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ARGUMENTACIÓN CON DEFINICIÓN

Fuente 1

Liuba Kogan opina sobre publicidad de Saga Falabella

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Fuente 2

El lenguaje no está en el diccionario


Desde hace unos años, hemos presenciado apasionados debates en torno a si algunos
incidentes ocurridos en el país son racistas o no, o incluso si sigue existiendo el racismo
en el Perú. Hace dos semanas fuimos testigos de uno más, a raíz de lo que ocurrió en el
programa televisivo EEG: El origen de la lucha cuando Kina Malpartida trató de describir
la zampoña en una prueba de adivinanzas: “lo que tocan los serranitos”.
En las redes sociales, muchísima gente argumentó que el enunciado de Kina había
sido racista (fueron menos los que creyeron lo contrario). Una de las personas que
defendió la ausencia de racismo fue Aldo Mariátegui en su columna de Perú.21 pues,
según él, la palabra “serrano” significa lo que el Diccionario de la Real Academia
Española señala: “Dícese de quien habita en una sierra o ha nacido en ella”. Para el
periodista, “serrano” sería un gentilicio más sin ninguna carga peyorativa, análogo a
“costeño”, “selvático” o “montañés”. Es más, Mariátegui sostuvo que quien pretenda usar
esta palabra como una ofensa quedaría como un “ignorante completo”, ya que solo estaría
haciendo referencia a un lugar geográfico.
Quizás Mariátegui no sepa mucho sobre cómo funciona el lenguaje, a pesar –claro
está- de que es periodista y trabaja con él. No sabe, por ejemplo, que el significado de las
palabras no está en los diccionarios, sino en los usos que les dan las personas en el marco
de las diferentes prácticas sociales que se desarrollan. Los diccionarios son solo guías de
lo que significan las palabras de modo general. Es más, las personas que los elaboran
nunca pretenden cerrar el significado de las palabras, pues son conscientes de los usos
locales que siempre las cargan de sentidos específicos y muy particulares.
Mariátegui tampoco parece saber que las palabras nunca son totalmente estables
y que son las personas quienes construimos –y fijamos- sus significados, a partir de
intereses particulares y relaciones de poder. Pero quizás lo que más sorprende es que no
sepa que en el Perú el significado de la palabra “serrano” (y más aún, de su diminutivo)
ha sido construido desde una historia particular: una historia colonial en la que la
aristocracia blanca usó este término no solo de manera peyorativa sino también
jerarquizadora y tutelar. Lo mismo ocurre con las palabras “llamas” y “vicuñas”, alguna
vez usadas por un político de forma racista, aunque él se defendió con el argumento que
igual podría haber dicho “piedras” y “ríos”. El problema es que ni “piedras” ni “ríos” han
tenido la misma construcción histórica.
Digamos entonces que Aldo Mariátegui sustrae la historia particular que ha dado
forma al significado de “serrano” y “serranito” en el Perú y no se da cuenta que, por sus
diferentes historias, esa palabra aquí no significa lo mismo que en España. De hecho, es
interesante notar que en España el significado de “serrano” también ha cambiado a lo
largo de la historia, pues en el medioevo y el Siglo de Oro -y quizás hasta antes de Franco-
esta palabra también se usaba despectivamente, pues se asociaba a un mundo rural
concebido como atrasado e inferior en su relación con las ciudades. Solo basta leer la
literatura del Siglo de Oro para darnos cuenta de esto.
Por otro lado, Aldo Mariátegui tampoco parece saber es que en el Perú la palabra
“serrano” está racializada, es decir, construye a un “otro” desde un criterio aparentemente
no racial (geográfico, en este caso) pero mantiene una retórica racial subyacente. Esto
quiere decir que la palabra “serrano” no solo nombra un gentilicio, sino también un
fenotipo históricamente excluido.
Pero la retórica racial no solo se evidencia en el uso de la palabra “serranito”. Cuando
Kina Malpartida señala que la zampoña es “lo que tocan los serranitos” asocia una
práctica cultural (el uso de la zampoña) a un grupo social de forma esencialista, como si
el tocar ese instrumento fuera una característica única de todas las personas que viven en
la sierra. Es interesante notar que en muchas de las reacciones de la gente en las redes
sociales se desafió esta representación con mucha lucidez. Por ejemplo, un comentario
sostuvo lo siguiente: “La guitarra eléctrica la tocan los serranitos y los negritos también,
jajaja. Y los gringos tocan quena, yo lo he visto en la combi. Hay de todo”.
Sabemos que la noción de raza ha variado sustancialmente a lo largo de los siglos
y que sigue cambiando hoy en día de acuerdo a las dinámicas de las sociedades. De hecho,
luego de que el concepto de raza biológica fuera desacreditado tras la Segunda Guerra
Mundial, la cultura –y ya no el fenotipo- se convirtió en el criterio principal que guía el
pensamiento y la práctica racista, aunque el fenotipo igual se haya mantenido de forma
implícita para seguir reproduciendo la jerarquización y el dominio social.
Muchos académicos han argumentado que es precisamente en estos cambios y en
esta flexibilidad donde reside la actual fuerza política del pensamiento racial, pues hace
que el racismo sea más versátil y que tenga una mayor capacidad para transformarse,
reinventarse y sobrevivir. Hoy tenemos que dejar de pensar que solo hay racismo cuando
una práctica (y un enunciado) hace alusión a características fenotípicas o genéticas.
Además, en el mundo contemporáneo, identificar prácticas racistas se ha vuelto
cada vez más difícil pues la gente ya no expresa sentimientos racistas de forma directa
sino que muestra un discurso ambivalente y contradictorio que más bien intenta
ocultarlos. Las personas derracializan las representaciones negativas de los otros con el
uso de términos no raciales y usan una retórica racial sin hacer alusión a la raza. De este
modo, el significante de raza es desplazado hacia categorías geográficas, educativas, de
clase o hasta lingüísticas, que terminan por racializarse.
Por todo esto, un discurso será racista por lo que “hace” y no necesariamente por
lo que “dice”, pues el racismo constituye una serie de efectos ideológicos con un
contenido flexible, fluido y variado. Lo que importa es el efecto que causa –y el poder
que ejerce- y no tanto el contenido que transmite, pues este último siempre estaría
cambiando.
Dicho de otra manera: en lugar de declarar que ya no hay racismo porque este ya
no coincide con el racismo clásico que jerarquiza sobre la base del fenotipo, debemos
investigar las nuevas formas de racialización y discriminación en el mundo de hoy. ¿No
fue acaso Aldo Mariátegui el que actuó de forma racista contra la excongresista Supa a
partir de su forma de escribir y su ortografía? ¿O solo si se hace alusión a la ortografía y
no al fenotipo ya no hay racismo?
Y otra cosa que Aldo Mariátegui tampoco sabe es que no siempre somos
conscientes de la fuerza que tienen las palabras o enunciados que usamos para interactuar
con otros. De hecho, no siempre tenemos la intención de ser racistas (o machistas o
sexistas) pero igual lo somos. Según Mariátegui, Kina Malpartida pronunció un “tierno
diminutivo” sin mala intención. Probablemente la deportista no tuvo mala intención, pero
el enunciado fue interpretado como racista por la audiencia y por mucha gente que se
sintió afectada. Porque “serrano” no es “una palabra cualquiera”, como argumenta
Mariátegui, por más de que intentemos que lo sea. Solo nuevas prácticas sociales podrán
cambiar el significado de la palabra y de la historia.

ZAVALA, Virginia (2016) EL lenguaje no está en el diccionario. En diario Ojo Público.Lima, 01 de


junio de 2016.
Consulta: 30 de julio de 2018
http://ojo-publico.com/239/el-lenguaje-no-esta-en-el-diccionario

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