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El trato del esclavo en España

Ante la evidencia de que la esclavitud ha sido (y es) una realidad cotidiana en el


cien por cien de las sociedades a lo largo de la historia y de la geografía, nos queda
dilucidar, no ya si la esclavitud es más o menos justa, pues en ello creo que todos, y en
todos los tiempos, estamos de acuerdo, sino desde esa realidad, cómo se trata al esclavo;
qué consideración se tiene con él… o qué consideración tiene el esclavista con nosotros.
Ahora no toca analizar ese último apunte que tan cerca lo tenemos, sino el trato
que la sociedad española ha dado al esclavo antes de ser una sociedad esclavista, cuando
era una sociedad que tenía esclavos, y más concretamente nos centraremos en el asunto
en las provincias españolas de América.
Los Reyes Católicos decretaron que los indios no podían ser esclavizados, lo que
ocasionó un problema a la hora de poner en marcha los complejos productivos del
Nuevo Mundo, pues la esclavitud era comúnmente la mano de obra utilizada desde
siempre, por los productores de azúcar de todas las latitudes, y caña de azúcar, además
de minería, eran los trabajos principales a desarrollar en La Española en los primeros
años del siglo XVI.
El problema se agudizaba por el hecho de la debacle poblacional a que se vio
abocada La Española como consecuencia de la transmisión de enfermedades aportadas
por los españoles, todo lo cual coadyuvó a encontrar la solución en la importación de
esclavos negros procedentes de África. Medida que absolutamente a nadie le pareció
peregrina ni nociva. Tal vez extraña sí, ya que chirría esa medida si la comparamos con
la legislación de protección del indio que desde el primer momento y a lo largo de siglos
fue generada por la Monarquía Española, pero aparte la extrañeza por comparación,
normal en todo lo demás.

El problema moral de conciencia por entonces –como en los tiempos de San


Pablo– no se planteaba, en modo alguno, sobre el tener esclavos, sino sobre el
trato bueno o malo que a los esclavos se daba. (Iraburu 2003: 174)

Procurando así, mantener un sentimiento neutro ante el hecho de la esclavitud, al


intentar valorar las relaciones existentes entre la población esclava y sus amos, parece
entreverse una diferencia entre lo acaecido hasta el siglo XIX y lo acaecido a partir de
esta fecha, sin que podamos ni queramos entender un corte absoluto, con diferencias
insalvables entre ambos periodos, entre otras razones porque en las actuaciones
humanas es difícil que se lleguen a producir cambios tan inmediatos y definitivos.
Las diferencias, no obstante, empiezan a notarse tras la Guerra de Sucesión,
cuando los cambios políticos en España, reflejados en el cambio de dinastía reinante,
conllevaron otros cambios en profundidad, cuyos efectos serían aplicados a largo plazo,
si bien desde el principio queda constancia de los mismos.
No obstante, en el asunto que nos ocupa, la concesión del monopolio del asiento
de negros a Inglaterra es un hecho de capital importancia, pues se producía un paso, sin
lugar a dudas el de mayor peso, hacia un cambio en el concepto del hecho de la
esclavitud, por el cual se iniciaba el camino parta convertir una sociedad libre que tenía
esclavos a los que manumitía con normalidad, a una sociedad esclavista que veía en el
esclavo un bien fungible y amortizable. Tardaría un siglo o tal vez más en ser asumido
ese cambio, pero sin llegar a la perfección a que había llegado en los territorios no
hispánicos, esa concepción acabaría tomando cuerpo en las plantaciones de azúcar del
Caribe Hispánico.

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No obstante, aún en los peores tiempos del siglo XIX, todo hace señalar que la
esclavitud fue en el mundo hispano más suave que en otras zonas de América. Esa es la
opinión tanto de José Antonio Saco o de Nicolás Sánchez Albornoz como la de otros
autores que han estudiado el hecho esclavista, y que para evitar susceptibilidades vamos
a limitar a su condición de extranjeros, no sin dejar de señalar que las mayores
barbaridades han sido emitidas por autores españoles de nombre y bastante más que
mediocres de apellido.
Baste para el caso de los autores extranjeros que anunciamos citar a Jane
Landers, Hug Thomas, Leslie Bethell, Frederick P.Bowser, Damian Bayon, Charles
Gibson, Jhon Hemming, Jacques Lafaye, D.C. James Lockart, o Robert Stevenson.
Y como cita que se sale tanto del ámbito de la Hispanidad como del ámbito de
nuestro tiempo, podemos citar al abate Enri Grégoire, que no duda en afirmar que los
españoles y los portugueses son las naciones que mejor han tratado a los negros, y no
duda en afirmar que el cristianismo inspira un carácter de paternidad que coloca a los
esclavos a muy poca distancia de los señores, que no desdeñan unirse en matrimonio
con los negros, facilitando a los esclavos los medios de conquistar la libertad.
También, como muestra, saca a colación la ordenación sacerdotal de personas
negras.

En 1765 los documentos ingleses citan como cosa extraordinaria la ordenación


de un negro por el doctor Keppel, cuando entre los españoles, más aún que
entre los portugueses es cosa muy común. (Grégoire 1808: 83).

Y aún sigue diciendo:

Aunque España y Portugal tuvieron grandes cantidades de esclavos, su suerte


general no fue negativa. El espíritu religioso les proporciono recursos de
instrucción y libertad...'' (Grégoire 1808: 82).

Al hablar de España, ineludiblemente, y aún en el caso de la esclavitud, debemos


hablar del pensamiento humanista cristiano que hoy es negado por la mayoría del
pueblo español, abducido por el imperio de la mediocridad y la mentira impuesto por el
pensamiento liberal, europeo, protestante, materialista que, siguiendo instrucciones
directas y concretas de sus ideólogos, directamente miente.
Quien no miente es el documento escrito, y a él nos tenemos que remitir, y
cuando nos critiquen diciendo que eso lo puede decir cualquiera, recordar a los
abducidos por el liberalismo que la mentira es su arma; la nuestra, la verdad.
En base a esa verdad nos remitiremos al Código de las Siete Partidas,
sancionado por Alfonso X el Sabio y cuyo espíritu se mantuvo vigente, como poco hasta
la Guerra de Sucesión. Por el mismo se entiende que la esclavitud no es un estado
permanente, sino un infortunio, y su aceptación por parte de quienes poseían esclavos
no estaba exenta de cierto sentimiento de culpa, y por qué no, de cierta cobardía y de
mucha comodidad que en múltiples ocasiones impedía que el amo manumitiese a sus
esclavos antes de acercarse la hora de su muerte (la del amo).
Pero parece que el número de manumisiones concedidas como últimas
voluntades en el lecho de muerte es altamente significativo, lo que al fin demuestra la
cicatería de los manumisores, que accedían a la misma cuanto ya el beneficio
económico no tenía la menor importancia, pero al tiempo denota que el peso espiritual
de culpa estaba bastante generalizado, y esto queda expuesto en beneficio de quienes
tardaban en manumitir.

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Datos basados en testamentos y cartas de manumisión en los archivos
notariales indican que durante el período comprendido entre 1524 y 1650 el
33,8 por 100 de los esclavos africanos de Lima fueron liberados sin
condiciones. Las cifras de Ciudad de México ofrecen un porcentaje de un 40,4
por 100 durante el mismo período y en la provincia mexicana de Michoacán el
total entre los años de 1649 a 1800 alcanza el 64,4 por 100. (Bethell 1990:
Bowser: 152)

Lógicamente, si los propietarios de esclavos mostraban signos de sentirse


culpables de un acto que, aunque legal, estaba contra los principios morales y religiosos,
esos signos debían mostrarse irremisiblemente en el trato brindado a quienes tenían
sometidos a esclavitud.
Y así parece que era, a la vista de las informaciones que los diversos cronistas
han relatado, y cuya mejor referencia la podemos encontrar en los informes facilitados
por el geógrafo y con toda evidencia espía británico, Alexander Humboldt, de cuyos
informes se deduce que el trato recibido por los esclavos era benévolo y hasta familiar,
hasta el extremo de acabar siendo en muchos casos herederos legales no sólo de bienes
propiedad de sus amos, sino incluso de apellidos.

Su suerte no difirió, en general, de la de los blancos pobres. La mayoría murió


sin haber recibido un solo azote, no sabían de tormentos, se les cuidó durante
la enfermedad, y como el alimento principal, la carne, era muy barata, y se les
vestía con las telas que ellos mismos fabricaban, siendo muy raro el que
trajera zapatos, se mantenían con facilidad. Hubo, sin duda, excepciones, pero
si alguna vez fueron maltratados, intervenía la autoridad y el esclavo era
vendido a un amo más humano. (Iraburu 2003: 177-178)

Ese extremo será puesto en entredicho por aquellos que se dejen influenciar por
la propaganda liberal y que no recuerden que el liberalismo recomienda mentir en
defensa de sus postulados, mientras los principios cristianos nos exigen veracidad y nos
aseguran que la verdad nos hará libres. Pero la verdad exige esfuerzo para que sea
conocida y difundida, por ello es conveniente divulgar lo que escriben quienes lo hacen
con el fin de servirla. Ese es el caso de Frederick Bowser, que a su vez difunde las
investigaciones de terceros, en una cadena que, además de dar solidez a la
argumentación, reconcilia con el mundo anglosajón.

En 1947 el difunto Frank Tannenbaum sostenía en un libro que habría de


ejercer enorme influencia, Slave and Citizen: the Negro in the Americas, que
los negros de Latinoamérica fueron más afortunados que sus compañeros del
sur de los Estados Unidos. (Bethell 1990: Bowser: 147)

El mismo autor dice lo que tras un análisis de la situación surge en la mente de


cualquier estudioso del asunto, y en una exposición como esta, satisface tener la
posibilidad de haraganear espiritualmente y no generar explicaciones propias ante
hechos que por la legislación, por las consecuencias documentalmente constatables y
por las relaciones humanas generadas es muestra la propia sociedad americana.

Los españoles (y los portugueses), a diferencia de los ingleses, se habían


acostumbrado cada vez más a la esclavitud negra, sintiéndose casi cómodos
ante ella, siglos antes de la colonización del hemisferio occidental, y el rango
de los sometidos a esclavitud estaba definido con más o menos precisión. El
Estado y la Iglesia reconocían la esclavitud como nada más que una

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desafortunada condición secular. El esclavo era un ser humano que poseía un
alma, igual que cualquier persona libre ante los ojos de Dios. La Iglesia
alababa la manumisión como un acto noble, y muchos amos, pensando en su
salvación, la complacían en algún momento de sus vidas. Según Tannenbaum,
esta indulgencia, esta tolerancia, también facilitaba la incorporación de los
exesclavos en una sociedad más tolerante. Curiosamente, casi pasa por alto el
crecimiento, durante el período colonial, del prejuicio racial, tan importante
para la comprensión del desarrollo de la esclavitud. Pero señala otros temas
dignos de destacar: en su opinión, Latinoamérica contrastaba violentamente
con el viejo sur, donde las instituciones de la Iglesia y el Estado se mostraban
inmaduras e indiferentes hacia los esclavos, y donde los ingleses convertidos
en americanos no sabían qué hacer con respecto a la emancipación y el rango
de los negros libres en una sociedad esclavista. (Bethell 1990: Bowser: 147)

Sin embargo, el espíritu hispánico entonces, y los abducidos por el liberalismo


hoy, sabían que eso no era suficiente. Por eso otros benefactores actuaban de otra
manera; San Martín de Porres, por ejemplo, llegó a comprar esclavos para el convento,
y San Pedro Claver tenía esclavos negros que utilizaba como intérpretes con los indios
bozales recién llegados a Cartagena, que en el siglo XVII era el principal puerto negrero
del continente, en el que consiguientemente existía una notable población negra y
mestiza, esclava y libre.
De este tipo de actuaciones puede deducirse que la posesión de esclavos no
estaba mal contemplada por la opinión pública, que veía como normal hecho como el
marcado a fuego a que eran sometidos los esclavos.

La marcación con la «marquilla real» se hacía en Cartagena y debía realizarse


en presencia de los oficiales reales, a fin de evitar el contrabando de esclavos.
Sólo se libraban de esta operación los moribundos, pues parece que a los niños
también se les marcaba por ser la marquilla un requisito indispensable para
efectuar transacciones posteriores y demostrar la legalidad del esclavo.
Generalmente, la «coronilla real» se colocaba en el pecho y la marca del
Asiento en la espalda izquierda. Según Miramón, al ser adquirido el esclavo
en el mercado de Cartagena se le imponía una nueva marca con la señal
escogida por el dueño. Unas y otras marcas se hacían figurar en la escritura de
venta para identificación del esclavo. (Gutierrez Azopardo: 199)

Hecha la salvedad de la barbaridad que en sí es la marcación, lo que marcaba la


diferencia no era la posesión de esclavos, sino el trato que se les daba, siendo que,
conforme señala James Lockart, el nivel de vida del esclavo medio era equiparable al
nivel de vida del hombre libre medio, siendo que algunas veces los negros, mientras
continuaban siendo esclavos, llegaban a alcanzar funciones administrativas tan altas
como por ejemplo las de supervisor general de algún negocio.

Dentro del conjunto de la sociedad hispanoamericana, el esclavo, al


margen de algunas obvias desventajas, disfrutaba de un nivel más bien
medio. (Bethell 1990: Lockart, 74 )

Por otra parte, un esclavo que fuese maltratado por un amo cruel tenía
mecanismos legales para conseguir eludir esa crueldad. Particularmente podía llegar a
cambiar de amo, y en casos incluso podía llegar a comprar su propia libertad.

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En este punto parece conveniente señalar alguna cifra a caballo entre los siglos
XVI y XVII que nos ponga en situación también de la iniciativa ajena para apoyar la
manumisión.

El 39,8 por 100 en Lima, el 31,3 por 100 en Ciudad de México y el 34 por 100
en Michoacán, o vieron comprada su libertad por terceras partes cuyos
motivos rara vez se aclararon, o compraron su libertad a un precio pactado al
permitírseles trabajar por su cuenta para acumular capital con este fin. (Bethell
1990: Bowser: 152)

Y parece conveniente señalar una fecha, el 27 de abril de 1574, cuando por


Felipe II fue dictada una ley para gestionar tributos entre negros libres. Es un detalle que
nos deja manifiesta el volumen que alcanzaba la aplicación de la manumisión de
esclavos. Un estado que tenía el nivel de gasto que ocasionaba el mantenimiento del
orden en Europa no podía dejar de lado un aspecto como la recaudación de impuestos, y
no podía dedicarse si el capítulo era de importancia menor, todo lo cual viene a
confirmar lo señalado por Bowser.
La orden real comienza del siguiente modo:

Muchos esclavos y esclavas, negros y negras, mulatos y mulatas, que han


pasado a las Indias, y otros que han nacido y habitan en ellas, han adquirido
libertad y tienen granjerías y hacienda… (Recopilación Tomo I, libro VII
título I, ley I)

Estamos hablando de los siglos XVI y XVII, pero podemos seguir haciéndolo,
con salvedades, incluso del siglo XVIII. Sólo señalar que en 1774 el 40% de la
población cubana, 70.000 personas, eran negros y mulatos, y de éstos, eran esclavos
entre 45.000 y 50.000. Los otros 20 o 25.000 eran libres.

Esto suponía un contraste absoluto con las islas de las Indias Occidentales
inglesas y francesas, donde la población negra libre era insignificante. En
Cuba, los negros libres se concentraban principalmente en las ciudades; había
solamente unos pocos propietarios agrícolas negros, aunque al menos un
ingenio azucarero era propiedad de un mulato, en 1760. (Thomas 1971)

Debemos tener en cuenta que los principios del derecho son la ley, la costumbre
y la jurisprudencia. Y la ley y las costumbres españolas garantizaban a los esclavos una
personalidad moral y legal. Los esclavos no eran sujetos carentes de derechos, sino
sujetos con unos derechos limitados… o limitadísimos si se quiere, pero también lo eran
los del resto de la sociedad, y mucho más si salimos de las fronteras de España a esos
países que criticaban por ejemplo la Inquisición, que tenía unos procesos rigoristas en
extremo, y que por supuesto era intransigente con quienes se saltaban unos principios
sociales que se tenían como bien común… Tan intransigentes como lo eran en otros
lugares, pero en sentido contrario, y con una salvedad: la Inquisición reconocía que era
intransigente, mientras la intransigencia de otros lugares se presentaba como carencia de
la misma.
Y esa intransigencia reconocida, fue germen de justicia y de libertad para toda la
sociedad, porque a la hora de perseguir a los heterodoxos, se hacía con absoluto rigor,
con una investigación metódica; con una aportación de pruebas sin parangón, con una
aceptación del arrepentimiento que tenía carácter de sanción exculpatoria…

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Y en fin, para emitir juicio histórico sobre un hecho es preciso compararlo con
las actuaciones seguidas en otros lugares ante hechos semejantes, y da la casualidad que
quienes levantaron la leyenda negra contra España resulta que efectuaron unas
persecuciones sin cuento que, contrariamente a lo que sucede, por ejemplo con la
Inquisición, no pueden ser evaluadas cuantitativamente, porque mientras que los
procesos de la Inquisición son pormenorizados hasta el tedio, los procesos de esos
lugares son sencillamente inexistentes, y al amparo de “la libertad” segaron la vida de
decenas de miles de personas que, si hubiesen topado con un sistema como de la
Inquisición española, por ejemplo, no habrían sucumbido a la persecución.
Esos principios son también válidos para el tratamiento de un asunto que, como
es la esclavitud, hoy nos parece sangrante e inaceptable, pero que en los momentos que
tratamos era una actividad normalmente aceptada para cubrir determinados ámbitos de
trabajo. Y sí, con todas las cortapisas que se quiera, los esclavos alcanzaban a tener, no
digamos a disfrutar, de algunos derechos, como era comprar su propia libertad o la de
sus familiares directos, derecho que los bozales1 adquirían tras haber transcurrido entre
cinco y diez años desde su arribo.

Esto podía hacerse por medio de la coartación, que era el derecho que poseían
los esclavos de pagar una determinada suma de dinero a sus dueños,
asegurándose así, primero, que no podrían ser vendidos sino a un precio fijo
(normalmente el precio medio para los esclavos en el mercado), y, segundo,
que el esclavo podría comprar su libertad después de haber pagado, a plazos,
la diferencia entre su primera entrega y el precio fijado. Estos derechos,
naturalmente, presuponían otro, es decir, el de poseer o acumular dinero y
posesiones, por medio, por ejemplo, del cultivo de hortalizas en trozos de
tierra que les fueran cedidos, gracias al trabajo extra en las ciudades e incluso
por medio del robo. (Thomas 1971)

Es digno de señalarse que socialmente siempre hubo reticencias al esclavismo;


así el capítulo que peor fama tenía, no era tan siquiera el del amo que daba mal trato al
esclavo, sino el del traficante, tal vez por eso, aunque hubo traficantes españoles, puede
afirmarse que desde el siglo XV al XIX España no participó en el tráfico de esclavos, ya
que desde el principio del tráfico negrero, lo dejó sujeto a un control rigurosísimo que
sin lugar a dudas tuvo que desanimar a más de uno que tuviese la voluntad de
involucrarse en el asunto.
¿Era este al motivo por el que existía el derecho a la auto compra? Puede ser…
Lo cierto es que en ocasiones le era permitido al esclavo guardarse una parte de lo
ganado en una operación o servicio, lo que posibilitaba que muchos pudiesen conseguir
su manumisión.
Pero no era ese el único asunto que la Corona controlaba de manera especial. El
derecho de los esclavos, aun reconociendo que era de una condición precaria, guardaba
ciertos formulismos; por ejemplo, el 21 de Septiembre de 1541 ordenaba Carlos I:

Mandamos que los Domingos y Fiestas de guardar no trabajen los Indios, ni


los Negros, ni Mulatos; y que se dé orden que oygan todos Misa, y guarden las
Fiestas, como los otros Christianos son obligados; y en ninguna Ciudad , Villa,
o Lugar los ocupen en edificios, ni obras públicas , imponiendo los Prelados y
Gobernadores las penas que les pareciere convenir á los Indios , Negros y
Mulatos , y á las demas personas que se lo mandaren. (Recopilación: Libro I.
Título I. Ley XVII)
1
Esclavos negros importados directamente de África

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Si la medida parece precaria no vamos a defender lo contrario, pero resultaría
absolutamente injusto callarse la existencia de esta ley, como injusto sería callarse que
en 1685 entró en vigor en las Antillas Francesas el Code Noir, primero que ponían en
uso las potencias europeas, de cuyos sesenta artículos resulta interesante entresacar el
artículo sexto:

Exhortamos a todos nuestros súbditos, cualquiera que sea su calidad o


condición, para observar los domingos y festivos que son de guardar por
nuestros súbditos de la religión C., A. y R. Les prohibimos trabajar y hacer
trabajar a sus esclavos en los llamados días desde la medianoche hasta la otra
medianoche en el cultivo de la tierra, en la fabricación de azúcar y en todos los
demás trabajos, bajo pena de castigo arbitrario contra los maestros y con la
confiscación tanto de los azúcares como de los esclavos que sean sorprendidos
por nuestros oficiales en el trabajo.

Salvo error, ciento cuarenta y cuatro años separan un texto de otro, y sin
embargo, cualquiera que se haya ocupado de dar un repaso a la historia de la esclavitud,
se habrá topado con que España aplicó el Reglamento de esclavos en Cuba el año 1842,
ciento cincuenta y siete años después que Francia aplicase el Code Noir.
Por supuesto se puede seguir analizando la legislación francesa, inglesa,
holandesa… o musulmana, por ejemplo… y compararlas con la legislación española
oportuna, pero ese es un ejercicio que aquí y ahora no vamos a realizar. Lo dejamos para
un estudio detallado.
Sí vamos a sacar a colación un documento generado a finales del siglo XVIII,
cuando la actuación de España ya se acercaba más a las formas ajenas que a las propias.
Puede deducirse del propio texto que el asunto no es generado por la administración del
tiempo que fue redactado, sino que viene a pulir instrucciones generadas con bastante
anterioridad.

El dueño de esclavos o mayordomo de hacienda que no cumpla con lo


prevenido en los capítulos de esta Instrucción sobre la educación de los
esclavos, alimentos, vestuario, moderación de trabajos y tareas, asistencia a las
diversiones honestas, señalamiento de habitaciones y enfermería, o que
desampare a los menores, viejos o impedidos; por la primera vez incurrirá en
la multa de cincuenta pesos, por la segunda de ciento, y por la tercera de
doscientos, cuyas multas deberá satisfacer el dueño aún en el caso de que sólo
sea culpado el mayordomo, si este no tuviese de qué pagar, distribuyéndose su
importe por terceras partes, denunciador, juez y caja de multas, de que después
se tratará. (Real Cédula 1789...)

Lo que sí parece cierto es que los esclavos en Las Españas podían ser liberados
por una serie de circunstancias, fuese de forma unilateral por decisión del amo, por la
intervención de un tercero que podía ser un amigo o un alma caritativa, o por la auto
compra de la libertad como queda ya señalado… y no era extraño que eso llegase a
suceder. No hablamos de excepciones cuando, por ejemplo en México, a mediados del
siglo XVII había unos ochenta mil esclavos, y a finales del siglo XVIII el número no
superaba los diez mil.
Y es que ya a finales del siglo XVII, un número significativo de esclavos que
habían atravesado el Atlántico como bozales o sus inmediatos descendientes eran libres,
y había llegado a la libertad por diversas causas que iban desde la manumisión

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voluntaria por parte del amo, hasta la compra de la libertad por parte del esclavo
concreto, o la acción de terceros que de forma altruista compraban esa libertad.
Pero las leyes también favorecían la manumisión. Hay que tener en
cuenta que el esclavo que quería comprar la libertad no siempre tenía el efectivo
requerido por el amo, quién, si accedía a cobrar a plazos, debía dejar en libertad al
manumitido desde el momento del pago del primer plazo. No vamos a comentar la
medida ni compararla con lo acaecido en otros lugares; mejor dejaremos que sea un
historiador inglés quien lo haga.

Tan pronto como el primer plazo era pagado por el coartado a su amo, un
esclavo podía abandonar la casa y trabajar por su cuenta en condiciones casi
iguales a las de los negros libres…/… No tenía equivalente en América del
Norte, donde, si los plantadores a menudo ni siquiera reconocían a sus hijos
ilegítimos, mucho menos los emancipaban. La coartación parece haber tenido
su origen en Cuba hacia 1520, habiéndose introducido luego, con algunas
variaciones, en las demás colonias españolas. Otros derechos poseídos por los
esclavos en Cuba y en las colonias españolas incluían el de cambiar a su amo
por otro, si era posible encontrarlo, y, además, los hijos tenidos por una
persona esclava con otra persona del sexo opuesto, pero libre, se convertían
automáticamente en seres libres. (Thomas 1971)

Como en todas las situaciones de la vida, unos tenían más posibilidades que otros en
alcanzar la manumisión; así por ejemplo, aquellos esclavos que eran arrendados por un precio
convenido, normalmente entregaban al amo una parte del salario, quedando ellos con otra parte
que, acumulada en el tiempo, y máximo cuando podían realizar con su parte actividades
económicas propias, les facilitaba poder comprar su libertad. Y es que los esclavos tenían
propiedades que no eran del amo, y podían realizar labores, prestar servicios a terceros y
obtener beneficios privativos que con el tiempo podían ser utilizados para comprar su libertad.
Es de señalar además que la legislación española procuraba atender siempre el
derecho del más débil, por lo que la manumisión estaba a la orden del día. Pero no todos
los esclavizados salían beneficiados de su manumisión; y no todos los esclavos
deseaban la libertad, siendo que como esclavos, muchos de ellos gozaban de una
posición económica mucho más cómoda que otros libres, negros o blancos.
Pero entre quienes no salían beneficiados de la manumisión, sino directamente
perjudicados, eran los ancianos, los enfermos y los niños, aspecto que, curiosamente, es
recogido en la Cédula Real de 1789 que liberaliza el comercio de negros, y que
comentamos en otro lugar.
En la Real Cédula queda señalado:

Los esclavos que por su mucha edad o por enfermedad no se hallen en estado
de trabajar, y lo mismo los niños y menores de cualquiera de los dos sexos,
deberán ser alimentados por los dueños, sin que éstos puedan concederles las
libertad por descargarse de ellos, a no ser proveyéndoles del peculio suficiente
a satisfacción de la Justicia, con audiencia del Procurador Síndico, para que
puedan mantenerse sin necesidad de otro auxilio. (Real Cédula 1789...)

Evidentemente no podía tratarse de un aspecto novedoso, precisamente a finales


del siglo XVIII, cuando España llevaba un siglo con una deriva no del todo acorde a la
llevada en siglos anteriores. Estos principios humanizadores de un asunto tan
complicado como es la esclavitud, no podían tener principio en la Ilustración. Como
mucho, en el mejor de los casos, la Ilustración no había encontrado todavía el modo de
eludirlos.

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Datos basados en testamentos y cartas de manumisión en los archivos
notariales indican que durante el período comprendido entre 1524 y 1650 el
33,8 por 100 de los esclavos africanos de Lima fueron liberados sin
condiciones. Las cifras de Ciudad de México ofrecen un porcentaje de un 40,4
por 100 durante el mismo período y en la provincia mexicana de Michoacán el
total entre los años de 1649 a 1800 alcanza el 64,4 por 100. (Bethell 1990:
Bowser: 152)

Una característica significativa es que el 92,2 por ciento eran mujeres y niños
menores de quince años.

la frecuencia de la manumisión en los esclavos de la América española queda


reflejada en los documentos notariales, en los testamentos…/… Este es un
dato de mucha importancia, pues puede establecerse como regla general, por
razones obvias, que el trato peor de los esclavos se dio en América donde los
negros esclavos eran muchos más que los libres, y el mejor donde los negros
libres eran muchos más que los esclavos. (Iraburu)

Y si la manumisión no era un hecho tan extraño como en otros lugares, algo


similar podemos decir del tiempo libre. Algo se puede deducir de la orden de Carlos I
citada más arriba al respecto de guardar las fiestas. Puede inferirse de ello que el tiempo
libre era un derecho reconocido por la legislación, y por lo mismo, se infiere que los
esclavos no estaban encerrados como sucedía en otros lugares del Caribe no hispánico,
en corrales y bajo candado. Y por la posibilidad que tenían de trabajar sus propios
huertos y mantener su propio ganado, bien que con el consentimiento expreso del amo,
como con ese mismo consentimiento podían trabajar por cuenta ajena y pactar con el
amo la parte del salario que debía entregarle. Incluso se daba el caso de que antiguos
esclavos que habían tenido cierto éxito en su vida, tenían a su vez a su cargo personas
esclavas.
Consecuencia de la proliferación de las manumisiones es que esos manumisos
acabasen formando familia con personas procedentes de otros grupos sociales y raciales,
y conformando una sociedad en la que la raza no era elemento determinante para
desarrollarse social y culturalmente, aspecto que era bien visto por una sociedad que se
mostraba deseosa de asimilar a los nuevos miembros. Una sociedad que, contrariamente
a lo acontecido en otras latitudes culturales, no produjo linchamientos ni apartamientos.
Si, ciertamente, había prejuicios sociales, pero esos prejuicios no eran por la raza, sino
por clasismo. Algo si se quiere tan deleznable como el racismo, pero que a la postre era
también permeable y permitía cierta traslación entre las clases, merced en gran medida a
la acción de la Iglesia.
La milicia, la agricultura, el arte, como en el resto de la sociedad serían campos
abiertos para los manumitidos, y su relación con ellos ampliaría el mestizaje que ya era
una realidad buscada desde el momento del descubrimiento de América.
La verdad es que no era requisito indispensable ser libre para cruzarse
racialmente, y esa verdad deja manifiesto que en el mundo hispánico nunca fue
infranqueable la frontera entre los hombres blancos y los de color. Mientras que, por
ejemplo, en el mundo anglosajón la diferencia entre blanco y cualquier otra raza ha sido
neta y abismal y ha dado lugar a terribles genocidios, en la América hispana, incluso en
el campo terminológico, había una larga escala entre blancos, indios y negros: mulatos,
tercerones, cuarterones, zambos, pardos, castizos, chinos, torna-atrás, lobos, chamisos,

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barcinos, coyotes, lobos, etc., que no era en absoluto inamovible y por la cual era
posible desplazarse.
Y el trato predominante, evidentemente no exclusivo, no dejaba de ser humano
si atendemos a lo que sobre el mismo nos relata Frederick P.Bowser:

Para algunos esclavos, la relación con sus amos era semejante a


la de un criado con su jefe, con todas las variantes y sutilezas; esto
equivale a decir que no le afectaba demasiado el hecho de la esclavitud.
Por ejemplo, un esclavo doméstico inteligente y fiel, disfrutaba de todas
las prerrogativas de un mayordomo inglés, y aunque existían amargas
cuestiones legales, fueron mitigadas por la seguridad económica, la
perspectiva de manumisión, el respeto humano mutuo y (sobre todo en
el caso de los hijos de los esclavos) incluso amor. (Bethell 1990:
Bowser: 148)

Cierto que en algunos momentos, y contraviniendo las instrucciones que la


Reina Isabel diera en el siglo XVI y que fueron respetadas hasta después de la Guerra de
Sucesión, a partir del siglo XVIII, se promulgaron algunas normas emanadas por el
despotismo ilustrado que recomendaban la separación racial, como por ejemplo la que
en 1752 excluía de la universidad de Lima a distintos grados del mestizaje, pero se trata
de instrucciones que nunca llegaron a calar en el entramado social, y es que la condición
religiosa católica, común a blancos, negros e indios, fue sin duda un bálsamo al horror
de la esclavitud, que fomentó el respeto a la dignidad personal del esclavo. El esclavo
era un ser humano que poseía un alma, igual que cualquier persona libre ante los ojos de
Dios.

La Iglesia no prohibió los matrimonios mixtos y la vida cotidiana en espacios


laborales, recreativos y religiosos propició y permitió la convivencia y el
intercambio cultural entre los diversos grupos. A la mitad del siglo XVII, la
Nueva España se caracterizaba por ser una sociedad culturalmente diversa en
la que convivían indígenas nahuas, otomíes, mixtecas o mayas con africanos
de los grupos wolofs, mandingos o bantúes y con europeos de diversas
regiones de España, Portugal o Italia. (Velázquez 2012: 65)

Pero es que la prohibición de 1752 nos da una información de primer orden: A


partir de ese momento se pondrían más o menos inconvenientes a la integración no sólo
social, sino universitaria de las distintas castas, cierto, pero también nos da otra
información en relación al tiempo anterior: que justamente estaba sucediendo lo
contrario a lo que marcaba la nueva ley.
El retroceso del espíritu humanista aplicado al hecho de la esclavitud sufriría un
nuevo recrudecimiento partir de la invasión británica de Cuba de 1763, cuando
comenzaron a convivir en la isla las formas patriarcales del esclavismo español con las
maneras británicas, severas, brutales, del esclavismo capitalista, lo que conllevó un
cambio de tendencia del hecho esclavista que contrastaba con lo acaecido en otros
lugares, ya expuesto líneas arriba y que comportó la manumisión de un alto porcentaje
de esclavos.
En ese sentido es digno de reseña lo que acaecía en México en fechas cercanas a
la de la invasión de Cuba por parte de Inglaterra:

a las faenas salen poco antes de que salga el sol, y se mantienen en ellas
una hora, que luego se retiran a almorzar hasta las ocho de la mañana en

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que se les reparten sus tareas tan cómodas que las acaban a las doce del
medio día y cesan en el trabajo hasta el siguiente [día] [...] Que a las
esclavas no se les da iguales tareas que a los hombres, pues si a éstos se
les dan cincuenta surcos, a aquellas sólo se les reparten veinte y cinco.
Que a las muchachas pequeñas só1o se les ocupa en desenllervar las
canas, concluyendo todos su trabajo a una misma hora que es el de las
doce, y cesan hasta el día siguiente, quedándoles siempre medio día de
descanso [...] Que las esclavas preñadas trabajan con demasiada
proporci6n, pues atendiendo a su robustes sólo se les dan diez o doce
surcos pero en faltándoles tres meses para el parto, cesan de todo
trabajo y se les suministran dos pesos de socorro [...] Que es falso les a
los enfermos tan solo un día para que se curen, pues hay esclavos que se
están quince y un mes conforme lo necesitan sus dolencias, en cuyo
tiempo les da para que compren gallinas de alimento y también para las
medicinas como consta de las quentas que anualmente tiene producidas
(Motta 2003: 36-37)

El trato, en Cuba, sin embargo, siguió una marcha progresivamente contraria a la


costumbre y a los intereses del esclavo, que comenzaba a dejar de ser propiedad de una
familia, de la que acababa formando parte, para pasar a ser propiedad de un ente
abstracto, una sociedad anónima que atenta exclusivamente al beneficio no tenía ningún
escrúpulo para los bienes fungibles en que acabaron convirtiéndose los esclavos.
El perjuicio fue inmediato; el contagio de la peste liberal capitalista se propagó
en Cuba con una rapidez inaudita durante la invasión británica de 1763. Inmediatamente
la ley del precio fijo, por la cual un esclavo, si era revendido debía serlo por el mismo
precio de compra, fue revocada, y con ella la garantía de permanencia en la misma
familia, con el beneficio que ello comportaba.
Con la nueva situación, el perjuicio era manifiesto, pues se pasaba de la
convivencia en familia al uso como material fungible.

Un cortador de caña de una inmensa plantación durante el auge repentino del


azúcar podía incluso no conocer a su amo. Era el capataz quien representaba a
la sociedad blanca, y lo más probable era que la aversión y la crueldad, y no el
afecto, dominaran la relación entre blancos y negros. (Bethell 1990: Bowser:
148)

Nos hemos estado refiriendo al esclavismo en América, por ser donde más
negros fueron transportados y por el peso específico que ha tenido la raza negra en el
esclavismo de los siglos XV a XIX, pero ni todos los esclavos negros fueron a América,
ni todos los esclavos eran negros.
No debemos olvidar que también en la España peninsular estaba vigente el
régimen esclavista, si bien el mismo estaba destinado casi en exclusiva al servicio
doméstico y al servicio de galeras.
Era este destino el principal de la esclavitud peninsular, que compartía destino
con los penados por la justicia.

La proporción entre forzados y esclavos debió aproximarse a lo contenido en


el informe que sobre necesidades de chusma elaboró el intendente de
Cartagena en 1740, y que daba unos valores aproximados de la esclavitud en
las Galeras Españolas del siglo XVIII de entorno al 63,5 % de forzados y 36,5
% de esclavos. (Hernández)

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La recluta de estos esclavos destinados a galeras se realizaba predominantemente
en alta mar, en combate, y estaban compuestos por moros que generalmente
desarrollaban acciones de piratería y sabotaje en las costas españolas. Eran los
conocidos como “moros de presa”, que podían compartir bancada con los condenados
por la justicia.

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BIBLIOGRAFÍA

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https://jorgecaceresr.files.wordpress.com/2010/05/tomo-4.pdf Visita 11-1-2018

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