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“Para Deleuze la tarea del etnógrafo consiste en captar las complejas articulaciones y
combinaciones de conjunciones y disyunciones entre actores, prácticas, ideas y normas
en el devenir concreto de la vida social -lo que la gente hace-, y evitar las teorías
etnocéntricas, que inscriben el “campo” donde se realiza la investigación en una
totalidad específica, y le asignan una unidad particular o un modo de división interna
propio. [...] la antropología se caracteriza por el despliegue de una sensibilidad para
captar las múltiples “composiciones” de personas y cosas que, con diferentes
intensidades y visibilidades, conforman el diario transcurrir de la vida social.” (15).
Relata un fragmento de Clastres, donde da cuenta de su posición como antropólogo de
tratar de quebrar la resistencia que ponían los achés, ya que se mantenía en silencio.
“Lo que queda claro en este testimonio es que el antropólogo también es un actor clave
en esas composiciones de conjunciones y disyunciones de personas y cosas que Deleuze
identificaba en su reseña” (16).
“La vida, instrucciones de uso”: una parodia que pone en cuestión los principios
fundacionales de la antropología
Relatan en este apartado el caso de una novela que retrata a un antropólogo, discípulo
de Malinowski, busca a una tribu para comenzar con su observación participante, pero
esta población era esquiva, se escapaba cada vez que aparecía este señor, se perdían en
la selva. Ese relato, se asemeja mucho a lo que se esperaba de un antropólogo en la
década del 70’. Resignifican la misma, “porque lo cierto es que la posición del
antropólogo es paradojal: su vocación es la de observar y registrar, pero su copresencia
y su coparticipación en una situación dada la afecta directa o indirectamente, así como
afecta su propia investigación.” (18).
“Ya sea que se la perciba como marcadamente intrusiva o sujeta a negociación, la
relación antropológica en el trabajo de campo es siempre política, no tanto en el sentido
de que el antropólogo o la antropóloga compartan una ciudadanía común con sus
interlocutores o que se involucren personalmente en su defensa, sino porque esta
posición particular, intrusiva e interviniente, lejos de objetivar un orden y un sistema de
lugares y ubicaciones establecidas, se orienta, ante todo, a cuestionarlos y
desestabilizarlos.” (19).
Una subjetividad de intersección
El antropólogo o la antropóloga intrigan, están en el cruce de trayectorias, como una
contingencia, donde son interrogados a menudo por qué hacen allí, cuáles son sus
objetivos, y demás. Esta subjetividad de intersección se inscribe en una relación
esencialmente política. Desde la mirada Foucaultiana, “el antropólogo participa de
relaciones de poder y produce efectos políticos en la medida en que su presencia tiene
efectos desestabilizantes sobre la distribución de los sensible propia del lugar donde
desarrolla su investigación.” (20). Si consideramos que esto es una intervención, en un
sentido fuerte del término, podemos comprender que la participación del antropólogo
tiene efectos que no son controlables.
“Ya sea que se produzcan en contextos institucionales o en grupos políticos o sociales,
los efectos de desestabilización son consustanciales a la operación etnográfica” (21).
Para Deleuze las líneas de fugas dan cuenta del devenir de la sociedad, “no remiten
necesariamente a los “márgenes de la sociedad”, sus “estados de excepción” o sus
momentos de crisis, sino a los procesos y niveles donde la sociedad, a la vez que se
reproduce a sí misma en un nivel, en otro se transforma en otra cosa.” (22)
“Al sumergirse en la capilaridad de la vida social, la etnografía evidencia que el ejercicio
de, los formatos y los efectos del poder desbordan constantemente estos dualismos. Y
allí irrumpen las paradojas, las contradicciones y los deslizamientos inherentes a su
vitalidad.” (22).