Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
en 1726. Narra los viajes de Gulliver, en total cuatro; pero sin duda el más
famoso, y el que ha sido reproducido un sinfín de veces, incluso en
películas, es el viaje a Liliput, la tierra de los hombrecitos diminutos.
A esta parte de Los viajes de Gulliver nos dedicaremos, uno de
los cuentos clásicos más famosos. También, como es nuestra costumbre,
os dejaremos el cuento animado para ver con los peques, y al final
hablaremos sobre la moraleja de Los viajes de Gulliver.
Gulliver trató de liberarse lanzando un alarido. Fue tan violento su grito, que
algunos hombrecillos se cayeron al suelo, y otros escaparon aterrorizados.
Pero poco a poco, viendo que Gulliver no podía soltarse de las ataduras, se
fueron acercando, lanzando una lluvia de flechas. Las flechas eran
pequeñitas y afiladas como agujas, y cuando caían sobre la cara o las
manos de Gulliver, le provocaban un gran gran dolor. De nuevo luchó para
romper sus ataduras, pero era en vano; las delgadas cuerdas estaban muy
bien tensadas y no le permitían moverse. Después de luchar un rato, se dio
por vencido y el cansancio le venció, y se quedó dormido.
Al rato lo despertaron unos golpes. De reojo pudo ver que los hombrecillos
estaban terminando de construir al lado de su cabeza una plataforma de
madera. Y también pudo ver como un hombrecillo muy elegante se subía a
ella con ceremoniosa lentitud.
Gulliver le respondió:
Gulliver y el emperador
En las afueras de la ciudad, la caravana se detuvo, y dejaron a Gulliver
junto a las ruinas de un viejo templo, con unas pesadas cadenas en los
tobillos para que no pudiera escapar. Al despertar, Gulliver se sintió aliviado
de poder moverse, porque ya no tenía cuerdas que lo sujetaran. Despacio
se puso de pie y pudo mirar a su alrededor. Sorprendido, descubrió a sus
pies una ciudad entera en miniatura, con sus calles, sus casas, sus
parques, y miles de personitas que lo miraban asombrados.
Gulliver cogió entre sus manos a los atacantes, se puso cinco en el bolsillo,
y al sexto lo sostuvo frente a su boca haciendo gestos de querer comérselo.
¡El hombrecillo gritaba y se sacudía desesperado! Pero Gulliver volvió a
dejarlo en el suelo, y luego hizo lo mismo con los otros cinco. Los seis
salieron corriendo sin perder un segundo.
–Pero debes dar vuelta a tus bolsillos -dijo el emperador- para asegurarnos
de que no llevas armas peligrosas.
Con esfuerzo, los liliputienses arrastraron las barras que el gigante pedía.
Gulliver las dobló una a una como si fueran alfileres, transformándolas en
anzuelos.
Gulliver ató el hilo que le llevaron a los anzuelos y entró al agua. Nadó unos
pocos minutos hacia Blefuscu, y al llegar cerca de la costa se puso de pie y
continuó caminando.
El heraldo del reino fue enviado a comunicar el castigo. Gulliver había vuelto
de Blefuscu y se había tumbado al sol para secarse. El heraldo se paró
junto a su oreja y gritó:
-Pero como castigo a tu traición, los arqueros reales te arrancarán los ojos
con sus flechas, mañana al mediodía- y cerrando su pergamino, se retiró
por donde había venido.
Gulliver recogió su chaqueta, su sombrero y su pistola y salió corriendo
hacia el puerto. Allí se encontraba el galeón real del emperador, el barco
más grande de Liliput. Cargó sus pertenencias en el galeón, lo sacó del
puerto y salió nadando al mar. Sin mirar atrás nadó y nadó hasta que se
sintió seguro; entonces se trepó al galeón como pudo, ya que no era más
grande que una cuna, y con los brazos y las piernas colgando por el borde
se dejó llevar por la corriente.