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Gerardo Molina y el significado de la Universidad Nacional de Colombia

Señora Rectora, Dolly Montoya Cataño


Señoras y señores miembros del Consejo Superior y del Consejo Académico
Profesoras, profesores y estudiantes
Invitadas e invitados.

Conocí el campus de la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá, de la mano de mi


padre, aquí presente. Durante el segundo semestre de 1961 y el primero de 1962 lo
acompañé a dictar clases en la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales. Durante
la década siguiente volví muchas veces, generalmente a su lado. De estos años, de los
comentarios sutiles y lúcidos de mi madre, y de las conversaciones en la casa donde vivía
parte de mi familia ampliada, guardo tres recuerdos especiales con respecto a esta
institución y a la comunidad académica que la conforma.

Según mi viejo, la Nacional era la universidad de nosotros, de todos nosotros, sin excepción.
Gracias a una beca, él, oriundo de Cartagena, había podido graduarse como abogado; pero
muchos más candidatos, que también tenían derecho a la educación, no habían podido
ingresar a sus aulas, ni a las de otra institución. Era imperativo ampliar el nosotros que la
constituía. En la plaza central, que después sería la Plaza Ché, me señalaron a lo lejos al
capellán de la Universidad, quien dialogaba animado con unos estudiantes. Después, un tío
materno, me contó que el padre Camilo Torres había librado una lucha incesante contra la
inequidad en la sociedad colombiana y en la Universidad Nacional, pero que debido a su
respaldo a la huelga estudiantil de 1962, el Cardenal Luís Concha Córdoba le había ordenado
renunciar a la capellanía y a la Facultad de Sociología. La muerte de Camilo en la guerrilla
causó una profunda tristeza en mi casa, como en muchos hogares colombianos, pues
representó el sinsentido de la violencia interna. Dice Juan Manuel Roca, en el poema “Una
generación”, que “de tanto agitar banderas se fueron volviendo harapos”, pues “nos tocó
aprender a nadar en un naufragio”. La tercera remembranza es mucho más infantil, nunca

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entendí por qué en la entrada de la universidad había un cóndor, símbolo de lo que éramos
como pueblo y cultura, triste, solo y encerrado en una jaula.

En 1982, veinte años después, como si evocara de manera primaveral la novela otoñal de
Dumas, fui contratado como docente ocasional de la especialización en Instituciones
Jurídico Políticas y Derecho Público, dirigida por Humberto Mora Osejo. Me había graduado
en jurisprudencia en el Colegio Mayor del Rosario, que casi un siglo atrás había sido
incorporado a la Universidad Nacional de Colombia, entre 1885 y 1889, en un intento de
Rafael Núñez por controlar a esta última, y había estudiado una maestría en filosofía jurídica
y moral, en la Universidad de Roma, la Sapienza, aunque mi intención inicial había sido la
de seguir los pasos de Gaitán en el derecho penal. Como director de la Oficina de Derechos
Humanos del CINEP me sentía muy orgulloso de ser colega del Maestro Umaña Luna y de
hacer parte de la institución que entre 1944 y 1948 había orientado Gerardo Molina, quien,
al saber de mi nombramiento, lo primero que me recomendó fue leer la tesis laureada de
Gabriela Peláez, la primera abogada de la Nacional. Ella se graduó al comienzo de su
rectoría, con un trabajo titulado “La condición social de la mujer en Colombia”. Para el
Maestro Molina, la tarea que los profesores jóvenes teníamos por delante exigía que
asumiéramos desde la universidad los retos que nos imponía la superación de las
desigualdades en el país.

En los textos de Gerardo Molina sobre la universidad empecé a darle forma académica,
ética y política a mis recuerdos de infancia y adolescencia. La mayoría de estos escritos
conservan una gran actualidad para la educación superior pública colombiana. En 1937,
Molina sostenía que era necesario rechazar el concepto tradicional de la Universidad
orientada simplemente a “satisfacer los anhelos egoístas de perfección intelectual” que
tenían algunas personas, “para las cuales la alta cultura es apenas un ornato, o la manera
de hacerse a grandes entradas o piedra inconmovible en que descansa el edificio de la
injusticia económica”1. Parecía anticipar la voracidad de algunos académicos para los cuales
la universidad es, principalmente, una fuente de enriquecimiento, o de otros, que de

1. Gerardo Molina, “La nueva Universidad (1937)”. En: Gerardo Molina y la Universidad Nacional de Colombia,
Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2001, pp. 91-95 (p. 92).

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acuerdo con su análisis de 1961, estaban destinados a formar una “elite soberbia,
improductiva y completamente alejada de las preocupaciones públicas” 2.

Por eso, manifestaría en 1985, al indagar sobre la correspondencia entre el esfuerzo


presupuestal público para mantener un sistema de profesores de tiempo completo y el
trabajo de los docentes e investigadores, que le preocupaba que muchos se limitaran al
“cumplimiento mecánico de sus funciones”, de tal manera que la institución quedara
reducida al simple nivel del “profesionalismo”, sin que hubiera un salto cualitativo de la
ciencia y de la cultura por el impulso que viene de la cátedra”3. En el mismo sentido
cuestionaba la que denominaba “la concepción arcaica de las élites” académicas que
“quieren trabajar sólo con los jóvenes excepcionalmente dotados, sin ver que las
necesidades públicas aconsejan ampliar la población de las aulas” y que no es el “estudiante
óptimo el que debe dar la ley sino el estudiante medio.”4. Esta concepción antielitista de
Gerardo Molina, le dio forma al nosotros de la Universidad Nacional, el cual no puede estar
restringido al pequeño grupo de la comunidad académica, sino que debe comprender al
conjunto de la sociedad colombiana, especialmente a quienes en ella requieren de una
educación superior de calidad.

Para Molina, el carácter público de la Universidad Nacional consistía en permitir que la


sociedad colombiana se pensara a sí misma para profundizar la democracia, más allá de su
dimensión formal, e intentar reducir las desigualdades desde el campo de la educación
superior y de la educación en general. Para merecer su nombre, nos decía en 1946, “la
Universidad debe estar ligada a la vida del país y a sus preocupaciones”5. En consecuencia,
no debe responder solo a la “expectativa de los alumnos que ingresan a ella”, sino volcarse
“sobre la nacionalidad… para corresponder al esfuerzo silencioso de las gentes que hacen

2. Gerardo Molina, “La Universidad y el desarrollo económico (1961)”. En: Gerardo Molina y la Universidad
Nacional de Colombia, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2001, pp. 109-115 (p. 114).
3. Gerardo Molina, “La Universidad Nacional de Colombia. Hoy y mañana (1985)”. En: Gerardo Molina y la
Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2001, pp. 181-189 (p. 182).
4. Gerardo Molina, “La Universidad y el desarrollo económico (1961)”.Op. Cit. P. 114.
5. Gerardo Molina, “La reforma universitaria en Colombia (1946)”. En: Gerardo Molina y la Universidad
Nacional de Colombia, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2001, pp. 99-108 (p. 100).

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viable su funcionamiento”6. Para él, las reformas universitarias deberían ir de la mano de
las reformas sociales7. Esta idea de que la universidad solo puede pensarse a sí misma, si al
mismo tiempo piensa el país del que hace parte, constituye un llamado para que la
comunidad universitaria reflexione permanentemente sobre su quehacer, muy similar al
que hacía Camilo Torres cuando en 1962 sostenía que era “bastante sintomático que los
problemas de la Universidad Nacional no sean considerados por la sociedad, por las
directivas, los profesores y aún los mismos estudiantes, sino en los momentos de crisis”, lo
cual puede “demostrar que no hay un interés continuado por lograr una Universidad que
verdaderamente merezca el nombre de tal”8 .

El vínculo indisoluble entre la universidad pública y la sociedad, con la mediación del Estado,
que tiene la obligación de financiarla para que cumpla a cabalidad su misión social, llevó a
Molina sostener la tesis de la autonomía relativa, la cual tenía una referencia histórica en la
refundación de la Universidad Nacional de Colombia, cuando Manuel Ancízar renunció por
primera vez en 1870 a la rectoría, porque al tenor de su carta, sus copartidarios pretendían
“imponerle textos de enseñanza que realicen una intención política, prescindiendo de los
resultados científicos; lo que significa que, de ahora en adelante, la Universidad no será
duradera por su inofensiva bondad intrínseca, sino tan efímera como el imperio de ciertas
ideas extremas, a cuyo servicio no prometí consagrarme cuando acepté el rectorado con
miras i esperanzas infinitamente más elevadas”9 . No obstante, la autonomía relativa
defendida por Molina implicaba la necesidad de nacionalizar todas las universidades
públicas para evitar las inmensas diferencias regionales que vemos hoy en día y
federalizarlas dentro de una sistema real que permitiera compartir las actividades y los

6. Gerardo Molina, “Presentación de la Revista Universidad Nacional de Colombia (1944)”. En: Gerardo Molina
y la Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2001, pp. 97-98 (p. 98).
7. Gerardo Molina, “Bases para una política universitaria (1988)”. En: Gerardo Molina y la Universidad
Nacional de Colombia, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2001, pp. 191-200 (p. 191).
8. Entrevista de Iader Giraldo, 24 de junio de 1962: “Camilo analiza la crisis de la Universidad”. En: Camilo
Torres y la Universidad Nacional de Colombia, Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, pp. 281-285 (p.
281).
9. Renuncia de Manuel Ancízar presentada al Presidente de la Unión el 28 de junio de 1870. En: Anales de la
Universidad, tomo 3, Nº 18. Bogotá: 1970, pp. 505-506 (p. 506).

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recursos y evitar la duplicación de los esfuerzos institucionales10. Para Molina las sedes de
la Universidad Nacional de Colombia deberían ser ejes públicos de articulación de la
educación superior, incluyendo la técnica y la tecnológica, como en el caso de la formación
de los maestros de obra o los expertos en telecomunicaciones11.

Frente a las élites académicas, demócratas en los discursos abstractos y en los artículos de
opinión, pero autoritarias en sus prácticas cotidianas, Gerardo Molina defendía la idea
planteada por Uribe Uribe en 1909 de crear en la Universidad Nacional una “república de
los profesores”, quienes debían constituir una asamblea para elegir al Rector, declarar la
vacancia de este cargo y decidir sobre las cuestiones graves que afectaran a la institución;
mientras “los profesores de cada facultad, a su turno, elaboraban la terna de la que el Rector
escogía al Decano y designaban la casi totalidad de los miembros del Consejo”12. Además,
Molina le agregaba la participación activa de los estudiantes y los egresados13, pues los
consideraba, en primer lugar, ciudadanos e individuos de su pueblo y su tiempo, que
deberían ser formados desde jóvenes en la práctica de la democracia14. De acuerdo con su
concepción, la comunidad universitaria de la Nacional no podía hacer caso omiso de la
política, ni tampoco adoptar posiciones unilaterales y partidistas; dentro de un espíritu
pluralista que comprendía los estudios proscritos en forma totalmente equivocada como
inútiles, al lado de las denominadas ciencias duras y las naturales15, estaba llamada a
“plantear dentro de los claustros todos los tópicos de interés ciudadano, en un tono
científico, a fin de orientar la opinión”16. Particularmente en un país en donde,
independientemente de la intención de los actores, la violencia sigue sirviendo, sin que
encontremos sus límites éticos, para la acumulación original iterada del capital, como un

10. Gerardo Molina, “Universidad oficial y privada (1978)”. En: Gerardo Molina y la Universidad Nacional de
Colombia, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2001, pp. 155-180 (p. 175).
11. Gerardo Molina, “La reforma universitaria en Colombia (1946)”.Op. Cit. p. 106
12. Gerardo Molina, “Pasado y presente de la autonomía universitaria (1968)”. En: Gerardo Molina y la
Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2001, pp. 117-136 (p. 119).
13. Gerardo Molina, “La nueva Universidad (1937)”, Op. Cit. p. 93.
14. Ibídem, p. 92.
15. Gerardo Molina, “La nueva Universidad (1937)”, Op. Cit. p. 94 y “La reforma universitaria en Colombia
(1946)”.Op. Cit. p. 105
16. Gerardo Molina, Ibídem, p. 105.

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instrumento de diferentes actores políticos, dentro de la ambivalencia de los órdenes
sociales y políticos: locales, nacionales y globales.

La agudeza del pensamiento del Maestro Gerardo Molina quedó clara cuando en 1990, al
recibir el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Autónoma Latinoamericana de
Medellín, afirmó con certeza que entre 1935 y 1948 “se hizo una de las pocas revoluciones
de este siglo, al abrir las puertas de la universidad a la mujer. Hasta entonces regía en todas
ellas el principio implantado por Fray Cristóbal de Torres al fundar el Colegio del Rosario en
la colonia: queda prohibido que las mujeres pisen estos claustros”17. No obstante, se trata
de una revolución inacabada. En 1939, las mujeres conformaban solo el 6.7% de los
estudiantes de la Universidad Nacional, eran 307 frente 4.663 hombres18. Este porcentaje
había subido al 35.10 % cuando habló Molina19; sin embargo, posteriormente hemos
avanzado muy poco con respecto al potencial de la población colombiana20, en 2017
llegamos a un 36.89% de participación femenina en el total de las matrículas (19.978
mujeres en relación con 34.002 hombres)21. Entre los docentes de planta la proporción era
de 29% de mujeres y 71% de hombres22. Este estancamiento reproduce un ambiente
académico fundamentalmente masculinizado que genera los problemas de violencia sexual
y de género vividos en todas las universidades del país. Quizás llegó el momento de
completar la tarea de los reformadores de los años 30 del siglo pasado y pasar a una política
agresiva de acciones afirmativas claras, tanto en lo relacionado con la matrícula estudiantil,
como con la vinculación de profesores de planta.

17. Gerardo Molina, “Notas sobre la universidad de ayer, de hoy y de mañana (1990)”. En: Gerardo Molina y
la Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2001, pp. 201-205 (p. 203).
18. Nubia Yaneth Ruiz y Karen Forero Niño, “La evolución sociodemográfica de los estudiantes de pregrado”.
En: Universidad, Cultura y Estado, Colección del Sesquicentenario tomo 2/2, Bogotá: Universidad Nacional de
Colombia, pp. 202-273 (p. 218).
19. Ibídem, p. 231.
20. En 2015, de acuerdo con el DANE, los hombres entre 17 y 21 años correspondían al 51% de la población
en esa franja etárea, mientras las mujeres constituían el 49%. Ver: DANE, Compendio estadístico de la
educación superior colombiana, Bogotá: DANE, 2016, pp. 77-78.
21. Dirección Nacional de Planeación y Estadísticas, Revista Nº 23, Estadísticas e Indicadores de la Universidad
Nacional de Colombia, Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2018, p. 93
22. Ibídem, p. 146.

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Tuve el honor de participar en la Rectoría del profesor Víctor Manuel Moncayo y de trabajar
en un Consejo de Sede donde la mayoría de las decanas y la representante de los institutos
interfacultades eran mujeres. Consuelo Corredor, Beatriz García, Luz Teresa Gómez de
Mantilla, Lola Cubillos, Luz Amanda Salazar, Carmen Alicia Cardozo, Dolly Montoya, Nohora
Martínez o Irene Esguerra eran un testimonio claro de la revolución proclamada por
Gerardo Molina. Más cerca, en la Vicerrectoría de la Sede, las profesoras María Teresa
Reguero, Martha Orozco, Emira Garcés, Martha Nubia Bello y Flor Romero, lo mismo que
colaboradoras directas como Carol Villamil y Bertha Cecilia Andrade me ayudaron a percibir
y entender una universidad que no conocía bien. Pero fueron especialmente Blanca Cecilia
Nieva y Consuelo Gómez, desde la Secretaría de la Sede y la Secretaría General
respectivamente, quienes me enseñaron lo que significa cuidar una institución como la
Universidad Nacional con inteligencia, sensibilidad y firmeza; también el significado preciso
de la revolución proclamada por Gerardo Molina, que no consiste solo en el ingreso de las
mujeres a la educación superior, sino en transformar las relaciones internas para que todas
y todos podamos sentir que pertenecemos plenamente a una comunidad que nos garantiza
el reconocimiento de las diferencias no jerarquizadas.

Pero todavía en mi memoria el cóndor está triste, solo y encerrado en una jaula. Molina
tenía un temor particular frente al colonialismo cultural, hasta el punto de afirmar que “hoy
como en los tiempos de Bacon, saber es poder con el aditamento que tienen más valor los
conocimientos adquiridos en el interior de cada sociedad que los traídos de fuera”23. En un
mundo donde el conocimiento está cada vez más integrado al universo de las cosas y las
mercancías y donde nos hemos convertido en simples operadores de las máquinas físicas,
virtuales y sociales, en virtud del capitalismo cognitivo, el llamado al pensamiento crítico y
propio es urgente. El productivismo académico, representado en la cuantificación delirante
de lo que escribimos, publicamos y hacemos nos está haciendo perder la calma que
necesitamos para pensar y evitar refundirnos en el mar de informaciones falsas y
verosímiles que circulan por las redes. La transmisión de conocimientos ha dejado de tener
sentido, si alguna vez lo tuvo, y los estudiantes requieren con urgencia que los orientemos

23. Gerardo Molina, “La Universidad Nacional de Colombia. Hoy y mañana (1985)”, Op. Cit., p. 182.

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críticamente en sus procesos de autoaprendizaje, dentro de un universo comunicativo
donde las brújulas se han refundido. Estamos invitados a ser más lazarillos intelectuales,
personas que acompañan a otras en la búsqueda de su camino, aunque el término pueda
ofender nuestra autoestima, que académicos iluminados por nuestros estatutos de verdad.
El sentido crítico debe servir para guiar la comprensión y transformación de la sociedad y
de la relación social con la naturaleza, en diálogo permanente con los saberes no
académicos, como bien lo comprendieron Fals Borda y Luis Eduardo Mora Osejo en sus dos
manifiestos por la ciencia colombiana de 200124 y 200425. No debemos embalsamar al
cóndor para exhibirlo en un museo, sino dejarlo volar por nuestra imaginación y nuestro
intelecto.

El profesor Víctor Manuel Moncayo afirmó en uno de sus escritos que “lo que hoy
representa y significa la Universidad Nacional de Colombia no ha sido la obra de gobiernos
ni de rectores, ni de persona alguna en particular, sino una construcción colectiva de la
sociedad colombiana y de quienes, desde distintas inserciones y en diferentes momentos,
hemos integrado la comunidad que ella congrega y que la constituye”26. Hoy, en nombre de
Mirian, mi compañera, Gabriela, mi hija, y en el mío propio, les agradezco por permitirnos
gozar y sufrir, con pasiones tristes y alegres, ese ser colectivo que es la Universidad Nacional
de Colombia.

Leopoldo Múnera Ruiz


Bogotá, 19 de septiembre de 2019.

24. LuisEduardo Mora Osejo y Orlando Fals Borda, “Manifiesto por la autoestima de la ciencia colombiana”.
En: Revista de la Academia Colombiana de Ciencias, Vol. XXV, Nº 94, 2001, pp. 137-142.
25. LuisEduardo Mora Osejo y Orlando Fals Borda, « La superación del Eurocentrismo ». En: Polis 7 [En
línea], 2004, consultado el 13 de mayo de 2016. URL : http://polis.revues.org/6210.
26. Víctor Manuel Moncayo, Universidad Nacional de Colombia. Espacio crítico. Reflexiones acerca de una
gestión rectoral.Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2005, p. 91.

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