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Rossana Reguillo
La ciudadanía es una categoría clave que define a los sujetos frente al estado
nación y por otro, protege a los sujetos frente a los poderes del Estado. Se trata de
un complicado y delicado mecanismo (histórico y situado), de derechos y
obligaciones, que sirve en primer término para pautar las reglas del juego social,
cuyo sentido último es el de mantener el equilibrio entre libertad y seguridad. Se
puede afirmar que ¨definición y protección¨ constituyen el núcleo de la idea de
ciudadanía.
Definir alude a establecer cualidades y características de algo o alguien. Ser
ciudadano es entonces pertenecer a una ¨clase¨ de cualidades y características
que han sido establecidas, regularmente, desde el propio Estado; pertenencia que
se traducirá en una relación de intercambio cuyo vector principal es la protección.
Sin embargo, aunque estas definiciones han venido operando de manera más o
menos incluyente, por la vía de los hechos, ha generado terribles y dolorosas
desigualdades e injusticias, que anteceden a la formalización política, pero que se
agudizan en esos territorios.
La ciudadanía social, es sin duda, la más golpeada de todas las dimensiones. Las
políticas neoliberales aunadas al fortalecimiento del mercado y el repliegue del
Estado de bienestar, han terminado por reducir, al límite de lo tolerable, las
políticas públicas destinadas a brindar, aunque sea mínimamente, el acceso a
ciertas garantías sociales, fundamentales para sobrevivir a las condiciones que
impone el libre comercio y el debilitamiento del Estado. La pobreza, las precarias
condiciones de salud, la falta de escolaridad, el desempleo, la violencia y la
inseguridad, pueden ser leídos como síntomas graves del repliegue del Estado-
nación que abandona a su suerte a los más vulnerables, que son los no
ciudadanos., los cuerpos prescindibles, la molestia permanente de cada a un
proyecto que considera ciudadanos a los que pueden hacer frente al consumo y
acatan dócilmente los mandatos de los nuevos poderes.
Este plano pone en debate aspectos que no fueron considerados en las otras
dimensiones: la cultura como plataforma para la ciudadanía o en otras palabras, la
consideración de las pertenencias y adscripciones de carácter cultural como
componentes indisociables en la definición de ciudadanía. Este plano aparece
como tema de discusión en la era de la sociedad global, tienen de un lado volver
visibles los olvidos y exclusiones de las etapas civiles y políticas en la
configuración de lo ciudadano, y de otro, la irrupción en el debate de proyectar
hacia el futuro los desafíos planteados frente al contexto de migraciones masivas y
de diásporas que se diseminan hoy.
Estos tres dilemas configuran una encrucijada que desafía de manera compleja
a los responsables de las políticas de juventud, a los gobiernos locales, a los
estados y a los organismos con capacidad de influir en las agendas nacionales.
De un lado, el actor juvenil no es homogéneo, más allá de las complejidades
culturales, un asunto clave lo constituye el pleno acceso a la ciudadanía política, la
mayoría de edad.