industrias, las más aventajadas son cristal e industrias varias, y las más rezagadas las
textiles, de la confección y mineras, aunque estas últimas solo hasta 1919.
297
Aunque el número de trabajadores visitados entre 1908 y 1920 es muy inferior a los que entran en las
muestras de 1925 y 1930, la cifra media anual es considerable: 279 000 hombres y 142 000 mujeres.
298
Para el período 1959-1975, véase Serrano-Malo de Molina (1979)
299
En mi opinión, se trata de los datos más fiables para este propósito, ya que la dependencia orgánica
directa de la Fábrica respecto del Ministerio de Hacienda obligaba a sus responsables a que la memoria
reflejara fielmente lo que se hacía, con independencia de la regulación de las Ordenanzas. Los
funcionarios de aquella época destinados a la Fábrica así me lo confirmaron a finales de los años noventa.

161
aparecen en el gráfico y el cuadro B-IV (y el Gráfico B-V-A), en los que puede
observarse que el “jornal” o salario base pierde peso continuamente hasta 1962,
pasando de representar el 66,1% de la retribución total en 1944 a algo menos de la
mitad ese año (32,4%), en que las primas se situaron por encima del jornal, y las horas
extra junto a las pagas extra significaban conjuntamente más de la mitad del mismo
(16,9%), complementándose con el plus familiar (13,2%) y otros dos conceptos de
significado menor: las pagas de beneficios, con un 2,7%, y el ILT, con 1%. Las
memorias dejan constancia de los importantes cambios legales en la composición del
salario, por los que el salario base recupera en 1964 un peso (54,9%) que no tenía desde
diez años antes, aunque quedase todavía alejado del nivel de 1944, en que representaba
aproximadamente las dos terceras partes de la remuneración total. Esta realidad falsea
buena parte de la información salarial anterior a 1963, por lo que todo ello se ha tomado
en consideración para la construcción de nuestras series.
Un resultado parcial, ampliando hasta 1800 con los cálculos previamente explicados,
figura en el cuadro B-VII-D bajo la denominación de “Índice de salarios nominales no
agrarios en España (1800 = 1)”. A modo de síntesis baste señalar que el índice de 1800
no llegó a duplicarse hasta 1917-18, duplicándose otra vez en trece años, hasta 1931, y
de nuevo en quince años, hasta 1945-46; ese nivel se vio triplicado en 1956-57 y
duplicado de nuevo entre 1962 y 1963, momento a partir del cual emprende una
escalada que llegará a multiplicarlo por ocho en 1999, año en que finalizan las series de
salarios computadas en pesetas. Todo ello es el resultado de la combinación entre
inflación y crecimiento de los salarios reales, con tendencias no siempre coincidentes
(por ejemplo, no lo fueron durante la primera guerra mundial ni durante la posguerra
civil, pero sí generalmente en los otros períodos). El otro gran resultado parcial son los
salarios agrarios nominales y reales, para el período 1755-2000, que figuran en los
cuadros cuadro B-VII-B y B-VI-C y en los gráficos B-VI y B-VII.
A título de contraste metodológico, en el gráfico B-V-A se reconstruye la elaboración
de la serie de salarios nominales de los agentes ferroviarios y se observa la evolución
casi perfectamente paralela de la misma con otras series de salarios especialmente
relevantes, como se hace también en el gráfico B-VII y con por medio de índices en el
gráfico B-V-C, lo que confirma la conveniencia de una metodología mixta, combinando
series construidas por muestreo con otras elaboradas a partir de la contabilidad de las
empresas más representativas. Este contraste se realiza también en el gráfico B-V-B, en
el que puede observarse el extraordinario paralelismo de las series de salarios
ferroviarios y salarios nacionales (nominales y reales) superpuestas a lo largo del siglo:
la coincidencia de los índices de salarios reales con base en 1913 de ambas series es casi
perfecta, resultando difícil distinguir las dos gráficas. Como ya se ha señalado, esto es lo
que importa para nuestro cálculo de índices inversos de variación, que hace abstracción
de los niveles absolutos de cada serie.
Finalmente, en el cuadro 5.1 se calculan las tasas de crecimiento acumulativo anual de
las 13 series de salarios nominales utilizadas para construir nuestro índice sintético de
salarios entre 1800 y 2000, comparándolas con las de este último durante los períodos
que contribuyen a construirlo. En el mismo puede observarse que la separación entre
unas y otro no es superior al 20 % (excepto en el caso de la fábrica La Rambla, con un
22%). Sobresalen especialmente los casos del salario agrario de Cataluña y de los
salarios ferroviarios (con desviaciones inferiores al 2%), y los de los salarios agrarios,
La España Industrial, la Inspección de trabajo, la Encuesta de salarios INE, la Fábrica
de la Moneda y los salarios telefónicos, con desviaciones inferiores al 10% (en
cursivas).

162
Cuadro 5.1. Tasas de crecimiento acumulativo anual de las 13 series de salarios nominales y del
promedio general en el período correspondiente a cada serie (años 1800-2000, en %)

1800- 1818- 1800- 1800- 1850- 1891- 1891- 1908- 1964- 1890- 1914- 1944- 1950-
PERÍODO: 2000 1935 1852 1950 1957 1925 1935 1930 2000 1999 1925 1965 1996
SERIE:
1. Agrario General 4,08
2. Agrario Cataluña 1,22
3. Albañiles Palencia 0,38
4. Promedio Madrid 1,68
5. La España Industrial 3,17
6. Fábrica La Rambla 2,40
7. Fábricas Tolrá y Marfá 2,46
8. Inspección trabajo IRS 4,56
9. Encuesta de salarios INE 12,61
10. Salarios ferroviarios 7,61
11. Salario minas Asturias 6,59
12. Fábrica de la Moneda 12,40
13 Salario empleados CTNE 13,49

Promedio general 4,41 1,22 0,33 2,06 3,49 3,06 2,80 4,32 11,81 7,75 7,78 11,71 12,66
Ratio Serie/promedio
(En cursivas: <10%) 0,93 1,01 1,17 0,82 0,91 0,78 0,88 1,06 1,07 0,98 0,85 1,06 1,07

163
5.2.- Cuadros y gráficos de este Balance: 1500-2017.

164
GRÁFICO B-I.- MEDIA GEOMÉTRICA HOMBRES-MUJERES DE LAS SERIES DE SALARIOS NOMINALES
COMPUTADOS POR LOS INSPECTORES DEL IRS Y LOS JEFES DE ESTADÍSTICA: 1908-1930 (Y MEDIA PONDERADA NACIONAL)
ANDALUCÍA
7,50
ARAGÓN
ASTURIAS
7,00 BALEARES
CANARIAS
6,50 CANTABRIA
CASTILLA LA MANCHA
CASTILLA LEÓN
6,00
CATALUÑA
EXTREMADURA
5,50 GALICIA
LA RIOJA
5,00 MADRID
MURCIA
NAVARRA
4,50 PAÍS VASCO
COMUNIDAD VALENCIANA
4,00 MEDIA NACIONAL PONDERADA (49 PROVINCIAS) AMBOS SEXOS
MEDIA GEOMÉTRICA SIMPLE (17 REGIONES) AMBOS SEXOS
3,50

3,00

2,50

2,00

1,50

1,00
1908 1909 1910 1911 1912 1913 1914 1915 1916 1917 1918 1919 1920 1921 1922 1923 1924 1925 1926 1927 1928 1929 1930

165
GRÁFICO B-II.- PROMEDIO HOMBRES-MUJERES DE LAS SERIES DE SALARIOS RESULTANTES DE LAS
VISITAS DE LOS INSPECTORES DEL IRS EN LAS INDUSTRIAS MÁS RELEVANTES: 1909-1920.
5,50
Minas, Salinas y Canteras
Metalurgia
Trabajo del hierro y demás metales
5,00 Industrias Químicas
Industrias Textiles
Industrias Forestales y Agrícolas
Industrias de Construcción
4,50 Industrias Eléctricas
Industrias de Alimentación
Industrias del Libro
Industrias de Papel, cartón y caucho
4,00
Industrias del vestido
Industrias de cueros y pieles
Industrias de Madera
3,50 Industrias de Transportes
Industrias de Mobiliario
Alfarería y Cerámica
Vidrio y cristal
3,00 Industrias varias
MEDIA NACIONAL PONDERADA (24 INDUSTRIAS) AMBOS SEXOS
MEDIA NACIONAL SIMPLE (24 INDUSTRIAS) AMBOS SEXOS
2,50

2,00

1,50
1909 1910 1911 1912 1913 1914 1915 1916 1917 1918 1919 1920

166
GRÁFICO B-III.- SALARIOS MÁXIMOS Y MÍNIMOS PROVINCIALES RECOGIDOS POR LOS JEFES DE ESTADÍSTICA:
1914-1930 (9 OFICIOS INDUSTRIALES); 1942-1954 (16 OFICIOS), Y AGRICULTURA.
INDUSTRIA H. MAXIMOS INDUSTRIA H. MINIMOS
INDUSTRIA M./COSTURERAS MAXIMOS INDUSTRIA M./COSTURERAS MÍNIMOS
APRENDICES H. MÁXIMOS APRENDICES H. MÍNIMOS
APRENDIZAS MÁXIMOS APRENDIZAS MÍNIMOS
BRACEROS MÁXIMOS BRACEROS MINIMOS
BRACERAS MAXIMOS MEDIA GEOMÉTRICA (8-12)
BRACERAS MÍNIMOS

10

167
GRÁFICO B-IV.- Casa de la Moneda, Madrid: Porcentaje que representa cada concepto retributivo anual
100%
PLUS
FAMILIAR
90%

PRIMAS
80%

70% PAGAS
BENEFICIOS
60%
PAGAS
EXTRA
50%

HORAS
40% EXTRA

30% I.L.T.

20%
JORNAL

10%

0%

168
GRÁFICO B-V-A.- UN SIGLO DE SALARIOS FERROVIARIOS: SALARIOS/AÑO 1890-2000
Masa salarial, plantillas computadas y salario anual por agente ferroviario (y otros salarios)
GASTOS PERSONAL (MILES PTAS.)
PLANTILLA (AGENTES)
50.000.000
SALARIO AGENTE: PTAS./AÑO
Salario nominal CTNE Ptas./año
Casa de la moneda Ptas./ Año
5.000.000
Industria textil Cataluña Ptas./ año
Encuesta de salarios: PTPTS/año

500.000

50.000

5.000

500
1890 1895 1900 1905 1910 1915 1920 1925 1930 1935 1940 1945 1950 1955 1960 1965 1970 1975 1980 1985 1990 1995 2000

169
GRÁFICO B-V-B.- UN SIGLO DE SALARIOS FERROVIARIOS: SALARIOS/AÑO 1890-1999
Salarios ferroviarios nominales y reales (en pesetas de 2000), e índices de salarios reales con base 1913=100
Comparados con salarios nacionales nominales, reales en ptas. de 2000, e índices de salarios reales (base 1913=100)

1.000.000

SALARIO REAL. ÌNDICE 1913=100


ÍNDICE PRECIOS 2 000 = 100 000
100.000
SALARIO ANUAL EN PTAS. año 2000
SALARIO NOMINAL: PTAS/AÑO
SALARIO NOMINAL NACIONAL: PTAS./AÑO
SALARIO/AÑO NACIONAL PTAS. 2000
10.000
SALARIO REAL NACIONAL: 1913=100

1.000

100

10
1890 1895 1900 1905 1910 1915 1920 1925 1930 1935 1940 1945 1950 1955 1960 1965 1970 1975 1980 1985 1990 1995 2000

170
GRÁFICO B-V-C.- ÍNDICES DE SALARIOS FERROVIARIOS Y OTROS SALARIOS 1890-1990 (1890=1)

Ferroviarios Indice Mixto Industria Textil Madrid (Reher-Ballesteros)

1000

100

10

1
1890 1895 1900 1905 1910 1915 1920 1925 1930 1935 1940 1945 1950 1955 1960 1965 1970 1975 1980 1985 1990

171
GRÁFICO B-VI.- DOS SIGLOS Y MEDIO DE SALARIOS AGRARIOS: SALARIOS/DÍA 1755-2000
Salarios nominales, reales en pesetas de 2.000 e índices de salarios reales con base 1913=100
10.000
Salarios agrarios diarios reales: 1913=100
Precios base 2000 = 10.000
Salarios agrarios diarios reales en ptas. 2000
España: Salario agrario diario en ptas. corrientes
1.000

100

10

1
1760
1765
1770
1775
1780
1785
1790
1795
1800
1805
1810
1815
1820
1825
1830
1835
1840
1845
1850
1855
1860
1865
1870
1875
1880
1885
1890
1895
1900
1905
1910
1915
1920
1925
1930
1935
1940
1945
1950
1955
1960
1965
1970
1975
1980
1985
1990
1995
2000
0

172
GRÁFICO B-VII.- DOS SIGLOS DE SALARIOS DIARIOS EN ESPAÑA. GRANDES SERIES: 1800-2000
Salarios nominales diarios en pesetas: 7 grandes series, media geométrica de 13 series y estimación salario nacional

SALARIO DIARIO: MEDIA GEOMÉTRICA 13 SERIES (Ptas.)


10.000
SALARIO DIARIO AGRICULTURA (Ptas.)
SALARIO DIARIO MADRID (Ptas.)
SALARIO DIARIO FERROCARRILES (Ptas.)
SALARIO DIARIO CTNE (Ptas.)
1.000
LA ESPAÑA INDUSTRIAL (Ptas./Día)
SALARIO DIARIO NACIONAL MEDIO (Ptas.)
INSPECTORES DE TRABAJO IRS PONDERADA (49 PROV. Y GÉNERO)
Encuesta de salarios: PTPTS
100

10

1
1800
1805
1810
1815
1820
1825
1830
1835
1840
1845
1850
1855
1860
1865
1870
1875
1880
1885
1890
1895
1900
1905
1910
1915
1920
1925
1930
1935
1940
1945
1950
1955
1960
1965
1970
1975
1980
1985
1990
1995
2000
173
GRÁFICO B-VIII.- SALARIOS REALES EN LAS DOS CORONAS
BASE: 1726-1750 = 100. Hasta 1800, indices medidos en moneda de cobre (vellón) o "dinero"
300
SALARIO REAL CORONA DE CASTILLA
SALARIO REAL CORONA DE ARAGÓN
1726-1750 = 100
MEDIA GEOM.

30

174
GRÁFICO B-IX.- PRECIOS, SALARIOS NOMINALES Y REALES EN ESPAÑA: 1500-1940
BASE: 1913 = 100. Indices de salarios y precios. Hasta 1800 medidos en "dinero", o moneda de cobre (vellón)

Salario nominal Precios al consumo: 1913= 100 Salario real: 1913 = 100

100,0

10,0
1500
1510
1520
1530
1540
1550
1560
1570
1580
1590
1600
1610
1620
1630
1640
1650
1660
1670
1680
1690
1700
1710
1720
1730
1740
1750
1760
1770
1780
1790
1800
1810
1820
1830
1840
1850
1860
1870
1880
1890
1900
1910
1920
1930
1940
175
GRÁFICO B-X.- SALARIOS NOMINALES Y REALES EN INGLATERRA Y ESPAÑA
ÍNDICES TRANSFORMADOS. BASE 1850 (= 1 SALARIOS NOMINALES; =100 SALARIOS REALES)

10.000
Inglaterra. Indice de salario nominal: 1850 = 1
Inglaterra. Indice de salario real: 1850 = 100
España: Indice de salario nominal: 1850 = 1
España. Indice de salario real: 1850 = 100
1.000
Exponencial (Inglaterra. Indice de salario real: 1850 = 100)
y = 79,192e0,0165x
R² = 0,9716

100

10

1
1850
1855
1860
1865
1870
1875
1880
1885
1890
1895
1900
1905
1910
1915
1920
1925
1930
1935
1940
1945
1950
1955
1960
1965
1970
1975
1980
1985
1990
1995
2000
2005
2010
2015
176
GRÁFICO B-XI.- REMUNERACIONES REALES ANUALES: INGLATERRA Y ESPAÑA
ÍNDICES TRANSFORMADOS: BASE 1913 = 100, Y RATIO INGLATERRA/ESPAÑA (%)
1.000
Salario real: Inglaterra: Base: 1913 = 100
Salario real: España: Base: 1913 = 100
Ratio capacidad adquisitiva salarial Inglaterra/España en %
Tendencia polinómica de la ratio (segundo grado)
y = 0,0008x2 - 0,2135x + 30,546
R² = 0,7166

100

10

177
GRÁFICO B-XII.- REMUNERACIONES REALES ANUALES EN INGLATERRA Y ESPAÑA
EUROS/AÑO. MEDIDAS EN CAPACIDAD ADQUISITIVA DE EUROS DEL AÑO 2010
(EN LA PARTE INFERIOR DEL GRÁFICO LAS MARCAS REPRESENTAN DIVISIONES DE MIL EUROS. EN LA SUPERIOR, DE 10.000 EUROS)

Salario real: Inglaterra en € 2010


Salario real: España en € 2010
Máximo: Inglaterra 2007 = 39.500 (en € de 2010)
Tendencia polinómica de grado 6: Inglaterra
Tendencia polinómica de grado 6: España

10.000

y = 2E-11x6 - 1E-08x5 + 2E-07x4 + 0,0003x3 + 0,1149x2 - 33,93x + 7374,9


R² = 0,9282

y = 4E-11x6 - 4E-08x5 + 2E-05x4 - 0,0042x3 + 0,5829x2 - 49,993x + 3449,7


R² = 0,9899
1.000

178
Cuadro B-I.- MEDIA GEOMÉTRICA HOMBRES-MUJERES DE LAS SERIES DE SALARIOS RESULTANTES
DE COMBINAR LAS VISITAS DEL IRS Y LAS OBSERVACIONES DE LOS JEFES DE ESTADÍSTICA
MEDIA MEDIA
CAST. CAST. PAÍS POND- GEOM-
ANDALUC. ARAG. ASTUR. BALEAR. CANAR. CANTAB. MANCHA LEÓN CATALUÑA ESTREM. GALIC. RIOJA MADRID MURCIA NAVAR. VASCO C.VALENCIA 49 PRO. 17 REG
1908 1,82 1,77 1,85 1,55 2,56 1,91 1,50 1,50 2,44 1,37 1,78 1,66 1,94 1,52 1,94 2,25 1,53 2,46 1,79
1909 1,87 1,75 2,18 1,56 2,23 2,02 1,38 1,64 2,39 1,37 2,06 1,77 1,94 1,59 1,84 2,08 1,54 2,41 1,81
1910 2,12 1,81 2,14 1,58 2,55 2,18 1,58 1,84 2,33 1,24 2,24 1,77 1,89 1,70 1,83 2,37 1,72 2,54 1,91
1911 2,07 1,95 2,05 1,72 2,87 2,00 1,50 1,68 2,34 1,49 2,09 1,48 2,38 1,38 1,94 2,41 1,59 2,54 1,90
1912 1,88 2,00 2,20 1,72 3,21 1,97 1,56 1,84 2,31 1,57 2,11 1,94 2,55 1,73 1,70 2,45 1,78 2,54 1,99
1913 1,87 1,99 2,38 1,68 3,19 2,19 1,58 1,74 2,46 1,92 1,91 1,94 2,20 1,61 1,85 2,52 1,71 2,48 2,01
1914 1,93 2,19 2,29 1,68 2,37 2,23 1,54 1,66 2,53 1,25 1,86 1,85 1,98 1,75 1,82 2,50 1,77 2,57 1,92
1915 1,81 2,29 2,74 1,80 3,24 2,21 1,60 2,01 2,56 1,35 2,82 1,66 2,28 1,70 2,29 2,44 1,79 2,77 2,10
1916 2,01 2,47 2,83 1,79 2,37 2,35 1,57 1,90 2,69 1,31 2,24 1,70 2,40 1,85 2,65 2,64 1,84 2,77 2,11
1917 1,85 2,59 1,94 1,72 2,60 2,61 1,46 1,96 3,10 1,35 2,04 2,30 2,50 1,91 2,65 2,96 2,08 2,95 2,16
1918 2,22 3,08 3,61 1,82 2,74 2,44 1,51 2,16 3,61 1,62 2,27 1,88 2,85 2,21 2,09 3,15 2,17 3,45 2,36
1919 2,32 4,26 3,46 2,55 3,35 2,68 2,97 2,20 4,66 1,76 2,42 2,68 3,03 2,18 2,45 3,55 2,87 4,19 2,82
1920 3,34 4,78 3,89 3,54 3,91 3,74 2,61 2,96 4,87 2,14 3,07 3,46 3,83 2,72 3,54 4,55 3,43 5,11 3,48
1921 3,34 5,30 3,34 3,84 4,16 3,79 2,61 3,15 5,36 2,77 3,52 3,77 5,23 3,26 3,97 5,29 4,21 5,53 3,85
1922 3,87 4,72 3,35 3,88 5,59 3,84 2,77 3,57 4,83 2,29 3,44 3,69 4,17 3,32 4,03 6,19 4,15 5,93 3,88
1923 3,82 5,08 4,21 3,88 4,63 3,69 2,90 3,61 4,77 3,09 3,76 3,50 3,33 2,95 4,02 5,86 4,18 6,07 3,89
1924 4,07 4,72 4,67 4,20 5,74 4,03 3,02 3,75 5,44 2,65 3,68 4,31 3,34 2,93 3,88 5,77 4,10 6,35 4,04
1925 4,29 4,19 5,08 4,50 6,79 4,36 3,11 3,86 6,04 2,13 3,56 5,10 3,49 2,90 3,72 5,64 3,96 6,53 4,12
1926 4,08 4,52 5,14 4,59 7,41 4,33 3,21 3,74 5,75 1,90 4,07 4,86 3,61 3,02 3,13 5,52 4,10 6,49 4,12
1927 4,05 4,29 5,18 4,68 7,46 4,36 3,49 3,94 5,89 1,97 3,77 4,96 3,62 3,04 3,13 5,53 4,14 6,51 4,15
1928 4,08 4,65 5,64 4,68 7,33 4,36 3,47 3,93 6,00 2,04 3,94 4,70 4,13 3,04 3,13 5,53 4,13 6,55 4,70
1929 4,12 5,01 6,10 4,68 7,19 4,36 3,45 3,93 6,11 2,12 4,12 4,45 4,65 3,04 3,13 5,53 4,12 6,61 4,31
1930 4,15 4,95 5,56 4,68 6,85 4,37 3,40 3,92 5,94 2,86 4,08 4,86 4,79 3,08 3,17 5,52 4,12 *6,56 4,37
NOTA*: Obsérvese la diferencia entre la serie ponderada por provincias y componente de género y la media geométrica por industrias y regiones a lo largo de todo el período. La cifra ponderada por
observaciones (hombres y mujeres) en cada provincia es la que se toma como base para estimar el salario medio nacional en 1930: 6,56 ptas./día. La media ponderada de este modo coincide también
con la cifra media ponderada por personas e industrias en 1920 de la serie que aparece en el cuadro B.II (5,11 ptas.). Estas dos cifras se toman como base de todas nuestras estimaciones hasta 1960.

179
Cuadro B-II.- SALARIOS NOMINALES (1908-1920): DATOS NACIONALES POR GRUPOS DE INDUSTRIAS
RESULTANTES DE LAS VISITAS DE LOS INSPECTORES DEL INSTITUTO DE REFORMAS SOCIALES (IRS)
1908 1909 1910 1911 1912 1913 1914 1915 1916 1917 1918 1919 1920
1. Minas Salinas
Canteras 3,25 2,08 2,06 2,12 2,17 2,21 1,98 2,00 2,00 2,13 2,38 2,75 5,25
2. Metalurgia 3,88 2,50 2,44 2,30 2,64 2,26 2,37 2,43 2,90 3,05 2,13 3,50 5,13
3. Hierro y metales 3,75 2,11 2,09 2,13 2,19 2,22 2,21 2,36 2,43 2,78 3,75 3,55 4,38
4. Industria Química 3,13 2,15 2,03 2,13 2,16 2,10 1,99 2,18 2,26 2,75 3,25 3,33 4,38
5. Industria Textil 2,63 2,09 1,88 1,89 1,96 2,18 2,00 2,14 2,17 2,63 2,38 3,00 3,88
6. Industria Rural 1,75 2,09 1,96 1,66 1,81 1,67 1,75 2,03 2,00 2,25 2,83 3,50 5,25
7. Ind. Construcción 2,63 2,05 2,01 2,04 2,03 2,23 2,21 2,11 2,27 2,75 2,63 3,50 5,00
8. Industria Eléctrica 4,00 2,20 2,36 2,26 2,14 2,35 2,50 2,57 2,57 2,75 2,25 3,50 5,00
9. Ind. Alimentación 2,00 2,05 2,02 2,05 2,04 2,07 2,16 2,19 2,36 2,63 2,38 3,75 4,50
10. Ind. Libro 2,19 2,10 2,65 2,15 2,07 2,20 2,23 2,14 2,31 2,63 3,13 3,75 4,50
11. Papel, cartón-caucho 2,06 1,79 1,88 1,99 2,24 1,88 1,95 1,86 2,07 2,38 2,50 3,00 4,50
12. Ind. Vestido 1,94 1,88 1,85 1,90 2,05 2,10 2,13 2,15 2,16 2,50 2,75 3,25 4,25
13. Ind. Cueros-pieles 2,50 1,85 1,79 1,94 2,07 1,97 1,96 2,14 2,15 2,25 2,75 3,33 4,38
14. Ind. Madera 2,29 1,91 1,96 1,89 2,07 2,10 2,08 2,29 2,36 2,75 2,88 3,38 4,88
15. Ind. Transportes 2,07 2,62 2,34 2,57 2,42 2,24 2,43 2,52 2,18 3,25 2,50 3,58 4,75
16. Ind. Mobiliario 2,63 1,93 2,00 2,12 2,15 2,22 2,14 2,14 2,19 2,75 2,75 3,50 5,00
17. Ind. Alfarería-Cerámica 1,84 2,06 1,89 1,89 1,93 2,05 2,10 2,38 2,38 3,25 4,88
18. Ind. Vidrio-cristal 2,37 2,29 2,63 2,27 2,54 2,62 2,78 3,50 3,50 5,00 4,50
19. Industrias varias 3,38 2,09 2,00 1,97 2,07 2,04 2,19 2,20 2,44 3,38 3,50 4,13 5,50
MEDIA-PONDERADA 3,11 2,34 2,34 2,27 2,38 2,43 2,43 2,65 2,64 3,13 3,20 3,96 5,11
(24 INDUSTRIAS)
MEDIA-SIMPLE (24 IND,) 2,74 2,12 2,16 2,08 2,17 2,13 2,15 2,27 2,29 2,67 2,77 3,41 4,72

180
Cuadro B-III.- SALARIOS MÁXIMOS Y MÍNIMOS PROVINCIALES RECOGIDOS POR LOS JEFES DE ESTADÍSTICA:
1914-1930 (9 OFICIOS INDUSTRIALES); 1942-1954 (16 OFICIOS), Y AGRICULTURA. Ptas. al día.
INDUSTRIA INDUSTRIA INDUSTRIA INDUSTRIA APRENDICES APRENDICES MEDIA
HOMBRES HOMBRES COSTURERAS COSTURERAS HOMBRES HPMBRES APRENDIZAS APRENDIZAS BRACEROS BRACEROS BRACERAS BRACERAS GEOMÉTRICA
MAXIMOS MINIMOS MAXIMOS MÍNIMOS MÁXIMOS MÍNIMOS MÁXIMOS MÍNIMOS MÁXIMOS MINIMOS MAXIMOS MÍNIMOS (8/12)

1914 4,2 2,7 2 1,1 2,8 1,9 1,6 1 1,95


1915 4,1 2,6 2,1 1,2 2,7 1,9 1,6 1,1 1,99
1916 4,2 2,6 2,3 1,2 2,9 1,9 1,5 1,1 2,02
1917 4,3 2,8 2,5 1,2 2,9 2 1,6 1,1 2,09
1918 4,8 3 2,6 1,4 3,8 2,4 1,9 1,2 2,40
1919 6,3 4,3 3,3 1,9 5,2 3,5 2,6 1,6 3,26
1920 7,4 4,7 3,5 1,9 6 3,9 3,1 2 3,68
1921 7,7 5,2 3,5 2,1 6 4 3,4 2,3 3,92
1922 7,9 5,4 3,6 2,1 6,4 4,4 3,2 2,1 3,96
1923 8,2 5,5 3,6 2 6 4 3 2 3,83
1924 8,3 5,6 3,7 2 6,1 4,1 3 2 3,88
1925 8,5 5,7 3,8 2 6,2 4,2 3 2 3,94
1926 8,6 5,8 3,9 2 6,1 3,9 3,1 1,9 3,91
1927 8,6 5,8 3,9 2 6 4 3 1,8 3,87
1928 8,7 5,8 4,1 2 6,7 4,2 3,2 1,9 4,04
1929 8,6 5,8 4,1 2,1 6,5 4,2 3,1 2 4,05
1930 8,7 5,8 4,1 2,1 6,4 4,2 3,2 2 4,07
1942 15,42 10,33 8,01 5,52 6,16 3,45 3,37 1,9 14,61 9,22 8,24 5,68 6,53
1943 15,99 11,09 8,24 5,81 6,30 3,60 3,5 2,02 15,16 9,85 8,49 6,03 6,84
1946 20,48 13,59 11,84 8,02 9,20 4,92 5,63 3,09 18,78 11,98 10,55 7,55 9,21
1947 24,74 16,95 15,02 12,06 13,12 7,80 9,62 5,66 21,21 13,53 12,69 8,98 12,45
1948 24,58 16,84 14,93 11,97 13,03 7,75 9,56 5,63 21,08 13,45 12,61 8,92 12,37
1949 24,58 16,84 14,93 11,98 13,03 7,75 9,56 5,63 21,08 13,45 12,61 8,92 12,37
1950 28,77 19,71 17,47 14,02 15,25 9,07 11,18 6,58 24,66 15,74 14,75 10,44 14,47
1951 28,77 19,71 17,47 14,02 15,25 9,07 11,18 6,58 24,66 15,74 14,75 10,44 14,47
1952 30,13 20,64 18,29 14,69 15,97 9,50 11,71 6,89 24,66 15,74 14,75 10,44 14,93
1953 28,77 19,71 17,47 14,02 15,25 9,07 11,18 6,58 24,66 15,74 14,75 10,44 14,47
1954 47,79 32,85 27,21 21,85 25,56 15,26 14,83 8,74 29,67 18,93 17,74 12,56 20,62

181
Cuadro B-IV.- Casa de la Moneda. Madrid: Plantilla y remuneración anual del personal desglosada por conceptos
Año PLANTILLA JORNAL I.L.T. HORAS EXTRA PAGAS EXTRA PAGAS BENEFICIOS PRIMAS PLUS FAMILIAR REMUNERACIÓN

1944 642 5.833 ----- 632 1.476 53 ----- 831 8.826


1945 745 5.399 96 632 1.366 171 4 831 8.499
1946 774 5.883 130 641 1.489 166 328 912 9.549
1947 779 6.921 264 711 1.656 593 326 1.109 11.579
1948 773 7.679 358 833 1.720 551 112 1.112 12.365
1949 825 7.341 226 483 1.741 486 156 1.114 11.547
1950 914 8.189 239 1.014 1.763 607 40 1.171 13.023
1951 952 8.539 344 997 1.888 673 32 1.250 13.723
1952 986 8.803 325 914 2.037 712 363 1.300 14.455
1953 1.060 8.634 335 1.289 2.007 845 537 1.310 14.956
1954 1.056 9.643 329 1.580 2.343 874 614 3.455 18.838
1955 1.054 9.834 369 1.636 2.411 876 694 3.699 19.519
1956 1.031 12.140 486 2.321 3.255 1.003 3.215 4.119 26.539
1957 1.042 17.030 773 2.525 4.655 1.191 6.970 5.740 38.884
1958 1.195 16.379 536 3.028 4.314 1.792 10.929 6.525 43.505
1959 1.255 16.595 532 3.168 4.351 1.707 12.292 6.879 45.525
1960 1.218 17.445 473 3.559 4.467 1.712 14.389 7.806 49.851
1961 1.290 17.625 472 4.899 4.370 1.645 16.566 7.844 53.420
1962 1.207 21.248 640 5.650 5.448 1.745 22.183 8.620 65.535
1963 1.193 37.324 981 1.291 8.054 3.844 19.311 10.444 81.250
1964 1.195 49.195 1.312 2.493 8.671 4.455 14.652 8.879 89.657
1965 1.336 52.603 1.202 3.984 8.614 4.539 23.354 8.495 102.791

Fuente: Elaboración propia a partir de las Memorias anuales conservadas en el archivo de la Casa de la Moneda (Nota: en 1962 las primas superan al jornal)

182
Cuadro B-V-A.- UN SIGLO DE SALARIOS FERROVIARIOS (NOMINALES Y REALES): 1890-1999.
Salarios nominales en pesetas/año. Salarios reales en pesetas de 2000 e índices de salarios reales con base 1913=100
PTAS de ÍNDICE PTAS de ÍNDICE PTAS de ÍNDICE PTAS de ÍNDICE
Año PTAS/AÑO 2000 1913=100 Año PTAS/AÑO 2000 1913=100 Año PTAS/AÑO 2000 1913=100 Año PTAS/AÑO 2000 1913=100
1890 1.254 591.325 94,9 1916 1.510 561.478 90,2 1948 10.181 537.656 86,4 1974 253.214 2.471.102 396,8
1891 1.286 581.760 93,4 1917 1.603 513.889 82,5 1949 10.871 545.013 87,5 1975 307.534 2.566.202 412,0
1892 1.315 566.770 91,0 1918 1.788 483.353 77,6 1950 14.463 653.739 105,0 1976 393.291 2.790.086 448,0
1893 1.303 587.077 94,3 1919 2.231 537.656 86,3 1951 15.445 638.225 102,5 1977 517.648 2.948.722 473,5
1894 1.289 585.960 94,1 1920 2.926 650.127 104,4 1952 16.731 705.431 113,3 1978 643.119 3.058.684 491,1
1895 1.309 603.244 96,9 1921 3.397 806.995 129,6 1953 16.196 672.139 107,9 1979 761.731 3.132.375 503,0
1896 1.246 584.901 93,9 1922 3.419 846.342 135,9 1954 19.248 788.868 126,7 1980 898.572 3.197.425 513,4
1897 1.274 571.086 91,7 1923 3.521 873.817 140,3 1955 20.449 805.344 129,3 1981 1.021.785 3.173.935 509,6
1898 1.295 565.461 90,8 1924 3.607 877.604 140,9 1956 23.707 882.421 141,7 1982 1.210.631 3.286.900 527,8
1899 1.409 623.438 100,1 1925 3.591 873.775 140,3 1957 29.361 986.656 158,4 1983 1.320.518 3.196.142 513,2
1900 1.384 606.828 97,4 1926 3.561 901.396 144,7 1958 31.476 932.682 149,7 1984 1.421.535 3.091.907 496,5
1901 1.359 583.455 93,7 1927 3.645 927.431 148,9 1959 32.442 895.693 143,8 1985 1.544.914 3.088.099 495,8
1902 1.445 609.496 97,9 1928 3.672 927.304 148,9 1960 35.926 980.463 157,4 1986 1.670.632 3.069.379 492,8
1903 1.471 615.344 98,8 1929 3.711 898.667 144,3 1961 36.026 947.500 152,1 1987 1.861.230 3.249.070 521,7
1904 1.499 624.481 100,3 1930 3.653 904.283 145,2 1962 46.553 1.157.953 185,9 1988 2.055.173 3.422.094 549,5
1905 1.498 621.650 99,8 1931 3.761 904.157 145,2 1963 59.203 1.354.372 217,5 1989 2.205.623 3.439.032 552,2
1906 1.481 627.677 100,8 1932 3.712 901.019 144,7 1964 63.238 1.352.454 217,1 1990 2.420.665 3.536.606 567,9
1907 1.497 634.382 101,9 1933 3.730 925.651 148,6 1965 71.031 1.341.813 215,4 1991 2.695.340 3.717.300 596,9
1908 1.494 635.939 102,1 1934 3.704 890.486 143,0 1966 76.002 1.351.391 217,0 1992 3.013.540 3.923.727 630,0
1909 1.491 653.962 105,0 1935 3.721 894.572 143,6 1967 89.139 1.508.845 242,3 1993 3.153.914 3.927.077 630,6
1910 1.485 654.229 105,0 1941 5.248 542.728 87,1 1968 98.010 1.560.756 250,6 1994 3.102.198 3.688.613 592,3
1911 1.491 636.972 102,3 1943 5.653 549.935 88,3 1969 110.728 1.725.814 277,1 1995 3.281.695 3.727.801 598,6
1912 1.491 645.502 103,6 1944 6.106 568.574 91,3 1970 120.607 1.774.670 285,0 1996 3.382.506 3.710.272 595,7
1913 1.476 622.795 100,0 1945 8.782 764.305 122,7 1971 155.308 2.115.051 339,6 1997 3.409.885 3.671.044 589,4
1914 1.424 593.262 95,3 1946 9.701 643.707 103,4 1972 176.533 2.220.544 356,5 1998 3.548.560 3.754.136 602,8
1915 1.383 548.926 88,1 1947 9.674 545.637 87,6 1973 212.219 2.479.774 398,2 1999 3.697.695 3.826.654 614,4

183
Cuadro B-V-B.- UN SIGLO DE SALARIOS EN ESPAÑA, 1890-1999. SALARIOS NOMINALES, REALES E ÍNDICES
Salarios nominales en pesetas/año. Salarios reales en pesetas de 2 000 e índices de salarios reales con base 1913=100
Año PTAS/AÑO PTAS 2000 ÍNDICE Año PTAS/AÑO PTAS 2000 ÍNDICE Año PTAS/AÑO PTAS 2000 ÍNDICE Año PTAS/AÑO PTAS 2000 ÍNDICE
1890 752 354.591 97,1 1917 1.008 323.052 88,5 1945 4.394 382.450 104,8 1972 87.829 1.104.766 302,6
1891 740 334.740 91,7 1918 1.171 316.504 86,7 1946 5.019 333.036 91,2 1973 102.945 1.202.909 329,5
1892 747 322.175 88,3 1919 1.435 345.711 94,7 1947 5.818 328.127 89,9 1974 133.492 1.302.745 356,9
1893 747 336.480 92,2 1920 1.829 406.513 111,4 1948 6.220 328.582 90,0 1975 164.682 1.374.182 376,5
1894 750 340.970 93,4 1921 1.940 460.720 126,2 1949 6.319 316.739 86,8 1976 209.010 1.482.758 406,2
1895 751 346.286 94,9 1922 2.010 497.561 136,3 1950 7.079 320.030 87,7 1977 273.270 1.556.651 426,4
1896 763 358.205 98,1 1923 1.968 488.385 133,8 1951 7.534 311.317 85,3 1978 353.086 1.679.282 460,0
1897 763 342.157 93,7 1924 2.024 492.429 134,9 1952 7.888 332.539 91,1 1979 412.884 1.697.853 465,1
1898 709 309.532 84,8 1925 2.002 487.161 133,5 1953 8.030 333.199 91,3 1980 481.544 1.713.498 469,4
1899 755 334.035 91,5 1926 1.985 502.564 137,7 1954 9.479 388.496 106,4 1981 550.038 1.708.564 468,1
1900 757 332.207 91,0 1927 2.023 514.686 141,0 1955 9.842 387.645 106,2 1982 630.774 1.712.570 469,2
1901 750 321.820 88,2 1928 2.031 512.839 140,5 1956 11.572 430.658 118,0 1983 698.035 1.689.502 462,8
1902 775 326.891 89,6 1929 2.049 496.136 135,9 1957 14.873 499.775 136,9 1984 759.442 1.651.822 452,5
1903 774 323.841 88,7 1930 2.047 506.675 138,8 1958 16.777 497.104 136,2 1985 832.701 1.664.470 456,0
1904 795 331.231 90,7 1931 2.136 513.423 140,7 1959 18.325 505.938 138,6 1986 914.300 1.679.803 460,2
1905 801 332.210 91,0 1932 2.335 566.773 155,3 1960 19.580 534.392 146,4 1987 994.048 1.735.268 475,4
1906 811 343.698 94,2 1933 2.344 581.562 159,3 1961 20.562 540.823 148,2 1988 1.067.402 1.777.344 486,9
1907 831 352.198 96,5 1934 2.349 564.705 154,7 1962 24.011 597.295 163,6 1989 1.149.291 1.791.987 490,9
1908 841 358.079 98,1 1935 2.421 582.038 159,4 1963 29.934 684.839 187,6 1990 1.269.197 1.854.305 508,0
1909 854 374.719 102,7 1936 2.444 584.571 160,1 1964 31.725 678.463 185,9 1991 1.413.970 1.950.089 534,2
1910 890 392.162 107,4 1937 2.562 560.695 153,6 1965 35.264 666.108 182,5 1992 1.549.083 2.016.957 552,5
1911 860 367.705 100,7 1938 2.733 520.598 142,6 1966 41.896 744.945 204,1 1993 1.630.184 2.029.813 556,1
1912 874 378.460 103,7 1939 2.897 451.257 123,6 1967 47.599 805.667 220,7 1994 1.683.053 2.001.204 548,2
1913 865 365.033 100,0 1940 2.800 376.280 103,1 1968 52.408 834.515 228,6 1995 1.783.849 2.026.342 555,1
1914 879 366.089 100,3 1941 3.027 313.013 85,7 1969 58.638 913.927 250,4 1996 1.856.565 2.036.467 557,9
1915 911 361.600 99,1 1942 3.369 325.847 89,3 1970 65.085 957.690 262,4 1997 1.906.413 2.052.423 562,3
1916 960 356.759 97,7 1943 3.498 340.232 93,2 1971 76.135 1.036.838 284,0 1998 1.976.425 2.090.924 572,8
1944 3.901 363.177 99,5 1999 2.038.716 2.109.817 578,0

184
Cuadro B-VI.- SIGLO Y MEDIO DE SALARIOS NOMINALES: TEXTILES EN CATALUÑA Y TELEFÓNICOS (CTNE).
Textil Salario Textil Salario Textil Salario Textil Salario Plantilla Coste en Salario Plantilla Coste en Salario
AÑO anual AÑO anual AÑO anual AÑO anual AÑO CTNE Millones anual AÑO CTNE Millones anual
1850 682 1877 868 1904 879 1931 2.508 1950 13.814 195 14.116 1977 54.075 31.783 587.758
1851 701 1878 881 1905 892 1932 2.646 1951 15.124 225 14.877 1978 55.618 45.729 822.198
1852 712 1879 865 1906 913 1933 2.625 1952 15.452 250 16.179 1979 57.432 51.685 899.934
1853 715 1880 868 1907 933 1934 2.614 1953 16.997 308 18.121 1980 59.213 64.065 1.081.941
1854 707 1881 876 1908 916 1935 2.841 1954 17.506 424 24.220 1981 60.659 73.008 1.203.581
1855 777 1882 858 1909 918 1936 2.858 1955 17.786 439 24.682 1982 61.670 86.616 1.404.508
1856 756 1883 873 1910 979 1937 2.858 1956 17.786 501 28.168 1983 62.823 98.071 1.561.068
1857 760 1884 885 1911 926 1938 2.858 1957 17.537 669 38.148 1984 62.817 107.363 1.709.139
1858 697 1885 931 1912 949 1939 2.858 1958 18.856 827 43.859 1985 62.790 119.215 1.898.630
1859 708 1886 928 1913 951 1940 3.273 1959 19.596 957 48.836 1986 63.021 132.387 2.100.681
1860 705 1887 864 1914 982 1941 3.531 1960 19.584 940 47.998 1987 63.311 146.474 2.313.563
1861 722 1888 762 1915 1.013 1942 3.689 1961 19.408 971 50.031 1988 66.062 165.110 2.499.319
1862 630 1889 953 1916 1.066 1943 4.294 1962 19.606 1.009 51.464 1989 71.155 193.195 2.715.129
1863 636 1890 775 1917 1.102 1944 6.159 1963 20.272 1.267 62.500 1990 73.253 222.081 3.031.698
1864 586 1891 786 1918 1.222 1945 6.420 1964 23.805 1.435 60.281 1991 75.424 269.994 3.579.683
1865 629 1892 808 1919 1.443 1946 7.889 1965 32.545 2.000 61.453 1992 74.968 292.661 3.903.812
1866 735 1893 824 1920 2.088 1947 8.561 1966 33.210 2.828 85.155 1993 74.389 302.599 4.067.792
1867 732 1894 820 1921 2.161 1948 9.816 1967 34.823 3.340 95.914 1994 73.274 310.095 4.231.992
1868 692 1895 799 1922 2.276 1949 10.586 1968 36.087 3.925 108.765 1995 70.875 322.324 4.547.781
1869 823 1896 846 1923 2.219 1950 12.201 1969 38.950 4.790 122.978 1996 68.380 325.646 4.762.299
1870 703 1897 845 1924 2.305 1951 14.044 1970 46.098 6.395 138.726 1997 65.235 329.601 5.052.558
1871 733 1898 805 1925 2.259 1952 13.960 1971 50.113 7.634 152.336 1998 60.379 320.540 5.308.799
1872 745 1899 863 1926 2.313 1953 12.899 1972 49.997 9.100 182.011
1873 809 1900 868 1927 2.331 1954 14.150 1973 51.486 10.447 202.910
1874 829 1901 850 1928 2.294 1955 14.305 1974 53.316 15.366 288.206
1875 845 1902 888 1929 2.286 1956 16.237 1975 53.615 18.940 353.259
1876 852 1903 876 1930 2.359 1957 18.474 1976 53.390 25.150 471.062

185
Cuadro B-VII-A.- SALARIOS MEDIOS DE LOS OBREROS AGRÍCOLAS. AÑO 1914. JORNAL DIARIO POR ESTACIONES
IRS.- Información relativa a la aplicación de la legislación de accidentes de trabajo en la agricultura. (INE: Anuario Estadístico de España, año II, 1915)
PRIMAVERA VERANO OTOÑO INVIERNO MEDIA PRIMAVERA VERANO OTOÑO INVIERNO MEDIA
Álava 2,36 3,04 2,85 2,36 2,65 Logroño 2,06 2,87 1,71 1,66 2,07
Albacete 1,77 2,72 1,91 1,70 2,02 Lugo 2,15 2,28 2,03 2,01 2,11
Alicante 1,59 2,17 1,99 1,66 1,84 Madrid 2,09 2,65 1,91 1,85 2,12
Almería 1,81 2,01 1,81 1,57 1,80 Málaga 1,68 2,06 1,66 1,69 1,77
Ávila 1,74 2,66 2,09 1,59 2,02 Murcia 1,64 2,22 1,70 1,60 1,79
Badajoz 1,42 2,81 1,67 1,33 1,80 Navarra 2,57 3,27 2,29 2,14 2,54
Baleares 2,14 2,40 2,07 1,95 2,14 Orense 2,07 2,42 2,21 1,78 2,12
Barcelona 2,67 3,13 2,80 2,63 2,80 Oviedo 2,50 2,83 2,55 2,32 2,55
Burgos 2,22 3,13 2,02 1,89 2,31 Palencia 1,88 2,17 1,61 1,48 1,78
Cáceres 1,42 2,09 1,33 1,21 1,51 Pontevedra 2,12 2,47 2,00 1,48 2,01
Cádiz 1,71 2,30 1,83 1,52 1,84 Salamanca 1,81 2,93 1,88 1,70 2,08
Canarias 1,68 1,94 1,86 1,69 1,79 Santander 2,17 2,65 2,42 2,28 2,38
Castellón 1,60 1,87 1,65 1,48 1,65 Segovia 1,69 2,66 1,65 1,47 1,85
Ciudad Real 1,77 2,51 1,65 1,54 1,86 Sevilla 2,00 2,92 2,00 1,77 2,17
Córdoba 1,62 2,40 1,65 1,71 1,84 Soria 1,56 2,56 1,53 1,44 1,77
Coruña (la) 2,10 2,30 1,96 1,75 2,02 Tarragona 2,01 2,22 2,03 1,86 2,03
Cuenca 1,58 2,42 1,71 1,64 1,83 Teruel 1,77 2,61 1,72 1,58 1,92
Gerona 2,68 3,10 2,57 2,41 2,69 Toledo 1,45 2,75 1,59 1,57 1,84
Granada 1,51 1,94 1,45 1,43 1,58 Valencia 2,50 2,06 1,75 1,62 1,98
Guadalajara 1,21 2,95 1,47 1,35 1,74 Valladolid 1,15 2,54 1,76 1,36 1,85
Guipúzcoa 2,75 2,17 2,66 2,42 2,75 Vizcaya 2,75 3,00 2,79 2,16 2,66
Huelva 1,94 2,48 1,80 1,80 2,00 Zamora 1,38 3,19 1,50 1,25 1,82
Huesca 2,23 3,36 2,15 2,05 2,44 Zaragoza 2,02 3,43 2,08 1,91 2,36
Jaén 1,56 2,46 1,75 1,56 1,83 MEDIA 1,92 2,59 1,94 1,75 2,05
León 1,86 2,58 1,75 1,66 1,96 DESV. TÍPICA 0,40 0,41 0,37 0,32 0,32
Lérida 2,35 3,25 2,21 1,85 2,41 COEF. VAR. % 21 16 19 18 16

186
Cuadro B-VII-B.- DOS SIGLOS Y MEDIO DE SALARIOS AGRARIOS: 1755-2000. SALARIO DIARIO EN PESETAS
Año PTAS/DÍA Año PTAS/DÍA Año PTAS/DÍA Año PTAS/DÍA Año PTAS/DÍA Año PTAS/DÍA Año PTAS/DÍA Año PTAS/DÍA Año PTAS/DÍA Año PTAS/DÍA
1755 0,75 1780 1,14 1805 1,66 1830 1,10 1855 1,33 1880 1,80 1905 1,62 1930 4,65 1955 21,91 1980 945,36
1756 0,78 1781 1,08 1806 1,52 1831 1,26 1856 1,47 1881 1,89 1906 1,62 1931 5,07 1956 24,11 1981 1.058,0
1757 0,83 1782 1,13 1807 1,69 1832 1,23 1857 1,58 1882 1,69 1907 1,67 1932 5,07 1957 30,24 1982 1.156,2
1758 0,87 1783 1,14 1808 1,61 1833 1,26 1858 1,52 1883 1,75 1908 1,70 1933 5,30 1958 35,50 1983 1.260,5
1759 0,92 1784 1,15 1809 1,71 1834 1,11 1859 1,59 1884 1,90 1909 1,98 1934 5,46 1959 42,08 1984 1.371,4
1760 0,96 1785 1,16 1810 1,59 1835 1,13 1860 1,65 1885 1,87 1910 2,05 1935 5,54 1960 46,02 1985 1.498,2
1761 1,01 1786 1,15 1811 1,74 1836 1,33 1861 1,68 1886 1,87 1911 1,98 1936 5,61 1961 49,97 1986 1.634,3
1762 1,03 1787 1,41 1812 1,90 1837 1,07 1862 1,68 1887 1,87 1912 2,12 1937 6,03 1962 56,98 1987 1.737,8
1763 1,04 1788 1,49 1813 1,83 1838 1,47 1863 1,73 1888 1,74 1913 2,03 1938 6,91 1963 71,88 1988 1.827,6
1764 1,05 1789 1,46 1814 1,90 1839 1,36 1864 1,69 1889 1,81 1914 2,05 1939 7,76 1964 79,77 1989 1.992,4
1765 1,06 1790 1,38 1815 1,82 1840 1,33 1865 1,71 1890 1,78 1915 2,07 1940 7,02 1965 88,09 1990 2.227,8
1766 1,07 1791 0,88 1816 1,79 1841 1,34 1866 1,70 1891 1,54 1916 2,15 1941 7,50 1966 101,68 1991 2.426,7
1767 1,08 1792 0,81 1817 1,65 1842 1,31 1867 1,70 1892 1,53 1917 2,19 1942 8,57 1967 112,20 1992 2.666,5
1768 1,09 1793 1,26 1818 1,60 1843 1,31 1868 1,59 1893 1,49 1918 2,67 1943 9,03 1968 121,40 1993 2.819,4
1769 1,10 1794 1,42 1819 1,33 1844 1,33 1869 1,63 1894 1,57 1919 3,75 1944 9,48 1969 133,23 1994 2.988,6
1770 1,12 1795 1,31 1820 1,32 1845 1,33 1870 1,53 1895 1,70 1920 4,36 1945 10,27 1970 144,98 1995 3.174,4
1771 1,13 1796 1,37 1821 1,30 1846 1,20 1871 1,48 1896 1,75 1921 4,45 1946 12,68 1971 169,18 1996 3.303,1
1772 1,14 1797 1,31 1822 1,19 1847 1,20 1872 1,56 1897 1,75 1922 4,75 1947 14,70 1972 190,21 1997 3.430,0
1773 1,15 1798 1,26 1823 1,31 1848 1,18 1873 1,67 1898 1,21 1923 4,44 1948 16,42 1973 226,59 1998 3.590,3
1774 1,17 1799 1,26 1824 1,32 1849 1,17 1874 1,61 1899 1,25 1924 4,46 1949 16,51 1974 299,34 1999 3.697,2
1775 1,18 1800 1,28 1825 1,27 1850 1,38 1875 1,66 1900 1,25 1925 4,62 1950 18,34 1975 349,74 2000 3.822,4
1776 1,19 1801 1,54 1826 1,28 1851 1,25 1876 1,71 1901 1,24 1926 4,42 1951 18,34 1976 438,28
1777 1,20 1802 1,66 1827 1,30 1852 1,27 1877 1,68 1902 1,25 1927 4,44 1952 18,71 1977 562,74
1778 1,28 1803 1,63 1828 1,19 1853 1,28 1878 1,68 1903 1,29 1928 4,70 1953 19,73 1978 712,20
1779 1,25 1804 1,74 1829 1,16 1854 1,31 1879 1,70 1904 1,56 1929 4,74 1954 20,60 1979 835,79

187
Cuadro B-VII-C.- DOS SIGLOS Y MEDIO DE SALARIOS AGRARIOS: 1755-2000. SALARIO/DÍA REAL EN PESETAS 2000
Año PTAS/2000 Año PTAS/2000 Año PTAS/2000 Año PTAS/2000 Año PTAS/2000 Año PTAS/2000 Año PTAS/2000 Año PTAS/2000 Año PTAS/2000 Año PTAS/2000
1755 514 1780 653 1805 508 1830 690 1855 583 1880 766 1905 609 1930 1086 1955 863 1980 3364
1756 555 1781 608 1806 552 1831 706 1856 581 1881 807 1906 617 1931 1122 1956 897 1981 3286
1757 585 1782 641 1807 701 1832 661 1857 613 1882 683 1907 621 1932 1142 1957 1016 1982 3139
1758 622 1783 644 1808 685 1833 716 1858 669 1883 722 1908 649 1933 1254 1958 1052 1983 3051
1759 650 1784 631 1809 647 1834 595 1859 709 1884 824 1909 766 1934 1228 1959 1162 1984 2983
1760 691 1785 615 1810 529 1835 554 1860 691 1885 838 1910 808 1935 1234 1960 1256 1985 2995
1761 733 1786 619 1811 436 1836 528 1861 685 1886 841 1911 773 1936 1342 1961 1314 1986 3003
1762 735 1787 757 1812 397 1837 428 1862 684 1887 854 1912 838 1937 1320 1962 1417 1987 3034
1763 721 1788 786 1813 498 1838 578 1863 682 1888 790 1913 802 1938 1316 1963 1644 1988 3043
1764 702 1789 754 1814 556 1839 572 1864 672 1889 837 1914 798 1939 1209 1964 1706 1989 3107
1765 695 1790 688 1815 568 1840 601 1865 706 1890 814 1915 791 1940 943 1965 1664 1990 3255
1766 681 1791 429 1816 582 1841 651 1866 707 1891 690 1916 742 1941 775 1966 1808 1991 3347
1767 709 1792 392 1817 543 1842 642 1867 743 1892 671 1917 701 1942 829 1967 1899 1992 3472
1768 702 1793 564 1818 651 1843 648 1868 621 1893 655 1918 761 1943 878 1968 1933 1993 3511
1769 700 1794 590 1819 621 1844 641 1869 712 1894 705 1919 935 1944 882 1969 2077 1994 3554
1770 729 1795 514 1820 594 1845 666 1870 646 1895 792 1920 1005 1945 894 1970 2133 1995 3606
1771 700 1796 541 1821 610 1846 605 1871 632 1896 798 1921 1075 1946 842 1971 2304 1996 3623
1772 700 1797 488 1822 605 1847 486 1872 688 1897 774 1922 1163 1947 829 1972 2393 1997 3693
1773 714 1798 472 1823 663 1848 582 1873 731 1898 512 1923 1063 1948 868 1973 2648 1998 3798
1774 714 1799 466 1824 587 1849 620 1874 678 1899 526 1924 1054 1949 828 1974 2921 1999 3826
1775 720 1800 498 1825 581 1850 724 1875 734 1900 492 1925 1063 1950 829 1975 2918 2000 3822
1776 726 1801 566 1826 610 1851 645 1876 742 1901 477 1926 1040 1951 758 1976 3109
1777 715 1802 538 1827 739 1852 670 1877 715 1902 474 1927 1011 1952 789 1977 3206
1778 774 1803 481 1828 565 1853 615 1878 725 1903 481 1928 1102 1953 819 1978 3387
1779 732 1804 490 1829 713 1854 577 1879 712 1904 588 1929 1062 1954 844 1979 3437

188
Cuadro B-VII-D.-INDICE DE SALARIOS NOMINALES NO AGRARIOS EN ESPAÑA: 1800 = 1
1800 1,00 1825 1,39 1850 1,34 1875 1,52 1900 1,51 1925 3,78 1950 12,45 1975 303,1
1801 1,07 1826 1,43 1851 1,30 1876 1,52 1901 1,50 1926 3,76 1951 13,46 1976 386,3
1802 1,04 1827 1,31 1852 1,36 1877 1,48 1902 1,55 1927 3,86 1952 14,18 1977 508,2
1803 1,04 1828 1,33 1853 1,33 1878 1,48 1903 1,53 1928 3,84 1953 14,31 1978 661,1
1804 1,18 1829 1,35 1854 1,34 1879 1,40 1904 1,53 1929 3,83 1954 17,42 1979 772,2
1805 1,19 1830 1,37 1855 1,38 1880 1,41 1905 1,55 1930 3,84 1955 17,98 1980 909,8
1806 1,21 1831 1,27 1856 1,36 1881 1,44 1906 1,57 1931 4,00 1956 21,49 1981 1.046,3
1807 1,36 1832 1,19 1857 1,40 1882 1,42 1907 1,61 1932 4,50 1957 27,79 1982 1.219,4
1808 1,27 1833 1,19 1858 1,34 1883 1,43 1908 1,60 1933 4,48 1958 30,93 1983 1.356,1
1809 1,37 1834 1,20 1859 1,33 1884 1,44 1909 1,61 1934 4,46 1959 32,88 1984 1.475,4
1810 1,35 1835 1,19 1860 1,36 1885 1,50 1910 1,69 1935 4,65 1960 34,86 1985 1.619,7
1811 1,31 1836 1,19 1861 1,38 1886 1,47 1911 1,62 1936 4,68 1961 36,20 1986 1.782,3
1812 1,34 1837 1,15 1862 1,31 1887 1,37 1912 1,64 1937 4,79 1962 42,61 1987 1.952,2
1813 1,40 1838 1,21 1863 1,28 1888 1,24 1913 1,63 1938 4,76 1963 52,91 1988 2.110,8
1814 1,41 1839 1,25 1864 1,23 1889 1,52 1914 1,66 1939 4,76 1964 55,23 1989 2.263,4
1815 1,49 1840 1,20 1865 1,27 1890 1,37 1915 1,72 1940 4,91 1965 61,48 1990 2.489,2
1816 1,55 1841 1,22 1866 1,37 1891 1,39 1916 1,84 1941 5,37 1966 73,76 1991 2.794,0
1817 1,56 1842 1,26 1867 1,37 1892 1,41 1917 1,92 1942 5,93 1967 84,61 1992 3.058,0
1818 1,47 1843 1,25 1868 1,33 1893 1,43 1918 2,20 1943 6,13 1968 93,70 1993 3.213,0
1819 1,45 1844 1,25 1869 1,45 1894 1,42 1919 2,62 1944 6,97 1969 105,52 1994 3.288,2
1820 1,41 1845 1,23 1870 1,35 1895 1,40 1920 3,39 1945 7,93 1970 117,90 1995 3.482,6
1821 1,25 1846 1,27 1871 1,37 1896 1,44 1921 3,60 1946 8,88 1971 138,03 1996 3.624,8
1822 1,33 1847 1,28 1872 1,37 1897 1,45 1922 3,74 1947 10,30 1972 160,60 1997 3.701,4
1823 1,30 1848 1,27 1873 1,36 1898 1,41 1923 3,72 1948 10,89 1973 187,23 1998 3.818,9
1824 1,32 1849 1,28 1874 1,50 1899 1,50 1924 3,85 1949 11,09 1974 241,29 1999 3.942,6

189
Cuadro B-VIII.- SALARIOS REALES EN LAS CORONAS DE CASTILLA Y ARAGÓN: 1501-1940
COMPUTADOS A PRECIOS DE CONSUMO.- Base: 1726-1750 = 100 (hasta 1800: en moneda de vellón y sueldos o diners)
1501-1645 Castilla Aragón Medi- Geom 1646-1890 Castilla Aragó Medi- Geom 1791-1940 Castilla Aragón Medi- Geom
1501-1505 117,7 94,0 105,1 1646-1650 73,6 85,3 79,2 1791-1795 69,1 71,4 70,2
1506-1510 110,8 101,1 105,7 1651-1655 71,8 65,7 68,5 1796-1800 57,5 65,5 61,4
1511-1515 129,1 101,8 114,6 1656-1660 85,5 78,7 82,0 1801-1805 45,7 66,3 54,9
1516-1520 128,0 97,6 111,8 1661-1665 84,2 84,3 84,2 1806-1810 83,5 74,9 78,9
1521-1525 110,8 93,5 101,8 1666-1670 103,3 86,9 94,8 1811-1815 53,2 65,2 58,7
1526-1530 102,7 88,7 95,5 1671-1675 120,4 87,4 102,6 1816-1820 84,3 92,6 88,2
1531-1535 103,8 82,0 92,2 1676-1680 115,8 80,9 96,6 1821-1825 89,4 109,2 98,5
1536-1540 100,1 83,8 91,6 1681-1685 90,6 85,6 88,0 1826-1830 101,2 135,4 116,6
1541-1545 99,9 83,9 91,5 1686-1690 108,4 94,9 101,4 1831-1835 90,1 132,7 109,1
1546-1550 94,4 82,2 88,1 1691-1695 121,3 90,3 104,7 1836-1840 77,0 90,3 83,3
1551-1555 95,1 76,6 85,4 1696-1700 98,6 81,2 89,5 1841-1845 93,7 104,7 99,0
1556-1560 95,9 80,2 87,7 1701-1705 100,9 89,7 95,1 1846-1850 93,5 113,3 102,9
1561-1565 88,2 80,5 84,3 1706-1710 90,5 80,5 85,3 1851-1855 94,7 118,2 105,8
1566-1570 89,6 78,0 83,6 1711-1715 90,5 77,5 83,8 1856-1860 82,4 103,7 92,4
1571-1575 87,2 72,4 79,5 1716-1720 103,6 97,0 100,3 1861-1865 82,7 87,5 85,0
1576-1580 91,1 71,6 80,8 1721-1725 100,4 96,9 98,6 1866-1870 83,2 107,1 94,3
1581-1585 95,8 74,6 84,6 1726-1730 100,2 97,5 98,8 1871-1875 89,3 113,1 100,5
1586-1590 99,9 77,9 88,3 1731-1735 100,6 101,1 100,8 1876-1880 84,4 124,6 102,4
1591-1595 98,5 72,2 84,3 1736-1740 95,8 102,5 99,1 1881-1885 76,4 133,9 101,1
1596-1600 90,3 70,5 79,8 1741-1745 99,9 100,1 100,0 1886-1890 80,1 142,3 106,6
1601-1605 90,6 71,3 80,4 1746-1750 103,5 98,7 101,1 1891-1895 80,7 131,4 103,0
1606-1610 95,8 78,6 86,8 1751-1755 90,4 93,1 91,8 1896-1900 79,7 127,5 100,8
1611-1615 99,6 83,3 91,1 1756-1760 95,7 90,3 93,0 1901-1905 79,9 112,3 94,7
1616-1620 97,3 82,9 89,8 1761-1765 89,4 90,9 90,2 1906-1910 88,2 127,7 106,1
1621-1625 92,5 79,5 85,8 1766-1770 86,5 81,4 84,0 1911-1915 98,0 128,3 112,1
1626-1630 78,8 70,1 74,4 1771-1775 87,6 77,3 82,3 1916-1920 82,5 136,2 105,8
1631-1635 84,9 71,7 78,1 1776-1780 85,8 75,1 80,3 1921-1925 113,6 193,9 148,4
1636-1640 80,2 74,5 77,3 1781-1785 76,0 76,3 76,1 1926-1930 116,9 200,9 153,3
1641-1645 77,4 75,2 76,3 1786-1790 72,8 81,8 77,2 1931-1935 158,6 231,6 191,3
1936-1940 182,8 272,3 223,2

190
Cuadro B-IX.- SALARIOS NOMINALES, PRECIOS Y SALARIOS REALES EN ESPAÑA: 1501-1940
COMPUTADOS A PRECIOS DE CONSUMO.- Base: 1913 = 100 (hasta 1800: en vellón, sueldos o diners)
1501-1645 Salario nominal Precios Salario real 1646-1890 Salario nominal Precios Salario real 1791-1940 Salario nominal Precios Salario real
1501-1505 15,2 12,7 119,9 1646-1650 52,6 58,8 89,6 1791-1795 74,8 94,7 79,4
1506-1510 16,3 13,6 120,9 1651-1655 57,0 71,9 79,5 1796-1800 76,5 110,7 69,1
1511-1515 17,1 13,0 131,9 1656-1660 53,6 58,0 92,5 1801-1805 79,8 133,7 59,9
1516-1520 17,6 13,7 128,7 1661-1665 56,8 59,8 95,1 1806-1810 88,5 110,4 80,8
1521-1525 18,4 15,6 117,6 1666-1670 69,2 64,8 106,7 1811-1815 96,0 159,6 61,4
1526-1530 18,5 17,0 109,2 1671-1675 71,3 61,7 115,5 1816-1820 88,4 108,4 82,8
1531-1535 18,8 17,9 105,0 1676-1680 72,9 66,8 109,0 1821-1825 82,0 88,0 93,4
1536-1540 19,6 18,7 104,8 1681-1685 51,0 51,1 99,5 1826-1830 80,1 76,8 105,7
1541-1545 20,2 19,3 104,7 1686-1690 52,5 45,9 114,3 1831-1835 75,2 68,0 110,8
1546-1550 21,4 21,2 101,0 1691-1695 58,2 49,4 118,0 1836-1840 72,1 77,1 93,5
1551-1555 21,9 22,5 97,3 1696-1700 53,5 53,1 100,8 1841-1845 74,2 72,9 101,8
1556-1560 24,0 24,0 99,9 1701-1705 56,0 52,3 107,0 1846-1850 74,6 70,3 106,8
1561-1565 25,6 26,4 96,8 1706-1710 56,1 58,4 96,2 1851-1855 78,1 71,5 109,5
1566-1570 26,5 27,8 95,2 1711-1715 57,5 60,7 94,8 1856-1860 85,1 79,1 107,8
1571-1575 27,3 30,2 90,6 1716-1720 57,8 51,2 112,8 1861-1865 82,9 83,0 100,1
1576-1580 28,4 31,0 91,8 1721-1725 54,1 48,8 110,9 1866-1870 82,9 83,7 99,0
1581-1585 32,0 33,2 96,6 1726-1730 54,9 49,4 111,1 1871-1875 88,8 91,1 97,5
1586-1590 34,0 33,7 101,0 1731-1735 57,3 50,6 113,3 1876-1880 91,1 91,7 99,3
1591-1595 33,8 35,2 96,1 1736-1740 58,5 52,6 111,4 1881-1885 95,2 94,8 100,5
1596-1600 35,4 38,7 91,6 1741-1745 59,2 52,7 112,5 1886-1890 89,3 93,4 95,6
1601-1605 38,9 42,2 92,4 1746-1750 59,2 52,1 113,7 1891-1895 88,1 93,8 94,0
1606-1610 40,0 40,4 99,2 1751-1755 61,5 59,7 103,2 1896-1900 86,7 94,4 91,9
1611-1615 40,8 39,1 104,4 1756-1760 61,9 59,2 104,5 1901-1905 91,2 100,4 90,8
1616-1620 41,6 40,4 103,0 1761-1765 61,7 61,0 101,4 1906-1910 98,0 98,1 100,0
1621-1625 40,2 40,8 98,5 1766-1770 61,7 65,4 94,4 1911-1915 102,2 100,8 101,4
1626-1630 40,0 46,9 85,2 1771-1775 63,3 68,4 92,6 1916-1920 165,6 153,2 107,0
1631-1635 41,8 46,7 89,5 1776-1780 64,1 70,9 90,4 1921-1925 219,2 173,0 126,7
1636-1640 42,4 47,6 89,1 1781-1785 65,1 75,9 85,7 1926-1930 224,9 168,9 133,2
1641-1645 44,7 51,3 87,0 1786-1790 70,0 80,5 87,0 1931-1935 257,9 174,1 148,2
1936-1940 302,4 235,1 133,3

191
Cuadro B-X-A- REMUNERACIONES NOMINALES. INGLATERRA. INDICES TRANSFORMADOS: BASE 1850 = 1
Años SAL. NOM. Años SAL. NOM. Años SAL. NOM. Años SAL. NOM. Años SAL. NOM. Años SAL. NOM. Años SAL. NOM.
1850 1,0 1875 1,6 1900 1,9 1925 4,5 1950 11,1 1975 92,5 2000 659,2
1851 1,0 1876 1,7 1901 2,0 1926 4,4 1951 12,2 1976 106,1 2001 697,5
1852 1,0 1877 1,6 1902 2,0 1927 4,5 1952 13,2 1977 117,2 2002 715,8
1853 1,1 1878 1,6 1903 2,0 1928 4,4 1953 14,0 1978 132,8 2003 748,4
1854 1,2 1879 1,6 1904 2,0 1929 4,4 1954 14,9 1979 153,1 2004 783,8
1855 1,2 1880 1,6 1905 2,0 1930 4,4 1955 16,3 1980 184,9 2005 811,2
1856 1,2 1881 1,6 1906 2,0 1931 4,3 1956 17,6 1981 209,3 2006 859,2
1857 1,2 1882 1,6 1907 2,1 1932 4,2 1957 18,4 1982 227,3 2007 905,5
1858 1,2 1883 1,6 1908 2,1 1933 4,2 1958 19,1 1983 246,0 2008 910,4
1859 1,2 1884 1,6 1909 2,1 1934 4,2 1959 19,9 1984 260,3 2009 932,3
1860 1,2 1885 1,6 1910 2,1 1935 4,3 1960 21,2 1985 280,5 2010 962,4
1861 1,2 1886 1,6 1911 2,1 1936 4,4 1961 22,6 1986 303,0 2011 973,0
1862 1,2 1887 1,6 1912 2,2 1937 4,5 1962 23,6 1987 320,5 2012 989,7
1863 1,3 1888 1,6 1913 2,2 1938 4,7 1963 24,8 1988 344,0 2013 1003,5
1864 1,3 1889 1,7 1914 2,3 1939 0,0 1964 26,5 1989 377,3 2014 1002,8
1865 1,3 1890 1,7 1915 2,6 1940 6,1 1965 28,3 1990 415,3 2015 1018,1
1866 1,4 1891 1,7 1916 3,0 1941 6,6 1966 30,1 1991 455,7 2016 1052,0
1867 1,4 1892 1,7 1917 3,8 1942 7,1 1967 32,0 1992 480,6 2017 1088,6
1868 1,4 1893 1,7 1918 4,7 1943 8,0 1968 34,5 1993 500,1
1869 1,4 1894 1,8 1919 5,4 1944 8,4 1969 36,9 1994 499,6
1870 1,4 1895 1,8 1920 6,2 1945 8,3 1970 41,7 1995 517,7
1871 1,5 1896 1,8 1921 5,8 1946 8,5 1971 46,4 1996 535,7
1872 1,6 1897 1,8 1922 4,7 1947 9,3 1972 52,4 1997 557,4
1873 1,7 1898 1,8 1923 4,4 1948 10,2 1973 59,3 1998 593,5
1874 1,7 1899 1,9 1924 4,4 1949 10,6 1974 70,5 1999 623,9

192
Cuadro B-X-B.- REMUNERACIONES NOMINALES. ESPAÑA. INDICES TRANSFORMADOS: BASE 1850 = 1
Años SAL. NOM. Años SAL. NOM. Años SAL. NOM. Años SAL. NOM. Años SAL. NOM. Años SAL. NOM. Años SAL. NOM.
1850 1,0 1875 1,2 1900 1,2 1925 2,9 1950 10,4 1975 243,6 2000 2874,1
1851 1,0 1876 1,2 1901 1,2 1926 3,0 1951 10,8 1976 300,5 2001 2980,6
1852 1,0 1877 1,2 1902 1,2 1927 3,0 1952 11,0 1977 380,9 2002 3085,5
1853 1,0 1878 1,2 1903 1,2 1928 3,0 1953 12,9 1978 475,3 2003 3192,3
1854 1,1 1879 1,2 1904 1,2 1929 3,0 1954 13,4 1979 565,6 2004 3297,3
1855 1,2 1880 1,3 1905 1,2 1930 3,1 1955 15,7 1980 663,2 2005 3418,2
1856 1,1 1881 1,2 1906 1,3 1931 3,4 1956 20,2 1981 766,4 2006 3552,7
1857 1,1 1882 1,2 1907 1,3 1932 3,4 1957 22,7 1982 872,0 2007 3720,6
1858 1,1 1883 1,3 1908 1,3 1933 3,4 1958 24,8 1983 993,1 2008 3975,3
1859 1,2 1884 1,3 1909 1,4 1934 3,5 1959 26,5 1984 1096,6 2009 4148,7
1860 1,1 1885 1,3 1910 1,3 1935 3,5 1960 27,8 1985 1197,4 2010 4192,5
1861 1,1 1886 1,2 1911 1,3 1936 3,7 1961 31,4 1986 1311,5 2011 4228,6
1862 1,1 1887 1,1 1912 1,3 1937 3,9 1962 36,1 1987 1404,1 2012 4202,7
1863 1,1 1888 1,2 1913 1,3 1938 4,2 1963 43,8 1988 1508,9 2013 4274,7
1864 1,1 1889 1,2 1914 1,4 1939 4,0 1964 49,7 1989 1620,0 2014 4251,0
1865 1,1 1890 1,2 1915 1,5 1940 4,3 1965 57,5 1990 1783,7 2015 4272,7
1866 1,1 1891 1,2 1916 1,5 1941 4,8 1966 67,9 1991 1963,4 2016 4307,3
1867 1,1 1892 1,2 1917 1,8 1942 5,0 1967 77,8 1992 2185,6 2017 4352,5
1868 1,1 1893 1,2 1918 2,2 1943 5,6 1968 84,7 1993 2348,2
1869 1,1 1894 1,2 1919 2,7 1944 6,2 1969 94,7 1994 2435,3
1870 1,1 1895 1,2 1920 2,9 1945 7,0 1970 103,6 1995 2525,8
1871 1,2 1896 1,2 1921 3,0 1946 8,1 1971 117,7 1996 2626,9
1872 1,2 1897 1,1 1922 2,9 1947 8,6 1972 138,6 1997 2686,0
1873 1,2 1898 1,2 1923 3,0 1948 8,8 1973 164,0 1998 2738,6
1874 1,2 1899 1,2 1924 2,9 1949 9,7 1974 198,9 1999 2792,9

193
Cuadro B-X-C.- SALARIOS REALES. INGLATERRA. INDICES TRANSFORMADOS: BASE 1850 = 100
Años SAL. REAL Años SAL. REAL Años SAL. REAL Años SAL. REAL Años SAL. REAL Años SAL. REAL Años SAL. REAL

1850 100,0 1875 139,8 1900 188,2 1925 229,5 1950 344,1 1975 718,6 2000 1124,6
1851 105,3 1876 140,1 1901 191,0 1926 228,4 1951 343,3 1976 711,9 2001 1183,6
1852 105,7 1877 139,6 1902 191,2 1927 239,2 1952 342,2 1977 685,6 2002 1205,1
1853 97,3 1878 140,6 1903 190,0 1928 238,5 1953 350,0 1978 711,3 2003 1239,7
1854 95,4 1879 143,6 1904 190,8 1929 241,2 1954 366,6 1979 724,9 2004 1271,1
1855 95,5 1880 142,1 1905 191,3 1930 249,1 1955 383,0 1980 754,2 2005 1285,6
1856 98,1 1881 144,6 1906 194,1 1931 262,7 1956 396,6 1981 768,8 2006 1325,3
1857 100,1 1882 145,7 1907 195,2 1932 263,8 1957 398,3 1982 771,5 2007 1362,8
1858 110,1 1883 146,7 1908 194,0 1933 268,0 1958 399,3 1983 794,4 2008 1314,8
1859 110,1 1884 151,2 1909 193,8 1934 270,8 1959 417,8 1984 799,8 2009 1322,1
1860 104,2 1885 155,4 1910 191,6 1935 268,8 1960 438,4 1985 822,3 2010 1305,0
1861 103,2 1886 155,7 1911 194,3 1936 269,1 1961 451,5 1986 853,5 2011 1272,1
1862 104,2 1887 159,7 1912 193,0 1937 261,7 1962 464,5 1987 865,5 2012 1270,5
1863 110,5 1888 162,3 1913 198,0 1938 268,0 1963 477,6 1988 885,6 2013 1259,6
1864 116,2 1889 164,4 1914 195,1 1939 0,0 1964 490,6 1989 918,8 2014 1238,3
1865 117,4 1890 169,4 1915 188,6 1940 297,5 1965 503,7 1990 940,8 2015 1254,7
1866 114,0 1891 170,3 1916 181,5 1941 295,7 1966 516,7 1991 961,3 2016 1283,7
1867 105,4 1892 170,4 1917 191,7 1942 299,0 1967 529,8 1992 970,4 2017 1304,8
1868 109,2 1893 173,4 1918 206,8 1943 322,0 1968 542,8 1993 977,7
1869 119,4 1894 179,4 1919 222,9 1944 333,5 1969 555,9 1994 960,7
1870 122,3 1895 182,2 1920 224,7 1945 322,6 1970 568,9 1995 965,0
1871 121,9 1896 184,9 1921 233,0 1946 318,0 1971 582,0 1996 967,6
1872 125,6 1897 184,5 1922 231,1 1947 328,3 1972 595,0 1997 987,5
1873 133,1 1898 184,8 1923 224,5 1948 334,7 1973 661,9 1998 1030,3
1874 140,8 1899 189,8 1924 227,7 1949 336,5 1974 672,7 1999 1073,5

194
Cuadro B-X-D.- SALARIOS REALES. ESPAÑA. INDICES TRANSFORMADOS: BASE 1850 = 100
SAL. REAL Años
Años SAL. REAL Años SAL. REAL Años SAL. REAL Años SAL. REAL Años SAL. REAL Años SAL. REAL
1850 100,0 1875 92,2 1900 82,3 1925 114,3 1950 75,8 1975 347,8 2000 490,6
1851 103,1 1876 90,9 1901 83,1 1926 121,1 1951 72,5 1976 368,7 2001 491,6
1852 104,7 1877 90,0 1902 81,6 1927 122,2 1952 75,1 1977 377,7 2002 495,3
1853 99,2 1878 88,4 1903 82,9 1928 122,3 1953 87,0 1978 395,6 2003 496,7
1854 94,4 1879 90,8 1904 82,9 1929 117,1 1954 89,2 1979 404,1 2004 495,1
1855 98,1 1880 92,7 1905 83,6 1930 124,8 1955 100,5 1980 409,4 2005 496,4
1856 98,7 1881 89,8 1906 87,4 1931 131,7 1956 121,6 1981 414,6 2006 497,9
1857 92,1 1882 88,3 1907 88,4 1932 133,4 1957 123,8 1982 412,5 2007 504,7
1858 100,7 1883 93,2 1908 90,0 1933 136,7 1958 119,0 1983 418,3 2008 520,8
1859 101,9 1884 93,2 1909 96,6 1934 136,3 1959 118,3 1984 417,6 2009 548,2
1860 98,2 1885 93,5 1910 93,7 1935 137,5 1960 122,8 1985 421,7 2010 543,4
1861 93,8 1886 89,5 1911 92,1 1936 143,5 1961 136,2 1986 422,4 2011 535,1
1862 93,9 1887 80,0 1912 92,3 1937 139,6 1962 148,9 1987 428,5 2012 519,4
1863 84,9 1888 88,8 1913 91,2 1938 128,6 1963 167,4 1988 439,3 2013 523,2
1864 88,7 1889 89,0 1914 93,3 1939 101,4 1964 178,3 1989 441,9 2014 519,0
1865 95,2 1890 88,6 1915 93,4 1940 94,6 1965 187,6 1990 456,4 2015 524,5
1866 96,0 1891 85,8 1916 91,8 1941 81,0 1966 206,9 1991 472,0 2016 529,3
1867 90,4 1892 81,7 1917 91,8 1942 78,6 1967 224,4 1992 493,0 2017 527,3
1868 90,2 1893 85,7 1918 94,5 1943 88,0 1968 232,3 1993 503,1
1869 88,6 1894 86,5 1919 107,0 1944 93,8 1969 251,7 1994 497,5
1870 86,3 1895 88,9 1920 102,8 1945 98,7 1970 259,6 1995 492,3
1871 88,6 1896 90,5 1921 113,6 1946 86,8 1971 273,8 1996 497,7
1872 90,0 1897 79,7 1922 115,8 1947 78,9 1972 299,4 1997 495,0
1873 84,9 1898 82,6 1923 119,0 1948 75,0 1973 318,3 1998 496,6
1874 89,0 1899 83,9 1924 115,3 1949 79,1 1974 328,0 1999 496,0

195
Cuadro B-XI.- REMUNERACIONES LABORALES REALES: ESPAÑA E INGLATERRA. Base 1913 = 100
1501-1630 INGLATERRA ESPAÑA 1631-1760 INGLATERRA ESPAÑA 1761-1890 INGLATERRA ESPAÑA 1891-2017 INGLATERRA ESPAÑA
1501-1505 53,9 119,9 1631-1635 ND 89,5 1761-1765 34,6 101,4 1891-1895 88,5 94,0
1506-1510 58,0 120,9 1636-1640 ND 89,1 1766-1770 31,0 94,4 1896-1900 94,2 91,9
1511-1515 53,5 131,9 1641-1645 27,8 87,0 1771-1775 28,1 92,6 1901-1905 96,4 90,8
1516-1520 48,2 128,7 1646-1650 ND 89,6 1776-1780 35,8 90,4 1906-1910 97,9 100,0
1521-1525 40,5 117,6 1651-1655 32,4 79,5 1781-1785 34,1 85,7 1911-1915 97,9 101,4
1526-1530 38,3 109,2 1656-1660 27,3 92,5 1786-1790 32,7 87,0 1916-1920 103,8 107,0
1531-1535 35,0 105,0 1661-1665 25,9 95,1 1791-1795 31,8 79,4 1921-1925 115,7 126,7
1536-1540 ND 104,8 1666-1670 29,0 106,7 1796-1800 29,8 69,1 1926-1930 120,9 133,2
1541-1545 ND 104,7 1671-1675 28,2 115,5 1801-1805 22,8 59,9 1931-1935 134,8 148,2
1546-1550 35,3 101,0 1676-1680 28,4 109,0 1806-1810 27,8 80,8 1936-1940 110,8 133,3
1551-1555 27,8 97,3 1681-1685 29,3 99,5 1811-1815 27,8 61,4 1941-1945 158,9 96,5
1556-1560 nd 99,9 1686-1690 30,6 114,3 1816-1820 32,0 82,8 1946-1950 167,9 86,8
1561-1565 34,7 96,8 1691-1695 ND 118,0 1821-1825 39,5 93,4 1951-1955 180,3 93,0
1566-1570 33,9 95,2 1696-1700 ND 100,8 1826-1830 38,0 105,7 1956-1960 207,1 132,8
1571-1575 35,8 90,6 1701-1705 33,0 107,0 1831-1835 43,7 110,8 1961-1965 241,2 179,5
1576-1580 33,5 91,8 1706-1710 26,6 96,2 1836-1840 42,2 93,5 1966-1970 274,2 257,7
1581-1585 34,3 96,6 1711-1715 31,9 94,8 1841-1845 45,8 101,8 1971-1975 326,3 343,7
1586-1590 30,4 101,0 1716-1720 34,7 112,8 1846-1850 45,2 106,8 1976-1980 362,4 428,9
1591-1595 28,3 96,1 1721-1725 36,9 110,9 1851-1855 50,4 109,5 1981-1985 399,7 457,2
1596-1600 22,0 91,6 1726-1730 33,8 111,1 1856-1860 52,8 107,8 1986-1990 451,0 480,0
1601-1605 25,3 92,4 1731-1735 ND 113,3 1861-1865 55,7 100,1 1991-1995 488,4 539,0
1606-1610 23,5 99,2 1736-1740 40,4 111,4 1866-1870 57,6 99,0 1996-2000 523,6 543,0
1611-1615 21,7 104,4 1741-1745 39,4 112,5 1871-1875 66,8 97,5 2001-2005 624,8 542,8
1616-1620 22,2 103,0 1746-1750 39,1 113,7 1876-1880 71,3 99,3 2006-2010 669,7 573,5
1621-1625 21,9 98,5 1751-1755 39,2 103,2 1881-1885 75,1 100,5 2011-2015 635,9 574,9
1626-1630 22,8 85,2 1756-1760 34,3 104,5 1886-1890 82,0 95,6 2016-2017 653,7 579,3

196
Cuadro B-XII.-REMUNERACIONES LABORALES REALES EN INGLATERRA Y ESPAÑA
CIFRAS ANUALES EN EUROS CON PODER ADQUISITIVO DE 2010 (EXTRAPOLACIÓN DE AMECO: 1960-2017)
1501-1630 INGLATERRA ESPAÑA 1631-1760 INGLATERRA ESPAÑA 1761-1890 INGLATERRA ESPAÑA 1891-2017 INGLATERRA ESPAÑA
1501-1505 3.090 6.922 1631-1635 ND 5.168 1761-1765 1983,4 5.852 1891-1895 5.075 5.426
1506-1510 3.330 6.982 1636-1640 ND 5.143 1766-1770 1777,8 5.449 1896-1900 5.403 5.304
1511-1515 3.071 7.614 1641-1645 1.592,1 5.026 1771-1775 1614,2 5.348 1901-1905 5.531 5.243
1516-1520 2.766 7.431 1646-1650 ND 5.176 1776-1780 2056,4 5.221 1906-1910 5.614 5.775
1521-1525 2.322 6.790 1651-1655 1.857,4 4.589 1781-1785 1956,9 4.948 1911-1915 5.616 5.854
1526-1530 2.196 6.303 1656-1660 1.565,5 5.339 1786-1790 1877,3 5.021 1916-1920 5.955 6.177
1531-1535 2.007 6.065 1661-1665 1.485,9 5.490 1791-1795 1824,2 4.584 1921-1925 6.640 7.317
1536-1540 ND 6.050 1666-1670 1.665,0 6.159 1796-1800 1711,5 3.990 1926-1930 6.933 7.691
1541-1545 ND 6.044 1671-1675 1.618,6 6.671 1801-1805 1310,1 3.460 1931-1935 7.732 8.554
1546-1550 2.023 5.833 1676-1680 1.631,9 6.295 1806-1810 1592,1 4.665 1936-1940 7.942 7.696
1551-1555 1.592 5.616 1681-1685 1.678,3 5.747 1811-1815 1592,1 3.543 1941-1945 9.115 5.572
1556-1560 ND 5.769 1686-1690 1.757,9 6.599 1816-1820 1837,5 4.780 1946-1950 9.630 5.009
1561-1565 1.990 5.586 1691-1695 ND 6.810 1821-1825 2268,7 5.392 1951-1955 10.345 5.372
1566-1570 1.944 5.499 1696-1700 ND 5.817 1826-1830 2182,4 6.102 1956-1960 11.883 7.667
1571-1575 2.056 5.232 1701-1705 1.890,6 6.175 1831-1835 2504,4 6.399 1961-1965 13.839 10.362
1576-1580 1.924 5.300 1706-1710 1.525,7 5.553 1836-1840 2422,7 5.397 1966-1970 15.729 14.877
1581-1585 1.970 5.575 1711-1715 1.830,9 5.473 1841-1845 2628,8 5.880 1971-1975 18.720 19.846
1586-1590 1.745 5.834 1716-1720 1.990,1 6.515 1846-1850 2593,7 6.168 1976-1980 20.793 24.760
1591-1595 1.625 5.551 1721-1725 2.116,1 6.403 1851-1855 2893,3 6.325 1981-1985 22.932 26.396
1596-1600 1.260 5.288 1726-1730 1.937,0 6.415 1856-1860 3028,7 6.225 1986-1990 25.872 27.711
1601-1605 1.453 5.334 1731-1735 ND 6.544 1861-1865 3195,7 5.779 1991-1995 28.021 31.121
1606-1610 1.347 5.725 1736-1740 2.315,1 6.433 1866-1870 3305,1 5.718 1996-2000 30.040 31.350
1611-1615 1.247 6.025 1741-1745 2.262,0 6.493 1871-1875 3831,8 5.630 2001-2005 35.846 31.339
1616-1620 1.274 5.946 1746-1750 2.242,1 6.563 1876-1880 4091,2 5.734 2006-2010 38.424 33.112
1621-1625 1.254 5.685 1751-1755 2.248,8 5.956 1881-1885 4309,5 5.800 2011-2015 36.484 33.190
1626-1630 1.310 4.919 1756-1760 1.970,2 6.034 1886-1890 4703,3 5.520 2016-2017 37.504 33.512

197
198
6.- APÉNDICE

Sobre la mano invisible: valores, sentimientos morales


e interés en la Inglaterra moderna. 300
Introducción
Siguiendo la estela de Max Weber, Talcott Parsons definió la modernización
económica como un proceso de racionalización de la acción social desplegado a lo
largo de dos ejes: el de la racionalidad puramente formal, según el cual la actividad
económica se “orienta por el cálculo preciso y racional de las cantidades
intercambiadas”, y el de la racionalidad sustantiva o material, que consiste en “la
capacidad del sistema social para asegurar un adecuado suministro de bienes y servicios
a la población, de acuerdo con los requerimientos éticos del sistema de normas y
valores”.
El avance a lo largo de estos dos ejes se ha encontrado siempre lleno de
tensiones porque la dinámica de uno y otro es contradictoria. Un cierto equilibrio entre
ambos resulta imprescindible para la propia continuidad del proceso modernizador pero
no está en modo alguno garantizado, porque una progresión desproporcionada de la
racionalidad formal puede violar los mínimos de racionalidad sustantiva acordes con el
sistema de valores, y un déficit grave de racionalidad material puede acabar deteniendo
el proceso de modernización, al bloquear las condiciones esenciales de la economía de
mercado 301 –a través de la anarquía y el caos, de la revolución, o simplemente
estableciendo normas incompatibles con el funcionamiento del mercado.
En última instancia, como señalara Jacob Viner, “la intervención extensiva del
Gobierno sobre el mercado libre se ha producido principalmente como resultado de la
insatisfacción social respecto a la distribución existente de la renta. Ningún pueblo
defenderá con celo el mercado libre a no ser que éste funcione con el mínimo de justicia
distributiva que la colectividad considere tolerable” 302. Como es bien sabido, esta idea
de justicia sería desarrollada por John Rawls en la década de los años setenta del siglo
XX.
Fue también Max Weber quien relacionó las aspiraciones al bienestar material
que impulsan el proceso de modernización con los valores morales vigentes, al hablar
de una racionalidad “axiológica”, orientada hacia el cumplimiento de los mismos.
Weber distinguió tres formas de legitimación de la autoridad: tradicional, racional-
burocrática y carismática. La primera es la forma típicamente “moderna” (en el sentido
de la edad moderna, previa a la Revolución Francesa), en la que todavía no ha aparecido
el individualismo y la autoridad es ostentada por quien encabeza el organismo social
legitimado por una verdad “formulada” por los “guardianes de la tradición” 303. Este es

300
Primera versión publicada en Revista de Estudios Políticos (nueva época), nº 128, abril-junio, 2005,
pp. 129-161.
301
Talcott Parsons, “Introduction” a Max Weber, The Theory of Social and Economic Organization, The
Free Press, NY, 1964 (1ª edición en ingles, 1947), pp 35-7.
302
Véase Jacob Viner, “The intellectual History of Laissez Faire”, Journal of Law and Economics, vol. 3,
octubre 1960 (pp. 45-69), p. 68.
303
Véase Anthony Giddens, “Vivir en una sociedad postradicional”, en U. Beck, A. Giddens y S. Lash,
Modernización reflexiva. cit., pp. 75-136.

199
el tipo de legitimidad al que apelaban los Habsburgo y los monarcas absolutos que los
siguieron. En cambio, entre las dos formas de legitimidad contemporánea existe un
contraste radical: la legitimidad burocrática actúa desde fuera, mientras que la
carismática lo hace desde dentro. En la terminología de Riesmann, la primera es propia
de una sociedad exodirigida; la segunda, de sociedades endodirigidas. Esta última forma
de legitimidad no proviene de ninguna fuente externa a la sociedad, sino que ciertos
individuos son investidos por el grupo social con el carisma que les permite crear
sistemas de creencias, morales, sociales o científicas, o proponer a los demás modelos
de comportamiento individual que adquieren amplia aceptación. Se trata de una
capacidad que en la era contemporánea fue reconocida a ciertos individuos singulares
por la cultura del romanticismo, que rompió con la idea tradicional según la cual los
valores existen y se descubren a través del conocimiento, abriendo paso a posibilidad de
creación de valores (Berlin, 1965). En su expresión suprema todo ello proviene de la
fundación de la era axial, tal como la formularon Jaspers (2013) y Eisenstadt (2005).
Ciertamente, en la sociedad moderna (en el sentido sociológico, o sea
postradicional) estas creencias no se apoyan sólo en intuiciones, sino que se ven
sometidas a los criterios de verdad, belleza o rectitud en cada ámbito de la acción:
científica, artística, ética, etc. 304. Pero —una vez aceptada la separación kantiana
absoluta entre hechos y valores— el problema de la modernidad estriba en discernir si
tales valores pueden distanciarse lo suficiente de las influencias sociales como para
escapar al relativismo, evitando al mismo tiempo caer en el nihilismo o en alguna clase
de fundamentalismo filosófico.
El imperativo ético que emerge en el siglo XXI consiste en admitir la existencia
de una facultad de percibir valores que no deba ser ella misma explicada socialmente,
sino que sirva como referencia a la hora de enjuiciar la creatividad de la acción y
permita derivar de ella implicaciones sociales independientes de la ideología 305. Por eso,
al analizar la Política como vocación, Weber se preocupó muy mucho de establecer
pesos y contrapesos entre la ética de los fines y convicciones y la ética de la
responsabilidad — como habían hecho, antes que él, F.C.S. Schiller y los pragmatistas
norteamericanos—, no considerando suficientes a ninguna de ellas por separado para
legitimar la acción: la ética de la convicción y de los fines, porque la capacidad de
percepción de los valores es falible; la de la responsabilidad, porque la eficiencia resulta
en muchas ocasiones inhumana. Que uno y otro constituyen riesgos graves y reales ha
quedado demostrado de forma fehaciente a través de la tortuosa historia del siglo XX.
Philip Woods ha tratado de definir la acción racional orientada por valores
intuitivos, que vendría a significar la reconciliación entre razón (o “sentido común” en
su acepción vulgar, no en la del Sensus Communis romano, que apela a la
colectividad) 306 y sentimiento (o “corazón”), cuya oposición caracterizó, según Agnes
Heller, el pensamiento cotidiano durante la primera fase de la modernización, o “era
burguesa”, como correlato de la escisión entre el “burgués” y el “ciudadano” 307. Esta

304
Para un análisis de estos criterios en el caso de la ciencia, véase Javier Echevarría, Ciencia y valores,
Destino, Barcelona, 2002.
305
Philip A. Woods, “Values-intuitive rational action: the dynamic relationship of instrumental rationality
and values insights as a form of social action”, The British Journal of Sociology, vol. 52, nº 4, Diciembre
2001, pp 687-706.
306
Fue Adam Ferguson quien atribuyó la decadencia romana al repliegue epicúreo hacia el ámbito del
interés estrictamente privado, frente a la virtud activa de los estoicos (Wences, 2009, p.132, nota 136).
307
Véase Agnes Heller, Teoría de los sentimientos, Fontamara, Barcelona, 1980, p. 267 y 279.

200
primera modernización había sustituido, según Weber, la racionalidad del valor por la
racionalidad del objetivo —aunque tal sustitución no llegase nunca a penetrar del todo
en la vida social cotidiana— 308. Hirschman presentó el mismo problema como el intento
fallido del capitalismo de contrarrestar el efecto disolutorio de las pasiones individuales
sobre los nexos sociales mediante los intereses —una vez redimidos éstos últimos de la
condena moral medieval y dignificados socialmente—, reivindicados y concebidos
como “pasión compensatoria”, al hacer entrar el cálculo del interés —y, por tanto, la
repercusión social de la acción— en el control de las otras pasiones, algo que encontró
su máxima expresión en la moral puritana. Sin embargo, la progresiva identificación
del comportamiento dirigido hacia la prosecución de tales intereses con el
comportamiento pura y simplemente racional —en el que la razón establece el interés
individual— acabaría asimilando la dicotomía pasión/interés a la de pasión/razón. 309
Habermas propone articular el debate clásico —iniciado por Kant y Hegel, y
antes por Platón y Aristóteles— acerca de la relación entre razón y sentimiento dando
primacía a lo justo, entendido deontológicamente, sobre el bien moral, evitando
expulsar a la ética de la discusión racional. 310. La propuesta de Wood señalaría un punto
de encuentro entre la racionalidad instrumental y la racionalidad afectiva del propio
Weber, con la peculiaridad de que la facultad generativa de esta última no quedaría
anclada en impulsos enfocados exclusivamente hacia el ego de los individuos —o sea,
hacia lo que es importante para cada uno— sino hacia lo que tiene importancia
transpersonal, de acuerdo con la sicología del desarrollo emocional de Donaldson. 311,
que explica la formación de una sensibilidad avanzada hacia los valores y una
capacidad de apreciar afectivamente lo que importa más allá de nosotros mismos,
desbordando el marco de los fines autorreferenciales.
Para Habermas, esta sensibilidad implica un compromiso del individuo con la
colectividad y, por eso mismo, se encuentra sometida a la limitación última de toda
posición ética, que es siempre contextual e implica la aceptación previa de lo que se
considera colectivamente una forma de vida buena y satisfactoria, como pensaba
Wittgenstein. Sin embargo, esto no sucede con los juicios morales, que, por definición,
se pretenden universalistas y, en contrapartida, son mucho más estrechos. La pregunta
que emerge inmediatamente es, ¿cuál es el origen de tales valores? ¿De dónde viene que
la gente crea lo que cree? 312, o, más bien, ¿cómo se adquieren los sentimientos morales?
En este trabajo estudio la respuesta que dieron a esta pregunta los moralistas escoceses,
que sigue siendo probablemente la más sistemática de que disponemos.

1.- La formulación de David Hume: la moral como sentimiento.


El origen moderno de la pregunta se remonta, al menos, a la obra de David
Hume, para quien la moral era más un sentimiento que una forma de conocimiento, y

308
Ibid., p. 268.
309
Véase Albert O. Hirschman, The passions and the interests: Political arguments for capitalismo before
its triumph, Princeton University Press, 1977 (v.e. en Peninsula, 1999).
310
Véase Jurgen Habermas, Aclaraciones a la ética del discurso, Trotta, Madrid, 2000.
311
Véase Margaret Donaldson, Human Minds. An Exploration, Londres, Pinguin Bocks, 1972, y Atherton
J S (2003) Learning and Teaching: Learning index [On-line] UK:
http://www.dmu.ac.uk/~jamesa/learning/index.htm. (14 Octubre 2004).
312
Véase Jacques Coenen-Huther, "Sens moral ou raisons fortes?, L'Année Sociologique, 2001, vol 51,
nº1 ( 233-254), p. 247.

201
la belleza —tanto física como moral—, algo más propiamente sentido que percibido 313.
Sin embargo, aunque el vicio y la virtud no puedan ser “descubiertos simplemente por
la razón o comparación de ideas —sino sólo mediante alguna impresión o
sentimiento—” 314, algunas de ellas, como la justicia, “suscitan sentimiento de
aprobación precisamente porque contribuyen a satisfacer las necesidades de la
humanidad”, 315 lo que implica asociar un sentimiento y una idea. Hume formulaba de
este modo por primera vez la idea de justicia en términos funcionalistas (o utilitaristas,
como se decía entonces, aunque dando a este término el sentido amplio que adquiriría
más tarde en las obras de Bentham y, sobre todo, de John Stuart Mill 316):
“La mayoría de las virtudes tiende hacia el bien de la sociedad y de quien las posee. No
hay duda de que la principal fuente de distinción moral es la simpatía o compasión. Pero
no hay otra razón para aprobar la justicia que su contribución al bien común, y éste nos
resultaría indiferente de no interesarnos en él por simpatía o compasión. Lo mismo
podemos presumir de las restantes virtudes, que son medios dirigidos hacia un fin y
cuyo valor como medios proviene del valor del fin. Pero la felicidad de los demás nos
afecta sólo por simpatía —y la desdicha, por compasión—, principio al que hay que
atribuir el sentimiento de aprobación que emana del examen de toda virtud útil para la
sociedad o para quien la práctica, virtudes que constituyen la parte más sustantiva de la
moral. El sentimiento moral es un principio inherente al espíritu humano y uno de los
más poderosos de cuantos entran en su composición. Es legítimo defender la causa de la
virtud reduciendo el sentimiento moral a la condición de un instinto original de la
mente humana, pero tal defensa carecería de la ventaja de que disponen quienes dan
cuenta de ella apelando a una simpatía o compasión que comprende a toda la
humanidad.”
“A partir de ahí, no sólo hay que aprobar la virtud, sino el sentimiento de la virtud; y no
sólo ese sentimiento, sino los principios de los que se deriva. Aunque la justicia sea algo
artificial, el sentimiento de su carácter moral es natural. Es la asociación de los hombres
en un sistema de conducta lo que convierte a todo acto de justicia en algo beneficioso
para la sociedad y, a partir de ahí, los aprobamos naturalmente: ¿piensa alguien que
cualquier ventaja debida a la fortuna puede compensar la más mínima trasgresión de las
virtudes sociales? La propia paz y satisfacción interior dependen por competo de la
observancia de estas virtudes, y nadie será capaz de soportar su propia imagen si no ha
contribuido al bien de la humanidad y de la sociedad.” 317
La formulación definitiva de la distinción entre razón y sentimientos morales la
fijaría definitivamente Hume en 1751 —el mismo año que se le impedía suceder a
Adam Smith en la cátedra de lógica de Edimburgo:
“Es fácil determinar los principios generales de la moral y especialmente hasta qué
punto la razón y el sentimiento entran en toda decisión de aprobación o censura. Se
supone que el principal fundamento para aprobar moralmente cualquier cualidad o
acción es su utilidad, de modo que detrás de toda decisión de este tipo debe
encontrarse la razón, ya que sólo ella puede permitirnos discernir las consecuencias
beneficiosas de cualidades y acciones.”

313
La afirmación proviene del penúltimo párrafo de An Inquiry Concerning Human Understanding,
Británnica, Great Books, nº 35, p. 509.
314
A Treatise of Human Nature (ed.: L. A. Selby-Bigge; 2º ed., Rev.: P. H. Nidditch), Oxford University
Press, 1978, p. 470.
315
Ibíd., p. 477.
316
Véase su obra El Utilitarismo, Alianza, 1984.
317
Traducción libre y sintética de las conclusiones del A Treatise of Human Nature (Libro III, On Morals,
part III, section VI), op. cit., pp. 618-21.

202
“La utilidad no es más que la disposición hacia un fin; si éste nos fuera totalmente
indiferente, igualmente lo serían los medios. Es imprescindible que un sentimiento
otorgue preferencia a lo útil sobre lo pernicioso. Tal sentimiento no puede ser otro que
la sensación de felicidad por el bien de la humanidad y de pesar por su desgracia: tales
son los fines que tienden a favorecer la virtud y el vicio, respectivamente. De modo que
la razón nos permite discernir respecto a las consecuencias de las acciones, y el
humanitarismo nos hace distinguir en favor de las que son útiles y beneficiosas.”
“Así pues, nuestra hipótesis es sencilla: la moralidad está determinada por el
sentimiento. La virtud se define como toda acción mental o cualidad que produce en el
espectador el sentimiento de aprobación; el vicio es lo contrario. Las fronteras entre la
razón y el gusto o sentimiento son fáciles de establecer. La primera aporta el
conocimiento de la verdad y la falsedad; la segunda proporciona el sentimiento de
belleza y deformidad, vicio y virtud. La primera descubre los objetos tal como
realmente se presentan en la naturaleza, sin aumento ni disminución; la otra dispone de
una facultad productiva y enaltece o mancha de color los objetos naturales, prestándoles
su sentimiento interno, creándolos de nuevo, en cierta forma”. 318
Con ello, Hume inauguraba de manera casi imperceptible una tradición de
pensamiento, que habría de ser desarrollada hasta la saciedad por los románticos
alemanes, según la cual la capacidad de percepción moral constituye una facultad
creativa 319 que, como las restantes facultades, puede desarrollarse ejercitándose en ella
mediante la formación. Al mismo tiempo el sentimiento moral constituye para Hume la
base de la cooperación, en aras de aumentar el bienestar colectivo, mientras que la
virtud de la justicia constituye la clave para el sostenimiento de toda la arquitectura
social. La justicia es una convención social, basada en la percepción de que esta virtud
conduce a un sistema de acción colectiva del que emana el bien común, a condición de
que se lleve a cabo al unísono y en condiciones de reciprocidad, o sea, evitando la
acción free-rider de los gorrones. Refiriéndose a la especie humana, esta convención
puede considerarse natural:
“La felicidad o prosperidad de la humanidad que emana de la virtud social de la
benevolencia puede compararse a una pared construida por muchas manos, que se eleva
en proporción a la diligencia y cuidado de cada participante. La derivada de la virtud
social de la justicia es como la construcción de una bóveda, en la que cada piedra
individual caería al suelo si no estuviera sujeta toda ella por la asistencia mutua y la
cooperación de las correspondientes partes. La justicia emana de las convenciones
humanas, entendiendo por convención el sentimiento del interés común sentido por
cada persona en su interior —del mismo modo que lo percibe en el de sus
compañeros— que conduce a unos y otros a desarrollar un plan general o sistema de
acciones dirigido hacia la utilidad pública. De donde se deduce que, al abrazar tal
virtud, cada persona ha de contemplar o tener in mente el conjunto del plan o sistema, y
debe esperar el apoyo de sus compañeros en esa conducta o comportamiento.”
……………….
“De modo que dos hombres reman al unísono en un bote por la convención implícita en
el interés común, sin necesidad de ninguna clase de promesa o contrato, del mismo
modo que el oro y la plata sirven para medir los intercambios y que el lenguaje y las
palabras se establecen por común acuerdo. El único motivo para participar en
semejantes planes de conducta consiste en que resultan ventajosos para dos o más

318
“An Enquiry Concerning the Principles of Morals”, Appendix I, en Enquiries Concerning Human
Understanding and Concerning the Principles of Morals (reimpresión de la ed. de Selby-Bigge de1777),
3ª edición (P. H. Nidditch, ed.), Clarendon, 1975, pp. 285-295.
319
Véase Isaiah Berlin Contra la Corriente, Capítulo VII. “Hume y las fuentes del antirracionalismo
alemán”, FCE, México, 2006, pp. 245-274

203
personas, siempre y cuando cada una de ellas lleve a cabo su tarea, perdiendo toda
ventaja si sólo una de ellas lo hace.”
“La palabra natural se usa habitualmente en tantos sentidos y tiene una significación tan
imprecisa que no merece la pena discutir si la justicia es natural o no. Si la autoestima,
la benevolencia, la razón y la previsión son naturales en el hombre, entonces el mismo
epíteto puede aplicarse a la justicia, el orden, la fidelidad, la propiedad, la sociedad. La
inclinación y las necesidades del hombre le inducen a asociarse; su entendimiento y
experiencia le dicen que tal asociación es imposible si cada uno se gobierna a sí mismo
sin reglas y no respeta las posesiones de los demás. A partir de estas pasiones y
reflexiones —observadas también en los demás— todo individuo de la especie humana
ha experimentado el sentimiento de justicia en algún grado en todas las épocas. Todo lo
que emana del ejercicio de las facultades intelectuales en un animal tan sagaz como el
hombre puede ser considerado natural.” 320

2.- Adam Smith: la conciliación entre el espectador imaginario y el


egoísmo
Con su demostrada capacidad para expresar de manera directa, sencilla e
intuitiva asuntos sociales de gran complejidad, Adam Smith sintetizó ocho años más
tarde estas ideas en su Teoría de los sentimientos morales utilizando el símil de un
espectador imaginario e imparcial —la conciencia individual— que aconseja al
individuo enfrentado a elecciones morales para que, en lugar de perseguir su interés
egoísta, decida en razón de la simpatía —o compasión— 321 hacia los demás. Porque,
según Smith, la moral no puede fundamentarse en el egoísmo:
“Esta simpatía, o compasión, no puede, en ningún sentido, ser contemplada como un
principio egoísta. Podría decirse que cuando yo me compadezco de tu dolor o
indignación, en cierto sentido mi emoción se basa en mi egoísmo, porque se produce al
ponerme yo en tu lugar y situación para poder percibir lo que yo mismo debería sentir
en circunstancias similares. Pero aunque digamos con toda propiedad que la simpatía o
la compasión surgen de un intercambio imaginario de situaciones con la persona
principalmente afectada, no se supone que este cambio imaginario suceda realmente en
mi propia persona y carácter, sino en el de la persona con quien simpatizo o de quien
me compadezco.”
“Por eso, la pretensión de dar cuenta de la naturaleza humana deduciendo todos los
sentimientos y afectos del egoísmo —pretensión que ha venido haciendo mucho ruido
últimamente, pero que, en lo que yo sé, nunca nadie ha explicado abiertamente—
proviene, desde mi punto de vista, de una confusión y una mala comprensión de lo que
significa el sistema de simpatía y condolencia.” 322
Unos años más tarde, en La riqueza de las naciones (1766), Smith salvaría la
distancia entre egoísmo y simpatía, observando que, al canalizar la propensión natural
del hombre hacia el intercambio a través del mercado, su propio interés le obliga a
producir mercancías y proporcionar servicios para satisfacer las necesidades de los
demás —siempre que éstos actúen en forma recíproca—, autoobligándose cada uno a
considerar las necesidades ajenas como las suyas propias, de modo que la acción

320
Véase “An Enquiry Concerning the Principles of Morals”, citado, Ap. III, pp. 177-178 (edición
Liberty Fund (2011): http://lf-oll.s3.amazonaws.com/titles/341/Hume_0222_EBk_v6.0.pdf
321
“La combinación de imaginación, simpatía y necesidad del amor y de la aprobación constituyen el
fundamento del alegato de Smith respecto a que la naturaleza forma a los hombres para la sociedad”:
Cropsey “Adam Smith and Political Philosophy,” citado por Wences (2009), pág. 127.
322
The Theory of Moral Sentiments, Regnery Pub, 1999, Vol. II, Part VII, Section III, Chapter I/175-179.

204
combinada de unos y otros reúne al mismo tiempo las características de la acción
altruista y la egoísta, sin necesidad de que actúe el espectador imaginario. Smith se
hacía eco de este modo de una corriente de pensamiento acerca del impacto del
comercio sobre las costumbres y la política que provenía del siglo anterior.
Hirschman ha explorado la aparición de la idea según la cual el intercambio
comercial “endulza” las costumbres y las hace más apacibles. En lo que se refiere a las
conductas de los particulares la idea aparece ya en los manuales para negociantes
durante el último cuarto del siglo XVII. En 1748 Montesquieu la trasladó a los
soberanos y a los Estados 323, sirviéndose para ello especialmente del análisis del
imperio español:

“El comercio con las Indias asciende a cincuenta millones en mercancías, de los cuales
sólo dos millones y medio provienen de España [...] España no puede realizar el
comercio con las Indias por sí misma. No me corresponde a mí pronunciarme sobre la
cuestión acerca de si no resultaría más conveniente que lo dejase libre a los extranjeros.
Solo diré que a ella misma le conviene poner los menores obstáculos posibles a este
comercio. Cuando las mercancías que los distintos países llevan a las Indias se venden
allí muy caras, las Indias entregan muchas mercancías propias —en su caso, el oro y la
plata— a cambio de pocas mercancías extranjeras, y lo contrario ocurre cuando
aquellas son baratas. Esto último haría que las naciones extranjeras se perjudicasen unas
a otras para llevar siempre a las Indias mercancías baratas. Son estos los principios que
hay que examinar, sin separarlos de las restantes consideraciones: la seguridad de las
Indias; la utilidad de una aduana única; los peligros de un gran cambio; los
inconvenientes previsibles, que son generalmente menos peligrosos que los
imprevisibles.” 324
Pero, como ha señalado Viner, todavía en el siglo XVIII el objetivo perseguido
por el Rey de España seguía siendo el acrecentamiento de su propio poder y, dadas las
condiciones excepcionales de que disfrutaba, para tales propósitos importaba más la
abundancia de especies metálicas —directamente controladas por el monarca— que la
de riqueza en manos de sus súbditos, al menos en el plazo de tiempo contemplado para
este tipo de decisiones, que fue siempre relativamente breve 325. Poco importa que el
duque de Rohán —par de Francia y principal dirigente hugonote, nombrado caballero
por la Reina Isabel y protegido por Venecia y la Puerta otomana— hubiera demostrado
la contradicción entre estos intereses a corto plazo y los intereses de la política exterior
dinástica a largo plazo, razón por la que pensaba que las decisiones de los príncipes
gobernadas por el interés serían presumiblemente “racionales”, porque “el interés no
engaña”.

323
Véase The Passions and The interests, citado, pp. 79-85.
324
Véase De l'Esprit des lois, 4ª parte, libro XX: “Des lois, dans le rapport qu'elles ont avec le
commerce, considéré dans sa nature et ses distinctions”, y libro XXI: “Des lois, dans le rapport qu'elles
ont avec le commerce, considéré dans les révolutions qu'il a eues dans le monde”. La cita proviene de los
capítulos XXII y XXIII con que concluye este último libro. Cito por la edición de Gallimard, Paris, 1995,
2 vols., disponible en internet: http://www.uqac.uquebec.ca/zone30/Classiques_des_sciences_sociales/.
[7-junio-2005]
325
J. Viner, “Power versus plenty as objectives of foreign policies in the seventeenth and eighteenth
centuries”, World Politics I (1948), citado por Hirschman, op. cit. (p. 60). He desarrollado este tema in
extenso en “Oro, Plata y mercurio, nervios de la monarquía de España”, Revista de Historia Económica,
XIX, nº 3, otoño-invierno, 2001, pp. 507-538, reproducido como capítulo 2 de este volumen.

205
Lo que sucede es que por aquellas fechas esto reflejaba sólo parcialmente el
comportamiento de su patrón, el cardenal Richelieu 326 —que utilizaba sus servicios en
interés del Estado, pese al antagonismo religioso—, pero no el del rey de España y su
valido, contra los que se enfrentaba por el dominio de la Valtelina, tratando de bloquear
el paso de los tercios españoles desde Milán a Innsbruck para apoyar a los Habsburgo
austriacos en su pugna con los príncipes protestantes durante la guerra de 30 años. La
guerra se había desencadenado por la elección en 1619 de Federico, elector del
Palatinado renano y casado con Isabel Estuardo, como rey de Bohemia, tras la
declaración de la independencia de este reino —que duró poco más de un año—. Rohán
no pudo aprovechar su victoria sobre los españoles en Marbegno en 1635 porque, al
reaflorar la contradicción entre interés y pasión, Richelieu dejó de confiar en su
mariscal hugonote, quien se lamentaba preguntándose: “¿por qué no ha de ser posible
que un gobierno piense en dos cosas a la vez?” 327. Tras su muerte, la “Paz Perpetua”,
firmada en Milán en 1639, reconocería la victoria momentánea de los Habsburgo, y la
Paz de Westfalia establecería después un cierto equilibrio en el sistema europeo de
Estados.

3.- Un precedente: la educación de los sentimientos en la revolución


pedagógica de John Ámos Comenius
Pero ni la devolución de Bohemia a los Habsburgo, ni el control del Palatinado
por la Baviera católica —tras la muerte de Federico— sirvieron para sofocar la
disidencia protestante de los checos, que prosperó al amparo de la revolución
pedagógica de John Ámos Comenius, obispo y líder protestante de la iglesia de
Moravia. Comenius era discípulo de John Alsted, autor de la primera gran
Encyclopaedia Scientiarum Omnium (1630). Al subir al trono de Bohemia Fernando de
Habsburgo en 1618 los papistas habían expulsado a los pastores protestantes. Para suplir
esta ausencia, Comenius diseñó un sistema universal de enseñanza de la lectura y la
escritura —inventado la cartilla y el libro de texto—, con el fin de que toda la
población pudiera acceder individualmente a la lectura de la Biblia, pero en realidad fue
mucho más allá, hasta el punto de ser generalmente considerado hoy como el fundador
de la escuela y la tecnología educativa modernas, para las que tan importante es la
educación de la razón y el espíritu como la de los sentimiento, las emociones, el
aprendizaje a través de la práctica y el desarrollo de la facultad de comunicación con los
demás. Bajo el título La Reforma de la Escuela, su obra fue traducida al inglés ya en
1639 por Samuel Hartlib —maestro de Robert Boyle— y ampliamente difundida tanto
en Londres 328 como en Nueva Inglaterra.
La estancia de Comenius en Londres en 1641-1642 sirvió para difundir una
concepción integrada de la ciencia —mediante su “visión sincretista”— que sentó las
bases del ideal con el que se fundaría enseguida la Royal Society (o Invisible College),

326
Citado por Hirschman, op. cit., pp. 56-61. Para el nexo con Richelieu, véase Rohan, Henri, duc de, Le
Parfait Capitaine augmenté d'un traité de l'intérêt des princes et Etats de la Chrétienté, Avec la preface à
M. le Cardinal duc de Richelieu. Rouen, et se vend à Paris libraires associées, 1667. (El Tratado fue
escrito en Fontainebleau en 1634 y publicado por primera vez en Paris en 1635).
327
La expresión se encuentra en sus Memorias, citadas por Pedro Marrades, El camino del imperio.
Notas para el estudio de la cuestión de la Valtelina, Espasa Calpe, 1943, p. 185.
328
Véase Michal Rozbicki, “Between East-Cental Europe and Britain: Reformation and Science as
Vehicles of Intellectual Communications in the Mid-Seventeenth Century”, East European Quarterly, v.
XXX, nº 4, enero 1997, pp. 401-416.

206
al mismo tiempo que Comenius recibía el ofrecimiento de presidir la Universidad de
Harvard —ofrecimiento que rechazó, aceptando, sin embargo ayudar a reformar el
sistema educativo sueco— para diseñar y difundir en América su doctrina
“Pansofistica”, concebida como la construcción cuasi-arquitectónica del templo de
Salomón, metáfora de la sabiduría, basada en la integración de tres libros o fuentes de
verdad: el de la revelación, conocida a través de la Escritura, el de la naturaleza,
conocida inductivamente a través de los sentidos, y el de la razón, conocida a través de
la lógica (los tres libros de la veritas que aparecen en el escudo de Harvard). Su obra fue
adoptada inmediatamente entre los textos básicos de los curricula de Harvard y Yale,
de modo que la búsqueda de la verdad a través de una metadisciplina de la integración
intelectual, con la finalidad de llevar una vida recta —la Tecnología, en el sentido que le
daban los puritanos de la época—, se convirtieron en los ideales fundacionales de la
enseñanza superior norteamericana, que incluyó un abierto componente pluralista y
cosmopolita, de acuerdo con la tesis básica del texto de Comenius (Pansophiae
prodromus), en el que se anuncia ya la Ciencia Nueva de Vico:
“Y, puesto que lo que buscamos es un Tesoro universal de sabiduría para el interés
común y el beneficio de toda la humanidad, es justo que todas las naciones, sectas,
edades e ingenios puedan contribuir a formarlo [...] No sería verosímil que sólo algunos
hombres de una o dos épocas hubieran tenido el privilegio de ver todas las cosas y los
demás ninguna [...] De modo que nadie debe ser condenado, especialmente en relación
con aquellas materias en las que la luz de la naturaleza es la que nos guía”. 329
Sin embargo, con carácter general, durante el siglo XVII europeo el interés
común se identificaba de forma patrimonialista con el del monarca y el interés dirigido
hacia la riqueza y el bienestar material no se había diferenciado todavía del
relacionado con la gloria, el poder y el honor —o, más bien, era un simple instrumento
de éstos—, como había afirmado Carlos V un siglo antes 330 y evidenciaban todavía las
Máximas de La Rochefoucauld en tiempos de la sublevación de La Fronda.
Fue la Revolución Inglesa, en aquellas mismas fechas, la que inició el
desplazamiento del significado del concepto de interés desde el ámbito del Estado al de
los diferentes grupos en pugna en su interior, para descender a finales de siglo a
referirse a las aspiraciones estrictamente económicas de individuos y grupos 331. El
interés económico fue interpretado enseguida en Inglaterra como algo “inocuo” en
relación con el bienestar colectivo, frente a la “reputación” como motivo tradicional de
los actos del monarca —relacionada con el principio de honor, que es lo que mueve a
las monarquías, según Montesquieu—, de modo que se esperaba que los intereses
económicos se sobrepusieran y dominaran a la pasión por la conquista sirviendo de
contrapeso y de “brida contra el despotismo”, como escribió sir James Steuart en
1767. 332 En ese mismo año Adam Ferguson utilizó la misma idea como leit motiv para
edificar su sociedad civil. En términos sociológicos Herbert Spencer partiría de ella un
siglo más tarde para formular la teoría sobre el tránsito desde la “sociedad militar”

329
Citado en D. Hill Scott, “A Vision of Veritas: What Christian Scholarship Can Learn from the
Puritan’s ‘Technology’ of Integrating Truth”, en Knowledge, Reality, and Method, Christian Scholarship
Conference, October 1997, http://www.leaderu.com/aip/docs/scott.html. [7-junio-2005]
330
Véase A. Espina, “La resistencia a la Monarquía de España y el sistema europeo de Estados”, Sistema,
nº 164, septiembre 2001, pp. 43-67, Reproducido como capítulo 1 de este volumen.
331
Citado por Hirschman, op. cit., pp. 59.
332
Ibid., pp. 102 y 107.

207
hacia la “sociedad industrial”, tipos ideales de organización en los que la cooperación
social se articula mediante la coerción y la cooperación, respectivamente 333.
Como en tantas otras cosas el giro crucial en esta tradición lo dio Hume al
constatar la paulatina identificación de la idea de interés con la posesión de riqueza y
amor a la ganancia en el ámbito privado, y su completa diferenciación respecto a la
idea de “interés público”. Para Hume la sede del interés —como la de la moral— no se
encuentra tampoco en la razón, sino en el sentimiento y la pasión: el “afecto
interesado”, que es sinónimo de avidez adquisitiva 334. Una pasión a la que el propio
Hume había despojado de cualquier connotación peyorativa, por lo que ya no
consideraba necesario enfrentar unas pasiones a otras de signo contrario para neutralizar
sus efectos nocivos, calificando a la razón como “pasión apacible”, lo que violaba su
propia semántica, aunque ya hemos visto que con ello sólo quería decir que cuando
nuestra voluntad se dirige hacia la consecución de un bien, estimulada por una idea
resultado de la razón, el impulso no proviene de ésta sino de la pasión emocional que le
confiere deseabilidad, aunque esta pasión no sea violenta sino tranquila 335. De este
modo, una vez se admitió que la pasión, como expresión del sentimiento, puede ser
perfectamente moral, quedó libre el camino para que Helvecio hiciera del interés el
fundamento del universo moral 336, y de éste la base para la política, cuya función es
elaborar una legislación y proporcionar una educación dirigidas a eliminar los vicios y
realzar “las virtudes, el poder y la felicidad de los pueblos”.

4.- El nuevo paradigma del interés


Pero aún sin hacer de él una utilización tan funcionalista e instrumental, el
interés —y la ambición que nos impulsa a alcanzarlo— pasó a convertirse en la clave
de un nuevo paradigma que permitió interpretar la naturaleza humana en términos muy
parecidos a las ciencias físicas, porque todos los observadores coincidieron en observar
que la pasión por acumular bienes y riquezas resultaba prácticamente insaciable y
constante, lo que convertía a la naturaleza humana en algo racionalmente predecible,
frente a lo errático e imprevisible de los impulsos dirigidos hacia el poder, la conquista
o el honor dinásticos 337. Así fue como la idea de “una naturaleza humana pasiva y
sustancialmente inerte e inmutable” —según la crítica de Veblen 338— se convirtió en el
paradigma más fecundo de la modernidad que, de uno u otro modo, se encuentra detrás
de teorías tan distintas como las de Adam Smith, David Ricardo, Karl Marx, John
Stuart Mill, Thorstein Veblen, Carl Menger, Joseph A. Schumpeter, Max Weber, Georg
Simmel, John Maynard Keynes, Talcott Parsons o Niklas Luhmann.
Unos aplicaron este paradigma a la naturaleza humana tout court; otros
supusieron que correspondía a un tipo peculiar de la misma —el homo economicus—,

333
Véanse Adam Ferguson: An Essay on the History of Civil Society, 1767 (versión Española en Instituto
de Estudios Políticos, 1974), y el estudio de Isabel Wences (2006). También: Herbert Spencer, El Hombre
contra el Estado (1884) Editorial y librería Gongourt, Buenos Aires, 1980, pp. 75-6.
334
Véase Hirschman, op. cit., pp. 59-61.
335
Véase José Luis Tasset, “Introducción” a David Hume, Disertación sobre las pasiones y otros ensayos
morales, Anthropos, 1990, p. 17-19.
336
En De l’Esprit (1758), citado por Hirschman, op. cit. p. 65.
337
Para el nuevo paradigma y la predecibilidad, véase Hirschman, op. cit., pp. 65-78.
338
Véase Thorstein Veblen "Why is Economics Not an Evolutionary Science", The Quarterly Journal of
Economics, Volume 12, 1898.

208
localizaba tan sólo en ciertas épocas y sociedades. Un tercer grupo pensó que sólo
correspondía al individuo burgués, que había nacido con la mercantilización de la vida
social y estaba llamado a desaparecer cuando una nueva fase de la historia acabase con
la alineación monetarista. Los sociólogos y los institucionalistas interpretaron que el
interés económico —y la propiedad— encubría en realidad una pluralidad de impulsos
y motivaciones, constituyendo la expresión simplificada de la búsqueda de identidad,
reputación, libertad, autonomía y seguridad, individual u ontológica —o de status, lo
que vuelve a relacionarlo con la aspiración al poder—, del afán de innovación, del
impulso expresivo o de la necesidad de reconocimiento del ser humano, condiciones
todas ellas necesarias para el progreso histórico. Stuart Mill recuperó la idea de la
pasión compensatoria para oponer el interés material a la dominación personal que
preveía en el socialismo 339. Keynes observó que aquel impulso —al que denominó
animal spirits, situándolos en los empresarios— constituye un fenómeno recurrente
pero enormemente irregular que, cuando decae en intensidad, arrastra tras de sí la
prosperidad material de las sociedades. Parsons lo situó en la base de un subsistema
social —el adaptativo— capaz de intercambiar inputs y outputs con los restantes
subsistemas. Finalmente, Luhmann cierra esta corta historia contemplándolo como el
motor de un sistema autopoiético, cerrado sobre sí y autorreferenciado, incapaz de
dialogar o intercambiar señales o funciones con otros sistemas —igualmente
autopoiéticos— como el jurídico, el científico, el político o el moral, y sobre el que no
cabe un conocimiento objetivo —un metadiscurso— porque quien podría hacerlo se
encuentra ya dentro del propio sistema, cautivo de una teoría económica que se pretende
teoría de la naturaleza y no de un constructo social 340.
De modo que la existencia de un mismo “paradigma” de partida, en el que el
interés adquisitivo —una vez convertido en fin en sí mismo, con independencia de su
materialización específica— aparece como característica regular e inagotable del ser
humano, no implicó ni mucho menos interpretaciones monistas de la sociedad ni hizo
llegar a conclusiones políticas similares. Antes al contrario, el mismo fenómeno
desempeñaría papeles muy distintos en cada teoría: mientras para unos constituye el
mejor punto de partida en orden a garantizar una sociedad libre, no coactiva, justa y
rica, para otros es el mayor signo de degradación espiritual, corrupción moral y de
opresión de unos hombres sobre otros. Para unos es la argamasa del progreso; para
otros, el factor desencadenante del fin de la sociedad que lo produce y, a contrario, el
aglutinante constructivista de una sociedad alternativa.
Hirschman sitúa la aparición de los primeros gritos de alarma en los tiempos de
Walpole, y especialmente a partir de la crisis bancaria de 1710 y la burbuja financiera
de 1720 (South Sea Buble), como respuesta a los escándalos que acompañaron al primer
gran período de hegemonía Whig, que supuso la introducción de un conjunto de
prácticas políticas clientelares y de mecanismos de financiación de la deuda pública
abiertamente innovadores —heterodoxos, enormemente arriesgados y caldo de cultivo
óptimo para el fraude— que fueron combatidos por los Tories absolutistas empleando
masivamente los nuevos medios de comunicación (The Craftsman), denunciando la
corrupción moral generalizada del nuevo partido dominante e incitando a la sublevación
jacobita, tras acceder al trono en 1714 Jorge I de Hannover, hijo de Sofía del

339
Véase “Capítulos sobre el socialismo”, en J. S. Mill, Sobre la Libertad y otros Escritos, Clásicos,
MTSS, 1991, p. 303.
340
Véase Niklas Luhmann, Observaciones de la modernidad. Racionalidad y contingencia en la
sociedad moderna, Paidós, Studio, 1997, pp. 25-6.

209
Palatinado, hija, a su vez, de Federico V de Bohemia y nieta de Jacobo I, con quien se
revitalizaron los lazos establecidos entre Inglaterra y Centroeuropa a lo largo del siglo
anterior a través del movimiento Rosacruz. 341 Las huellas de toda aquella campaña en la
literatura Tory de la época son bien conocidas: John Gay hizo una parodia de Walpole
en La ópera de los mendigos, sobre la corrupción de la virtud. El Cuento de la Corte e
Imperio de Japón, de Jonathan Swift, es una alegoría de la Inglaterra de 1728 342 —
incluida la situación de la deuda pública— por mucho que el propio Swift hubiese
participado activamente en la promoción de la burbuja de 1720.

5.- Otra vez Hume: la moralidad de la deuda pública y la práctica


bancaria.
Hume se inspiraría en la obra de Swift para afirmar en 1752 que si no se
establecían límites estrictos a la creación de deuda pública se acabaría llegando “a un
grado de despotismo no alcanzado nunca por ninguna monarquía oriental”, porque:
“El público es un deudor al que nadie puede obligar a pagar. El único contrapeso de
que disponen los acreedores frente a él es su propio interés en preservar el sistema de
crédito, pero éste puede verse contrapesado por una emergencia extraordinaria o por
una gran deuda, incluso suponiéndola irrecuperable. Por no decir que una necesidad
imperiosa obliga a menudo a los Estados a adoptar medidas que, en términos estrictos,
van contra su interés [...] En ese caso, miles pueden ser sacrificados para garantizar la
seguridad de millones. Pero existe el peligro de que millones sean sacrificados para
siempre a la seguridad temporal de miles.” 343
Hume trasladaba de esta forma su reflexión moral al mundo de la razón
práctica y la utilidad. Pero este es siempre un ejercicio complejo porque, aunque la
aprobación o desaprobación moral sean impulsos que emanan de la experiencia sensible
y constituyan una forma de pasión, no se trata de una pasión directa —como el deseo o
el miedo—, sino indirecta, asociada a una idea elaborada por la razón, única facultad
capaz de apreciar las consecuencias útiles o nocivas de la acción 344. Es preciso
mantener siempre bien separados el ámbito de la deseabilidad o rechazo moral de
ciertos fines y resultados y el juicio acerca de la relación entre los medios o la acción
que conduce a aquellos, porque:

“En muchos casos, la decisión es dudosa y está sometida a evaluación y a grandes


discusiones y controversias: surgen dudas y se enfrentan intereses opuestos, de modo
que hay que otorgar preferencia a una de las dos partes, en estrecha concurrencia y
equilibrio respecto a su respectiva utilidad, dadas las distintas circunstancias de la
sociedad, las diversas consecuencias de cada práctica y los diferentes intereses que
pueden resultar beneficiados. Se requiere un juicio racional muy preciso para adoptar la
decisión verdadera entre las intrincadas dudas que emergen de intereses opuestos y
escasamente transparentes.” 345

341
Véase Frances A. Yates, El Iluminismo Rosacruz [1971], F.C.E. México, reimpresión, 1999, y La
Filosofía Oculta en la Época Isabelina [1979], F.C.E., Breviarios, México, 1992.
342
Véase Jeremy Black, Walpole in Power, Sutton Publishing, 2001. Para las correspondencias entre la
narración de Swift y la situación inglesa, véase Gulliver's Travels and Japan, en
http://www.jaffebros.com/lee/gulliver/moonlight/appendix.html.
343
Véase On Public Credit, pp. 5-6 en: http://www.socsci.mcmaster.ca/~econ/ugcm/3ll3/hume/pubcred.
http://www.economics.mcmaster.ca/ugcm/3ll3/hume/pubcred.
344
David Hume, Disertación sobre las pasiones y otros ensayos morales, op. cit.
345
“An Enquiry Concerning the Principles of Morals”, op. cit. p. 285.

210
Precisamente el mejor ejemplo práctico de esta dificultad lo ofrece la valoración
moral de Hume sobre las políticas de deuda pública y monetaria y sobre las prácticas
bancarias. Obviamente, tal valoración descansa sobre el análisis empírico y teórico
acerca de la utilidad y la contribución al bienestar de cada una de estas instituciones
económicas, que es la que debe orientar la regulación legal existente en cada momento y
el comportamiento individual.
El problema de la moralidad de las prácticas bancarias no era nuevo. De hecho,
tras la caída del imperio romano habían sido los Templarios quienes recuperaron la
actividad de custodia de depósitos, transporte de moneda y préstamo en la Baja Edad
Media, dada la confianza moral que inspiraban y su capacidad de ofrecer seguridad. La
prohibición de la usura era común a las tres religiones del Libro, pero la judía no la
extendía a los préstamos en favor de gentiles, lo que otorgó a esta nación una ventaja en
la práctica de intermediación que añadió una causa adicional al antisemitismo
tradicional, haciendo de ella objeto privilegiado de la animadversión popular y de la
codicia de los notables. El tardío reconocimiento canónico de la legitimidad del
préstamo con interés indujo a los cristianos a utilizar como pantalla permitida del
mismo —además de la letra de cambio y, en muchos casos, en combinación con ella—
el contrato a la vista regulado en el Corpus iuris civilis, suponiendo de manera ficticia
que el depositario (en realidad, el prestatario) incumplía la obligación de devolución,
por lo que devengaba intereses por mora a favor del depositante (que en realidad era el
prestamista).
De esta forma, para bordear la prohibición de la usura se vistieron los préstamos
de una apariencia de depósitos, con lo que se adulteraron las finalidades que tenían
ambos tipos de contrato en el derecho romano, en donde el depositario estaba obligado a
mantener permanentemente a disposición del depositante una cantidad equivalente a la
depositada —a cambio de una modesta comisión— y sólo el de préstamo permitía al
prestatario disponer de la cuantía hasta el momento del vencimiento. En puridad, pues,
sólo las cantidades recibidas por el banco en préstamo —o en depósito a plazo—
podían ser prestadas a su vez a cambio de una remuneración por la intermediación.
Pero, al estar prohibida esta última, la única forma legal de intermediación financiera
exigía fingir que el préstamo era un depósito a la vista incumplido, lo que confundió
ambas figuras, invirtió el papel de los agentes y, al convertirse en práctica regular, hizo
pasar por alto la obligación de mantener en reserva la totalidad del dinero
verdaderamente depositado a la vista, con lo que apareció la banca con reserva
fraccionaria y con ella el riesgo de bancarrota y la necesidad pública de regulación para
controlarla. Sin embargo, en períodos de crisis generalizada el contagio del pánico
convirtió en ineficaz cualquier regulación, como sucedió a mediados del siglo XIV en
Italia y Cataluña, en una crisis generalizada que destruyó la confianza en el crédito
durante más de un siglo.
Los problemas de la práctica bancaria ocuparon a los moralistas de la escuela de
Salamanca durante los siglos XVI y XVII, 346 tratando de establecer reglas de conducta
para los mercaderes y, sobre todo, para los reguladores —los ayuntamientos y el Rey—,
que se convirtieron enseguida en los principales beneficiarios de la creación de dinero
346
Roa Dávila, siguiendo a Tomas de Aquino, estableció en 1591 seis principios para considerar justa la
tributación. Pero se trataba de un asunto de conciencia. En su caso, de la conciencia del príncipe; en el de
Diego de Covarrubias, de la de los súbditos, que no estaban moralmente obligados a pagar tributos
injustos. Solo Fray Luis de León asociaba esa justicia al consentimiento, “expreso o tácito” de los
súbditos, y en la escuela de Salamanca predominó un pensamiento de tipo republican, que Felipe II trató
de extirpar (Jago, 2001/93-95).

211
bancario, con el inevitable conflicto de intereses. Los primeros en hacerlo, como
Saravia de la Calle en su Instrucción de mercaderes de 1544, negaron toda legitimidad
al procedimiento, tanto por la infracción que suponía violar el compromiso de depósito
como por el efecto pernicioso del aumento de dinero en circulación sobre los precios.
Martín de Azpilicueta y Tomas de Mercado —cuyas obras datan de 1556 y 1571—
condenaron también por pecaminoso e ilegal el uso particular por los banqueros del
dinero confiado a su depósito, aunque Mercado —y también Gresham— constató ya el
hecho en Sevilla y empezó a abrir una vía de transigencia, contemplándolo como algo
prácticamente inevitable —y también como un mal menor, en comparación con la
necesaria violación de la drástica condena cristiana de la usura—, recomendando, eso sí,
principios y reglas de prudencia para la práctica del negocio de banca, como las de
mantener un coeficiente elevado de reserva y evitar entrar en negocios de riesgo.
Enseguida aparecerían teólogos más abiertos al cambio económico, como
Domingo de Soto por aquellas mismas fechas, o Luis de Molina a finales de siglo, que
admitieron abiertamente la legitimidad del depósito a la vista remunerado y la
utilización de los fondos depositados para el descuento de letras —siempre que se
efectuase con prudencia— 347, lo que implicaba reconocer a la utilidad como principio
de la regla moral y de la regulación. Lo que sucede es que, como vimos, el regulador de
la época —el monarca, con su concepción patrimonialista del reino— todavía no era
capaz de diferenciar la utilidad relacionada con sus propios intereses dinásticos —
identificados con el honor— del interés público del reino y éste se situaba en todo caso
por encima de los intereses de grupos privados e individuos, de cuyos recursos podía
disponer a voluntad y sin oposición relevante. La flagrante contradicción entre aquellos
y estos condujo a la bancarrota del monarca, que a lo largo del siglo XVII se contagiaría
a todo el sistema financiero del mundo católico subordinado a los Habsburgo. 348
El relevo financiero lo tomó el Banco de Ámsterdam, creado en 1609, sobre la
base de la vieja regulación romanista del depósito irregular (manteniendo una reserva en
caja del 100%), a cambio de una módica retribución. Esta fue la condición para
recuperar la confianza en el sistema financiero, minada por el imperio austracista.
Hasta 1772 no admitiría este Banco la reserva fraccionaria y hasta 1802 la utilizaría de
forma muy prudente, lo que contribuyó poderosamente a la estabilidad de precios en la
Europa moderna. A partir de la observación de las prácticas del Banco de Ámsterdam
David Hume se manifestó contrario al papel moneda sin contrapartida metálica y a la
creación de dinero por los bancos 349. En cambio, ya en 1767 Sir James Steuart no tenía
“la menor duda de que tanto el crédito registrado en los libros del banco como el dinero
disponible en efectivo en los depósitos que lo compensan pueden sufrir variaciones
alternas según sea mayor o menor la demanda de dinero bancario”. Steuart estaba
convencido de que el secretismo con que se desarrollaban las operaciones del banco se
debía a la contradicción entre el imperativo estatutario de reserva íntegra y su
violación en la práctica de los negocios, similar a la observada por Tomás de Mercado
dos siglos antes. Esto planteaba el conflicto moral entre un precepto legal y un
compromiso contractual, que obligaban a hacer una cosa, y una práctica y un imperativo
de utilidad que parecían aconsejar lo contrario.

347
Véase J. Huerta de Soto, Dinero, Crédito Bancario y Ciclos Económicos, Unión editorial, 1998, pp.
53-80.
348
Véase A. Espina (2001b), incorporado como capítulo 3 a este volumen.
349
Véase “Of Money”, en Discursos políticos (1752), v.e. Instituto de Estudios políticos, edición Tierno
Galván, 1955

212
6.- Adam Smith y el sistema bancario
En La riqueza de las naciones, Adam Smith constató que el funcionamiento del
sistema bancario holandés descansaba sobre el hecho de que toda la ciudad estaba
convencida de que hasta el último billete emitido se encontraba respaldado por las
reservas de oro y plata del Banco, al que la propia ciudad de Ámsterdam ofrecía su
garantía —avalada por cuatro burgomaestres depositarios, cambiados anualmente—
que visitaban periódicamente las cajas y juraban que sus existencias equivalían a los
depósitos que figuraban en los libros. Esto bastaba para imprimir confianza porque,
según Smith, “...en este sobrio y religioso país todavía no se pasan por alto los
juramentos”.
Sin embargo, en la década de los ochenta un banco tan prudente, una ciudad tan
escrupulosa y una sociedad tan estricta cambiaron su conducta comenzando a violar sus
estatutos y a cometer perjurio, y todo ello para beneficiar con sus préstamos a la propia
ciudad de Amsterdam, hasta el punto de que durante la Cuarta guerra angloholandesa
los depósitos efectivos sólo ascendían a un 25% de lo que figuraba en los libros. Por
causa de ello el público perdió confianza y dejó de depositar su dinero en el Banco, que
terminaría por desaparecer en 1820. 350
¿Qué había sucedido? ¿Habían perdido de golpe los responsables del banco sus
escrúpulos morales y la corrupción se había apoderado de la ciudad? No. Inicialmente,
el banco se había creado con el propósito de regular la mala calidad y la gran cantidad
de dinero metálico en circulación para evitar las fuertes fluctuaciones de precios y de los
tipos de cambio, recibiendo depósitos en todo tipo de monedas y devolviendo el
equivalente a su valor intrínseco en florines bajo la forma de certificados de depósito,
cuyo uso se declaró obligatorio a partir de pagos de más de 600 florines 351. Con el
tiempo, la función de proporcionar billetes con los que realizar las transacciones fue
desplazando en importancia a la de depósito y regulación monetaria y la observación de
la práctica de los negocios fue indicando que, de hecho, en condiciones normales
bastaba con mantener un coeficiente de reserva fraccionaria adecuado para hacer frente
a todas las obligaciones.
Lo que sucede es que esta observación —consistente con la ética de la
responsabilidad y la utilidad y con los sentimientos morales de Hume, orientados por
los resultados— no se había hecho pública y llevado al terreno de los compromisos
formales, ni se había traducido en el correspondiente cambio de las instituciones y los
contratos que regían la relación entre el público y el banco. En términos del sentimiento
moral de los que así actuaban el principio de la utilidad pública prevalecía, pero se
perseguía de forma no transparente y violando compromisos y contratos explícitos, cuya
salvaguardia es la base última de las relaciones interpersonales. La infracción abierta de
la legalidad y la ausencia de mecanismos públicos explícitos de legitimación de la
nueva conducta —siquiera fueran ficticios, como el que había permitido superar siglos
antes la prohibición tradicional de la usura— destruyeron el sutil tejido de confianza
sin el que no caben relaciones sociales estables.
La cadena de transmisión de la innovación financiera desde Italia a Holanda y
desde aquí a Suecia e Inglaterra —y más tarde a los Estados Unidos— se explica
precisamente por la observación de las contradicciones entre la práctica y la arquitectura

350
Véase J. Huerta de Soto, Dinero, Crédito Bancario y Ciclos...., op. cit., pp. 80-87.
351
Véase Walter Bagehot, Lombard Street: A description of the money market, 1873, cap. III. Disponible
en: http://www.gutenberg.org/ebooks/4359.

213
institucional, y por la corrección de esta última a la vista de la experiencia obtenida con
las crisis y el fracaso de los predecesores y pioneros. La del Banco de Ámsterdam
indicaba claramente que había que actuar con transparencia. El Banco de Estocolmo,
fundado en 1656 ya empezó a funcionar con dos secciones: una de depósitos (con
reserva íntegra) y otra de préstamos (con equilibrio entre los plazos de depósito y de
préstamo). Pero los principios de separación y equilibrio se empezaron a violar
enseguida y para superar la crisis de confianza el Estado tuvo que hacerse cargo del
Banco en 1668, convirtiéndolo en el primer Banco Central, que fue también el primero
en realizar de manera sistemática y abierta la emisión de billetes o certificados por
encima de los depósitos efectivos.
El Banco de Inglaterra, fundado en 1694 bajo el influjo directo de Holanda, ya ni
siquiera se creó con aquellas garantías. Su finalidad primera fue ayudar a financiar los
gastos públicos para la guerra contra Francia de un gobierno Whig, nacido de la
revolución de 1688, que no contaba con el más mínimo crédito —como cualquier
revolución, afirmaría Bagehot—. El gobierno del nuevo rey, Guillermo III, emitió 1,2
millones de libras al 8% en las acciones fundacionales del futuro banco, al que se le
concedería el privilegio de ser el depositario de los fondos del Gobierno —otorgándole
su crédito, lo que respaldaba su credibilidad—, y el monopolio de “hacer banca”, esto es
de ser el único banco con carta de responsabilidad limitada y con capacidad de emisión
de billetes (“de tomar prestado, poseer y recibir depósitos de cualquier suma de dinero
contra sus billetes pagaderos a la vista o transcurridos menos de seis meses desde la
fecha del depósito”, como diría la Ley de 1742). Tal cúmulo de facultades explican que
el resto de los bancos se agrupasen enseguida en torno al banco de Inglaterra y le
otorgasen de facto la condición de banco de bancos, depositando en él sus reservas,
considerándolo como el banco Whig por excelencia, ya que la restauración de los
Estuardo había repudiado la deuda pública con que se constituyó su capital
fundacional. 352
Pero el monopolio también dio lugar a abusos y el nombre del banco quedaría
enseguida asociado a la idea de inflación por causa del escándalo de la Compañía de los
Mares del Sur. Los Whig habían creado esta entidad instrumental para que se hiciera
cargo de la deuda pública. Como forma de pago por las acciones de la compañía se
admitieron títulos de deuda, concediendo el Banco préstamos pignoraticios sobre
aquellas acciones. Como el privilegio de emisión no establecía límites y la guerra obligó
a emitir deuda masivamente, la operación dio lugar a la primera gran burbuja financiera
y a una escalada especulativa de la que los principales beneficiarios fueron los
consejeros de la Compañía. Parte de los beneficios conseguidos se invirtieron en tierra,
contagiándose la burbuja al mercado inmobiliario. En 1720 las cotizaciones de la
Compañía se derrumbaron hasta la quinta parte de su valor máximo y las del Banco a la
mitad. Algo similar había venido haciendo el escocés John Law en Francia,
expandiendo el crédito de su banco desproporcionadamente en relación con los
depósitos y especulando con las acciones de la Cía. del Misisipi. Aunque el banco pasó
a pertenecer al Gobierno en 1718 la burbuja acabaría estallando casi al mismo tiempo
que la de Londres, en lo que constituye la primera gran crisis financiera de la historia en
la que se observó un claro efecto de contagio y crisis simultánea. El pinchazo sólo se
corrigió tras la Bubble Act de 1720, que limitó severamente las sociedades por acciones
(línea de regulación que sería adoptada enseguida en EE.UU.). En 1722 el Banco
adquirió el capital de la Compañía pagándolo con deuda pública consolidada al 5%.

352
Ibid.

214
Todo ello debió de pesar sobre Hume al redactar su tract. El Banco suspendería pagos
en 1797, prohibiéndose a partir de entonces el abono en metálico de los depósitos,
declarando sus billetes de curso legal para el pago de impuestos y satisfacción de
deudas, limitando sus adelantos y préstamos al gobierno y estableciéndose un
prestamista de última instancia. 353
Como colofón de esta larga historia, en Lombard Street Walter Bagehot llegaría
a afirmar que el sistema de emisión de billetes es la mejor manera de introducir un
sistema de banca de depósitos, lo que significa invertir el proceso histórico. Lo que
sucede es que este sistema requiere estabilidad y resulta incompatible con invasiones y
revoluciones, ya que tales acontecimientos producen pánicos en los que todo el mundo
exige disponer de dinero en metálico, lo que destruye el sistema de emisión. Por eso
Inglaterra y Escocia son los países que tienen sistemas de banca de emisión más
extendidos.

7.- Utilidad y moralidad en Adam Smith


En realidad, las posiciones contrapuestas de Hume y Adam Smith en materia de
moralidad de la práctica bancaria respondían a teorías monetarias enfrentadas, basadas
en acopios de evidencia empírica acerca de la utilidad de estas prácticas muy
diferentes. Este es un ejemplo más de que la influencia de la razón sobre la
consideración moral se produce de forma indirecta. Hume —como más tarde
Ricardo— aceptaba la teoría cuantitativa de la moneda, según la cual la cantidad de
dinero en circulación es indiferente porque sólo determina el nivel de inflación,
limitando su impacto sobre la actividad —y sobre los tipos de interés— al período en
que se produce la elevación de precios, resultando neutral a partir de entonces. Por eso
no confiaba en la bondad (la utilidad) de la creación de dinero a través del crédito
bancario. En cambio Smith consideraba razonable la movilización por parte de la banca
de aquella parte del dinero “que de otra forma se hubiera visto obligada a mantener
ociosa y al contado, para hacer frente a las demandas ocasionales de retirada de
depósitos”, con el único límite de un uso prudente de los mismos a fin de evitar la
pérdida de confianza, que conduce siempre a la quiebra del banco afectado 354. En
ambos casos, la consideración moral se realiza en vista de la utilidad de las
correspondientes prácticas.
A este clima de preocupación moral no se sustrajo Adam Smith. La tradición
elaborada por la historia de la economía política lo considera como el primer hagiógrafo
del interés privado, pero por mucho esfuerzo que se haya hecho en imputarle una
posición monista tal pretensión no resiste el análisis. No es en su obra donde se
encuentra la simplificación de la sociedad al mundo unidimensional del homo
economicus en que vivió el Robinson Crusoe de Daniel Defoe —él mismo, promotor
de la burbuja de los mares del Sur—. Toda la obra de Smith está escrita en diálogo con
la de Hume y constituye su complemento natural. Es más, puede contemplarse como su
mejor aplicación. Porque en la medida en que el “afecto interesado” —perfectamente
moral, por otra parte, siempre que el público no cometa abusos, como el de la deuda—
se encarga de motivar la mayor parte de los comportamientos individuales, la
consecución de los objetivos morales generales se ve facilitada, precisamente por causa
del carácter universal de esta pasión.

353
Véase J. Huerta de Soto, Dinero, Crédito Bancario y Ciclos...., op. cit., pp. 87-90.
354
Ibid. pp. 479-483.

215
No todas las necesidades ni objetivos sociales pueden satisfacerse por este
procedimiento, pero en la medida en que es posible hacerlo el bien común se alcanza
más fácilmente, al no depender su consecución de la renuncia de cada individuo a
perseguir sus propósitos individuales —o sea, de la fuerza de voluntad para el
cumplimiento del deber, ejerciendo “coerción moral de su propia razón legisladora”,
que es como Kant definiría la virtud en 1797 355.
El Adam Smith de 1766 era el mismo hombre que el de 1759: un pedagogo
preocupado básicamente por cuestiones morales. Es más, los dos libros pueden
considerarse como subdivisiones de un solo sujeto 356. Con su segunda obra conseguía
reducir al mínimo imprescindible la obligación de adoptar decisiones imparciales,
facilitando así la consecución de la armonía social, que es la tarea asignada a la
conciencia moral individual. Pero ni Smith ni la generación utilitarista —la de Jeremy
Bentham, David Ricardo y James Mill, que desarrollarían su doctrina y la de Hume,
aplicándola a reformar la economía, la jurisprudencia y la política—, dejaron de
considerar a los sentimientos morales como el fundamento de la fábrica social, haciendo
el mayor énfasis en la necesidad de desarrollar la facultad creativa de la que hablaba
Hume, lo que implica realizar un enorme esfuerzo, ya que, según Smith:
“La virtud amistosa de la humanidad requiere mucha más sensibilidad de la que posee
la gente común. La tan elogiada virtud de la magnanimidad exige indudablemente un
grado de autocontrol muy superior al que es capaz de ejercer el común de los mortales.
Del mismo modo que la calidad de la capacidad intelectual no aparece de forma
espontánea, tampoco la virtud constituye el estado natural de la moral. La virtud es
excelencia; algo infrecuente, grande y hermoso; algo que se encuentra muy lejos de lo
vulgar y ordinario” 357
Pero de esta virtud depende precisamente la mano invisible que hace posible la
armonía y el bienestar de la sociedad. Por fortuna, el funcionamiento adecuado de ésta
no requiere que ese nivel de excelencia se encuentre por igual en todos los individuos,
pero resulta imprescindible que la practiquen, al menos, sus clases dirigentes (tanto
económicas, como políticas y sociales):
“No ha lugar a que el terrateniente insensible y orgulloso contemple sus campos sin
pensar en las necesidades de sus criados, quedándose y consumiendo toda la cosecha en
su imaginación. El producto del suelo mantiene en todo momento el número de
habitantes que puede soportar. El rico sólo toma del granero lo más precioso y
agradable. Pero consume poco más que el pobre y, a pesar de todo su egoísmo y
rapacidad natural, aunque solo persiga su propio interés [y] [...] satisfacer sus vanos e
insaciables deseos, reparte con los pobres el producto de sus esfuerzos. Una mano
invisible [subrayado A.E.] le dirige a hacer una distribución de los alimentos
prácticamente igual a la que resultaría de haber estado la tierra dividida a partes iguales
entre todos sus habitantes. De este modo, sin pretenderlo ni saberlo, hace avanzar el
interés de la sociedad y produce los medios para la multiplicación de la especie.”
“El mismo principio y amor hacia el sistema, el mismo respeto a la belleza del orden, el
arte y la innovación, sirven con frecuencia para impulsar las instituciones que
contribuyen a promover el bienestar colectivo. Cuando los próceres se dedican a

355
Véase, Metafísica de las costumbres, p. 405 (edición de la Academia de Berlin): traducción española
de Adela Cortina, Tecnos, clásicos del Pensamiento, nº 59, p. 262.
356
Véase la Introducción de Amartya Sen a la edición de The Theory of Moral Sentiments, de Penguin
classics (2009), que no estaba disponible cuando se redactaron estas páginas y expresan mucho mejor
todo lo que se afirma aquí sobre esta obra.
357
The Theory of Moral Sentiments, Regnery Pub, 1999, Cit., Vol. I, Part I, Chapter V (23-27).

216
mejorar el orden público, su conducta no responde siempre a la pura simpatía hacia la
felicidad de quienes se beneficiarán de aquella. Cuando los políticos deciden reparar
caminos y carreteras, no están animados necesariamente por la simpatía hacia carreteros
y transportistas. Cuando el Parlamento establece incentivos y estímulos para mejorar la
fabricación del lino o de la lana, su conducta raramente está motivada por la simpatía
hacia quienes consumen el paño, fino o barato, y mucho menos hacia el fabricante o el
comerciante.”
“La perfección del orden público y la extensión del comercio y la industria son
objetivos nobles y magníficos por sí mismos. La contemplación de ellos nos satisface, y
estamos interesados en todo lo que contribuye a mejorarlos. Forman parte del gran
sistema de gobierno, y las ruedas de la máquina política se mueven con más armonía y
facilidad por medio de ellas. Nos agrada contribuir a la perfección de un sistema tan
hermoso y magnífico, y no descansamos hasta eliminar todo obstáculo que pueda
perturbar o estorbar la regularidad de sus movimientos. Sin embargo, las constituciones
se valoran únicamente en función de su contribución a promover la felicidad de quienes
viven bajo ellas. Ésa es su única utilidad y finalidad.” 358

8.- La mano invisible y la virtud clásica


Así pues, detrás de la mano invisible que garantiza la armonía del mercado se
encuentran las mismas virtudes —recuperadas de la antigüedad clásica, como enseguida
veremos— que hacen funcionar a la política. Lo que sucede es que —siguiendo el
ejemplo de Maquiavelo— si la elite dirigente de la sociedad —la que elaboraba la ley y
la jurisprudencia— practicaba estas virtudes, no resultaba imprescindible que lo hiciese
todo el pueblo. La escasez de tales virtudes en el grado de excelencia necesario para
construir un sistema social perfecto explica la satisfacción que encuentra Smith al
observar que buena parte de las necesidades pueden autorregularse a través del
mercado, sin apelar necesariamente al aprecio por las ventajas indivisibles que emanan
del sistema social global. Esta no es una cuestión abstracta sino práctica, y no es una
tarea individual sino colectiva e institucional, ya que Smith relaciona directamente el
desarrollo moral de Gran Bretaña con su avance político, institucional, material y
económico y los propone como ejemplo a imitar por otras naciones:
“… sirve de poco hablarle a la gente en general de las ventajas de que disfruta un
Estado bien gobernado e insistir en que así se dispone de mejores viviendas, mejor
vestido y alimentación. Generalmente estas consideraciones no impresionan demasiado.
Resulta más persuasivo describir cómo funciona en la práctica un gran sistema de
políticas públicas que proporciona tales ventajas y explicar las conexiones e
interrelaciones de sus diferentes partes, la dependencia mutua de unas y otras y su
subordinación a la felicidad de la sociedad. Si se les enseña la forma de introducir este
mismo sistema en su propio país, los obstáculos que se ponen a ello actualmente y la
forma de removerlos, así como las distintas ruedas de que debe disponer la máquina del
gobierno para moverse con mayor armonía y suavidad —sin fricciones entre ellas que
retarden sus movimientos—, es difícil que alguien pueda oír tal discurso y no verse
animado de algún modo por el espíritu público.”
“Al menos por un momento sentirá el deseo de remover tales obstáculos y de poner en
marcha una máquina tan hermosa y ordenada. Nada contribuye más a promover el
espíritu público que el estudio de la política, de los distintos sistemas de gobierno civil,
sus ventajas y desventajas; el estudio de la constitución británica, su situación, su interés
por las otras naciones, su comercio y su defensa; las desventajas a las que tiene que
hacer frente, los peligros a los que se ve expuesta y la forma de remover los unos y

358
Ibid., Vol. I, Part IV, Chapter 1 (241-53).

217
defenderse de los otros. De entre todas ellas, la discusión política –practicada de manera
justa y razonable— es la especulación más útil [...] Sirve al menos para animar las
pasiones públicas de los hombres y les incita a buscar los medios de promover la
felicidad de la sociedad.” 359
En la última parte de su obra, Smith, como Hume, descarga a la razón de la
responsabilidad última sobre el principio de aprobación moral. Hobbes había tratado de
apoyar la legitimidad del gobierno civil y de justificar la obediencia a la suprema
magistratura —como fundamento último de la sociedad— mediante el sometimiento
directo de la conciencia de los hombres a los poderes civiles con el fin de evitar la
dominación de los poderes eclesiásticos. Pero esto significaba poco menos que
legitimar la sumisión y la dictadura. Sin distinción previa entre lo correcto y lo
equivocado el poder podía caer en la arbitrariedad. Y como la ley no podía ser el
fundamento último de sí misma, se adujo que tal fundamento se encuentra en la razón,
que aprueba o reprueba moralmente, del mismo modo que distingue entre verdad y
error: la virtud y el vicio lo son porque se encuentran conformes o en desacuerdo con la
razón —se afirmó—. Smith pensaba que en algunos aspectos esto es correcto, puesto
que buena parte de las máximas morales las formamos a través de la experiencia y la
inducción y esta última es una operación propia de la razón. Pero no así la experiencia
moral última, que constituye la base para tal ejercicio racional y que solo puede
percibirse a través del sentimiento:
“Si no derivásemos de la razón la mayor parte de nuestros juicios morales, resultaría
extremadamente incierto y precario que dependiesen de algo tan variable como las
emociones y los sentimientos inmediatos, frecuentemente alterados por la salud y el
humor. Pero, aunque sea incuestionablemente la razón la fuente de las reglas generales
de la moralidad —y de todos los juicios morales formados a partir de ellas—, sería
igualmente absurdo e incomprensible suponer que las percepciones primeras de lo
bueno y lo malo se derivan de la razón, incluso refiriéndonos a los casos particulares
cuya experiencia nos sirve de base para inferir aquellas reglas. Estas percepciones
últimas, como toda experiencia en la que se basan las reglas, no puede ser objeto de la
razón, sino del sentimiento y la emoción inmediatos. Unas pautas de conducta producen
agrado; otras desagrado. A partir de estas instancias formamos las reglas de la
moralidad.”
“Lo que no puede la razón es hacer que un objeto sea agradable o desagradable a la
mente por sí mismo. Puede demostrar que el objeto es un medio para conseguir algo
agradable o desagradable, y por eso mismo lo será también el objeto. Pero si éste resulta
agradable o desagradable por sí mismo, lo será en función del sentimiento o emoción
inmediatos que nos produce. Es necesario que la virtud produzca agrado y el vicio
desagrado. Son el sentimiento y la emoción quienes nos reconcilian con la primera y
nos enajenan del segundo.” 360
Lo que nos permite percibir esa emoción es precisamente el sentido moral,
equivalente a los sentidos externos, a través de los cuales apreciamos las cualidades de
los cuerpos que nos rodean: el sonido el gusto, el olor, el color. De igual modo sucede
con los afectos de la mente humana que, al entrar en contacto con aquella facultad nos
aparecen teñidos en cierta manera de una cualidad amistosa u odiosa, virtuosa o viciosa,
de bondad o maldad:
“Esta facultad, a la que Locke llamó reflexión, y de la que derivó las ideas simples
acerca de las diferentes pasiones y emociones de la mente humana es, según el Dr.

359
Ibid.
360
Ibid., Part VII, Section III, Chapter II (179-84).

218
Hutcheson [predecesor de Smith en la cátedra de Lógica y continuador de la tarea de
Shaftesbury], 361 un sentido interno directo. La facultad por la que percibimos la belleza
o la deformidad, la virtud o el vicio de las diferentes pasiones y emociones, es un
reflejo, un sentido interno… La palabra conciencia no denota inmediatamente ninguna
facultad moral por la que aprobemos o desaprobemos. La conciencia presupone en
realidad la existencia de aquella facultad y significa propiamente nuestro
convencimiento de haber actuado de acuerdo o en sentido contrario a su dirección.
Mientras que el amor, el odio, la alegría, la tristeza, la gratitud, el resentimiento —junto
a tantas otras pasiones que se supone son el sujeto, asunto y materia de tal principio—
han sobresalido hasta ser reconocidos por sus propios títulos, ¿no resulta sorprendente
que el soberano de todas ellas se haya hecho oír tan poco hasta ahora como para no
merecer siquiera un nombre distintivo? 362.
Esta “nueva” facultad o sentimiento moral la había redescubierto el tercer conde
de Shaftesbury (1671-1713), leyendo al emperador romano Marco Aurelio. El que fuera
al mismo tiempo empleador y discípulo de Locke fue quien reintrodujo el cultivo de las
virtudes estoicas en la Inglaterra posrevolucionaria. Hasta poco antes, el dominio de los
valores se había mantenido confinado al ámbito de la religión y confiado, en palabras de
Giddens, al cuidado de los “guardianes de la tradición”. Más tarde, la Ilustración
establecería que la virtud proviene de la razón y es algo que se puede descubrir y
aprender, lo que conectaba este pensamiento con la tradición histórica occidental, de
carácter racionalista, que se remonta hasta Aristóteles 363.
La obra de Shaftesbury sólo adquirió plena difusión en toda Gran Bretaña a
partir de su muerte en 1713. A través de ella la tradición humanista se trasmitió a los
moralistas escoceses. Su influencia resulta especialmente notable sobre Hume, pero se
percibe también en Kant, como señaló Berlin. Probablemente sin la confianza
proporcionada por la teoría de los sentimientos morales uno y otro habrían tenido
dificultad para abandonar la larga senda histórica que había conducido hasta la moral
racionalista de los ilustrados. Porque, al quedar separada en las obras de uno y otro
moral y razón (valor y verdad), y al quedar ubicada la capacidad de aprobación moral
en una facultad directa de la mente —al modo de un sexto sentido—, la educación ya no
era suficiente; no bastaba con desarrollar el ejercicio racional de la mente; la tarea del
pedagogo y el propio ideal pedagógico tuvieron que ampliarse, en la línea que había
señalado Comenius.
La reaparición de la vieja virtud suscitó la necesidad de ejercitarla y fortalecerla,
como se hace con el resto de las facultades humanas. En términos de sociología de la
religión, se produjo un salto desde las religiones occidentales —basadas en la salvación,
a través de la palabra y la verdad— a las religiones orientales, fundadas en la imitación
de la conducta de hombres considerados santos y ejemplares. Había que proponer a los
jóvenes la imitación de un modelo de ejemplaridad y de virtud, que no podían derivarse
simplemente de la razón o del interés egoísta individual, como habían pensado Hobbes

361
En su formulación paradigmática: “La naturaleza de las acciones humanas no puede ser
suficientemente comprendida sin tomar en consideración los afectos y las pasiones, o aquellos
pensamientos o acciones de la mente que resultan de la aprehensión de ciertos objetos o acontecimientos
y a partir de los cuales se concibe lo que generalmente denominamos el bien y el mal” (Wences, ed. 2007,
p. 61).
362
Ibid., Part VII, Section III, Chapter III (184-93).
363
Véase Isaiah Berlin, Introduction, en The Age of Enligthment (1956), Meridian, 1984. También,
Amartya Sen, “Rationality and Social Choice”, Presidential Address, 107 Asamblea anual de la AEA, The
American Economic Review, 85 (1995), I, marzo.

219
y Mandeville, sino que debían anclarse en una cultura de la comunidad, de la moral o
del “Sensus Communis” de los estoicos.
Una cultura que emana de un sentido moral interno, como afirmaba Shaftesbury,
por el que ciertas “verdades morales” nos resultan evidentes por sí mismas o, más bien,
por el que ciertas acciones, afectos o pasiones aparecen como decentes, justas,
elegantes, amistosas y admirables ante ese “ojo interior” que equivale al conocimiento
natural, la razón fundamental, o el sentido común 364. Se trataba todavía de una facultad
cognitiva, pero de un conocimiento muy especial, por cuanto, para bosquejar su teoría
del moral sense:
“... lo que Shaftesbury tiene presente no es en realidad una dotación del derecho natural,
conferida a todos los hombres, sino más bien una virtud social, una virtud más del
corazón que de la cabeza”. 365
En esta tradición habrían de ser educadas las elites dirigentes en las public
schools británicas hasta nuestros días, incorporando al ideario de los centros educativos
de excelencia su criterio según el cual el sensus communis comportaba el “love of the
commmunity or society, natural affection, humanity, oblingness”. Porque, en palabras
de Gadamer:
“... cuando Shaftesbury concibe wit y humour se guía también por viejos conceptos
romanos, que incluían en la humanitas un estilo de buen vivir, una actitud del hombre
que entiende y hace bromas porque está seguro de la existencia de una profunda
solidaridad con el otro [...]. Y, aunque en este punto sensus communis parezca casi una
virtud del trato social, lo que de hecho implica sigue siendo una base moral e incluso
metafísica.” 366

Conclusión.- Una tarea pendiente: secularizar la educación moral en el


mundo latino.
El paradigma de la mano invisible atribuido a Adam Smith resultó ser la clave
de bóveda de la modernización económica. Una versión ideológicamente sesgada ha
interpretado el paradigma como equivalente a que basta la acción interesada —o
“racional”— individual para garantizar el progreso económico, haciendo innecesaria la
preocupación por el interés colectivo y el comportamiento ético. Tal interpretación
olvida que para el propio Smith éstos eran prerrequisitos que, por pertenecer al sentido
común de su época, ni siquiera había necesidad de mencionarlos reiteradamente. Sin
embargo un estudio cuidadoso del contexto en que fue formulado indica que el
paradigma de Smith llevaba implícito el comportamiento “virtuoso” —en el sentido
maquiaveliano— de todos los responsables económicos y sociales (al modo idealizado
con que Locke concibió la nobleza de la gentry). En cambio, el mercado se encargaba
de que, por el propio interés, su cervecero le sirviera buena cerveza, lo que se extiende a
todos aquellos que intercambian bienes y servicios en mercados simples, atomizados y
muy competitivos.
Pero esto sólo podía darse por supuesto entonces en el mundo anglosajón y, en
general, en los países en que predomina la religión protestante, que habían
364
Véase L. Jaffro, “Shaftesbury : sens moral et culture de la communauté”, en A. Caillé, C. Lazzeri et M.
Senellart (eds.), Histoire raisonnée de la philosophie morale et politique. Le bonheur et l'utile, Paris, La
Découverte, 2001, p. 414-419.
365
Véase Hans-Georg Gadamer, Verdad y Método, Ed. Sígeme, Salamanca, 2001, vol. I, p. 55.
366
Véase Hans-Georg Gadamer, op. cit., vol. I, pp. 54-55.

220
descentralizado previamente el sistema de creación e internalización de normas éticas.
Éste experimentó, a su vez, un proceso continuado de diferenciación, hasta contagiar
prácticamente a todos los ámbitos de la vida social: empezando por la compulsión hacia
la frugalidad y la secularización de la economía de la salvación en la ética calvinista —
que proporcionó un cuerpo funcionalista de restricciones para la acción individual
socialmente responsable, como señalara Max Weber—, pasando por la ética científica,
estudiada por Robert K. Merton y terminando por la ética en la empresa. 367
Sin embargo, en las sociedades latinas este proceso de secularización quedó
truncado y la lucha por la autonomía entre moral y religión la perdió la moral. En el
mundo católico no se produjo aquella transición porque no se diferenció la moral de la
religión, y ésta no contenía más que un conjunto de preceptos morales dogmáticos,
escasamente relacionados con el contexto vital contemporáneo. Este es uno de los
lastres que ha arrastrado históricamente el desarrollo económico y la modernización
política y social en estas sociedades. Ya Maquiavelo había formulado la idea de que la
identificación de política y religión, la oficialización del credo romano y la
simplificación de la moral religiosa a un conjunto de prácticas rituales había convertido
a los italianos en el pueblo más inmoral de la cristiandad. Un siglo después, Giordano
Bruno ardió en la hoguera por afirmar que la católica era una religión egipcíaca,
meramente ritual. Más tarde, Herbert Spencer señalaría que la expresión de la sumisión
política constituye el fundamento de los rituales religiosos primitivos. Moisés introdujo
por primera vez mandamientos morales. El cristianismo fue el resultado de “un
desarrollo del sentimiento moral, reavivado a expensas del elemento ceremonial”, pero
al extenderse perdió esos rasgos primitivos que lo distinguían de las religiones
inferiores y en la edad media se mostró relativamente rico en ceremonias y
relativamente pobre en moralidad.” En el proceso evolutivo, el precepto moral sólo
volvió a adquirir carácter netamente predominante con el protestantismo...
“....cuyos ritos son menos complicados y menos imperativamente prescritos, y donde no
se admite habitualmente la composición que rescata las trasgresiones por medio de actos
expresivos de sumisión...... Aún es mucho más reciente la extensión del protestantismo
disidente, en que todavía se lleva más lejos ese cambio. Prueba de que la subordinación
de las ceremonias a la moralidad no es carácter de la religión, sino en sus formas más
modernas.” 368
En la Francia contemporánea, por su parte, la secularización del mundo ético
significó sustituir el referente religioso por el de la comunidad. 369 En la sociología de la
religión de Durkheim el tótem religioso primitivo no era otra cosa que la sublimación de
la idea de grupo social, de modo que el fortalecimiento del espectador imaginario venía
asociado en este caso al “amor a la patria”, tal como lo definiera Montesquieu. Esa fue
la tónica que presidió la creación de la escuela laica y la aparición de una ética laica
compartida por toda la elite dirigente de la III República. Todavía hace unos años el
“Informe Thélot” utilizaba la expresión vivre ensemble dans notre République para
referirse a la enseñanza de valores éticos y cívicos. 370 Pero quien mejor expresó la

367
Sobre esta última, véase Ethics today online sostenida por el Ethics Ressource Center,
http://www.ethics.org. [7-junio-2005].
368
Véase Herbert Spencer, Ceremonial Institutions, volumen 2, parte 4, de The Principles of Sociology 3
vols. Londres, Williams & Norgate, 1879 (algunos artículos publicados previamente en Fortnightly
Review). Traducción española: Instituciones sociales, La España Moderna, Madrid, 1922, § 344, pp. 21-
22
369
Véase “Les Questions de 1905”, Esprit, 2005-6, junio.
370
Pour la réussite de tous les eleves:

221
vigencia del nexo durkheimiano entre lo sagrado y la comunidad fue Luc Ferry,
ministro de educación francés que encargó el informe —descendiente él mismo de Jules
Ferry, fundador de la escuela laica a fines del siglo XIX—, al afirmar: 371
“Simplement, le sacré a changé de visage, de forme. Il n’est plus tant situé dans de
grandes entités supérieures, dans un Dieu extérieur, dans la patrie, dans la révolution, que dans
les autres êtres humains.”
Si el fuerte sentimiento de identificación con la colectividad hizo siempre que en
el carácter francés la moral laica se confundiera con un cierto chauvinismo, en España
la idea de una ética laica público-privada, representada históricamente por los
krausistas, se identificó con el proyecto regeneracionista construido por las elites
dirigentes de las generaciones de 1898, 1912 y 1927, bajo el lema de ir “hacia otra
España.” 372
Pero el nivel de analfabetismo en la España del primer tercio del siglo XX no
tenía parangón en Europa y la confrontación de la vida social real no se produjo entre
elites intelectuales sino que vino a ser una repetición de la vieja confrontación que ya
fuera pintada por Goya en sus “desastres de la guerra.” De igual modo, la reacción sólo
fue equiparable a la de “los primeros años de la reacción absolutista de 1823,” lo que
condujo a la “liquidación del republicanismo histórico,” a la recuperación del “espíritu
del viejo carlismo,” y a la implantación por decreto de la “sociología cristiana,” —
basada en la simple repetición de pautas tradicionales— que borró de la cultura oficial
todo sentimiento moral no anclado en el servum pecus (o la parábola del buen
pastor). 373
La aparición de la complejidad en la España contemporánea se había
simplificado bajo la expresión horrenda de “las dos Españas” —que, admitiéndola,
caricaturizaba la idea de pluralismo—. El franquismo definió su monismo bajo la
expresión inequívoca de la “España una,” afirmando su vocación de arrasar hasta la
más mínima huella de pluralismo cívico y ético. Un cuarto de siglo después de la
transición democrática, ya recuperado el pluralismo, quedaba pendiente, sin embargo,
hacer frente de modo natural al problema de la educación de los sentimientos morales
en España.
Se trataba de algo demasiado importante para confiarlo al sermón dominical o a
los creadores de la cultura escrita o audiovisual. Esta es una función social clave que
exige secularización y externalización, llevando la educación moral desde la familia a
la escuela —complementando la una a la otra—, llámese ésta simplemente ética o
educación para la convivencia. Habría que añadir en todo caso que ya no vale hablar de
convivencia nacional, sino también entre civilizaciones, cuya pluralidad cosmopolita se
hace hoy presente en la propia escuela. El juicio moral requiere entrenamiento y

http://lesrapports.ladocumentationfrancaise.fr/BRP/044000483/0000.pdf. [7-junio-2005]. Hay que resaltar


la composición interpartidaria y ampliamente representativa de la Comisión del debate nacional sobre el
futuro de la escuela en Francia, que elaboró el informe.
371
De “Un philosophe face au divin”, en http://www.nouvellescles.com/Entretien/Ferry/Ferry.htm.
[Nouvelles Clés, 7-junio-2005].
372
José Luis Abellán a desplazó el concepto cien años hacia delante: “Hacia Otra España”, El País, 7-10-
2004. El teólogo Olegario Fernández de Cardenal se preguntaba, por su parte, “Qué España?” y
reclamaba para esa tarea un “consenso razonado”, aduciendo que “Una democracia es fecunda cuando
atiende también a esta lógica moral y no sólo a la lógica matemática”, El País, 12-10-2004.
373
Véase Julio Caro Baroja, Introducción a una historia contemporánea del anticlericalismo español,
Libro de bolsillo Istmo, colección Fundamentos, Madrid, 1980, pág. 200 y ss.

222
práctica. Hace falta invertir en investigación, en pedagogía ética, en programas, en
planes, en estudios alternativos. Y, por supuesto, se trata de una disciplina que, como
toda clase de entrenamiento, debe ser evaluada, porque, como dice el refrán empresarial
americano “What You Measure Is What You Get 374”.
Y en lo que se refiere a los contenidos, la “pasión tranquila” de Hume es de
nuevo el lugar de encuentro para el dilema de la experiencia ética, cuyo debate enfrenta
actualmente también a los partidarios de la ética racional basada en principios y anclada
en la justicia, que hace énfasis en la formación de juicios éticos —posición encabezada
por Rawls y por el propio Habermas (o por Piaget, en sicología evolutiva)— contra los
partidarios de concebir la ética como una capacidad que debe ser desarrollada como
cualquier otra, posición defendida por el pragmatismo y la fenomenología modernas
(John Dewey; Merleau-Ponty). Para Hubert y Stuart Dreyfus ambas posiciones no son
incompatibles, a condición de enfocar este aprendizaje sistemáticamente, porque “cada
capacidad tiene su telos y en este caso el comportamiento ético es la finalidad del
desarrollo de la pericia intuitiva”. Se trata simplemente de dos momentos del mismo
proceso: el del diseño y la fundamentación del modelo bajo criterios de justicia,
decencia, etc., y el del aprendizaje. 375 Porque, como señalara Ferguson, “una tarea que
al principio es dura y laboriosa se convierte en fácil e incluso agradable con el uso”. 376
Sucede, sin embargo, que todo esto se sitúa a años luz de los derroteros por los
que discurre el debate público en las sociedades más desarrolladas de nuestro tiempo, en
las que la reacción frente a la crisis existencial y a las múltiples amenazas que se ciernen
sobre los estatus adquiridos con relativa celeridad durante la larga etapa de expansión de
la segunda mitad del siglo XX (no sin experimentar un considerable carácter cíclico), 377
parece estar induciendo a una reacción irracional contra todo el acervo de conocimiento
que estas sociedades habían logrado acumular —y que es el fundamento de su bienestar
relativo—, para recaer en nuevas formas de superstición tan destructivas como aquellas
a las que condujo la aplicación desproporcionada de las ideas formuladas por los
grandes pensadores a quienes Paul Ricoeur denominó “maestros de la sospecha”. Y
digo desproporcionada porque la hermenéutica metodológica de poner en cuestión las
ideas recibidas (y las supercherías), creada por ellos, trata de generalizarse y aplicarse
ahora también a aquel reducto del conocimiento que se había venido edificando a partir
de esa misma herramienta hermenéutica (o sea, la puesta en cuestión constante de lo que
se considera como ya sabido), que no es otro que la ciencia apoyada sobre la evidencia.
Bien es verdad que con demasiada frecuencia el propio conocimiento científico
ha pecado de soberbia, infringiendo con ello su principio constitutivo, pretendiendo
disponer de un estatus de incontestabilidad que lo ha hecho aparecer ante muchos legos
como una nueva forma de ortodoxia e infalibilidad de las que la ciencia no dispone
puesto que su misma pretensión de veracidad deriva precisamente de su carácter
refutable y falsable. Giddens (1992) imputó esta falta de inmodestia al carácter
dubitativo y falta de estatuto reconocido de los albores de la ciencia moderna (y a la

374
Para su aplicación a la pedagogía, véase John H. Hummel and William G. Huitt “What You Measure
Is What You Get” en: http://chiron.valdosta.edu/whuitt/papers/wymiwyg.html.
375
Véase Dreyfus, Hubert L. & Stuart E. Dreyfus. 1990. “What is Moral Maturity? A Phenomenological
Account of the Development of Ethical Expertise”, en Universalism vs, Communitarianism, David
Rasmussen, ed., Boston: MIT Press, disponible en internet:
http://socrates.berkeley.edu/~hdreyfus/html/papers.html [10 mayo 2016].
376
Citado por Wences (2009), p. 135, nota 149.
377
Véase Espina (2010).

223
larga duración de sus primeros resultados, difícilmente falsables), pero ha ido mucho
más allá y el acervo de conocimiento se encuentra hoy plagado de aseveraciones
ideológicas, fruto de la manipulación del método. Eso no significa que todo sea
idolología y que tanto valga el conocimiento riguroso, por muy falsable que resulte, a la
logomaquia de aquellos que defienden que no hay más que ideología. Para falsar la
ciencia hay que emplear su misma hermenéutica, pero eso es muy costoso y no arroja
resultados soberbios para alcanzar el poder, sino algo mucho más modesto

224
6. Adenda: la sociología de la acción de Talcott Parsons o la
interacción entre el sistema de la personalidad y el sistema social
Todo este Apéndice ha dado por sentada la existencia de un sujeto individual
como protagonista último de la acción social y la agencia histórica. Sin embargo, esto
no siempre fue así, ni lo es por completo tampoco ahora. Se trata de un rasgo
característico de la sociedad moderna y la emergencia del sentimiento y el interés como
factores de impulso para la acción no es más que la forma de expresar la aparición del
individuo como sujeto fundamental de la historia, manifestación plena de las ideas
humanistas que surgieron con el Renacimiento. Cabe decir que esa reivindicación de
protagonismo absoluto no se ha dado nunca. La sociología actual interpreta tal
limitación como la tensión entre agencia (fundamentalmente personal, aunque también
colectiva) y estructura (generalmente percibida como impersonal, pero no inmutable).
Bien es verdad que el Renacimiento fue precisamente eso: la reconfiguración de
categorías y formas de concebir la vida en sociedad que habían surgido mucho antes,
aunque permanecieran soterradas durante largo tiempo. No es este el lugar para
reconstruir la historia de la civilización occidental tratando de reubicar el papel del
individuo a lo largo de la misma, interactuando con otras categorías sociológicas.

Diagrama A-I: La Sociedad tridimensional

IGUALDAD
Reducción de diferencias;
distribución.
LO PÚBLICO.- LA LEY,
FRATERNIDAD
EL ESTADO: IGUALDAD
Minimización
El binomio eficiencia/equidad
del conflicto;
armonización

LIBERTAD LO COMUNITARIO.-
Creatividad; LA NACIÓN: FRATERNIDAD
Minimización El binomio cohesión/exclusión
Esquema I de reglas

LO PRIVADO.-
EL INDIVIDUO: LIBERTAD
Esquema II El binomio libertad/seguridad

En Espina (1995) traté de reconstruir el ciclo histórico occidental que comienza


precisamente afirmando, no la preeminencia del individuo (concebido por los griegos
más bien como persona, encarnación de un papel social), sino la de la Polis o ciudad-
estado, conformada por la ley, aunque fue ya entonces cuando la deliberación política
condujo a la edificación de la filosofía, buscando articular los valores compartidos que
dan forma a la colectividad. Pero fue Roma quien puso por delante al individuo,
defendiendo su esfera de acción a través del derecho romano, común a todo un imperio,

225
conformado en realidad por reinos y estados con leyes profundamente diferentes. Sin
embargo, en ausencia de valores compartidos (solo paliados por la adopción tardía del
cristianismo) Roma cayó a manos de las tribus germánicas, que pusieron por encima de
todo el sentido de pertenencia como valor creador de la nación, mortero de la acción
colectiva e incluso del derecho (ius sanguinis).
El esquema II sintetiza este largo proceso, que se reprodujo en la edad moderna.
Aunque el humanismo renacentista trató de reconstruir la civilización occidental a partir
de la reemergencia del individuo, éste tuvo que esperar y su misma reaparición quedó
subordinada a la del estado, bajo su forma absoluta, que prevaleció durante los siglos
XVI y XVII. Las revoluciones holandesa e inglesa abrieron paso de nuevo al
protagonismo individual, sin el que no puede entenderse la filosofía, la economía ni la
política de la Ilustración y la modernidad tardía, pero la edad contemporánea se
inauguró con la reaparición de la idea de nación, primero bajo la forma abstracta de
unión de ciudadanos iguales ante la ley, propugnada por la revolución francesa, pero
enseguida —en parte como respuesta frente a la expansión bonapartista— como
expresión romántica de sentidos de pertenencia e identidad diferenciados que habían
permanecido soterrados bajo la férula de los poderes absolutos, articulados en forma de
patrimonialismo dinástico durante la modernidad temprana. La materialización de todo
ello en la tríada Igualdad-Libertad-Fraternidad sistematiza la dinámica mucho más
compleja que contiene el esquema II del Diagrama A.I.

Diagrama A-II.- La Agencia en la sociedad

EL SISTEMA SOCIAL
Normas e instituciones

El individuo como haz de posiciones Conversión en normas de las


(status) en la estructura del sistema orientaciones culturales

Compatibilidad-congruencia (lógica y funcional)


de estilos/creencias/morales

EL SISTEMA DE LA PERSONALIDAD EL SISTEMA CULTURAL


Orientación: por motivos y/o normativa Símbolos, creencias y valores

El siglo XX ha dado forma a un modo de explicar la sociedad moderna (Parsons,


(1951) en que se entrecruzan las dinámicas de Agencia y Estructura, por medio de la
interacción entre “sistemas” sociales. La primera (diagrama A-II), se desencadena a
partir del sistema de la personalidad individual que, enfrentada a las inclemencias del
cambio histórico, reclama imperiosamente que el conjunto social resulte congruente en
su configuración interna y que el conglomerado de normas, valores y orientaciones que

226
conforman el sistema cultural sea consistente con las nuevas realidades exógenas que le
acucian. Este es precisamente el prerrequisito y la contrapartida que exige el individuo
para interiorizar todo el sistema cultural y hacerlo propio, en términos de identidad
colectiva asumida individualmente, en el transcurso de su proceso de socialización,
mientras ocupa la posición de edades de entrada (diagrama A-III). Cuando tal exigencia
alcanza suficiente grado de intensidad, los nuevos valores y orientaciones terminan por
convertirse en normas positivas e instituciones del sistema social global, que configuran
la multiplicidad de status que el individuo ocupa dentro del mismo (A-II), que
constituyen al mismo tiempo el conjunto de incentivos —y penalidades— que
contribuyen a la endodirección individual y estimulan al sistema de la personalidad a
asumir roles funcionales en el proceso de división del trabajo social, en orden a la
reproducción del propio sistema social general. Este último ratifica y fortalece —a su
vez— el cuadro de valores y normas vigentes, que son interiorizados por el sistema de
la personalidad en el transcurso del proceso de socialización (diagrama A-III).

Diagrama A-III: La estructura de la sociedad

EL SISTEMA SOCIAL
Normas e instituciones

El individuo como haz de papeles (roles) Estructuración y unificación


funcionales para la interacción social de los sistemas sociales

Interiorización de valores morales


mediante aprendizaje y práctica

EL SISTEMA DE LA PERSONALIDAD EL SISTEMA CULTURAL


Orientación: por motivos y/o normativa Símbolos, creencias y valores

Así es como construyó Parsons el modelo conceptual de cambio social más sencillo y, a
la vez, más potente de cuantos dispuso la sociología del siglo XX. Los dos procesos de
institucionalización (agencia y estructura) enlazan el triángulo de los tres grandes
subsistemas sociales (el de la personalidad, el cultural y el sistema social strictu senso)
en direcciones contrapuestas. El primero de ellos (que se mueve en el sentido: sistema
de la personalidad→ sistema cultural→ sistema social→ sistema de la personalidad)
representa los procesos de agencia en relación a la innovación cultural, propulsada por
el incentivo de obtener nuevas formas de adquisición y elección de status para el
sistema de la personalidad; el segundo (que se mueve en el sentido: sistema social →
sistema cultural→ sistema de la personalidad → sistema social), los de estructura y
reproducción social, en los que el individuo, ya convenientemente socializado antes de
la llegada a la edad adulta, desempeña “voluntariamente” roles funcionales para el

227
sostenimiento del sistema a lo largo de su vida activa. Dependiendo de la intensidad
relativa de cada una de estas dinámicas —o sea, de los parámetros de ambos procesos
de institucionalización— nos encontraremos frente a etapas y sociedades más o menos
estáticas o dinámicas. A su vez, la congruencia de los procesos de institucionalización
que actúan simultáneamente enlazando los tres subsistemas –junto a la intensidad
relativa de los mismos- determinará que la dinámica del cambio social resulte ordenada,
estable y gradualista (o sea, “evolutiva”), o que sea disruptiva, inestable y no lineal (o
sea, “revolucionaria”).

Diagrama A-IV: El sistema social moderno AGIL


SISTEMA DE LA
Mecanismos de re-integración PERSONALIDAD
Procesos de institucionalización

Input-Output

rol
estatus

socialización

institucionalización

A: ECONÓMICO
I: JURÍDICO

estructura
G: POLÍTICO agencia L: CULTURAL

El diagrama A-IV mantiene la estructura conceptual de los dos anteriores pero asume la
diferenciación del sistema social en cuatro susbsistemas (Económico, Político, Jurídico
y Cultural: AGIL) que interactúan con el sistema de la personalidad y entre cada uno de
ellos mediante el mismo tipo de procesos de intercambio (roles por status; socialización
por institucionalización y, en general, esructuración versus acción).
Todo ello viene a ser la generalización que hace la teoría sociológica del tipo de
equilibrios que Smith ilustró con la parábola de la mano invisible y que permite dar
cabida en la explicación del cambio social a la triada definida por los moralistas
escoceses (valores, sentimientos morales e interés). Vale decir que esta metodología es
aplicable también a la sociología de Pierre Bourdieu, con la sustitución de los
“sistemas” por los “ámbitos sociales”. Por su parte, Niklas Luhmann (1997) detectó con
preocupación la tendencia continuada de los sistemas sociales a subdiferenciarse y a
autonomizarse, con el grave riesgo de que desapareciesen las fuerzas de reintegración,
como así ocurrió finalmente en la Gran recesión del primer decenio del siglo XXI. Esto
trae su causa de que el paradigma enunciado durante la Ilustración escocesa había
venido siendo utilizado durante el último tercio del siglo XX en un sentido por
completo contrapuesto a lo que entonces se pretendió.
228
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