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QUIMICA DEL MIEDO

El corazón en la garganta, el estómago encogido y los pelos del


cogote de punta. Cuando tenemos miedo, nuestro cuerpo
responde más allá de nuestro control. Si estamos muy asustados,
se nos escapan los gritos y se nos crispan los músculos, llegando
a clavarnos las uñas en las palmas de las manos al apretar los
puños e, incluso, soltando un guantazo a quien tenemos cerca.

El miedo es una emoción encargada de mantenernos con vida.


Se trata de un poderoso instinto que nos mantiene lejos de
situaciones peligrosas, y lo hace en muchos casos
desencadenando una serie de reacciones que nos hacen actuar
sin darnos cuenta.
Por eso la ciencia ha analizado en muchas ocasiones cómo nos
afecta el miedo y por qué. Estas son algunas de las conclusiones
que han surgido de esos análisis.
1. Pelea o huye
“Fight or flight” es como se bautizó en inglés a la reacción
fisiológica que tiene lugar en nuestro cuerpo cuando nos
asustamos. Plantar cara o salir corriendo son las dos opciones
que tenemos al percibir un posible daño, un ataque o cualquier
otra amenaza a nuestra supervivencia.
Se trata de conseguir un 'subidón' en el nivel de energía disponible en caso de tener que

reaccionar ante la amenaza

El mecanismo que desata el miedo se encuentra en el cerebro


reptiliano, que regula acciones esenciales para la supervivencia,
como comer o respirar, y en el sistema límbico, que regula las
emociones y las funciones de conservación del individuo. La
amígdala, incluida en este sistema, revisa continuamente la
información recibida a través de los sentidos. Cuando detecta una
fuente de peligro, desencadena los sentimientos de miedo y
ansiedad.
La amígdala despierta la respuesta del hipotálamo y la pituitaria,
que segrega hormona adrenocorticotropa. Casi al mismo tiempo
se activa la glándula adrenal, que libera epinefrina, un
neutrotransmisor. Ambas sustancias químicas causan la
generación de cortisol, una hormona que aumenta la presión
sanguínea y el azúcar en sangre y suprime el sistema
inmunitario. Se trata de conseguir un subidón en el nivel de
energía disponible en caso de tener que reaccionar ante la
amenaza.

2. ¿Qué le pasa a tu cuerpo cuando te


asustas?
Las hormonas que genera tu cerebro cuando te asustas tienen el
objetivo de prepararte para una posible acción muscular violenta,
necesaria para huir o pelear. Esto es lo que hace tu cuerpo como
respuesta:

-La función pulmonar y cardiaca se aceleran para llevar el


oxígeno a todos los músculos.
-Los vasos sanguíneos se contraen en muchas partes del
cuerpo, por eso te pones pálido o muy colorado, o alternas
entre ambos estados.
-La función estomacal y del intestino alto se inhibe, hasta el
punto en que la digestión se ralentiza o incluso se detiene.
-Los esfínteres se ven afectados de forma general,
causando en algunas ocasiones una pérdida de control.
Además, la vejiga se relaja (empeorando el problema
anterior). En cambio, la respuesta que causa las erecciones
se inhibe.
-Se inhiben las glándulas lagrimales y las que producen
saliva, así que se te seca la boca y rara vez lloras durante
un gran susto.
-Dilatación de las pupilas, visión con efecto túnel y pérdida
de audición. Por eso en momentos en que estás muy
asustado no ves ni oyes prácticamente nada más que lo
que te asusta.

3. ¿Por qué hace todo eso?


Todos esos fenómenos tienen cuatro objetivos concretos,
necesarios en caso de enfrentarse a una amenaza. El primero, es
aumentar el flujo sanguíneo hacia los músculos, motivo por el que
se retira de otras funciones en ese momento secundarias; el
segundo, proporcionar una aportación de energía extra al cuerpo,
para lo que aumenta la presión sanguínea, el ritmo cardiaco y el
azúcar en sangre; el tercero, prevenir una pérdida de sangre
excesiva en caso de resultar herido, por lo que se potencia la
función de coagulación, y el último es hacer al cuerpo lo más
fuerte y rápido posible, para lo que se aumenta la tensión
muscular.

4. Miedo y evolución
Que el miedo es una ventaja evolutiva es algo bastante obvio:
una buena evaluación y estrategia en torno a las amenazas es
imprescindible para la supervivencia, tanto del individuo como de
su descendencia.
Pero algunas teorías aseguran que disfrutar del miedo también
tiene su lógica evolutiva: ser capaz de hacer frente al riesgo e
incluso disfrutarlo abre al individuo un mundo de nuevas
posibilidades que de otra forma nunca se plantearía,
explorando posibilidades y dándole la baza de acceder a nuevos
y mejores recursos (territorios, alimentos o materias primas).
Claro que un excesivo gusto por el riesgo se torna en una
desventaja evolutiva, ya que suele conllevar una muerte rápida y
la extinción de tus genes.

5. ¿Por qué nos gusta pasar miedo?


Es seguramente la pregunta del millón: si el miedo está asociado
al dolor y emparentado con el estrés, el pánico y la ansiedad,
¿por qué hay personas que disfrutan pasando miedo? Sin ellas
no existirían las casas del terror de los parques de atracciones ni
todo un género cinematográfico.
Por otra parte, cuando nos asustamos y cuando algo nos emociona o produce
placer, nuestro cerebro produce las mismas sustancias

Según un estudio, no se trata del mismo miedo que hablábamos


antes. Escaneando el cerebro de voluntarios mientras veían
películas de terror, determinaron que las partes del cerebro
activadas durante la observación eran otras distintas. En vez de
la amígdala, vieron actuar al córtex visual (encargado de procesar
la información visual), al córtex insular (donde reside la
conciencia de nosotros mismos) y el córtex prefrontal (asociado a
la atención y la resolución de problemas entre otras cosas).
Por otra parte, cuando nos asustamos y cuando algo nos
emociona o produce placer, nuestro cerebro produce las mismas
sustancias: adrenalina, dopamina y endorfinas. Es el contexto lo
que nos hace disfrutar de ellas o no, y si el miedo lo estamos
sintiendo, pero cómodamente sentados en nuestro sillón o en una
butaca de cine, el contexto no es amenazador y la experiencia
resulta más positiva que negativa.

6. Un análisis psicológico de las


películas de terror
Si es cierto que el cerebro distingue entre el miedo de verdad y el
que nos hace pasar una película, ¿cómo lo hace? Según un
análisis del psicólogo Glenn D. Walters, el terror de las
películas se basa en tres factores.
El primero es la tensión. El suspense, el misterio, los sobresaltos
o el puro gore (llámenlo gore, llámenlo casquería). Es algo propio
de la acción, que el director consigue más o menos según su
habilidad.
El segundo es la relevancia, y tiene que ver tanto con los
espectadores como con la propia película. Es la capacidad de
empatizar directamente con la fuente del miedo. Habrá miedos
universales, como las arañas o la muerte, y otros más
específicos, como los que afectan a colectivos (piensen en
películas de terror adolescentes que mezclan a un asesino con la
dispersión de rumores en un instituto y piensen si eso les daría a
ustedes miedo) o a individuos concretos (alguien que sienta
cercanas determinadas experiencias tendrá más miedo a una
película en la que las representa que alguien que las vea con
absoluta distancia).

El tercero es el irrealismo. Por muy bien que esté hecha una


película, una parte de nosotros sabe en todo momento que lo que
está viendo no es verdad, que en un par de horas como mucho
las luces se encenderán de nuevo y todo habrá terminado
felizmente para nosotros y para todos los que aparecen en la
cinta, porque eran actores maquillados fingiendo. Todos
recordamos un mal rato viendo una película de miedo cuando
éramos demasiado pequeños, porque los niños tienen más
problemas para distinguir la realidad de la ficción, pero de adultos
entendemos que es todo puro espectáculo.

7. Los miedos innatos


Los niños suelen ser asustadizos. Igual que ocurre con las
películas, a medida que nos hacemos adultos aprendemos a
manejar algunas situaciones que de pequeños nos resultaban
amenazadoras y superamos esos miedos. Los bebés, en cambio,
solo tienen miedo a dos cosas: a caerse y a los ruidos fuertes. Es
una cuestión de supervivencia en su forma más instintiva que
llevamos grabada desde que nacemos.
Ambos estímulos son los que producen en llamado reflejo de
Moro, una reacción que se observa en bebés y que se suele
perder al cuarto o quinto mes de edad. Cuando se asustan por un
ruido muy fuerte o cuando sienten que se están cayendo, abren
los ojos como asustados y extienden los brazos hacia delante,
con las palmas de las manos hacia arriba y los pulgares
flexionados, para después cerrar los puños y atraer de vuelta los
brazos hacia el pecho.
Se cree que este reflejo tiene el objetivo de evitar las caídas del
pecho materno, especialmente en una época en que los bebés
eran transportados amarrados al pecho materno. Si un bebé no
cuenta con este reflejo, suele ser señal de problemas neuronales.

8. Los miedos adquiridos


Todos los demás miedos son adquiridos a base de experiencias
propias o ajenas: las arañas, la oscuridad, los payasos, los
perros, la muerte. Son cosas que aprendemos a temer porque
nos han mordido en sentido literal o figurado. Sin embargo, hay
miedos que llevamos más dentro que otros.
Un estudio de la Universidad de Virgina observó que, cuando
pedían tanto a adultos que detectasen las serpientes de una
colección de fotografías, lo hacían mucho más rápido que cuando
les pedían que hiciesen lo mismo con las flores. Después de toda
una vida aprendiendo a tener más que respeto por estos
animales, la reacción no es sorprendente, pero sí lo fue descubrir
que al repetir la prueba con niños pequeños, el fenómeno se
repetía.
Los investigadores concluyeron que existe un sesgo evolutivo en
la detección de amenazas. Es decir, que a lo largo de los siglos
hemos aprendido a identificar algunas amenazas potenciales y
hemos ido pasando la advertencia de generación en generación.
Otros miedos adultos se desarrollan por asociación: los aviones,
las multitudes, los lugares pequeños y cerrados... No son cosas
que suelan asustarnos de niños, pero sí a muchos adultos, que
suelen relacionarlos con contextos de alguna forma negativos.

9. Pasar miedo adelgaza


Ver una película de miedo adelgaza, más cuanto más miedo te
haga pasar. Eso concluyó un estudio realizado por la Universidad
de Westminster en 2012, que de media se pueden quemar unas
113 calorías viendo una película de terror de unos 90 minutos, lo
mismo que caminando media hora y el equivalente a una
chocolatina pequeña. La que más calorías quema (184 de media,
aunque varía según cada individuo) es, según los
investigadores El Resplandor, seguida por Tiburón (161) y El
Exorcista (158).
Para hallar esos datos, los científicos midieron la frecuencia
cardiaca de los voluntarios, el consumo de oxígeno y la expulsión
de dióxido de carbono, y descubrieron que el número de calorías
quemadas aumentaba de media un tercio si estaban viendo una
película de miedo. Determinaron también que los filmes con más
sustos eran los que más calorías consumidas causaban, ya que
causan picos en la actividad cardiaca.
La adrenalina también tiene mucho que ver. "Cuando el pulso se
dispara y la sangre circula más rápido, el cuerpo recibe un
subidón de adrenalina. Estas liberaciones de adrenalina que
ocurren en periodos muy cortos con picos de estrés muy alto (en
este caso, producidos por el miedo) reducen el apetito, aumentan
el metabolismo basal y como resultado, queman más
calorías", explicaba al Telegraph Richard Mackenzie,
especialista en metabolismo celular y fisiología de la Universidad
de Westminster.

10. Fobias, el miedo absoluto


Una fobia es un miedo absoluto, un terror irracional hacia un
objeto o situación. Aunque todavía hay mucho que no se sabe
sobre esta condición, sí se sabe que son difíciles de solucionar:
para una persona con fobia a las arañas es difícil interiorizar que
no hay una consecuencia negativa que deba temer de estos
animales, porque el miedo en sí mismo ya lo es.
Como sentimiento irracional que son, las fobias son tan variadas
como las personas que las padecen, aunque muchas de ellas son
habituales y tienen causas muy comunes. Por ejemplo, se llama
ergofobia al miedo a trabajar o al lugar de trabajo. Según los
psicólogos, este sentimiento es en realidad la conjunción del
miedo a no desempeñar correctamente las tareas que se nos
asignan, a hablar en público y a las relaciones sociales. La
somnifobia, otro ejemplo, es el miedo a quedarse dormido, que
estaría causado por el temor a perder el control y por las
pesadillas recurrentes.

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