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MUESTRA DE POEMA

ANA MARÍA GAZZOLO

[El tiempo queda en mí]

El tiempo queda en mí
y en su caudal
y su razón

Impulsada a jugar con su orden


dispongo
los recuerdos
como rayos inmóviles
Ante el tiempo soy
montaña que crece
resistente

(de Contra tiempo y distancia)


Tríptico florentino

Húmeda la habitación
helada como el miedo y sin las necesarias puertas
Cuarto de hotel perdido
en una ciudad a la que doy la espalda

Padre madre hermano dónde


en que rincón de otro país lleno de infancia
ignoran el acero de esta hora

Llueve en Florencia y en el cerco de mis manos


caen mis pasos por las calles suburbanas
Aquí no hay quattrocento ni río
ni Dante encuentra a Beatrice en esta esquina
Solo acequias y soledad se entrecruzan

II

El esqueleto de un árbol
señala la herida del invierno
He dejado el claustro recostado en la colina
con su paz artificial y corredores lustrosos
Busco la memoria de esta ciudad
desvanecida tras la niebla

Via Ricasoli regada de excrementos


y ni siquiera un ladrido
perfora los altos muros

La tarde baja hacia el Duomo


con esmerado sigilo

III

Las palomas desatan sus alas de tormenta


me esquivan con menuda prisa
Traspaso la puerta del Paraíso
en recogido desafío
Sólo aquí el tiempo detenido
en la castaña quietud de los callejones
Y en los cafés las voces encerradas
Nada más que esta perfecta esfera

No hay recuerdo que agobie


ni mañana que amenace
Su recinto me resguarda del transcurso

Asomada al Arno inmóvil


veo el perfil de piedra volcado
en el fango de las aguas

(de Cabo de las tormentas)


Via Bolognese

Calle empinándose
por donde baja en viento
que hace difícil la cuesta

Calle despertando
Se abren las puertas
y escobas inquietas barren las veredas

Rumor que se levanta y la revive


Buenos días
de vecinos mirándome de reojo

El aroma del pan recién horneado


acompaña mi ascenso cada mañana

(de Cabo de las tormentas)


[¿No te retuerces…?]

¿No te retuerces con el chillido del silencio?


¿No te alarma el vacío entre el cuerpo rotundo del ahora y la abreviatura del ayer?
¿No pende tu cabeza como una interrogación?
¿No declina lenta mi espalda?
¿No sientes acaso que el aire no respira?
¿Sabes que de donde venimos no quedan sótanos ni estatuas
que edificios puentes y avenidas cayeron por los balcones
y el último ladrillo rozó el talón de nuestra marcha?

El camino es un lagarto inmóvil


un oscuro charco que destella y confunde

¿Qué azar te subió a este vehículo sin estribo


Donde me sobrecoge el vuelo de las sombras?
¿Ensayas como yo la urgencia de existir?
¿Abrigas el alma en el bolsillo?

Cabalgan por el páramo dementes alaridos


¿No lo escuchas?

(de Arte de la noche)


[El suave rumor…]

El suave rumor de un papel


La frágil caligrafía del principio
El temblor del aire Las venas en el aire
El mirar infinito La mar del mirar
La marca del silencio sobre los labios
El cálido vino de las palabras
La esquina antes colmada de vacío
El paso que responde
El desconcertado vuelo de los dedos
El tacto del aliento
Las noches en vela El ardor insomne
La arena filtrándose y cayendo
El deseado rumor deslizado bajo la puerta

(de Arte de la noche)


[Hay momentos…]

Hay momentos en que el tiempo se junta


se niega a ser después y es todo ahora
y la mortaja viste el cuerpo que sueño
y el ansia corre por una calle sin puertas

Hay vidas en las que el tiempo ido


se extiende sobre los diarios pasos
persistente y devastador como el oleaje

El tiempo sin salida


sin abiertas avenidas ni campos soleados
el tiempo aquí
con sus pérfidas voces

(de Arte de la noche)


Memorias, 2

Flotan los vilanos en la habitación en el aire. Navíos transparentes de ni una a ninguna


parte, ondulan como las olas de un mar aquietado u mudo. Un cuerpo que ya no sueña
abre sus venas a la luz, asoma al inútil balcón del tiempo.
El habla de las paredes tiene un acento familiar, repite el enfebrecido tono que los años
no apagan. Sílabas sin consuelo muerden más tarde. Nada de qué sujetarse. Solo la
transparencia, el abandono, el pasmo.
Ninguna ruta me devuelve ya el espacio de la sombra. Logré escapar tras su cuerpo y
me quedé sombra yo en el aire. Pobre esqueleto iluso que trajina este cielo.

(de Arte de la noche)


[Vuelvo a ordenar frascos…]

Vuelvo a ordenar frascos, a recoger papeles y mapas dispersos, a instaurar el orden de


lo breve y fugitivo. El vendaval que revolvió la tarde ha cesado, pero queda un temblor
en el tacto de las cosas, una huella erizada bajo la piel. Me sorprendió cuando
trazaba coordenadas, sacudiendo las patas de mi silla. Vino rasante. Yo no había
advertido su cauto silbido ni el paulatino aumento de humedad en el aire. Mi diaria
tarea me había atrapado. Calculaba, medía, anotaba rumbos y arribos posibles.
Pasaba horas en este ejercicio de lo incierto.
Ahora observo los rincones colmados de detritos de lejanos puertos, aspiro el olor
hiriente de los sargazos y me pregunto hacia dónde habrán de navegar los restos de
estas orillas. La habitación trastornada recalca la inutilidad de los objetos. Recuerdo
que el tiempo tiene agujeros por donde se cuelan, veloces, incalculables espacios de
sombra.

(de Cuaderno de ultramar)


[Denso, envuelto en papel de seda…]

Denso, envuelto en papel de seda, amaneció el tercer día. Como los días del Ártico,
iguales a sus noches, pero blancos, donde cada paso horada el espesor de la nada. La
niebla había abolido las sombras. Invadiendo lentamente el espacio fue cancelando y
confundiendo. Cuando bajé las escaleras, la casa no tenía paredes y en el lugar del
techo un cielo sin fronteras se había instalado. La luz no venía de ninguna parte ni
tenía rumbo. Parecía estar en el centro de las cosas. No pude ver mis pies andando
sobre un suelo sin sonido y mis manos se perdían tratando de asirse a objetos
anulados. Quise pegar mi cuerpo a la tierra, pero hasta el placer del roce se había
desvanecido. Me hallé sin peso, sin aliento, no me quedó sino aguardar a que el tiempo
echara a andar o me abandonara en ese reino de turbia claridad.

(de Cuaderno de ultramar)


[Vigésimo día, o trigésimo…]

Vigésimo día, o trigésimo, tal vez, el tiempo se desordena. Un viento blanco ha


rodeado hoy la casa y una delgada capa de hielo ha envuelto las cosas. Guardados en
su estuche helado, el reloj marca una hora perdida, un resto de calor en la pipa opaca
la envoltura y el catalejo encierra la visión del último horizonte. Los vendavales del
estrecho han empujado este blanco estupor por imposibles senderos hasta el confín del
desierto donde he creído abrigarme, y ahora lo contemplo y constato su larga fatiga.

Turbulentas aguas de soledad atraviesan el extremo del mundo, y aunque no volveré a


surcar ese pasaje, el azote de sus temporales todavía me alcanza.

(de Cuaderno de ultramar)


Ana María Gazzolo (Lima, 1951)

Contra tiempo y distancia (Lima: Editorial Ausonia, 1978)


Cabo de las tormentas (Lima: Jaime Campodónico / Editor, 1990)
Arte de la noche (Lima: Editorial Colmillo blanco, 1997)
Felice Ianua. Cuaderno de ultramar (Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2004)

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