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Arquitectura
Almudena Martínez Olmo
Grado en Fundamentos de Arquitectura
Historia del Arte
Tema 4
El arte barroco
La arquitectura barroca 3
La escultura barroca 4
1. Escultura barroca en Italia 4
2. Escultura barroca en Francia y en el resto de Europa 6
3. Escultura barroca en España 6
3.1. La imaginería castellana 7
3.2. La imaginería andaluza 9
3.3. La escuela levantina 11
La pintura barroca 12
1. Pintura barroca en Italia 12
1.1. El Naturalismo: Caravaggio 12
1.2. El Clasicismo 13
2. Pintura barroca en Francia 14
2.1. El Naturalismo francés 14
2.2. El Clasicismo francés 15
3. Pintura barroca en los Países Bajos 16
3.1. Flandes 16
3.2. Holanda 19
4. Pintura barroca en España 21
4.1. El Naturalismo: Ribera y Zurbarán 22
4.2. Del Naturalismo al Pleno Barroco: Velázquez 24
4.3. La plenitud del Barroco: Murillo 27
La nueva Iglesia protestante se había consolidado como una realidad con su rechazo frontal a la
jerarquía católica, a la que culpaba de todos los problemas espirituales de la cristiandad. La Iglesia de
Roma, sin embargo, se defendía reafirmando su estructura, blindándose en torno al estricto respeto a
las viejas normas y volcándose en un juego de persuasión y propaganda que estaba destinado a
legitimar su postura. Este proceso fue conocido como “Contrarreforma” y provocó un choque frontal
entre los países partidarios –católicos- y los reformistas –protestantes-. La política se polarizó como
consecuencia de ello, pues mientras las monarquías absolutas alcanzaban su cenit de desarrollo –
llegándose a divinizar al Rey Sol en Francia-, en los países protestantes se abrían camino los
sistemas liberales parlamentaristas. Por otra parte, la economía llegó a un incipiente estado
capitalista, pero las viejas fórmulas feudales pervivían en muchos lugares del continente, con siervos
sometidos a grandes terratenientes. Además, la ciencia y la filosofía, basadas ya en la
experimentación directa y en la duda metódica, habían conducido al racionalismo, pero el hombre,
paradójicamente, se debatía entre la vida y la muerte, ya que los estados se desangraban en guerras
continuas, mientras las hambrunas y epidemias sembraban el terror entre sus habitantes y mermaban
sus poblaciones.
Estos antagonismos se plasmaron, como no podía ser de otro modo, en el arte. El equilibrio, la razón,
la belleza y la proporción dictadas por las normas clásicas del mundo renacentista tenían que ser
superadas por una búsqueda del movimiento, la agitación, la ruptura y la tensión dramática que regía
la existencia. De ese modo, se produjo un interés por lo inmediato y lo cotidiano incluso a la hora de
plasmar mensajes que se suponían elevados; pero también se impuso lo monumental, lo
sorprendente, lo rico y lo deslumbrante, conceptos utilizados propagandísticamente por las
monarquías, las naciones o la Iglesia. Pero no debe caerse en el error de considerar que el barroco
supuso una ruptura total con lo anterior, sino que realmente fue fruto de la evolución lógica de los
conceptos estéticos del siglo XVI; de hecho, ya en el último periodo del Renacimiento, durante el
manierismo, se había establecido la transgresión de las normas como fin expresivo, algo que se
acentuó ahora. El barroco fue, en definitiva, un arte que hundió sus raíces en los presupuestos del
clasicismo europeo, presupuestos que sin embargo derivarían, con gran nivel de creatividad, hacia el
movimiento en la escultura, hacia la captación de la realidad en pintura y hacia lo teatral y lo
escenográfico en arquitectura.
La arquitectura barroca
Las plantas abandonarán los cánones prefijados para innovar y provocar sorpresas en el
espectador. De esa forma, fue habitual recurrir a la irregularidad entre las partes, a los trazados
elípticos y a las fachadas sinuosas y dotadas de entrantes y salientes. En los alzados, del mismo
modo, la línea recta y estable cedió su lugar a la discontinua, plasmada en cornisas, frontones y
entablamentos que se parten y se quiebran, así como en perfiles cóncavos, convexos o que se
enrollan sobre sí mismos.
Los órdenes clásicos serán manejados con total libertad y con un alto nivel de inventiva,
alterándose la posición de los elementos y estableciéndose combinaciones paradójicas que,
aparentemente atentan contra la estabilidad constructiva. Un buen ejemplo de ello es el de los
soportes, cuyo ejemplar más utilizado fue la columna salomónica, de tipo clásico pero que
retuerce su fuste helicoidalmente; este elemento deformado, en principio, parece incapaz de
cumplir su cometido, pero no sólo lo hace, sino que también introduce el efecto teatral y
sorprendente que tanto ansía el arquitecto barroco.
La escultura barroca
Se trazaban composiciones en aspa y con líneas oblicuas y cruzadas, helicoidales, etc. Para
ello, ropajes y cabellos eran proyectados hacia el exterior, como si volaran al viento o flotarán sobre
el espacio, mientras brazos y piernas gesticulaban grandilocuentemente y con total libertad.
Las superficies eran tratadas de modos diversos, intentando reproducir fielmente las distintas
calidades materiales de las cosas: telas, cabellos e incluso piel humana. Por este motivo, en
determinados lugares se llegará a usar la policromía como medio para la imitación más fiel de la
naturaleza, e incluso el añadido de elementos postizos como telas auténticas, cristal, cabello real,
elementos de joyería, etc.
El escenario y la ubicación de la talla eran estudiados al detalle y cuidados al máximo, para
insertar la obra en un contexto que la hiciese más real, expresiva, sorprendente y teatral. En
algunas ocasiones se jugaba con la iluminación, en otras con los enmarques arquitectónicos y, en
muchos casos, incluso se llegaba a reproducir y a fingir el paisaje de la escena a su alrededor. De
esta forma, la escultura perdía su condición de objeto único y se convertía en un elemento que
formaba parte de un aparato más complejo y destinado a persuadir al espectador con mayor
facilidad.
Entre los temas y géneros cultivados siguieron destacando los religiosos, con especial preferencia
por las apoteosis gloriosas de los santos y por las escenas de martirio o de éxtasis. Las alegorías del
triunfo de la Iglesia Católica, o de la Fe sobre la herejía, también formarán parte de los repertorios
habituales. La escultura funeraria será igualmente trabajada, pues permitía la exaltación de las
virtudes humanas, lo mismo que los monumentos públicos y civiles, que tendían a mostrar el
ímpetu y el carácter heroico del representado frente a la mesura de los de época renacentista. El
auge del mundo urbano y de la vida palaciega hará, por último, que los temas mitológicos sigan
siendo frecuentes.
En Italia, al comenzar el siglo XVII pervivía la escultura manierista, avanzando en la búsqueda del
realismo, la expresividad y el dinamismo. En ese ambiente se formó Gian Lorenzo Bernini (1598-
1690), que se convertirá en el primer escultor verdaderamente barroco y en la figura culminante del
siglo, como se vio en el apartado dedicado a la arquitectura. Comenzó a esculpir siendo aún niño, de
modo que a los 20 años ya dominaba la técnica excepcionalmente. De esta época son el grupo de
Apolo y Dafne (1) y su David (2). Son obras inspiradas en la escultura helenística -pues muestran el
pathos interior de las figuras con gran ímpetu y expresividad- y técnicamente perfectas, al trabajar el
mármol como si de un material blando se tratase y captar, sorprendentemente, las texturas de la piel,
las telas y los vegetales. El dominio de las anatomías y del movimiento humano se hace evidente de
igual modo, a través de líneas cruzadas, helicoidales y ascendentes que parecen mostrar la fuerza
contenida por ambas escenas.
Otros seguidores del gran maestro italiano y que también se formaron en Roma terminarían volviendo
a sus tierras de origen, trasladando sus influencias a buena parte de Europa. El alemán Andreas
Schlüter realizará el monumento ecuestre del Gran Elector, en Berlín, mientras que Baltasar
Permoser trabajará en la decoración del Zwinger de Dresde. En Inglaterra, por su parte, las
influencias berninescas se equilibran con la presencia de escultores franceses que se dedicaron,
sobre todo, a la ejecución de monumentos funerarios. Destacó entre ellos Jean François Roubillac,
autor de las esculturas dedicadas a Newton o Shakespeare en la Abadía de Westminster.
De nuevo serán las especiales condiciones del medio español las que determinen la particular
evolución de nuestra escultura barroca. España era uno de los adalides del contrarreformismo
católico, por lo que el peso de lo religioso era realmente importante en el seno de su sociedad.
Además, el país, tras el esplendor que habían procurado el comercio americano y los gobiernos de
De esta forma, mientras en la escultura europea primaban las influencias romanas, el uso del mármol
y el bronce y la representación de temas profanos y mitológicos, aquí se cultivaba, de forma casi
exclusiva, la talla en madera policromada de temática religiosa. Estas obras estaban al servicio de
la piedad contrarreformista y buscaban la conmoción y la devoción del fiel mediante representaciones
cargadas de crudeza o de dulzura, belleza y ternura, dependiendo del caso. De cualquier modo,
siempre primó el naturalismo extremo, para procurar que las imágenes fuesen vistas como
personajes reales y cercanos a la cotidianidad de los creyentes. Para ello se recurría a la pintura,
con la que se imitaban fielmente las características tonales de las anatomías y de los objetos. El uso
de postizos –tales como cabellos naturales, ojos de cristal y coronas u otros elementos de metal-
tenía el mismo objetivo, alcanzándose el culmen con las imágenes de candelero o de vestir, a las
que solo se le tallaban las manos, los pies y la cabeza, fingiéndose el resto del cuerpo mediante el
uso de prendas auténticas.
La figura central de esta escuela fue Gregorio Fernández, que trabajó en Valladolid durante
el primer tercio del siglo XVII para toda la mitad norte de la Península. Recibió su formación
en el contexto de la escultura de Juni y mantuvo contactos con Pompeyo Leoni, por eso su
evolución partió del manierismo a la italiana que dominaba la escultura española de ese
momento. Con la madurez fue avanzando hacia el naturalismo extremo. En sus esculturas
daba prioridad a la mística frente a la estética,
pues se preocupaba por transmitir claramente,
por encima de todo, el dramatismo y el dolor
que experimentaban sus personajes. Su talla,
por otro lado, era minuciosa y trataba de captar
todos los detalles de forma realista, recurriendo
a postizos para acentuar los efectos. Sus
policromías, en esto, jugaban un papel
fundamental, pues tendían, de forma recia, a los
tonos más naturales y austeros, que
contrastaban con los abundantes regueros de
sangre que concebía. Por último, sus pliegues -
muy definitorios de su producción- resultaban
angulosos y rígidos, lo que concordaba con su
estilo recio y austero.
Muy notables entre su producción fueron también los pasos procesionales realizados para
las cofradías vallisoletanas, concebidos como dramáticas y expresivas escenas de teatro.
Entre ellos podemos citar el paso del Camino del Calvario (7), de la cofradía de la Pasión, o el
que lleva por título Sed tengo, de la de las Siete Palabras, que representa uno de los
momentos de Cristo en la cruz. De igual modo, su producción retablística fue realmente
importante. Trabajaba con la familia Velázquez -dedicados a la ensambladura- realizando
obras sobrias de inspiración escurialense que, sin embargo, se llenaban con un buen número
de dramáticas esculturas. Podemos citar, entre los retablos más destacados, el de la
Catedral de Plasencia, el de Las Huelgas de Valladolid o el de San Miguel de Vitoria.
El homónimo de Gregorio Fernández en Andalucía fue Juan Martínez Montañés, que trabajó
en Sevilla en fechas similares. Su obra, opuesta a la castellana, fue más fiel a la tradición
renacentista y estuvo dotada de una noble serenidad y un severo clasicismo. Sus
Crucificados revelan con total claridad su conocimiento de la estatuaria antigua. Así lo
atestigua el torso desnudo del Cristo de la Clemencia de la Catedral de Sevilla (8). Notable
éxito tuvieron, por otra parte, sus Inmaculadas, dotadas de gran belleza y rostros aniñados y
que no pierden la serena compostura, mostrada a través de suaves contrapostos que se
adivinan bajo los pesados ropajes. Su mejor ejemplar quizás sea la Inmaculada de la Catedral
de Sevilla, conocida como “La Cieguecita” (9). Esta tendencia hacia los temas amables le
llevaron a asentar otro modelo iconográfico de gran éxito, el de los Niños Jesús bendiciendo.
Entre ellos destaca el del Sagrario de la Catedral de Sevilla, que flexiona una de sus piernas y
desequilibra ligeramente la cadera como las esculturas de la Antigüedad.
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A mediados del siglo XVII apareció en Sevilla José de Arce, escultor flamenco formado en
Roma bajo la influencia de Bernini. Por eso sus imágenes mostraban una evidente tendencia
hacia el movimiento, visible en las posturas, en los pliegues y en los cabellos. Su mejor
aportación fueron las esculturas del retablo de San Miguel de Jerez de la Frontera, iniciado
por Montañés. Desde entonces, sus pautas se quedaron definitivamente incorporadas a las
de la escuela sevillana, cuyo mejor exponente en la franja central del XVII fue Pedro Roldán.
Aunque en él aún se observa la huella montañesina, ya crea composiciones más dinámicas,
vivas, dramáticas y teatrales. Buen ejemplo de ello son los relieves de sus dos grandes
retablos, el del Sagrario de la Catedral, que representa el Descendimiento, y el del Hospital
de la Caridad, donde aparece el Entierro de Cristo (13). Su hija, Luisa Roldán, llamada “La
Roldana”, siguió su estilo, pero tuvo tendencia a ejecutar grupos de pequeño tamaño
cargados de amabilidad y sentimentalismo, avanzando hacia la escultura rococó. Por último,
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un discípulo suyo, Pedro Duque Cornejo, llevará su estilo hasta las últimas consecuencias
barrocas, mostrándose como el último gran exponente de la escuela sevillana.
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Desde el punto de vista estilístico, la pintura mostrará todo el dinamismo y la vitalidad que explotó el
arte de la escultura. A las composiciones de vivos colores y cargadas de diagonales, a la expresión
afectada de los sentimientos y a los cuerpos y objetos que muestran de forma contundente las
cualidades táctiles de su materialidad, se sumó la captación de atmósferas intensas, logradas a
través de profundos puntos de fuga, paisajes y cielos abigarrados e intensos contrastes
lumínicos.
Una vez más, Italia fue el territorio que marcó el rumbo de la pintura europea. Ese papel ya lo había
desempeñado la pintura renacentista italiana siglos antes, lo que facilitó una evolución que abriría las
dos principales corrientes del barroco pictórico: el Naturalismo y el Clasicismo. Desde aquí, ambas
irradiarán al resto del continente y serán asimiladas, de formas personales, por las distintas escuelas
nacionales.
Por todo lo dicho, sus obras muestran un tremendo interés por los interiores y las
atmósferas sórdidas, pobladas por jugadores, bebedores y muchachos que tocan música en
escenas de tipo popular e incluso vulgar. Las naturalezas muertas y los bodegones
también fueron muy trabajadas por él, aunque sus mejores composiciones fueron las
religiosas, que aunque siguen estas mismas características no dejan de transmitir una
emoción única. Entre sus mejores obras se encuentran La vocación de San Mateo (15) y El
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martirio de San Mateo, en la iglesia de San Luís de los Franceses de Roma, La conversión de
San Pablo (16) y El martirio de San Pablo, en Santa María del Pópulo de la misma ciudad o la
Degollación de San Juan Bautista, en Malta.
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Los jóvenes pintores romanos de su época se sintieron enormemente atraídos por estas
innovaciones y comenzaron a trabajar los mismos recursos, realizando obras que reflejaban
escenas callejeras cargadas de personajes populares, en las que los fuertes contrastes entre
luces y sombras serán los protagonistas. Destacaron, sobre todo, Orazio Gentileschi y su
hija Artemisia Gentileschi, autores respectivamente de la Tañedora de laúd de la National
Gallery y de un interesante Autorretrato como alegoría de la Pintura.
1.2. El Clasicismo
Mientras ocurría esto en Roma, nacía en Bolonia una segunda corriente de rechazo hacia el
Manierismo. Esta trataba de recoger, igualmente, la realidad, pero una realidad idealizada e
intelectualizada, similar a la representada en el arte griego o en el renacentista. Dicha
tendencia, lógicamente, tuvo mayor éxito entre la burguesía, la nobleza y la Iglesia, que
podían promover representaciones acordes con la mentalidad de la época sin caer en la
vulgaridad del naturalismo. El tenebrismo estaba completamente ausente y los colores serían
más intensos y variados, adquiriendo un gran protagonismo las composiciones vibrantes,
movidas y complejas. Se cultivó intensamente en estas obras el paisaje, bello, equilibrado y
que podía llegar a incluir alguna ruina clásica.
Los iniciadores de esta tendencia fueron los hermanos boloñeses Aníbal y Agostino
Carraci. De los dos destacó el primero, que partió de la asimilación de la pintura renacentista
para enriquecerla con el estudio de la realidad. Su mejor obra es la decoración mural de la
bóveda del salón del Palacio Farnesio (Roma) (17), donde se representan escenas
relacionadas con los amores de los dioses. Cada una de ellas se inserta en un marco
arquitectónico que finge ser real y está poblada de personajes desnudos y voluptuosos. Entre
sus discípulos destacó Guido Reni, que alcanzó un notable éxito gracias a la elegancia de
sus composiciones, que a veces puede llegar a resultar fría. Podemos citar, entre sus obras,
Hipómenes y Atalanta, del Museo del Prado. Guercino añadió a todo esto ciertos efectos
barrocos basados en fingir que los personajes representados en sus bóvedas flotaban en el
cielo, como demuestra la Aurora del techo del Casino Ludovisi (18).
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Ya en la segunda mitad del siglo XVII, el estilo cuajó en el pleno barroco, donde primaron las
decoraciones de bóvedas y muros con un sentido eminentemente grandioso y triunfal.
Destacó, sobre todo, Pietro da Cortona, autor de las bóvedas del Palacio Barberini de Roma
y de las del Palacio Pitti de Florencia. El padre jesuita Andrea Pozzo, por su parte, realizó la
decoración de la iglesia de San Ignacio de Roma (19), con una espléndida bóveda que
destaca por los numerosos personajes que parecen flotar en ella y por su espectacular
perspectiva fingida, en la que parecen prolongarse los elementos arquitectónicos del propio
edificio.
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A principios del XVII, en Francia seguía primando la pintura manierista. Sin embargo, ya en esta
época había numerosos artistas franceses formándose en Italia y conociendo tanto el Naturalismo
como el Clasicismo. Las dos corrientes, después de ello, se difundieron con éxito por todo el país; la
primera en determinados territorios al servicio de la Iglesia, mientras que la segunda terminó por
convertirse en el estilo oficial de Luis XIV.
El caravaggismo estuvo representado, sobre todo, por Georges La Tour, que repitió temas y
personajes similares a los del maestro italiano con un estilo muy personal, equilibrado, muy
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geométrico y absolutamente tenebrista. Su pintura, además, parece estar relacionada con la
holandesa, por cuanto los focos de luz de sus composiciones no suelen proceder de lugares
imprecisos –como en la obra de Caravaggio-, sino que son perfectamente visibles al estar
representados por lámparas o velas que están dentro del propio encuadre. Podemos citar Los
tramposos y la Magdalena penitente (20), ambos del Museo del Louvre, o El sueño de San
José. Dentro de este estilo podemos citar, del mismo modo, a los hermanos Le Nain, que
representaron austera y monumentalmente escenas de la vida campesina donde no
dominaba del todo el tenebrismo (21).
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Los Países Bajos compartieron destino durante la Edad Media, pero a raíz de la Reforma Protestante,
Flandes y Holanda tomarán caminos sociopolíticos y culturales distintos, lo que influiría notablemente
en el desarrollo del arte. Por ejemplo, Flandes, bajo dominio español, estaba adscrito al catolicismo y
era un territorio monárquico y aristocrático. La pintura religiosa de temática triunfalista y
contrarreformista, por este motivo, sería abundante y aparecería plasmada sobre lienzos de enormes
dimensiones. Para decorar los palacios también se recurría a los temas mitológicos, representados
en grandes formatos igualmente. El retrato, por su parte, tenía un carácter teatral, pomposo y
solemne que estaba dirigido a plasmar de forma elocuente la posición social del retratado.
Holanda, sin embargo, se vinculó con el protestantismo, desarrollándose una sociedad democrática y
burguesa. Por ello, los grandes cuadros de altar desaparecieron por completo, quedando los temas
religiosos relegados a pequeños cuadros dedicados al Antiguo Testamento y destinados a la oración
privada y personal de los burgueses. Las representaciones mitológicas fueron escasas igualmente,
mientras que el retrato adquirió un sentido realista, aunque sobrio e íntimo. Los retratos civiles de
grupo tuvieron un gran éxito, pues reflejaban el carácter corporativo, burgués y cívico que tanto
gustaba en aquel contexto. Especial desarrollo tuvo, además, la pintura de interior y doméstica, para
la decoración de las casas de la burguesía, donde se plasmaban paisajes puros, naturalezas muertas
y bodegones, escenas marinas o de caza.
3.1. Flandes
Aquí desarrolló su carrera uno de los artistas más importantes de la historia universal de la
pintura: Pedro Pablo Rubens (1577-1640). Estudió en Amberes, donde entró en contacto
con pintores que amaban la pintura que se realizaba en Italia. Después, él mismo viajó varios
años por dicho país, estudiando el arte de la Antigüedad y a los grandes maestros del
Renacimiento. A su vuelta se vinculó con la corte Archiducal, en la que alcanzó gran éxito y
prestigio. Además de su trabajo como pintor, realizó para ella tareas diplomáticas que le
llevaron a viajar por buena parte de Europa, lo que le confirió fama internacional a su obra.
A esto también contribuyó su notable capacidad de trabajo, que le permitió organizar un
gran taller del que salió una ingente cantidad de obras, algunas de ellas de enorme formato y
la mayoría de una calidad extraordinaria. En dicho obrador, él se encargaba de preparar los
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bocetos, de dibujar las composiciones y de facilitar los modelos coloreados; sus trabajadores
–algunos de mucho nivel- ejecutaban sobre el lienzo lo que él había ideado y, una vez
concluido el trabajo, él mismo daba los retoques finales al cuadro.
Podemos decir que Rubens estuvo dotado de una fabulosa y genial imaginación creadora.
Sus obras son vitalistas, exuberantes y dinámicas. El colorido que empleaba, por su
parte, era muy variado y cálido, al estilo de la pintura de Tiziano. Sus composiciones se
basaban en líneas diagonales y ascendentes que parecen querer prolongar la acción más
allá del marco, mientras que los personajes se arraciman, las formas se enroscan y el paisaje
se mueve con igual fuerza. Hay que destacar, por último, que los cuerpos masculinos que
representa suelen ser musculosos y varoniles, mientras que los femeninos son carnosos y
sensuales, tratando de exaltar el ideal de belleza voluptuosa de la época.
Abarcó con igual fortuna todos los géneros. Sus obras religiosas son grandes
composiciones destinadas a exaltar el carácter triunfal de la Iglesia Católica, recogiendo
alegorías, apoteosis de santos y martirios. Destacan El Descendimiento de Cristo y La
Adoración de los Reyes Magos (24), ambos del Museo del Prado, así como La Elevación de
la Cruz, de la Catedral de Amberes. Pero especial mención merece la serie dedicada a las
Alegorías de la Iglesia, compuesta por una serie de lienzos que plasman simbólicamente el
triunfo de ésta y de la Eucaristía sobre la Reforma Protestante. Lo más interesante es que las
escenas quedan enmarcadas por grandes arquitecturas barrocas de columnas salomónicas y
parecen discurrir alrededor de grandes carros triunfales.
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Sus historias mitológicas, quizás, son las más conocidas. En ellas interpreta con gran
sensualidad los temas de los dioses antiguos, que aparecen dotados de cuerpos exuberantes
y voluptuosos. Para los modelos femeninos utilizó frecuentemente a su esposa, Elena
Fourment, con la que contrajo matrimonio cuando contaba con 53 años, si bien ella sólo tenía
16. Entre estas obras destaca Las Tres Gracias (25), del Museo del Prado y tal vez su obra
más representativa. También es interesante El Juicio de Paris. Sus retratos se inspiran en los
venecianos, pero alcanzaron cotas insuperables, pues reflejaban con una enorme dignidad el
estatus de los representados. Destacan el Retrato ecuestre del Duque de Lerma (26) o el de
María de Medicis. También él se autorretrató en varias ocasiones, si bien podemos destacar
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una última obra en relación con esta temática: El jardín del amor (27), realizado para
conmemorar su dulce matrimonio con Elena y donde aparecen los esposos en mitad de una
abigarrada y placentera alegoría de la voluptuosidad de la vida amorosa.
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3.2. Holanda
Aquí trabajaron tres grandes maestros. El primero de ellos fue Frans Hals (1588-1666), que
destacó por ser, probablemente, el mejor retratista de su generación. Su pincelada libre,
enérgica y atrevida –que ha sido vista en muchas ocasiones como antecedente de la pintura
del siglo XIX- fue aplicada a retratos que transmiten la vivacidad, la seguridad y la alegría de
los holandeses de su época. Puede decirse, además, que fue quien hizo cuajar
definitivamente el género del retrato de grupo, en el que solían aparecer inmortalizados los
miembros que conformaban algunas de las corporaciones cívicas de la sociedad holandesa.
Entre estas obras destacan La milicia cívica de San Jorge de Haarlem (29) y Las rectoras del
asilo de ancianas de Haarlem, composiciones hábilmente construidas y que transmiten a la
perfección el carácter de cada una de estas agrupaciones.
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La figura más interesante es, sin embargo, Rembrandt van Ryn, que como Rubens puede
considerarse entre los más grandes de la pintura universal. Su vida tuvo paralelismos con la
del maestro flamenco, pero también notables diferencias, como su pintura. Estudio en su
país, aunque entrando en contacto con pintores que conocían las creaciones de Caravaggio.
Instalado en Amsterdam, alcanzó un gran prestigio e hizo una buena fortuna, gracias
también al comercio y a la especulación. Recibía encargos de todos los rincones de Europa y
su etilo y obras se difundieron por todo el continente, debido igualmente a su genial labor
como grabador al aguafuerte. Sus últimos años, sin embargo, fueron dramáticos, dadas la
muerte de algunos de sus hijos, diversas circunstancias vividas por sus dos esposas y la
ruina económica que le sobrevino.
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El siglo XVII fue el Siglo de Oro de la pintura española, pues a lo largo del mismo trabajaron las
personalidades más interesantes de toda la Historia del Arte de nuestro país. Este género, además,
fue el que mejor desarrolló el espíritu de la Contrarreforma, por lo que en las composiciones primó
la temática religiosa, desarrollándose una enorme variedad iconográfica dedicada a Cristo, la Virgen
y los santos de las numerosas órdenes religiosas asentadas en la Península. Del resto de temas, de
hecho, sólo pueden citarse el bodegón y el retrato, pues los mitológicos brillaron, prácticamente, por
su total ausencia. En un primer momento, primaron el naturalismo y el tenebrismo caravaggiesco,
pues el realismo y los efectos lumínicos ya habían comenzado a trabajarse en la etapa anterior, en El
Escorial. A partir de la segunda mitad del XVII, sin embargo y partiendo de esta tendencia, se
desarrolló un estilo más triunfalista, opulento, colorido e influido por la obra de Rubens,
configurándose el pleno barroco español. La corriente clasicista, sin embargo, no tuvo especial
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incidencia, dadas la ausencia de una burguesía ilustrada y los prejuicios morales y religiosos que
inundaban la mentalidad española de la época. Sólo a partir de la llegada de los Borbones, y gracias
a la actividad de artistas extranjeros, se produjo cierto desarrollo de dicho estilo.
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En 1623, gracias a su
éxito y ayudado por sus
contactos sevillanos, se
trasladó a Madrid para
trabajar como pintor de
corte. Su aprendizaje,
entonces, se vio
tremendamente
favorecido, pues pudo
estudiar directamente las
colecciones reales y
conocer tanto a los
pintores que trabajaban
para el rey como a las
grandes figuras
internacionales –Rubens,
40 por ejemplo-. Debido a
esto, su extraordinaria
técnica se afinó, aumentando su capacidad para plasmar la realidad. Al mismo tiempo reducía
su tenebrismo y dejaba de lado la temática religiosa, para abundar en las representaciones
mitológicas, aunque tratadas como si fuesen escenas de género. Todo esto puede apreciarse
claramente en El triunfo de Baco (40), más conocido como Los borrachos, donde aparece el
dios clásico rodeado por unos simples vendimiadores de la época en estado de embriaguez.
Incitado por Rubens, llevó a cabo su primer viaje a Italia, donde estuvo entre 1629 y 1631.
Aquí contactó con los ambientes clasicistas y se impregnó de la pintura veneciana. Fruto
de estas experiencias fue La fragua de Vulcano, obra en la que siguió insistiendo en las
características anteriores de su pintura, aunque enriqueciéndolas con unos desnudos muy
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clásicos, con una composición espacial muy equilibrada y una atmósfera lumínica muy bien
lograda. A su regreso a Madrid continuó su maduración; fue la época en la que realizó para el
Buen Retiro La rendición de Breda (41), más conocido como Las lanzas, o su magnífica serie
de retratos de corte, muy realistas y con personajes dotados de impasible serenidad. Entre
los inmortalizados se encontraron incluso los bufones de palacio. Mientras ocurría todo esto,
su pincelada se fue soltando y su paleta aclarando, mientras que sus atmósferas cada vez
eran más aéreas. Decisivo en todo esto fue su segundo viaje a Italia, realizado en 1649 por
encargo directo del rey. Fue entonces cuando realizó uno de los mejores retratos de toda la
Historia del Arte, el del Papa Inocencio X, un portentoso ejercicio de captación de la realidad y
de la personalidad del retratado que influyó tremendamente en el desarrollo posterior del
género.
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Trabajó las escenas de género, mostrando la vida cotidiana de los barrios bajos de la Sevilla
de su época con un tono sencillo, benévolo y optimista. Entre las obras de este tipo hay que
nombrar Niño espulgándose, Mendigos comiendo frutas o Mujeres en la Ventana. Sin
embargo, sus obras más habituales fueron las religiosas. Algunas de ellas presentaban las
escenas como si perteneciesen a la vida cotidiana, algo que se ve en La Sagrada Familia del
Pajarito (44) o en Santa Ana enseñando a leer a la Virgen, ambas del Museo del Prado. En
estos cuadros, los personajes sagrados, además, se ajustan a tipos devocionales muy
sentimentales y dulces, algo que define por completo su labor y que contribuyó a su
tremendo éxito. El ejemplo cumbre de esto fueron sus numerosas Inmaculadas, que muestran
a la Virgen como una niña hermosa y cándida que se eleva sobre abigarrados y cálidos
fondos de nubes. En sus retratos, por último, también realizó aportaciones plenamente
barrocas, al incluir enmarques arquitectónicos fingidos de los que los personajes parecían
querer salir; véanse al respecto su autorretrato de la National Gallery o el retrato de Nicolás
de Omazur.
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