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El estadio del espejo

La identificación imaginaria

En la Introducción al gran Otro, Jacques Lacan enuncia una pregunta ¿por qué no hablan los planetas? Y
su desarrollo consiste en diferenciarnos (a los seres humanos) de las cosas, de los objetos. Insiste en que desde las
ciencias, muchas veces se tiende a razonar sobre los hombres como si fueran lunas, calculando su masa y su
gravitación. Los planetas son algo que nosotros no somos, nos dice Lacan, ellos no tienen boca.
Y con esto nos introduce al mundo del lenguaje, al mundo de la palabra. Nos ofrece un ejemplo de la
relación entre sujetos en un discurso: …”si los otros están contentos, eso es lo principal… al serme corroborado que
están contentos, pues bien, Dios mío!!!!, me puse contento yo también… Entonces, ¿en qué momento soy
verdaderamente yo? ¿En el momento en que no estoy contento, o en el momento en que estoy contento porque los
otros están contentos? Cuando se trata del hombre, tal relación entre la satisfacción del sujeto y la satisfacción del
otro siempre está en tela de juicio”…”Hay que distinguir, por lo menos, dos otros: uno con una A mayúscula, y otro
con una a minúscula que es el yo. En la función de la palabra de quien se trata es del Otro.
¿Qué sabemos del yo? El yo es una construcción imaginaria. Si no fuera imaginario, correríamos el riesgo
de ser planetas o “esa cosa intermedia llamada loco. Un loco es precisamente aquel que se adhiere a ese
imaginario, pura y simplemente.
¿Qué ocurre entonces? ¿Cómo llegamos a diferenciarnos de los planetas y de las `personas llamadas
“Locas” (en el sentido anteriormente visto)?
Hemos visto que llegamos al mundo totalmente indefensos y sin herramientas, nuestra subsistencia se
vería seriamente comprometida sin el auxilio ajeno…llegamos como un cachorro de hombre.
La cría de hombre, a una edad en que se encuentra por poco tiempo, superado en inteligencia instrumental
por el chimpancé, reconoce ya sin embargo su imagen en el espejo como tal. A diferencia de los animales, donde el
reflejo de la imagen se le vuelve como otro, semejante a él.
Este acto, lejos de agotarse como en el mono, en el control, una vez adquirido, de la insignificancia de la
imagen, rebota enseguida en el niño en una serie de gestos en los que experimenta ludicamente la relación de los
movimientos asumidos de la imagen con su medio ambiente reflejado, y de este complejo virtual a la realidad que
reproduce, o sea, con su propio cuerpo y con las personas, incluso con los objetos, que se encuentran junto a él.
Este acontecimiento puede producirse, desde la edad de seis meses, y su repetición ha atraído con
frecuencia nuestra meditación ante el espectáculo impresionante de un lactante frente al espejo, que no tiene
todavía dominio de la marcha, ni siquiera de la postura en pié, pero que, a pesar del estorbo de algún sostén
humano o artificial (lo que solemos llamar unas andaderas), supera en un júbilo ajetreo las trabas de ese apoyo para
suspender su actitud en una postura más o menos inclinada, y conseguir, para fijarlo, un aspecto instantáneo de la
imagen. Esta actividad conserva para nosotros hasta la edad de 18 meses el sentido que le damos- y que no es
menos revelador- de un dinamismo libidinal.
Su imagen especular, es entonces, asumida jubilosamente por el ser sumido todavía en la impotencia
motriz y la dependencia de la lactancia, en ese estadio infans. Podemos pensar esta situación ejemplar como la
matriz simbólica en la que el yo se precipita en una forma primordial.
La forma total del cuerpo, gracias a la cual el sujeto se adelanta en un espejismo a la maduración de su
poder, le es dada como una Gestalt, es decir en una exterioridad donde sin duda esa forma es más constituyente
que constituida, pero donde sobre todo le aparece en un relieve de estatura que la coagula. Hasta este momento, el
cuerpo del niño es un cuerpo fragmentado, las manitos por un lado, la cara por el otro. Este cuerpo fragmentado es
devuelto como completo por la imagen del espejo, esta relación lo marca para toda la vida
Este yo no está desde el principio, el yo se constituye. El yo es una construcción imaginaria. Que es
posibilitada por un otro. El sujeto se ve en a, y por eso tiene un yo. Puede creer que este es su yo. Una forma
fundamental para la constitución, ve bajo la forma del otro especular aquel que llamamos su semejante. Esa forma
del otro, es superponible a su yo y la escribimos a´.
El sujeto recibe su propia imagen a partir de este otro al que llamamos a, su semejante. Este semejante le
devuelve su propia imagen para que su yo pueda constituirse, unificarse. A esta relación especular Lacan la
denomina relación imaginaria. Tenemos, pues aquí, el “plano del espejo”. De él debe distinguirse otro plano. Que
llamamos el muro del lenguaje.

S a (otro, semejante)

a’ A (Otro)

No alcanza con el plano del espejo para pensar la constitución subjetiva, esta relación imaginaria está
sostenida por lo simbólico, este gran Otro, que denominaremos A, que podemos decir, la cultura. Con este Otro el
sujeto mantiene una relación inconciente relación que como ya vimos está sosteniendo a la relación imaginaria. Es
así como el sujeto, para poder constituirse como tal necesita y depende de la cultura de la intervención, del auxilio
del otro.
Cuando el sujeto habla con sus semejantes lo hace en el lenguaje común, que toma a los yo imaginarios
por cosas reales.

Hay dos espacios psíquicos, el de él y el de mamá que deviene de un “deseo” al interior del árbol
genealógico y que él puede, sin desprenderse totalmente, inaugurar su propio discurso y discriminando de las
significaciones primarias hacia las significaciones que tienen que ver con las significaciones que se comparten en la
cultura. Esto nos inserta a las leyes de la cultura. A través de esta mamá se nos transmite la Ley del Nombre del
Padre, la prohibición del incesto, que es una ley que va más allá del padre real. Estas serían las violencias
necesarias para ayudar a construir el espacio psíquico del niño. Lo importante es que esta mamá vaya dejando una
fisura para que este niño también pueda ir inaugurando su propio deseo.
El riesgo está en la dificultad de separarse y en el ejercicio de una violencia innecesaria que por excesiva
no permite el proceso de constitución. Allí está el riesgo de la escuela, si cuando instala sus normas, no se interpela
si estas normas van a permitirle desplegarse al sujeto. Van a permitirle apelar. Siempre el estado y las normas
ejercen alguna violencia porque se instalan desde un lugar de verdad, lo importante es que estas leyes no operen
como sanción inapelable. Las instituciones, los docentes, ejercemos las violencias necesarias que no deben ser
excesivas sino funcionar como ejes ordenadores para el despliegue del sujeto.

Bibliografía
Lacan Jacques: “Escritos 1”. ‘El estadio del espejo’. Siglo XXI editores. 1966.
Lacan Jacques: “Seminario 2” ‘Introducción al gran Otro’. Editorial Paidós

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