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El cuidado hace parte de la distribución de cargas dentro del hogar y la realización de trabajo no
remunerado, el cual puede ser adicional a la actividad económica principal y se encuentra muy
relacionado con la existencia de brechas de género, siendo las mujeres quienes asignan mayor
tiempo a este tipo de labores. En este contexto, con el fin de disminuir las disparidades que
afectan en mayor medida a la mujer y con el propósito de contribuir a su desarrollo productivo y
correcta inserción en el mercado de trabajo, uno de los principales retos de la política pública ha
sido fomentar el acceso a sistemas de cuidado oficiales, para realizar una redistribución de estas
actividades en la sociedad, disminuyendo las externalidades negativas de la división sexual del
trabajo y de esta forma combatiendo la pobreza y la desigualdad.
Particularmente, la presencia de niños menores de cinco años en el hogar determina una mayor
dedicación de la mujer a las tareas de cuidado, en parte como respuesta al rol de cuidadoras que
le ha sido asignado por la sociedad, lo cual influye directamente en su empoderamiento, en su
participación laboral y en su autonomía económica. En este sentido, la provisión oficial de
servicios de atención a la niñez es fundamental para la redistribución de las responsabilidades del
cuidado y facilita la conciliación entre la vida familiar y el trabajo remunerado, especialmente
teniendo en cuenta la transformación económica y social vivenciada en las últimas décadas en las
que la participación laboral femenina se ha incrementado de manera importante, lo cual ha hecho
necesaria la creación de espacios adecuados y pertinentes para acoger a la población infantil. En
respuesta a lo anterior, con la creación del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar en 1969,
surgieron en el país diversas figuras de atención y cuidado para la niñez: centros comunitarios para
la infancia (CCI) para menores de dos años y los Centros de Atención Integral al Preescolar (CAIP)
para menores de siete años. En principio, el objetivo de estos establecimientos fue apoyar a las
familias con el cuidado, crianza y protección de niños y niñas, mientras las madres trabajadoras
cumplían con su jornada laboral. Posteriormente, a finales de la década de los setenta, con el fin
de expandir la cobertura de atención y cuidado a las familias más necesitadas, inicialmente
focalizada en hijos de madres trabajadoras, los CAIP adquirieron el nombre de Hogares Infantiles,
los cuales priorizaron la participación familiar y complementaron el enfoque Página 13
asistencialista con la incorporación de la responsabilidad comunitaria en el cuidado.
No obstante, fue hasta la década de los noventa que la necesidad de formular una política pública
de atención integral y de articular a las entidades encargadas de proveer servicios a la población
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infantil (ICBF, Ministerio de Educación Nacional, Ministerio de Salud) se hizo evidente, y más
teniendo presente la perspectiva de derechos que el Artículo 44 de la Constitución Política de
1991 le confirió a los niños y niñas de cero a cinco años, los cuales deben contar con la protección
de la familia, el Estado y la sociedad general para su desarrollo armónico e integral. De igual
forma, al establecer como mínimo un grado obligatorio de educación preescolar en el artículo 67
de la Constitución, se reafirmó la importancia de la atención a la primera infancia. Con base en
esto, se definieron lineamientos pedagógicos dirigidos para niños y niñas de tres a cinco años, para
los tres grados de preescolar respectivos: prejardín, jardín y transición, siendo este último
ineludible. No obstante, fue hasta el año 2007 en el que el sector educativo retomó la discusión de
atención a la primera infancia con un enfoque holístico, es decir más allá de la formación
preescolar, lo cual en parte se dio en consideración de lo estipulado por el artículo 29 de la Ley
1098 de 2006 (por la cual se expide el código de infancia y adolescencia), que establece que los
niños y niñas de cero a seis años son sujetos y titulares de derechos, dentro de los cuales se
encuentra la educación inicial como componente del desarrollo integral.
De esta forma se trazó la ruta hacia el concepto de educación inicial, la cual de acuerdo con el
Ministerio de Educación Nacional se entiende como “un proceso continuo y permanente de
interacciones y relaciones sociales de calidad, oportunas y pertinentes que posibilitan a los niños y
a las niñas potenciar sus capacidades y desarrollar competencias para la vida”. De acuerdo con
este nuevo enfoque y teniendo en cuenta la creciente demanda de servicios de cuidado, así como
la importancia del pleno desarrollo de la niñez colombiana, el Gobierno Nacional diseñó e
implementó a partir del año 2010 la estrategia de atención integral a la primera infancia, más
conocida como “de cero a siempre”, la cual a partir de una perspectiva del desarrollo humano
sostenible se centra en niños y niñas menores de 6 años y madres gestantes, como sujetos activos
de derecho, en consideración de que si bien el crecimiento es un proceso que se da a lo largo de
toda la vida, es durante los Página 14 El cuidado y la crianza La educación inicial La salud, la
alimentación y la nutrición La recreación El ejercicio de la ciudadanía y la participación primeros
años cuando se desarrollan la mayoría de habilidades y capacidades individuales, así como se
potencian las conexiones cerebrales y se establecen bases sólidas para las interacciones sociales.
De acuerdo con los fundamentos políticos, técnicos y de gestión, la estrategia de cero a siempre se
centra en los siguientes ámbitos para una atención integral: De acuerdo con información
reportada por el ICBF, con fecha de corte a diciembre del año 2013 976.378 niños y niñas menores
de 5 años contaban con atención integral. Territorialmente, las regiones del país con mayor
número de niños vinculados a la estrategia de cero a siempre son la central, la caribe y la pacífica;
en la Amazonía – Orinoquia, se registra una menor cobertura con menos de 10.000 infantes con
atención integral. Niños y niñas menores de 5 años con atención integral 2013 No obstante, a
pesar del esfuerzo del Gobierno con la implementación de un programa de atención integral a la
primera infancia, según la Encuesta de Calidad de Vida del año 2013, en el país sigue
predominando el cuidado familiar en casa ya que de un total de 3.918.760 niños y niñas menores
de 5 años un 49,3% se encuentra la mayor parte del tiempo entre semana a cargo de su padre o su
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madre en el hogar; esto sumado a un 9,2% que se encuentra al cuidado de un pariente mayor de
edad y un porcentaje menos representativo a cargo de empleados y parientes menores de edad.
cual establece como meta 2.400.000 niños atendidos para el año 2018. Para esto, resultará
fundamental el esfuerzo que se haga para Incrementar la inversión social en la primera infancia,
puntualmente en la ampliación de infraestructura, contemplando criterios de focalización como
población en condición de vulnerabilidad y ubicada en zonas rurales. Así mismo, es imprescindible
fomentar un cambio cultural en las familias colombianas en cuanto a visibilizar la importancia de la
asistencia de la primera infancia a lugares especializados en cuidado y la comprensión de las
ventajas del acceso a la atención integral que ofrece la estrategia de cero a siempre en todas sus
esferas, esto es con los planes de vacunación, los programas de nutrición y control de crecimiento
y particularmente en términos del desarrollo biológico, cognitivo, psicomotriz y socio - afectivo
que propicia el entorno de la educación inicial de los establecimientos diseñados para tal fin. Autor
Ximena Pardo Peña Asesora Subdirección de Educación Magister en Economía
xpardo@dnp.gov.co
dentro de la legalidad). En ambos casos las estadísticas nos muestran que estos cuidados también
se llevan a cabo mayoritariamente por mujeres, y así las profesiones más relacionadas con el
cuidado de menores y de personas en situación de dependencia suelen ser de la rama sanitaria y
educativa, sectores altamente feminizados. Por otro lado, hay que tener en cuenta que la
feminización de las tareas de cuidado provoca un círculo vicioso2 , ya que cuando las mujeres
cuidadoras llegan a una edad en la que son ellas las que necesitan cuidado, la actividad de cuidado
infravalorada e infrareconocida que han llevado a cabo vuelve a repercutir en ellas negativamente.
En los últimos años, y de manera acelerada, al igual que en el resto de la sociedad, ha habido
cambios notorios en las funciones paterna y materna, pero no en los papeles, los cuales siguen en
el mismo punto de la primera mitad del siglo XX: el del padre como proveedor económico y
autoridad, y el de la madre como depositaria y transmisora de afecto. Al analizar la dinámica de los
cambios en la función paterna en consonancia con los cambios culturales y familiares, es decir
entender que el análisis de esta función tiene necesariamente que ver con el análisis de los
cuidados de los niños y jóvenes. Como lo dice el psicólogo y profesor Adolfo León Ruiz, no es lo
mismo tener un niño que tener un hijo: tener un niño es tener la versión más avanzada de un
muñeco, con el que hay que cumplir un papel; tener un hijo es tener un ser con el que hay que
cumplir una función por medio de los cuidados en la crianza. La observación de los cambios
sociales en la segunda mitad del siglo XX permite ver que hay una clara tendencia masculina a la
aceptación de nuevas funciones, determinadas estas por los cambios de la realidad familiar, en
este contexto, el hombre se feminiza y la mujer se masculiniza. Cosas del papel, como trabajar en
la calle, provisión de recursos económicos, ejercer la autoridad, transmitir las normas… son
ejercidas como función por la mujer; y acompañar a la madre a la consulta prenatal y al parto,
trabajar en la casa distribuir la provisión económica, jugar con los hijos y dar afecto sin temores,
cambiar pañales… son ejercidas como función por el hombre, en un eterno cambio dinámico de
funciones de ajuste dentro de la célula familiar. En el entendido de que la función de la familia es
enseñar y la del hijo aprender, se puede afirmar que la función paterna en la crianza es posible,
pero es necesario señalar que no es unidireccional, sino bidireccional, esto es, del padre al hijo y
de éste al padre. La dinámica social y familiar explica que la función paterna en la crianza no es
impuesta desde fuera, es autoimpuesta por el grupo en el que se da el proceso de crianza, de
manera dinámica, cambiante, renovadora y creativa, muy lejos del supuesto estatismo que supone
que lo que escrito está escrito lo estará, de tal modo que el padre pueda, como lo expresa
Francisco Javier Leal, desarrollar su profesionalidad, expresar sus emociones y participar en la
crianza de los hijos. Cuando se miran las facetas de la función paterna en la crianza, se ve que esta
función no es única, es múltiple, no se queda ni se puede quedar solo en unos pocos aspectos,
como ha sido tradicional. En la actualidad, la función paterna en la crianza es pertinente y
necesaria, pero la apabullante realidad de la ausencia física o funcional de muchos padres lleva a
pensar que esta función, a pesar de que s imprescindible, es trasladable a otros.
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Esta posibilidad de traslado lleva a acuñar la expresión función parental, entendida como la
función que deben cumplir ambos padres en la crianza, pero que en un momento dado puede ser
cumplida por solo uno de ellos, con las necesarias interrelaciones con otro adultos dentro y fuera
de la familia, con lo que no se quiere decir que un padre puede ser una buena madre o viceversa.
Con los criterio expuestos , se puede decir que la función paterna en la crianza es paternar, como
parte de la función parental, es decir, participar, sin papeles predefinidos en la crianza, con base
en las necesidades de los hijos. Dicho de otra manera, como lo propone el Grupo de Puericultura
de la Universidad de Antioquia, esta función es el acompañamiento inteligente (con
conocimientos) y afectuoso (con amor) a los hijos en el proceso de crecimiento y desarrollo.