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contemporánea:
conceptos,
transformaciones y
nuevas tendencias
Joaquim Rius
Matías Zarlenga
UdG La cultura en la sociedad contemporánea: conceptos, transformaciones y nuevas tendencias
Joaquim Rius
Matías Zarlenga
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UdG La cultura en la sociedad contemporánea: conceptos, transformaciones y nuevas tendencias
Introducción
El presente texto pretende ser un análisis introductorio a la compleja cuestión del papel
de la cultura en la sociedad contemporánea. Como tal, no pretende desarrollar los
múltiples aspectos que presenta esta cuestión y que son objeto de estudio en libros y
artículos del mundo académico. Aunque si pretende presentar las principales
aportaciones y nutrirse con las investigaciones más actuales sobre este campo, con el
objetivo de dar a conocer los autores, teorías y conceptos más relevantes en el análisis
de la cultura, analizar las transformaciones más importantes de la esfera cultural en el
periodo contemporáneo y sondear las últimas tendencias de cambio, aunque sea de
forma provisional, en la relación entre cultura y sociedad.
Para cubrir estos objetivos marcados, se parte de una presentación de las diferentes
concepciones de la cultura (humanista, antropológica, semiótica y sociológica), se
continua con un análisis del cambio de relaciones entre cultura y sociedad (su nueva
centralidad y sus instrumentalizaciones), para finalmente, analizar la evolución de la
relación dialéctica entre consumo cultural y la definición de grupos culturales. Todo ello
pretende crear un marco teórico e interpretativo para abordar posteriormente los debates
sobre cultura y globalización, cultura y educación y comunicación y, cultura y
desarrollo que se trataran en el los materiales del curso que seguirán a continuación.
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inteligencia consideraba como algo superior) 1. En resumen, a principios del siglo XIX
la noción alemana de cultura: (a) Se opone a la idea de civilización francesa. (b) La
utiliza una clase social, la burguesía y pequeña burguesía intelectual alemana, para
contraponerse, primero a otra clase (la nobleza alemana) y luego a otra nación (Francia).
(c) Adquiere un carácter particularista (es específica de una nación) e, igual que en el
caso francés, resulta restrictiva (no todos la poseen: sólo el pueblo y los intelectuales
alemanes) y jerárquica (la cultura alemana es considerada superior a la francesa).
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Para Elias detrás de esta noción de cultura se esconde un mecanismo psicológico vinculado a un sentimiento de
inferioridad. La pequeña burguesía alemana duda de si misma y se siente alejada del poder y busca en la cultura un
principio de legitimidad social.
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Esta situación genera, en primer lugar, una oposición entre el interés particular y el
colectivo y como correlato dos efectos negativos: (a) La alienación: La propia acción
del ser humano se convierte en un poder ajeno que lo subyuga en vez de dominarlo. Se
convierte en un poder objetivo sobre los hombres independientemente de su voluntad.
(b) El Estado: La contradicción (entre el interés colectivo y particular) reviste la forma
de Estado, en tanto que comunidad ilusoria. Y en segundo lugar, establece una
oposición entre el trabajo material e intelectual, lo que provoca un principio de
contradicción al interior de las clases y una relativa autonomía de las ideas que parecen
adquirir vida propia.
En una obra madura como El Capital (Marx, 1984) la determinación de la conciencia
práctica y la producción de ideas (aquí las de la economía clásica) aparecen mediadas
por el intercambio de mercancías. Para Marx el intercambio de mercancías genera un
proceso de abstracción (de lo cualitativo en pos de lo cuantitativo) y “olvido” de la
génesis socio-histórica (la esfera del intercambio en pos de la producción). En primer
capítulo de esta obra se pueden distinguir dos momentos analíticos claves: el de la
Mercancía y el del Trabajo. Estos dos elementos, además de servir para explicar la
génesis del valor, sirven para detallar los procesos de “abstracción” y “olvido” en la
esfera del intercambio y como estos impactan en la conciencia y la producción de ideas.
Así en la esfera del intercambio, los aspectos cualitativos de la mercancía (utilidad,
cualidades materiales, etc.) son abstraídos en pos de los cuantitativos (cantidad,
igualación en tanto trabajo humano abstracto, etc.). Lo mismo sucede con el trabajo. El
trabajo concreto (útil, que produce valores de usos, cualitativamente específico) es
abstraído en pos del trabajo abstracto (reducido a su aspecto general e igual y
cuantitativamente mesurable) para permitir la igualación de las mercancías en el
intercambio. El proceso de abstracción y olvido se hace efectivo y dominante en las
sociedades capitalistas regidas por el intercambio de mercancías. Para Marx esta
situación se debe a que, en este tipo de sociedades: (1) los productos de los hombres se
realizan de forma privada e independiente los uno de los otros. (2) El conjunto de estos
trabajos privados forman el trabajo colectivo de la sociedad. (3) El contacto social de
los productores se realiza en el mercado mediante las mercancías.
Así para Marx, se produce una relación material entre personas y una relación social
entre cosas. Esta inversión, proyecta ante los hombres el carácter social del trabajo de
éstos como si fuese un carácter material de los propios productos. La relación social que
media entre los productores y el trabajo colectivo de la sociedad emerge como una
relación social establecida entre los mismos objetos. Esta situación produce un tipo de
relación fetichizada que, por la repetición y la costumbre, se impregna en la conciencia
práctica de los hombres y en su producción de ideas (en este caso las categorías de la
economía burguesa).
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a. Concepción antropológica de cultura (finales del siglo XIX y principios del XX)
Las derivas del concepto antropológico de cultura. La obra de Tylor resulta central
para definición del concepto antropológico de cultura. Sin embargo, esta concepción no
se reduce únicamente a su pensamiento, sino que se enmarca en una corriente que
comienza en la etnología y atraviesa la reflexión antropológica hasta por lo menos la
primera mitad del siglo XX. (1) Para Cuche (Cuche, 1999) dentro de la concepción
etnológico-antropológica de cultura se distinguen dos corrientes: (i) La que privilegia la
unidad y minimiza la diversidad y (ii) la que, por el contrario, le otorga importancia a la
diversidad y se dedica a demostrar que esa diversidad no contradice a la unidad. La
primera vertiente es la abierta por Taylor, la segunda por Francis Boas (1858-1942). (2)
Por su parte, Ariño entiende que a principios del siglo XX –una vez abandonados los
esquemas evolucionistas– dentro de la corriente antropológica de cultura se distinguen
dos vertientes: (i) La tradición norteamericana, centrada en el análisis cultural y (ii)
británica, centrada en el estudio de la estructura social. Dentro de la primera vertiente
se distinguen autoras como Ruth Benedict (1887-1948) y en la segunda antropólogos
como Clifford Geertz.
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vinculada a los cambios sociales que ocurrieron durante la primera mitad del siglo XX.
(2) Otra de orden epistémico-filosófico, vinculada a lo que se conoce como el giro
lingüístico.
La transformación del objeto de análisis. Los procesos vinculados al desarrollo de los
medios masivos de comunicación, las dos guerras mundiales, el proceso de
descolonización africano, la creciente urbanización de las sociedades provocan que el
ámbito de estudio (u objeto) de la antropología se modifique. Así, el campo de estudios
de la antropología se extiende a las propias sociedades occidentales industrializadas y
no se restringe sólo a las sociedades consideradas primitivas. Como señala Margulis
(2009) las investigaciones de los antropólogos comienzan a incluir el estudio de
comunidades campesinas del propio país, las comunidades de inmigrantes o sectores
especiales de la población urbana.
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través de diversas interacciones. Esto quiere decir que todos los actos revisten siempre
un carácter simbólico.
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Para Bourdieu la posición en el espacio social en las sociedades occidentales contemporánea está
condicionada principalmente por la relación que los agentes o grupos de agentes establecen con los
medios sociales de producción (lo que define el capital económico) y las formas de adquisición, posesión
y legitimación de determinados bienes culturales (lo que define el capital cultural y simbólico).
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El sociólogo americano Jeffrey Alexander entiende que un programa fuerte de sociología cultural tiene
que ser capaz de contemplar no sólo una explicación social de lo cultural (como lo hace la sociología de
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la cultura o programa débil) sino alcanzar un entendimiento de cómo lo cultural conforma lo social. A
esta doble dimensión del entendimiento de lo cultural como una dimensión conformada y conformante
de lo social Alexander la denomina programa fuerte o de sociología cultural (Alexander, 2000).
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Existe una tercera noción de cultura que se vincula específicamente con el mundo
artístico. Esta vertiente entiende a la cultura tanto como un tipo de bien específico (los
artefactos artísticos) como un espacio social diferenciado caracterizado por la creación,
producción, circulación y valorización de determinados bienes culturales. Dentro de esta
concepción predominan los trabajos provenientes de la historiografía y la sociología del
arte y la cultura. Sin embargo, no resulta del todo correcto definir a esta concepción
como sociológica. La sociología entiende la cultura desde un punto de vista
multidimensional que explica la génesis social tanto de los discursos ideológicos
vinculados a la excelencia cultural (concepción humanista de cultura), como de los
sistemas de clasificación que orientan la conducta práctica de los agentes sociales
(concepción semiótico-antropológica de cultura).
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arte Erwin Panofsky (1892-1968), por su parte, realiza una interpretación simbólica de
las obras de arte a partir de su descripción formal (descripción pre-iconográfica), la
relación con otras producciones culturales del período (análisis iconográfico) y su
pertenencia a la mentalidad de una época (interpretación iconológica) lo que le permite
explicar las obras como íconos simbólicos, productos de una cultura determinada
(Panofsky, 2004).
La sociología reflexiona sobre la cultura como arte a partir de entender: (i) la génesis
socio-histórica que hace a la emergencia del arte como una esfera social diferenciada a
finales del silgo XIX y (ii) el tipo de relaciones sociales que se entablan dentro de esta
esfera.
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La mayoría de los sociólogos que trabajan sobre temas artísticos y culturales entienden
que la producción artística e intelectual debe ser explicada a partir de la comprensión de
ciertas regularidades sociales y culturales que definen las dinámicas específicas del
mundo del arte moderno y contemporáneo. Dentro de estos trabajos se pueden distinguir
al menos dos tipos de argumentación. Por un lado, están aquellas investigaciones que
entienden a las producciones culturales como producto de relaciones conflictivas o de
competencia y, por otro, las que sostienen que la creatividad emergen en relaciones
colaborativas o de amistad. Dentro de la primera línea se distinguen los trabajos de
Pierre Bourdieu y Randall Collins, en la segunda las investigaciones de Howard S.
Becker, Harrison C. Withe y Michael P. Farrell.
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Introducción
En este capítulo abordaremos la relación entre la esfera cultural con la esfera social y
económica, destacando la transformación fundamental que se ha producido en las
relaciones entre estas esferas sociales desde el siglo XIX hasta la actualidad. Pasaremos
luego a analizar la relación entre cultura y la política, en el que se ha pasado como
veremos de considerar la cultura como parte de un proyecto de transformación social a
un considerarla como un instrumento en las políticas de desarrollo económico,
urbanístico o social. Analizaremos críticamente esta evolución a la vez que
expondremos las nuevas tendencias y debates sobre la relación entre sociedad y cultura.
La evolución de la relación entre la sociedad y las artes desde el siglo XIX hasta la
actualidad puede caracterizarse en dos etapas. Una primera etapa, en la que el mundo
del arte construye una esfera social especializada en la que ocupa una posición de gran
relevancia simbólica pero de relativa marginalidad en términos macro-sociales,
económicos o políticos. Esta es la etapa que arranca a mediados del siglo XIX y termina
a finales del siglo XX y que se caracteriza por una sucesión de rupturas con los
condicionantes sociales, religiosos o económicos por parte de los creadores. Un proceso
que acaba configurando un campo artístico, dividido por un polo autónomo de creación
artístico contrapuesto a un polo de arte comercial y en permanente proceso de
renovación por parte de las nuevas vanguardias que se disputan la legitimidad y el poder
simbólico a las vanguardias ya consolidadas (2002). Los creadores desarrollan nuevos
lenguajes cada vez más autoreferenciales y el papel de los intermediarios culturales
aparece en este contexto como secundario. En el caso de las artes visuales, quizá el
sector donde se desarrolla de forma más pronunciada este proceso, las sucesivas
revoluciones vanguardistas rompen con los cánones de la representación de la realidad
hasta negar la misma idea de obra artística y, en este sentido, de la necesidad de receptor
y de público (Fabiani, 2007). Asimismo, en esta etapa la figura del creador ocupa en rol
central y en cierto punto mitificado (Heinich, 1992) hasta el punto que el rol de los
intermediarios, críticos de arte y marchantes, aparece claramente minusvalorado en esta
etapa (R. Moulin, 1983).
A partir de los años setenta podemos ver cómo, producto de las transformaciones
sociales macro-económicas analizadas se desarrolla lo que Rodríguez Morató (2007)ha
caracterizado como la sociedad de la cultura. Si desde mediados del siglo XIX hasta
finales del siglo XX la relación entre cultura y sociedad se definió por su marginalidad y
autonomía, a partir de entonces podemos hablar de una nueva centralidad social y un
proceso de desdiferenciación entre la esfera cultural, la económica y la política.
Asimismo, la propia esfera cultural se transformará internamente debilitándose la
distinción entre cultura culta y la cultura popular, aumentando la relación ente géneros y
disciplinas artísticas, incrementándose la hibridación entre culturas de diferentes
orígenes y generándose al mismo tiempo estilos locales con proyección global. Esta
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Esta nueva centralidad de la cultura se explica en parte por la nuevo rol de la cultura
dentro de la producción de bienes y servicios y su consumo o lo que se ha llamado, la
culturización de la economía. En la esfera económica, esta mayor atención a los
aspectos simbólicos se interpreta como el resultado del paso de la economía fordista a la
postfordista, en la que la organización industrial es más especializada y flexible para
responder a la demanda de bienes y servicios más elaborados culturalmente y que
ofrezcan a los consumidores un elemento de distinción social. Ello viene relacionado
con los patrones de consumo de las nuevas capas medias urbanas que utilizan el
consumo (entre el que se encuentra el consumo cultural que abordaremos
posteriormente) como un factor expresivo, definidor de nuevas identidades sociales y
estilos de vida. Asimismo, este proceso se refleja en una estetización de la producción a
través del diseño así como del consumo a partir del márqueting o de la publicidad
(Lash, 1994). Una estetización que se escapa del mundo productivo e impregna la a la
vida cotidiana a partir de la estetización del espacio urbano: un proceso que se expresa
en el surgimiento de barrios artísticos (Zukin, 1995) y en la transformación del espacio
privado como una forma de presentación social simbólicamente valorizada (Chalvon-
Demersay, 1999).
Al mismo tiempo, los patrones de trabajo del mundo artístico, es decir, el trabajo por
proyectos, la gestión por resultados, las colaboraciones flexibles y temporales y la
creatividad expresiva se traslada también al mundo de la gestión empresarial (Chiapello,
1998). En este proceso, se manifiesta el nuevo espíritu del capitalismo que desactiva la
crítica artística a la sociedad capitalista (Boltanski & Chiapello, 2002). En este proceso,
algunos autores ven la oportunidad de aprovechar las sinergias entre los sectores
creativos de la economía y una reconciliación de la cultura y la economía que durante
dos siglos habían parecido estar confrontadas (Florida, 2005). Otros interpretan este
fenómeno como una estrategia del nuevo capitalismo, que denominan como capitalismo
cognitivo, con el fin explotar las capacidades creativas de la sociedad para apropiárselas
de modo privado a partir de las leyes de propiedad intelectual (Blondeau et al., 2004).
Sea cual sea la opinión que merezca este proceso, lo cierto es que los modos de trabajar
y consumir han cambiado notablemente desde finales del siglo XX, alumbrando un
nuevo periodo en el que cultura y economía han tejido numerosos lazos.
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Ciencia y Tecnología
Innovación y desarrollo
TICs
Educación superior
Servicios a empresas
Finanzas
Arquitectura
Diseño
Moda
Publicidad
Fotografía
Industrias culturales
Radio, televisión, cine, etc.
Artes
Artes visuales
Artes escénicas y musicales
Literatura
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- Aumento de las personas dedicadas a las profesiones del sector cultural (creadores e
intermediarios). Transmisión de los patrones de trabajo del sector artístico (orientados a
proyectos, creatividad, flexibilidad) a otros sectores profesionales.
- Crecimiento del peso económico de las industrias culturales y de los recursos públicos
destinados a la cultura (en términos longitudinales).
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dicho desde el siglo XIX hasta finales del siglo XX, en el que la mayoría de autores
sitúan el inicio de la globalización.
Tal como analiza la socióloga norteamericana Diana Crane (2002) existen cuatro
modelos de globalización cultural, caracterizadas por distintos procesos de transmisión
cultural, la participación de diversos actores o lugares y sus posibles consecuencias,
como podemos ver en la siguiente tabla.
Flujos / Redes culturales Flujos de ida y vuelta Conglomerados corporativos Hibridación de la cultura
nacionales y regionales
Teoria de la recepción Multidireccional entre centro y Públicos, empresarios culturales, Negociación, resistencia
periferia intemediarios
Estrategias de la política cultural Estructuración de las culturas Ciudades globales, museos y Competición, negociación
nacionales patrimonio, medios de
comunicación, ministerios de
cultura y de comercio
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La metamorfosis de las relaciones entre cultura y sociedad no sólo se explica a partir del
cambio de relación entre cultura y economía sino también por el creciente rol de las
políticas culturales. Ciertamente, podemos decir que des de su surgimiento como
categoría de acción pública la política cultural se ha orientado a la transformación
social. Pero también debemos reconocer que esa voluntad ha ido evolucionando en
paralelo a la posición de las artes y la cultura en la sociedad y del la concepción del
encaje entre política cultural y efectos sociales.
En un primer momento, política cultural nace del rechazo a la cultura transmitida por la
industria cultural que es concebida como un embrutecimiento ideológico y pura
distracción y de la idea de fomentar una sentimiento de comunidad a partir de les artes
(Urfalino, 1996). Entonces, el objetivo es poner en contacto directamente y sin
mediaciones al ciudadano y la alta cultura con el objetivo de enriquecer su vida
espiritual y de proteger. Esta orientación, a diferencia de las anteriores políticas de
protección de la cultura, se orienta también a la promoción de la creación según el
paradigma moderno. Es decir, se propone promover la creación sin condicionar o influir
– huyendo así de las orientaciones intervencionistas en el campo cultural que se habían
desarrollado por parte de los regímenes totalitarios- respetando de este modo la
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autonomía de los artistas construida desde el siglo XIX. No obstante, esta orientación
fundadora de la política cultural irá erosionando principalmente por tres factores.
En segundo lugar, esa voluntad de “promover sin influir” conlleva una falta de criterio
de elección de los artistas a promover por parte de los responsables. Lo que se intenta
resolver con la creación de comisiones de expertos que decidan el repartimiento de las
ayudas a los creadores, un fenómeno que podríamos llamar de “academias invisibles”
(Urfalino, 1989). Sus decisiones serán objeto de debate sobre sus elecciones de apoyo a
un creador y generaran polémicas en la arena intelectual, política y de los medios de
comunicación. Unos conflictos que, por ejemplo, supusieron graves ataques i recorers
por parte de los congresistas y senadores ultraconservadores al National Endowment for
the Arts de EEUU por su soporte a obras de arte consideradas por estos moralmente
perniciosas y supusieron un importante recorte de sus fondos y una reorganización de su
actividad de financiación. Sin llegar a estos extremos, en otros países la idea de
“promover sin influir” ha ido perdiendo legitimidad frente a las orientaciones que se
proponen dar un valor público o un retorno social a la política cultural. El razonamiento
es que el dinero del conjunto de los contribuyentes invertido en cultura debe tener un
retorno social en términos de bienes y servicios para el conjunto de la sociedad. Y que
el gasto cultural debe ser orientado según los objetivos del gobierno y el interés general
y no por parte de las comisiones formadas por el propio sector cultural (Moore, 1999).
El objetivo del concepto de valor público es identificar aquellas actuaciones que aportan
soluciones (es decir, un valor) a la ciudadanía enfocando la atención en los resultados y
no en los procesos internos de la administración pública. Su aplicación al ámbito
cultural se ha traducido en una mayor atención al usuario final, a la calidad de su
experiencia y la capacidad de resolver retos o problemas colectivos a partir de la
cultura. Un ejemplo que el mismo Moore (íbidem) plantea es la capacidad de las
bibliotecas públicas de generar experiencias educativas para los niños y sus familias así
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Otros autores como John Holden (2006) han destacado que la política cultural debe
dejar de estar controlada por los sectores culturales o por los responsables políticos y
que debe darse una nueva voz a los públicos para decidir los contenidos a promover.
Según este punto de vista debe abandonarse definitivamente las posiciones elitistas o
instrumentalizadoras de la cultura y las artes para adaptarse en un nuevo escenario
donde los ciudadanos pueden convertirse de forma efectiva en los verdaderos
protagonistas de la política cultural. La políticas y las instituciones culturales deben
dirigirse a potenciar las nuevas habilidades creativas de los ciudadanos, en el marco de
las nuevas posibilidades expresivas que ofrecen las nuevas tecnologías de la
información. Este sería según su punto de vista el valor público de la política cultural.
En definitiva podemos decir que a la política cultural ha ganado peso social tanto por su
nivel mayor de institucionalización o el nivel de gasto público dedicado a la cultura en
los últimos cincuenta años. Pero son muchas las voces que alertan de su falta de
legitimidad social y de la crisis del modelo de la política cultural centrado en la
promoción y difusión de la alta cultura al nivel del Estado-nación (Dubois, 2010;
Menger, 2010). En este sentido, podemos hablar de agotamiento y desestructuración de
las políticas culturales (Rodriguez Morató, 2005) que debe reinventarse para acercarse
al ciudadano y mostrar sus potencialidades para proporcionar bienestar social. Al
mismo tiempo, ha entrado en crisis los proyectos nacionales de reforma social a través
de la cultura y es en el marco local y de proximidad donde encuentra su nueva
legitimidad como marco de acción y planificación (Evans, 2001) .
El desarrollo de la política cultural conllevó una acumulación de objetivos, entre los que
figuraban la difusión de la alta cultura, el apoyo a los creadores, el fomento de las
manifestaciones culturales de minorías o de la cultura popular i tradicional. Durante más
de veinte años el debate en torno a los objetivos se centró en la contraposición entre el
paradigma de la democratización cultural y el de la democracia cultural (Urfalino,
1996). En este debate en el fondo se contraponían dos concepciones del rol de las artes
en la sociedad: en la primera, la democratización cultural, se establecía una definición
de la cultura basado en la cultura legítima y la sociedad era receptora pasiva de esta. En
la segunda, se proponía una definición de la cultura más amplia y una concepción de la
sociedad más diversa en la que el ciudadano ejercía un rol más activo y participativo (R.
Moulin & Costa, 1997).
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Sin poder decir que este debate esté hoy en día enterrado, si podemos decir que el
propósito de reformar la sociedad a través de la cultura ha cambiado de forma sustancial
tanto en su planteamiento como en sus formas de implementación. En este proceso ha
jugado un papel fundamental las orientaciones de la política cultural dirigidas a la
regeneración urbana a partir de la cultura, la promoción de la ciudad creativa o las
dirigidas a promover el impacto social de la cultura.
a) Desde los años ochenta, se empieza a concebir la cultura, primero como una
herramienta de regeneración de los barrios en proceso de degradación
(Bianchini, 1991) y posteriormente como una herramienta para la planificación
cultural de las ciudades (Evans, 2001). En diversas ciudades, los grandes
equipamientos culturales han servido para revitalizar barrios históricos en
decadencia como el Marais en Paris o el Raval en Barcelona (Bianchini, 1991;
Subirats & Rius, 2008). La instalación de una institución cultural ha conllevado
un impacto directo en forma de nuevas inversiones públicas en edificios y en el
reordenamiento del espacio público que, a su vez, ha promovido la inversión
privada en forma de rehabilitación de las viviendas y en la instalación de nuevos
negocios. Estos procesos de regeneración urbana basados en la cultura han sido
criticados por fomentar la expulsión de los habitantes pobres de los barrios
objeto de estos procesos se desarrollan y por fomentar la instalación de
negocios dirigidos a las clases medias (gentrificación). También han sido
criticados por no contribuir a desarrollar una dinámica cultural local, más allá de
las paredes de las instituciones culturales (Lorente, 1997). No obstante, también
se dan muchos casos, como el del Raval, en el que la instalación en el barrio de
instituciones culturales genera una dinámica artística muy intensa y con mucha
implicación en el territorio en el que se insiere, sin por ello generar procesos de
expulsión de los vecinos de rentas más bajas (Rius Uldemollins, 2008). Pero
más allá del objetivo de regeneración urbana, los equipamientos culturales han
sido considerados desde los años noventa como un elemento catalizador para la
promoción de las ciudades donde se instala, lo que se conoce como el “efecto
Guggenheim”.
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En este sentido, si hasta el inicio del siglo XXI se había concebido estas estrategias
instrumentalizadoras como complementarias a las anteriores de fomento de los derechos
culturales, actualmente se plantea una disyuntiva y una contradicción entre ellas.
Asimismo, van surgiendo otras orientaciones que se plantean como la alternativa al
predominio de la instrumentalización, siendo dos las principales: una primera, que
plantea la cultura como un elemento del desarrollo sostenible y una segunda que
defiende que se proteja a la cultura como un bien procomún de toda la sociedad.
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Cultura de masas
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¿Cultura popular?
Tal y como señalan Grignon y Passeron (1989) hay una cierta confusión al hablar de
cultura popular, una palabra que tiene un significado distinto en distintos contextos
socio-lingüísticos y que aparecerá de forma recurrente al hablar de consumo cultural.
Por lo tanto, entendemos que es necesario hacer una distinción entre sus tres acepciones:
• La noción de cultura popular puede, en primer lugar, englobar la cultura tradicional de
una etnia, pueblo o nación particular. Entendiendo por ello la cultura anterior a la
cultura moderna y convertida en patrimonio a partir del siglo XIX. Se trata de un uso
habitual en lengua castellana pero la conceptualización entroncaría con la noción de
kultur alemana (ver capítulo 1).
• Podríamos entender el concepto de la cultura popular como la cultura propia de las
clases populares, es decir, de la clase campesina y trabajadora. Esta noción se emplea
habitualmente en las ciencias sociales, especialmente en el ámbito francófono.
• Una acepción de cultura popular que ha se ha ido imponiendo es el que hace una
equivalencia entre cultura popular y la cultura de las industrias culturales, en especial el
cine y la música. Sería por lo tanto una traducción del concepto anglosajón de popular
culture usado de forma habitual en los debates sobre la cultura de masas.
Hemos visto cómo surgía la cultura de masas al compás del desarrollo de la industria
cultural y con ella el debate sobre sus efectos y su recepción durante los años cincuenta
y sesenta del siglo XX. El debate sobre la cultura de masas también generó una primera
tipologízación de la cultura, surgida fuera de la comunidad académica que situaba tres
niveles culturales: highbrow, lowbrow y middlebrow (que podemos traducir con alta
cultura, baja cultura y cultura de nivel medio). El término middlebrow describe tanto un
determinado arte de fácil acceso, a menudo la literatura, así como la población que
utiliza el arte para adquirir la cultura y mejorar su posición social. Utilizado por primera
vez en términos irónicos por una revista británica en 1925 deriva del término highbrow
y lowbrow (el origen del cual es la frenología, una pseudociencia de análisis de la
morfología craneal). El término se popularizó por los ataques satíricos de Virgina
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Woolf. Según estas visiones, la cultura de nivel medio se interpreta como un intento
forzado e ineficaz de lograr un mayor nivel cultural e intelectual. Y criticaban a esta
literatura por poner el acento en las conexiones emocionales y sentimentales, en vez de
la calidad literaria y la innovación.
Una de las primeras propuestas desde el ámbito académico de tipologización de la
cultura sería la de McDonald (1962) en la que caracterizaría la cultura también en dos
niveles (highbrow, middlebrow) pero en la que aparecería también el concepto de la
masscult o cultura de masas. Para Macdonald (ibídem) se puede hablar de la cultura
highbrow, la cultura intelectual especializada asociada a connoisseur y de la cultura
lowbrow, productos auténticamente populares dirigidos a comunidades específicas. Por
el contrario, la cultura de masas o masscult copia y manipula estas dos tradiciones con
producciones industriales sin innovación dirigidos a los mercados. Según esta visión, la
masscult amenaza la pluralidad cultural.
En general por lo tanto se trata de unas tipologías muy sesgadas valorativamente. Desde
entonces ha surgido una visiones más ponderadas y más complejas como la de Herbert
Gans (1974). Este sociólogo norteamericano construye una tipología de cinco culturas
estratificadas: high culture, upper-middle culture, lower-middle culture, low culture y
casi folk low culture. En su libro titulado Popular Culture and High Culture: An
Analysis and Evaluation of Taste Gans (ibidem) subraya las semejanzas entre la alta
cultura y la cultura popular y destaca que los consumidores pueden hacer lecturas
diferentes de las propuestas por la industria cultural.
Asimismo, según su tipología la cultura se divide del siguiente modo:
a) High culture: difiere de los otros niveles culturales por estar dominado por
los creadores, aunque se puede distinguir entre la alta cultura dirigida a los
creadores y la alta cultura dirigida a los consumidores, que están menos
interesados en los métodos o con los problemas asociados a la creación.
b) Upper-middle culture: es el gusto mayoritario de la clase media-alta,
personas que han estudiado en las mejores universidades y quieren estar en
contacto con la cultura, pero prefieren los cánones a las innovaciones.
c) Lower-middle culture: es el patrón de consumo cultural dominante, propio
de la clase media y clase media baja, de profesiones con bajo estatus pero
con trabajos cualificados, con estudios medios y poco interesados en la
cultura. Son la audiencia mayoritaria de los mass media.
d) Low taste culture: corresponde al perfil de trabajador cualificado y bajo nivel
educativo, que consume televisión de gran audiencia y cine de géneros
populares (películas de acción y aventuras). Sus elecciones de consumo
cultural están segregadas según sexo (los hombres tienden a ver películas de
acción mientras que las mujeres películas románticas).
e) Casi-folk low culture: sería el consumo cultural típico de un trabajador no
cualificado, sin estudios o con el grado elemental, a menudo residente en el
ámbito rural o de origen rural. Con frecuencia es de etnia no blanca y
consume cultura tradicional y popular (folk culture) y cultura comercial baja.
La imagen que nos dan estas tipologías por niveles sociales de los consumos culturales
es el de una estructura de universos culturales estratificados y cerrados en sí mismos.
No obstante, a partir de los años setenta surgirá una nueva teoría que replanteará
completamente la visión que se tiene del consumo cultural: el modelo de la distinción
del sociólogo francés Pierre Bourdieu (1998). En contraste con las visiones precedentes,
la teoría desarrollada por este autor plantea la existencia de una competencia entre los
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UdG La cultura en la sociedad contemporánea: conceptos, transformaciones y nuevas tendencias
diferentes estratos jerarquizados a través del consumo cultural. Un consumo cultural que
viene cargado de un valor claramente diferenciado a nivel social y es unanimemente
reconocido por el conjunto de la sociedad. La cultura ya no será en este caso sólo el
reflejo de diversos estratos sociales sino que la cultura será un capital, un recurso para la
definición del estatus social de cada individuo.
Muchos han sido los análisis de los orígenes generales de la teoría de Pierre Bourdieu,
entro los que podemos situar a los clásicos de las ciencias sociales como Marx,
Durkheim y Weber. En este caso, no obstante, nos referiremos a los orígenes de la teoría
de la distinción señalando a dos autores que son claves para entender algunos aspectos
del papel del consumo en la sociedad actual como factor de distinción: Norbert Elías y
Thorstein Veblen.
Elías (Elias, 1983; Elías, 2010) desarrolla una teoría socio-histórica de la modernidad
que explica el origen de lo que hoy entendemos como el consumo distinguido, que el
relaciona con un proceso más general de refinamiento de las costumbres que hoy
consideramos “natural” pero que tiene su génesis en un dispositivo histórica y
socialmente concreto: la sociedad de corte de la era moderna.
Tal como analiza Elías (íbidem), la corte, es un dispositivo central en la modificación de
las sensibilidades y los comportamientos del hombre occidental del siglo XVII-XVIII.
Es en su seno, que se elaboran nuevas relaciones entre los individuos y nuevas reglas de
comportamiento: el control de uno mismo, la observación de los demás, el dominio de
las emociones y una definición más exigente del pudor.
Su función histórica es paradójica y doble: se funda y se afirma una distinción, la que
separa al hombre de la corte del hombre vulgar. Pero la corte, conservando su
especificidad minoritaria de un estilo de vida, es a la vez el punto en el que se
transmiten las nuevas conductas que se extenderán a las demás capas de la sociedad.
Este es el origen por ejemplo de la difusión de la moda como dispositivo de distinción
social, como bien han analizado Simmel (1999) o más recientemente Diana Crane
(2000).
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UdG La cultura en la sociedad contemporánea: conceptos, transformaciones y nuevas tendencias
Pierre Bourdieu publicó por primera vez el libro La distinción. Criterios sociales del
gusto en 1979 (P. Bourdieu, 1998). Se trata de un libro muy ambicioso y de gran
relevancia en las ciencias sociales de finales del siglo XX, que aún sigue teniendo gran
influencia en los análisis del mundo del arte y de los consumos culturales. El objetivo
del libro es analizar la lógica de constitución de los grupos sociales a partir de los
modos de jerarquización de las sociedades avanzadas. Pero lo más revolucionario de su
tesis es revelar que los estilos de vida y los consumos le son asociados constituyen la
forma fundamental de reproducción de las jerarquías sociales y los grupos sociales.
Bourdieu propone una teoría original de la jerarquización social, retomando Max Weber
y la importancia que otorga a los elementos simbólicos, para corregir la teoría marxista
que otorga a la posición respecto a los medios de producción, la explicación de la
jerarquía social. Para este autor, en las sociedades avanzadas el capital cultural juega un
rol fundamental en la posición social. Construye así una teoría bidimensional del
espacio social, en el que un individuo se sitúa en el espacio social por dos criterios: el
volumen total de capital y la composición de su capital.
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UdG La cultura en la sociedad contemporánea: conceptos, transformaciones y nuevas tendencias
Según esta teoría del campo social bidimensional Bourdieu estatifica la sociedad en
diversas capas según el volumen total de capital y su composición. En la cima de la
sociedad, estará la clase social dominante, compuesta por la fracción dominante o la
burguesía con un alto volumen de capital cultural y un menor volumen de capital
económico, junto con la fracción dominada o la élite intelectual, con un menor capital
económico pero con una gran acumulación de capital cultural. En un espacio intermedio
encontraremos las clases medias que se dividirán en dos tipos: la pequeña burguesía
propietaria con un capital económico medio y menor capital cultural y, las nuevas clases
medias, habitualmente asalariadas y por lo tanto con menor capital económico pero con
un capital cultural consolidado a partir de las certificaciones académicas. Y, finalmente,
en la base de la pirámide social encontraremos a las clases populares (obreros y
campesinos no propietarios) que contaran con poco capital económico y cultural. Uno
de los puntos novedosos de la teoría de la distinción es en convertir en dominantes la
élite intelectual y denunciar así la dominación simbólica que ejercen, a pesar de que
muchos de ellos desarrollan un discurso crítico con la sociedad, que él asimila a una
lucha entre élites.
Según esta teoría habría tres posiciones contrastadas en términos de niveles culturales:
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UdG La cultura en la sociedad contemporánea: conceptos, transformaciones y nuevas tendencias
ejemplo, los consumos típicos de las clases populares están más vinculados al contenido
función y no a la forma por coherencia a su posición de productores en contacto con la
materia prima y su bajo nivel de capital económico y cultural. Así interpreta la teoría de
la distinción su preferencia por las comidas baratas y "que alimentan", las ropas "bien
hechas" y resistentes. En consecuencia las formas artísticas son interpretadas por el
contenido y no por la innovación formal o por la novedad dentro del campo artístico. Y
en todo caso, la valoración del valor estético se realiza según en términos tradicionales,
en relación con la virtuosidad técnica en su elaboración o por la calidad moral del tema
tratado.
Según Bourdieu, uno de los aspectos fundamentales a comprender en relación al
consumo cultural es que mientras que las capas sociales con alto capital cultural tienen
una mirada distanciada en relación a los productos culturales, las capas populares
dirigen una mirada sin distancia y sin referentes dentro del mundo artístico que le
ayuden a comprender su significación en el contexto de una evolución disciplinar. Lo
que le conduce a no apreciar aquello que es valorizado por el campo artístico y que es
considerado distinguido. De ello se derivarían los límites estructurales a la
democratización cultural pretendida por la política cultural.
Desde su formulación, la teoría de la distinción cultural ha recibido numerosos elogios
pero también muchas críticas. Una de ellas partió de antiguos colaboradores como
Grignon y Passeron (1989) al considerar que esta teoría no describía acertadamente la
cultura de las clases populares. Su principal crítica se dirige a que, en esta teoría, la
cultura popular (que ellos asimilan a la cultura de las clases populares) siempre es
descrita en términos de déficit, producto de la ausencia de capital económico y cultural.
Sin embargo, los dos sociólogos franceses afirman que esta cultura es amplia y diversa:
cultura campesina, cultura obrera, culturas regionales y locales, etc. y que por lo tanto
no se puede caracterizar solamente en términos de ausencia de distinción. Por otra parte,
la cultura popular siempre es analizada en términos de sumisión (aceptación de una
dominación simbólica). Sin embargo, puede haber un cierta "autonomía" de la
dominación, ya que no toda la cultura se define respecto a la alta cultura.
Hace ya más de 30 años que Bourdieu elaboró sus primeros ensayos sobre la teoría de la
distinción (P. Bourdieu & de Saint Martin, 1976). Entretanto ha habido numerosos
cambios: cambios tecnológicos que han implicado grandes modificaciones en los
patrones de interacción social (Castells, 1998), transformaciones en la estructura
económica y social nacional e internacional, un creciente rol del consumo en la
definición de las identidades sociales (Bauman, 2003) y una reconfiguración de la
dinámica del campo cultural y posición en la sociedad (Rodríguez Morató, 2007).
Todos ello hace que muchos autores, sin desechar la capacidad de análisis de la teoría
de la distinción cultural, hayan elaborado nuevas miradas al consumo cultural en la
actualidad.
Algunas críticas al trabajo de Bourdieu se centran de entrada en destacar que los datos
sobre los que fundamenta su análisis son fechados en los años sesenta y por lo tanto son
caducos. Pero más allá de una cuestión metodológica, hay críticas que ponen en
cuestión a algunos aspectos fundamentales de la teoría de la dominación simbólica. Esta
teoriza que las disposiciones generadas por el habitus producen un abanico limitado de
preferencias culturales, y que estas deben ser coherentes entre ellas para evitar
confusiones y permitir su reconocimiento como legítimas al resto de la sociedad.
Además se pretende que este modelo es adaptable a todas la sociedades avanzadas. Pues
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UdG La cultura en la sociedad contemporánea: conceptos, transformaciones y nuevas tendencias
bien, son diversas las teorías o las observaciones de cambios sociales y culturales que
ponen en cuestión estos fundamentos: actualmente las élites tienen unos consumos
culturales más eclécticos y dispares entre sí, lo que desarticularía (al menos en cierto
sentido, la lógica de la distinción). Pondremos el caso de tres autores que abordan esta
cuestión dentro de sus análisis: Hannerz, Brooks y Florida.
Los cosmopolitas
Según Ulf Hannerz (1998) habitualmente se ha conceptualizado como estructuras
distintivas de significado o sentido estrechamente vinculadas con el territorio. Y hemos
pensado en las personas como evidentemente vinculadas a culturas particulares. El
supuesto subyacente es que la cultura fluye sobre todo en las relaciones cara a cara, y
que la gente no se mueve mucho. No obstante, en realidad los fenómenos colectivos y
las culturas son, por definición, vinculados principalmente a las interacciones y las
relaciones sociales, y sólo de manera indirecta a determinadas zonas en el espacio
físico. Por lo tanto, podemos hablar de estructuras colectivas de sentido para las redes
más amplias en el espacio, transnacional o incluso global.
El cosmopolita personificaría esta dimensión no territorial de la cultura, formando parte
de la élite social y cultural. Y forma parte de un fenómeno creciente hoy en día: la capa
dirigente de las ciudades globales, compuesta por personas de muy diversas
procedencias. La figura a la que se podría asimilar el cosmopolita seria la del
expatriado, es decir, personas que han elegido vivir en el extranjero durante algún
tiempo, y que saben que pueden volver a casa cuando les conviene. Estas son personas
que pueden permitirse el lujo de experimentar con otras culturas, y que de manera
sistemática y directa están involucrados en más de una cultura. Esta figura social, a
pesar de constituir una minoría social constituye uno de referencia en cuanto a su estilo
de vida y el consumo cultural.
Los BoBos
El término BoBo, abreviatura de burgueses bohemios, proviene de un libro de David
Brooks titulado Bobo in Paradise (Brooks, 2001). Este autor pretende hacer una
sociografía de un nuevo grupo social aparecido en los años noventa en EEUU, al que
caracteriza por los valores que sus miembros comparten, más que por las características
demográficas o socioeconómicas.
David Brooks utiliza por primera vez el término BoBo para sustituir el término
"yuppies", que tenía una connotación peyorativa. La teoría de Brooks es que la nueva
clase alta es el resultado de un cruce entre el idealismo de la década de 1960 y la actitud
liberal e individualista de la era Reagan. Asimismo, esta nueva élite social se caracteriza
por un abandono de las pautas de consumo cultural de la élite tradicional y de sus
consumos distinguidos. Según esta visión pasaríamos de los consumos culturales esnobs
a los que podríamos denominar como hiptster. En los países anglosajones, se utiliza el
término hipster para referirse a los códigos culturales deliberadamente eclécticos y
superficiales de las clases medias y altas que combinan elementos de la cultura de masas
con elementos de la contra-cultura más o menos despolitizados.
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UdG La cultura en la sociedad contemporánea: conceptos, transformaciones y nuevas tendencias
Estos tres autores nos presentan, desde distintas perspectivas y objetivos de análisis, una
modificación de los patrones de conducta cultural, especialmente en las clases medias-
altas y altas que ya no serían asimilables a los niveles de cultura estratificados
planteados por Gans (1974) o explicables completamente a partir de la teoría de la
distinción (P. Bourdieu, 1998). En este caso sus elecciones culturales suelen ser más
heterodoxas en cuanto al nivel cultural al que corresponden o más abiertas en relación al
origen cultural del que provienen. Unas tendencias que serán confirmadas por la teoría
que vendrá revolucionar el análisis del consumo cultural, el ominivorismo cultural, que
presentaremos a continuación.
Uno de los fenómenos emergentes desde los años setenta es la permeabilización de las
fronteras entre culturas y la debilitación de las jerarquías artísticas que se interpetaba
como un producto de las dinámicas culturales postmodernas (Featherstone, 2000). Ya
entonces, los estudios de consumo cultural destacaban una atención mayor a los
productos de otras culturas (EEUU principalmente, pero también de otros orígenes
como Japón, Latinoamérica, África, etc.). También se había detectado una tendencia a
la des-jerarquización de los consumos culturales y la re-valorización de los consumos
"underground", considerados kitsch o de serie B. Es lo que según DiMaggio tipificaría
como “desclasificación” de los productores culturales (Di Maggio, 1987) o una
revalorización de la cultura como estilo de vida, en su dimensión más hedonista.
En este contexto y como reacción al dominio de la teoría de la dominación simbólica de
Bourdieu (opus cit.) surge la teoría del omnivorismo cultural. El concepto omnivorismo
proviene de ominovor que en latín significa aquel que todo lo devora. El nombre de la
teoría hace una analogía metafórica entre la dieta alimenticia y el consumo cultural: por
lo tanto, omnívoro será aquel que consume todo tipo de cultura. Y los omnívoros como
categoría social serían un sector de población al que le gusta un gran abanico de formas
culturales, que tendría una mayor tolerancia social hacia otras formas y gustos culturales
y pondría en cuestión las actitudes esnobistas propias de la modernidad artística
caracterizada por Bourdieu. Por lo tanto, la teoría del omnivorismo cultural sería una
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postfordismo. Pero no supone el fin de las barreras culturales ni las jerarquías, que
ahora operan sobre una pluralidad de diferencias más compleja.
Los estudios empíricos del consumo cultural: los siete universos de consumo
cultural
Los siete universos del consumo cultural, van de la exclusión al eclecticismo son:
a) Universo de la exclusión cultural: agrupa individuos con una ausencia casi total
de relaciones con el mundo de las artes y la cultura bajo todas sus formas. Estos
acumulan todos los handicaps en materia de acceso a la cultura y tienen un perfil
socio-demográfico muy homogéneo: agricultores u obreros sin estudios, de edad
avanzada y rurales.
b) Universo de la privación cultural: en este grupo el conocimiento del mundo de
las artes es débil, la frecuentación de los equipamientos culturales es
excepcional. Aunque a diferencia del grupo anterior, la distancia respecto a la
vida cultural es menor debido a una sociabilidad más rica. Asimismo, se
encuentran elementos de la cultura popular: una fuerte sociabilidad familiar,
predilección por las salidas de recreo y ciertas actividades manuales o
deportivas. Los consumos culturales se limitan a los usos frecuentes de la radio
y la televisión y se prefieren los géneros sin pretensión cultural, como la lectura
de libros comerciales y prácticos. Los efectos del boom musical están poco
presentes.
c) Universo juvenil o adolescente: es un universo organizado torno a la música, de
las redes de amistad y de un número reducido de tipos de consumos (cine,
discoteca, etc.). Se destaca por el carácter exclusivo de los gustos orientados a
los productos juveniles y una cierta reserva respecto a la cultura consagrada. Las
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UdG La cultura en la sociedad contemporánea: conceptos, transformaciones y nuevas tendencias
Los tres siguientes grupos representan a personas con fuertes compromisos con la vida
cultural. No obstante, muestran fuertes oposiciones entre ellos, hasta el punto que
comparten pocos comportamientos o gustos en común.
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UdG La cultura en la sociedad contemporánea: conceptos, transformaciones y nuevas tendencias
En definitiva, este modelo nos muestra la pervivencia de algunos patrones del modelo
de la distinción social con la aparición de otros que deben ser interpretados desde la
teoría del omnivorismo. Esta tipología nos muestra como aún perviven algunos grupos
cuyas vida cultural se nutre de la cultura popular y tradicional, al margen de la esfera
cultural especializada o cómo una parte importante de la población sus referentes es la
cultura de masas. Asimismo, la tipología nos muestra cómo han aparecido una mayor
tipo de grupos con vinculaciones diferenciadas más numerosos y, sobre todo, más
heterogéneos entre ellos. Además de los grupos vinculados a la cultura clásica y por lo
tanto, más ligados a la lógica de la distinción cultural, aparece un tipo de consumidor
culturales más ecléctico y más hedonista. Finalmente, una de las novedades de esta
tipología es visualizar un nuevo grupo, el “conectado”, que se caracterizan por ser
decididamente omnívoros y muy activos en la dinamización de la vida cultural. Ello nos
dibuja en definitiva un mapa completo de los diversos estilos de consumo cultural, los
grupos sociales que los conforman y las lógicas sociales que explican su
comportamiento.
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