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2.2 El papel de la mujer.

La mujer ateniense se encuentra en una situación de inferioridad legal respecto


al varón. Las atenienses dependían durante toda su vida de un tutor: este era su padre y,
tras su muerte, un hermano mayor o algún otro miembro masculino de la familia; ellos
eran los que elegían al marido, en quien, con la boda, recaían los derechos de tutela. Sin
embargo, en caso de divorcio la mujer volvía de nuevo a estar bajo la autoridad de su
familia paterna, a la que igualmente había que devolver la dote. El matrimonio en
Grecia tenía como fin primordial la procreación de hijos legítimos que pudieran dar
continuidad a la unidad familiar, pero una mujer tampoco podía heredar, ya que, según
el derecho ateniense, no podía ser ni poseer ni administrar una propiedad. En caso de
que una hija no tuviera hermanos varones únicamente podía ser una heredera
provisional, una intermediaria en el traspaso de la herencia hasta su heredero legítimo
más cercano con el que debía casarse.
Una vez casada, el ámbito donde se desarrollaba la vida de una mujer era el
hogar. Mientras los hombres se reunían en la asamblea, en los tribunales, en el ágora, o
disfrutaban del ocio con amigos, la mujer pasaba la mayor parte de su tiempo en sus
habitaciones, γυναικῶν, separadas del espacio habitado por los hombres, el ἀνδρῶν.
Incluso cuando el esposo invitaba a sus amigos a cenar, las mujeres y las hijas no se
unían a la reunión, sino que eran esclavas o mujeres de fuera de la casa las que
participaban en el ritual de bebida en común que era el συμπόσιον. Esta división de
los espacios se reflejaba también en la organización de las propias casas atenienses, que
solían tener una sola puerta que daba a las estancias del esposo, quedando las
habitaciones de las mujeres protegidas en el interior, o, de tenerlo, en el piso de arriba.
Desde su infancia la mujer era educada para realizar o supervisar las tareas
domésticas: controlar el trabajo de los esclavos, repartir y administrar la comida,
mandar confeccionar la ropa para aquellos miembros de la casa que lo necesiten y
cuidar de los niños y enfermos. Ahora bien, sin duda una mujer pobre debería hacer ella
todo el trabajo e incluso verse obligada a trabajar fuera de casa como comadrona,
nodriza o vendedora en el mercado. Hay, pues, razones para pensar que las mujeres
ricas vivían en una mayor reclusión que las pobres, pero incluso ellas debían establecer
relaciones de amistad con vecinas u otras mujeres en las ocasiones en las que podían
salir de casa.

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En efecto, pese a esta inferioridad en el ámbito público, las mujeres atenienses
tenían un papel muy destacado en el terreno religioso y ritual: había festivales religiosos
exclusivos para las mujeres, actuaban como sacerdotisas en numerosos cultos y
desempeñan los papeles más importantes en las grandes procesiones religiosas. Además
era también necesaria su presencia en los rituales del nacimiento, matrimonio y muerte,
como garantía de continuidad de la familia.
Hasta aquí, pues, se ha tratado de las mujeres ciudadanas, pero un hombre en
Atenas podía tener relaciones con otras mujeres distintas de su esposa, ya fuesen
relaciones temporales o permanentes. Estas mujeres normalmente no eran atenienses y
entre ellas podían distinguirse tres categorías: concubinas (παλλακαί), cortesanas

(ἑταίραι) y prostitutas (πορναί).

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