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Qué otra cosa se desencadena que una persecución cruel contra los que
viven piadosamente en Cristo y contra los ejércitos de las virtudes en
formación, cuando luchan la soberbia contra la humildad, la vanagloria contra
el temor del Señor, la simulación de la verdadera religión contra la
verdadera religión, el desprecio contra la sumisión, la envidia contra la
felicitación por el bien ajeno, el odio contra el amor, la detracción contra la
libertad de una corrección justa, la ira contra la paciencia, la mala intención
contra la mansedumbre, el ensoberbecimiento contra la satisfacción, la vida
mundana contra la alegría espiritual, el embotamiento del alma o la indolencia
contra el ejercicio de las virtudes, la vida errante contra la firme estabilidad, la
desesperación contra la confianza que da la esperanza, la lujuria contra
el desprecio del mundo, la dureza de corazón contra la misericordia, el fraude
y el robo contra la inocencia, el engaño y la mentira contra la verdad, la gula
contra la sobriedad en el comer, la alegría insensata contra la moderada
aflicción, el mucho hablar contra el discreto silencio, la impureza y la lujuria
contra la pureza de la carne, la fornicación espiritual contra la pureza de
corazón, y cuando lucha la apetencia de este mundo, que anegándose a sí
mismo se opone al amor de la patria celestial contra ella ( Atribuido a San
Agustín. Combate entre los vicios y virtudes. I)
Todas estas luchas se dan dentro y fuera de nosotros. Unas veces nosotros
mismos somos el campo de batalla, mientras que otras veces somos actores
de cualquiera de los “bandos” en conflicto. En cualquier conflicto aparece la
duda de quién es el que lleva la razón y quien intenta engañar al otro. Cada
cual expone sus razones e intenta convencer a quien defiende lo contrario.
Esta situación se agrava cuando no existen únicamente dos contendientes,
sino una buena cantidad de posturas y sensibilidades diferentes. Entonces
quien toma el mando es la emotividad, que nos lleva a sentirnos enfrentados
a los demás antes que entendernos como desorientados. Si aceptáramos
nuestra incapacidad para ir más allá de las apariencias, nos daríamos
cuenta que el maligno anda enredando en todo momento para hacernos
sufrir y perder el rumbo. El maligno nos inocula de fariseísmo, es decir, de
la hipocresía que defiende y se enorgullece de lo aparente y desprecia lo
sustancial. Luchamos por ganar una partida en la sólo podemos perder.
Perdemos si nos enemistamos de forma más o menos violenta. Perdemos si
los alejamos cordialmente, dejándonos vivir como cada cual desea. En ambos
casos quien vence es el maligno y suma un tanto a sus victorias.
La indiferencia
La indiferencia religiosa es, por su propia naturaleza, un fenómeno especialmente
difícil de circunscribir. En su forma más radical indica desinterés y desapego por Dios
y por la dimensión religiosa de su existencia. La persona indiferente vive de espaldas
a Dios y no le escucha ni le hace caso.
Actualmente la indiferencia religiosa representa sin duda uno de los aspectos más
preocupantes de nuestra época, ya que se trata de un fenómeno en continua difusión
y que afecta a todas las clases sociales. Entre los factores principales que han
determinado esta realidad hay que destacar la gran revolución técnico-científica así
como la ideología del consumismo desenfrenado, lo cual está afectando grandemente
a la civilización de nuestro tiempo.
Se vive para consumir, se juzga bueno o válido lo que es eficaz aquí y ahora, no hay
tiempo para preguntarse por los grandes problemas de la existencia humana y, por si
pareciera poco, los aparatos electrónicos modernos, tales como computadoras,
laptops, tabletas, teléfonos móviles inteligentes, etc., han conseguido desviar e incluso
apartar el interés del ser humano de la verdad religiosa, haciendo que la vida dependa
más de estos aparatos que de Dios.
.- El desinterés por todo lo relacionado con Dios y por su presencia en la vida del ser
humano.
Conclusión
La religión no es algo extraño puesto que ha estado con el ser humano desde el
principio de los tiempos. Está claro que Dios no ha sido inventado por el hombre,
sino que el hombre ha sentido la presencia de Dios en su vida.
La religión no constriñe, sino que da libertad. Los creyentes aceptamos a Dios como
parte de nuestras vidas; no como algo extraño, sino como algo intrínseco a nosotros
mismos. Dios es como el respirar: no respiramos conscientemente ni pensamos en
ello, pero lo hacemos.
La religión es vida; vida completa puesto que procede de Dios. Y da alegría, felicidad
y capacidad para vivir, y también la seguridad de ser amados por Dios. Sin embargo,
la religión debemos vivirla con auténtica fe para así tener acceso a una vida completa.
Y para ello no dejemos de acudir a la Iglesia y de practicar la verdadera religión.