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Capítulo 1

Ellenguaje perdido
"Elperro es un león en su propio hogar." Provervio persa

L a humanidad ha perdido muchos secretos en el curso de su histo-


ria. Entre ellos se encuentra la verdadera naturaleza de nuestra
relación con el perro. Como muchos millones de personas de todo el
mundo, siempre he sentido que existe una especial afinidad entre nues-
tras dos especies. Va más allá de la mera admiración por las capacida-
des atléticas del perro, su inteligencia y su belleza. Hay en ello un
vínculo intangible, algo especial que nos conecta y que probablemente
ha existido desde los más remotos comienzos.
Durante casi toda mi vida, esta sensación se fundaba en poco más
que el instinto, un acto de fe, si se quiere. Hoy, sin embargo, la rela-
ción del ser humano con el perro es el tema de un creciente conjunto
de datos científicos fascinantes. Tales pruebas indican que el perro no
es sólo el mejor amigo del hombre, sino también el más antiguo.
Según las investigaciones más actualizadas que he leído, las historias
de las dos especies se entrelazaron desde hace mucho tiempo: 100.000
años a. C. Fue entonces cuando el hombre moderno, el Homo sapiens,
apareció a partir de sus antepasados los neandertales en África y en el
Oriente Próximo. Fue también por esta época cuando el perro, Canis
jamiliaris, empezó a evolucionar a partir de su antepasado, el 1000,
Canis lupus. Hayal parecer pocas dudas de que los dos acontecimien-
tos estuvieron relacionados y de que el vínculo se estableció en los pri-
meros intentos del hombre por domesticado. Por supuesto, nuestros
antepasados fueron incorporando otros animales a sus comunidades;
los más destacados: la vaca, la oveja, el cerdo y la cabra. Pero el perro,
no fue sólo la primera, sino, con gran diferencia, la adición más exito-
sa a nuestra familia extendida. .

Hay pruebas convincentes que sugieren que nuestros antepasados


valoraron a sus perros por encima de casi todo lo que formaba parte de

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Saber escuchar al perro

su vida. Una de las cosas más conmovedoras que he visto en años


recientes fue un documental sobre los descubrimientos llevados a cabo
en el antiguo yacimiento natufiense de Ein Mallah en el norte de
Israel. Allí, en aquel paisaje reseco y sin vida, los huesos de un perro
joven de una antigüedad de 12.000 años fueron encontrados descan-
sando bajo la mano izquierda de un esqueleto humano de la misma
época. Los dos habían sido enterrados juntos. Da la impresión de que,
evidentemente, el hombre había querido que su perro compartiese con
él su última morada. Descubrimientos similares, que se remontan al
año 8500 a. C. han sido realizados en América, en el yacimiento de
Koster, en Illinois (Estados Unidos).
La sensación de qúe el hombre y el perro compartieron una singu-
lar intimidad viene confirmado por el trabajo llevado a cabo por soció-
logos en ciertas comunidades de Perú y Paraguay. En ellas, incluso
actualmente, cuando un cachorro se queda huérfano es habitual que
una de las mujeres se ocupe de su crianza. La mujer cuida y alimenta al
perro hasta que está preparado para valerse por sí mismo. Nadie sabe
con certeza a cuántos años se remonta esta tradición. Sólo podemos
aventurar la intensidad de la relación que los antepasados de estos pue-
blos debieron de tener con sus perros.
Sin duda, nos quedan muchos más hallazgos por descubrir, muchas
más ideas reveladoras que llegar a comprender. Pero incluso con los
conocimientos de que disponemos actualmente, no debería sorpren-
demos que la empatía entre las dos especies fuera tan intensa. De hecho,
más bien al contrario: las enormes similitudes entre los dos animales
los convertirían en compañeros naturales.
La profusión de estudios que han sido realizados en este campo nos
dice que tanto el antiguo lobo como el hombre de la Edad de Piedra
compartieron los mismos instintos impulsores y la misma organización
social. En pocas palabras, ambos era depredadores y vivían en grupos.
o manadas con una estructura muy marcada. Una de las mayores simi-
litudes que compartían era su inherente egoísmo. La respuesta de un
perro ante cualquier situación -como la de un ser humano- es "¿qué
gano yo con ello?". En este caso, es fácil ver que la relación que desa-
rrollaron supuso para ambas especies un enorme beneficio mutuo.
A medida que el lobo menos receloso, más confiado, se asentaba en
su nuevo medio junto al hombre, descubrió que tenía acceso a técnicas
y herramientas de caza más sofisticadas, como, por ejemplo, trampas y

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El lenguaje perdido

flechas de piedra. Por la noche, podía encontrar calor alIado del fuego
del hombre y alimento en forma de sobras de comida desechadas.
Apenas sorprende que el lobo se adaptara con tanta facilidad a la
domesticación que estaba a punto de empezar. Introduciendo alIaba
en su vida doméstica, el hombre cosechaba los beneficios de un reper-
torio de instintos superior. En épocas anteriores de su historia, la enor-
me nariz del hombre de Neandertalle había proporcionado un potente
sentido del olfato; su descendiente se daría cuenta de que, integrando
en la caza al recién domesticado lobo, podía volver a explotar aque-
lla facultad perdida. El perro se convirtió en pieza esencial de la maqui-
naria de caza, ayudando a levantar, aislar y, caso de ser necesario,
acabar con la presa. Desde luego, además de todo esto, el hombre dis-
frutaba de la compañía y la protección que el perro le brindaba dentro
del campamento.
Las dos especies se comprendieron instintiva y completamente. En
sus manadas separadas, tanto el hombre como el lobo sabían que su
supervivencia dependía de la supervivencia de su comunidad. Cada ele-
mento de esta comunidad tenía un papel que desempeñar y lo asumía.
Nada más natural que las mismas reglas fueran aplicadas en las mana-
das ampliadas. Así, mientras los humanos se concentraban en tareas
como la recogida de combustible, la recolección de bayas, las repara-
ciones en las viviendas, y la cocina, el principal papel de los perros con-
sistía en salir con los cazadores para prestarles su vista y su oído.
También desempeñarían un rol parecido una vez de vuelta en el cam-
pamento, actuando como primera línea de defensa, rechazando a los
atacantes y avisando a los humanos de su llegada. El grado de com-
prensión entre el hombre y el perro estaba en su plenitud. Sin embar-
go, en los siglos que han pasado desde entonces, el vínculo se ha roto.
No es difícilver cómo las dos especieshan seguido caminos separa- /
dos. En los siglos transcurridos desde que el hombre se ha convertido
en la fuerza dominante de la Tierra, ha moldeado al perro -y a muchos
otros animales- de acuerdo exclusivamente con las reglas de la socie-
dad humana. El hombre no tardó mucho tiempo en descubrir que
podía ajustar, mejorar y especializar las capacidades de los perros apa-
reándolos selectivamente con propósitos de cría. Ya en el año 7000 a.
c., en el Creciente Fértil de Mesopotamia, por ejemplo, alguien apre-
ció las impresionantes capacidades para la caza del lobo del desierto de
Arabia, una variedad más ligera y rápida que su pariente del norte.

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Saber escuchar al perro

Lentamente el lobo evolucionó convirtiéndose en un perro capaz de


perseguir y capturar presas en aquel clima extremado y, lo que era más
importante, a hacerla siguiendo las órdenes del hombre. Este perro
-conocido por diversos nombres: Saluki, Lebrel o Galgo persa,
Cazador de gacelas- sigue actualmente sin alteraciones y bien podría
ser el primer ejemplo de perro de pura raza. No fue ciertamente el últi-
mo. En el antiguo Egipto, el Perro de los faraones fue criado para la
caza. En Rusia, el Borzoi o galgo ruso fue criado para la caza de osos.
En Polinesia y América Central, las comunidades desarrollaron inclu-
so razas de perros específicamente para la alimentación.
El proceso ha continuado a través de las épocas, ayudado por la
buena disposición del perro a recibir nuestra impronta. Aquí en
Inglaterra, por ejemplo, la cultura cazadora de la aristocracia terrate-
niente produjo una serie de perros hechos a medida para desempeñar
tareas específicas. En una hacienda rural decimonónica, una jauría típi-
ca incluía un Springer spaniel para levantar (spring)o sacar a la caza de
su refugio, un Pointer o un Setter para localizar y señalar o hacer la
muestra (pointo set) de las aves, y un Retriever, para cobrar (1'etrieve)las
piezas muertas o heridas y llevárselas al perrero.
En otras partes, diversas razas mantuvieron el vínculo histórico
entre el hombre y el perro incluso más estrechamente. En ningún lugar
queda mejor ejemplificado que en el desarrollo de perros guía para los
ciegos. Fue al final de la Primera Guerra Mundial, en una enorme casa
de reposo en el campo, cerca de Potsdam (Alemania), cuando un médi-
co que trabajaba con heridos de guerra notó sólo por casualidad que,
cuando los pacientes que habían perdido la vista se dirigían hacia un
tramo de escaleras, su Pastor alemán les cortaba el paso. El doctor
intuyó que el perro les estaba apartando del peligro. Empezó a adies-
trar a sus perros específicamente para usar esa capacidad natural de
, pastoreo con el fin de ayudar a seres humanos que ya no podían ver. El
perro lazarillo se desarrolló a partir de allí. Puede ser nuestra reversión
más directa a aquella comunidad más primitiva. Ahí estaba un perro
poniendo a disposición del hombre un sentido que había perdido.
Desafortunadamente, es un raro ejemplo de cooperación en el mundo
moderno.
En años más recientes nuestra relación ha cambiado, desde mi punto
de vista, a menudo en detrimento del perro. Nuestros ex-compañeros
para la supervivencia se han convertido en una mezcla de acompañan-

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El lenguaje perdido

tes y accesorios. La evolución de los perros llamados falderos lo ilustra


perfectamente. Estas razas fueron probablemente iniciadas en los tem-
plos budistas en las altas montañas del Himalaya. Allí, los monjes cria-
ron los robustos Spaniels tibetanos de modo que fueran haciéndose
cada vez más pequeños. Y luego los usaron como si fueran bolsas de
agua caliente, enseñándoles a saltar sobre su regazo y a quedarse bajo
sus túnicas para defenderse del frío. .

En época de Carlos TI de Inglaterra (1660-1685), la idea había lle-


gado hasta este país, donde el English toy spaniel (Spaniel enano
inglés) evolucionó cruzando ejemplares de Setter cada vez más peque-
ños. Con el tiempo, estos minúsculos perros de caza fueron mimados
por sus pudientes amos y cruzados con razas de perros enanos traídos
de Oriente. La historia de la raza todavía es apreciable hoy día en los
característicos rasgos de la cara achatada del King Charles spaniel
(Spaniel rey Carlos). Éste fue, en mi opinión, un momento transcen-
dental de la historia de la relación del hombre con el perro. Para el
perro nada había cambiado, pero para su ex-compañero, la relación era
enteramente nueva. El perro había dejado de tener una función más
allá de la meramente decorativa. Era un preludio de lo que se avecinaba.
Hoy día, son escasísimos los ejemplos de la antigua relación que
hombre y perro disfrutaron. Nos vienen enseguida a la mente los pe-
rros de trabajo, como los de caza, policía o granja, aparte de los perros
guía que ya he mencionado. No obstante, son las rarísimas excepcio- .-----

nes. En general, hoy tenemos una cultura y una sociedad en la cual


no se ha concedido consideración al lugar del perro. La antigua leal-
tad ha sido olvidada. Nuestra confianza ha llegado a dar asco y con
ello la comprensión instintiva que compartieron las dos especies se ha
perdido.
De nuevo, es fácil ver por qué ha habido un fallo en las comunica-
ciones: las pequeñas comunidades en las cuales comenzó nuestra his-
toria han sido reemplazadas por una sociedad enorme y homogénea,
una aldea global. Nuestras vidas en las grandes ciudades nos han
hecho anónimos, y no reconocemos a la gente que nos rodea. Si nos
hemos divorciado de,las necesidades de nuestros prójimos humanos,
con los perros hemos perdido completamente el contacto. Como noso- .l
tros hemos aprendido a abordar todo lo que te1).emosque afrontar en
nuestra sociedad, simplemente hemos supuesto que nuestros perros
han hecho lo mismo:; La verdad es que no. Hoy, el concepto que el

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Saber escuchar al perro

hombre tiene del papel del perro y la idea que el perro tiene de su posi-
ción están completamente enfrentadas. Pretendemos que esta sola es-
pecie se atenga a nuestras normas de comportamiento, que viva según
reglas que nunca impondríamos a otro animal; una oveja o una vaca,
pongamos por caso. Hasta a los gatos se les permite que se rasquen
solos. Sólo a los perros se les dice que no pueden hacer lo que quieran.
Es irónico -y en mi opinión, trágico- que del millón y medio de
especies conocidas de este planeta, la única dotada de suficiente inteli-
gencia para apreciar la belleza de otros seres no sepa respetar a los
perros por lo que son. En consecuencia, el excepcional entendimiento
que existió entre nosotros y nuestros antiguos mejores amigos casi ha
desaparecido. No es de extrañar que haya actualmente más problemas
con los perros que nunca.
Por supuesto que hay mucha gente que vive perfectamente feliz con
sus perros. El antiguo vínculo sobrevive puro en alguna parte de nues-
tro interior. Ningún otro animal evoca el mismo conjunto de emocio-
nes o sirve de base para relaciones de tanta ternura. Pero sigue siendo
un hecho que la gente actual que vive en armonía con sus perros ha lle-
gado a esta situación por un accidente feliz más que a través del cono-
cimiento. Nuestra conciencia del lenguaje instintivo, sin palabras, que
compartimos con nuestros perros se ha perdido.
Durante la última década, he intentado superar esta división, resta-
blecer aquel vínculo que existía entre hombre y perro. Mi búsqueda de
este medio de comunicación perdido ha sido larga y a veces frustrante.
. Pero al final ha sido la empresa más gratificante y emocionante que
haya emprendido jamás.

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