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Doce cuentos peregrinos de Gabriel García Márquez: El tiempo (no) corre

Melissa Cammilleri
Escuela Normal 4°, Caballito.

Durante esta experiencia de ser docente por unos días, recuerdo ahora una
escena que me parece significativa o, al menos, iluminadora de varios aspectos, y que
me ayudó a repensar algunos preconceptos que tenía yo sobre dar clase de literatura y
“lidiar” con grupos numerosos de chicos. Era el primer día que arrancábamos las
prácticas y yo justo me había enfermado, estaba con gripe y fiebre y tenía miedo de que
no pudiera hablar o leer en voz alta; incluso pensaba que iba a quedar mal en frente de
todos los chicos, porque creía que la primera impresión del docente era clave para
ganarse la confianza de los alumnos, cuando en verdad esto es fruto de un largo y
constante trabajo de idas y vueltas.
Como era la primera clase, con Sabri habíamos decidido ir a leer a la biblioteca.
No había mucho espacio para todos. Los chicos estaban dispersos en el piso sobre
almohadones y unos pocos sobre una mesa de madera, varios nos daban la espalda.
Habíamos elegido para leer “Me alquilo para soñar”, y cada tanto frenábamos la lectura
para oír comentarios. Nosotras estábamos a un costado, y yo me había puesto detrás de
una mesada porque no tenía mucho espacio. Entre ocurrencias de los chicos, Sabri
acotaba cuestiones interesantes y se expresaba tan bien que yo quería comentar cosas,
detalles del cuento, a veces sólo para parecer simpática o “copada” y a veces para hacer
reír; en verdad hacía un esfuerzo porque apenas podía hablar, me sentía bastante mal.
Pero además, a la vista, todo me resultaba bastante desprolijo. Leíamos y cortábamos
mucho, los chicos se entusiasmaban y tiraban ejemplos, criticaban el cuento, se reían de
actitudes “tontas” y ridículas de los personajes, es más, alguno tiró que el cuento era una
porquería. Pensaba que todo era desprolijo porque con tantas acotaciones nos corríamos
del guión y nos íbamos por las ramas, nos corría el tiempo. Quizás, pienso, no
participaba tanto para no dilatar la lectura. Cuando lo terminamos de leer, saltamos
directamente a la otra actividad –que era comparar el cuento con su adaptación a nota
periodística, que salió publicada en el diario El País- y cortamos algunas inquietudes,
clausuramos la lectura para poder cuadrar la clase según nuestro guión, y no al revés.
Tan forzado fue esto, que nombramos algunos conceptos complejos, como la categoría
de ‘compromiso’ o de escritor intelectual, sin pensar si realmente valía la pena meterse
en algo así en sólo 5 minutos, si explicar esto era funcional a la clase, si los chicos lo
entenderían o siquiera si les interesaría. No lo pensamos porque estaba en el guión y no
podíamos romper con lo escrito, como si fuera una la “ley” o autoridad máxima.
En verdad, ahora lo veo, esta operación que hacen los chicos cuando leen, sin
tener tanto bagaje o libros encima, es sumamente enriquecedora, ellos estaban tirando
abajo nuestras lecturas cerradas y académicas, y estaban “desacralizando” a García
Márquez o, quizás mejor todavía, estaban dándole una vida nueva. Formulaban
preguntas y cuestionamientos espontáneos, se guiaban por el instinto, se dejaban llevar
por la lectura y la imaginación: una chica dijo que el cuento parecía un policial, otro
cuestionó acciones de personajes –“¿Por qué la mujer no predijo su propia muerte?”-,
otro dijo que Gabo se había equivocado de papeles al publicar esto en el diario. A
nosotras dos nunca se nos habían ocurrido estas posibilidades, y eran un buen puntapié
para debatir, desarrollar, escuchar las lecturas refrescantes de los chicos. Ellos
desbordaban de preguntas, iban más rápido que nosotras. Esta explosión de ideas o
brainstorming que tuvimos que recortar y clausurar, me hizo ver cómo es mejor recortar
sobre la marcha, escuchar y no imponer; cómo es más provechoso aprovechar el
material y lo que suscita, prestar atención a lo que surge en el momento de manera
espontánea, y que desencaja, desestabiliza los guiones y los preconceptos de una misma
–yo que tenía lecturas ya preparadas del cuento, y que además pensaba que los chicos
no se iban a movilizar tanto por un cuento de un señor que desconocían-. Mejor, luego
nos dimos cuenta, era ir a lo concreto, al libro, a las preguntas y chistes que surgían, a
las interpelaciones críticas. Finalmente, los chicos participaban por sí solos, sin
necesidad de que una los señalara –por ejemplo, había intentado que los de la mesa
participaran sin lograrlo-, dejándose llevar por la lectura.
Esta primera experiencia de sentirme corrida por el tiempo, de necesitar encajar
lo programado en el reloj, me hizo repensar el rol del guión y de las prácticas. Así
programamos cambios para la próxima clase. Por mi parte decidí ir más relajada, prestar
atención a los pequeños detalles y ocurrencias, leer y detenerse con tranquilidad en los
textos, estar abierta a dejarme atravesar por las lecturas y palabras de los chicos;
recortar, escuchar, recortar, participar, y recortar siempre que fuera necesario. La
segunda clase, a mi parecer, fue la mejor.

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