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Aaah EL SOCIALISMO
JORDI GUIU
Profesor Titular de Sociología de la Universitat Pompeu Fabra
' Autores como Morelly, Mably, Raynal, etc. Para el socialismo antes de Marx, cf. Dominique
DESANTI: Los socialistas utópicos, Anagrama, Barcelona, 1973, y GIAN MARI
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formuló duras críticas a Proudhon), las relaciones entre marxistas y anarquistas ha-
yan sido duras e incluso violentas. Este enfrentamiento se exacerbó en el seno de la
I Internacional, donde Marx y Bakunin (1814-1876) lucharon por el control de la
organización hasta su disolución en 1872.
Para el anarquista ruso Mijail Bakunin el hombre es un ser naturalemente so-
ciable y libre y por lo tanto su realización requiere por igual de asociación y liber-
tad. En el capitalismo los individuos están igualmente constreñidos por la relación
salarial y la jerarquía autoritaria. Una sociedad emancipada es aquella en que se
pueda operar por medio de la libre asociación de los individuos en vistas a la reali-
zación de objetivos comunes, un ideal no demasiado distante del comunismo de
Marx 4
Cuando Karl Marx (1818-1883) se vio obligado, como tantos compatriotas su-
yos, a emprender el exilio desde su Alemania natal, orientó sus pasos hacia la ca-
pital de Francia. Allí, en el período que va de 1843 a 1845, y en estrecho contacto
con los círculos obreros revolucionarios, se forjaron las ideas básicas de su ideario
político. Al parecer, fue especialmente significativo su contacto con una asociación
‘ Para una interpretación liberturiu del pensamiento de Marx que no oculta sus conflictos con el
anarquismo véase Maximilien RUBEL: Kurt Murx.’ essui dc biographie intellectuulle, Marcel Riviére,
París, 197 1.
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Resulta un tanto paradójico afirmar que, siendo Marx uno de los hombres que más
ha influido en el universo político de los últimos cien años, no exista en su obra un
pensamiento político en sentido positivo. Su reflexión política, que sin embargo está
presente en la práctica totalidad de sus escritos, posee más bien un carácter crítico y,
finalmente, pospolítico. Pues, efectivamente, la obra de Marx (y de Engels) se podría
interpretar globalmente como una crítica a la inautenticidad de la política y a sus
manifestaciones, en primer lugar del Estado. En ella la política se nos muestra como la
expresión fenoménica de algo más real: las relaciones ————econó— micas— que mantienen
los hombres entre sí para satisfacer sus necesidades. La his— toria de todas las sociedades
es, según sus palabras, «la historia de la lucha de cla— ses». Con esta expresión se nos
viene a decir que es ahí, en el encuentro conflictivo entre las clases, donde hay que
situar la sustancia de la historia, aquello de lo que la política es expresión distorsionada.
Marx comenzó a elaborar su crítica del Estado y de la política en su juvenil ajus-
te de cuentas con la filosofía hegeliana recogido en su Crítica de la filosofía del de-
recho de Hegel 6 La filosofía hegeliana presentaba al Estado como la conciliación
de aquellos intereses particulares que en la sociedad se veían enfrentados y, en este
sentido, Marx considera que el Estado —al igual que la religión— viene a ser la
consciencia tergiversada de un mundo escindido. El Estado hegeliano encubre y
oculta el mundo real al presentar «con un barniz espiritual un mundo vacío de es—
píritu». En este mismo escrito Marx se distancia de sus propias posturas anteriores
cuando pugnaba por una revolución liberal en Alemania que siguiera los pasos de
la Revolución francesa. Aquí Marx considera ya a la Revolución de 1789 como una
’ Engels, en 1885, escribió unas páginas en las que nos ofrece algunas notas que nos permiten
apreciar la significación de esta asociación. Cfr. F. ENGELS, «Contribución a la historia de la Liga de
los comunistas», en Mcirx-En gels.‘ Obras escogidas, Progreso, Moscíi, 1973, vol. III, p. 184.
º Existen varias obras de MARX y ENGELS traducidas al castellano bajo la dirección de Manuel
SACRISTÁN.
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' Para una discusión del postulado materialista dentro de una reflexión más amplia sobre teoría
de la historia véase Félix OvEJERO: fzz quimerci fértil, Icaria, Barcelona, 1994.
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Sin embargo, lo cierto es que el propio Marx dio por segura una primera fase del
comunismo, luego por sus seguidores llamada socialismo, en la que la escasez
relativa seguiría condicionando la vida social y en la que debería retribuirse a los
individuos «según su trabajo». Pero nada, o casi nada, dijo sobre como debería ser
la vida política en este período.
Fueron las generaciones de socialistas y comunistas posteriores a Marx quienes se
enfrentaron a los problemas políticos de la transición y quienes elaboraron y per—
filaron distintas alternativas.
V. LA SOCIALDEMOCRACIA CLÁSICA
Karl Kautsky (1854- 1938) fue la figura clave tanto del intento de síntesis de un
«marxismo ortodoxo» como de la formulación del «socialismo democrático» que
caracterizaron el pensamiento político de la II Internacional.
A pesar de la ambigüedad de alguno de sus escritos, Kautsky, al igual que Berns-
tein, con quien coincidió políticamente durante muchos aííos, nunca separó el so-
cialismo de la práctica democrática. Si bien llegó a proclamar que el partido obrero
no debe atarse de manos y aprovechar todas las situaciones, o que es imposible de-
cir nada acerca del carácter pacífico o no de la transición al socialismo conce
ción de la revolución está muy lejos del modelo blanquista y del programa revolu-
cionario formulado por Marx —y Engels— entre 1843-1848. Para Kautsky la principal
misión del proletariado era, en primer lugar, asegurar un grado de libenad democrá—
tica. Para ello, en países como Alemania, Austria y la misma Rusia, sometidos a re—
gímenes autocráticos preburgueses, el movimiento obrero debería, si era necesario,
realizar una revolución política en alianza con otros sectores sociales. Allí donde las
formas democráticas ya estaban plenamente establecidas (algunos países de la Eu—
ropa occidental y los Estados Unidos) el movimiento obrero ya podía dirigir sus es—
fuerzos a la emancipación de los trabajadores. Para ello confiaba en los efectos de
un cierro automatismo de la economía capitalista: la contradicción irresoluble entre
capital y trabajo, la consiguiente lucha de clases, el ensanchamiento del movimien-
to obrero y la formación, en suma, de una mayoría social favorable a los intereses de
la clase obrera. En esta situación el término «revolución» quedaba reservado para
designar la completa alteración de la estructura de clases que se produciría con la lle—
gada al poder de la clase trabajadora, entendida ésta en un sentido amplio.
Para Kautsky, pues, la revolución o bien consistía en instaurar la democracia
plena en los países políticamente más atrasados, o en mutar la estructura del poder
³ Cf. Karl KAUTSKY: fe doctrina socialista, Fontamara, Barcelona, 1975, pp. 224 y 239.
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político entre las clases sociales como efecto de la toma del poder mediante la lu-
cha electoral y parlamentaria.
º Para una visión general de la concepción del socialismo y la democracia según BERNSTefN véa— se
la selección de cuatro escritos traducidos y anotados por JOaquín A8ELLÁN: SOcialismo democrá- tico,
Tecnos, Madrid, 1990.
'º Sobre las relaciones entre movimiento obrero, socialismo y democracia véase: Arthur ROSEN—
BERG: Democracia y socialismo. historia y política de lo.s últimos 150 años, Siglo XXI, México, 198l ,
y Adam PRZEWORSKI: Cupitalis m and Socialdemocrac y, Cambridge University Press, Cambridge,
1985.
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' ' Para los escritos de Lenin existen unas Obras Completas, publicadas en Madrid por Akal se-
gt n traducción oficial soviética. También hay unas Obras escogidas en tres tomos, Editorial Progre- so,
Moscú, varias ediciones.
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forma de violencia y subordinación entre las personas, al fin de la división del tra-
bajo. El horizonte comunista quedaba claro, y el perfil diferenciador respecto del
socialismo también, pero no sus condiciones de realizabilidad.
En cualquier caso, al menos hasta comienzos de los años veinte, la mayoría de
los teóricos marxistas «no revisionistas» creían que el proceso revolucionario que
había de conducir en un tiempo más o menos lejano a la sociedad comunista era,
sin duda, un proceso internacional, o que, al menos, el éxito de la Revolución rusa
estaba enteramente condicionado a sucesivos procesos revolucionarios en la Euro-
pa occidental. A partir de este momento, el centro de la discusión entre los revolu-
cionarios fue, ya no el de la «oportunidad» de la revolución en un país atrasado
como Rusia, sino el de la posibilidad de la revolución en un solo país.
Tal vez los que mejor personificaron el debate, no sólo de ideas, entre quienes
creían que la revolución en un solo país era algo así como un contrasentido que no
podía más que degenerar en una estructura de dominación de nuevo tipo, distinta
del capitalismo, pero tampoco socialista o comunista, y quienes creían que el pro-
ceso revolucionario mundial pasaba por consolidar el primer Estado obrero, aun a
costa de contener la revolución n otras partes del mundo, fueron: León Trotski
(1879-1940), con su teoría de la re olución permanente y José Stalin (1879-1953)
y su teoría del socialismo en un solo ís.
Stalin no sólo se hizo con el poder en la URSS y con el control de la III Inter-
nacional, creada por Lenin para impulsar la revolución mundial, sino que, además,
elaboró una particular versión del marxismo que durante décadas pasó a ser el pun-
to de referencia ideológico de muchos revolucionarios de todas partes del mundo.
Si el pensamiento de Marx reflejaba una vocación científica, histórica, crítica y re-
volucionaria, con el estalinismo, el marxismo —junto a la herencia de Lenin— cris-
talizó en un sistema pseudocientífico y doctrinal, el llamado marxismo-leninismo y
sus dos componentes, el materialismo histórico y el materialismo dialéctico. Esta
versión dogmática del marxismo se desarrolló en estrecha relación con los intere-
ses de las burocracias estatales surgidas de la Revolución de Octubre y otras expe-
riencias sucesivas, convirtiéndose en algo así como una ideología de Estado, y como
tal encubridora y legitimadora de un nuevo sistema de jerarquía y desigualdad.
'² En nuestro contexto esta visión ha sido argumentada y defendida por Manuel SACRisTAN. Cf.
Sobre Marx y marxismo, Icaria, Barcelona, 1983.
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En los últimos tiempos, y después de un período de cierta euforia durante los años
sesenta y comienzos de los setenta, el marxismo, en cualquiera de sus varian- tes,
parece haber entrado en una situación de crisis, para algunos de carácter termi- nal.
Muchos son los factores que han incidido en esta situación, algunos tan reales como
el fracaso respecto de los fines proclamados de los regímenes políticos edifi- cados
en nombre del marxismo, otros producto de formulaciones ideológicamente
interesadas. En cualquier caso, desde un punto de vista teórico, que no político, ideo-
lógico o cultural, hay dos grupos de cuestiones a considerar. En primer lugar, los
problemas de orden metodológico (materialismo mecanicista, determinismo eco-
nomicista, holismo, etc.). En segundo lugar, problemas de contenido: el marxismo
ha sido mucho más eficaz como instrumento crítico del capitalismo que como ge-
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plano el papel de los actores sociales; y la que ha subrayado su papel activo y crea— dor
de realidades significativas. La modernidad se habría desarrollado —según Ha— bermas—
siguiendo un proceso de diferenciación entre la lógica —instrumental— del sistema
social y la del mundo vital —de tipo comunicativo—. Finalmente, el mundo de la vida
quedaría subordinado a los imperativos sistémicos; los elemen- tos práctico—morales
quedan expulsados tanto de la vida privada como de la públi— ca y la vida cotidiana
se monetariza y burocratiza cada vez más.
Una reestructuración de nuestras sociedades habría de venir, segú Habermas, de
la mano de la expansión de áreas de acción coordinada por acuerdo alcanzados
comunicativamente. A su vez, el mundo de la vida habría de ser capaz de desarro—
llar por sí mismo instituciones capaces de poner coto a la dinámica interna de los
subsistemas regidos por la racionalidad técnico-instrumental (economía, adminis-
tración) y subordinarlos a las decisiones tomadas a partir de una comunicación li- bre
de coacción.
La preocupación por la racionalidad y la acción individual en relación a las cons-
tricciones sistémicas están en la base de los desarrollos del llamado marxismo ana-
lítico, si bien desde perspectivas muy distintas a las habermasianas.
A menudo se ha considerado que el elemento diferenciador del marxismo res-
pecto de la ciencia social estándar (la también llamada «ciencia social burguesa»)
era su peculiaridad metodológica. El marxismo metodológicamente hablando era
antipositivista, holista, dialéctico e histórico. Sin embargo, esta visión ha sido rota
en los últimos tiempos por la aparición del llamado «marxismo analítico» cuyos re-
presentantes (Jon Elster, Adam Przeworski, John Roemer, G.A. Cohen...) han afir-
mado que «lo peculiar del marxismo son sus afirmaciones esenciales sobre el mun-
do, y no su metodología, y que los principios metodológicos que según muchos
distinguen al marxismo de sus rivales son indefendibles, si no incoherentes» '³
Algunos de estos neomarxistas (Elster, Przeworski, Roemer) se declaran explí-
citamente defensores del «individualismo metodológico» ; otros, como G. Cohen en
su Karl Marx“s Theory ofHistory.- A Defense, se aproximan al funcionalismo, pero
todos ellos consideran que el «nucleo racional» del pensamiento de Marx debe ser
reformulado según criterios metodológicos estándar y alejarse de las formulacio-
nes oscurantistas que afligen a buena parte de lo que se ha identificado como mar-
De entre el primer grupo, tal vez la mejor defensa del individualismo metodo-
lógico de orientación marxista sea el libro de Jon Elster, Making sense on Marx. El
mismo título ya es significativo de las intenciones de su autor: dar sentido a la obra
de Marx. Y aquí dar sentido significa clarificar en términos metodológicos indivi-
dualistas.
Un aspecto fundamental del marxismo analítico es su antidogmatismo, es decir,
el dar prioridad a los argumentos empíricos, lógicos y racionales sobre los ideoló-
gicos. Sin embargo, y un tanto paradójicamente, muchos de los seguidores del mar-
xismo analítico parecen haber llegado al acuerdo de que lo que realmente distingue
al marxismo (reconstruido analíticamente) de las otras ciencias sociales ya no son
' ’ Cf. A. LEVINE, E. SOBER y E. OLIN WRIGHT: «Marxism and methodological individual i sin»,
Ne w' Lefi Review’, n.º 162 (marzo—abri
tanto las cuestiones de método, ni las afirmaciones de hecho, sino su sustrato ético- moral,
precisamente aquella parte menos considerada y aun despreciada del legado de Marx, aquello que
para algunos marxistas de los años sesenta había sido consi- derado un mero residuo ideológico o
humanista " y que, a juicio de estos autores, sigue aportando al mundo de hoy argumentos para la
crítica a la explotación, la alie- nación y la desigualdad.