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DESARROLLO ECONÓMICO Y SEGURIDAD

Roberto Vizcardo Benavides (*) roberto5200@hotmail.com

Está claro que en toda sociedad organizada es el Estado el


ente responsable de garantizar la mejora continua de la
calidad de vida de todos los habitantes que lo conforman.
Para ello se debe mantener un equilibrio virtuoso entre las
condiciones de gobernabilidad (política), la estrategia
económica, las condiciones culturales y de seguridad que
garanticen el desarrollo económico y social de un país.

Existen parámetros metodológicos como la Ley de Okun, cuyo coeficiente explica la


sensibilidad de la tasa de desempleo a los cambios en el Producto Bruto Interno
(crecimiento económico); y teorías como el llamado “equilibrio de Nash” (Nash:
1951), mediante la cual, por extensión de la teoría de juegos a la toma de decisiones
del Gobierno de un país, se explica el correlato en las dimensiones políticas,
económicas, culturales y de seguridad integral.

Una condición natural del ser humano es el deseo de superación continuo. Este proceso
inmanente se realiza, en un primer momento, desde el ámbito personal en uso del derecho
a la libertad, y luego en conjunto, en el ámbito de la sociedad organizada, es decir dentro
de los alcances del “Contrato Social” que los individuos hemos signado con el Estado. Se
trata, dicho de otro modo, de asegurar la conservación y el bienestar de la persona y la
sociedad dentro de la que se desenvuelve, como parte del Estado.

En el clásico “El Contrato Social”, respecto a la seguridad, se afirma que “Encontrar una
forma de asociación que defienda y proteja con la fuerza común la persona y los bienes
de cada asociado, y por la cual cada uno, uniéndose a todos, no obedezca sino a sí mismo
y permanezca tan libre como antes." (J.J. Rousseau: 1999).

En tal virtud, el Estado tiene como fin primordial garantizar el bienestar general de los
ciudadanos y proteger a la persona y sus bienes. En otras palabras, para asegurar tales
propósitos es necesario gestionar la economía de un país de manera responsable, sensata,
con mucha prospectiva y sobre todo, no perdiendo de vista que la economía siempre debe
estar al servicio del hombre. De esta manera, es posible generar las condiciones de
desarrollo que promuevan una mejor calidad de vida para los ciudadanos. Desde luego,
esto no constituye ninguna receta; es meramente lógica fundamental.

Respecto de la seguridad, resulta relevante determinar, para su cabal comprensión, la


conexión umbilical con el desarrollo económico, y es justamente en este punto en que las
condiciones culturales de una sociedad, entendiéndose estas como la calidad y cantidad
de valores que se incorporan a la misma, tienen un rol capital que cumplir. Resulta por
ende, absolutamente necesario enfocar esfuerzos y recursos que conlleven a desarrollar
una base cultural sólida, genuina (en concordancia con las tradiciones y legado histórico
de cada nación) y en libertad, que tenga como fin la convivencia pacífica y el respeto por
el semejante.
Perú, a decir de los organismos multilaterales y observadores especializados, en las
últimas dos décadas presenta una administración económica a la que se puede calificar de
seria, prudente y responsable, con ciertos matices, pero que en general mantiene sólidos
fundamentos.
Sin embargo, en el campo de la seguridad interna, muy poco se ha logrado desde la
captura de las cúpulas terroristas. Hoy en día el crimen organizado que incluye el
narcotráfico, constituye un problema mayor que amenaza las bases de la sociedad. Las
organizaciones criminales se nutren principalmente de jóvenes peruanos que no
encuentran oportunidades de desarrollo debido a su poca educación.

Las condiciones del desarrollo y de la seguridad

El desarrollo económico de un país tiene un subyacente fundamental: el crecimiento


económico. Existe una relación de dependencia tal que por cada año en que el crecimiento
económico no alcance el nivel adecuado, las expectativas de mejorar la calidad de vida
de los ciudadanos se van alejando en el tiempo, determinando situaciones de países pobres
o en vías de desarrollo. En el caso peruano, hasta fines de la primera década del SXXI, el
crecimiento económico alcanzó altas tasas (entre 5 y 8% anual), lo cual significó reducir
la tasa de pobreza general y el robustecimiento de la clase media. Luego, en los años
siguientes el crecimiento se ha ralentizado de tal manera que, si bien constituyen tasas
positivas (2014: 2.35%; 2015: 3.6%; 2016: 3.9%), no son suficientes para alcanzar los
objetivos primarios de generación de empleo y mejor educación.

Resulta entonces, que la primera preocupación de la conducción política de un país tiene


que estar dirigida al logro de altas tasas de crecimiento económico que permitan generar
bienestar, es decir el aseguramiento de la salud, educación, vivienda, seguridad y
oportunidades de trabajo decentes. Dicho de otro modo, reducir las tasas de pobreza,
mediante la creación de riqueza (empleo), en un ambiente de paz social. En este sentido,
Perú tiene el potencial y las herramientas adecuadas para hacerlo, como pocos países en
el mundo.

Al respecto conviene analizar la llamada Ley de Okun, (1962) concepto definido por el
economista estadounidense Arthur Okun en los años 60. No obstante tener el carácter de
empírico, y por tanto, no ser estable o exacta, sino más bien orientadora y aproximada, la
ecuación de Okun tiene gran relevancia económica y financiera. En líneas generales
establece que la tasa de desempleo disminuye en casi un punto porcentual por cada
incremento de 3% en el PIB real. Igualmente, si el PBI no crece, el desempleo aumentará
en 1% por año (Samuelson, 2005).

Disgregando las variables crecimiento y desempleo vemos que para una economía con
potencial de crecimiento, lo mínimo que se puede aceptar es un piso del 3% para lograr
que la tasa de desempleo disminuya en 1%; por otro lado, cuando se trata de una economía
estancada o con crecimiento negativo, las consecuencias son catastróficas para el empleo.

Es en este punto del camino, la generación de empleo, en donde aparece la condición


cultural del desarrollo económico y que en el tiempo tendrá un impacto importante en las
condiciones de seguridad de una sociedad cuyos alcances son verdaderamente ilimitados.
Asociado a la cultura está la educación, base fundamental para apalancar el desarrollo.
Como sabemos en esta materia Perú muestra logros humildes.

Veamos. El hecho mismo de no generar crecimiento económico adecuado (o en su defecto


crecimiento nulo) es, de salida, un grave problema para cualquier país. Significa entonces
que están siendo desatendidas las necesidades básicas de salud y educación por solo
mencionar dos. De manera sistémica, el efecto alcanza a las personas, principalmente
aquellas en edad de trabajar. Potencialmente, el daño afectará en el largo plazo a aquellos
adolescentes y jóvenes que están cursando estudios escolares, y que aún no son parte de
la Población Económicamente Activa (PEA). En el Perú, cada año se incorporan
aproximadamente 300,000 peruanos a la PEA, en busca de oportunidades de trabajo.

De otro lado, haciendo una extensión de la teoría de juegos (Nash: 1951), resulta
absolutamente necesario mantener un equilibrio entre las condiciones de gobernabilidad
(que generen estabilidad, certidumbre o predictibilidad, en otras palabras confianza), la
estrategia económica (que sea capaz de asegurar un crecimiento continuo), las
condiciones culturales (cuyo subyacente radica en la educación de calidad) y la seguridad
integral (aquella situación que asegure la convivencia pacífica), que permitan llevar a la
sociedad hacia el destino común del bienestar. Sólo bajo estas condiciones de equilibrio
es posible conducir a un país hacia elevados niveles de vida. De hecho, en nuestro país se
constata un franco deterioro de la política, la seguridad y la confianza en el Estado.

Resulta, por ende, que el Estado dada la magnitud del compromiso asumido con la
sociedad, tiene la primera responsabilidad en asegurar que las políticas públicas sean las
más adecuadas (técnica y políticamente probadas), que estas tengan el carácter de
estratégicas (de mediano y largo plazo), y sobre todo, sustentables. Para ello, los actores
políticos, tecnocráticos, líderes de opinión y los ciudadanos, en situación de consenso,
determinan el derrotero nacional. Desde luego, en nuestro país, la planificación del
desarrollo de mediano y largo plazo parece no tener el protagonismo y la relevancia que
otros países exitosos le conceden.

Cuando no se dan estas condiciones, lo que se obtiene es un país subdesarrollado,


eufemismo reemplazado por “en vías de desarrollo”.

Una rápida mirada a la realidad de la mayoría de países latinoamericanos nos permitirá


constatar que las consecuencias de la situación descrita anteriormente se traduce en:

 Pérdida de valores fundamentales


 Desafección
 Desintegración familiar
 Pérdida de identidad nacional
 Búsqueda de oportunidades fuera de la ley
 Aparición de bandas criminales
 Escenarios de anomia frecuentes.

Todo este conjunto de antivalores pervierten a la persona, destruyen el núcleo básico de


la sociedad, la familia, y ponen en entredicho la existencia de estados viables, dañando
gravemente la seguridad integral (interna y externa).

En consecuencia, el desarrollo económico de un país depende del crecimiento económico


que la estrategia de la conducción política de turno sea capaz de generar para garantizar
una mejor calidad de vida a los ciudadanos.

Las condiciones culturales del desarrollo económico están en función de la calidad de la


educación que el Estado proporciona a la población. Estas mismas condiciones culturales,
se construyen en el largo plazo. Cuando no son satisfechas adecuadamente, pueden
generar la anomia de la sociedad.

La seguridad de una nación se basa en un conjunto de valores combinado con la provisión


adecuada de recursos; ambas situaciones son subyacentes del crecimiento económico y
ulterior desarrollo o mejora continua de la calidad de vida de los ciudadanos.

El equilibrio virtuoso de una sociedad radica en el consenso político, económico y cultural


que sea capaz de generar condiciones adecuadas para el desarrollo económico y social. A
ver si podemos entender esto, dada la coyuntura política, ad portas del bicentenario.

Bibliografía

1. Grondona, Mariano. (1999). Las condiciones culturales del desarrollo económico.


Ed. Planeta. Buenos Aires.
2. Nash, John Forbes. (1951). J. Nash, Non-Cooperative Games, Annals of
Mathematics, Vol. 54, pp. 286–295. Nueva York.
3. Okun, Arthur. (1962). Potential GNP: its measuerent and significance.
Proceedings of the Business and Economic Statistics Section of the American
Statistical Association. Alexandria, VA: American Statistical Association, pp. 89-
104. Nueva York.
4. Rousseau, J. Jacobo. (1999). El Contrato Social. El Aleph. Buenos Aires
5. Samuelson, Paul. (2005). Economía. Mac Graw Hill. Madrid.

(*) Coronel ® Ejército del Perú. Magister en Economía por la Universidad San Martín de Porres-Lima.
Doctor en Ciencia Política y Relaciones Internacionales por la Universidad Ricardo Palma-Lima.
Graduado en Desarrollo y Defensa Nacional por el Centro de Altos Estudios Nacionales - CAEN. Ha
realizado estudios en China, Argentina, EEUU, Corea del Sur y Taiwán. Actualmente ejerce la
docencia en universidades e instituciones militares de nivel superior. Conferencista internacional.

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