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MARCO TEORICO
Se retoman aquí las propuesta teórico-metodológicas de Latour (1988), Fassin (2004), y Machado
(2015). En La Pasteurización de Francia (1988), la propuesta de Latour sería persuadirnos de que “ciencia”
y “sociedad” sólo se vuelven menos opacas y más fáciles de explicar si atendemos a las múltiples fuerzas
que compiten por delimitar estas posiciones y por lograr la mayor cantidad posible de “aliados” en el
proceso. La metodología empleada por consiste en identificar a la interdefinición de los actores
involucrados y las cadenas de “traducciones” implicadas; advierte que no se debe asumir a priori cuáles son
esos actores si no dejar que éstos mismos definan sus relaciones, mientras que el concepto de traducción
remite a la manera en que cada actor obtiene aliados en su causa gracias al recurso/movimiento de hacer
inteligibles a otros actores para sus aliados. Tres tipos de reduccionismo deberían ser evitados: la
sociologización (explicar en términos de “condiciones sociales”), la vulgarización (explicar las ventajas de,
en este caso, el éxito de Pasteur eludiendo el contenido técnico del trabajo del mismo) o el cientificismo
(explicarlo en términos de categorías nativas de los científicos, tales como prueba, eficacia, demostración,
realidad o revolución).
Fassin (2004) propone, además, poner atención a la tensión que existe en la realidad objetivada, en
este caso, por la comunidad científica que participa y su traducción subjetiva en representaciones y acciones
especificas. Existen, dice Fassin, múltiples maneras de identificar y cualificar un problema, de ahi la
necesidad de ponderar la traducción de inscripciones del registro científico-técnico al de divulgacion y al
político-institucional.
El universo de análisis está conformado por los actores ligados a la producción de contenidos en
neurociencias para medios de comunicación masiva. Las unidades de análisis estarán constituidas por los
científicos y funcionarios de los organismos, la producción bibliográfica disciplinar, documentos - folletos
y sus intertextos.
El registro periodístico utilizado como material empírico para elaborar a partir del mismo las
reflexiones desarrolladas en ésta ponencia consiste en 23 artículos de los periódicos digitales La Nación,
Clarín, Infofae y Página/12 (seis artículos provenientes de los cuatro primeros medios y cinco del último),
todos ellos con las neurociencias como referente. Se seleccionaron específicamente estas instituciones de
la prensa digital porque son los mayor lectura en el caso de los tres primeros, y en el caso del último
mencionado, porque es el mas masivo de aquellos vinculados a un paradigma crítico respecto de los medios
tradicionales. Se han seleccionado artículos recientes a partir de los cuales podamos inferir relaciones entre
neurociencia y difusión del conocimiento, el rol de las nuevas tecnologías de diagnóstico cerebral,
controversias científicas y políticas públicas. Al buscar “neurociencia/s” en cualquiera de estos medios
digitales, la lista de entradas disponible es enorme, lo que ciertamente constituyó una dificultad a la hora
de realizar una selección lo más acotada posible a los fines de esta breve exposición. Se privilegiaron
artículos de fecha más reciente y de preferencia escritos por neurocientíficxs, especialistas en divulgación
en neurociencias o entrevistas a personalidades reconocidas del área. Pese a todo, reconocemos que el
recorte es demasiado acotado y vulnerable a sesgos en los criterios de selección. Pero esperamos se tenga
en consideración la naturaleza preliminar e introductoria del trabajo.
LAS NEUROCIENCIAS
Las definiciones clásicas acerca de qué es la neurociencia, tales como la del diccionario Merriam
Webster, que la describe como “la ciencia que lidia con la anatomía, fisiología, bioquímica o biología
molecular del tejido nervioso, fundamentalmente en relación con el comportamiento y el aprendizaje”, o la
del Lexicon of Psychiatry, Neurology, and the Neurosciences, en tanto “ciencia multidisciplinaria que
incluye a la biología molecular, la biología cerebral, la neuroquímica, la neurofarmacología y la
psicofarmacología clínica, entre otras disciplinas” (Ayd, F., 2000), no nos explican cómo ha llegado a
constituirse este campo que al día de hoy ofrece masivamente explicaciones sobre las bases del
comportamiento humano en tanto que tal. Si bien el estudio científico del sistema nervioso nos lleva a fines
del siglo XIX y principios del veinte y eso sería ya un tema para otra exposición más extensa, el nacimiento
de las neurociencias está ligado, como el de muchos otros campos de conocimiento, a una sociedad
científica, la Society for Neuroscience en EE.UU. Ésta se forma en 1969 luego de que desde la década del
30, un grupo de neurofisiólogos, los “axonólogos”, comenzaran a agrupar sus investigaciones sobre el
sistema nervioso gracias a los entonces novedosos avances técnicos en electrofisiología por medio de
amplificadores de tubos de vacío, tubos de rayos catódicos y el descubrimiento de la actividad de las células
nerviosas por medio del electroencefalograma. La investigación resultante en bioquímica del sistema
nervioso llevó a la aparición de revistas especializadas en electroencefalografía y neurofisiología, a la vez
que aumentaba el financiamiento estatal ligado a la investigación sobre desórdenes neurológicos y
comunicativos. Bajo el paraguas primero de la Sociedad Americana de Psicología, grupos de
neurofisiólogos organizaron un programa de investigación en neurociencia en el MIT y hacia 1966 surgían
los primeros programas de estudio en neurociencias. Ya en 1955 se había formado en París la International
Brain Research Organization, dividida en áreas de experticia: neuroanatomía, neuroquímica,
neuroendicrinología, neurofarmacología, neurofisiología, neuropatología, ciencias de la conducta,
neurocomunicaciones y biofísica. El proceso es descrito por quien fuera presidente de la SFN, Robert Doty
en un capítulo de la historia de la APS (Sociedad Americana de Psicología) (Doty, R. 1987).
Pero cómo se llega desde la consolidación de un campo de estudio que vinculaba diversas
disciplinas orientadas a la comprensión de la estructura y funcionamiento del sistema nervioso a lo que los
autorxs del Handbook of Critical Neuroscience llaman “la primacía del cerebro en la comprensión del
comportamiento” (Choudhury, S. y Slaby, J., 2011), sin negar que se trate de una pregunta valiosa en sí
misma, el cómo ha llegado a popularizarse un neuro-reduccionismo a la hora de explicar la conducta
humana, que por otro lado es tema de las disciplinas humanísticas y sociales desde que las mismas existen,
es algo que también excede ampliamente las posibilidades de esta ponencia.
Esperamos de todos modos que un examen de la bibliografía que nos proponemos analizar nos
permita hacer preguntas más precisas que nos pongan en mejores condiciones de enfrentar este tipo de
preguntas y formular otras mejores.
El actante clave en cada uno de estos artículos, aquel respecto del cual los demás necesitan
establecer alianzas porque se revela como un personaje estratégico y de primer orden a la hora de dar cuenta
del comportamiento humano es el cerebro, lo cual no es tal vez un misterio. Ahora bien, podría decírseme
que el cerebro no es un actor, que quienes actúan son quienes toman decisiones (que obviamente tienen
cerebros), que para esto no alcanza con conocer tal o cual cerebro, o que las disciplinas sociales han hecho
investigación desde sus inicios y han ofrecido explicaciones y marcos teóricos a propósito de la acción
humana sin recurrir a los cerebros como si estos fueran entidades con voluntad propia. Pero en el sentido
en que Latour (1988) entiende al actante, es decir, de una entidad (sin preguntarse a priori su grado de
“realidad) cuya “fuerza” depende de con cuantas entidades logra asociarse, a cuáles logra interpretar y
traducir para otras entidades, al costo de que toda traducción es a la vez traición, los cerebros y no las
personas son el aliado que las neurociencias buscan alistar a su favor y mediante los métodos que sean
necesarios para tal fin:
“Todas las decisiones que se toman en la vida están reguladas por el cerebro. Y las decisiones
políticas no son la excepción. El prestigioso neurólogo y neurocientífico argentino Facundo Manes,
creador del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO) y del Instituto de Neurociencias de la Universidad
Favaloro, interviene con "Cerebros en red", en busca de explicar cómo funcionan las emociones dentro del
campo político.” (c)
Existe mucha evidencia científica que prueba que en las primeras semanas de embarazo hay
cambios drásticos en la estructura cerebral que persisten por el resto de la vida. La correlación entre
ciertas áreas del cerebro adulto y la actividad hormonal en el útero sugiere que algunas de las conductas
no son producidas por la cultura o el ambiente sino que están desde el nacimiento.
"Existen algunas diferencias entre ambos cerebros que indicarían que el sexo influye en ciertas
conductas. Una de estas diferencias podría ser la marcada asimetría que existe en ambos hemisferios
masculinos y no así en los cerebros femeninos", dijo Manes. (e)
A quienes esperan ansiosos la edad para jubilarse, la ciencia les trajo una mala noticia: para
mantener el cerebro vital hay que llevar una vida siempre activa. Por esto, los expertos proponen dejar de
llamar "clase pasiva" a la tercera edad. (f)
"Involucrar las emociones en el aprendizaje se vuelve fundamental para motivar, para captar la
atención del cerebro y así potenciar y mejorar habilidades y talentos, o detectar déficits en los niños en los
primeros años de la escuela", destacó Manes. No es la primera vez que desde esta disciplina científica se
plantea la posibilidad de contribuir a desentrañar la relación del cerebro con nuestros comportamientos:
se han realizado aportes considerables para el reconocimiento de los distintos componentes de la empatía,
de las áreas críticas del lenguaje, de los mecanismos cerebrales de la emoción y de los circuitos neurales
involucrados en ver e interpretar el mundo que nos rodea. (g)
"Era un empleado de una dependencia gubernamental que se desempeñó toda la vida como
profesional hasta que, a los 60 años, después de haber concurrido a una clínica por un dolor en una pierna,
le hicieron una resonancia y encontraron que su cerebro tenía el tamaño de un puño -explica García-. Le
faltaba el 75% del cerebro, y sin embargo hacía una vida normal, tenía hijos, trabajo... La diferencia es
que ese hombre tenía muy conservada toda la corteza cerebral. Nunca se conoció un caso de afectación
total masiva del lóbulo frontal con preservación de las otras estructuras". (k)
Desde hace algunas décadas en el mundo, los alcances que el estudio del cerebro ha ofrecido para
el tratamiento de enfermedades neurológicas y psiquiátricas y también para el conocimiento general del
ser humano son enormes. Hoy sabemos cómo manejar ciertas enfermedades que se consideraban
inabordables, explicar las bases cerebrales de condiciones neurológicas y neuropsiquiátricas y rehabilitar
personas con lesiones cerebrales proponiéndoles una mejor calidad de vida; así también las neurociencias
cognitivas han realizado aportes considerables para el reconocimiento de las intenciones de los demás y
de los distintos componentes de la empatía, de las áreas críticas del lenguaje, de los mecanismos cerebrales
de la emoción y de los circuitos neurales involucrados en ver e interpretar el mundo que nos rodea. Estos
alcances no han quedado relegados a los consultorios médicos, sino que se han expandido a diversas ramas
de la ciencia y la sociedad: se habla de neuroprotección, del cerebro empático, de neuroeducación y hasta
de cómo los procesos cerebrales pueden impactar en cuestiones vinculadas al derecho. Porque conocer
cómo funciona nuestro cerebro es clave no sólo para los científicos, sino también para toda la comunidad.
(l)
Un cerebro pesa un kilo y medio. A pesar de los avances de la ciencia, su funcionamiento completo
todavía es un gran misterio. Es frágil, pero poderoso porque es el que hace que cada persona sea quien es.
Se encarga de todo. Como el manager del cuerpo y las emociones, produce la capacidad de caminar,
pensar, amar, odiar, hacer la digestión, controlar el ritmo del corazón, ser feliz, estar triste. Todo tiene que
ver con él. El especialista en neurología y profesor de la universidad Pompeu Fabra, de Barcelona,
contesta, a lo largo de su libro de divulgación los asuntos que, considera, más inquietan al público común.
Sin tecnicismos, explica las elecciones sexuales, la memoria, la conciencia, las raíces de la conducta y el
envejecimiento, entre otros asuntos que puede leer y entender cualquiera que tenga interés. (m)
¿Cuáles son esos aportes? “Algunos avances relacionados con la memoria, la atención, la
concentración, el manejo de las emociones, las cuestiones fisiológicas, el estrés, el ritmo circadiano,
cuestiones que tienen que ver con la lectoescritura”, enumeró Golombek. Sobre las críticas que se formulan
desde otras corrientes opinó que “toda mirada sesgada no es buena”. Y recomendó no exagerar: “No se
está frente a cerebros, sino frente a alumnos. Si hay una mirada excesivamente biologicista, se dejan afuera
un montón de cosas; si prevalece una mirada más conservadora, se olvida de que se está frente a cuerpos,
que responden a estímulos. Hay que llegar a un punto de intercambio”. Desde ese punto, añadió, el aporte
puede ser positivo teniendo en cuenta que cada niño y niña está inmerso en una historia, un contexto,
indisoluble de su condición frente al aprendizaje. (n)
Así, el cerebro estaría preparado para preocuparse por el bienestar de los demás, reaccionar ante
quienes intentan dañarnos a nosotros o a otros y crear reglas morales que nos ayuden a vivir en armonía
dentro de un grupo. (r)
Si, como decimos, es el cerebro humano el que dicta toda actividad mental, resulta provechoso –e
indispensable- el trabajo interdisciplinario entre las ciencias y el derecho. (w)
En cada uno de estos fragmentos podemos ver que quienes hacen neurociencias han identificado al
conocimiento del cerebro como la instancia válida o privilegiada para realizar inferencias acerca de la mente
(procesos) humana, pero lo que aquí quiero resaltar es el hecho de que se le asigna una agencialidad al
cerebro que es en buen grado autónoma y determinante respecto de la del sujeto, un órgano que desde dentro
dirige el comportamiento y exige a la vez de métodos y técnicas apropiadas para desentrañar su
funcionamiento; no se identifica al cerebro con el sujeto, se lo coloca como un actor que antecede y tensiona
la agencia del sujeto.
Incluso en los escasos ejemplos en que se relaja el determinismo cerebral, como en el fragmento de
Golombek (n), se lee que el cerebro es una instancia de agencia autónoma. Hay una separación entre la
agencia del sujeto (cultural social) y la agencia del cerebro en términos de los métodos que deben ser puestos
en juego para dar cuenta de cada una; nadie discute que los medios de las disciplinas humanísticas y sociales
puedan resultar apropiadas para abordar la agencia del sujeto, pero la agencia del cerebro es en principio
un problema a explicarse en el lenguaje y mediante los instrumentos de las ciencias naturales. Se produce
así una escisión y a la vez una superposición entre cerebro (órgano) y mente (procesos) que nunca llega a
explicitarse con precisión, ni siquiera en jornadas de neurociencia, donde los términos se intercambian sin
explicar las posibles diferencias entre uno y otro, y el rol de lo “social” es relegado a contexto, pero se
desvincula del objeto de la neurociencia, la “naturaleza”. Esto permite un cómodo doble esencialismo
natural (cerebro) y social (mente) que en buena medida actúa como acuerdo tácito en la interdisciplinariedad
que suele ser aludida como fundamento de las neurociencias.
Si el cerebro es el actante eje, no es menos importante identificar a los que con él buscan alianzas:
lxs neurocientíficxs que ofician de autorxs o que son consultadxs o entrevistadxs no son los únicos a tener
en cuenta ni trabajan solos: se han nombrado el Instituto de Neurología Cognitiva (INECO) y del Instituto
de Neurociencias de la Universidad Favaloro, instituciones de las cuales Facundo Manes, neurocientífico
que escribió buena parte de estos artículos y cuya palabra tiene gran difusión en medios de comunicación
es presidente y rector, respectivamente(c), en la entrevista a Estanislao Bachrach se menciona la
Universidad de Harvard (a), y en otros de estos ejemplos se mencionan la Universidad de Emory en EE.UU.
(c), el Centro de Envejecimiento de Columbia y el Instituto de Políticas Públicas de la Universidad Diego
Portales de Chile (f), la Universidad de Padua (f), el Centro Sloan sobre el Envejecimiento y Trabajo en el
Boston College (f), el CONICET (g), la Red de Escuelas de Aprendizaje, que depende del Ministerio de
Educación de la provincia de Buenos Aires (g), el Instituto de Neurociencias y Educación (Ineco) (g), el
Instituto de Neurociencias y Políticas Públicas (INPP) (h), el grupo europeo Behavioural Insights (h), el
programa Mindfulness de la Fundación Ineco (i), la Secretaría de Innovación y Calidad Educativa del
Ministerio de Educación de la Nación (j), el Instituto de Neurociencia Cognitiva y Traslacional (Incyt) (k),
el Centro de Neurología Cognitiva y Alzheimer de la Universidad Northwestern (k), el Centro Cultural de
la Ciencia (C3) del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación productiva (l), Departamento de
Lenguaje de Ineco y la Universidad de San Andrés (n), el Laboratorio de Neurociencias y Educación del
Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires (n), el Instituto de Investigaciones filosóficas-
Sociedad Argentina de Análisis Filosófico (o), el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (IIGGE)
de la UBA (o), el Instituto Nacional de la Salud de EE.UU. (o), la Universidad de Cambridge (q), el
Departamento de Neurología Cognitiva y Neurociencias Cognitivas Humanas en la Fundación Fleni (q), el
MINCyT (q), la Universidad de Duke (v), la Universidad de Pittsburgh (v) y la Universidad de Columbia
(v).
En esta lista extensa no sólo se dan cita universidades públicas y privadas e institutos de
investigación diversos, si no también ministerios y secretarias estatales, y aunque no están mencionados,
los medios de comunicación que brindan los espacios de divulgación y las editoriales que publican textos
que van de la producción científica a la ficción y la autoayuda. En efecto, no deja de resultar significativo
que en el Panel "Incidencia de las neurociencias en los debates de la sociedad: las políticas públicas ante
los nuevos dilemas morales" que se llevó a cabo en la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA el 31-
10-18, los expositores fueran el ya mencionado Facundo Manes (INECO), la filósofa Diana Perez (UBA-
IIFF/SADAF/CONICET) y Jorge Fontevecchia, de Editorial Perfil.
Pero junto al cerebro y las instituciones mencionadas nos estaría faltando otro conjunto de actantes
sin los cuales nada de esto sería posible, y es que la actual hegemonía de las neurociencias se debe - y esto
ya lo he mencionado en la historización del origen de la SFN, pero es reiterado de modo regular y sostenido
en casi todos los artículos citados – al rol de las tecnologías cada vez mas novedosas ligadas al diagnóstico
cerebral y las neuroimágenes. Hasta el advenimiento y progresivo auge de las mismas, los investigadores
de la SFN trabajaban bajo el amparo de la Sociedad Americana de Psicología y se hablaba de mente y se
ponían a punto métodos y teorías para dar cuenta de las características de la misma, no sólo en psicología
si no también en linguística (podemos ver ejemplos en los esquemas conceptuales de Saussure y Chomsky)
y antropología (Levi-Strauss y Bateson por citar conocidos), mientras que en filosofía el terreno estaba
dispuesto desde mucho antes. Desde que estas tecnologías arriban y son apropiadas por las neurociencias,
la mente y la conciencia, procesos en los que se implican dimensiones de análisis a la vez biológicas,
psicológicas, sociales y culturales, son desplazadas en tanto problema por un objeto de investigación mas
"duro", el cerebro. La tecnología asegura la medición y el control preciso de las propiedades del cerebro a
un nivel antes imposible, un cerebro previsible y controlable:
El altruismo refiere a las conductas humanas que promueven el bienestar de los demás, sin esperar una
recompensa personal. Los investigadores comenzaron a indagar las fases neurales del altruismo humano
a través del uso de tecnologías como la resonancia magnética funcional, que permite ver la activación de
las redes cerebrales involucradas en un comportamiento dado.
“Los seres humanos tenemos intereses inmediatos como comer o beber, pero también tenemos intereses
mediatos como la cooperación o el sentido de justicia".
Para estudiar la cooperación, por ejemplo, se utilizaron estas herramientas tecnológicas. Expertos,
analizaron la conducta altruista en ciertas personas y, a su vez, analizaron a otras personas con actitudes
contrarias.
Las conclusiones fueron muy gratificantes. "Las personas que ofrecían plata a fundaciones dedicadas al
bien común activaban las zonas de recompensa humana. Estas redes contienen un mensajero químico
llamado dopamina, vinculado al placer". (b)
En una investigación que se realizó durante la campaña presidencial de Estados Unidos en 2004,
examinaron mediante un resonador funcional a fanáticos republicanos y a fanáticos demócratas mientras
veían discursos de George W. Bush (republicano) y John Kerry (demócrata). En estos discursos, ambos
candidatos se contradecían con sus propios dichos previos.
Los republicanos fueron tan críticos de Kerry como los demócratas de Bush, y ambos grupos fueron
benévolos con su propio candidato. Los resultados revelaron que las áreas racionales del cerebro se
mantuvieron sin demasiada actividad, mientras que las áreas realmente activas fueron las relacionadas
con el procesamiento emocional. (c)
Las neurociencias demuestran que aspectos de la conducta moral se relacionan con determinados
neurotransmisores.
Nuestras motivaciones por “hacer el bien” tienen que ver con el imprescindible apego a las
normas de sociabilidad y, a su vez, porque queremos sentir emociones positivas, como orgullo y alegría, y
evitar emociones negativas como vergüenza y culpa.
Y tal vez el artículo de los seleccionados que de modo más paradigmático reune los planteos
explicitados es el (v):
Las neurociencias cognitivas son un conjunto de disciplinas que estudian los procesos cerebrales
de manera integrada e interdisciplinaria. Se proponen comprender cómo logran entre ochenta y cien mil
millones de células nerviosas organizarse en circuitos eficaces y funcionales y dar lugar, por ejemplo, a
nuestra conducta. Se trata, indiscutiblemente, de un enorme desafío. Conocer el lugar donde reside el alma,
las ideas, los sentimientos y las decisiones ha sido uno de los enigmas que la humanidad ha perseguido
desde siempre a través de disciplinas como la filosofía y la religión. En paralelo, sobre todo desde la
modernidad y el culto a la razón, proliferaron relatos literarios, películas y series de televisión acerca del
impacto positivo o negativo del desarrollo tecnológico en personas y sociedades. En las últimas décadas,
la ampliación y profesionalización del campo de investigación científica, sus consecuentes descubrimientos
y el avance de la tecnología potenciaron este recorrido neurocientífico.
El matrimonio entre la biología y la tecnología es posible debido a que los cerebros y las
computadoras se comunican en dialectos de la misma lengua (los dos trasmiten información usando
electricidad). La información que proviene tanto de los oídos, de la visión o de la piel es convertida en
señales electroquímicas. Cualquier información que tenga una estructura que mapee el mundo externo, el
cerebro intentará decodificarla.
Uno de los desarrollos innovadores son los implantes neurales, dispositivos tecnológicos que se
conectan directamente en la superficie del cerebro y actúan como prótesis biomédicas. Esta nueva
tecnología permite que personas con distintos grados de inmovilidad puedan accionar brazos robóticos
únicamente con la fuerza de sus pensamientos.Una paciente que forma parte de este experimento padece
un trastorno genético denominado degeneración espinocerebelosa y se encuentra tetrapléjica (sin
movilidad en sus extremidades). A ella se le implantaron quirúrgicamente dos cuadrículas de electrodos en
la corteza motora, zona responsable del control voluntario de los movimientos. Estos electrodos, mediante
una interfaz cerebro–máquina, se conectaron a una computadora. Con complejos algoritmos informáticos
se decodificaron e identificaron los patrones cerebrales asociados con un movimiento del brazo y de la
mano. Cuando la voluntaria pensó en mover el brazo, los electrodos detectaron las oscilaciones cerebrales
y se ocuparon de interpretarlas y traducirlas en comandos de movimiento que son ejecutados por un brazo
robótico. Así, a través de este mecanismo altamente sofisticado, esta mujer paralizada pudo mover el brazo
utilizando sólo sus pensamientos e incluso articular los dedos individualmente como para estrechar la
mano con alguien.
Por su parte, la optogenética consiste en dotar a las neuronas con moléculas que responden a la luz. Estas
moléculas actúan como paneles solares en miniatura que permiten convertir la luz en señales eléctricas.
Se puede activar o silenciar las neuronas deseadas simplemente con la luz de una longitud de onda
adecuada. Con esta técnica se puede determinar el rol preciso de las neuronas en el funcionamiento normal
del cerebro y traer avances en el estudio de la ceguera, la sordera, el Parkinson, la epilepsia y otras
enfermedades. La ventaja es que puede aplicarse sobre un grupo de células específicas. Son múltiples las
posibilidades de tratamiento y de conocimiento que abre este tipo de tecnología en el futuro.
No todo es de todos modos tan optimista, pues si bien no abundan las advertencias en los medios y
menos cuando la voz es de neurocientíficxs (en los artículos sobre polémicas respecto de la aplicación de
neurociencias a la educación se enuncian reservas y oposición de trabajadorxs de la educación que
sospechan de una biologización del fracaso escolar individual), hay al menos dos de estos artículos en los
que hay advertencias claras acerca del rol problemático de las neurociencias en el diseño experimental y en
las conclusiones a las que se llega.
Uno de ellos es el artículo (a) de Estanislao Bachrach, neurocientífico y divulgador, que aclara:
La neurociencia se basa mucho en experimentos que se hacen con 20 o 30 personas y así se sacan
conclusiones mundiales sobre cómo somos los seres humanos. Se ha puesto muy de moda -en los Estados
Unidos hace 15 años, acá hace 3 o 4- y con las modas hay que tener cuidado porque se puede tender a
sobreeexagerar.
Todo lo que es nuevo tiene fragilidad y son disciplinas bastante modernas comparadas con la
microbiología, la genética y la química. Es la fragilidad del nacimiento de una nueva disciplina que al
principio hizo mucho ruido, pero me parece que no viene a competir ni a sacarle el lugar a nadie. Es como
un complemento de otras disciplinas.
Todas las modas generan industrias. Y aparecen chantas, gente que se aprovecha de las modas.
Está en la inteligencia de cada persona decidir quién le convence, quién no, de dónde viene cada
uno… Yo estoy tranquilo con mi trabajo, sé cómo lo hago y en los libros atrás están las referencias. Yo no
inventé nada. Son cosas que he leído de autores que sí hicieron ciencia e investigaron.
Y por último la entrevista a Lucía Ciccia (o), licenciada en Biotecnología y doctoranda en Estudios
de Género:
Después de analizar cientos de experimentos publicados, sobre los que se basan esas afirmaciones,
llegó a la conclusión de que se tratan de estudios de baja “fiabilidad estadística”, porque utilizan apenas
un puñado de participantes, entre 12 y 20, y generalmente los experimentos no suelen replicarse. “No se
puede generalizar de esa manera a partir de sólo uno o dos estudios con tan bajo número de muestra. No
hay un dimorfismo sexual cerebral. No hay consistencia en las características de un cerebro para decir que
pertenece a uno u otro sexo. Si hay diferencias, pueden ser consecuencia de nuestra práctica cultural, pero
no son innatas. Además, la variabilidad existente en los cerebros de un mismo sexo es tan grande que
invalida agruparlos de acuerdo a hombres y mujeres para hacer un experimento”.
Hay un problema: cuando hay un bajo número de muestras, si bien se puede replicar el estudio,
eso no significa aumentar el número, porque son dos experimentos distintos. Es incorrecto
estadísticamente. Aunque es lo que suele hacerse y no está bien. Uno tiene que reportar las veces que se
hizo el experimento y con qué número de participantes lo hizo. Pero como los números son bajos, lo que se
suele hacer es realizar dos veces, o más, el experimento para aumentar el número de la muestra, y
reportarlo como un único estudio. No es correcto. Pero por lo general, sólo se hacen una vez, no se replican.
Esto se debe a que la replicabilidad es algo que lleva tiempo, y que “no dará” un resultado novedoso
porque ya se hizo una vez, y sólo estaría chequeando un resultado. Para publicar, no se valora la
replicación de experimentos. Por eso los equipos de investigación no suelen realizarlos. Lo que se exige en
las revistas científicas es mostrar diferencias significativas en un estudio novedoso. Por eso la fiabilidad
estadística en general no es buena.
–Yo sí creo que las conductas normativas que reproducimos y producimos en tanto mujeres y
hombres, que son los únicos sexos inteligibles hoy según el discurso científico –aclaro que entiendo los
términos hombre y mujer en tanto categorías biológicas–, pueden repercutir en nuestra arquitectura
cerebral. Es decir, el aprendizaje de nuestras prácticas de género puede reflejarse en nuestros cerebros, y
podemos cometer el sesgo de pensar que existen diferencias entre “sexos”, cuando en realidad se trata de
diferencias de género, son aprendidas, son programaciones culturales. Por eso podemos hablar de
conductas que tienen capacidad de agenciamiento individual y de cambio. En definitiva, si nosotras
viéramos cerebros de mujeres y de varones y encontráramos diferencias en respuestas asociadas con tareas
multifunción, puede ser que tales diferencias fueran consecuencia de nuestra práctica cultural, y no causas
biológicas.
Mi hipótesis es igualmente verdadera que cualquier investigación que diga que es causa genética
hormonal. Porque no tenemos ningún cerebro que esté exento de cultura. Las mayores diferencias, las más
consistentes, son las asociadas a las áreas de reproducción, a la química y a la mecánica, hablamos de
erección, y de eyaculación y de ciclo de ovulación. Son las dos estructuras cerebrales que presentan las
diferencias más consistentes en humanos, pero incluso en ellas existen solapamientos.
–Que ni siquiera en esas áreas estamos exentos de la práctica cultural y social. Solamente podemos
tener una aproximación de la contribución que tiene la constitución genética hormonal en nuestro cableado
neuronal, siendo dicha contribución indisociable de nuestra práctica social y cultural. No podemos ver el
cerebro y decir “hasta acá es biológico” y “hasta acá es cultural.”
CONCLUSIÓN
En el Panel "Incidencia de las neurociencias en los debates de la sociedad: las políticas públicas
ante los nuevos dilemas morales", Facundo Manes, al igual que Diego Golombek en el artículo (p) define
a las neurociencias como el estudio científico del sistema nervioso. Esta definición usual entre
neurocientíficxs anticipa el tipo de actantes que son relevantes para que este campo opere: estudio remite a
instituciones, practicas concretas, financiamiento; científico a la legitimidad de una empresa que opera con
reglas establecidas y validadas por una comunidad experta, y sistema nervioso al objeto de estudio.
A partir del registro bibliográfico citado, surgen ciertas asociaciones y actantes de relevancia
fundamental para realizar los prolegómenos de una caracterización precisa: lxs neurocientíficxs y las
diversas instituciones y fundaciones dedicadas a la investigación en neurociencias han logrado merced a la
disponibilidad de tecnologías estratégicas hacerse con la legitimidad de la construcción de un conocimiento
objetivificable del cerebro humano, y es a partir de este cerebro, que es a la vez un “hecho de la naturaleza”
y un artefacto tanto en el sentido de un producto de la investigación sistemática al amparo de tecnologías
sofisticadas de diagnóstico cerebral como de modelización y fabricación de símiles artificiales, que se
obtiene la legitimidad para obtener financiamientos diversos de Estados y empresas, se interviene en
decisiones públicas en educación, economía, salud mental, entre otras, y en definitiva se traducen/traicionan
una serie de cualidades del sistema nervioso que pueden ser ligadas tanto a la evolución biológica filo y
ontogenética individual como a procesos socioculturales al lenguaje del esencialismo natural, como si este
“cerebro” fuese un “hecho” natural, un territorio antes que un mapa.
El artículo (k), leído con algo de atención, revela buena parte de este artificio: es acerca de una
niña que tiene ocho años, le falta parte del cerebro y su caso desafía a los médicos, y esto es dicho así
porque a Gabriela le "falta" una gran parte del cerebro que abarca los lóbulos frontales, precisamente las
estructuras que son claves para los mecanismos de control y la capacidad de abstracción. Pese a que, como
dice su madre, "debería ser un vegetal", Gabriela habla, camina, conoce los colores, es consciente del paso
del tiempo. Su caso desafía muchas de las nociones aceptadas por la neurociencia actual. En palabras de
neurocientíficxs “Cuando vi las resonancias, pensé que no caminaba, porque no tiene corteza motora, que
no hablaba, porque carece de las áreas de Broca, que no sentía, porque tampoco tiene las ínsulas
anteriores…" y Lo que hace a este cuadro tan fascinante para los científicos es que ofrece un modelo ideal
para evaluar hasta dónde llega la neuroadaptación del desarrollo.
El que el cerebro sea un hecho natural (aunque esto ciertamente ha requerido décadas de
investigación, la disponibilidad de recursos tecnológicos y abundante financiamiento) permite una gestión
de lo social donde ambos tipos de esencialismos, uno natural (uno que fundamenta un cerebro “duro” hasta
donde lo permiten las tecnologías y métodos de la neurociencia) y otro social (la conciencia, la mente, la
subjetividad, objetos difusos al alcance problemático y puede que desordenado de las humanidades y
ciencias sociales), son válidos; el cerebro permanece como algo independiente hasta cierto punto de la
persona, de la conciencia, de su historia, de su trayectoria.
Las disputas y polémicas acerca de la validez de estas nociones están abiertas, pero en la prensa
digital apenas si se observan, y no tiene sentido culpar a la mala ciencia o la mala divulgación; el cerebro
no es tan sólo un hecho científico y natural, desde el momento en que es relevante, además de para
neurocientíficxs, para organismos estatales y supraestatales, para medios editoriales y para diversas
empresas, es también un hecho político, económico y el fruto de una historia.
› Referencias bibliográficas
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