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CONCEPTO DE JURISDICCIÓN

La palabra “jurisdicción” proviene de dos vocablos latinos: jus que significa “derecho”, y dicere, que significa
“decir” o “declarar”. Si se conjuntan ambas raíces latinas, el resultado se aproximará a “decir el derecho”.

La jurisdicción se desenvuelve realizando determinados actos por parte de la autoridad, mismos que están
encaminados a solucionar un conflicto o controversia, mediante la aplicación de una ley general al caso
concreto.

DIVISIÓN DE LA JURISDICCIÓN

Como se ha mencionado en líneas anteriores, la palabra “jurisdicción” se emplea para definir la facultad que
tiene el órgano jurisdiccional de decir el derecho.

A lo largo de la historia, han existido, por parte de los doctrinarios, distintos criterios en torno a la clasificación
de la jurisdicción, pero el más admitido es el que establece a ésta de acuerdo con determinadas
circunstancias.

Así, según su origen, la jurisdicción se clasificará en “secular” y “eclesiástica”.

Acerca del vocablo “secular”, es posible rastrear su origen en el latín secolo, cuyo significado es “siglo”. Se
refiere a un periodo que existe en el mundo terrenal, es decir, la jurisdicción secular se identifica con la
jurisdicción de este mundo, misma que tiene un término específico.

Por el contrario, la jurisdicción eclesiástica remite al aspecto espiritual o eterno. “Eclesiástico” es una palabra
que proviene del latín eclesia que significa “iglesia” y se refiere a la justicia impartida precisamente por el
clero.

En países como España o Italia existe este tipo de jurisdicción, la cual se aplica a través de pactos entre el
Estado y el Vaticano, denominados “concordados”; mediante ellos se reconoce cierta validez a las
resoluciones que emanan de tribunales eclesiásticos.

Una clasificación más, hecha por autores como el maestro Cipriano Gómez Lara y el catedrático Santiago
A.Kelley es aquella que se refiere a la eficacia en su pronunciamiento. De ella parten la jurisdicción voluntaria
y a la jurisdicción contenciosa.

La primera es aquélla en la que se gestionan actos únicamente con efectos declarativos, es decir, no existe
una controversia entre dos o más sujetos, sino que el proceso involucra a una sola persona denominada
“promovente”, que acude ante el órgano jurisdiccional a que éste examine, certifique o dé fe de algún acto.

La jurisdicción contenciosa es aquella que lleva implícita la existencia de una controversia. Otra clasificación
se refiere a su ejercicio y define cuatro tipos o clases de jurisdicción: la jurisdicción propia, la delegada, la
forzosa y la prorrogable.

La jurisdicción propia es conferida por la ley a un determinado órgano de acuerdo con su función.

La jurisdicción delegada es aquélla que se ejerce por encargo o comisión de otra autoridad; ejemplo son los
exhortos, comunicaciones que se establecen entre dos autoridades del mismo grado jerárquico y en las
cuales una de ellas solicita o exhorta a la otra para que realice determinada diligencia. La autoridad a quien
se encomienda dicha diligencia será la exhortada, y su función únicamente se circunscribe a dicha
encomienda.
Ahora bien, la jurisdicción forzosa es aquella que debe conocer única y exclusivamente la autoridad, sin que
pueda ser delegada o prorrogada a otra autoridad.

Póngase como ejemplo al proceso de desafuero, entendido como el juicio entablado de forma exclusiva por
el órgano legislativo contra un funcionario público que se encuentra relacionado con la posible comisión de
un delito.

La jurisdicción prorrogable se puede atribuir a un juez que no la tiene, y se actualiza en el momento en el que
las partes deciden someterse a la competencia de un juez distinto a aquél que debía conocer de la
controversia. Lo que se prorroga es la competencia, no la jurisdicción.

Otra clasificación se deriva de la organización política y se clasifica la jurisdicción en federal, local y


concurrente.

Se denomina “jurisdicción federal” a aquélla que permite declarar el derecho al Poder Judicial de la
Federación, como en el caso de los Tribunales Colegiados o Unitarios de Circuito, que conocen de asuntos
en materia federal y no común o local.

Por el contrario, “la jurisdicción local” es aquella que tienen las entidades federativas para poder expedir leyes
que sean válidas en su territorio, siempre que no invadan esferas de competencia exclusivas de la
Federación. Ejemplo de ello son los códigos civiles, penales y procedimentales de ambas materias.

La jurisdicción concurrente es la atribución que tienen dos autoridades, tanto federales como locales, es
decir, ambas autoridades pueden válidamente conocer de una controversia.

Un ejemplo de lo anterior lo encontramos expresado en el artículo 104 fracción I de la Constitución Política


de los Estados Unidos Mexicanos; dicho artículo señala que, tratándose de leyes federales, si la controversia
únicamente afecta intereses particulares, pueden conocerla indistintamente, a elección del demandante, los
tribunales comunes o bien, un juez Federal.

Existen otras clasificaciones enumeradas por los doctrinarios antes citados, siendo éstas las que a
continuación señalaremos:

En primer término es preciso considerar a la jurisdicción retenida y la jurisdicción delegada, mismas que
únicamente se mencionan para efectos históricos. La jurisdicción retenida era ejercida de forma directa por
el soberano o monarca y la jurisdicción delegada era aquella en la que el rey delegaba su función a un
particular para que éste resolviera en su nombre.

Una clasificación más es la que se refiere a la “jurisdicción común”, a la “especial” y la “extraordinaria”.

La “jurisdicción común” es aquella impartida por el Estado a los gobernados.

La “jurisdicción especial” se crea por la necesidad de especialización y división de trabajo y se enfoca al


contenido del proceso; por ejemplo: los tribunales en materia civil o aquellos especializados en la materia
familiar.

La “jurisdicción extraordinaria” es aquélla formada por tribunales organizados de forma especial, después de
haberse suscitado los hechos que van a juzgarse.

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