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Escuela Politécnica Superior,

Arquitectura
Almudena Martínez Olmo
Grado en Fundamentos de Arquitectura
Historia del Arte

Tema 4
El arte barroco

Versión Fecha Motivo de modificación Elaboración Revisión Aprobación


Almudena Martínez Olmo
Profesora

La arquitectura barroca 3

La escultura barroca 4
1. Escultura barroca en Italia 4
2. Escultura barroca en Francia y en el resto de Europa 6
3. Escultura barroca en España 6
3.1. La imaginería castellana 7
3.2. La imaginería andaluza 9
3.3. La escuela levantina 11

La pintura barroca 12
1. Pintura barroca en Italia 12
1.1. El Naturalismo: Caravaggio 12
1.2. El Clasicismo 13
2. Pintura barroca en Francia 14
2.1. El Naturalismo francés 14
2.2. El Clasicismo francés 15
3. Pintura barroca en los Países Bajos 16
3.1. Flandes 16
3.2. Holanda 19
4. Pintura barroca en España 21
4.1. El Naturalismo: Ribera y Zurbarán 22
4.2. Del Naturalismo al Pleno Barroco: Velázquez 24
4.3. La plenitud del Barroco: Murillo 27

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La época del barroco -siglo XVII y ½ del siglo XVIII- coincide con un periodo de la historia de Europa
caracterizado por tensiones en todos los órdenes.

La nueva Iglesia protestante se había consolidado como una realidad con su rechazo frontal a la
jerarquía católica, a la que culpaba de todos los problemas espirituales de la cristiandad. La Iglesia de
Roma, sin embargo, se defendía reafirmando su estructura, blindándose en torno al estricto respeto a
las viejas normas y volcándose en un juego de persuasión y propaganda que estaba destinado a
legitimar su postura. Este proceso fue conocido como “Contrarreforma” y provocó un choque frontal
entre los países partidarios –católicos- y los reformistas –protestantes-. La política se polarizó como
consecuencia de ello, pues mientras las monarquías absolutas alcanzaban su cenit de desarrollo –
llegándose a divinizar al Rey Sol en Francia-, en los países protestantes se abrían camino los
sistemas liberales parlamentaristas. Por otra parte, la economía llegó a un incipiente estado
capitalista, pero las viejas fórmulas feudales pervivían en muchos lugares del continente, con siervos
sometidos a grandes terratenientes. Además, la ciencia y la filosofía, basadas ya en la
experimentación directa y en la duda metódica, habían conducido al racionalismo, pero el hombre,
paradójicamente, se debatía entre la vida y la muerte, ya que los estados se desangraban en guerras
continuas, mientras las hambrunas y epidemias sembraban el terror entre sus habitantes y mermaban
sus poblaciones.

Estos antagonismos se plasmaron, como no podía ser de otro modo, en el arte. El equilibrio, la razón,
la belleza y la proporción dictadas por las normas clásicas del mundo renacentista tenían que ser
superadas por una búsqueda del movimiento, la agitación, la ruptura y la tensión dramática que regía
la existencia. De ese modo, se produjo un interés por lo inmediato y lo cotidiano incluso a la hora de
plasmar mensajes que se suponían elevados; pero también se impuso lo monumental, lo
sorprendente, lo rico y lo deslumbrante, conceptos utilizados propagandísticamente por las
monarquías, las naciones o la Iglesia. Pero no debe caerse en el error de considerar que el barroco
supuso una ruptura total con lo anterior, sino que realmente fue fruto de la evolución lógica de los
conceptos estéticos del siglo XVI; de hecho, ya en el último periodo del Renacimiento, durante el
manierismo, se había establecido la transgresión de las normas como fin expresivo, algo que se
acentuó ahora. El barroco fue, en definitiva, un arte que hundió sus raíces en los presupuestos del
clasicismo europeo, presupuestos que sin embargo derivarían, con gran nivel de creatividad, hacia el
movimiento en la escultura, hacia la captación de la realidad en pintura y hacia lo teatral y lo
escenográfico en arquitectura.

La arquitectura barroca

La arquitectura barroca será complicada y dinámica y buscará la sensación de inestabilidad y


movimiento a través de distintos recursos:

 Las plantas abandonarán los cánones prefijados para innovar y provocar sorpresas en el
espectador. De esa forma, fue habitual recurrir a la irregularidad entre las partes, a los trazados
elípticos y a las fachadas sinuosas y dotadas de entrantes y salientes. En los alzados, del mismo
modo, la línea recta y estable cedió su lugar a la discontinua, plasmada en cornisas, frontones y
entablamentos que se parten y se quiebran, así como en perfiles cóncavos, convexos o que se
enrollan sobre sí mismos.
 Los órdenes clásicos serán manejados con total libertad y con un alto nivel de inventiva,
alterándose la posición de los elementos y estableciéndose combinaciones paradójicas que,
aparentemente atentan contra la estabilidad constructiva. Un buen ejemplo de ello es el de los
soportes, cuyo ejemplar más utilizado fue la columna salomónica, de tipo clásico pero que
retuerce su fuste helicoidalmente; este elemento deformado, en principio, parece incapaz de
cumplir su cometido, pero no sólo lo hace, sino que también introduce el efecto teatral y
sorprendente que tanto ansía el arquitecto barroco.

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 La iluminación, por su parte, también jugará un papel fundamental. Se recurre a juegos de luces,
sombras y contraluces que proceden de los lugares más insospechados y que se convierten en
elementos fundamentales de los ambientes interiores. En las fachadas exteriores, al mismo tiempo,
los claroscuros provocados por las distintas molduras crearán superficies murales vibrantes y
dinámicas. A esto contribuye, igualmente, la ornamentación epidérmica, cada vez más fantasiosa
y sorprendente y que llegará a extenderse, en determinados lugares y momentos, por buena parte
de los edificios.

La escultura barroca

La búsqueda del movimiento, la fuerza, la monumentalidad y la teatralidad que había emprendido


la arquitectura será seguida por la escultura, que añadió a todo lo demás encomiables esfuerzos por
captar la realidad y por expresar elocuentemente los sentimientos interiores. Con tal fin:

 Se trazaban composiciones en aspa y con líneas oblicuas y cruzadas, helicoidales, etc. Para
ello, ropajes y cabellos eran proyectados hacia el exterior, como si volaran al viento o flotarán sobre
el espacio, mientras brazos y piernas gesticulaban grandilocuentemente y con total libertad.
 Las superficies eran tratadas de modos diversos, intentando reproducir fielmente las distintas
calidades materiales de las cosas: telas, cabellos e incluso piel humana. Por este motivo, en
determinados lugares se llegará a usar la policromía como medio para la imitación más fiel de la
naturaleza, e incluso el añadido de elementos postizos como telas auténticas, cristal, cabello real,
elementos de joyería, etc.
 El escenario y la ubicación de la talla eran estudiados al detalle y cuidados al máximo, para
insertar la obra en un contexto que la hiciese más real, expresiva, sorprendente y teatral. En
algunas ocasiones se jugaba con la iluminación, en otras con los enmarques arquitectónicos y, en
muchos casos, incluso se llegaba a reproducir y a fingir el paisaje de la escena a su alrededor. De
esta forma, la escultura perdía su condición de objeto único y se convertía en un elemento que
formaba parte de un aparato más complejo y destinado a persuadir al espectador con mayor
facilidad.

Entre los temas y géneros cultivados siguieron destacando los religiosos, con especial preferencia
por las apoteosis gloriosas de los santos y por las escenas de martirio o de éxtasis. Las alegorías del
triunfo de la Iglesia Católica, o de la Fe sobre la herejía, también formarán parte de los repertorios
habituales. La escultura funeraria será igualmente trabajada, pues permitía la exaltación de las
virtudes humanas, lo mismo que los monumentos públicos y civiles, que tendían a mostrar el
ímpetu y el carácter heroico del representado frente a la mesura de los de época renacentista. El
auge del mundo urbano y de la vida palaciega hará, por último, que los temas mitológicos sigan
siendo frecuentes.

1. Escultura barroca en Italia

En Italia, al comenzar el siglo XVII pervivía la escultura manierista, avanzando en la búsqueda del
realismo, la expresividad y el dinamismo. En ese ambiente se formó Gian Lorenzo Bernini (1598-
1690), que se convertirá en el primer escultor verdaderamente barroco y en la figura culminante del
siglo, como se vio en el apartado dedicado a la arquitectura. Comenzó a esculpir siendo aún niño, de
modo que a los 20 años ya dominaba la técnica excepcionalmente. De esta época son el grupo de
Apolo y Dafne (1) y su David (2). Son obras inspiradas en la escultura helenística -pues muestran el
pathos interior de las figuras con gran ímpetu y expresividad- y técnicamente perfectas, al trabajar el
mármol como si de un material blando se tratase y captar, sorprendentemente, las texturas de la piel,
las telas y los vegetales. El dominio de las anatomías y del movimiento humano se hace evidente de
igual modo, a través de líneas cruzadas, helicoidales y ascendentes que parecen mostrar la fuerza
contenida por ambas escenas.

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1 2

También fue un excelente decorador urbano,


realizando fuentes monumentales y dotadas
de magníficos grupos escultóricos. Tal es el
caso de la Fuente de los Cuatro Ríos de la
Piazza Navona de Roma, con un obelisco
que emerge teatralmente del agua y en cuya
base se representa una compleja alegoría
que exaltaba al Papado, a la Iglesia y a
Inocencio X. Ese sentido teatral, convertido
en pura escenografía, lo trabajó genialmente
en su escultura religiosa, como demuestra el
grupo del Éxtasis de Santa Teresa (3) de la
iglesia de Santa María de la Victoria, una de
las mejores muestras universales de la
escultura barroca. La escena representa el
momento en el que la santa se desvanece
fruto del éxtasis religioso, representado por
un ángel que va a traspasar su corazón con
un dardo. El escultor colocó por detrás una
serie de rayos dorados de bronce que
simulan la luz divina que entra en desde la
cúpula, donde una serie de ángeles apartan
las nubes para que aquello pueda ocurrir. A
ambos lados de la representación esculpió,
contemplando la escena desde sus palcos, a
los miembros de la familia Cornaro, los 3
propietarios de la capilla. De esa forma, el fiel
que observa la obra desde el suelo del templo se siente partícipe plenamente de la visión, como otro
espectador más. Recursos similares empleo en la Cátedra de San Pedro, sobre la que aparece el
Espíritu Santo en medio de un rompimiento de gloria simulado con bronces y luz natural. Otra virtuosa
obra que insiste en el tema del éxtasis es la Beata Albertona moribunda.

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El estilo de Bernini se extendió considerablemente, gracias a su éxito y al gran número de discípulos
y seguidores que siguieron su estela. Entre ellos podemos citar a Francisco Duquesnoy, autor del
San Andrés del Vaticano, de gran monumentalidad, torso clásico desnudo y virtuosamente
representado, expresión intensa y gran dinamismo. El francés Legros fue el autor del San Estanislao
de Kostka de la iglesia de San Andrés del Quirinal, representado en actitud ascética y en medio de lo
que parecen sus habitaciones privadas.

2. Escultura barroca en Francia y en el resto de Europa

Aunque también se trabajó la escultura religiosa,


las más significativas obras francesas son las de
carácter cortesano, mitológico y decorativo.
Destacarán, como no podía ser de otro modo, las
realizadas en tiempos de Luis XIV para la
ornamentación del palacio de Versalles,
ejecutadas, entre otros, por François Girardon y
Antoine Coysevox. En sus trabajos se advierte la
influencia de Bernini, pero también la del pintor
francés Poussin y la de la escultura clásica
antigua. El primero fue el autor del sepulcro del
Cardenal Richelieu, de magistral composición
ascendente –aunque no pierde la serenidad- y
perfección técnica. Para Versalles realizó el
conjunto de Apolo y las Ninfas, cuyo protagonista
está inspirado directamente en el Apolo del
Belvedere. El segundo fue el autor de varias de
las esculturas de ríos para los jardines del
palacio. El mejor escultor barroco francés, sin
embargo, trabajará fuera de París, en el sur de
Francia. Se trata de Pierre Puget, que se formó
en Roma, donde conoció a Bernini. Es por ello
que su obra rezuma dramatismo y tensión, como
demuestra su Milón de Crotona (4), que fue
enviado a Versalles, aunque hoy se encuentra en
el Louvre. Está inspirada en el Laocoonte y
trasluce violentamente la fuerza angustiosa del
momento. Algunas de sus obras no fueron bien 4
aceptadas, de hecho, por este barroquismo
exacerbado, que chocaba con el clasicismo mesurado imperante en el país.

Otros seguidores del gran maestro italiano y que también se formaron en Roma terminarían volviendo
a sus tierras de origen, trasladando sus influencias a buena parte de Europa. El alemán Andreas
Schlüter realizará el monumento ecuestre del Gran Elector, en Berlín, mientras que Baltasar
Permoser trabajará en la decoración del Zwinger de Dresde. En Inglaterra, por su parte, las
influencias berninescas se equilibran con la presencia de escultores franceses que se dedicaron,
sobre todo, a la ejecución de monumentos funerarios. Destacó entre ellos Jean François Roubillac,
autor de las esculturas dedicadas a Newton o Shakespeare en la Abadía de Westminster.

3. Escultura barroca en España

De nuevo serán las especiales condiciones del medio español las que determinen la particular
evolución de nuestra escultura barroca. España era uno de los adalides del contrarreformismo
católico, por lo que el peso de lo religioso era realmente importante en el seno de su sociedad.
Además, el país, tras el esplendor que habían procurado el comercio americano y los gobiernos de

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Carlos V y Felipe II, estaba sumido en una amplia crisis política y económica, inundando el pesimismo
la vida de los españoles, que sólo encontraban consuelo en la Fe. Esto hizo que la producción de
retablos e imágenes de culto creciese considerablemente, mientras que el auge de las cofradías
procuró la aparición del paso procesional.

De esta forma, mientras en la escultura europea primaban las influencias romanas, el uso del mármol
y el bronce y la representación de temas profanos y mitológicos, aquí se cultivaba, de forma casi
exclusiva, la talla en madera policromada de temática religiosa. Estas obras estaban al servicio de
la piedad contrarreformista y buscaban la conmoción y la devoción del fiel mediante representaciones
cargadas de crudeza o de dulzura, belleza y ternura, dependiendo del caso. De cualquier modo,
siempre primó el naturalismo extremo, para procurar que las imágenes fuesen vistas como
personajes reales y cercanos a la cotidianidad de los creyentes. Para ello se recurría a la pintura,
con la que se imitaban fielmente las características tonales de las anatomías y de los objetos. El uso
de postizos –tales como cabellos naturales, ojos de cristal y coronas u otros elementos de metal-
tenía el mismo objetivo, alcanzándose el culmen con las imágenes de candelero o de vestir, a las
que solo se le tallaban las manos, los pies y la cabeza, fingiéndose el resto del cuerpo mediante el
uso de prendas auténticas.

En un primer momento, la imaginería barroca española no evolucionó en la dirección del dinamismo


de raíz italiana, sino en la captación de un realismo sereno que sería fruto de la propia evolución de la
escultura renacentista. Hasta mediados del siglo XVII no comenzó a dejarse sentir cierta influencia
berninesca, que ya en el siglo XVIII procurará el pleno movimiento y una expresividad que en
ocasiones resulta incluso artificiosa. La producción estuvo focalizada en dos puntos de nuestra
geografía: Castilla, con Valladolid y la corte madrileña al frente, y Andalucía, con dos grandes
centros, Sevilla y Granada. En las últimas décadas del periodo, sin embargo, el centro de la
producción se desplazó hacia el Levante, donde destacó Murcia.

3.1. La imaginería castellana

La figura central de esta escuela fue Gregorio Fernández, que trabajó en Valladolid durante
el primer tercio del siglo XVII para toda la mitad norte de la Península. Recibió su formación
en el contexto de la escultura de Juni y mantuvo contactos con Pompeyo Leoni, por eso su
evolución partió del manierismo a la italiana que dominaba la escultura española de ese
momento. Con la madurez fue avanzando hacia el naturalismo extremo. En sus esculturas
daba prioridad a la mística frente a la estética,
pues se preocupaba por transmitir claramente,
por encima de todo, el dramatismo y el dolor
que experimentaban sus personajes. Su talla,
por otro lado, era minuciosa y trataba de captar
todos los detalles de forma realista, recurriendo
a postizos para acentuar los efectos. Sus
policromías, en esto, jugaban un papel
fundamental, pues tendían, de forma recia, a los
tonos más naturales y austeros, que
contrastaban con los abundantes regueros de
sangre que concebía. Por último, sus pliegues -
muy definitorios de su producción- resultaban
angulosos y rígidos, lo que concordaba con su
estilo recio y austero.

Además de todo, Fernández atinó a fijar con


gran maestría algunos tipos iconográficos
fundamentales de la imaginería española. Sus
Cristos Yacentes, sus Atados a la Columna, sus
Piedades o sus Santa Teresas tendrán tal éxito 5
que se convertirán en modelos frecuentemente

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repetidos en toda España durante siglos. Como ejemplos destacados de este tipo de
imágenes podemos citar el Señor Atado a la Columna (5) de la Cofradía de la Vera Cruz de
Valladolid, el Cristo Yacente de El Pardo –Madrid-, la Santa Teresa del Museo de Escultura
de Valladolid o la Piedad que lleva por título La Sexta Angustia (6), del mismo museo.

Muy notables entre su producción fueron también los pasos procesionales realizados para
las cofradías vallisoletanas, concebidos como dramáticas y expresivas escenas de teatro.
Entre ellos podemos citar el paso del Camino del Calvario (7), de la cofradía de la Pasión, o el
que lleva por título Sed tengo, de la de las Siete Palabras, que representa uno de los
momentos de Cristo en la cruz. De igual modo, su producción retablística fue realmente
importante. Trabajaba con la familia Velázquez -dedicados a la ensambladura- realizando
obras sobrias de inspiración escurialense que, sin embargo, se llenaban con un buen número
de dramáticas esculturas. Podemos citar, entre los retablos más destacados, el de la
Catedral de Plasencia, el de Las Huelgas de Valladolid o el de San Miguel de Vitoria.

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3.2. La imaginería andaluza

El homónimo de Gregorio Fernández en Andalucía fue Juan Martínez Montañés, que trabajó
en Sevilla en fechas similares. Su obra, opuesta a la castellana, fue más fiel a la tradición
renacentista y estuvo dotada de una noble serenidad y un severo clasicismo. Sus
Crucificados revelan con total claridad su conocimiento de la estatuaria antigua. Así lo
atestigua el torso desnudo del Cristo de la Clemencia de la Catedral de Sevilla (8). Notable
éxito tuvieron, por otra parte, sus Inmaculadas, dotadas de gran belleza y rostros aniñados y
que no pierden la serena compostura, mostrada a través de suaves contrapostos que se
adivinan bajo los pesados ropajes. Su mejor ejemplar quizás sea la Inmaculada de la Catedral
de Sevilla, conocida como “La Cieguecita” (9). Esta tendencia hacia los temas amables le
llevaron a asentar otro modelo iconográfico de gran éxito, el de los Niños Jesús bendiciendo.
Entre ellos destaca el del Sagrario de la Catedral de Sevilla, que flexiona una de sus piernas y
desequilibra ligeramente la cadera como las esculturas de la Antigüedad.

8 9

Entre sus discípulos destacó Juan de Mesa, que para


algunos autores superó al maestro. Partiendo de las
experiencias de Montañés, Mesa incorporó un mayor
dramatismo y una violencia expresiva que hace que su
obra resulte realmente interesante. Su imagen más
famosa es Nuestro Padre Jesús del Gran Poder (10). Esta
escultura no pierde la rotundidad clásica, pero muestra
todo el dolor del martirio con su rostro, al mismo tiempo
que carga con la cruz con una dinámica postura. También
son destacables sus Crucificados: el Cristo del Amor de la
Colegial del Salvador presenta un rotundo, tenso y
vibrante torso que parece inspirado en el Torso del
Belvedere; igualmente destacable es el Cristo de la
Expiración de Vergara.

Similar importancia tiene la obra de Alonso Cano, 10


también discípulo del primer maestro, pero que da origen

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a la escuela granadina. Recogió de Montañés, igualmente, su gusto por la mesura y el
clasicismo, pero al contrario que Mesa lo hizo evolucionar hacia una mayor estilización y
sencillez geométrica. Denotó un extraordinario gusto por lo delicado y lo menudo, por lo que
realizó multitud de obras de tamaño menor y temática femenina o infantil, es decir,
Inmaculadas, santas, Niños Jesús y San Juanitos. Destaca, sobre todo, la Inmaculada del
Facistol la Catedral de Granada (11), diferente a las de Montañés por su menor rotundidad y
mayor sencillez. Sucesor suyo fue Pedro de Mena, que finalmente se asentó en Málaga,
donde dejó la Sillería del Coro de la Catedral. Sus aportaciones más originales son los bustos
de la Dolorosa y el Ecce Homo, que denotan cómo hizo evolucionar el estilo de Cano, con
una talla aún más simplificada de planos limpios y, sin embargo, realmente expresiva. Sus
dos mejores obras son, sin embargo, el San Francisco de Asís de la Catedral de Toledo y la
Magdalena Penitente (12) del Museo del Prado, que muestran de forma magistral el cenit de
su estilo.

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A mediados del siglo XVII apareció en Sevilla José de Arce, escultor flamenco formado en
Roma bajo la influencia de Bernini. Por eso sus imágenes mostraban una evidente tendencia
hacia el movimiento, visible en las posturas, en los pliegues y en los cabellos. Su mejor
aportación fueron las esculturas del retablo de San Miguel de Jerez de la Frontera, iniciado
por Montañés. Desde entonces, sus pautas se quedaron definitivamente incorporadas a las
de la escuela sevillana, cuyo mejor exponente en la franja central del XVII fue Pedro Roldán.
Aunque en él aún se observa la huella montañesina, ya crea composiciones más dinámicas,
vivas, dramáticas y teatrales. Buen ejemplo de ello son los relieves de sus dos grandes
retablos, el del Sagrario de la Catedral, que representa el Descendimiento, y el del Hospital
de la Caridad, donde aparece el Entierro de Cristo (13). Su hija, Luisa Roldán, llamada “La
Roldana”, siguió su estilo, pero tuvo tendencia a ejecutar grupos de pequeño tamaño
cargados de amabilidad y sentimentalismo, avanzando hacia la escultura rococó. Por último,
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un discípulo suyo, Pedro Duque Cornejo, llevará su estilo hasta las últimas consecuencias
barrocas, mostrándose como el último gran exponente de la escuela sevillana.

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3.3. La escuela levantina

A finales del siglo XVII, y por contacto con el


arte italiano, aparecen en el Levante
español una serie de artistas que traerán
hasta aquí las influencias del barroco
italiano. La experiencia fraguó, ya en el
XVIII, en la formación de una escuela de
enorme calidad en la que destacó, en
Murcia, Francisco Salzillo, hijo de un
escultor napolitano. Su estilo resulta ya
rococó, con obras de delicada sensibilidad,
frágiles, movidas y de sentido colorista.
Destacó en la realización de figuras de
Belén, realistas y hasta costumbristas en
14 ocasiones. También realizó los pasos
procesionales de la Semana Santa
murciana, que a pesar de todo, denotan una fuerza expresiva suficiente. Destaca por encima
de los demás el de la Oración en el Huerto (14), con un ángel juvenil y de bello desnudo.
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La pintura barroca
La pintura manierista se mostraba agotada y reflejaba un gran vacío en sus contenidos y formas,
pues sus artífices -por lo general de segunda categoría- se limitaban a repetir sin personalidad las
fórmulas miguelangelescas y rafaelinas. El espíritu contrareformista, sin embargo, exigía dejar atrás
aquello y afrontar una búsqueda de fórmulas que conmovieran a los fieles, por eso, los pintores
reaccionaron dotando al arte pictórico de un énfasis naturalista hasta ahora desconocido. La
realidad del mundo pasó a convertirse en la inspiradora absoluta de las composiciones y obras. Como
consecuencia, los temas se ampliaron considerablemente, pero también porque la clientela de los
artistas se diversificó. La Iglesia y los nobles habían sido tradicionalmente los grandes mecenas, pero
ahora había en Europa una pujante burguesía que se había sumado al mercado del arte. En
definitiva, tanto por la necesidad de caminar hacia la realidad, como por los gustos de los nuevos
clientes, además de los temas religiosos, que siguieron siendo habituales, creció el número de
obras dedicadas al bodegón, a episodios mitológicos, a escenas burguesas y al género del
retrato.

Desde el punto de vista estilístico, la pintura mostrará todo el dinamismo y la vitalidad que explotó el
arte de la escultura. A las composiciones de vivos colores y cargadas de diagonales, a la expresión
afectada de los sentimientos y a los cuerpos y objetos que muestran de forma contundente las
cualidades táctiles de su materialidad, se sumó la captación de atmósferas intensas, logradas a
través de profundos puntos de fuga, paisajes y cielos abigarrados e intensos contrastes
lumínicos.

1. Pintura barroca en Italia

Una vez más, Italia fue el territorio que marcó el rumbo de la pintura europea. Ese papel ya lo había
desempeñado la pintura renacentista italiana siglos antes, lo que facilitó una evolución que abriría las
dos principales corrientes del barroco pictórico: el Naturalismo y el Clasicismo. Desde aquí, ambas
irradiarán al resto del continente y serán asimiladas, de formas personales, por las distintas escuelas
nacionales.

1.1. El Naturalismo: Caravaggio

Michelangelo Merisi da Caravaggio (1571 y 1610) representa de forma excepcional la


corriente Naturalista, la que de forma más contundente reaccionó contra el Manierismo. Fue
una persona independiente y rebelde que vivió circunstancias bastante turbulentas. Fruto de
estas experiencias fue su insistencia en tomar como referente la realidad de la calle y la
utilización de personajes de los bajos fondos para inspirarse. Estos individuos, retratados
sin el más mínimo rasgo de idealización, servían como modelos para los personajes
religiosos o mitológicos de sus obras, algo paradójico e irrespetuoso que sin embargo conectó
exitosamente con la mentalidad contrareformista. El fiel, de esta forma, se identificaba
inmediata y fácilmente con los temas representados, apareciendo Cristo, la Virgen y los
santos como seres dotados de humanidad y por los que se sentía una tremenda empatía.
Pero, además de esto, explotará otro recurso igualmente innovador y que haría la misma
fortuna: el tenebrismo. Consistía en colocar a los personajes y objetos de las composiciones
sobre fondos oscuros, resaltándolos mediante una luz fuerte, duramente dirigida hacia ellos -
como si del foco de un teatro se tratase- y que intensificaba los gestos y las actitudes.

Por todo lo dicho, sus obras muestran un tremendo interés por los interiores y las
atmósferas sórdidas, pobladas por jugadores, bebedores y muchachos que tocan música en
escenas de tipo popular e incluso vulgar. Las naturalezas muertas y los bodegones
también fueron muy trabajadas por él, aunque sus mejores composiciones fueron las
religiosas, que aunque siguen estas mismas características no dejan de transmitir una
emoción única. Entre sus mejores obras se encuentran La vocación de San Mateo (15) y El
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martirio de San Mateo, en la iglesia de San Luís de los Franceses de Roma, La conversión de
San Pablo (16) y El martirio de San Pablo, en Santa María del Pópulo de la misma ciudad o la
Degollación de San Juan Bautista, en Malta.

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Los jóvenes pintores romanos de su época se sintieron enormemente atraídos por estas
innovaciones y comenzaron a trabajar los mismos recursos, realizando obras que reflejaban
escenas callejeras cargadas de personajes populares, en las que los fuertes contrastes entre
luces y sombras serán los protagonistas. Destacaron, sobre todo, Orazio Gentileschi y su
hija Artemisia Gentileschi, autores respectivamente de la Tañedora de laúd de la National
Gallery y de un interesante Autorretrato como alegoría de la Pintura.

1.2. El Clasicismo

Mientras ocurría esto en Roma, nacía en Bolonia una segunda corriente de rechazo hacia el
Manierismo. Esta trataba de recoger, igualmente, la realidad, pero una realidad idealizada e
intelectualizada, similar a la representada en el arte griego o en el renacentista. Dicha
tendencia, lógicamente, tuvo mayor éxito entre la burguesía, la nobleza y la Iglesia, que
podían promover representaciones acordes con la mentalidad de la época sin caer en la
vulgaridad del naturalismo. El tenebrismo estaba completamente ausente y los colores serían
más intensos y variados, adquiriendo un gran protagonismo las composiciones vibrantes,
movidas y complejas. Se cultivó intensamente en estas obras el paisaje, bello, equilibrado y
que podía llegar a incluir alguna ruina clásica.

Los iniciadores de esta tendencia fueron los hermanos boloñeses Aníbal y Agostino
Carraci. De los dos destacó el primero, que partió de la asimilación de la pintura renacentista
para enriquecerla con el estudio de la realidad. Su mejor obra es la decoración mural de la
bóveda del salón del Palacio Farnesio (Roma) (17), donde se representan escenas
relacionadas con los amores de los dioses. Cada una de ellas se inserta en un marco
arquitectónico que finge ser real y está poblada de personajes desnudos y voluptuosos. Entre
sus discípulos destacó Guido Reni, que alcanzó un notable éxito gracias a la elegancia de
sus composiciones, que a veces puede llegar a resultar fría. Podemos citar, entre sus obras,
Hipómenes y Atalanta, del Museo del Prado. Guercino añadió a todo esto ciertos efectos
barrocos basados en fingir que los personajes representados en sus bóvedas flotaban en el
cielo, como demuestra la Aurora del techo del Casino Ludovisi (18).
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Ya en la segunda mitad del siglo XVII, el estilo cuajó en el pleno barroco, donde primaron las
decoraciones de bóvedas y muros con un sentido eminentemente grandioso y triunfal.
Destacó, sobre todo, Pietro da Cortona, autor de las bóvedas del Palacio Barberini de Roma
y de las del Palacio Pitti de Florencia. El padre jesuita Andrea Pozzo, por su parte, realizó la
decoración de la iglesia de San Ignacio de Roma (19), con una espléndida bóveda que
destaca por los numerosos personajes que parecen flotar en ella y por su espectacular
perspectiva fingida, en la que parecen prolongarse los elementos arquitectónicos del propio
edificio.

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2. Pintura barroca en Francia

A principios del XVII, en Francia seguía primando la pintura manierista. Sin embargo, ya en esta
época había numerosos artistas franceses formándose en Italia y conociendo tanto el Naturalismo
como el Clasicismo. Las dos corrientes, después de ello, se difundieron con éxito por todo el país; la
primera en determinados territorios al servicio de la Iglesia, mientras que la segunda terminó por
convertirse en el estilo oficial de Luis XIV.

2.1. El Naturalismo francés

El caravaggismo estuvo representado, sobre todo, por Georges La Tour, que repitió temas y
personajes similares a los del maestro italiano con un estilo muy personal, equilibrado, muy
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geométrico y absolutamente tenebrista. Su pintura, además, parece estar relacionada con la
holandesa, por cuanto los focos de luz de sus composiciones no suelen proceder de lugares
imprecisos –como en la obra de Caravaggio-, sino que son perfectamente visibles al estar
representados por lámparas o velas que están dentro del propio encuadre. Podemos citar Los
tramposos y la Magdalena penitente (20), ambos del Museo del Louvre, o El sueño de San
José. Dentro de este estilo podemos citar, del mismo modo, a los hermanos Le Nain, que
representaron austera y monumentalmente escenas de la vida campesina donde no
dominaba del todo el tenebrismo (21).

20 21

2.2. El Clasicismo francés

Dentro de esta corriente destacó, sobre todo,


Nicolás Poussin (1594-1665), que se formó
en Roma, donde se dejó influir por el estilo de
los pintores clasicistas al mismo tiempo que
estudiaba la pintura del Renacimiento y los
relieves y esculturas de la Antigüedad Clásica.
Sus clientes, por otra parte, fueron personas
cultas y hombres de letras. Por un motivo y
por otro, su estilo se basó, sobre todo, en el
mundo antiguo y estuvo cargado de
connotaciones eruditas. A sus escenas
históricas y mitológicas les otorgaba, además,
un sentido moral único y que le confiere a su
obra un carácter muy particular. Todo esto se
completa con un colorido vivo y variado,
influido por la pintura veneciana, con una
tremenda importancia del paisaje y con una
monumentalidad que a veces resulta
matemática y fría. Entre sus obras más
destacadas hay que citar Et in Arcadia ego,
del Museo del Louvre, o Paisaje con el
embarco de Santa Paula (22), un prodigio de
composición monumental y atmósfera
lumínica conservado en el Museo del Prado. 22

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El otro gran pintor clasicista fue Claudio de Lorena
(1600-1682), dedicado especialmente al paisaje, aunque
sus vistas, en la mayoría de los casos, albergan escenas
religiosas o mitológicas representadas a pequeño
tamaño, en la lejanía y de forma anecdótica. En ellas,
sobre todo, consigue reflejar con un gran sentido poético
la incidencia de la luz, recurriendo a plasmarla a
distintas horas del día, reflejada en el agua, filtrándose a
través de las hojas de los árboles o posándose sobre
perspectivas arquitectónicas. Son reseñables su Paisaje
con la boda de Isaac y Rebeca, de la National Gallery, o
su Paisaje con el descanso en la Huída a Egipto (23),
del Hermitage.

En la segunda mitad del siglo XVII, durante el reinado de


Luis XIV se fraguó, partiendo de este estilo y al amparo
23
de la Academia Real de Bellas Artes –fundada en 1648-,
el del pleno barroco francés. Su mejor exponente fue
Charles Le Brun, formado también en Roma. Fue Primer Pintor Real y trabajó en la
decoración de Versalles, donde creó las complejas alegorías del Rey.

3. Pintura barroca en los Países Bajos

Los Países Bajos compartieron destino durante la Edad Media, pero a raíz de la Reforma Protestante,
Flandes y Holanda tomarán caminos sociopolíticos y culturales distintos, lo que influiría notablemente
en el desarrollo del arte. Por ejemplo, Flandes, bajo dominio español, estaba adscrito al catolicismo y
era un territorio monárquico y aristocrático. La pintura religiosa de temática triunfalista y
contrarreformista, por este motivo, sería abundante y aparecería plasmada sobre lienzos de enormes
dimensiones. Para decorar los palacios también se recurría a los temas mitológicos, representados
en grandes formatos igualmente. El retrato, por su parte, tenía un carácter teatral, pomposo y
solemne que estaba dirigido a plasmar de forma elocuente la posición social del retratado.

Holanda, sin embargo, se vinculó con el protestantismo, desarrollándose una sociedad democrática y
burguesa. Por ello, los grandes cuadros de altar desaparecieron por completo, quedando los temas
religiosos relegados a pequeños cuadros dedicados al Antiguo Testamento y destinados a la oración
privada y personal de los burgueses. Las representaciones mitológicas fueron escasas igualmente,
mientras que el retrato adquirió un sentido realista, aunque sobrio e íntimo. Los retratos civiles de
grupo tuvieron un gran éxito, pues reflejaban el carácter corporativo, burgués y cívico que tanto
gustaba en aquel contexto. Especial desarrollo tuvo, además, la pintura de interior y doméstica, para
la decoración de las casas de la burguesía, donde se plasmaban paisajes puros, naturalezas muertas
y bodegones, escenas marinas o de caza.

3.1. Flandes

Aquí desarrolló su carrera uno de los artistas más importantes de la historia universal de la
pintura: Pedro Pablo Rubens (1577-1640). Estudió en Amberes, donde entró en contacto
con pintores que amaban la pintura que se realizaba en Italia. Después, él mismo viajó varios
años por dicho país, estudiando el arte de la Antigüedad y a los grandes maestros del
Renacimiento. A su vuelta se vinculó con la corte Archiducal, en la que alcanzó gran éxito y
prestigio. Además de su trabajo como pintor, realizó para ella tareas diplomáticas que le
llevaron a viajar por buena parte de Europa, lo que le confirió fama internacional a su obra.
A esto también contribuyó su notable capacidad de trabajo, que le permitió organizar un
gran taller del que salió una ingente cantidad de obras, algunas de ellas de enorme formato y
la mayoría de una calidad extraordinaria. En dicho obrador, él se encargaba de preparar los
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bocetos, de dibujar las composiciones y de facilitar los modelos coloreados; sus trabajadores
–algunos de mucho nivel- ejecutaban sobre el lienzo lo que él había ideado y, una vez
concluido el trabajo, él mismo daba los retoques finales al cuadro.

Podemos decir que Rubens estuvo dotado de una fabulosa y genial imaginación creadora.
Sus obras son vitalistas, exuberantes y dinámicas. El colorido que empleaba, por su
parte, era muy variado y cálido, al estilo de la pintura de Tiziano. Sus composiciones se
basaban en líneas diagonales y ascendentes que parecen querer prolongar la acción más
allá del marco, mientras que los personajes se arraciman, las formas se enroscan y el paisaje
se mueve con igual fuerza. Hay que destacar, por último, que los cuerpos masculinos que
representa suelen ser musculosos y varoniles, mientras que los femeninos son carnosos y
sensuales, tratando de exaltar el ideal de belleza voluptuosa de la época.

Abarcó con igual fortuna todos los géneros. Sus obras religiosas son grandes
composiciones destinadas a exaltar el carácter triunfal de la Iglesia Católica, recogiendo
alegorías, apoteosis de santos y martirios. Destacan El Descendimiento de Cristo y La
Adoración de los Reyes Magos (24), ambos del Museo del Prado, así como La Elevación de
la Cruz, de la Catedral de Amberes. Pero especial mención merece la serie dedicada a las
Alegorías de la Iglesia, compuesta por una serie de lienzos que plasman simbólicamente el
triunfo de ésta y de la Eucaristía sobre la Reforma Protestante. Lo más interesante es que las
escenas quedan enmarcadas por grandes arquitecturas barrocas de columnas salomónicas y
parecen discurrir alrededor de grandes carros triunfales.

24

Sus historias mitológicas, quizás, son las más conocidas. En ellas interpreta con gran
sensualidad los temas de los dioses antiguos, que aparecen dotados de cuerpos exuberantes
y voluptuosos. Para los modelos femeninos utilizó frecuentemente a su esposa, Elena
Fourment, con la que contrajo matrimonio cuando contaba con 53 años, si bien ella sólo tenía
16. Entre estas obras destaca Las Tres Gracias (25), del Museo del Prado y tal vez su obra
más representativa. También es interesante El Juicio de Paris. Sus retratos se inspiran en los
venecianos, pero alcanzaron cotas insuperables, pues reflejaban con una enorme dignidad el
estatus de los representados. Destacan el Retrato ecuestre del Duque de Lerma (26) o el de
María de Medicis. También él se autorretrató en varias ocasiones, si bien podemos destacar
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una última obra en relación con esta temática: El jardín del amor (27), realizado para
conmemorar su dulce matrimonio con Elena y donde aparecen los esposos en mitad de una
abigarrada y placentera alegoría de la voluptuosidad de la vida amorosa.

25 26

27

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Entre sus discípulos destacaron Anton Van Dyck y Jacob
Jordaens. El primero, muy elegante y refinado, se especializó
en el retrato cortesano, género que cultivó principalmente en
Inglaterra, donde terminó residiendo. Entre sus obras más
notables se encuentra el Retrato de Carlos I de Inglaterra
(28), de la National Gallery. El segundo tenía un carácter
distinto, pues de hecho terminó por convertirse al
protestantismo. Se dedicó a las escenas de género
fundamentalmente, donde aparecía reflejada -con un tono
muy popular y a veces grosero- la sociedad pequeñoburguesa
y campesina. Destaca, en este sentido, El Rey Bebe.

28
3.2. Holanda

Aquí trabajaron tres grandes maestros. El primero de ellos fue Frans Hals (1588-1666), que
destacó por ser, probablemente, el mejor retratista de su generación. Su pincelada libre,
enérgica y atrevida –que ha sido vista en muchas ocasiones como antecedente de la pintura
del siglo XIX- fue aplicada a retratos que transmiten la vivacidad, la seguridad y la alegría de
los holandeses de su época. Puede decirse, además, que fue quien hizo cuajar
definitivamente el género del retrato de grupo, en el que solían aparecer inmortalizados los
miembros que conformaban algunas de las corporaciones cívicas de la sociedad holandesa.
Entre estas obras destacan La milicia cívica de San Jorge de Haarlem (29) y Las rectoras del
asilo de ancianas de Haarlem, composiciones hábilmente construidas y que transmiten a la
perfección el carácter de cada una de estas agrupaciones.

29

La figura más interesante es, sin embargo, Rembrandt van Ryn, que como Rubens puede
considerarse entre los más grandes de la pintura universal. Su vida tuvo paralelismos con la
del maestro flamenco, pero también notables diferencias, como su pintura. Estudio en su
país, aunque entrando en contacto con pintores que conocían las creaciones de Caravaggio.
Instalado en Amsterdam, alcanzó un gran prestigio e hizo una buena fortuna, gracias
también al comercio y a la especulación. Recibía encargos de todos los rincones de Europa y
su etilo y obras se difundieron por todo el continente, debido igualmente a su genial labor
como grabador al aguafuerte. Sus últimos años, sin embargo, fueron dramáticos, dadas la
muerte de algunos de sus hijos, diversas circunstancias vividas por sus dos esposas y la
ruina económica que le sobrevino.

Su estilo, naturalista y de pincelada suelta y dramática, se basó en el tenebrismo, aunque


los contrastes entre luces y sombras no están tan marcados como en la pintura italiana, sino
que buscan gradaciones más suaves y que crean ambientes misteriosos. También abordó
todos los géneros, incluido el religioso -con dramáticas interpretaciones bíblicas, como
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demuestra El baño de Betsabé- y el bodegón –entre los que
destacan El buey desollado (30), de una enorme crudeza-.
Sin embargo, entre sus mejores obras se encuentran los
retratos, entre ellos los suyos propios, muy numerosos a lo
largo de toda su vida. Sus retratos de grupo también
alcanzan elevadas cotas de genialidad, pues crea en ellos
atmósferas naturalistas, pero misteriosas y dramáticas al
mismo tiempo. Buen ejemplo de ellos son La lección de
anatomía (31), Ronda de noche (32) y El síndico de los
pañeros. Al ser un hombre de elevada cultura, también
realizó buenas obras mitológicas que, al contrario que las
de Rubens, no destacan por su opulencia y sensualidad,
sino por la ironía y la inquietud que desprenden. Baste citar
Andrómeda o Ganímedes. 30

31

32

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Por último, habría que hablar de Jan Vermeer de Delft, que se especializó en el cuadro de
interior, otro género típicamente holandés que reflejaba la placidez y la quietud de la vida
burguesa. Sus obras son sencillas, pero delicadas y poéticas al mismo tiempo, gracias al
interesante uso de la luz y a sus colores claros y aplicados de forma minuciosa. Casi todas
sus composiciones están integradas por pocos personajes que realizan labores cotidianas en
escenarios domésticos y realistas. Entre sus creaciones más valoradas se encuentran
Muchacha leyendo una carta, La lechera (33), El geógrafo, La muchacha del collar de perlas
o El arte de la Pintura.

33

4. Pintura barroca en España

El siglo XVII fue el Siglo de Oro de la pintura española, pues a lo largo del mismo trabajaron las
personalidades más interesantes de toda la Historia del Arte de nuestro país. Este género, además,
fue el que mejor desarrolló el espíritu de la Contrarreforma, por lo que en las composiciones primó
la temática religiosa, desarrollándose una enorme variedad iconográfica dedicada a Cristo, la Virgen
y los santos de las numerosas órdenes religiosas asentadas en la Península. Del resto de temas, de
hecho, sólo pueden citarse el bodegón y el retrato, pues los mitológicos brillaron, prácticamente, por
su total ausencia. En un primer momento, primaron el naturalismo y el tenebrismo caravaggiesco,
pues el realismo y los efectos lumínicos ya habían comenzado a trabajarse en la etapa anterior, en El
Escorial. A partir de la segunda mitad del XVII, sin embargo y partiendo de esta tendencia, se
desarrolló un estilo más triunfalista, opulento, colorido e influido por la obra de Rubens,
configurándose el pleno barroco español. La corriente clasicista, sin embargo, no tuvo especial
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incidencia, dadas la ausencia de una burguesía ilustrada y los prejuicios morales y religiosos que
inundaban la mentalidad española de la época. Sólo a partir de la llegada de los Borbones, y gracias
a la actividad de artistas extranjeros, se produjo cierto desarrollo de dicho estilo.

4.1. El Naturalismo: Ribera y Zurbarán

En primer lugar hay que hablar de José


de Ribera (1591-1652), que fue el
introductor del Tenebrismo en nuestra
pintura. Valenciano de nacimiento, se
instaló muy joven en Nápoles, donde
trabajó para los virreyes españoles y
alcanzó una extraordinaria dimensión
como pintor y grabador. Fue un gran
admirador de Caravaggio, por lo que su
estilo se inspiró en el del maestro
romano, aunque de una forma muy
personal que pasaba por la
exageración de los elementos más
duros de sus composiciones. Estas se
caracterizan por los fuertes contrastes
lumínicos, por la captación de la
realidad más cruda y por su capacidad
para reflejar las calidades de la piel, los
tejidos y los objetos. Entre sus obras
religiosas destacan las escenas de
eremitas o de martirios de santos,
donde aparecen sin tapujos cuerpos
ancianos, macerados y torturados.
Baste mencionar, en este sentido, los
cuadros dedicados a San Jerónimo (34) 34
o El martirio de San Andrés, de
Budapest. Muy interesantes son sus
Apostolados y las series de los Filósofos,
compuestas como si de retratos se
tratase, aunque tomando como modelos
a personajes de los ambientes callejeros
más vulgares. Una obra realmente
interesante a este respecto es La mujer
barbuda (retrato de Magdalena Ventura
y su marido), de fuertes contrastes de
luz que acentúan la crudeza y la
sordidez de la representación. Durante
los últimos años de su vida, sin
embargo, matizó su estilo con la
inclusión de elementos coloristas y
sensuales de inspiración veneciana.
Entre las mejores obras de este periodo
se encuentra la Magdalena Penitente o
el Martirio de San Felipe (35), ambas del 35
Museo del Prado.

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Pero hay que destacar que Sevilla, gracias a
la pujanza conferida por el comercio
americano, fue el foco más prolijo a la hora de
dar grandes maestros. Entre ellos destacó
Francisco de Zurbarán (1598-1664), nacido
en Extremadura y asentado en la capital
andaluza. Aquí se especializó en obras
dedicadas a las grandes órdenes religiosas
del momento -cartujos, mercedarios,
dominicos, capuchinos, trinitarios, etc.-, que
fueron sus principales clientes. De hecho, fue
apodado como “el pintor de frailes”. En estas
grandes series monásticas destacan su
habilidad para retratar personajes, pero sobre
todo las extraordinarias calidades táctiles de
los tejidos que conforman los hábitos de los
protagonistas. La inspiración directa en la
realidad no sólo se advierte en esto, pues se
hace más evidente en los bodegones que
también trabajó con gran maestría. Además,
dominaba como nadie las gradaciones
cromáticas; la luz incide sobre las cosas y los
colores representados creando una infinita
gama de claroscuros y matices. Su austeridad
compositiva es otro rasgo distintivo de su
obra, desarrollándose las escenas, en
muchas ocasiones, sobre fondos neutros e
imprecisos que carecen de elementos
accesorios u ornamentales. Entre sus
36 grandes obras religiosas podemos citar sus
magníficos y ascéticos Crucificados (36), la
Serie de la Cartuja de Jerez de la Frontera, hoy en el Museo de Cádiz y donde aparecen
santos de la orden, o la de la Cartuja de Sevilla, de la que destaca San Hugo en el refectorio
de los cartujos (37), del Museo de Bellas Artes de Sevilla. También se encuentran entre sus
mejores composiciones La aparición de San Pedro a San Pedro Nolasco (38) y la Visión de la
Jerusalén celeste de San Pedro, ambas del Museo del Prado.

37 38

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4.2. Del Naturalismo al Pleno Barroco: Velázquez

La figura más importante del barroco español


fue Diego Rodríguez de Silva y Velázquez
(1599-1660), que aunque partió de un estatus
similar al del resto de grandes maestros del
Siglo de Oro, consiguió hacer una brillante
carrera y convertirse en el pintor de cámara más
influyente de la corte española. Esto, unido a
sus extraordinarias dotes, le confirió la
capacidad de transformar la pintura de su época
y hacerla avanzar hasta la madurez del barroco.
Por este motivo se le considera como una de las
cimas del Arte universal.

Se formó como artista en su ciudad natal,


Sevilla, bajo las enseñanzas de uno de los
pintores religiosos más influyentes de la época,
Francisco Pacheco. En sus primeras obras de
temática sacra, evidentemente, siguió los
conservadores cánones de su maestro, aunque
dando muestras de su genialidad a través de
su depurada técnica. En sus cuadros de 39
género, sin embargo, resulta evidente que se
sintió muy atraído por las novedades del Naturalismo y del Tenebrismo, con composiciones
claroscuristas, personajes del mundo callejero y una enorme capacidad para reflejar la
realidad a través de bodegones que decoran las escenas. Entre las obras de este tipo
destacan El aguador de Sevilla (39) o Vieja friendo huevos.

En 1623, gracias a su
éxito y ayudado por sus
contactos sevillanos, se
trasladó a Madrid para
trabajar como pintor de
corte. Su aprendizaje,
entonces, se vio
tremendamente
favorecido, pues pudo
estudiar directamente las
colecciones reales y
conocer tanto a los
pintores que trabajaban
para el rey como a las
grandes figuras
internacionales –Rubens,
40 por ejemplo-. Debido a
esto, su extraordinaria
técnica se afinó, aumentando su capacidad para plasmar la realidad. Al mismo tiempo reducía
su tenebrismo y dejaba de lado la temática religiosa, para abundar en las representaciones
mitológicas, aunque tratadas como si fuesen escenas de género. Todo esto puede apreciarse
claramente en El triunfo de Baco (40), más conocido como Los borrachos, donde aparece el
dios clásico rodeado por unos simples vendimiadores de la época en estado de embriaguez.

Incitado por Rubens, llevó a cabo su primer viaje a Italia, donde estuvo entre 1629 y 1631.
Aquí contactó con los ambientes clasicistas y se impregnó de la pintura veneciana. Fruto
de estas experiencias fue La fragua de Vulcano, obra en la que siguió insistiendo en las
características anteriores de su pintura, aunque enriqueciéndolas con unos desnudos muy
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clásicos, con una composición espacial muy equilibrada y una atmósfera lumínica muy bien
lograda. A su regreso a Madrid continuó su maduración; fue la época en la que realizó para el
Buen Retiro La rendición de Breda (41), más conocido como Las lanzas, o su magnífica serie
de retratos de corte, muy realistas y con personajes dotados de impasible serenidad. Entre
los inmortalizados se encontraron incluso los bufones de palacio. Mientras ocurría todo esto,
su pincelada se fue soltando y su paleta aclarando, mientras que sus atmósferas cada vez
eran más aéreas. Decisivo en todo esto fue su segundo viaje a Italia, realizado en 1649 por
encargo directo del rey. Fue entonces cuando realizó uno de los mejores retratos de toda la
Historia del Arte, el del Papa Inocencio X, un portentoso ejercicio de captación de la realidad y
de la personalidad del retratado que influyó tremendamente en el desarrollo posterior del
género.

41

A su vuelta a Madrid, su pincelada se soltó definitivamente y el aire de sus composiciones


se hizo del todo palpable, culminando a la perfección el dominio de la perspectiva aérea que
habían iniciado otros maestros antes que él. Dejó constancia de esto en sus dos mejores
obras: Las Hilanderas (42) y Las Meninas (43). El primero es un cuadro de temática
mitológica que representa la historia de Minerva y Aracne, aunque interpretada como una
escena que se desarrolla en el interior de un taller de tejedoras de su época. En el segundo
vemos un retrato de la familia real compuesto a partir de un sutil juego de planos
superpuestos, puntos de fuga y reflejos que permiten advertir incluso la presencia del propio
pintor al otro lado del lienzo. Durante estos años realizó, igualmente, su obra mitológica más
bella, La Venus del Espejo, en la que vuelve a jugar con el trazo vaporoso, la atmósfera
palpable y los reflejos que muestran distintas perspectivas de la escena. En el colorido, el
tema y la composición se hace muy visible, además, la influencia de Tiziano.

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4.3. La plenitud del Barroco: Murillo

Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682), que desarrolló toda su carrera en Sevilla,


representa ya la plenitud de la pintura barroca española, siendo el pintor que alcanzó mayor
fama fuera de nuestro país durante su propia época. Partió de la tradición precedente,
enriqueciéndola con los aportes de Rubens y Velázquez. De esa forma, su obra es
técnicamente perfecta, muestra composiciones dinámicas y muy imaginativas, un vivo
colorido y unas atmósferas vaporosas que quedan inundadas por una luz dorada única.
Todo esto lo pone al servicio de escenas amables y tiernas, donde no hay cabida para la
crudeza y en las que pueblan personajes delicados y llenos de gracia.

Trabajó las escenas de género, mostrando la vida cotidiana de los barrios bajos de la Sevilla
de su época con un tono sencillo, benévolo y optimista. Entre las obras de este tipo hay que
nombrar Niño espulgándose, Mendigos comiendo frutas o Mujeres en la Ventana. Sin
embargo, sus obras más habituales fueron las religiosas. Algunas de ellas presentaban las
escenas como si perteneciesen a la vida cotidiana, algo que se ve en La Sagrada Familia del
Pajarito (44) o en Santa Ana enseñando a leer a la Virgen, ambas del Museo del Prado. En
estos cuadros, los personajes sagrados, además, se ajustan a tipos devocionales muy
sentimentales y dulces, algo que define por completo su labor y que contribuyó a su
tremendo éxito. El ejemplo cumbre de esto fueron sus numerosas Inmaculadas, que muestran
a la Virgen como una niña hermosa y cándida que se eleva sobre abigarrados y cálidos
fondos de nubes. En sus retratos, por último, también realizó aportaciones plenamente
barrocas, al incluir enmarques arquitectónicos fingidos de los que los personajes parecían
querer salir; véanse al respecto su autorretrato de la National Gallery o el retrato de Nicolás
de Omazur.

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