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REBELIÓN DEL CUZCO DE 1814

En 1814, se produjo la Rebelión del Cuzco que abarcó el sur del virreinato del Perú.
La rebelión de 1814 se inició con la confrontación política entre el Cabildo
Constitucional y la Real Audiencia del Cuzco: el primero era percibido como pro
americano y el segundo como pro peninsular. A raíz de este enfrentamiento, fueron
encarcelados los hermanos Angulo a fines de 1813.

Para agosto de 1814, los hermanos Angulo y otros criollos escaparon y tomaron el
control de la ciudad del Cuzco. En esos momentos, ya se habían aliado con el
brigadier y cacique de Chincheros Mateo Pumacahua.

Este último personaje fue uno de los grandes defensores de la monarquía española
durante la rebelión de Túpac Amaru II y comandante de los indígenas realistas en
la batalla de Guaqui; sin embargo, había cambiado su postura beligerante movido
por imposición del virrey Abascal de no garantizar el cumplimiento de la Constitución
de Cádiz de 1812 en el virreinato del Perú.

Los hermanos Angulo y Pumacahua organizaron un ejército divido en tres


secciones:

Expedición al Alto Perú


La primera de ellas fue enviada al Alto Perú, al mando del arequipeño Juan Manuel
Pinelo y del cura argentino Ildefonso Muñecas. Estas fuerzas rodearon La Paz con
500 fusileros y 20.000 indios armados con piedras y hondas, el 14 de septiembre de
1814. El 24 del mismo mes, tomaron la ciudad. Los realistas fueron confinados en
sus cuarteles, pero estos aprovecharon la situación para hacer volar el polvorín;
enfurecidos, los insurgentes paceños les dieron muerte. Para reconquistar La Paz,
marchó desde Oruro un regimiento realista de milicianos cuzqueños, con 1.500
fusileros al mando del general español Juan Ramírez Orozco. Se enfrentaron en las
afueras de La Paz, el 1 de noviembre de 1814, y los insurgentes resultaron
derrotados. Pinelo y Muñecas ordenaron replegarse y una parte de la tropa quedó
dispersa en la región en forma de guerrillas.

Expedición a Huamanga
La segunda sección patriota marchó a Huamanga, bajo el mando del argentino
Manuel Hurtado de Mendoza, que tenía por lugartenientes al clérigo José Gabriel
Béjar y a Mariano Angulo y llegaron a la plaza de la ciudad el 20 de setiembre. Días
antes se desarrolló en esa ciudad el levantamiento de cientos de mujeres
campesinas el cuartel de Santa Catalina (actual Centro Artesanal Soshaku Nagase)
lideradas por Ventura Ccalamaqui, en apoyo a la causa. Hurtado de Mendoza
ordenó marchar a Huancayo, ciudad que tomaron pacíficamente. Para enfrentarlos
el virrey Abascal envió desde Lima al regimiento español Talavera, bajo el mando
del coronel Vicente González. Se produjo la batalla de Huanta, el 30 de septiembre
de 1814; las acciones duraron tres días, luego de los cuales los patriotas
abandonaron Huamanga. Se reorganizaron en Andahuaylas y volvieron a
enfrentarse a los realistas el 27 de enero de 1815, en Matará, donde fueron
nuevamente derrotados. Los patriotas volvieron a reorganizarse gracias a las
guerrillas formadas en la provincia de Cangallo. Entre tanto, el argentino Hurtado de
Mendoza conformó una fuerza con 800 fusileros, 18 cañones, 2 culebrinas (fundidas
y fabricadas en Abancay) y 500 indios.

Estas fuerzas estuvieron bajo el mando de José Manuel Romano, apodado


“Pucatoro” (toro rojo). Debido a la traición de José Manuel Romano sobre Hurtado
de Mendoza, a quien dio muerte y rindió a los realistas, los patriotas se dispersaron
y los cabecillas de la revuelta fueron capturados. Las traiciones fueron un hecho
común en las rebeliones independentistas de toda América. Las biografías de los
actores sociales muestran que los cambios de bandos no eran extraños. En el caso
de los líderes locales, sus filiaciones políticas estaban vinculadas a los conflictos
locales que se expresaban en una mayor dimensión. Los hermanos Angulo, Béjar,
Paz, González y otros sublevados fueron capturados, llevados al Cuzco y
ejecutados públicamente el 29 de marzo de 1815. La Corona tenía la política del
escarmiento público como un mecanismo para intimidar a la población y evitar
futuros alzamientos.

Expedición a Puno y Arequipa


El tercer agrupamiento patriota hizo su campaña en Arequipa y Puno, al mando del
antiguo brigadier realista Mateo Pumacahua, y contaba con 500 fusileros, un
regimiento de caballería y 5.000 indios. Pumacahua, como curaca de Chinchero,
tenía un gran dominio y liderazgo entre la población indígena. Al Cuzco fueron
enviados los hermanos José y Vicente Angulo, con algún resguardo de indios y
negros leales. El control del Cuzco era fundamental por motivos ideológicos y de
logística. Por múltiples motivos, Cuzco tenía una fuerte influencia sobre el Alto Perú;
y, a su vez, el Alto Perú mantenía un vínculo colonial administrativo con la ciudad
de Buenos Aires, uno de los grandes centros revolucionarios de los años 1810 en
Sudamérica.
Mateo Pumacahua, se enfrentó exitosamente a los realistas en la Batalla de la
Apacheta, el 9 de noviembre de 1814. Tomó prisioneros al intendente de Arequipa
José Gabriel Moscoso y al mariscal realista Francisco Picoaga, su antiguo
compañero de armas de la batalla de Guaqui. Los patriotas ingresaron a Arequipa.
Por presión de las tropas patriotas, el cabildo de Arequipa reconoció a la Junta
Gubernativa del Cuzco, el 24 de noviembre de 1814. Pero la reacción realista no se
hizo esperar. Pumacahua, enterado de la aproximación de tropas realistas,
abandonó Arequipa. El cabildo abierto de Arequipa se volvió a reunir y se apresuró
a acordar lealtad al rey, el 30 de noviembre de ese año. Tales cambios de “lealtad”
en los dirigentes locales fueron normales durante toda la guerra, pues se escogía al
sector que era dueño de la plaza fuerte, como una forma de garantizar la seguridad
personal, familiar y de los bienes, no necesariamente por una inclinación ideológica
ni menos una predisposición para la lucha a favor de cualquier bando.

Las tropas realistas, al mando del general Juan Ramírez Orozco, ingresaron a
Arequipa el 9 de diciembre de 1814. Luego de reponer fuerzas y de reforzar su
milicia, el general Ramírez salió de Arequipa en busca de los patriotas en febrero de
1815. Dejó como gobernador al general Pío Tristán. Ambos ejércitos, el realista y el
patriota, se desplazaron cautelosos por diversos parajes de los Andes, buscando un
lugar propicio para el enfrentamiento. El 10 de marzo de 1815, se encontraron cerca
de Puno, en la batalla de Umachiri, saliendo vencedores los realistas. El triunfo
realista se debió al correcto equipamiento y mayor disciplina de sus tropas. Hubo
más de un millar de muertos en el curso de la batalla. Entre los patriotas capturados
estuvo el célebre poeta Mariano Melgar, quien fue fusilado en el mismo campo de
batalla. Pumacahua fue apresado en Sicuani, donde fue sentenciado a morir
decapitado, pena que se cumplió el 17 de marzo.

Fuente: Wikipedia

El movimiento dirigido por los hermanos José y Vicente Angulo, Gabriel Béjar y el brigadier
(equivalente a lo que hoy sería General de Brigada) Pumacahua entre agosto de 1814 y marzo
del año siguiente, es considerado con justicia como el más serio intento autónomo hecho por los
peruanos para su emancipación de España. Con ocasión de la polémica acerca de la
“independencia concedida” o “conseguida”, desatada por el artículo de Bonilla – Spalding, el
historiador Jorge Basadre no dudó en agitar la rebelión del Cusco como la prueba de la voluntad
separatista y la conciencia patriótica de los peruanos, antes de la llegada del ejército de San
Martín. En la insurrección habrían participado criollos, como los Angulo y Béjar, de la mano con
un noble indígena de la región, como el cacique brigadier. La trayectoria personal de este último
resulta fascinante, si no enigmática: ¿en qué momento, entre 1781 y 1814, o apenas entre 1813,
cuando como presidente de la Audiencia del Cusco se puso de lado del virrey y el bloque de los
“peninsulares”, en el conflicto con los criollos, y agosto de 1814, fue ganado por la idea de la
independencia? ¿Qué mutación se produjo en él (a los sesentiséis años), que al poder español le
debía casi todo: propiedades, privilegios, cargos, títulos y honores?
La identidad social de los Angulo y Béjar es, por su lado, confusa. El regente de la Audiencia,
Manuel Pardo, los calificó de “unos cholos ignorantes y miserables”, mientras que el historiador
Jorge Cornejo Bouroncle considera que se trataba de criollos del Cusco, aunque quizás no de los
más encumbrados. De hecho, todos ellos eran oficiales militares, aunque de graduación más bien
baja: capitanes o tenientes; otro hermano más de los Angulo, Juan, era párroco en Lares,
provincia del Cusco.
La tesis de que la rebelión estalló por defender a la Constitución de la contraofensiva absolutista
de Fernando VII, quien derogó la Carta de Cádiz en mayo de 1814, no se sostiene, si
consideramos que esa noticia no arribó a Lima sino hasta cinco meses después, es decir, en
octubre; y a Cusco seguramente más tarde aun; mientras que el movimiento de los Angulo se
produjo el dos de agosto. Parece, así, que la defensa de la Constitución fue solo una cuartada
para ganar el apoyo del partido criollo y despistar a las autoridades, mientras el movimiento
cobraba fuerza y los patriotas del Rio de La Plata avanzaban desde Tucumán y Salta.
Los criollos del sur, casi desde un comienzo, sin embargo, desaprobaron el radicalismo del
movimiento y pidieron la liberación de los oidores. El concurso de Pumacahua, que de defensor
del absolutismo se pasaba, sin estaciones intermedias, hasta el extremismo separatista, les supo
a chicharrón de sebo. Aunque, según él, era “su naturaleza indica” la que les fastidiaba. Sea como
fuere, la violencia que se desató en la marcha hacia La Paz, donde se señaló el cura Ildefonso
Muñecas, y en la toma de las haciendas y ciudades, sancionó el definitivo divorcio de la rebelión
con la clase criolla, aislándola hasta una rápida derrota. La propia plebe del Cusco colaboró con
las tropas del virrey para vencer a los insurrectos.
En el curso de la expedición de Pumacahua hacia La Paz, fue masacrada una familia de criollos,
de la que por obra del azar y tal vez de la compasión se salvó un niño de cinco o seis años, quien
fue recogido por unos pastores. Algunos años después se llevó a Lima al pequeño un viajero, que
se sorprendió de hallar un niño blanco y rubio pastando ovejas en el altiplano. Este niño era nada
menos que Rufino Echenique, quien en 1851 sería elegido Presidente de la República.

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