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Mujeres venezolanas pierden mucho más que kilos en medio de la crisis

Jun 28, 2018


http://hambrometro.com/mujeres-venezolanas-pierden-mucho-mas-que-kilos-en-medio-de-la-
crisis/
Encuestas y estudios revelaron que en 2017, las venezolanas perdieron peso y calidad en
los alimentos que consumen para poder completar el plato de su familia
“Es como un suicidio lento lo que estamos haciendo las mujeres (…) Perdiendo la fuerza”,
explica Fabiola Romero, directora del Centro Hispanoamericano para la Mujer FREYA
Luisana Solano
@luisisolano

6 de cada 10 venezolanas (63%) perdieron al menos 10.5 kilos de peso


Foto: Felipe Romero

Kenia tiene 53 años. Indira, 68. Kenia es una profesora en un populoso barrio caraqueño.
Indira es jubilada de una de las entidades financieras más importante del país. A pesar de
sus aparentes diferencias, ambas tienen algo en común: sus colegas las reconocen como las
que más han perdido peso en sus lugares de trabajo. “Tú si estás delgada”, “¿qué estás
comiendo?” o “cómo has perdido kilos”, son comentarios que escuchan de forma
recurrente. Pero no son las únicas.
La mujer venezolana suele ser quien buscan la comida, la prepara y la sirve en la mesa.
Pero esto no le garantiza su plato. La «dieta Maduro», como se refiere el venezolano a las
carencias alimentarias que vive el país y como lo ha refrendado el mismo presidente de la
República, las ha tocado. La Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) de 2017, elaborada
por la Universidad Católica Andrés Bello, la Universidad Central de Venezuela y la
Universidad Simón Bolívar, así lo refleja. Datos a los que tuvo acceso runrun.es revelan
que durante el último año, 6 de cada 10 venezolanas (63%) perdieron al menos 10.5
kilos de peso, mientras que los hombre, 11.8 kilos.
Marianella Herrera, médico especialista en nutrición, integrante de la junta directiva de la
Fundación Bengoa y una de las encargadas del capítulo “Alimentación” de la Encovi,
explica que el monitoreo del peso lleva dos años y es apenas en esta entrega que lo
desglosan por género según la respuesta de los encuestados. Para 2016, el promedio general
de pérdida de peso del venezolano era de 8 kilos. En 2017 aumentó a 11,4 kilos, una
diferencia de 4 kilos en un año.
La médico indica que la variación de un 1,3 kilos entre ambos sexos numéricamente no es
significativa, pero que el hecho de que hombres y mujeres están perdiendo casi la misma
cantidad de peso sí lo es.
De acuerdo con la especialista, existe inequidad pero también una condición de madre. “El
panorama familiar es muy sombrío porque la madre se priva de alimentos buscando
mejorar el estado de sus niños y no lo logra porque es insuficiente la disponibilidad de
alimentos en el hogar”, afirma Herrera.
Al respecto, los resultados de la Encovi presentados en febrero arrojaron que 80% de los
hogares presenta algún grado de inseguridad alimentaria, concepto relacionado con la
disponibilidad, acceso y calidad de la comida.
“Hay una condición social, cultural, antropológica que hace que la mujer, como jefe del
hogar, entendida de manera distinta de lo que puede ser un jefe de proveedor, nutre el
hogar”. Herrera expone que en su rol de protectora, la venezolana encuentra en su propia
desventaja una estrategia para afrontar la crisis.
“Estamos para el 6to año de Encovi con una situación crónica prolongada dolorosa”,
sentencia Herrera.
«La madre se priva de alimentos buscando mejorar el estado de sus niños y no lo
logra porque es insuficiente la disponibilidad de alimentos en el hogar”, dice
Marianella Herrera
Un mes sin almorzar
Kenia*, de 53 años, es profesora y actualmente enseña en una escuela pública en el
corazón de Petare, una zona popular al este de Caracas. Reconoce, al recordar una foto suya
que vio recientemente, que era “gordita”. Con poco más de metro y medio de altura, 1.53
m, pesaba unos 63 kilos. Actualmente asegura pesa 45 kilos y afirma que es una de las
docentes que más ha perdido peso de la institución.
Esta profesora recuerda recuerda que toda su “debacle”, como lo describe, empezó en 2016.
Durante el mes de junio de ese año no almorzó. Esta madre soltera de una niña de 9 años,
admite que la comida que compra es para la alimentación de su hija por estar en período de
crecimiento.
Asegura que todo este panorama se debe a su situación económica, pues a pesar de tener un
segundo trabajo en otra dependencia del estado, sus ingresos se mantenían por debajo de
los de sus compañeros debido al atraso en los pagos y en los aumentos salariales.
Este año pasó de tener 12 horas académicas a 36, y recibe dos cajas de los Comités Locales
de Alimentación y Producción (CLAP), una por su trabajo y otra por su comunidad, por las
que paga Bsf. 35.000 por cada uno. Estos cambios, asegura, han ayudado a mejorar un poco
su situación.
Con sus horas extras, el segundo trabajo y los aumentos salariales de este año, asegura que
su ingreso mensual es de unos Bs. 13.000.000. Esta cifra está muy por debajo la canasta
alimentaria, que se ubicó en Bsf. 49.471.079 en mayo, según cálculos de Econométrica.
Esta profesora no duda en señalar que siente se desesperanza. “Todavía no sé cómo esto se
va acomodar. Ni que agarre horas aquí, ni más allá. Ni porque me den una caja Clap aquí,
ni otra allá.”
Para rendir el alimento en su hogar, como proteínas, opta por huevo, leche y queso. No
puede comprar pollo, “si acaso como una vez al mes”, dice. Tiene otra tres hermanas y
todas, menos una, con la que vive en una zona popular, han perdido peso.
Otro caso es el de Indira*, una mujer de 68 años, que “hasta que llegó Maduro”, asegura,
podía vivir de su jubilación. Relacionista Pública y Traductora de profesión, tiene dos hijos;
el menor 25, la mayor de 39, y un nieto de un año.
Indira trabajaba en una de las entidades financieras más importantes del país y está jubilada
desde hace 20 años. Con apartamento propio en una pujante zona media de Caracas,
después de retirarse se dedicó a la crianza de sus hijos como madre soltera, a quienes logró
mantener y graduar.
Todo cambió en 2016. A pesar de que su hija ya se había mudado, ella pasaba del almuerzo
de un día al almuerzo del otro quizá con un café de por medio en el desayuno. “Yo, para
que mi hijo comiera, no comía, por qué él estaba estudiando”.
Esta situación le pasó factura. Esta mujer de un 1.64 m que pesaba unos 62 kilos, la última
vez que se montó en la balanza marcó unos 47 kilos. Cuando se vio con la internista de la
entidad donde trabajaba, le diagnosticaron desnutrición y fue referida a un nutricionista y
un gastroenterólogo.
El primer especialista le mandó una dieta que ella nunca pudo cumplir: comer seis veces al
día, cinco de los seis tipos de alimentos, y proteínas en la tres comidas. El segundo le
indicó que tenía una condición conocida como “no absorción de los alimentos’, lo que
comía enseguida lo expulsaba. No han podido mandarle tratamiento porque no consigue un
medicamente, Colyte, para poder realizarse una endoscopia y una colonoscopia.
Indira reconoce que como jubilada, tiene la suerte de ganar más que el estándar, pero que
esto no es suficiente. Su sueldo base antes del aumento anunciado a finales de junio, era de
Bs. 10.000.000, casi el doble del salario integral, Bs. 5.196.000. Con el bono alimentación
y bonos especiales mensuales, recibe un total de Bs. 25.000.000 al mes. Aún así asegura
que ella no hace mercado, ”yo voy al automercado a ver qué puedo comprar”.
Señala que su situación ha mejorado desde que almuerza en el comedor de su antiguo
trabajo, en ocasiones la única proteína que come en el día, en otras la guarda para el
almuerzo de su hijo. Además, le empezaron a vender una bolsa de comida. Por harina pan,
harina de trigo, arroz, pasta, atún, aceite y azúcar; pagó la última vez unos Bs. 3.500.000.
Esta traductora afirma que si bien la situación es triste, ella mantiene su optimismo y trata
de no pensar mucho en la situación.
“Yo, para que mi hijo comiera, no comía, por qué él estaba estudiando”
No son casos aislados
Las preocupaciones y comentarios de Kenia e Indira son parte de los expuestos
por “Mujeres al límite”, un informe presentado en noviembre de 2017 por las
organizaciones Avesa, Asociación Civil Mujeres en Línea, Cepaz y el Centro
Hispanoamericano para la Mujer FREYA, para registrar y destacar cómo afecta la situación
del país a las venezolanas. El texto resalta tres de los derechos de las mujeres vulnerados en
el contexto de la crisis. El primero de ellos es el de la alimentación.
“Es como un suicidio lento lo que estamos haciendo las mujeres (…) es ir mermando la
calidad de lo que comemos. Perdiendo la fuerza”, sentencia Fabiola Romero, psicóloga y
directora del Centro Hispanoamericano para la Mujer FREYA.
La especialista explica que los hábitos de consumo y el patrón de alimentos consumidos
están relacionados con la visión de lo que debe ingerir el hombre y la mujer. En el caso de
la distribución del alimento en la casa, agrega, se da según la relación de género, trabajo y
responsabilidad.
Un estudio de Datanálisis que fue citado en el informe reveló que, mientras más de 50% de
los hombres reporta un consumo de 15 alimentos, las mujeres consumen sólo 12. La
encuesta también expone que al revisar el patrón cualitativo de este consumo, los hombres
consumen alimentos con un valor nutricional más alto, como proteiń as de alto valor
biológico (carne de res, pollo, huevos, queso) y hortalizas. Por su parte, las mujeres están
consumiendo mayor cantidad de alimentos con caloriá s baratas y de menor valor
nutricional (pan, harinas y cereales).

Romero explica esa distribución del alimento genera dos escenarios: o la mujer gana
algunos kilos, lo que no significa que estén nutridas, o han perdido muchos kilos, lo cual
considera es lo más común y visible actualmente. “Ya los carbohidratos no son suficientes
porque no se consiguen”, añade.
Otro dato presentado en “Mujeres al límite” proviene de Cáritas y refleja que en 60% de los
hogares más pobres de país, las mujeres sirven como amortiguador del deterioro del
alimento familiar a través de estrategias como la auto-postergación y regazo del bienestar
nutricional propio.
Esta posición en la que suele colocarse la mujer, expone Romero, es resultado de uno de los
principales estereotipos femeninos: el de la cuidadora. Ellas se siente responsable de la
felicidad de la familia y “no es que el hombre no se preocupe”, pero la mujer se sobrecarga
y tiende a tener sensaciones de incumplimiento.
El trabajo de cuidadora se acentúa en al menos 39% de los hogares venezolanos, donde las
mujeres asumen la jefatura, según el Censo Nacional de Población y Vivienda de 2011.
Este medidor ha mostrado una tendencia creciente, al hace diez años ubicarse en 29% y
hace 20 años en 24%.
Romero indica que la situación a la que está sometida la mujer venezolana no es solo
discriminatoria, sino también de subordinación al Estado, puesto que está más expuesta a
los mecanismos creados por el gobierno –desde misiones hasta bonos especiales que
requieren que se identifique para beneficiarse de estos– para controlar la distribución y
acceso a la comida. Esto no sólo limita la alimentación de la mujer, sino también su
derecho a elegir y poder reclamar.
Un análisis de encuestas de compra y consumo de alimentos realizado Datanálisis citado en
‘Mujeres al límite’, muestra que las mujeres están comprando más en expendios de
alimentos pequeños tipo abasto o bodegas en sectores populares (54% vs 46 % de los
hombres) y son quienes con más frecuencia adquiere las bolsas o cajas de los CLAP y
compran en los abastos MERCAL (90 % vs. 10% hombres).

“No estamos entendiendo que eso es un derecho. Lo vemos como un favor que me está
haciendo el Estado porque me porto bien”, afirma Romero.
El derecho a la alimentación está reconocido en el artículo 305 de la Constitución y desde
la llegada de Hugo Chávez al poder, y ahora con Nicolás Maduro, se han creado marcos
normativos y varias medidas para atender la seguridad alimentaria.
Como ejemplo está la Ley Especial de Defensa Popular Contra el Acaparamiento y
Especulación (2007), la Ley de Seguridad y Soberaniá Alimentaria (2008) e incluso la
creación del Ministerio de Alimentación en 2004.
En oportunidades estas iniciativas están dirigidas y son presentadas con una visión de
género, como es el caso de la creación de una entidad bancaria, Banco de Desarrollo de la
Mujer (2001), la Misión “Madres del Barrio” (2006) o incluso la instauración de un
Ministerio del Poder Popular para la Mujer y la Igualdad de Género (2009).
La doctora Romero expone que además es una responsabilidad del Estado venezolano de
velar por la seguridad alimentaria de las venezolanas y “no están cumpliendo por ningún
lado con este compromiso internacional”.
La médico asegura que no se ha medido el impacto de la consecuencias emocional y social
de este tipo de situaciones en las cuales la mujer tiene que elegir qué sacar de la canasta
alimentaria familiar. “Emocionalmente, las mujeres están tomando decisiones donde siente
que están dejando a sus hijos y familia sin lo que requieren”.

El derecho a la alimentación está reconocido en el artículo 305 de la


Constitución
Foto: Jorleanys Gil

Embarazadas hambrientas
Una punto que marca el antes y el después en la vida de una mujer es cuando decide ser
madre. Herrera explica que el cuerpo femenino se va preparando para dar a la luz así como
para la lactancia materna. Por ello, agrega, la composición corporal de una mujer es distinta
a la de un hombre: ellos suelen tener más masa corporal y ellas un poco más de grasa.
“Cuando una mujer enfrenta el embarazo en condiciones deficitarias es muy difícil corregir
esa condición durante el embarazo”, indica la especialista. En esos casos, el médico procura
que la madre tenga una ganancia de peso lo más adecuada posible y consuma los
micronutrientes deficitarios.
De acuerdo con datos de la Organización Panamericana de la Salud citados por Encovi, en
Venezuela, 8.115.000 de mujeres, equivalentes a 26,5% de la población total, está en edad
fértil (15 – 49 años). Herrera explica que, potencialmente, este número de mujeres está
expuesto a riesgos “epigenéticos intergeneracionales”, que se refieren a la influencia
ambiental sobre el genoma humano que produce alteraciones temporales. Es decir, si estas
mujeres quedan embarazadas en condiciones deficitarias, la afectación también pudiese
alcanzar a su bebé.
Alguien que ha tenido que atender a mujeres en esta situación es el médico obstetra y
ginecólogo de Valencia, estado Carabobo, Jesús Colmenares. Con 24 años en la
especialidad y una larga trayectoria en el sector público, hoy trabaja en una clínica privada,
donde por primera vez afronta el hecho de que al menos 5 de cada 10 de sus pacientes han
bajado de peso o se mantienen.
“Tengo una de 22 años con 18 semanas de embarazo y pesa 38 kilogramos. Está pálida,
triste, pero con la esperanza de recibir el bono prometido por el gobierno”, relata
Colmenares en un texto para de la serie de Runrun.es #EstoNoEsNormal, titulado “Las
pacientes flacas y la ciudad muerta”.
Encovi utiliza los datos del proyecto ‘Plan de Emergencia Social’ para mostrar las
consecuencias nutricionales del patrón de alimentación, específicamente cuando habla de
niños entre 0 y 2 años, donde el 50,3% son niñas, donde al menos un 9,4% están bajo lo
normal según el peso para la talla y otro 33,2% está bajo lo normal según el peso por la
edad.
“No sucedió desde el mes anterior para acá. No sucedió de los últimos meses para acá. Hay
un retardo de crecimiento en el útero desde antes de comenzar la vida”, sostiene Herrera al
mencionar el estudio.

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