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Posmodernidad. Una cuestión de alternativas


Por Raquel Borobia
La díada constituye un tema sobre el que no hay acuerdo en la filosofía. Se trata
de si la modernidad ha concluido, si está viviendo su capitulo final o si sólo sufre un
accidente – la posmodernidad – del que podrá recuperarse para luego terminar de
consumarse como proyecto, el mismo que en la visión de Habermas, aún se
encuentra inconcluso. No obstante, sí debe acordarse acerca de que cualquiera sea
la actitud que se tome respecto de la posmodernidad, del análisis del término se
infiere que mencionar lo posmoderno, confiere entidad a lo moderno. Y es desde esa
entidad que la posmodernidad puede ser pensada como: muerte de la modernidad:
período fugaz en el desarrollo de lo moderno: “fase cool y desencantada del
modernismo” (Lipovetsky 1994:113); continuidad de la modernidad ya sea en el
sentido de agudizar sus características, masificar lo moderno con la democratización
de las vanguardias o “hipermodernidad” en términos de Touraine (1994:186) o, ya no
como distinto de lo moderno ni su apéndice, sino mas bien como “culminación de la
modernidad, donde ésta a través de su propio impulso se niega a sí misma (Follari
1994:14).
Dirimir estas cuestiones se hace difícil porque en su marco se otorga a la
posmodernidad carácter de época, abordaje que, para ser legítimo, necesitaría de
un distanciamiento imposible de tomar y que, al decir de Urdanibia “está en las
antípodas del pensar posmoderno” (1990:43). Consideramos más propio abordarla
como lógica interna de la cultura occidental contemporánea. En este sentido, el
análisis lo haremos a partir del fenómeno, es decir, lo que de esta lógica aparece, su
manifestación. Y desde allí, acordaremos con Marta López Gil en que si es
considerada “como lógica específica de la cultura (…) no se trata de aprobar o
reprobar la posmodernidad: en ella nos hallamos” (1993:33). A los sumo, el análisis
podrá enunciar qué aspectos del fenómeno afloran según tiempo y lugar, y cuáles
están impedidos de aparecer por obra de algún anticuerpo moderno que se les
opone o todavía ofrece resistencia.

Es posible la posmodernidad “al sur”?


Esta suerte de lógica posmoderna suele presentarse en la mayoría de los
análisis como convergente con la llamada “sociedad post – industrial”, o de
consumo, o “de la informática”, que ubicamos después de la Segunda Guerra
Mundial cuando se profundiza el desarrollo del capitalismo en los países mas
avanzados o centrales. Así como con la Revolución Industrial aparecía el
proletariado en la industria de extracción y en las fábricas, en este nuevo período,
también llamado de la tecnotrónica, la automatización y la informatización originan
un cambio sustantivo con hiperproducción y acumulación de capital pero, por el
incremento de tecnología, menor ocupación de mano de obra.
Las sociedades pots-industriales caracterizadas por la hiperproducción, generan
por ello hiperconsumo y hastío. La automatización separa al hombre del trabajo y le
hace extraños sus productos. El tiempo libre aumenta en exceso, se extiende la
desocupación y la naturaleza esta contaminada y con peligro de cierto agotamiento y
extinción en muchas áreas y especies.
A nivel mundial la distancia entre pobres y ricos se hace mayor y, a la par de la
desocupación, crece la marginalidad. Los organismos internacionales informan que
cada vez hay más riqueza concentrada en menos personas.
Ahora bien, uno de los argumentos esgrimidos para rechazar la presencia de
los fenómenos de la posmodernidad en América Latina se sustenta en la afirmación
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de que nuestros países, al menos en término de desarrollo económico, no reúnen


las condiciones de la sociedad post- industrial. Por el contrario, las características de
nuestras sociedades serían las de un capitalismo dependiente con industria de
sustitución, en las cuales, salvo un pequeño núcleo de la población en el que se
concentra la riqueza, el resto no llega al nivel del consumo básico.
Aún acordando ampliamente con esta caracterización de la realidad de los
países del sur, no podemos dejar de observar en estos mismos países algunos
síntomas de índole exclusivamente económica que se corresponden con los que se
asignan a la cultura posmoderna.
Por esto es que nos parece pertinente seguir el análisis que sobre el tema
hace Roberto Follari, del que extrapolamos algunos fragmentos a continuación.
Para este autor, no obstante nuestros países no reúnen las condiciones de
sociedad post – industrial, en las grandes ciudades hay smog y despersonalización,
La informática opera - aunque no en forma efectiva - en producción y administración,
se receptan comunicaciones vía satélite desde todo el mundo y se impone la
imagen. La falta de racionalidad en la administración de estas ciudades, “sus
problemas de desempleo y transportes, la cantidad de desocupados y de habitantes
sin acceso a los servicios elementales que viven en ella, hacen que la
desustancialización típica de lo posmoderno se incremente”.
En el orden de lo tecnológico nos afectan algunos de los fenómenos que
aparecen en los países centrales, y estamos recibiendo también la influencia de la
cultura posmoderna como modo de vida, estilo artístico y posición teórica en
ciencias sociales y filosofía”. Los jóvenes adoptan música y modos de bailar y de
vestir de los países centrales a pesar de que la mayoría de ellos no salió nunca de
su propio país. Dice Follari que una “multivocidad” de culturas ha reemplazo a la
cultura nacional. Estas subculturas se constituyen de acuerdo con las clases
sociales, edades o niveles de escolarización y hasta por zonas geográficas. “Los
jóvenes, los intelectuales y personas de clase media y media alta han recibido de
manera directa influencia de la cultura posmoderna impuesta por los países de
capitalismo desarrollado”. La situación económica, que ha empeorado en las últimas
dos décadas en Latinoamérica, nos coloca lejos de los países donde se ha
generalizado el exceso de consumo, por el contrario, el poder adquisitivo disminuye
en nuestros países, en los que no se asegura recompensa alguna para quien
mediante el esfuerzo finaliza una carrera universitaria, es decir, una suerte de “todo
da igual”. Y concluye que esta mentalidad de desesperanza y “dejar pasar”, de
admitir que hay que concentrarse en el momento porque el futuro no promete, es
paradójicamente similar a la de los que practican el hedonismo frente al hartazgo de
posibilidades ofrecidas, o por debilidad, dado que han vivido en una sociedad que
todo lo otorgó. El “efecto” es muy similar, individualización, falta de solidaridad,
ausencia de teleología, aferramiento al presente, desencantamiento del mundo.
Estas son algunas de las razones por las que en 1999 Follari (1994:143 –
146) justificaba la presencia de la posmodernidad en América Latina. Cabe agregar
que las mismas razones se han potenciado notablemente durante los últimos diez
años.
El fenómeno
Signada por el desencanto, la posmodernidad descree de la razón y el
humanismo. Dice Marta López Gill: “Qué de bueno hizo el humanismo por las mas
oprimidas? Qué poema detuvo alguna vez la barbarie de los campos de
concentración y del terrorismo? Un pensamiento filosófico o un teorema matemático,
no ayudara acaso, a los que arrojaban napalm mirando hacia otra parte? (1993:28)
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La pérdida de fe en la razón de la modernidad, le quita al sujeto la posibilidad


de proyectarse en la utopía de un futuro mejor, sobre la base de la igualdad y el bien
común y consecuentemente con el proyecto general de la humanidad.
El pensamiento posmoderno es un pensamiento débil que no puede
responsabilizarse de ninguna normatividad estructurante. Es una lógica de la
indiferencia y la afirmación sin referencias “ad unum”. Descansa sobre la pluralidad,
lo contingente, lo privado, la diferencia, la legitimación de los discursos particulares.
La pérdida de unidad en el discurso no sólo le ha quitado sentido a la historia sino
que, al atomizar lo social, ha desprovisto de sentido la cosa pública.
La ciencia no es ajena a este proceso. El concepto clásico de armonía fue
reemplazado por el de dinámica y los de evolución y complejidad crecientes. El viejo
cosmos organizado, previsible y determinista ha sido conmocionado por la irrupción
del azar y la irreversibilidad. Los fenómenos que aparecen ya no pueden ser
situados en la legalidad clásica.
Ilya Prigogine, Premio Noble de Química 1977, propone revisar hasta el propio
concepto de ley. Para este científico, no obstante, la resignificación del caos es una
forma de hacer ciencia y el objetivo de la ciencia actual será comprender la dinámica
del cambio.
Simultáneamente la ciencia es sospechada de maldad toda vez que se la
confunde con la tecnología, se duda de sus aportes al proyecto de la humanidad, se
la acusa de haber servido a los holocaustos y de colaborar con la ruptura de la
alianza del hombre con la naturaleza convirtiéndola a ésta en un “stock de
recursos” (López Gil y Delgado 1996:98).
La posmodernidad aparece también en lo político a través del individualismo, la
atomización y el desencanto. Es una cultura en la que, la exigencia de la libertad de
pensamiento y expresión va acompañada por la falta de participación que es la
contrapartida de las luchas comprometidas de los setenta. La búsqueda del “hombre
nuevo” parece haber sido suplantada por el crecimiento del “uno mismo”. El discurso
actual se ampara en la “muerte de las ideologías” y bajo la apariencia de
innovador u opositor, se torna hegemónico y no presenta alternativas reales. En
nuestro país, la participación pública es focalizada en grupos en situación de
extrema pobreza y se manifiesta con independencia de los partidos políticos. En los
últimos años, con motivos de los desastres meteorológicos, se conforman redes
solidarias también fuera de los canales instituidos.
El compromiso de las instituciones con los sectores de poder y la pérdida del
sentido ético en la praxis político – institucional sustentan la falta de credibilidad y el
desencanto.
La religión también sufre la desvalorización de sus instituciones, sin embargo, la
falta de sentido que le otorga en su momento el dogma y mas adelante la razón, ha
puesto al hombre en situación de orfandad en medio de la fe y prácticas
fragmentadas, base para la proliferación de sectas. Por otra parte, el proceso de
despersonalización ha favorecido una religión sin esfuerzo ni sacrificio y a la medida
de cada quien. En términos de Lipovetsky, “se es creyente, pero a la carta”
(1994:118).
En el arte, que acuñara el término en la década de los sesenta, lo posmoderno
aparece como subversión de todas las normas de la estética moderna y una vuelta
al pasado, no ya como búsqueda del modelo del arte clásico – con el que el arte
moderno siempre tuvo una relación – sino como negación a centrarse en la
búsqueda de lo nuevo. Se instala la paradoja cuando lo nuevo es el “rescate de lo
viejo”. El arte “rescata” también multiplicidad e incertidumbre.
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A favor del presente. La moda y el consumo


Si moderno es lo nuevo, la moda, en cuanto renovación permanente, será la
máxima expresión de lo moderno. Paradójicamente en la posmodernidad, reino del
presente, aparece esta herencia de la modernidad con atributos propios.
Lipovetzky la enuncia como “moda plena”, dispositivo caracterizado por una
duración muy breve pero que tiñe toda la vida colectiva. No se trata exclusivamente
de definir la indumentaria propuesta por la época, cual fuera el concepto de moda en
sus orígenes. La “moda plena” imprime su sello en todas las manifestaciones
culturales: artes en general, música, estilos arquitectónicos, lenguaje. Se trata de la
institucionalización de la novedad que se encuentra en cambio permanente, por lo
que moda es hoy más que nunca sinónimo de “efímero”. La otra característica
sustantiva es la pluralidad de opciones que otorga. No existen criterios universales,
todo está permitido y ha nacido una nueva moda, la moda “despreocupada, la de
quienes no se preocupan por estar a la moda. En este sentido, “moda”, es también
sinónimo de “sociedad de consumo”. La renovación habrá de ser permanente y ello
obliga a consumir cada vez más.
El consumo también esta potenciado por el desencanto. “Consumir es una
forma de tener y quizá la mas importante en las actuales sociedades industriales
ricas. Consumir tiene cualidades ambiguas: alivia la angustia porque lo que tiene el
individuo no se lo pueden quitar, pero también requiere consumir más, porque el
consumo previo pronto pierde su carácter satisfactorio” (Fromm 1994:43)
El consumo sustituyo al abastecimiento. Ha nacido una nueva categoría
novedosa: el “coleccionista al revés” (Sarlo 1995:28). El objeto es valioso mientras
no lo poseo. Su interés es transitorio, se podría decir que se desprecia al tocarlo. Un
buen consumidor no guarda, solo consume para poder volver a consumir.
Este proceso no es aleatorio. Responde a la hiperproducción y a la producción
de “descartables”, otra nueva categoría, y lo guía una racionalidad que deviene de lo
económico. La sociedad capitalista tiene una de sus bases más sólidas en el
consumo. Según Fromm, “adquirir, poseer y lucrar son los derechos sagrados e
inalienables del individuo” en esta sociedad a la que llama “sociedad adquisitiva”
(1994:77) y por todos los medios se insta a consumir para satisfacer el deseo de
bienes, algunos de los cuales otrora fueran considerados suntuarios.
Donde antes operaba el renunciamiento y el control, ahora los “mass media”
producen la exacerbación del deseo, el arma más sutil de control. Se elige en la
pantalla y se compra por teléfono con la sola mención de la tarjeta de crédito. En
esta sociedad formada en el ejercicio del hedonismo, el crédito – inmediata
satisfacción – ha sustituido al ahorro, satisfacción como objetivo a lograr.
Otro templo de seducción para el consumo en nuestra cultura urbana, es el
shopping, monumento al mercado. Por su característica “extraterritorial” (Sarlo
1995:21) es una isla en la ciudad y no es excluyente. No hace distinciones de edad,
sexo ni clase social. Al mismo tiempo o en momentos diferentes de la semana todos
son bien recibidos - aún lo que menos consumen- al amparo de las mismas marcas
que imperan en otros shoppings del planeta. El shopping es una embajada del
consumo con ritmo interior propio y acogedor que proporciona la consiguiente
inmunidad. Allí el desorden y extrañamiento de la ciudad quedan afuera. Todo tiene
una lógica casi familiar.
De este juego del mercado participan todos los miembros de la sociedad hasta
los excluidos, que cada vez son más en Latinoamérica: “desde los excluidos que, de
todas formas, pueden soñar consumos imaginarios, hasta los excluidos a quienes la
pobreza encierra en el corral de fantasías mínimas. Ellos agotan los objetos en el
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consumo y la adquisición de objetos no hace que éstos pierdan su interés; para


ellos, el uso de los objetos es una dimensión fundamental de la posesión. Pero salvo
en el caso de esos rezagados de la fiesta, el deseo de objetos hoy es casi
inextinguible para quienes han entendido el juego y están en condiciones de jugarlo”
(Sarlo 1995:29).

El sujeto fragmentado y narcisista


Cuando hablamos de fragmentación del sujeto hacemos referencia tanto a
la situación en que lo coloca la multiplicidad de opciones que debe realizar, como a
la transformación permanente en que se encuentra. La posibilidad de elegir aumenta
cotidianamente. Cada vez es mayor la diversificación y la dispersión en la que el
hombre se desenvuelve. O no hay modelos o hay exceso de modelos. O los
modelos cambian. El individuo vacila. La pluralidad es cada vez más singularidad.
La familia es un espejo de la metamorfosis en que se halla la sociedad.
Crece el número de divorcios y de familias monoparentales. En las ciudades
grandes aumenta la cantidad de hogares unipersonales. Los miembros de la tercera
y cuarta edad, en mayor proporción, son alejados de la familia e internados en
establecimientos geriátricos, a veces verdaderos “ghetos” cuyo número se ha
incrementado aún en las ciudades de provincia.
El predominio de lo individual se reafirma sobre el culto a la libertad y la
satisfacción del yo narcisista que no deja de consumir. “El supuesto sujeto autónomo
se ha convertido en obsesivo consumista y en los países desarrollados en
apolitizados narcisistas (López Gil 1993:41). Lo “psi” se privilegia por sobre lo
ideológico y el nuevo sujeto pone al servicio de su hedonismo toda práctica
tradicional o alternativa que lo ayude a “crecer” sin dejar de ser joven. En talleres y
grupos de reflexión y meditación se aprende y se practica el uso de las “energías
positivas” para mejor vivir y afrontar las exigencias del día de hoy, que es lo que
importa. En todo caso, cuando las “buenas ondas” no alcanzan, el sufrimiento o la
injusticia son comprendidos dentro de esta lógica con el carácter expiatorio y de
resolución en esta vida de alguna deuda proveniente de vidas anteriores, por lo que
pierden su entidad actual. El sufrimiento será el camino de crecimiento y superación
del ser en el orden del Universo y no se puede hacer nada más que aceptarlo dado
que sus orígenes provienen de un espacio y un tiempo que no podemos conocer.
El cuerpo tiene también un lugar muy destacado. Se revalorizan los deportes,
sobre todo los individuales y distintos tipos de gimnasias – yoga, aeróbica,
anaeróbicas, con o sin aparatos – así como “trabajos corporales” destinados a
atender y poner “en armonía” el organismo, haciendo participar del “buen tono” a
cada célula. También respecto del cuerpo triunfa la cultura del presente, y el
presente elegido es la juventud. Padres e hijos comparten el mismo estilo juvenil. No
sólo hay que estar “en forma”, también hay que mostrarlo. Es la era del “jean” y la
zapatilla. Además de las gimnasias proliferan las dietas y las terapias y si no bastan,
se recurre al “lifting”. Dice Pérez Lindo que “el cuerpo mismo se ha convertido en
una producción cultural, como lo simboliza Michael Jackson, que no es blanco, ni
negro, ni varón, ni mujer, ni tiene edad”. (1995).

La eclosión de los medios de comunicación y la nueva moral hedonista.


Este proceso en el que, al tiempo que el sujeto se fragmenta,
paradójicamente la cultura se hace planetaria, se ve favorecido por la eclosión de los
“mass media”. Pulsando un botón de control remoto del televisor por el camino del
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“zapping”, ya que la comunicación es planetaria, pero no unívoca, podemos correr


las fronteras del espacio y el tiempo pero sin movernos del sillón.
Augusto Pérez Lindo citando a Mc Luhan llama la atención sobre
consecuencias posibles de este cambio de horizonte cuando dice que “la proximidad
de todo el mundo pone en peligro la identidad y que, cuando está en juego la
identidad entonces sobreviene la guerra” y postula que esto podría corresponderse
con “síntomas como el acaecimiento exponencial de la violencia infantil” (1995).
En una cultura en que la comunicación interpersonal está en crisis, crece
la comunicación mediática. Se ofrecen en la pantalla clases de cocina y todo tipo de
habilidades y artesanías hogareñas, así como espacios de gimnasia para todos los
gustos. Se abrió un espacio de comunicación que antes era cubierto por los clubes y
otros ámbitos de reunión comunitaria. Quienes no encuentran otro tipo de
contención pueden conectarse telefónicamente y serán “escuchados” y aconsejados.
Podrán también exponer su caso “en vivo y directo” con el fin de agradecer,
perdonar, restablecer lazos familiares, u obtener mediación y aún litigar en busca de
justicia.
Los medios “mediatizan” y “median” pero por sobre todo garantizan lo real y
legitiman la verdad al instante. Están “al tope” en las encuestas sobre credibilidad.
Los medios audiovisuales que tuvieron originalmente el objetivo de representar la
realidad y fabricar otros universos, universos fantásticos, hoy, en conjunción con la
informática, nos ofrecen realidades posibles, las realidades virtuales. Artificialmente
generadas a partir de un lenguaje abstracto sin soporte natural, que se incorpora a la
computadora, estas nuevas imágenes ya no corresponden a realidades físicas
anteriores, pero luego de finalizado el proceso, podrán ser experimentadas en forma
sensorial.
En el terreno de la comunicación, por medio del correo electrónico e internet,
la informática está en condiciones de conectar todos los ámbitos del planeta con
acceso a esta nueva realidad.

Posmodernidad – post deber


Es una época de múltiples discursos y los medios lo potencian. Se incrementa
la preocupación por el cuidado del planeta y la salud del hombre. Por esto surgen la
ética ecológica, la bioética, la ética de la tecnología, y se constituyen organizaciones
de derechos humanos, ecologistas y de protección de animales. Simultáneamente
se hace un culto de la libertad, la elección sin límites y la satisfacción del deseo. Se
privilegia el desarrollo de la individualidad por sobre la solidaridad
Se privilegia el desarrollo de la individualidad por sobre la solidaridad,
importan más los hechos que los valores, no existe el ideal y por ello no hay
trascendencia para los actos del hombre. Es una ética del presente.
Ante el modernismo excluyente y elitista que exigía “ser moderno”, la
posmodernidad es incluyente, tolerante, eclecticista, la lógica de la coexistencia
exige “ser uno mismo”. Este proceso de personalización sustentando en la
autonomía individual, en lo macro promueve la desaparición del Estado Solidario, y
el auge de la privatización.
Por otra parte, tal como ya se mencionara respecto de la religión, a nivel de
las restantes instituciones de la sociedad, todo es “a la carta”. Se puede ser radical o
peronista de derecha, de centro o de izquierda; convocar a elecciones internas…
pero abiertas. Convivir como pareja sin legalizar la unión o institucionalizar el
matrimonio sin compartir el hogar conyugal. Gestar un hijo en un útero alquilado o
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contratar un padre para procrearlo. Todo puede adaptarse al propio querer y


entender.
Adquiere entonces las características de lo que Lipovetsky denunciara como
el “crepúsculo del deber”. Es una moral “indolora”, sin obligación y sin sanción. La
represión ya no es necesaria porque ha sido sustituida por la institucionalización del
deseo. Una expresión de esta lógica de la moral posmoderna desarrollada por los
“mass media” son los “reality shows”. Se puede decir que en ellos los medios,
tradicionalmente reproductores, producen realidad, pero es una realidad repetitiva o
sobrecargada de sentido (Giardina 1996:307). Esta sobredosis de estímulos
desensibiliza al espectador maximizando la tolerancia y corriendo las barreras de la
marginalidad.
Dice Lipovetsky que los valores superiores que estructuraban al mundo de la
primera mitad del siglo XX, se han vuelto paródicos, ya no inspiran respeto, invitan
más a la sonrisa que a la veneración (1994: 162).
El “homo faber”, prisionero de su propia creación, plantea a partir de ella un
desafío a la primacía de los valores a los que supuestamente había de servir. Del
cuál sea el resultado de esto, dependerá el futuro de la humanidad.
Deberá el hombre recuperar el ejercicio de la interrogación por el ser del
hombre. Y deberá la filosofía no renunciar a su papel de centinela.
Bibliografía
 Borobia, R. (1999) "Posmodernidad. Una cuestión de alternativas". En:
Revista Pilquén. Carmen de Patagones, Centro Regional Zona Atlántica de la
Universidad Nacional del Comahue.

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