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INTRODUCCIÓN

La evangelización es una responsabilidad descuidada y olvidada. La iglesia vive


ignorante e insensible ante esta urgencia. Se piensa que el evangelismo es una tarea exclusiva
sólo para los pastores, líderes u obreros de nuestras congregaciones. Damy Ferreira (1996),
en su libro “Evangelismo total”, tiene la siguiente reflexión:

Quien haya tenido una experiencia de conversión no puede permanecer callado


sin compartir esta experiencia con los demás; y si alguien no es convertido de
nada servirá que se le estimule a evangelizar, de modo que si lo hace será algo
muy artificial (p. 56).

Cuán alejados estamos de cumplir la orden de Jesús: “Por tanto, id, y haced discípulos a
todas las naciones. . .” (Mateo 28: 19). El imperativo de Jesucristo es para todo creyente.
Debe haber un compromiso total para anunciar las verdades de aquel que nos llamó de las
tinieblas del pecado, a la luz admirable de Jesús. ¿Acaso, no somos todos los creyentes, según
el apóstol Pablo, los que hemos recibido el encargo del ministerio de la reconciliación (2
Corintios 5:19).
El médico Lucas, en el libro de los Hechos, describe el estilo de vida de los primeros
cristianos, no dejando de lado el papel fundamental del Espíritu Santo, quien no sólo es aquel
que produce arrepentimiento en el ser humano, sino que además, capacita y da poder para
predicar el evangelio, y esto repercuta en un crecimiento de la iglesia.
Esta monografía, se realizó con el propósito de hacer reflexionar al pueblo cristiano,
acerca de cumplir con su responsabilidad de predicar a Jesucristo. Tomando como ejemplo: la
búsqueda de la llenura del Espíritu Santo de la iglesia apostólica, que trajo como fruto: gozo,
perseverancia, unidad y crecimiento en ella.
Deseando, desde luego, que este pequeño trabajo, pueda ser de gran bendición e
inspiración para el pueblo santo de Dios. Amén.

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CAPÍTULO I
LA PREDICACIÓN APOSTÓLICA EN EL PODER DEL ESPÍRITU
SANTO

En el desarrollo de este capítulo, se pretende, persuadir a la iglesia para la conjunta y


estratégica predicación del evangelio; además de la necesaria búsqueda del Espíritu Santo,
aquel que capacita y da poder para así cumplir con eficacia esta comisión.

1.1. La promesa del Espíritu Santo es para todo creyente (Hechos 2:1-4):

“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos” (Hechos 2:1), “Y
fueron todos llenos del Espíritu Santo,. . .” (Hechos 2:4). El común denominador en estos dos
versículos es: todos. Por tanto, los que encontraban reunidos en la fiesta de Pentecostés,
habían tenido anticipadamente el testimonio de una promesa que creaba en ellos una gran
expectativa.
Esto sería confirmado por el apóstol Pedro, cuando en su primer discurso, llenó del
Espíritu Santo, cita lo siguiente: “Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros
días dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne,. . .” (Hechos 2:17).
La promesa del Espíritu Santo, no fue un suceso exclusivo para los que se encontraban
reunidos en el aposento alto, sino que también es un don para todas aquellas personas que
creen en Jesús como el Señor y Salvador de sus vidas.
Jesús mismo declaró acerca de la promesa del Espíritu Santo y su papel en nuestras
vidas: “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el
Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuera, os lo enviaré” (Juan 16:7). El Espíritu
Santo viene sobre el creyente para darle consolación en momentos de mucha adversidad;
además, de denuedo y poder para predicar. La comunión con Dios a través de la oración, la
comunión con la iglesia, la unidad del cuerpo de Cristo, es muestra de una vida espiritual
saludable. No importa si usted es un nuevo creyente, si lleva tiempo en la iglesia, si es un
maestro, si es pastor o evangelista, si es niño, joven o anciano. No hay requisito a llenar. Si

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ha recibido a Jesús como su Señor y Salvador ¡Usted puede ser lleno del Espíritu Santo y ser
preparado para toda buena obra.

1.2. El Espíritu Santo capacita y da poder al cristiano para predicar (Hechos 1:8):

Cada creyente ha de ser consciente de la presencia del Espíritu Santo en su vida: “O


ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo,. . .” (1 Corintios 6:19). Además de
ser el Consolador nuestro, el Espíritu Santo nos reviste de su poder para ser sus fieles
testigos.
El divino Espíritu será el que convenza de pecado, de justicia y de juicio a las personas,
para esto, Él se place en usar a todos aquellos que estén dispuestos a abandonarse en Él,
como barro en manos del alfarero.
Con respecto a la obra del Espíritu Santo en el creyente, el Cometario Beacon (1983),
nos dice: “Esto es cuando el Espíritu Santo llena el corazón del creyente le otorga poder y
pureza. Ninguna persona puede tener uno sin tener la otra. Recibir el Espíritu Santo en su
plenitud es experimentar ambos simultáneamente” (p. 283).
El Espíritu Santo motiva, da una pasión consumidora para atraer las almas a Cristo, Él
sostiene y alimenta la vida transformada de un discípulo que desea crecer cada día en gracia y
conocimiento. El poder que se le es concedido al cristiano, es para el anuncio del evangelio.
Él nos fortalece en nuestras debilidades para que Dios sea glorificado a través de nosotros. El
poder del Espíritu Santo es el que nos capacita a servir en obediencia.

1.2.1. Recibiréis poder (v. 8 a):

No es por nuestros títulos, talentos o habilidades, que el mundo será convencido de su


condición de pecado ante Dios, “por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de
Dios,” (Romanos 3:23). A menos que reconozcamos ser de Dios, el Espíritu Santo no obrará
en nuestras vidas.
Es con el poder de Dios que fueron hechas todas las cosas, y es con su poder que se
sostienen. Ralph Earle, en su libro “Conozca la Iglesia Primitiva”, acerca del poder del
Espíritu Santo, refiere:

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Hechos 1:8 es el versículo clave del libro. Nos da a la vez el poder y el
programa de la Iglesia de Jesucristo. El poder es el Espíritu Santo; el programa
es la evangelización del mundo. Sin éste, aquel cosa es vana. Nadie puede estar
llenó del Espíritu Santo y no tener a la misma vez un interés en la
evangelización del mundo (p. 10).

Creo que todos aquellos que entren en contacto con este tremendo poder, serán
afectados a cumplir con el propósito de la predicación del evangelio.

1.2.2. Y me seréis testigos (v. 8b):

El ser testigos de Dios, es compartir con todos lo que Él ha hecho en nuestras vidas. Es
el deseo de Dios que podamos ser testimonios vivos de su gracia y misericordia. Esta
responsabilidad depende de cuán comprometidos estemos con la obra del Señor.
Según el comentario Beacon (1983):

Cuando el Espíritu Santo llena el corazón humano con su poder y presencia, Él


engendra el impulso de llevar adelante el mandato de Cristo. Lo inverso
también es verdad: La gran comisión no puede ser cumplida sin el poder del
Espíritu Santo (p. 269).

Esto quiere decir, que todo aquel que profese ser cristiano: su vida, sus acciones, deben
hablar mucho más alto que sus palabras, he ahí la necesidad de la predicación pura y no
fingida del evangelio. Es bueno tener un corazón dispuesto, pero será más poderoso, que ese
mismo corazón sea lleno del Espíritu Santo y de amor por las almas.

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CAPÍTULO II
EL CONTEXTO ESPIRITUAL DE LA IGLESIA PRIMITIVA

En este segundo capítulo, describiremos el estilo de vida de los primeros cristianos; la


repercusión que tuvo en ellos la venida del Espíritu Santo y cómo esto puede ser tomado
como ejemplo en la iglesia actual, en su deseo de crecer numérica y espiritualmente.

2.1. La unidad como base para el crecimiento (Hechos 2:44):

¿Con qué propósito fue fundada la iglesia? No es para hacer alarde de las
potencialidades en sus líderes o pastores, ni de lo grande y caro de sus templos. La iglesia
nació para que permanezca unida y pueda crecer para la gloria de su fundador.
Todos debemos trabajar enfocados en un solo propósito: ganar almas para Cristo. Pero
qué tipo de unidad es la que lleva a tal crecimiento: “Sin embargo, ambas cosas, la palabra
homou (juntos) y la totalidad del contexto, sugiere una unidad de espíritu” (Comentario
Beacon, 1983, p. 282). Esto quiere decir que por más esfuerzo que hagan los hombres para
tener y sostener una unidad estructural, nunca podrán sustituir la unidad de espíritu y por el
Espíritu.
Por lo tanto, la unidad en la iglesia es menester para su crecimiento espiritual y
numérico. Se trata pues de una realidad que ha de mantenerse mediante el vínculo de la paz:
paz con Dios y los hombres. Así como la unidad divina es indivisible e inviolable, debe serlo
también la unidad en la iglesia.

2.2. Perseverancia, alegría y sencillez de corazón (Hechos 2:46):

La iglesia de Jesucristo debe esforzarse en superar prejuicios, rupturas, divisiones y en


última instancia lograr la integridad de cada uno de sus miembros. La iglesia primitiva
perseveraba, se encontraba alegre, caracterizada por una sencillez de corazón digna de imitar.

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2.2.1. Perseverancia:

Según el Diccionario Teológico Beacon (1995): “Como término teológico, la


perseverancia está relacionada a la persistencia del creyente regenerado en seguir la carrera
cristiana (He. 12:1), y a la certeza del resultado final” (p. 522).
Esta persistencia en la carrera cristiana, si bien es cierto debe hacerse para que nuestra
salvación sea consumada; consiste también en perseverar en el mandato divino de la
propagación del evangelio. A veces somos tentados a tirar la toalla por que no obtenemos los
resultados deseados, pero debemos reconsiderar que es Dios quien nos ha llamado a esta
preciosa labor, entonces, será Él quien provea de lo necesario para que sus planes se cumplan
en nuestras vidas. Desde luego no hay que desmayar: Dios está con nosotros y el trabajo en su
obra no es en vano. Los primeros discípulos comprendían que su participación diaria en el
templo les ponía en contacto con mucha gente y así tenían la oportunidad de predicar a Cristo.

2.2.2. Alegría:

El Diccionario Larouse (2006), da el siguiente concepto: “Alegría es un sentimiento de


placer originalmente generado por una satisfacción y que, por lo común, se manifiesta con
signos exteriores, como la risa o la sonrisa” (p. 16).
Esta definición es la que describe mejor la alegría experimentada en el hombre que es
salvado por Cristo de una condenación eterna. Al haber una gran satisfacción por la salvación
recibida, nace también el deseo de compartir con los demás a su buen Salvador.
Dice un coro antiguo: “No puede estar triste un corazón que tiene Cristo, no puede estar
triste un corazón que tiene a Dios”. Entonces, es impensable que para una persona que ha
experimentado el amor de Dios en su vida, esta se quede callada y no comparta con todos de
la nueva criatura que ahora es en Cristo.

2.2.3. Sencillez de corazón:

Se define a la sencillez como sigue: “Cualidad de sencillo. Dicho de una persona


natural, espontánea, que obra con llaneza” (Diccionario de la Lengua Española, 2001, p.
2045).

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La sencillez de corazón en la Iglesia Primitiva, es una bella muestra de una comunión
sin pretensiones, ni egos; con el único propósito de dar gracias a Dios y buscar la expansión
de su reino. Esa sencillez es digna de imitar en la iglesia actual, que con humildad y amor,
todos estemos dispuestos a cumplir con nuestra labor de predicar el evangelio, como lo
manifiesta P. R. Orjala en su libro “La gran Comisión es para mí”: “La iglesia total ha sido
llamada a cumplir su misión y ninguna persona o grupo de la iglesia tiene el monopolio de la
misma” (p. 14).
Estando de acuerdo con Orjala, nadie que sea cristiano debe ser o sentirse excluido del
anuncio del evangelio. La iglesia en su totalidad, sin contender, ni buscar su propia gloria, es
demandada a que con alegría cumpla con su misión.

2.3. La alabanza a Dios (Hechos2:47):

La iglesia en sus comienzos vivía en un estado ideal, perseveraban juntos en armonía,


con alegría y sencillez de corazón, todos alabando a Dios y sirviéndose unos a otros.
Se debería tomar consciencia de cuán importante es la alabanza en nuestras iglesias, no
sólo para los creyentes, sino también para aquellos oyentes que nos visitan. Creo que estamos
más preocupados por tener los mejores músicos o instrumentos, antes de buscar hombres y
mujeres consagrados que sean verdaderos ministros en la alabanza.
Dios se alegra y se mueve en medio de su pueblo cuando este le alaba, (Sofonías 3:17).
Este mover de Dios no es sólo para edificación de su iglesia, también es una oportunidad para
que el Espíritu Santo obre en los corazones de aquellos que aún no son convertidos.

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CAPÍTULO III
LA PREDICACIÓN DEL EVANGELIO EN LA IGLESIA PRIMITIVA
REPERCUTIÓ EN UN CRECIMIENTO INESPERADO E INTEGRAL

Por último, en este capítulo veremos que los propósitos de Dios se cumplen, el
surgimiento y crecimiento de la Iglesia Primitiva nos dan plena certeza que es así. Todo esto
porque el trabajo de aquellos primeros cristianos fue tan fuerte y denodado, tanto así que con
la predicación del evangelio se logró la expansión del reino de Dios hasta estos días.

3.1. Todo trabajo en Dios no es en vano (Hechos 6:7; 1 Corintios 15:58):

La Iglesia Primitiva tenía plena conciencia de la labor de anunciar el evangelio de


Jesucristo. Este trabajo lo hacían en el poder del Espíritu Santo, comunicando a toda persona
que tenían una nueva propuesta de cambio para sus vidas, libre del pecado y de una
condenación eterna; la promesa de una vida renovada sólo a través de Cristo.
Según Hechos 5:42, todos los días se reunían en el templo y las casas, e incesantemente,
enseñaban y predicaban a Cristo. Cuando un cristiano de la Iglesia Primitiva disponía su casa
para esta obra, era una propicia oportunidad para invitar a la familia y amigos para que
escuchen un mensaje totalmente diferente. Esta predisposición para el anuncio del evangelio
motivaba a que otros hagan los mismo cada vez que abrían las puestas de sus hogares, y nadie
decía ser suyo lo que tenía, por el contrario, tenían todas las cosas en común.
Sin duda que el compromiso por la evangelización en la iglesia primitiva fue de gran
esfuerzo, consideraban que su trabajo no era en vano, tenía por mucha estima cada alma que
se convertía a Cristo. G. B. Williamson (1952), en su libro “Evangelismo en la iglesia local”,
con respecto a los resultados de anunciar el evangelio, comenta:

Para estimar adecuadamente el fruto del evangelismo uno verá que es necesario
valorizar los resultados de todo movimiento cristiano desde pentecostés hasta
ahora. . . Cada alma salva, cada buena influencia ejercida, cada institución
fundada en favor del mejoramiento y socorro de la humanidad en toda la
cristiandad, es el fruto del evangelio (p. 100).

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No se puede estar más de acuerdo con Williamson, el fruto de nuestra predicación, será
cada alma que viene a Cristo y la complacencia nuestra, el saber que no se trabajó en vano.
Dios nos asegura que reconocerá toda obra hecha para Él: “Así que, hermanos míos
amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que
vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1 Corintios 15:58). No hay nada más
reconfortante: el saber que Dios tiene por contada toda labor realizada para expandir su reino;
y en esta vida o en la venidera, habrá recompensa para los que son hallados fieles a Él.

3.2. Será Dios quien dé el crecimiento (Hechos 6:7; 1 Corintios 3:6):

Predicar es anunciar pública y abiertamente el mensaje de salvación de Dios a través de


Jesucristo. ¿Pero qué hay de los resultados? ¿Son acaso nuestros medios o métodos los que
hacen eficaz la predicación del evangelio? Veamos lo que Guillermo Cook (1989), sostiene en
su obra “Profundidad en la evangelización”, sobre confiar en nuestras habilidades para el
evangelismo:

De poco nos servirá sostener conceptos novedosos y practicar métodos


excelentes. . . Puede acontecer también que por prejuicios religiosos o
ideológicos, o simplemente por ignorancia, seguimos siendo insensibles a la
voz de Dios (p. 68).

Pensar que el crecimiento de la iglesia depende de la habilidad o mérito que tengamos


para predicar, sí que es verdaderamente haber perdido la sensibilidad a Dios, es haber perdido
la brújula en nuestro camino, es habernos desviado de nuestro propósito. De nada servirá lo
que hagamos si Dios no está en el asunto.
Es necesario hacer un paréntesis en esto, ¿Puede una iglesia crecer numéricamente con
todos estos métodos habidos y por haber meramente humanos? La respuesta sea
probablemente que sí, pero si este crecer no es guiado y sostenido por el Espíritu Santo, no
habrá un verdadero dolor y arrepentimiento por haber ofendido a Dios. Por haber violentado
sus mandamientos. Esta reunión de personas sólo será de hombres y mujeres, seducidos y
atraídos por algo novedoso, pero no quebrantados y convertidos, que es lo que
verdaderamente Dios anhela. No olvidemos las palabras del santo apóstol: “Yo planté, Apolos
regó, pero Dios ha dado el crecimiento” (1 Corintios 3:6). Dios ha sido desde siempre
decisivo y no cambiará. Es necesaria la fe, el evangelismo, la reunión en los templos, la
enseñanza, la buena comunión, la oración, la formación de líderes; podemos implementar
programas novedosos enfocados en el crecimiento, pero el verdadero crecimiento lo da Dios.

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CONCLUSIONES

1. El Espíritu Santo y su llenura es para todo creyente. El Espíritu Santo será quien capacite y
dé poder a su iglesia para cumplir con toda buena obra que Dios demande.

2. La buena comunión en la iglesia refleja una vida espiritual saludable, siendo necesaria para
un buen testimonio hacia los demás y una invitación para aquellos que aún no han entregado
su vida al Señor, a que lo hagan y obtengan la salvación de sus almas.

3. Debemos ejercitarnos en la paciencia. No confiando en nuestros esfuerzos o en nuestras


habilidades. Confiemos en Dios y estemos seguros en Él, que a su tiempo recibiremos la
recompensa de nuestra labor, predicando a Cristo en todo tiempo y en todo momento.

4. Aunque el cristiano sea el encargado de predicar el evangelio. Al mismo tiempo debemos


confiar plenamente en Dios, porque sabemos que no podemos hacer nada sin contar con la
ayuda de su Espíritu Santo, sabiendo que Él edificará y hará crecer su iglesia.

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