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7 puntos esenciales para construir un

proyecto de pareja

Te proponemos siete preguntas importantes para


empezar con buen pie una relación sentimental.
Vivir con la persona amada supone iniciar un proyecto en común en el que hay que
llegar a acuerdos, desde dónde residir hasta si se desea tener hijos. Encontrar el equilibrio
entre los planes vitales de cada uno permitirá que el amor siga creciendo.

Cómo construir un proyecto vital con tu pareja


No hay duda de que el amor es tan necesario como el aire que respiramos. Los vínculos
amorosos que se dan en nuestra vida, desde el mismo nacimiento, nos permiten querer y
sentirnos queridos. En todas nuestras relaciones amorosas se van dando esos
movimientos del corazón sin los cuales no podríamos subsistir, al menos en una vida
que valga la pena.

Un día sentimos que nos ha llegado una relación especial en la que algo diferente sucede,
algo que nos empuja al intento de construir una relación duradera, estable, quizás para toda
la vida. Aparece la semilla de una pareja. Sin embargo, esa semilla, hecha de las
vibraciones que sentimos cuando el otro “nos lleva hasta el cielo”, necesita echar raíces en
la tierra para germinar. Esas raíces están hechas de las necesidades de dos individuos que
construyen una vida juntos día a día. La suma, a lo largo de una vida, de este día a día,
concreto y terrenal, es, ni más ni menos, que el proyecto vital.

Tu proyecto, el mío y el nuestro


El proyecto de vida no nace con la pareja. Todos tenemos, antes de estar en pareja, un
proyecto de vida. Y digo que lo tenemos –nos lo hayamos propuesto o no– porque el
proyecto es la forma como nos gustaría vivir. Todos tenemos gustos, ambiciones y sueños
que van modelando las ideas acerca del lugar que ocupa cada cosa en nuestra vida concreta.
Solemos tener ideas acerca de lo que significa el trabajo, el dinero y su gestión, dónde
queremos vivir, el estilo y tipo de vida social que queremos llevar, cuántos hijos
desearíamos tener (si es que deseamos tenerlos)... Todo esto va creando nuestro proyecto de
vida. No sabemos a ciencia cierta lo que ocurrirá con nosotros, pero cada uno trabaja
para que la vida real y el proyecto personal se parezcan y coincidan lo máximo
posible.
Cuando nos acercamos a alguien y ocurre el encuentro de corazones, la chispa del amor
nace, pero también se han encontrado (o desencontrado) dos proyectos de vida. Para que
estas dos personas, que experimentan el placer de vibrar con la misma frecuencia en el
amor, se conviertan en una pareja, necesitan compartir un proyecto de vida en común; de lo
contrario, no hay pareja. Aparecen entonces tres proyectos: el tuyo, el mío y el nuestro. De
la forma en cómo se resuelva la coexistencia de estos tres proyectos depende la calidad de
vida de la pareja o, directamente, la posibilidad de su existencia.

A veces se menosprecia la consideración del proyecto porque “el amor lo puede todo”. Sin
embargo, volviendo a tomar una de mis metáforas preferidas, necesitamos averiguar si
uno es un pájaro y el otro es un pez, porque un pez y un pájaro se pueden enamorar,
pero ¿dónde van a vivir?

Los deseos de cada uno


Generalmente, antes de tomar la decisión de formar una vida juntos, transcurre el tiempo
suficiente para que salgan a la luz los gustos, las ambiciones y los sueños de cada uno, es
decir, los proyectos de vida personales en todos sus detalles. En ocasiones, hay decisiones
que se presentan muy claramente, como si estuvieran por escrito: “Una vez casados quiero
mudarme al campo”. Pero no siempre está todo tan claro. La mayoría de las veces nos
vamos dando cuenta del modelo de proyecto del otro a lo largo de la convivencia. Es
entonces cuando van surgiendo los deseos de cada uno y cómo queremos trabajar
para lograrlos.

Es importante prestar atención a lo que se mueve dentro de nosotros cuando el otro cuenta
sus proyectos: iremos viendo si se parecen, si nos resultan curiosos y nos inquietan o si nos
generan rechazo. Poco a poco, vamos descubriendo cuánto coinciden los planes personales.
De estas coincidencias, surge el proyecto en común.

No me gustaría que de esto se deduzca que la pareja ideal es aquella que tiene proyectos
idénticos, que se superponen totalmente. No hace falta que sea así, al contrario.
Naturalmente, es necesario que una parte de los proyectos se solapen, coincidan, formando
lo que va a ser el proyecto en común; pero es muy enriquecedor que cada uno conserve
una parte personal, lugares donde nutrirse fuera de la pareja, que aporten variación y aire
fresco.

Aceptar las diferencias


Así, no tienen por qué compartirse aficiones: ella puede distraerse pintando y él puede
hacerlo practicando deporte. Las diferencias, cuando son aceptadas y apoyadas
mutuamente, pueden enseñarnos muchas cosas, aunque a veces nos sorprendan o quizá nos
asusten. Claro que, si ese “aire fresco” es salir con los amigos todas las noches hasta la
madrugada, habrá que ver cuán enriquecedor le parece al que se queda en casa.
No hay una medida que defina cuánto tienen que coincidir los proyectos personales
para formar uno en común. Cuando la pareja está formada por dos personas muy
independientes, probablemente necesiten libertad de movimiento y los proyectos propios
ocupen una parte importante y aquellos en común, una parte más pequeña.

Igualmente, es preciso atender cuidadosamente a la armonía de los planes comunes. Si uno


piensa tener hijos y el otro no –o si sólo es uno el que quiere vivir en el extranjero–, la
pareja se verá en dificultades.

Armonización o sometimiento
La mayoría de las personas eligen vivir en pareja a pesar del gran desafío que esto
representa. El compartir las alegrías y las penas cotidianas, la contención, la caricia y el
aliento son alimentos para el alma. Pero para que se dé este clima, es preciso que la pareja
sea también un lugar de crecimiento y de expansión personal de los dos.

Por esta razón, los planes personales de cada uno necesitan realizarse, al menos
parcialmente. Quizás no pueda darse un crecimiento simultáneo de los proyectos personales
sino alternado; pero lo que resulta dañino es la renuncia total de uno de los integrantes,
voluntariamente o no, al proyecto propio en función del otro. Si uno sacrifica todos los
deseos, tarde o temprano eso “pasará factura”. No puede haber sometimiento o dominación.
Las parejas que se estructuran de esta manera llevan dentro de sí el germen de su propia
destrucción.

Esto no quiere decir que uno no pueda tener una posición de respeto hacia los planes del
otro y cambiar los propios proyectos para satisfacer a quien queremos. Pero debe ser un
movimiento auténtico desde el corazón y no una imposición que sea vivida como una
tortura. Cuando es un movimiento de corazón, la propia postergación de los planes
personales se ve compensada por ver al otro feliz. En cambio, si nos sigue resultando
torturante, tendremos que saber que nadie soporta un sufrimiento eterno.

Compartir el sentido de la vida


Nada de esto debería impulsarnos a convertirnos ahora en abogados intentando hacer firmar
al otro un contrato de cómo se va a desarrollar la vida de pareja. Lo cierto es que no
sabemos ni siquiera cómo ha de desarrollarse nuestra propia vida. Justamente este no saber
es lo que la vuelve fascinante.

No podemos convertirnos en fanáticos de nuestros proyectos, es decir, de las


realizaciones materiales únicamente. Así, la vida puede volverse muy aburrida. De nada
sirve llegar a la meta sonriendo para la foto donde posamos junto a la casa, el coche, los dos
niños y el perro si el amor se ha ido, aunque tengamos un contrato de proyecto de vida
“firmado y sellado”.
Aunque suene obvio, el amor es lo primordial. Sin perjuicio de ello, podemos revisar
nuestros planes. Quizá sea suficiente con permanecer abiertos para comprobar, si
encontrándonos, realmente nos encontramos, si miramos hacia el mismo lado. De lo
contrario, como dijo Fritz Perls, si encontrándonos no nos encontramos, no hay nada que
hacer. Porque, en definitiva, se trata de compartir el mismo sentido de la vida.

7 preguntas para una vida en común satisfactoria


1. ¿En qué ciudad viviremos?

¿Viviremos en el centro de la ciudad o en las afueras? ¿O mejor en el campo? ¿Y en el


extranjero? Elegir dónde vivir puede ser un juego apasionante pero, en ocasiones, implica
un cambio que puede ser vivido como una pérdida que afecta negativamente a uno de los
dos miembros.

2. ¿Tendremos hijos?

La primera cuestión que se plantea en relación a los hijos es si hay acuerdo en tenerlos
o no. Puede que los dos miembros de la pareja quieran tener hijos, pero ¿cuántos? Y más
tarde, hay que pensar en cómo educarlos, es decir, concretar los criterios de educación que
se seguirán o elegir las escuelas a las que irán.

3. ¿Cómo empleamos el dinero?

Hay muchas maneras de organizar la economía de una pareja, aunque, en general, se


deriva de lo que hemos aprendido en el modelo familiar. ¿Quién pone el dinero?
¿Trabajan los dos miembros de la pareja o sólo uno?¿Cómo le sienta a cada uno el hecho de
que el otro trabaje o no lo haga? ¿Todo va a un saco común o se establecen economías
separadas? ¿De qué manera se deciden los gastos? ¿Cuál es el nivel de independencia para
gastar el dinero? Algunas de estas cuestiones podrían parecer triviales, pero el dinero –y el
poder que implica– ha originado muchas disputas.

4. ¿Qué lugar ocupa el trabajo?

El papel del trabajo, qué lugar ocupa en el día a día y en la vida misma, es un tema que
debe hablarse con la pareja, pues el trabajo y el desarrollo profesional se llevan gran parte
del tiempo y de la energía de cada uno de nosotros. El resto del tiempo queda para la pareja
y todo lo demás, pero los dos miembros necesitan saber si aceptan ese “resto”.

5. ¿Qué vida social queremos?

Hay personas solitarias y otras a las que les gusta estar continuamente en contacto con
gente, ya sea de forma personal o en fiestas. Si hay mucha diferencia de criterios, uno
puede sentirse aislado o invadido, según el caso. Hay que hablar de lo que nos gusta y
entender la perspectiva de quien queremos para encontrar un camino de acuerdo.
6. ¿Qué papel tiene cada familia?

Es importante observar, de antemano, el papel que ocupan las familias de origen en


cada integrante de la pareja, el tipo de trato y el grado de dependencia o intromisión que
cada miembro está dispuesto a aceptar. El desacuerdo en este punto suele derivar en una
crisis de pareja.

7. ¿Respetamos la fidelidad?

Hay personas que requieren distintos tipos de libertad, que pueden llegar hasta el
planteamiento de alguna forma de amor libre. Es un tema delicado y la decisión es muy
personal. De todos modos, en el caso de que se exprese la necesidad de este tipo de libertad,
el deseo debe ser mutuo y este tipo de “amor de puertas abiertas” debería ser aceptado por
ambos previamente.

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