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Entrevista a Carlos Skliar: Hay que volver a una escuela de la inutilidad

11 de junio de 2017

El investigador de Flacso y del Conicet dice que las instituciones no deben convertirse en
una carrera para formar adultos infelices y que están pensadas para capacitar a “futuros
empleados”.

Carlos Skliar propone una “escuela de la pereza”, de la “inutilidad”: una idea anarquista
de escuela. “Planteo volver a una escuela que no sirva para nada, si servir quiere decir
servir para el trabajo”, plantea Skliar, con la certeza de que la propuesta va a contrapelo
de los tiempos que corren.

Skliar es doctor en Fonología e investigador de Conicet y de la Facultad Latinoamericana


de Ciencias Sociales (Flacso). Días atrás disertó en Córdoba sobre el dilema de enseñar
para el mundo o de enseñar para la vida, invitado por la Universidad Católica de Córdoba
(UCC). En una pausa de una charla multitudinaria, conversó con La Voz .

Desde la primera pregunta sobre los desafíos de la escuela hoy, Skliar aclara que habla
desde la filosofía de la educación, no desde “el sistema”. “Creo que hay tres planteos.
Una pregunta es cómo las sociedades actuales sostienen la idea de la trascendencia de la
educación. Tengo la impresión de que la respuesta es que hay una manifiesta soledad en
las instituciones educativas y en los maestros para poder sostener esa trascendencia. Es
decir, todo el mundo inflama el pecho y llena su boca proclamando esta esencialidad de
que sin la educación nuestra sociedad, ninguna sociedad, funcionaría. Eso me lleva a una
segunda cuestión, que es la naturalidad con la que se ha afirmado que educar tiene que
ver con conocer el mundo y aprender a vivir. Ninguna definición de educación puede
omitir mundo o vida. La formulación repetida es salir al mundo, no quedarse en el mundo
privado de la familia o el barrio, salir al mundo real, de lo múltiple, diferente y, allí,
aprender a vivir”.

–¿Qué implicaría salir al mundo?

–La pregunta que ahora me conmueve es si es la idea tan natural de mundo es reemplazada
por mundo laboral o mundo del mercado. Entonces, educar es salir, sí, pero al mundo del
trabajo, que no es lo mismo que al mundo. Y el segundo reemplazo es que ya no se
aprende a vivir, sino que se aprende a ganarse la vida. Y este es un juego muy diferente
de sentido, en símbolos. Y, materialmente, también lo es. Hoy podría decir que todo lo
que leo de grandes propuestas y lineamientos pedagógicos en el mundo responde a la
cuestión de que hay que educar para ir al mercado de trabajo y aprender a ganarse la vida.
A mí no me apetece esta idea.

–¿Las propuestas educativas van en ese sentido?

–En general, todas las propuestas van al mercado de trabajo y a ganarse la vida. Así el
mundo y la vida han quedado muy reducidos, muy estrechos, y la educación se ha vuelto
como la época: utilitaria, provechosa, acelerada. Frente a eso empieza a surgirme la
sospecha de que hay que separar un poco mundo y vida.

–¿De qué manera?


–Esto, que es un problema filosófico, necesita una respuesta pedagógica: cómo podemos
cuidar la infancia de no entrar tan rápida y vertiginosamente en este mundo del mercado,
creando una educación que le dé tiempo para ser infancia y no convertirse rápidamente
en una carrera de adultos desdichados. La formación ha perdido vitalidad, la formación
ya no tiene que ver con la vida. Tiene que ver con cómo están las cosas en el mundo.

–¿Cómo sería una educación para la vida?

–Es lo que estoy imaginando. ¿Se podrá sustraer la educación infantil y la primaria de
esta trayectoria hacia el trabajo y plantearla más adelante? Es decir, que la función
educadora sea sostener la infancia, definida como su tiempo libre todo el tiempo que sea
posible. Eso es lo que estoy trabajando ahora. Que la escuela, al menos la primaria, se
sustraiga de conocimiento lucrativo y tecnológico, a contrapelo con el mundo, lo sé. Pero
es que ya vi la escuela que el mundo pretende; existe y es, a mi modo de ver, nefasta. Son
las escuelas Samsung, las escuelas ya captadas por las empresas tecnológicas y que
plantean un desarrollo individual, un currículo personal, motores de búsqueda, relación
directa con la tecnología, donde no hay conversación, no hay maestros, no hay libros y
tampoco hay una formación en el sentido general, sino en un sentido lineal y muy
específico. Esas escuelas no están pensando de dónde nacen los nuevos filósofos, los
nuevos poetas, los artistas, sino en cómo formar a sus futuros empleados.

–Esta formación que piensa en formar para el mundo del trabajo, ¿cómo influye en
la sociedad toda?

–Uno tiene que imaginar no sólo el trabajo, que es fundamental, sino una formación
mucho más amplia, una formación cultural. Hago la diferencia entre formación cultural,
que era propia de las escuelas, y una formación natural y una formación para el empleo.
Cuando pienso en la educación, sigo pensando en una formación trascendente. Si estamos
hablando de una práctica para el trabajo, entonces la esencialidad se la quitamos, no era
tan importante para la vida sino para conseguir trabajo, si es que lo hubiera. Hay un
mundo que yo juzgo horroroso en los términos capitalistas de la expresión –que otros
autores han llamado hiperconectividad, utilitarismo o provecho– y que, como única
rebelión, te plantea detenerte, ni siquiera ir más despacio, y que está creando nuevas
formas de segregación que tienen que ver con los incompetentes, los que no pueden
formar parte de ese mercado.

–¿Qué hacer, entonces?

–Lo que se está planteando es que la aceleración sería la virtud, la detención sería el
defecto. Cuando desde mi perspectiva la detención sería la única rebelión posible frente
a un mundo que no te deja descansar. Frente a eso propongo una escuela de la pereza, de
la inutilidad, volver a la idea anarquista de escuela, volver a que no sirva para nada. Si
servir quiere decir servir para el trabajo, que no sirva.

Lo público: ofrecer otro destino

–¿La idea de una escuela de la pereza está pensada para todos los ámbitos, para todo
tipo de escuela?
–Es que, si no, el mundo queda dividido entre los que nacieron con buena suerte y los que
nacieron con mala suerte. Ahí lo público tiene algo que hacer, algo que responder, que es
cómo cambiamos la suerte de los que han nacido con mala suerte. Para eso está lo público,
para ofrecer otro destino que no sea donde has nacido. La escuela es donde empieza el
mundo real y debería servir para multiplicar destinos y no para reproducirlos. Y creo que
sí es para todos, es para todos volver a echar las cartas.

–Como idea está buena…

–Siento que hay mucha gente que lo está pensando en el mundo como reacción a una
escuela que se ha vuelto una cara infantil de un mundo adulto desdichado. Aunque no sé
las estadísticas exactas, sí podría decir que más de la mitad de la población no trabaja de
lo que hubiera querido. Ya eso es suficiente para decir que el mundo es un horror. Lo que
estoy planteando es que el mundo está tendiendo a ubicar al adulto como figura de la
desdicha. No hago lo que quiero, no tengo tiempo para nada. Desde esta doble figura yo
pretendo que la educación cambie a ese adulto, porque si esta es la imagen del adulto que
se está reproduciendo a través del mundo en la vida escolar, hay que cambiar la vida
escolar. Eso es lo que me planteo, cómo recuperar una dicha infantil.

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