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1. Introducción
El 16 de julio de 2018, en aplicación del artículo 400 del código procesal civil, la corte suprema,
ha convocado al X Pleno Casatorio Civil sobre un proceso de reivindicación, en donde se
debatirá la infracción normativa del artículo 194 y 197 del código procesal civil referido a los
medios probatorios de oficio y la obligación del juez de valorar en forma conjunta y razonada
todos los medios de prueba, al ser responsabilidad del juez reconstruir los hechos tomando
como base las pruebas aportadas por las partes y actuadas en el proceso.
Para convocar a dicho Pleno Casatorio, la corte suprema ha considerado que “diversos órganos
jurisdiccionales del país, que actúan como instancia de mérito, en los procesos que versan
sobre reivindicación, vienen actuando deficientemente en materia de calificación, recopilación
y valoración de los elementos probatorios, lo que no les permite resolver el conflicto de
intereses en forma justa incurriendo en criterios distintos y hasta contradictorios, aspecto
sobre el cual resulta necesario realizar el control casatorio”.
A continuación, en el presente artículo desarrollaremos las instituciones contenidas en el
artículo 194 y 197 del Código Procesal Civil.
2. Análisis
2.1. Medios probatorios de oficio
Del cuadro, se observa que a la versión primigenia del artículo 194 del código procesal civil, le
han añadido el término “excepcionalmente” a la facultad que el juez pueda de oficio actuar
medios probatorios de oficio, y siempre que la fuente de prueba haya sido citada por las partes
en el proceso. Además, se ha precisado que, con esa actuación, el juez cuidará de no
reemplazar a las partes en su carga probatoria, siendo necesario que la resolución que ordena
las pruebas de oficio debe estar debidamente motivada.
Revisando sentencias casatorias, se aprecia que existe contradicción respecto de la aplicación
de las pruebas de oficio, así por ejemplo en la Casación 40-2001, Lima, se indicó que “la
actuación de la prueba de oficio es una facultad discrecional del juzgador, la misma que es
empleada cuando los medios probatorios actuados en un proceso no le producen suficiente
convicción para decidir la litis”.
Asimismo, se manifestaba que “el artículo 194 del Código Procesal Civil no tenía razón de ser,
puesto que según lo establece el artículo 196 del citado código, la carga de la prueba les
corresponde a las partes (Casación 3168-200, Lima)”.
Como se aprecia, en la primera casación citada, se indica que es facultad del juez solicitar
medios probatorios de oficio, mientras que en la otra ejecutoria se indica que ello no tiene
razón de ser, al tener las partes la obligación de demostrar los hechos que sustentan su
pretensión, observándose la falta de uniformidad por parte de los órganos jurisdiccionales al
respecto.
De otro lado, también se aprecia que también ha existido controversia respecto a la posibilidad
que un órgano judicial superior pueda ordenarle al inferior que actúe un medio probatorio de
oficio.
Así, en la Casación 673-2000, Lima, se precisó que “en aplicación del principio de
independencia jurisdiccional (…) ningún magistrado de instancia superior puede interferir en la
actuación de los magistrados de instancias inferiores y disponer que éstos actúen tales o cuales
pruebas, las que podrán ser actuadas de oficio siempre y cuando de acuerdo la función
discrecional del juez éste las considere necesarias”
Mientras que en la Casación 1435-2001, Lima, se indicó que: “la decisión de la sala de mérito
de ordenar que el a quo actúe medios probatorios complementarios (…) no contraviene
normas que garantizan el derecho a un debido proceso, por cuantos los medios probatorios
podrán ser objeto de cuestionamiento por las partes en ejercicio de su legítimo derecho de
defensa”.
Sobre esa aplicación de la prueba de oficio por el órgano superior, se realizó en el año 2016 un
pleno jurisdiccional en la ciudad de Ica, en el que se debatió si la prueba de oficio que se
ordene en segunda instancia, debe actuarse en ésta instancia o ante el juez de primera
instancia.al respecto, hubo dos posiciones:
“primera posición: conforme a lo previsto en el primer y tercer párrafo del artículo 194 del
código procesal civil, la actuación, la actuación del medio probatorio de oficio, deberá
efectuarse por el órgano que así lo dispone, bajo la condición que la fuente de prueba haya
sido citada por las partes en el proceso. Entonces, en atención al principio de legalidad, si el
medio probatorio de oficio se dispone en segunda instancia, éste órgano jurisdiccional (juez o
colegiado) deberá actuarlo (si ello se requiere). Esta norma debemos interpretarla en
concordancia con el artículo 374 última parte del código procesal civil que expresa: “… si fueran
admitidos (se refiere a los medios probatorios), se fijará fecha para la audiencia respectiva, la
que será dirigida por el juez menos antiguo, si el superior es un órgano colegiado”.
Segunda posición: teniendo en cuenta el principio de pluralidad de instancia que consagra el
inciso 6) del artículo 139 de la constitución, concordante con el principio de doble instancia,
previsto en el artículo X del título preliminar del Código Procesal Civil, la prueba de oficio
deberá actuarse ante el juez de primera instancia y no ante el de segunda instancia, esto para
evitar fallos sorpresivos para las partes. Además, no es correcto que el juez reemplace a los
justiciables”.
Luego de realizada la votación en el pleno jurisdiccional del año 2016, se acordó por mayoría
aprobar la primera posición, en el que se sostenía que la actuación del medio probatorio de
oficio deberá efectuarse por el órgano que así lo dispone.
En el caso que es materia de Pleno Casatorio, el impugnante señala que tanto el juzgado como
la sala superior debieron aplicar el artículo 194, al tener duda sobre la denominación del
predio que era materia de reivindicación.
Sobre este punto específico, se debe considerar que en un proceso de reivindicación tiene que
estar plenamente determinado el bien que es materia del proceso, así como su coincidencia
con el título de propiedad que el demandante ha presentado. Así, por ejemplo, en la Casación
3436-2003, Lambayeque, es estableció que para la procedencia de la acción reivindicatoria se
define por la concurrencia de los siguientes elementos: a) que la ejercite el propietario que no
tiene la posesión del bien, b) que esté destinada a recuperar el bien no el derecho de
propiedad, c) que el bien esté poseído por otro que no sea el dueño, d) que el bien sea una
cosa determinada”.
Ahora bien, en el caso materia de pleno, existía duda sobre la denominación del bien, que
quizá por el transcurso del tiempo pudo haber cambiado de nombre, por lo que, si el
demandante tenía un título que acreditaba la titularidad del bien, el juez pudo haber aplicado
el artículo 194 del Código Procesal Civil en el proceso, y por ejemplo recurrir a una pericia a fin
de establecer si ese bien correspondía o no al título del cual el demandante alegaba ser el
propietario.
Por nuestra parte, consideramos que la aplicación de pruebas de oficio en un proceso de
reivindicación debe ser excepcional, puesto que, como dijimos, es un requisito para la
fundabilidad de este tipo de demanda, que se acredite fehacientemente la propiedad del bien
y que el mismo debe coincidir con el título que presenta el demandante.
Asimismo, en el caso que ha llegado a Pleno Casatorio, los impugnantes denuncian la infracción
del artículo 197 del código procesal civil, esto es la obligación del juez de valorar en forma
conjunta y razonada todos los medios de prueba, dado que las pruebas en el proceso, sea cual
fuere su naturaleza, están mezcladas, formando una secuencia integral, por lo que es
responsabilidad del juez reconstruir los hechos tomando como base las pruebas aportadas por
las partes y actuadas en el proceso, por lo tanto ninguna prueba puede ser tomada en forma
aislada, tampoco en forma exclusiva, sino en conjunto, toda vez que solo teniendo una visión
integral de los medios probatorios se puede sacar conclusiones en busca de la verdad, que es el
fin del proceso.
En el caso que venimos analizando, el impugnante al fundamentar la casación, señala que se ha
rechazado el medio probatorio (documento privado) presentado por no encontrarse visado por
la autoridad competente, sin considerar que el demandado nunca cuestionó su valor
probatorio.
Por tanto, para la corte suprema considera necesario establecer pautas interpretativas con
efectos vinculantes, para las decisiones que en el futuro adopten los órganos jurisdiccionales
del país sobre el mismo tema.
Al respecto, el código procesal civil en su artículo 197 establece lo siguiente: “todos los medios
probatorios son valorados por el juez en forma conjunta, utilizando su apreciación razonada.
Sin embargo, en la resolución sólo serán expresadas las valoraciones esenciales y
determinantes que sustentan su decisión”.
Sobre este tema debemos señalar que existen tres grandes sistemas de valoración probatoria,
sistema de prueba tasada, de libre valoración y de sana crítica, que desarrollaremos a
continuación:
Asimismo, la sala suprema, sobre el artículo 197 del Código Procesal y el sistema de valoración
probatoria ha señalado lo siguiente:
“Debe tenerse presente que el artículo 197 del código procesal civil, regula que: “todos los
medios probatorios son valorados por el juez en forma conjunta, utilizando su apreciación
razonada. Sin embargo, en la resolución sólo serán expresadas las valoraciones esenciales y
determinantes que sustenten su decisión”. En ese sentido, el juez se encuentra en la obligación
de atender y analizar los medios probatorios que intentan acreditar un hecho alegado por
alguna de las partes, ya sea en la demanda, o en el escrito se ofrezcan nuevos medios
probatorios, siempre que éstos cumplan los requisitos para su admisión, constituyendo la
omisión a tal precepto una infracción a la norma que establece la finalidad de los medios
probatorios, contenida en el artículo 188 del acotado código (Casación 185-2015, Lima Este)”.
3. Colofón
Finalmente, cabe precisar que conforme a lo establecido en el artículo 400 del Código Procesal
Civil, la decisión que se tome en mayoría absoluta de los asistentes al Pleno Casatorio
constituirá precedente judicial y vinculará a los órganos jurisdiccionales de la república, hasta
que sea modificada por otro precedente. Asimismo, y de acuerdo al artículo 386 del código
procesal, un órgano judicial podría apartarse de un precedente judicial, siempre que motive
esa decisión.
Resulta evidente que entre los sujetos del proceso el juez es aquel al que le
compete la tarea epistémica fundamental de determinar la probabilidad de
ocurrencia de los hechos. Esto sugiere que el juez, para alcanzar las
finalidades de la jurisdicción que detenta, requiere que trabaje con hechos,
admita pruebas, las actúe, valore y decida otorgar o no tutela del derecho.
Al respecto, Juan Monroy Gálvez hace una clasificación donde diferencia dos
sistemas jurídicos opuestos en relación al papel que desempeña el juez en
el proceso: a) sistema procesal privatístico y b) sistema procesal publicístico
(1996: 69-70)[1]. En el primero de ellos, el proceso dependerá de lo que las
partes actúen; es decir, ellas tienen el control del mismo teniendo el juez un
rol pasivo que se limitará a decidir en base a lo que las partes aporten al
caso (Veramendi 2011: 2-3). En palabras de Hugo Alsina, este sistema
consideraba que “a las partes corresponde no solo la iniciación del mismo
(del proceso), sino el impulso procesal y el juez es un mero espectador que
al final de la contienda acuerda la razón al vencedor dentro de lo que las
partes han querido que sea materia de su pronunciamiento” (2001: 407).
Por otro lado, en el sistema procesal publicístico se asume que el proceso no
solo debe interesar a las partes sino a toda la colectividad ya que se
entiende que existe confianza en que el proceso puede resolver casos
donde primará la verdad material evitando que, por culpa de las partes, se
termine dictando sentencias injustas; por ello, se le brinda al juez un rol
activo en la actividad probatoria a fin de garantizar una sentencia que
efectivamente tutele los derechos vulnerados (Alsina 2001: 407). En
palabras de Giovanni Priori: “Los ciudadanos buscan que la respuesta
jurisdiccional se dé satisfaciendo una serie de valores, sin los cuales la
decisión que se brinde no será aceptable” (2015).
Por su parte, Gustavo Calvinho se muestra en contra de este último sistema
al considerar que se debilita la imparcialidad del juez al servir éste de apoyo
para esclarecer la insuficiencia de una prueba que, finalmente, terminará
favoreciendo a una de las partes (2008: 99). Al respecto, discrepamos con
este autor ya que consideramos que el proceso no tiene como fin resolver
un caso restringiéndose solo a la verdad o falsedad de las pruebas que
aleguen las partes, sino que su verdadera meta es alcanzar la verdad
material de los hechos y, de esta forma, concretar una efectiva tutela de los
derechos. En esa misma línea, Devis Echandía comenta que el fin del
proceso no puede limitarse solo a la mera actuación del derecho objetivo,
sino también a la efectiva tutela de los derechos subjetivos respetando, de
esta forma, la libertad y la dignidad humana, por lo que cada fin no puede
ser tomado de manera excluyente (2002: 157).
En efecto, si no permitiésemos que el juez tenga suficientes poderes para
investigar más allá de lo que las partes presenten, estaríamos fomentando
que algunos sujetos intenten aprovecharse del proceso para obtener
derechos que materialmente no les corresponden, pero que lograron
obtener gracias al mal desenvolvimiento de la contraparte durante, por
ejemplo, una audiencia de pruebas y frente a la actitud pasiva de un juez
que solo se conforma con la actuación de las partes sin pretender conocer
(partiendo de las pruebas que en ese momento tiene) si realmente su
sentencia tutelará a la parte que realmente se lo merecía, lo que ayudaría a
mantener la armonía y paz social con respecto al proceso (Echendía 2002:
157).
Además, si el juez no tuviera el poder de intervenir en el proceso para
esclarecer hechos que no le permiten tomar una decisión razonable, ¿cómo
sería posible que se le exija una sentencia justa cuando somos nosotros los
que limitaríamos las razones por las que fundamentaría su decisión?
Con una postura un tanto más extrema, Osvaldo Gozaíni afirma que “la
función de los jueces, comprometida con la búsqueda de la verdad para
adoptar decisiones justas, no puede limitarse a los elementos que le son
suministrados por las partes y debe hallarse en permanente disposición de
decretar y practicar pruebas de oficio, de evaluar y someter a crítica las
allegadas al proceso y de evitar, con los mecanismos a su alcance, las
hipótesis procesales que dificulten o hagan imposible el fallo” (2004: 327).
Nosotros aceptamos en parte esta tesis; sin embargo, consideramos que la
“prueba de oficio” debe tener ciertas limitaciones para que el juez no
termine reemplazando a las partes.
Al respecto, cabe resaltar la reforma del art. 194 de Código Procesal Civil
que se produjo con la Ley N° 30293 en el año 2014, ya que anterior texto
señalaba expresamente que el juez “podía” ordenar la actuación de los
medios probatorios que considerase conveniente siempre que los ofrecidos
por las partes fueran insuficientes; sin embargo, el nuevo texto ha
reformado este término y ya no indica que el juez “puede” (lo cual
significaba que ello no era una obligación), sino que ahora lo “ordenará”; en
otras palabras, el juez ya no se podrá excusar de no aplicar el art. 149
argumentando que este solo le daba una facultad, ahora deberá entenderlo
como un deber (Alfaro 2015: 260)[2].
En esa misma línea, Echandía señala que “en el moderno derecho procesal
se considera que, cuando la ley otorga a los jueces ciertas facultades para
que practiquen una mejor justicia, es un deber de ellos el utilizarlas siempre
que se presenten las circunstancias previstas en la misma ley para su
ejercicio” (2002: 295). De esta forma, la Ley N° 30293 está dando un papel
más activo al juez dentro del proceso.
El juez activo y el sistema procesal peruano:
Habiendo comentado los dos tipos de sistemas procesales existentes
(privatísitico y publicístico), queda señalar cuál de ellos se aplica en el
sistema peruano. Según Jorge Carrión, el Perú se ubica “dentro de los dos
sistemas procesales anotados, el dispositivo (privatístico) y el inquisitivo
(publicístico), donde los derechos sustantivo y adjetivo, fundamentalmente,
están consagrados en forma objetiva, utilizando la escritura como medio de
exteriorización (códigos), en los que el principio de legalidad es substancial”
(2000: 13).
En palabras de Michele Taruffo: “en efecto, es oportuno hablar de modelos
mixtos para indicar aquellos ordenamientos procesales – que actualmente
son numerosos– en los cuales se prevé más o menos extensos los poderes
de instrucción del juez, en cuanto a la plena posibilidad que las partes
tienen de aportar todas las pruebas admisibles y relevantes para la certeza
de los hechos” (2009: 412). Por lo tanto, a grandes rasgos, podemos señalar
que los modelos mixtos se caracterizan por la convivencia entre la actividad
probatoria de las partes y la del juez, de tal forma que ninguno tome el
lugar del otro.
En tal sentido, cabe resaltar la distinción entre una figura del “juez activo” y
el “juez autoritario” en la adquisición de pruebas, encontrándose el primero
en un contexto en el cumple una función integrativa y supletiva en relación
a las pruebas que presentan las partes, es decir, solo intervendrá de forma
excepcional sobre la base de lo que las partes ya han expuesto (siempre
respetando el derecho a la defensa); por otro lado, el “juez autoritario” es
aquel que tiene amplios poderes de instrucción, puede adquirir de propia
iniciativa las pruebas con las que juzgará el caso incluso si para ello debe
sobrepasar los límites de las garantías procesales (Taruffo 2009: 414). En
otras palabras, el juez activo se encuentra justo en medio de las posturas
privalítisticas y publicísticas.
Consideramos que la figura del “juez activo” es la aplicable al sistema
procesal mixto peruano ya que, analizando las normas con las que el Código
Procesal Civil regula la actividad probatoria, comprobamos que se verifica la
“convivencia” entre los dos sistemas procesales ya estudiados. Ellos se
encuentran, por parte del sistema procesal privalístico, en el artículo 196 (el
cual impone como regla general la carga de la prueba para quien afirma
hechos que configuran su pretensión)[3]; y por el lado del sistema
publicístico, el inciso 2 del artículo 51[4] y el artículo 194 (correspondiente a
la “prueba de oficio”)[5] (Veramendi 2011: 5).
Ahora bien, luego de señalar que nuestro país se encuentra en un sistema
procesal mixto, el cual faculta al juez de participar en la actividad probatoria
(con algunas limitaciones) en favor de la búsqueda de la verdad material,
queda por analizar si la figura de la inimpugnabilidad de la “prueba de
oficio” ha sido debidamente regulada para que cumpla los fines del proceso.
Cabe resaltar la diferenciación que propone Gozaíni entre verdad material y
verdad formal, siendo la primera uno de los objetivos esenciales del
proceso, mientras que la segunda queda reducida a los hechos probados en
la causa gracias a la capacidad de persuasión de los medios propuestos en
el proceso (2004: 343).
Impugnación de la “prueba de oficio”
El legislador, con la reforma del art. 194 del Código Procesal Civil, ha
pretendido salvar la inimpugnabilidad de la “prueba de oficio” otorgando
supuestos para fortalecer la razonabilidad de la decisión del juez al respecto
de esa prueba. Algunos de estos se refieren a que la fuente de la prueba
haya tenido que ser citada por las partes en el proceso, que se asegure el
derecho de contradicción de la prueba y que el juez no termine
reemplazando a las partes en su carga probatoria; sin embargo, destaca
aquel que sanciona con “nulidad” la resolución que ordena la prueba de
oficio cuando no está “debidamente motivada”.
En efecto, se pretende justificar el carácter inimpugnable de la decisión del
juez al considerarse suficiente una “debida motivación” (que incluya los tres
límites probatorios del juez señalados en el primer párrafo de la norma) ya
que cuando ésta haya sido realizada defectuosamente (o simplemente no se
haya realizado) se deberá sancionar con nulidad, por lo que cuando se dé lo
contrario (una debida motivación que abarque los tres límites) quedará
“blindada” de toda impugnación. Pero, ¿podrá una resolución “debidamente
motivada” no cumplir necesariamente con la obtención de la verdad
material? ¿Es suficiente la justificación que se dé acerca de los tres límites
de la prueba de oficio, en una resolución valorada como “debidamente
motivada” por ese juez, para que se logre volver intocable a esta prueba?
Cabe resaltar que una cosa es que se dé “nulidad” al no haberse cumplido
con una debida motivación (con lo cual se pensaría que sí existe posibilidad
de impugnación) y otra totalmente distinta sería que el artículo en cuestión
permita plenamente que la prueba de oficio sea impugnable. Cada una tiene
distintos efectos: en el primer caso, se produce nulidad y se retornará al
momento en el cual se produjo el vicio en el proceso (lo cual generará
mayores gastos para las partes); por otra parte, en el segundo caso se
permitiría valorar la prueba de oficio junto con el resto de pruebas en una
segunda instancia, lo que hará que el juez pueda decidir valorando la
importancia de cada una (además que el proceso no necesariamente
tendría que retroceder como sí sucede con la nulidad).
Además, tal como sostiene Luis Alfaro, “la nulidad en sentido estricto no
sería propiamente un “remedio” y menos una “sanción” y por tanto no es un
medio impugnatorio, sino un instituto procesal totalmente autónomo con
propia estructura y función en el sistema procesal” (2015: 262).
Consideramos que, aunque el tema de la “debida motivación” represente un
leve avance, ya que en el anterior art. 194 solo se exigía la decisión
“motivada” y ahora se exige que sea “debidamente motivada” (lo cual, de
todas formas, era lógico), la motivación sobre la decisión que toma un juez
podrá ser siempre distinta (y hasta opuesta) a la que realice otro ya que
implica cierto nivel de subjetividad con respecto a la forma en la que cada
persona percibe un caso en concreto (Arrarte 2003: 110), por lo que no se
justifica depender principalmente de la motivación que admitirá de la
prueba de oficio para volverla inimpugnable ya que probablemente otro juez
podría percibir que dicha prueba no admite razones para ser incluida en el
proceso (mediante una motivación distinta).
Y es que, aunque el expediente N° 00728-2008-PHC/TC del Tribunal
Constitucional haya delimitado algunos supuestos que implican una
indebida motivación (falta de corrección lógica, falta de coherencia narrativa
y falta de justificación externa), un juez podrá seguir un razonamiento que
finalmente, a su parecer, justifique o no la admisión de una prueba de oficio
y no por ello debemos dejar en indefensión a alguna de las partes que
considera lo contrario.
Es decir, el auto que admite la prueba de oficio podrá contener una debida
motivación (con criterios razonables) y, por lo tanto, ser tomada como
“constitucional” para ese juez; sin embargo, la parte afectada debería tener
siempre el derecho a replicar los motivos por los que esta decisión ha sido
tomada frente a una segunda opinión ya que podría considerar que los
fundamentos fueron insuficientes. Esto nos hace concluir que la “debida
motivación” nunca será suficiente ya que, en el fondo, siempre partirá de
las apreciaciones que tenga cada juez para cada caso en concreto, lo cual
implica que el juez de segunda instancia podrá tener una forma de
razonamiento distinta que a lo mejor sí vaya acorde con la verdad material
de los hechos. Entonces, si la parte afectada no logra que su legítimo
derecho sea protegido por un juez, ¿por qué negar la posibilidad de que otro
juez pueda dictar la sentencia “justa” que se necesita para alcanzar la
verdad material?
En palabras de Rafael De Asís:
“La interpretación posee un carácter problemático y dialéctico, tanto en el
sentido de alternativas enfrentadas en pugna cuanto en el de conocimiento
probable. Ante un problema jurídico, cada operador puede dar una
interpretación a un texto enfrentada con la de los restantes, y la solución, si
esto sucede en un proceso (judicial o simplemente comunicativo), sería
aquella que cuente con mejores apoyos racionales o, también, aquella que
decida quien tiene poder para ello (el juzgador o a quien se haya otorgado
tal potestad, como ejercicio de su voluntad). Pero, en cualquier caso, esa
solución interpretativa no puede decirse que sea la única o la verdadera
(aunque en el Derecho llegue a adquirir ese papel)” (2007: 116)
Por ello, si bien el Derecho va a buscar, mediante la motivación, que la
decisión se vea justificada jurídicamente, nunca podremos estar
completamente seguros que aquella ha logrado hallar de la verdad (en una
búsqueda que parece imposible); sin embargo, es tarea del Derecho hacer
todo lo posible por encontrarla. Sin embargo, se señala que “a pesar de que
puedan ser descritos criterios y mecanismos jurídicos interpretativos, a la
hora de interpretar aparecen también las valoraciones del intérprete, que
tiene que elegir entre posibles significados, y está condicionado por el
momento jurídico” (De Asís 2007: 117). Por ello, sostenemos que siempre
debería ser posible la opción de impugnar la prueba de oficio. Quizá sea
probable que el proceso tenga un margen de error, pero nuestra tarea es
buscar la forma de reducirlo al máximo para poder estar cada vez más cerca
de la verdad material.
Al respecto, Arrarte opina que “es imprescindible que el juzgador demuestre
a los litigantes y especialmente a la sociedad, que su decisión no es
producto de su mera intuición, sino de un razonamiento correcto que
además ha tomado en consideración que al resolver un caso está
asumiendo un rol que trasciende: el de sentar los valores que la sociedad
debe respetar, no solo en la coyuntura inmediata, sino también en el futuro
que proyectamos” (2003: 230).
Por lo tanto, una adecuada motivación siempre será de gran ayuda no solo
para las partes (las cuales podrán entender el razonamiento de la decisión
del juez), sino también para la propia decisión que ahora se verá justificada
bajo criterios que la sustentarán válidamente (y, de esta forma, se evite
decir que se trata de una decisión arbitraria) conforme a los valores de la
sociedad y, según Hugo Lamadrid, para que la parte que no ganó pueda
decidir si es que vale la pena apelar o ya es un caso perdido (2009: 99); sin
embargo, ello siempre se dará bajo la perspectiva de cada juez en concreto,
que podrá estar parcialmente sesgado por lo que le diga su intuición al
respecto (Sood 2015: 1562)[6], la cual podrá ser válida para él pero errónea
para otros, y que claramente puede darse en la ciencia del Derecho, donde
es usual que existan diversas posturas sobre un mismo punto controvertido
(incluso cuando cada postura distinta pueda llegar a considerar el resto son
erróneas). En efecto, si en una facultad de Derecho o en un evento
académico nos damos cuenta que muchos profesionales del Derecho
pueden tomar posturas contrarias sobre un mismo tema, ¿acaso lo mismo
no le puede suceder a los jueces?
Por ello, deberá darse siempre un derecho a impugnar para que el próximo
juez evalúe si los motivos por los que el primer juez fundamentó su decisión
son realmente acordes a la finalidad del proceso. En caso lo sean, no habrá
problema en confirmar la decisión.
Es claro que siempre se deberá evitar el abuso procesal con el pretexto de
buscar una real “solución justa” cuando lo que en realidad se busque es
ganar tiempo[7] o tener la chance de que el juez de segunda instancia se
equivoque y proteja a quien no lo merece. En efecto, nuestro Código
Procesal Civil regula lo señalado en el artículo 109 donde se indica que es
deber de las partes “proceder con veracidad, probidad, lealtad y buena fe
en todos sus actos e intervenciones en el proceso”[8]. Frente a ello, Wilson
Hernández sostiene que la formación de los colegios de abogados debe
consolidar la ética del profesional y que también deberán ser más firmes
ante las malas conductas (2009: 84)[9].
¿Cómo “salvar” el artículo 194?
Tomando en cuenta lo confuso que puede resultar la redacción del artículo
194, Roberto Pérez-Prieto ha señalado una interpretación que permite una
lectura más adecuada de esta norma, indicando lo siguiente:
“Aunque la técnica legislativa que se ha utilizado sea algo confusa, lo cierto
es que se ha incorporado a la doble instancia como mecanismo de control
de las incorporaciones de prueba de oficio.
‘Siendo esta resolución inimpugnable, siempre que se ajuste a los límites
establecidos en este artículo’.
En otras palabras, la resolución es impugnable y si se denuncian los errores
descritos en el mismo artículo la instancia superior tendrá que hacer una
revisión de la resolución y de ese modo se garantiza la doble instancia”
(2015).
De esta forma, lo que la norma busca en realidad es abrir un camino a la
impugnación de la prueba de oficio solo cuando no se cumpla con las
limitaciones que el mismo artículo impone al juez. Al respecto,
consideramos que es una buena alternativa a tomar frente a una norma
cuya interpretación requiere respetar las garantías procesales de las partes.
Sin perjuicio de ello, nos permitimos tomar una postura distinta
(considerando lo señalado en el acápite anterior) ante esta norma: incluso
cuando la prueba tenga la posibilidad de ser impugnada solo en los casos
que se vulnere alguno de los límites establecidos en el artículo 194,
consideramos que lo mejor sería excluir el carácter inimpugnable a las
pruebas de oficio, ello a fin de respetar el derecho a la segunda instancia y a
la defensa de las partes ya que, como ya se mencionó, los límites del art.
194 van a tener que ser justificados por medio de una motivación para que
esta tenga la calidad de “adecuada”; sin embargo, incluso cuando la
motivación logra ser una gran herramienta para obtener decisiones
razonables, su propia naturaleza hace que pueda ser inexacta.
Conclusiones
Por todo lo expuesto, consideramos que la inimpugnabilidad de la “prueba
de oficio” vulnera el derecho a la doble instancia y a la defensa de las
partes, ambos recogidos en el artículo 139 de nuestra Constitución.
Recordemos las palabras de Arrarte al afirmar que “el juez es un ser
humano y que en las piezas del ajedrez que conforman el proceso, los
peones son seres vivos que generan sensaciones distintas en el juzgador”
(2003: 130). En efecto, el juez puede tener el poder suficiente para poner fin
a una controversia con calidad de cosa juzgada; sin embargo, sigue siendo
una persona tal como cualquiera de nosotros y, por lo tanto, también puede
equivocarse.
Finalmente, tal como indica Giovanni Priori, en un Estado Constitucional de
Derecho (como el nuestro) “la solución al caso debe ser ante todo y sobre
todo constitucional, antes que legal, y en esa solución, la interpretación de
la ley y de las demás normas jurídicas deben ser realizadas siempre
conforme a la Constitución” (2009: 347); en tal sentido, cuando un juez se
encuentre frente al artículo 194 de nuestro Código Procesal Civil, deberá
pensar dos veces si le corresponde seguir la ley al pie de la letra o aplicar
un juicio de constitucionalidad de la norma a fin de tutelar el derecho a la
defensa de las partes involucradas en cada caso en concreto.
Referencias bibliográficas:
[1] Al respecto, Jorge Carrión prefiere diferenciar entre inquisitivo y dispositivo
(2000: 12).
[2] En esa misma línea, Roberto Pérez-Prieto señala lo siguiente: “Es preciso
resaltar que sobre este punto podemos apreciar que a diferencia de la norma
original, esta ya no es una potestad del juzgador sino un mandato, puesto que se
dejó de utilizar la palabra “puede” por la palabra “ordenará”, y de ese modo
estamos ante una imposición para el juez y ya no algo que puede dejar a su libre
conciencia” (2015).
[3] Artículo 196 del Código Procesal Civil: Salvo disposición legal diferente, la carga
de probar corresponde a quien afirma hechos que configuran su pretensión, o a
quien los contradice alegando nuevos hechos.
[4] Artículo 51 inciso 2 del Código Procesal Civil: Los Jueces están facultados para
ordenar los actos procesales necesarios al esclarecimiento de los hechos
controvertidos, respetando el derecho de defensa de las partes;
[5] Artículo 194 del Código Procesal Civil: Excepcionalmente, cuando los medios
probatorios ofrecidos por las partes sean insuficientes para formar convicción el
Juez de Primera o de Segunda Instancia, ordenará la actuación de los medios
probatorios adicionales y pertinentes que considere necesarios para formar
convicción y resolver la controversia, siempre que la fuente de prueba haya sido
citada por las partes en el proceso. Con esta actuación probatoria el Juez cuidará de
no reemplazar a las partes en su carga probatoria, y deberá asegurarles el derecho
de contradicción de la prueba. La resolución que ordena las pruebas de oficio debe
estar debidamente motivada, bajo sanción de nulidad, siendo esta resolución
inimpugnable, siempre que se ajuste a los límites establecidos en este artículo. En
ninguna instancia o grado se declarará la nulidad de la sentencia por no haberse
ordenado la actuación de las pruebas de oficio.
[6] “A motivated justice hypothesis” es el nombre que Avani Mehta Sood le ha
colocado a esta teoría (2015: 1962). En esa misma línea, Eyal Peer y Eyal Gamliel
sostienen que “en algunos casos los jueces podrían ser propensos a falacias
cognitivas y sesgos que probablemente terminarían afectando sus decisiones
judiciales” (2013: 114).
[7] Lo que Jorge Peyrano califica como “conducta procesal oclusiva u
obstruccionista” (2006: 195).
[8] También podemos encontrar esta buena fe procesal en legislación comparada
como en Argentina donde el Código Procesal Civil y Comercial de la Nación regula,
en el apartado cuarto del inciso 5 del artículo 34, que le corresponde al juez
“prevenir y sancionar todo acto contrario al deber de lealtad, probidad y buena fe”.
[9] Asimismo, este autor sostiene que la carga procesal no se debe, como se podría
pensar, ni al incremento en la demanda de casos (que la cantidad de casos se
incremente con el transcurso del tiempo), ni a la falta de recursos del Poder Judicial,
ni al límite de la productividad de los jueces, ni a la falta de juzgados; todo lo
contrario, las principales causas son la incapacidad de resolver los casos que ya se
encontraban “por procesar” y no los nuevos, la ineficaz labor de los juzgados y la
falta de incentivos para mejorar la productividad (Hernández 2009: 74-80).
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