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La enseñanza de la máquina.- La máquina enseña por
sí misma el engranaje de las multitudes humanas, en
las acciones en que cada uno no tiene más que una
sola cosa que hacer; nos proporciona el modelo de
una organización de los partidos y de la táctica
militar en caso de guerra. En cambio, no enseña la
soberanía individual; hace una sola máquina de la
multitud y de cada individuo un instrumento para
utilizarlo con miras a un único objetivo. Su
resultado más general es demostrar la utilidad de la
centralización.
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Reacciones contra la cultura de las máquinas.- La
máquina producto de la más alta capacidad
intelectual, no pone en movimiento, en las personas
que la sirven, más que las fuerzas inferiores e
irreflexivas. Es cierto que su acción desencadena
una suma de fuerzas enorme, que de otro modo
permanecería adormecida; pero no incita a superarse,
a hacer las cosas mejor, a ser artista. Nos hace
activos y uniformes, pero esto produce a la larga un
resultado contrario; un aburrimiento desesperado se
apodera del alma que aspira, merced a la máquina, a
una ociosidad movida.
278
Premisas de la edad de las máquinas.- La prensa, la
máquina, el ferrocarril y el telégrafo son premisas
de las que nadie se ha atrevido aún a casar las
conclusiones que se ocurrirán dentro de mil años.
288
Cómo humilla la máquina.- La máquina es impersonal,
priva al trabajo de su orgullo, de sus cualidades y
de sus defectos individuales que caracterizan todo
trabajo que no se realiza a máquina, y, por tanto,
arrebata una parcela de humanidad. Antaño toda
compra entre artesanos era una distinción otorgada a
una persona, pues nos rodeábamos de las insignias de
esta persona; de esta suerte, los objetos usuales y
los vestidos eran una especie de símbolo de
estimación recíproca y de homogeneidad personal,
mientras que hoy parece que vivimos únicamente en
medio de una esclavitud anónima e impersonal. No hay
que pagar muy cara la facilitación del trabajo.
EPÍLOGO
Uno no puede escoger, tan sólo preguntarse.
¿Retornará alguna vez? Puede ser que se haya
deslizado en el pasado, y caído entre los bebedores
de sangre, peludos salvajes de la edad de piedra; en
los abismos del mar Cretáceo; o entre los grotescos
saurios, los enormes animales reptiles de la época
jurásica. Quizá está ahora –si se me permite usar la
expresión- vagando sobre algún arrecife de coral
colítico, o cerca de los solitarios lagos salados de
la Edad Triásica. ¿O marchó hacia el futuro, hacia
las edades próximas, en las que los hombres son
hombres todavía, pero en las que los enigmas de
nuestro tiempo han sido aclarados y sus problemas
resueltos? Hacia la virilidad de la raza: por mi
parte, no puedo creer que esos días recientes de
tímida investigación, de teorías fragmentarias y de
discordias mutuas sean la época culminante del
hombre. Digo, por mi parte, Él, lo sé –pues la
cuestión había sido discutida entre nosotros mucho
antes de que la Máquina del Tiempo hubiese sido
construida –pensaba poco alegremente en el progreso
de la humanidad, y veía en el creciente acopio de
civilización una acumulación necia que se vendría
abajo y acabaría con sus artífices. De ser esto así,
no podemos sino vivir como si no lo fuera. Pero,
para mí, el futuro es aún negro y vacío, una vasta
ignorancia, iluminada en algunos sitios por el
recuerdo de su relato. Y tengo, para consolarme, dos
extrañas flores blancas –escogidas ahora,
ennegrecidas, aplastadas y frágiles- para dar
testimonio de que cuando la inteligencia y la fuerza
hayan desaparecido, la gratitud y una mutua ternura
aún en el corazón del hombre.
Traducción Iván Hernández
DE LA VULGARIDAD EN LA LITERATURA
IV (Fragmento)
La literatura es también filosofía, es también
ciencia. Enuncia verdades en términos de belleza.
Las verdades-belleza de las mejores obras clásicas
poseen, según hemos visto, cierta universalidad
algebraica de significado. Las obras naturalistas
contienen las verdades-bellezas, más detalladas, de
la observación particular. Esas verdades-bellezas
del arte son verdaderamente científicas. Todo lo que
han hecho, por ejemplo, los psicólogos modernos, ha
sido sistematizar y despojar de toda belleza los
vastos tesoros de conocimientos acerca del alma
humana contenidosen las novelas, el teatro, la
poesía y los ensayos. Escritores como Blake y
Shakespeare, Stendhal y Dostoievsky, tienen aún
mucho que enseñar al profesional moderno de la
ciencia. Puede recolectarse una rica cosecha
científica hasta en las obras de escritores
secundarios. Dado por el temperamento al estudio de
la historia natural, la ambición de añadir mi
aportación personal a la suma de verdades-bellezas
particularizadas sobre el hombre y sus relaciones
con el mundo entorno. (De paso anotemos que este
mundo de las relaciones, esta región fronteriza
entre “lo subjetivo” y “lo objetivo”, constituye un
terreno para cuya exploración posee la literatura
aptitudes especiales y tal vez únicas.) No quiero
ser un eliminador y generalizador clásico, ni
siquiera neoclásico.
(…)
Traducción de: Marina Ruiz Lagos
[París, 1925]
Didi querida:
Gracias por la foto que me envió Simona esta mañana,
con ella alegra un poco mi habitación del hotel.
Espero poder retribuirle más adelante con el mismo
regalo. Experimento cierto deseo de casarme y traer
niños tan encantadores como el tuyo. Pero hay que
ser dos, y hasta ahora sólo he conocido una sola
mujer que me gustó.
Estoy muy contento con mi fábrica y ella también
conmigo. Si vendo algunos camiones iré este verano
en automóvil a Agay para pasar unos días. Comenzaré
con un Citroën, pero emplearé el primer dinero que
gane en cambiarlo por un vehículo más veloz; quizá
eso me consuele en mi nostalgia del avión.
Nuevamente renace mi esperanza de poseer un
departamentito. En ese caso no se te perdonará que
no vengas a pasar algunos días a París con tu marido
y tu hijo […]
Tienes que perdonarme el no escribir más a menudo,
pero realmente te siento tan lejana. No conozco ni
tu casa, ni tu vida, ni tu hijo (apenas). Te he
visto ocho días en dos años.
[…]
Evidentemente, la intimidad no es la misma. Pero, de
cualquier modo te amo con todo mi corazón.
Tu hermano
Port-Etienne (1927)
Mamita:
Le escribo desde Port-Etienne donde estoy haciendo
escala. Es pleno desierto. Hay sólo tres casas.
Dentro de un cuarto de hora volvemos a partir.
La semana pasada he cazado leones. No maté ninguno,
pero tiré y herí a uno. En remplazo hemos hecho una
gran matanza de otras fieras –jabalíes, chacales,
etc… Cuatro días de automóvil en los confines del
Sahara, en la Mauritania. Navegábamos a través de la
selva como tanques.
Un jefe moro me invitó a Boutimilit, lo que puede
ser importante para la línea. Quizá me lleve a
territorio disidente. ¡Qué maravillosa expedición!
[…]
Yo estoy bien. ¿Cómo anda Monot? Me esperaba la
carta del tío Huberto (1), le enviaré estampillas.
Hace un calor espantoso en este dulce Sahara, en
cambio por la noche todo suda agua.
Es una región extraña, pero cautivante…
La abrazo tanto como la quiero, mamita
Antoine
[Orconte, 1940]
Mamá querida:
Le escribo sobre las rodillas a la espera de un
anunciado bombardeo que no llega. Pienso en usted
[…] Sin duda es por usted por quien tiemblo.
No recibo ni una sola carta. ¿Dónde van a parar,
pues? Eso me causa pena. La perpetua amenaza
italiana me preocupa porque la pone en peligro a
usted. Tengo una infinita necesidad de su cariño,
mamita. ¿Por qué tiene que verse amenazado todo lo
que amo sobre la tierra? Más que la guerra me
espanta el mundo de mañana. Los muebles destruidos,
las familias dispersas… La muerte, todo eso me da lo
mismo; pero no me gustaría que se atentara contra la
comunidad espiritual. Los querría a todos reunidos
alrededor de una mesa blanca.
No le cuento gran cosa de mi vida, pues no tengo
mucho que decir: misiones peligrosas, comida y
sueño. Me encuentro terriblemente “insatisfecho”. El
corazón requiere otros ejercicios. Las
preocupaciones de mi época no me dan ninguna
alegría. El peligro aceptado y sufrido no me basta
para apaciguar una especie de gravedad de la
conciencia. La única fuente de alivio la encuentro
en algunos recuerdos de infancia: el olor de velas
de las noches buenas. Hoy es el alma la que está
completamente desierta. Se muere uno de sed.
Podría escribir, tengo tiempo, pero todavía no sé
escribir. Aún no he madurado en mí libro, un libro
que “diera de beber”. Adiós, Mamita, la estrecho en
mis brazos con todas mis fuerzas.
Vuestro
Antoine
Sí.
¿Ese es su objetivo?
No. Si yo pinto así es porque quiero ser una
máquina, y sentir que todo lo que hago y hago como
una máquina es lo que quiero hacer.
(…)
Esta superioridad de la imagen sobre la forma está,
desde hace mucho, suficientemente demostrada. En los
comienzos del Constructivismo se hizo dogma del
concepto de que entre más sencillas y homogéneas
fuesen las formas de las letras más fácil sería su
lectura. Esta idea es falsa porque al leer no leemos
letras sino las palabras. Leemos cada palabra como
conjunto, como IMAGEN DE LA PALABRA. La oftalmología
nos ha enseñado que mientras más difieren unas
letras de otras, más cómoda y expedita es la
lectura.
Al abandonar la representación, Negret se dedica a
crear “arquitecturas submarinas”, “señales para
acuarios”, “señales de tráfico”, “aparato mágico”,
“brújulas”, “edificios”, “escaleras”, “cohetes”,
“torres”, “pilotes”, “navegantes”, “puentes”…
MÁQUINAS. En esta escultura sus títulos no obran
como tales sino como nombres y evidencias sus
motivaciones. Todas estas obras podemos agruparlas
con el nombre genérico de máquinas (1).
Negret crea máquinas. Y las crea con la misma
materia de las máquinas: metal, tuercas, tornillos…
y las pinta con colores brillantes como se pinta un
braco, un automóvil, un helicóptero, una máquina:
rojo, negro, blanco, azul, amarillo. No las pinta,
como piensan algunos críticos, para ocultar el
material. Si quisiera ocultarlo suprimiría las
tuercas y los tornillos que lo delatan
constantemente.
La pintura es parte integrante de la función y
estética de la máquina: protege el metal y lo
embellece, y le confiere una temperatura precisa a
cada escultura (2). Esta consubstancialidad que se
da entre la escultura de Negret y la máquina no se
había dado antes sino en el teatro donde el actor
está hecho de la misma materia que el personaje.
Esto arrastra un riesgo inminente de naturalismo que
Negret ha sabido salvar sabiamente: sus motivaciones
son esenciales. El tiempo y el espacio de su estatua
son y están presentes. Son máquinas pero no se con-
funden, no se funden-con la realidad: se mantienen
en la virtualidad, el estadio del arte.
La escultura del pasado hizo del cuerpo humano su
objeto primordial y su prolongación contemporánea se
da en la prolongación del cuerpo: la máquina. (La
era cibernética producirá, sin duda, una obra que
será prolongación del cerebro). Cierto
comportamiento orgánico de algunas esculturas ha
hecho decir que la obra de Negret representa
manifiestamente la naturaleza. Más, ahí donde ellos
ven gusanos yo sigo viendo máquinas. Como
prolongación del cuerpo humano y de sus deseos, la
máquina siempre ha tenido comportamientos orgánicos.
(3). De ahí que sean comunes, por ejemplo, las
relaciones que hace la gente entre el avión y el
pájaro. Es que el deseo de volar encuentra una
objetivación y una posibilidad en el pájaro. Por
esto mismo los indígenas norteamericanos llamaban al
tren “el caballo de hierro que fuma”.
Si la diferenciación que alcanza la escultura de
Negret le otorga una extrañeza, una distinción entre
los demás objetos (escultóricos o no) subrayando que
se ha agregado a lo dado social una cosa que antes
no estaba allí, su organicidad le confiere una
escondida naturalidad que facilita su coexistencia
con lo real preexistente. Es que el artista
verdadero no copia la naturaleza, obra como la
naturaleza: “El arte nace en el hombre como el fruto
en el árbol” (4). Así en Negret.
Su distinción, su naturalidad, su nitidez de imagen,
dan a estas esculturas una poderosa imposición
visual, una rotunda capacidad de presencia. Tal como
la bicicleta y el tren, hacen parte ya de las
“nuevas naturalidades” y, como estos, conservan la
poética de su imagen y sustentan nuestro antiguo
asombro. Podría decirse que han devenido en
“figurativas”. Lo figurativamente artístico en la
obra de arte no radica en el mayor parecido
alcanzado en la representación de lo real, sino en
la potencia de la vivencia de la imagen en el plano
o en el espacio. Un vaso, una silla, un carro, son
ya hoy, y definitivamente, figurativos. Tinguely,
desde otra orilla, señalando con sus esculturas lo
absurdo del productivismo y del utilitarismo de la
máquina en la vida moderna, y Negret, desde acá,
presentando la estética de la máquina como la “nueva
naturalidad” del mundo contemporáneo, son las obras
más importantes del arte que expresan esta segunda
era de la máquina. Sus obras no refieren un tiempo
histórico ni ficcionado, no hacen crónica ni cuentan
una anécdota ni ilustran una circunstancia, pero
participan y señalan una época que ha producido una
inconfundible estética propia: la era de la máquina.
Si una época no logra crear un tipo de imaginación
propia, será incomprensible (5)
Negret realiza sus máquinas con la técnica que
instrumentaron para sus obras Picasso, Gargallo,
González y los constructivistas. Antes sólo se
utilizaban el modelado y la talla, y la escultura
era de una sola pieza, no tenía uniones. Negret no
sólo hereda la técnica de los constructivistas,
hereda también su optimismo. El Constructivismo nace
de una concepción y de una visión optimistas: la
construcción del nuevo arte, del hombre nuevo, de la
nueva sociedad (6). No pretende pues testimoniar,
decide transformar. La construcción conlleva
necesariamente optimismo, y el optimismo es, a su
vez, obligatoriamente alegre. La escultura de Negret
posee el optimismo y la alegría del Constructivismo,
pero éste es un optimismo severo y ésta es una
alegría exenta de toda coquetería.
Negret, hoy, es un artista que a pesar de haber
conocido la consagración (esa mortaja en vida para
muchos), mantiene su vigor creativo y toda la
energía y juventud de su imaginación. Aunque su obra
testimonia una gran cultura y un conocimiento de las
expresiones dinámicas del espacio, no las convierte
en recetas.
Valéry ha dicho de Leonardo da Vinci que un abismo
le hacía pensar en un puente. Negret, en cambio, ve
un puente y crea una escultura, restituyendo el
abismo.