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Bolívar Echeverría
Homo legens
M
ás que contradecir a aquellos autores que hablan de la
decadencia del libro y la lectura, se diría que la enormidad
del número de nuevos títulos y lo millonario de sus tira-
das –que uno observa desconcertado en las grandes ferias
del libro, de Frankfurt a Guadalajara– los lleva a reafirmarse en su
convicción. Comparado con el aumento de la población mundial que
debería ser lectora de libros, de acuerdo al ideal occidental y moderno,
el crecimiento de la producción industrial de libros resulta casi insig-
nificante. Además, dicen, el asunto no es solo cuantitativo. En la
composición misma del mundo de la vida del ser humano de nuestros
días, el libro y la lectura ocupan un lugar cada vez menos determi-
nante; los otros mass media desarrollados en el siglo xx lo desplazan
irremediablemente como instancia social de creación y modelación de
la opinión pública. El libro y la lectura, concluyen esos autores, son
cada vez más cosa del pasado, y junto con ellos lo es también el tipo de
civilización que ha girado a su alrededor.
Pienso que no, que lo que lamentamos es un hecho tal vez menos asible
que el mencionado, pero más radical que él: lo que lamentamos en ver-
dad es la amenaza de extinción de toda una especie: la del homo legens,
el hombre que lee; lamentamos su ocaso, la amenaza de su desvaneci-
miento o desaparición.
1
Puede afirmarse incluso, en el mismo sentido en que Karl Marx decía que «la
anatomía del hombre es la clave de la del mono», que: «Para saber cómo está hecha
la lengua, primero hay que escribirla, y no a la inversa». M. Safouan, L’inconscient
et son scribe, Seuil, 1982, p. 29.
Echeverría: Homo legens 135
Hay sin embargo indicios de que esta proliferación del homo legens no
venía únicamente a satisfacer la necesidad de potenciar las posibilidades
de la cultura; datos que permiten afirmar que otras fuerzas, menos afec-
tas o de plano hostiles a la vida, se encontraban también en juego en este
proceso. Indicios que darían la razón a Walter Benjamin cuando afir-
maba que «no hay documento de cultura que no sea al mismo tiempo
un documento de barbarie».
[...] ahora, tanto la tarde como la noche podían emplearse como tiempo de
ocio aprovechable para el disfrute de la lectura. La concepción del tiempo
de la burguesía sufrió un cambio: con la división y «compartimentación» del
tiempo y de la vida cotidiana aprendieron también a pasar sin esfuerzo de los
mundos fantásticos de la lectura a la realidad, con lo que también se redujo el
peligro que entrañaba el contacto entre las diversas esferas de la vida.
2
Roger Chartier, «Lecturas y lectores “populares” hasta la época clásica», en G.
Cavallo, R. Chartier, R. Bonfil (eds.), Historia de la lectura en el mundo occidental,
Madrid, 2001, p. 519.
Echeverría: Homo legens 139
[...] del autoconocimiento y del raciocinio [...] La lectura, para la que la bur-
guesía reservaba por fin el tiempo y el poder adquisitivo necesarios, [...]
elevaba el horizonte moral y espiritual, convertía al lector en un miembro
útil de la sociedad, le permitía perfeccionar el dominio de las tareas que se
le asignaban, y servía además al ascenso social. La palabra escrita se convir-
tió, con ello, en un símbolo burgués de la cultura4.
3
Ibid., R. Wittmann, «¿Hubo una revolución en la lectura a finales del siglo xviii?»,
p. 482.
4
Ibid, p. 502.
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Esta pregunta, en mi opinión, debe ser precedida por otra, que permite
aclarar la situación y acotar el problema. Y esa pregunta es: ¿el destino
negativo del libro y la lectura es en verdad signo de la desaparición del
homo legens o indica solamente el hecho del destronamiento, de la pér-
dida de poder, de un cierto uso del libro y la lectura?