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2.

- El docente como formador ético frente a la crisis de valores

Durante las últimas décadas, los peruanos hemos atravesado una historia marcada por
conflictos, injusticias, corrupción, entre otros males. Estas experiencias, fundamentales para el
crecimiento y maduración como seres humanos, reflejan una crisis en las relaciones
interpersonales: no nos reconocemos como iguales ni como miembros de una misma
comunidad que debe apuntar al logro de objetivos comunes.

Esto nos lleva a reflexionar sobre la función que la educación debe cumplir respecto al
desarrollo de ciudadanos como personas capaces de valorarse y dirigirse hacia un futuro
común, especialmente cuando hablamos de la formación de los futuros profesionales que,
serán los encargados de aportar al mejoramiento en la calidad de vida de la humanidad Por
ello, la formación ética de los docentes se torna una necesidad insoslayable, así como una
responsabilidad moral de todos los actores que intervienen en el proceso educativo de las
futuras generaciones. Pero, ¿de qué hablamos cuando nos referimos a la formación ética que
nos compete a todos como sociedad, y a los docentes como agentes directos del proceso de
crecimiento personal y profesional de los alumnos?

2.1 Propuesta del Ministerio de Educación en la formación ética

El Ministerio de Educación (MED) en su Propuesta de Formación Ética, nos dice: “la formación
ética no es simplemente la adquisición de las normas sociales o culturales, ni la clarificación
individual de los gustos o preferencias de cada persona, sino un proceso de desarrollo de las
capacidades de reflexión, razonamiento, empatía, toma de perspectiva y resolución de
problemas, y de las habilidades necesarias para hacer elecciones autónomas. Interesa formar
ciudadanos, personas capaces de reconocer lo justo sobre lo injusto, de ponerse en el lugar del
otro para reconocer su dignidad como ser humano, y de elegir el mejor curso de acción a seguir
en situaciones potenciales de conflicto”.

El MED propone el siguiente concepto de formación ética: “La formación ética es la


preparación y ejercicio de una reflexión crítica y la deliberación acerca tanto del sentido de la
vida, como de las reglas y normas que regulan la convivencia entre las personas. Incluye la
reflexión sobre el mundo que nos rodea, así como el discernimiento y la observación de los
propios procesos de desarrollo. Esta reflexión se expresa en la capacidad de optar y tomar
decisiones, así como de evaluar los actos y reorientarlos hacia fines y valores comunes”.

Lo anterior sugiere pensar en la necesidad fundamental de formar individuos capaces de


reflexionar autónomamente y dirigir sus vidas hacia el bien propio y el de la sociedad en la que
conviven y sobre la cual van a tener un rol determinante como profesionales. En tal sentido,
resulta parte sustancial de esta formación ética que en el proceso formativo se propicie un
clima en el cual tanto docentes como alumnos aprendan a escucharse el uno al otro, sin
prejuicios y respetando sus diferencias.

2.2. Como desarrollar la formación ética

Para Gustavo Schujman, (filosofo argentino), no puede haber formación en derechos y


tolerancia si se ven estigmas. El docente que no es capaz de tomar conciencia de dichas
miradas estigmatizadoras, no podrá cambiarlas. Por ello, debe partir de la premisa de que el
alumno no es un ser determinado, sino un “ser en devenir”4; por lo tanto, es un individuo con
un gran potencial para el cambio.
Para Freire (en Ojalvo M. Victoria 2002:1), formar es mucho más que solo desarrollar destrezas
y conocimientos. La formación debe basarse en una responsabilidad ética de los docentes en
su práctica educativa, expresada tanto en las interacciones que el docente tiene con sus
alumnos, como en los contenidos que les transmite, los cuales, en ningún caso, son amorales o
anómicos dentro de una sociedad que busca determinados fines. Es importante acotar que
todo esto se da en un contexto educacional, el cual no se encuentra aislado de una cultura
particular.

Para Campbell, la ética no siempre implica una decisión individual y libre en un sistema
neutral. Por el contrario, la lucha por ser ético ocurre dentro de lo que a menudo se conoce
como instituciones educativas “poco éticas”: ¿Cómo actuar de una forma diferente al contexto
en el que se vive diariamente, y que nos pone exigencias individualistas, competitivas e
instrumentales?

2.3. Formación ética

Últimamente, se encuentra en continuo debate la necesidad de hacer algo por la llamada


“crisis de valores” en la que vivimos. En la cultura moderna, todos los derechos humanos se
transforman en códigos inhumanos: “Se sustituye la soberanía, es decir, el dominio que
tenemos sobre nosotros mismos, por la supremacía, que es el dominio que tenemos sobre los
demás. La tolerancia, que representa el rechazo de lo intolerable, se ha transformado en un
derecho a la intolerabilidad, el antirracismo se ha vuelto tan intolerante como el racismo, El
individualismo ha multiplicado los trastornos íntimos en vez de curarlos. El antisexismo
provoca una obsesión por el sexo”.

Los derechos humanos han tomado un giro hacia el individualismo arbitrario, olvidándose que
el derecho es el establecimiento de relaciones entre humanos, y no decisiones solitarias de
individuos con libertades indefinidas para imponerlas sobre otros, alterándose así el concepto
de libertad y dignidad del otro.

Surge entonces la idea que la ética ya no tiene sentido y, especialmente, que las instituciones
educativas no son el espacio en el que se pueden corregir estos males, es en estas
circunstancias de “crisis de valores” cuando la ética cobra su mayor importancia, los valores no
desaparecen porque estos no se cumplan, sino, más bien, por el olvido a su aspiración: “El
lamento en torno a la “crisis” o aún “muerte” de los valores indica que siguen vivos y activos“.
Precisamente, este contexto de sufrimiento, anomia y de voluntades que se vuelven sobre sí
mismas hace pensar que, ante tanto “mal”, tiene que surgir una propuesta para la
construcción de una sociedad mejor y más justa. Sin embargo, siempre se ha visto una fuerte
brecha de este ámbito respecto a lo moral y lo ético. Se dicen muchas cosas, pero se hacen
muy pocas.

En tal contexto, la formación ética y ciudadana no escapa a esta situación. Los conceptos de
ética y ciudadanía se encuentran incluidos en el discurso docente, pero no se observa su
manifestación efectiva en las instituciones educativas. Esto no indica que las instituciones
educativas no propongan una serie de valores y actitudes a desarrollar dentro de sus
currículos. El problema radica, más bien, en la incongruencia entre lo que se dice y lo que se
hace según los códigos de la universidad y la condición particular del docente. Por ejemplo,
¿qué normas sobre la justicia en la universidad se encuentran inscritas? Y, ¿qué entiende el
docente por “impartir justicia”, a diferencia de lo que entienden las autoridades?
Otro problema que suele surgir es la complejidad de la tarea de formación ética. Los docentes
tienden a aferrarse a sus especialidades, sintiéndose limitados a formar éticamente. Otros
simplemente, no creen que aquello sea parte de su labor (especialmente en determinadas
áreas de formación profesional).

La formación ética es siempre una construcción colectiva, pudiéndose producirse solo si todos
se consideran capaces de desarrollarla. El resultado final de esta construcción colectiva es
producto de la relación entre las personas que participan en el proceso de aprendizaje-
enseñanza. No es únicamente algo que se agrega a una propuesta curricular, sino algo que
“está en el medio de” las personas; de allí deviene su carácter dialógico. Por ello, el docente
debe crear las situaciones y oportunidades para que este aprendizaje se dé, dadas sus
condiciones de interlocutor del diálogo constructivo y de individuo que tiene la “mayor
competencia moral”.

2.4 El docente ético

Un profesor ético es, por consecuencia, una persona ética. Una persona que miente y engaña
para su beneficio personal, o que es insensible a los sentimientos de otros, difícilmente pueda
transformarse en un ser íntegro, con principios que le permitan ser un docente ético. En
cambio, un profesor que se empeña en ser empático con sus alumnos y colegas, que aspira a
ser justo, amable, confiable, responsable y honesto, y que muestra coraje en su rol
profesional, probablemente comprende y aprecia la importancia de tales virtudes en su vida
diaria.

El docente debe ser capaz de aceptar incondicionalmente al otro (alumnos, colegas, etc.),
independientemente de las diferencias que pueda distinguir. Jamás deberá convertir alguna de
esas diferencias en distinciones que devengan en actos de exclusión o marginación entre sus
alumnos.

La formación ética de los alumnos demanda un compromiso del docente consigo mismo para
desarrollar un trabajo responsable. Ello le permite conocerse mejor como ser humano, de
manera tal que llega a manejar de forma consciente sus ideas, afectos y emociones.
Lamentablemente, existen profesores que desarrollan el proceso de enseñanza-aprendizaje no
siendo conscientes de lo que sus acciones pueden provocar en sus alumnos. Las preguntas que
surgen inmediatamente son: ¿Cuánto me conozco y cuánto estoy dispuesto a conocerme?
¿Hago periódicamente ejercicios de reflexión sobre mis ideas, afectos y emociones? ¿Actúo
según se me presentan las circunstancias, sin hacer una mayor evaluación respecto a mis
metas, deseos y aspiraciones? Evidentemente, esto demanda que el profesor desarrolle una
sólida capacidad de mirarse a sí mismo, a las relaciones que establece con sus pares, y a las
interacciones que construye con sus alumnos. Esto último tiene una importancia significativa,
ya que los alumnos aprenden a ser éticos a través de sus experiencias con los docentes. Ellos
suelen saber cuándo sus profesores se preocupan o no por ellos. Sienten la hipocresía y están
alertas a diferenciar entre aquellos profesores auténticos en sus expresiones de afecto o
tolerancia y aquellos que se muestran arrogantes o distantes.

En estas interacciones, el docente debe evidenciar respeto por sus alumnos. Este debe
demostrarse a través de la autonomía que se les concede para su desarrollo intelectual y
afectivo. La exigencia del proceso educativo demanda una esencia dialógica, en la cual
escuchar atentamente sea parte sustancial. Por ello, Freire rechaza tanto al docente
autoritario, que limita la libertad del educando, como al permisivo, que le niega su orientación.
Sostiene también que, para lograr dicha autonomía en el estudiante, el docente debe ayudarlo
a tomar decisiones libremente, pero asumiendo las responsabilidades de la libertad que tiene:
“Saber que debo respeto a la autonomía y a la identidad del educando, exige de mí una
práctica en todo coherente con este saber”.

“La conducta ética es más importante que cualquier otro aspecto de la enseñanza. Y un
docente ético necesita tener conciencia de los aspectos morales, así como un sentido de lo que
es correcto o incorrecto, tener buen juicio, integridad y coraje “. Con esto se busca resaltar la
importancia del sentido ético que, como persona, tiene el docente. Alguien que en su vida
privada o en su práctica profesional es una persona deshonesta, que busca sacar provecho
propio de las situaciones, o que utiliza a los demás como meros instrumentos para el logro de
sus fines, no puede ser un profesor que establezca relaciones equitativas y justas ni respete a
sus alumnos. El profesor debe emplear la “sensibilidad moral”, que implica que los juicios que
tiene sobre su posición fluyan de ese carácter propio de “su ser”.

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