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Nos encontramos ante un texto denso, complicado. “La poliarquía”, de Robert Dahl, no es
un libro de lectura rápida ni fácil comprensión. Las palabras que Dahl escribe tienen ya
treinta años. El mundo ha cambiado mucho desde entonces. La sociedad internacional ha
comprobado cómo las crisis económicas y la mundialización la han transformado por
completo. El autor se percata de ello y escribe “La democracia, una guía para el
ciudadano”, donde redacta un resumen del libro que comentamos en estos momentos. Un
libro de lectura menos complicada y de cierta actualidad. A pesar de todo, los argumentos,
los recorridos y las conclusiones se alejan bastante de ser aburridos o escasos de interés.
En primer lugar, hagamos una aclaración conceptual, ¿qué son democracia y poliarquía?
Democracia (del griego, demos, `pueblo' y kratein, `gobernar'), sistema político por el
que el pueblo de un Estado ejerce su soberanía mediante cualquier forma de gobierno que
haya decidido establecer. La esencia del sistema democrático supone la participación de la
población en el nombramiento de representantes para el ejercicio de los poderes ejecutivo
y legislativo del Estado, independientemente de que éste se rija por un régimen
monárquico o republicano.
Aristóteles distinguió, en sus tratados Ética a Nicómaco y Política, tres formas justas de
gobierno (monarquía, aristocracia y poliarquía ( del griego, polýs, `mucho'
y `arché', gobierno, `gobierno de muchos' —forma atenuada de democracia—) y sus
correspondientes formas corruptas (tiranía, oligarquía y demagogia).
¿Cuántas veces tienen que participar los ciudadanos para que sea pleno el derecho a
participar?
Son preguntas lógicas que Robert Dahl no concreta, no explica, no delimita. El debate
público que surge en una sociedad culta, con altos niveles de educación y con un campo
muy grande de necesidades cubiertas, será muy diferente del debate público que se puede
desarrollar en una sociedad dominada por el hambre y la necesidad. En cuanto a la
participación, nos encontramos inmersos en una ola de crispación ya que la única
participación que nos queda es el derecho a voto cada cuatro años.
`(…)Esto no quiere decir que los dirigentes políticos y los parlamentos son una muestra
representativa de los distintos estratos sociológicos, ocupacionales, y demás
agrupamientos de la sociedad, no lo son nunca'.
Detengámonos en las últimas palabras prestando atención, `no lo son nunca'. No son
nunca representantes del electorado, de los miembros de la sociedad, no son nada. Tan
sólo representan sus intereses y los intereses de sus acólitos, que rara vez tienen algo en
común con el desarrollo y bienestar del conjunto de la sociedad que los ha puesto en sus
cargos ejerciendo el sacrosanto derecho al voto. Entonces, ¿de qué
democracia representativa estamos hablando?, ¿de qué poliarquía, usando la terminología
del autor?