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Edgar Morín
(París, 1921) Sociólogo y antropólogo francés. Estudioso de la crisis interna del individuo, ha abordado
la comprensión del «individuo sociológico» a través de lo que él llama una «investigación
multidimensional», es decir, utilizando los recursos de la sociología empírica y de la observación
comprehensiva. Fuertemente crítico con los mass-media, ha analizado asimismo los fenómenos de
propagación de la opinión.
Su pensamiento excéntrico con respecto al clima cultural europeo, caracterizado por el protagonismo
del estructuralismo y el posestructuralismo, lo llevó a investigar en forma independiente y alejado de la
vida académica, sobre lo que luego denominará “humana condición” y la complejidad de la identidad
humana. Su preocupación por encontrar un enfoque no reduccionista de los fenómenos complejos
como es el caso de lo humano y su entorno, lo impulsa a transitar distintos paradigmas en búsqueda de
una plataforma, un pensar y un camino (método) que denominará “pensamiento complejo”, en un
contexto inédito de la relación de la humanidad con el planeta, que junto con otros pensadores,
caracterizará como “era planetaria”, ubicando el nacimiento de la misma en el descubrimiento de
América.
En el capítulo El núcleo arcaico, el autor retoma su concepto de trinidad humana que comprende las
tres instancias: individuo, especie y sociedad para desarrollar la idea de organización tanto de la
sociedad como de los individuos; se resalta la complejidad de dichos individuo como factor
diferenciador de los otros animales no humanos, de ahí que la construcción de la sociedad se da por los
individuos que la conforman y por las interacciones que afloran entre ellos; aunque en el texto no está
literal, el lenguaje juega un papel fundamental como vehículo transmisor y como artefacto organizador
y regenerador de la cultura.
A su vez como se menciona en apartados anteriores, el origen biológico que es la base productora del
actuar humano, determina ciertas diferenciaciones a nivel de sexo y edad que fueron tomadas por las
sociedades arcaicas como indicador primario de organización social, en las que se encuentran la
distribución del trabajo, el dominio social, la posesión del saber, el poder político entre otras. Aunque
con el pasar del tiempo, se han transformado dichas organizaciones, la cultura ha mantenido su papel
de generador y regenerador de la sociedad y por tanto de sus individuos. De ahí que, así como se
transmite de generación en generación cierto patrón genético a nivel biológico, la cultura tiene también
su propio artefacto hereditario como lo es el lenguaje.
De modo que, el lenguaje que está cargado de memoria, historia, creencias, mitos, normas, imprime en
cada uno de los sujetos pertenecientes a determinada sociedad, una identidad social que permite una
construcción conjunta de la realidad, la cual no podría ser posible sin el otro desde su singularidad que
es a su vez es sociedad, por esta razón se habla de una dialógica entre egocentrismo y sociocentrismo.
Es así que, en la interacción con el otro, la cual resulta imprescindible para la inscripción a la cultura,
emergen intercambios de saberes y con ello la interiorización de signos, que instauran en los sujetos
normas que determinan tanto los patrones de conducta como las formas de ver e interpretar el mundo,
donde las representaciones sociales afectan y definen la percepción que cada sujeto tenga de la
realidad. Como lo refiere Morín (2003) “Cada sociedad está envuelta por su propia noosfera, de donde
extrae identidad, protección, socorro” (p.185).
A pesar de que existe un factor colectivo en dicha cultura que permite compartir percepciones a cerca
del mundo, también coexiste con él, la singularidad de los sujetos dando como resultado una sociedad
que opera como escenario de subjetividades que se encuentran en conflicto, como efecto de ello se
crean cierta tención entre los intereses individuales y los colectivos; como dirá Baro (1996) “al estudiar
los problemas se parte del presupuesto de que persona y sociedad no simplemente interactúan como
algo constituido, sino que se constituyen mutuamente y, por consiguiente, que negándose uno y otro, se
afirman como tales” (p.25).
Referencias Bibliográficas:
Baro, M. (1996). Entre el individuo y la sociedad. Acción e ideología. Psicología social desde
Centroamérica. San Salvador: Universidad Centroamericana José Simeón Cañas.