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¿No sabéis vos que Platón, el cual, a la verdad, no era muy amigo de las mujeres, quiere que ellas
tengan cargo del regimiento de las ciudades, y que los hombres no entiendan sino solamente en
las cosas de la guerra? ¿No creéis vos que se hallarían muchas tan sabias en el gobierno de las
ciudades y de los exércitos como los hombres? Mas yo no he querido dalles este cargo, porque mi
intención es formar una Dama, y no una reina. Conozco agora bien que vos queríades tornar a
mover aquello que falsamente dixo ayer contra ellas el señor Otavián, cuando no tuvo empacho
de decir que las mujeres son animales imperfetísimos y no dispuestas a hacer ninguna obra
virtuosa, y de muy poco valor, y de menos autoridad en comparación de los hombres; pero
verdaderamente vos y él recibiríades muy gran engaño si eso pensásedes.
Un estudio completo sobre el Renacimiento no puede dejar de lado el tema de la mujer y así lo ha
entendido Eugenio Garin en su libro El Hombre del Renacimiento,1 que incluye un texto sobre la
hembra renacentista debido a la mano de Margaret L. King, el cual trata a su vez un amplio
temario, muy actual, ya que la mujer contemporánea es la recipiendaria directa de esos modelos
donde comienza a apuntar la señora moderna, sus modos, usos y costumbres y sobre todo cierta
actividad intelectual-espiritual que, con innumerables dificultades –lo cual es una constante válida
aún hoy día– se abre campo en el camino del Conocimiento. Así, se dan en el Renacimiento a la
par que la vía conventual que incluía la meditación, la soledad y el silencio en el claustro, siguiendo
la tradición medieval, igualmente el camino del hogar como imagen de la unidad familiar, y el
mantenimiento del fuego perenne de la vida, y una actividad profesional independiente aparte de
las labores de tejido y aguja europeas, que aún hoy subsisten, igualmente presentes en casi todas
las culturas arcaicas. Estas últimas tareas que se efectúan con base matemática y simbólica han
sido particularmente fomentadas en las sociedades tradicionales, entre otras razones, por la
concentración y la paciencia (arma del alquimista) necesarias para realizarlas, amén de lo
principal: el simbolismo que implican, y que los artesanos ritualizan.2
Todo esto sin duda es tema en la Utopía, de Tomás Moro (1516), que según se piensa es, tal vez, la
obra que inaugura el período renacentista en este asunto y que da lugar –junto a las obras de Juan
Luis Vives, Instrucción de la mujer cristiana (1523)3, Baltasar Castiglione, El Cortesano (Il libro del
cortigiano, 1528)4 y Cornelio Agrippa, De la nobleza y preeminencia del sexo femenino (1529)5– a
las primeras manifestaciones literarias en pro de la libertad femenina; otros autores señalan a
Bocaccio (Las Ninfas de Fiésole, 1342-46)6 como un antecesor de los nombrados, en especial de la
literatura amorosa dedicada a las damas donde Venus derrota a la restrictiva y casta Diana. En
efecto, es importante buscar en Utopía, que tantas cosas nuevas aporta al pensamiento de la
época, como la comunidad de bienes, el divorcio, y la posibilidad del sacerdocio femenino, el papel
asignado a la mujer en una sociedad ideal, o mejor arquetípica, que proyecta de modo reflejo los
valores de la ciudad celeste en el medio social e histórico en que le ha tocado vivir al ser humano,
con las particularidades que le caracterizan.
En ese sentido es interesante destacar que en la lectura de esta obra, parece, desde el comienzo,
que Tomás Moro asigna a la hembra paridad junto al varón englobados ambos en el ser humano,
al que simplemente a veces se denomina hombre7, aunque por cierto se establecen diferencias
entre los sexos, o mejor, se destacan rasgos distintivos o funciones correspondientes a ellos, como
iremos viendo.
Para comenzar a efectuar un somero análisis del aspecto que actualmente nos ocupa de dicho
libro, destacaremos que, a diferencia de la República de Platón, en que en gran parte se inspira, se
apoya en la unidad familiar formada por la pareja hombre mujer-hijos como núcleo de todo el
aparato sociopolítico; en contrario de la obra de Platón donde tanto los bienes como las mujeres
son comunes e intercambiables al igual que el colectivo de niños.8
Verdad es, empero, que el propio Platón en Leyes VI 771-772 y ss. habla de casamientos "para
compartir y procrear hijos" e incluso establece penas económicas para aquellos que no se uniesen
pasados los treinta y cinco años, es decir que modifica y atempera la radicalidad del diálogo
anteriormente mencionado, basando la institución matrimonial en la procreación y educación de
los hijos, pensando en el bien del Estado.9 Y precisamente este planteo parece ser el que adopta
Moro a lo largo de su obra.
Es así que:
"en Utopía hombres y mujeres, sin excepción, han de aprender uno de los oficios ya
mencionados,"
"las mujeres, sin embargo, por su constitución más débil, se dedican a trabajos menos duros, ya
que trabajan casi exclusivamente la lana y el hilo (pág. 122-23)."10
No obstante la mayor parte consagra el tiempo libre al estudio y asisten a clases los que han sido
elegidos entre ellos, que son un gran número:
aunque
"los trabajos de cocina más sucios y molestos se encomiendan a los criados. En cambio, a cargo de
las mujeres está la cocción y aderezo de las comidas, y en una palabra, toda la preparación de la
mesa"
donde en paridad:
"la mujer no se casa antes de los dieciocho años. El varón no antes de los veintidós. Tanto el
hombre como la mujer convictos de haberse entregado antes del matrimonio a amores furtivos,
son severamente amonestados y castigados. Y a ambos se les prohíbe formalmente el matrimonio,
a menos que el príncipe les perdone la falta. Incurren en gran infamia el padre y la madre de
familia en cuya casa se comete el delito, por haber descuidado su obligación de velar por sus hijos.
Castigan tan severamente este desliz previendo lo que sucedería si se tolera impunemente un
concubinato efímero y pasajero. Nadie estaría dispuesto a dejarse prender por los lazos del amor
conyugal, en el que hay que compartir la vida entera con una sola persona, soportando además los
inconvenientes que esto trae consigo. Por lo demás, los utopianos toman en serio la elección del
cónyuge, si bien, su rito es ridículo y absurdo. Una dama honorable y honesta muestra al
pretendiente a su prometida completamente desnuda, sea virgen o viuda. A su vez, un varón
probo, exhibe ante la novia al joven desnudo."
"Entre ellos, el vínculo conyugal apenas se rompe más que por la muerte, salvo en casos de
adulterio o de costumbres absolutamente insoportables. En estos dos casos, el senado da permiso
a la parte ofendida para volverse a casar."
"la misma experiencia demuestra hasta qué punto ninguna belleza de la mujer le recomienda
tanto al marido como su entrega y limpieza de costumbres. Son muchos los que se dejan seducir
por su hermosura, pero no hay nadie a quien no rinda su virtud y dedicación."
Para finalizar se indica la separación por grupos de hombres y mujeres en el Templo y se afirma:
"las mujeres de los sacerdotes son las mujeres más selectas del pueblo. Hay también sacerdotes
mujeres, si bien no son muchas y sólo viudas o de edad avanzada (págs. 162 a 191)."
por consiguiente, querido mío no hay ninguna ocupación entre las concernientes al gobierno del
Estado que sea de la mujer por ser mujer ni del hombre en tanto hombre, sino que las dotes
naturales están similarmente distribuidas entre ambos seres vivos, por lo cual la mujer participa,
por naturaleza, de todas las ocupaciones, lo mismo que el hombre; sólo que en todas la mujer es
más débil que el hombre.11
No obstante en el estudio de Margaret L. King antes mencionado la autora se resiente del papel
femenino en el Renacimiento, considerando tal vez el rol de la mujer actual, sin señalar
suficientemente que las raíces de esta "liberación" contemporánea se encuentran –para bien o
para mal– en el periodo histórico al que estamos aludiendo, en su restitución de los valores
clásicos, especialmente los griegos, en donde se otorga a lo femenino un papel preponderante
como bien puede advertirse en su mitología, tema al que volveremos más adelante.12
Sin embargo la autora después de pasar revista a las funciones de la hembra en esa época (siglos
XIV a XVII), particularmente a la de procreadora –los contratos matrimoniales se hacían bajo esta
luz, pero tenían fundamentalmente en cuenta los intereses políticos y económicos de las bodas, y
no estaban fundamentados en el amor– pasa a señalar otras posibilidades de las féminas en
distintas actividades que excedían a la de las vírgenes y madres.
En cuanto a las vírgenes baste citar a las vestales romanas, o a las servidoras de los santuarios
incas, entre otros muchísimos casos, para determinar la validez de este acceso femenino a lo
sagrado, por lo que tampoco difieren tanto con las monjas cristianas y sus conventos
renacentistas.
Respecto a las amazonas14, la tercera de las categorías femeninas, con la que concluye, y a las que
equipara a viudas y viejas por su emancipación de esposo e hijos respectivamente, hemos de
advertir que no se corresponden con una ínfima parte de la población como haría pensar esta
última categorización de King, sino que las dichas amazonas, como mujeres liberadas de las
labores domésticas o la sujeción a otros, eran muchas y su función estaba más extendida de lo que
esta esquematización podría hacer suponer,15 ya que su poder e importancia se manifiesta en ese
tiempo de un modo contundente en diversas clases económico-sociales, en diferentes oficios y a
distintas edades, aunque ellas no estuviesen munidas de títulos universitarios, ni disfrutaran la
competencia y la supremacía con los hombres en las actividades más profanas e insignificantes,
como hoy.16 Y si su número no es cuantioso, tampoco lo es hoy en día, ni en la antigüedad, el de
las mujeres –o el de los varones– dedicados al Conocimiento.
Esta postura se debe a desvalorizar la cultura popular, subterránea, marginal, que aún
actualmente subsiste en nuestras ciudades y campos y que conforma el grueso, el tronco,
diríamos, de nuestro acervo heredado y que desgraciadamente hoy no ocupa lugar en la Historia
de las Ideas. El peso de las culturas arcaicas en Occidente ha sido disminuido por la hegemonía
cristiana, y sin embargo constituye la parte sustancial de nuestro legado. Y nos referimos aquí
tanto a Europa como a la exportación de sus conceptos, religión cristiana, usos y costumbres, a
América, donde se funde mediante el mestizaje, de sangre o educación, con el trasfondo indígena.
Ese torrente cultural que ambulaba por los campos o permanecía toda la vida sin moverse de su
terruño estaba conformado tanto en la Edad Media como en el Renacimiento por una masa
anónima, en la que participaban muchas mujeres, que cumplían su labor cotidiana bajo la tutela
de diosas femeninas, –las del parto por ejemplo– donde interpretaban unas funciones asignadas a
su sexo, amparándose en aquellas deidades antiguas, como las aludidas en los Misterios de Isis17
narrados por Apuleyo en el Asno de Oro18 o las iniciaciones eleusinas. U otras diosas locales –
según dónde– que fueron finalmente absorbidas por la mitología griega y romana y adoptadas por
el cristianismo modificándose levemente en el correr de los años las formas en que el panteón se
manifestaba.
Este es el caso por ejemplo de las antiguas mujeres inspiradas, las encargadas de la profecía, las
que aseguraban el destino de los seres humanos, y sólo mencionaremos las Pitonisas de Delfos y
las Sibilas –Cumas– como ejemplo. Para ello, debemos recordar que esas funciones conformaron
la espina dorsal donde se articuló la verdadera historia de Occidente. Basta nombrar a Alejandro
Magno, que ligó Oriente y Occidente, labor cuyo origen debe buscarse en los mandatos de
mujeres plenas del entusiasmo profético entregadas a una misión que formó, in stricto sensu, la
historia actual, es decir la del mundo occidental, y transmitió las ideas fecundadoras de ese
mundo. Ya que todos somos hijos de una madre determinada, que a su vez es hija de otra y así
indefinidamente en una cadena que no puede dejar de tener un Arquetipo, una matriz cósmica
que todo lo generaba –y sigue haciéndolo– como modelo de la energía anónima del sexo
femenino.
"Y estoy convencido de lo siguiente: es mejor ser impetuoso que prudente, porque puesto que la
suerte es como una mujer, para someterla hay que pegarle y maltratarla. Y se puede ver que se
deja vencer más fácilmente, y por eso, como mujer que es, siempre es amiga de los jóvenes,
porque son menos cautelosos, más fieros y la gobiernan con más audacia."19
No les tocó a las damas del Renacimiento ni ser condottieras (aunque alguna hubo) ni banqueras
ni negociantes, tampoco artistas20, pero sí muchas de ellas recluidas tras rejas conventuales
entregaron su vida al Conocimiento y la Sabiduría, las más de las veces en base a la intuición
intelectual.21 También en el hogar como Cristina de Pizán que mientras mantenía a su familia, a
causa de la viudez, se dejó llevar por el pensamiento y la inspiración y descubrió las claves de la
Ciencia Sagrada.22 Y muchas de esas desgraciadas y penosas profesiones antes citadas sólo las
han adquirido con el proceso histórico, perfectamente análogo al descenso cíclico en el que hoy
estamos casi tocando fondo.
No hay primacía del hombre sobre la mujer desde el punto de vista de la Tradición Hermética en
cuanto al Conocimiento se refiere. Las diferencias son culturales y por lo tanto en otros ciclos
históricos la situación no ha sido "favorable" al hombre sino a la mujer, lo cual no quita ni pone
nada desde el punto de vista esencial; son pues cuestiones secundarias que no tienen por qué
afectar a las damas que se entregan a la Ciencia Sagrada; las que harían bien en tomar a sus
dificultades y a las pruebas que les tocan en el camino del Conocimiento como distintas a las de
los varones en lugar de dejarse desanimar por situaciones que nada tienen que ver con lo
principal.
Además era una mujer, la diosa griega Tiqué –la Fortuna– la que amparaba la ciudad terrestre,
reflejo cosmogónico de la utópica ciudad del cielo, o academia numénica.
Por nuestra parte en el estudio sobre "Los Libros Herméticos", hemos mencionado algunas
alquimistas y hermetistas femeninas del Renacimiento; reproducimos aquí sus nombres: Isabelle
von HL. Geist, Bárbara de Gilli, Sabina Stuart de Chevalier, Marie le Jars de Gournay, Cristina de
Suecia, lo mismo Catalina de Médicis luego esposa de Enrique II de Francia, que en parte coinciden
con la enumeración de Cornelio Agrippa en Sobre la Nobleza y preeminencia del sexo femenino.
Con respecto a nuestras antepasadas hispanas citaremos a dos escritoras, a Teresa de Ávila (1515-
1582) que llama a la ciudad celeste castillo interior y a la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz (1651-
1695), discípula de Athanasius Kircher, ya en plena Ilustración, secuelas intelectuales del
Renacimiento.
Sin embargo, no son sólo este conjunto de damas conocidas y de un nivel cultural determinado –
muchas de las cuales ejercieron directamente el poder– las que queremos destacar aquí, sino
volver a esa inmensa masa de mujeres a las que ya nos referimos y cuyas vidas y actividades no
han sido registradas por la historiografía, las que, por ejemplo, aparte de ejercer la obstetricia eran
también sanadoras; para estos últimos menesteres tenían a su disposición toda la botica de su
tierra: botánica, mineralógica y zoológica; igualmente las adivinas, intérpretes del destino, las
sibilas y pitonisas ya nombradas, profetas de pueblos y guardianas de lugares sagrados, amén de
las fabricantes de ungüentos y productos de belleza; y las peluqueras, manicuras y pedicuras,
modistas y costureras, damas de compañía, incluso prostitutas y criadas, personal que circundaba
las cortes y por lo tanto tenía acceso igualmente a la información y el poder.
Ese conjunto sapiencial vinculado con la teúrgia era combinado con el conocimiento de los
periodos agrícolas, las lunas, las fases de siembra y recolección, el ciclo anual, el mensual y diario,
o sea la idea de ciclo y de reiteración, heredados de costumbres y ritos precristianos y que eran
profesados por mujeres a las que la Inquisición llamaba brujas, y que se han hoy olvidado, a la par
que por otro lado lamentablemente ellas perdían cualquier vinculación con su origen y las mancias
y la curación eran explotadas por simples charlatanas.
Todo este personal no sólo fue reprimido sino exterminado por el fuego en toda Europa y pese a
que hay poca información, sí la suficiente para podernos dar una idea sobre la muerte, el castigo y
la tortura que sufrieron esas damas. Igualmente merecen nuestro recuerdo las religiosas más o
menos anónimas víctimas de la Contrarreforma y la Inquisición; es decir del fanatismo y la
ignorancia que, en este caso, tuvo como víctimas a la par de los hombres a muchísimas mujeres.
NOTAS
1 Eugenio Garin y otros. Alianza Editorial, Madrid 1993.
2 Ver Mª Angeles Díaz, "La Masonería y el Arte del Bordado".
3
Fundación Universitaria Española, Madrid 1995. Obra en la que abogó por las mujeres y la
enseñanza considerando que se las privaba de la mayor felicidad, que era el aprender (las féminas
en su mayoría no sabían escribir, ni leer, apenas firmar en ciertos casos; tampoco hacer cuentas
complicadas). Margaret L. King (Women of the Renaissance, The University of Chicago Press, 1991)
nos dice:
"Por tanto, este audaz humanista, quien durante su carrera desafiaría también el monopolio
escolástico de la educación universitaria y sostendría la responsabilidad del estado laico en cuanto
al socorro de los desplazados, abrió la puerta a la educación seria de las mujeres".
"y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó macho y hembra, y los
bendijo Dios."
8 "Que todas estas mujeres deben ser comunes a todos estos hombres, ninguna cohabitará
en privado con ningún hombre; los hijos, a su vez, serán comunes y ni el padre conocerá a su hijo
ni el hijo al padre." República V 457d. Editorial Gredos, Madrid 1988.
9 "La procreación y la vigilancia de las parejas duren diez años, no más tiempo cuando haya
fertilidad. Los que en este tiempo no tengan hijos, deben separarse y deliberar en común con los
parientes y las mujeres magistradas lo que conviene a ambos." Ibid. VI; 784 b.
10 Tomás Moro, Utopía. Alianza Ed., Madrid 1990.
11
Ed. Gredos, Madrid 1988. Ya hemos dicho que en determinadas ocasiones se admitía en Utopía el
divorcio aunque
"por lo demás no está permitido bajo ningún concepto repudiar contra su voluntad a una mujer
honesta solo porque se ha ajado su belleza. Es a su juicio una crueldad monstruosa abandonar a la
mujer cuando más lo necesita. Y es también quitar a la vejez toda esperanza y toda la confianza en
la fe jurada".
12 En tal sentido, y tomando al arte como ejemplo ilustrativo puede verse que pese a las
innumerables madonnas (vírgenes-madres) de la época, la mayoría de los pintores y escultores
representó a la mitología en sus obras, de lo que dan testimonio sin abundar más, los nombres de
Tiziano, Botticelli, Rubens, etc.
13 Pese a que el Renacimiento encabezó el mundo moderno en todo sentido y es el que ha
terminado finalmente en la confusión y falta de valores contemporánea, sin embargo este último
es heredero igualmente de las estructuras culturales y cristianas de la Edad Media –donde
también hubo varios renacimientos como ya lo hemos señalado en otras oportunidades–, las que
fueron herederas a su vez del Imperio Romano que se superpuso a las creencias aborígenes de
toda Europa. Este por su parte incorporó del mundo griego nada menos que todo su panteón, con
otras influencias, por cierto, pero sí todos sus modelos culturales, los que sin duda adaptó, mejoró,
y conservó, especialmente en el Imperio Romano de Oriente, –lo que posteriormente fue Bizancio
y su influencia cristiana oriental–, así como los valores de la civilización griega, junto con
elementos persas, etc. Es decir, recibiendo y asimilando de un confín a otro de los territorios de
esos pueblos, según puede verse en la arqueología europea y en los distintos historiadores y
autores que han dado cuenta de ello.
14 Guerreras y cazadoras, funciones que suelen cumplir los hombres en una sociedad
tradicional.
15 Madres solteras, viudas jóvenes con hijos, muchachas alegres, enfermas, monjas fuera de
su orden monástica, damas con problemas conyugales, amantes, hijas ilegítimas, prostitutas,
violadas, repudiadas, solteronas, yermas, apodadas también "machorras", lamias, etc. Y cualquiera
otra particularidad que las marginase o tuvieran ellas mismas que hacerlo por motivos familiares o
sociales.
16 No se trata de competir en oficios tan horribles como la política, ni la gerencia bancaria o
el deporte de fuerza, ni tampoco adherirse al machismo femenino tan común entre las feministas,
lesbianas y aún violadoras sexuales.
17 "Isis es, pues, la naturaleza considerada como mujer y apta para recibir toda generación.
Este es el sentido en que Platón la llama 'Nodriza' y 'Aquella que todo lo contiene'. La mayor parte
la llaman 'Diosa de infinitos nombres', porque la divina Razón la conduce a recibir toda especie de
formas y apariencias." Plutarco: Isis y Osiris, 53. Ed. Glosa, Barcelona 1976.
18 Apuleyo, El Asno de Oro. Gredos, Madrid 1987. Esta obra es igualmente llamada Las
Metamorfosis.
19 Cap. XXV: "Cuál es el poder de la fortuna en las cosas humanas y cómo hacerle frente". Ed.
Espasa, Madrid 2002.
20 Recordemos que los roles teatrales femeninos eran asignados a los varones, aún en los
epígonos del Renacimiento.
21 Señalar el hecho de que Tauler y Suso hayan predicado casi exclusivamente –como el
maestro Eckhart– en conventos de monjas, es decir para mujeres.
22 Ver Mireia Valls: "El Camino del Largo Estudio, Cristina de Pizán".
23 Pero para ver esta verdadera dimensión cósmica de lo femenino hay que sacarse la venda
de los prejuicios y falsas valoraciones acerca de lo que siempre es relativo frente a la ciudad
celeste, modelo invisible de la ciudad –y del alma humana–, es decir, el orden de los hombres,
anecdótico e historicista.
24 "Dios, toda bondad y toda grandeza, Padre y Creador de todos los bienes, único Ser que
posee la fecundidad de ambos sexos, creó al hombre a su imagen y semejanza, y lo creó macho y
hembra, distinción que no consiste más que en la diferente situación de las partes destinadas a la
procreación. Pero por lo demás, les concedió al hombre y a la mujer un alma idéntica y una forma
del todo similar, forma que en modo alguno manifiesta la diversidad de sexos. En cuanto a la
mujer, recibió la misma inteligencia que el hombre, la misma razón y la misma lengua, y tanto ella
como él tienen como fin la beatitud, finalidad que no excluye a ningún sexo". Cornelio Agrippa,
obra citada.