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EL CANTO GREGORIANO

A finales del siglo II el papa Gregorio I dirigió una reordenación, reforma y compilación de la
liturgia romana, continuada por sus sucesores, que incluía una conformación más llana y sencilla
de las melodías (canto romano antiguo y nuevo). La alianza papal con la monarquía carolingia
gala de Pipino y luego de Carlomagno (segunda mitad del siglo VIII) logró imponer en Occidente
una centralización de la administración, el derecho canónico y la liturgia, cuyo repertorio de
cantos, basado en esa progresiva reforma anterior, se vinculó un tanto legendariamente a
Gregorio I y fue denominado gregoriano. Desde entonces hasta al menos el siglo XVI el canto
gregoriano fue el estilo musical más difundido e influyente en el mundo occidental (y de hecho
se mantuvo vigente hasta 1965 como repertorio oficial universal de la liturgia católica).

Fue precisamente en la época carolingia (ca. 800) y para difundir ese repertorio, se comenzó a
utilizar junto a los textos una nueva forma de notación musical silábica, la neumática, que,
aunque imprecisa en ritmo y altura, ayudaba a recordar las melodías del repertorio.
Posteriormente sus signos, llamados neumas, serían insertados en un tetragrama, que ya sí
precisaba la altura de los sonidos.

Aunque los primeros textos descifrables y completos datan de inicios del siglo IX, y una gran
parte de las melodías que conocemos fueron transcritas de manuscritos todavía posteriores
(especialmente de los siglos XII y XIII), hemos de pensar que muchas piezas debían de estar en
uso desde hacía mucho tiempo cuando fueron anotadas. Lo que la notación nos ha transmitido
es, verosímilmente, una tradición establecida en los siglos VIII y IX, y fortalecida por la autoridad
imperial y pontificia: los redactores de los manuscritos con neumas no pudieron referirse sino a
un estilo sancionado por la Iglesia, de modo que este repertorio carolingio o romano galicano
representa ya, sin duda, una cierta decadencia en relación con las melodías de las liturgias
anteriores.

Las características principales del canto gregoriano son:

Es música funcional, exclusivamente destinada a la liturgia cristiana (misa y oficio).

Es un canto monódico.

Su texto está en latín.

El ritmo (llamado libre) va ligado al texto y no tiene una pulsación predeterminada.

Se canta sin acompañamiento instrumental y habitualmente sólo con voces masculinas.

El repertorio gregoriano, amplísimo, puede ser clasificado según diversos criterios.

Por su estilo musical más o menos ornamentado, puede clasificarse en accentus, recitaciones
litúrgicas estereotipadas basadas en una sola nota (tuba), usadas en las recitaciones litúrgicas
del sacerdote; y concentus, cantos propiamente dichos, que según su relación entre palabra y
texto se clasifican a su vez en:

Silábicos: si canta una sola nota en cada sílaba del texto.

Neumáticos: si cada sílaba tiene entre dos y tres notas, generalmente anotadas con un solo
neuma.

Melismáticos: el canto más complejo y ornamentado, en el que cada sílaba del texto está
adornada por varias notas distintas, a veces muy numerosas (melismas).
Por su forma de interpretación los cantos suelen ser clasificados en tres categorías:

De estilo directo: son cantados íntegramente por el o los mismos cantores, sea un solista o un
coro.

Responsoriales: el coro responde (responsorio) con una especie de estribillo al canto del solista.
Por ejemplo, era practicada en la salmodia (salmodia responsorial), en la que el coro cantaba la
antífona y el solista entonaba, con profusión de ornamentos, cada versículo de un salmo.

Antifonales (tipo no necesariamente relacionado con la antífona como pieza musical): dos coros
de similar tamaño se responden o alternan, por ejemplo, cantando versículos
consecutivamente.

Por su uso litúrgico, el repertorio puede clasificarse entre cantos de la misa y del oficio.

Los cantos de la misa incluyen dos subtipos:

Cantos del Ordinario, de texto fijo (Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus, Benedictus y Agnus Dei). Son
cantados por el coro de fieles o por la schola cantorum (coro especializado).

Cantos del Propio, como por ejemplo el Gradual o el Tracto, cuyo texto cambia día a día.
Podemos distinguir en ellos recitativos (reservados a los sacerdotes; suelen ser muy sencillos,
aunque elegantes, tienen un origen muy antiguo y, probablemente, han conservado lo esencial
de su aspecto primitivo) y aclamaciones (por el coro de los fieles; probablemente espontáneas
al principio y muy sencillas, fueron refinándose y se hicieron rituales).

Por su parte, los cantos del oficio se usan en las diversas horas de oración (Laudes, Prima,
Tercera, Sexta, Nona, Vísperas y Completas).

Por último, podemos clasificar las piezas del repertorio gregoriano según su origen, reflejado en
su forma musical, en dos grandes grupos: piezas de origen salmódico y piezas versificadas.

Las piezas de origen salmódico pueden clasificarse así:

Responsos: estribillos y estrofas con los que el coro responde a los versículos del salmo, cantados
por el solista. Primitivamente breves, silábicos e inseparables del salmo, los responsos se han
convertido en grandes piezas con vocalizaciones, generalmente en tres partes (estribillo, uno o
varios versículos del salmo, estribillo).

Antífonas: estribillos silábicos introducidos en el canto alterno de los salmos, como preludio,
postludio e interludio. Dos semicoros cantan los versículos alternativamente (antífonas) y se
unen para cantar la antífona.

Tractos: salmos, o fragmentos de salmos cantados seguidos, sin repetición alguna ni estribillos,
sólo para el solista. Son piezas ornamentales con ricas vocalizaciones, que se sitúan entre las
lecturas de la misa, principalmente durante el tiempo pascual.

En cuanto a las piezas versificadas, consisten en himnos. Primitivamente en prosa y de una forma
análoga a la de los salmos, se compusieron luego en verso, a partir de San Ambrosio; estas piezas
estróficas constituyen un repertorio artístico heterogéneo, cuya popularidad en la cristiandad
fue considerable. Más tarde se consideraron himnos unos cantos religiosos (y también profanos)
consagrados a la alabanza, sin ninguna relación con los himnos “ambrosianos” o “gregorianos”.

Tropos, secuencias y dramas litúrgicos


Establecido un repertorio fijo oficial en la época carolingia, la creatividad musical en la monodia
religiosa quedó circunscrita a la ornamentación de determinados cantos, en particular algunos
de la misa y sólo en las fiestas solemnes. Tal ornamentación (además de en la práctica de la
polifonía, que veremos más adelante) consistió fundamentalmente en la inserción de nuevos
melismas o incluso nuevos textos en las antiguas melodías del repertorio, práctica denominada
tropo. Un tipo particular de tropo, aplicado al Aleluya, fue denominado secuencia.

Hay tres formas de tropo:

Los consistentes en intercalar fragmentos melódicos inventados, ajenos al repertorio original


gregoriano, como melismas dentro de una pieza anterior, como por ejemplo un Kyrie. El material
melódico introducido era probablemente en algunas ocasiones de origen popular.

La aplicación de un nuevo texto a un melisma anterior, técnica atribuida por Notker Balbulus a
monjes procedentes de Jumiège (siglo IX) como procedimiento mnemotécnico para ayudar a los
cantores a recordar las células melódicas sucesivas. Un ejemplo sería el Kyrie "Fons bonitatis"
del Ms. 383 de San Galo.

La interpolación de texto nuevo con música nueva.

Un tipo particular de tropo, el aplicado al melisma de la última sílaba del Aleluya (el llamado
Jubilus), se practicó muy extensamente hasta el punto de desarrollarse una nueva forma musical
con textos y melodías muy elaborados, la secuencia, que históricamente fue desarrollada en tres
fases:

Secuencia clásica, (850-1050), especialmente en San Galo y San Marcial de Limoges: solía
consistir en versículos dobles (forma IAABBCC...).

Secuencia rimada (desde el siglo XII): se independiza del Aleluya, y se crean nuevos poemas
medidos rimados en consonante con melodías nuevas.

Secuencia estrófica (desde el siglo XIII), en la que la melodía es repetida con diversas estrofas de
texto, por ejemplo, con forma musical AABBCCAABBCCAABBCC.

Aunque llegaron a escribirse cinco mil secuencias, el Concilio de Trento fijó para su uso sólo
cuatro, de las cuales la más célebre es el Dies Irae, secuencia estrófica de Tomás de Celano (s.
XIII) para la misa de difuntos; más adelante se añadió una quinta, el Stabat Mater. Por otra parte,
el lai profano y la estampida instrumental asumieron la forma musical de la secuencia.

Como último tipo especial de tropo hay que citar los dramas litúrgicos, nacidos a partir de los
tropos del Introito de Pascua y Navidad, desde los que se desarrollaron diálogos cantados y luego
pequeñas representaciones sacras independientes, como los llamados misterios, el Ludus
Danielis o, ya en lengua vulgar, el Auto de los Reyes Magos.

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