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MATTEO BORDIGNON

COMPARACIÓN ENTRE EL ARGUMENTO ONTOLÓGICO Y EL ARGUMENTO


DE AVERROES

Averroes demuestra la existencia de una sustancia separada siempre en acto,


partiendo de la eternidad de la materia y del ser compuesto que pide la causa de su
composición, desarrollando un típico argumento aristotélico del móvil y del motor. Parte
de la observación que todo ser movido tiene un motor y que este motor mueve en cuanto
está en acto (es «activamente» inmóvil y eterno). El motor es inmaterial, porque una
potencia material no puede producir actividad motriz infinita y, en virtud de esta
inmaterialidad, se puede mover sólo con un deseo originado del conocimiento intelectual,
y este es el bien absoluto. A un movimiento corresponde un ser movido: si los principios
tienen operación y las formas pueden ser inteligibles o sensibles y el movimiento es
inteligente y vital (en la vida hay movimiento), habrá una unicidad de causa del
movimiento. En este único movimiento hay la presencia de un fin y de la unidad del fin
y es por esto que el primer principio no puede conocerse más que a sí mismo: la sustancia
ve solamente perfectamente (no puede ver la imperfección, entiende solamente el «ser
uno») y su ser «causa eficiente».

San Anselmo dice que llegamos a la conclusión que existe realmente este ser más
grande, y no solo en nuestras cabezas, pero no nos dice como (intuimos que este ser está,
según él, en la realidad, pero con la única justificación que no podemos llegar a concebir
cosas insensatas e irreales, y consecuentemente este ser existiría). Aquí creo, están
presentes dos errores: la falta de especificación del objeto material, el ente sobre el cuál
se va a razonar (con todas las dificultades conexas con el tema de la confusión entre plano
ideal y plano real) y como inferimos a partir de este ente la posibilidad de la existencia
del ser más grande.

El primer error tiene que ver con el pasaje de la esfera lógica a la esfera real de la
existencia porque la demostración no avanza y no pasa del orden meramente lógico: si
podemos pensar en el ser más grande como existente en la realidad, sería más grande que
el ser que existe solo en el pensamiento, es decir prima la realidad sobre la idea, la
existencia sobre la idea, pero Anselmo no nos habla de ninguna otra realidad que no sea
el pensamiento. Empieza con el concepto de Dios y sin investigar el origen de este
concepto formula un argumento con la pretensión de concluir la existencia de Dios. En
este primer error podemos distinguir dos casos: partiendo de la pura formalidad de la
esencia, se puede, o bien deducir la existencia como su propiedad o bien hacer un análisis
de sus elementos o predicados reales, sus atributos.

En el primer caso, no podemos justificar la existencia de Dios como


elemento/propiedad de su esencia (la idea de un ente encima del cual no se puede suponer
nada más grande ni mejor no es lo suficientemente clara para incluir la existencia: para
determinar que el objeto de esta idea existe, tendríamos que conocer previamente la
naturaleza divina (objeción de Gaunilón, en el libro Liber pro insipiente); el conocimiento
real de la esencia divina es complicado y problemático que pueda ser anterior al
conocimiento de su existencia1 (aquí el argumento anselmiano se decanta demasiado para
un idealismo donde priman las representaciones del sujeto: no podemos afirmar que
aquello significado por el nombre Dios existe también en la realidad y no solo en la mente,
porque los que sostienen que Dios no existe, no aceptan que se presuponga que en la
realidad hay algo tal que no pueda pensarse algo mayor que ello);2en general es también
improbable que la esencia de Dios sea anterior a su existencia: sabiendo que Dios existe
podemos preguntarnos «qué es»: esto determinaría el carácter estrictamente a priori del
argumento, pero consideramos la dificultad de admitir la anterioridad de la esencia de
Dios respecto a la existencia.

En el segundo caso necesitaríamos conocer la esencia de Dios antes de saber que


Dios existe i damos por descontado lo que tenemos que demostrar (la existencia de Dios),
porqué el conocimiento de la esencia presupone implícitamente el conocimiento de la
existencia de Dios. Podemos reformular la cuestión (como hace Duns Escoto) diciendo
que es más pensable lo que existe que lo que no existe, que el conocimiento por intuición
de lo que existe permite una mayor «pensabilidad» que el conocimiento por abstracción
de lo que no existe, pero así mezclamos el modo de conocimiento con los objetos
conocidos, y no especificamos cual es el objeto que desencadena la intuición.

En ambos casos, tenemos que poner de relieve que el horizonte de la crítica al


argumento viene del pensamiento cristiano en su vertiente (mayoritariamente) tomista. El
punto de partida de nuestras consideraciones será como vía de acceso a la demostración
el valor metafísico de la noción de ser (posibilidad de la ontología) y como condición del

1
Podría ser ontologismo.
2
Tomás DE AQUINO, S. Th. I, q. 2, a. 1, ad 2.
proceso de demostración la exigencia de la validez metafísica del principio de causalidad.
El segundo error del argumento ontológico está ligado a estas consideraciones
metodológicas que asumimos como punto de partida y que pretenden demostrar
precisamente aquello que nos parece estar ausente en el argumento: como se infiere a
partir del ente la posibilidad de la existencia del ser más grande. En nuestra
argumentación, que afirma el valor metafísico de la inteligencia humana, son también
imprescindibles tres cosas: la aceptación de la existencia del mundo externo, la conciencia
del propio yo como realidad compuesta de alma y cuerpo y la convicción de la validez u
objetividad del conocimiento.

Podemos decir que al argumento ontológico le falta la base ontológica y el


fundamento noético. La base ontológica porque no se da cuenta que la idea de Dios, como
dato inicial del argumento, es una idea abstraída de las cosas sensibles y en ellas
fundamentada; y el fundamento noético porqué el argumento ontológico pretende utilizar
como único principio el de no-contradicción y resulta que, en al proceso de
argumentación, este principio no es seguido fielmente.

Efectivamente, el principio de no-contradicción exige que las propiedades que se


afirman de un sujeto sean del mismo orden de este mismo sujeto: o reales o ideales. Es
contradictorio atribuir a un ser real propiedades ideales o viceversa. Lo mismo podemos
decir de la esencia y de la existencia. La idea de un ente más grande exige a la idea de
existencia, pero nada más. Al ente más grande posible, desde el punto de vista de la idea,
no se le puede atribuir existencia real, a menos que postulamos la identificación de lo
real con lo ideal.3

3
Cf. Joan Martínez PORCELL, Metafísica, Textos docents, Barcelona: Facultat de Filosofia de Catalunya
(Universitat Ramon Llull) 2012, 87.

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