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Letras jóvenes

Actas de las Jornadas Internas de Investigadores en Formación del Departamento de Letras


2, 3 y 4 de agosto de 2012
ISBN 978-987-544-503-1

Villa y Dos veces junio: memorias del horror

Estefanía Di Meglio
Universidad Nacional de Mar del Plata

Resumen
En el presente artículo se efectúa un somero análisis de dos novelas que se inscriben en la serie literaria
de la narrativa de postdictadura argentina: Villa (1995) de Luis Gusmán y Dos veces junio (2002) de
Martín Kohan. Este análisis se enmarca en el proyecto de investigación denominado “La
reescritura/relectura de la dictadura militar desde los márgenes del discurso del poder (1990-2010)”, del
cual forma parte de mi tesis de Licenciatura. Como forma de presentar una mirada alternativa de la
historia, al tiempo que en un movimiento dialéctico releen y reescriben discursos, las novelas constituyen
su lugar enunciativo alterno por medio de personajes también marginales, victimarios del sistema
represivo, en una posición indefinida entre éste y el resto de la sociedad. Ciertos discursos del régimen
castrense son actualizados y emulados desde su ficcionalización por medio de estrategias discursivas,
procedimientos y recursos que, al mismo tiempo, los cuestionan. Finalmente, el trabajo rastrea diversas
concepciones y visiones de la historia que se delinean a partir del plano del enunciado y de la enunciación
de las novelas, volviéndose sobre sí mismas y reflexionando sobre su propio discurso.

Palabras clave
Relectura/reescritura de la historia, microhistoria/macrohistoria, perspectiva alternativa, ficcionalización
del discurso autoritario, concepciones de historia.

I. La historia en clave literaria

La narrativa sobre la última dictadura se constituyó, desde sus orígenes situados en el


mismo régimen castrense, como un intento por presentar unos hechos históricos de los
que otros discursos no podían dar cuenta por razones de censura o imposición del
silencio o, simplemente como forma de elaborar una mirada alternativa de los sucesos
desde las especificidades literarias. La hipótesis de lectura que guía el presente trabajo
se basa en que la narrativa de postdictadura argentina situada entre mediados de los ’90
y principios de la década siguiente postula un movimiento dialéctico que comprende la
relectura/reescritura de la historia oficial de la última dictadura militar y del discurso del
régimen así como de ciertos imaginarios y representaciones que reconstruyeron y
fijaron esa historia, al tiempo que esboza una relectura de la serie literaria en la que se
inscriben estas novelas, presentando lo alternativo desde una percepción secundaria e
indirecta de los acontecimientos. Todo ello se cristaliza tanto en el nivel del enunciado
como en el de la enunciación de los textos literarios que ficcionalizan discursos, actores
e historias.
Estefanía Di Meglio

Desde la década de 1980 se profundiza en la literatura latinoamericana una


operatoria textual, a saber, “los cruces, intersecciones y préstamos mutuos entre historia
y ficción” (Coira 2009: 23). En esta década en la que cuaja el quiebre del paradigma de
adquisición y formulación del conocimiento, se produce la caída de los grandes relatos y
el discurso historiográfico comienza a ser cuestionado: como todo discurso, empieza a
ser consciente de sus límites al momento de la representación. Desde el momento en
que se piensa que está constituido por lenguaje, se plantea una brecha insalvable entre el
relato y los acontecimientos, un hiato entre los sucesos en sí mismos y su representación
como copia y reconstrucción, en tanto que –como lo advierten las vanguardias históricas
desde las primeras décadas del siglo– no existe una relación directa y transparente entre
las palabras y lo que ellas designan. Al mismo tiempo, y como lo presenta Mijail Bajtin,
el lenguaje es portador de ideología (1986), por lo que ningún relato puede constituir
una representación neutra y aséptica de los acontecimientos. Hayden White establece la
fundamental divergencia entre los acontecimientos, que “ocurren o se dan” y los hechos,
“construidos por los actos de predicación” (2010: 18). Por otra parte, pero en el mismo
sentido, la historia, como lo plantea Andrés Rivera, está cargada de silencios y
omisiones (1994: 6). Frente a esto, la literatura se sitúa en esos espacios en blanco, en
esos quiebres y fisuras, a los efectos de dar origen a una nueva historia, a una nueva
mirada y operar sobre ella una relectura, seguida de su reescritura.

II. La conformación del corpus: filiaciones e intertextualidad

Villa (1995)1 de Luis Gusmán y Dos veces junio (2002) de Martín Kohan se inscriben
dentro de la serie literaria de la narrativa de postdictadura. A pesar de esto, sus tonos de
escritura, sus estrategias enunciativas así como el contenido de su argumento las
convierten en disruptivas dentro de la serie. El mismo lugar de la enunciación da la
pauta de un quiebre dentro de esta narrativa, en tanto que la narración se emprende, en
cada caso, desde la perspectiva de un victimario perteneciente al sistema represivo.

1
Los años ’90 son epicentro de una “explosión sin precedentes de la cultura de la memoria”,
dimensionada como “una preocupación central de la cultura y de la política de las sociedades
occidentales” (Huyssen: 7, 13). El boom de la memoria que deja su huella en el escenario mundial se ve
potenciado por cuestiones locales en el caso argentino, que convierten en acto la memoria en cuanto a
terrorismo de estado respecta. Las declaraciones de Adolfo Silingo, ex capitán de Marina, sobre los
vuelos de la muerte y la apertura de los Juicios por la Verdad a mediados de la década son dos
acontecimientos determinantes para el resurgir de la memoria.

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Villa y Dos veces junio: memorias del horror

El marco temporal de Villa se extiende desde los últimos tres meses del tercer
gobierno peronista hasta las primeras semanas luego de producido el golpe de estado, en
marzo del ’76. Villa es el apellido del médico protagonista de la novela –un amoral cuya
única preocupación es no verse implicado en los sucesos que acucian al país. El
personaje trabaja en el Ministerio de Salud Pública bajo las órdenes de Firpo, ministerio
que pronto cambia su nombre al de Bienestar Social, convirtiéndose en un
“aguantadero” de la Alianza Anicomunista Argentina. Poco o poco comienza a verse
involucrado en el sucio accionar de la Triple A, hasta terminar por convertirse en
médico asistente de las sesiones de tortura perpetradas a los secuestrados por dos
torturadores. Hacia el estallido del golpe, cuando cree haber eludido las tareas que
podían convertirlo en responsable casi directo de los hechos, un llamado telefónico lo
devolverá a sus actividades como médico colaboracionista. Por su parte, el período
temporal que comprende Dos veces junio está sugerido por el título: se trata del mes de
junio del año ’78, el que abarca el grueso de la novela, y junio del ’82, tiempo que da
marco al epílogo. Dos momentos de exacerbación nacionalista, capitalizados por el
gobierno de facto: uno está dado por el Campeonato Mundial de Fútbol y el otro por la
Guerra de Malvinas, por la que Argentina se enfrentó con Inglaterra. El protagonista
desafía tal lugar, esto es, el de personaje principal, en tanto que oscila entre ser
protagonista y testigo (mudo) de los hechos y, como Villa, es un amoral. Se trata de un
conscripto destinado a chofer del Doctor Mesiano, un médico colaboracionista de la
ESMA.
El carácter de victimario antes señalado y las similitudes que van surgiendo de la
mera descripción argumental, trazan el vínculo que se establece entre estas dos novelas
en particular, en tanto que la de Kohan toma Villa como intertexto. Ya los paratextos
marcan una filiación: en el título de la primera resuena otro de los textos de Gusmán,
que tematiza la dictadura y que está producido y editado durante aquel período: En el
corazón de junio, de 1983. De igual manera, el epígrafe que antecede la novela de
Kohan está conformado por una cita de Gusmán. Mientras que lo paratextual alude a
una filiación, lo peritextual termina por confirmarla: en diversas entrevistas el propio
autor ha reconocido en el personaje de Villa un objeto de inspiración para su novela.
Basta leerla para reconocer similitudes entre ambos textos: finalmente el aspecto textual
propiamente dicho señala el intertexto.
En el caso de ambas novelas, es clara la opción por un lugar marginal para la
enunciación. Los personajes protagonistas son subalternos de un sistema en el que se

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posicionan de un modo aleatorio e indefinido. Esta estrategia discursiva del lugar desde
el cual enunciar marca una correspondencia con la operatoria de la literatura en
cuestión, a saber, la elección de una perspectiva alternativa y marginal para relatar los
hechos. Los personajes principales de cada novela se ubican entonces, en una zona
fronteriza, intencionadamente ambigua e indefinida: los dos están situados en el interior
del sistema represivo, pero a la vez en sus márgenes: uno es un médico colaboracionista
y otro sólo cumple con su año obligatorio en el servicio militar. Asimismo, Villa y el
conscripto de Dos veces junio son, en principio, embajadores de un aparente monopolio
discursivo dentro de los textos. Pero este dominio de la narración se verá resquebrajado
ante el ingreso, incipiente y solapado, de voces que pertenecen a otros sectores y sujetos
opuestos a aquellos con los que, en cierta forma, se identifican los personajes. Esta
estrategia del discurso se presenta como homóloga al discurso durante el período
histórico de la dictadura: mientras que el gobierno y los órganos que él instrumentaba
pretendían poseer el monopolio del discurso, otras voces, desde diversos territorios
discursivos, se filtraban por entre sus resquicios y fisuras.
Una característica común a ambos personajes es su amoralidad. Los dos intentan
negar los hechos de los que son testigos, éstos son, el accionar de un régimen que no
tolera oposición. En este sentido, se configuran como metáfora y a la vez metonimia de
ciertos sujetos o sectores sociales que manifestaron, en diferentes grados y niveles, una
actitud de negación de los hechos en cuanto que ellos mismos no aceptaban percibirlos.
Metáfora, entonces, porque un médico colaboracionista y un conscripto son
representativos, desde la ficción, de otros roles sociales; metonimia, pues un individuo
en cada caso permite configurar y hacer presente un sector más amplio. En igual
dirección, es posible entender que no son sólo metáfora de sectores de la sociedad del
momento histórico que ficcionalizan sus tramas, sino también de aquella hegemonía del
contexto de producción de las novelas. Así, los años de escritura de ambas se ubican
dentro de gobiernos democráticos que se caracterizaron por la “conciliación” en cuanto
al tema dictadura o que pretendieron tender un manto de silencio sobre el pasado
reciente. Esta actitud de desaprensión, al menos de parte de los sectores oficiales, está
encarnada desde la ficción literaria en los personajes victimarios que manifiestan una
amoralidad frente a los hechos que observan y de los que a la vez forman parte. Para el
caso de la novela de Kohan, la apuesta por un lugar excéntrico de la enunciación está
redoblada por la duplicación del descentramiento del personaje. Mientras que Villa es él

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Villa y Dos veces junio: memorias del horror

mismo un médico colaboracionista, el recluta es chofer de uno, es decir, es “colaborador


de un colaborador” con el régimen.

III. La opacidad del lenguaje o la representación aludida

Respecto de esta negación del saber por parte de los personajes, se constituye un
lenguaje que entra en consonancia con ella: se trata de un lenguaje del silenciamiento,
de elusiones, rodeos y del evitar decir de manera directa. Efectivamente hay
información y conocimiento de los hechos que atañen a la sociedad en dictadura, pero
son presentados sólo de forma indirecta, pretendiendo los personajes un
desconocimiento o, al menos, una actitud que en ninguna medida establezca una
implicancia con ellos. Esta postura de desaprensión que asumen está representada por la
enunciación a partir de recursos y estrategias discursivas que portan información sobre
el contexto socio-político ficcionalizado, pero sólo en el nivel de lo implícito y del
significado secundario. En esta dirección, se opera una emulación del discurso
castrense, el cual adoptó los polos más extremos de la escala de la referencialidad,
oscilando entre la máxima indireccionalidad posible y la explicitud más directa. Como
lo señala Horacio Verbitsky, durante los primeros años (en los que la ocultación de los
hechos lograba cierta efectividad), los responsables de la “guerra sucia” usaron un doble
lenguaje: por un lado, anunciaban que exterminarían al enemigo, mientras que por otro
atribuían a grupos de ultra derecha todo acto ilegal de represión (2002: 115). En este
sentido, se genera una tensión entre lo explícito y lo implícito, tensión que se remeda en
el tejido textual de las novelas a partir de recursos que fluctúan entre la
indireccionalidad y la referencialidad más directa.
En Villa, el contraste entre lo que se dice y lo que se oculta por medio del
lenguaje se cristaliza en recursos tales como el eufemismo y la alusión, las
comparaciones cuyo término es sugestivo de una realidad que si no es mediante
analogías no se menciona, las metáforas y el doble sentido, por el que el significado
literal esconde un significado figurado, que alude a esa realidad que sólo se manifiesta
por rodeos. Todos estos recursos, además, se constituyen por medio de un léxico que va
configurando paulatinamente un campo semántico en relación con el accionar del
sistema represivo y el clima de terror y muerte que invade la atmósfera del país. En esta
amalgama entre lo velado y lo explícito, la ambigüedad asume una doble significación
en el tejido textual. Por un lado, se vislumbra como efecto, desprendido precisamente de

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la indefinición y los diferentes grados de explicitud (o no) que adopta la enunciación.


En una segunda instancia, el recurso ingresa en la novela como tema, a partir de un
enunciado de tono reflexivo del personaje. Éste lucubra sobre el miedo en el que está
sumida la sociedad así como los integrantes del Ministerio en el que trabaja, miedo que
halla su causa en la imprecisión de la información, esto es, la ambigüedad de su
transmisión. “En ese lugar [el Ministerio] todos estábamos investigados, o al menos, lo
creíamos, o al menos, querían que lo creyéramos. Esa ambigüedad era lo que me
infundía miedo” (V: 30), confiesa el médico. En efecto, Sandra Lorenzano releva la
instrumentalización del miedo como uno de los principales mecanismos de disciplina
social (61, 62).
La tercera persona del plural del verbo decir como verbo principal de oraciones
cuyo sujeto gramatical es tácito, se añade al repertorio de recursos que generan este
efecto de tensión entre lo dicho y lo silenciado, entre lo que se conoce y lo que se
pretende ignorar. En estos casos se desconoce no sólo el sujeto gramatical sino también
el lógico, utilizando los términos de Halliday (Ghio y Fernández). Esto significa que por
medio de tales oraciones es sabido que hay efectivamente una información que circula,
pero que carece de certeza por desconocerse su fuente de procedencia: pertenece al
terreno de lo incierto y del mero rumor, no siendo plausible de comprobación. A la
inversa: si bien la información sobre los sucesos sociales y políticos está rodeada de
incertidumbre, no por ello es tachada de falsa. Es decir que se produce un movimiento
oscilatorio y pendular entre el conocimiento y la ignorancia de los hechos: existe una
tensión entre lo ocultado y lo dicho de manera explícita. En efecto, la estrategia de los
represores se caracterizó por operar un control sobre el manejo público de la
información, que dio origen a dos tendencias opuestas: la circulación de ésta cuando su
interés radicaba en la imposición del temor o, al contrario, el ocultamiento en el instante
en el que su propósito constaba en deslindarse de responsabilidades.
A este lenguaje eufemístico e indirecto del discurso novelesco se le oponen
fragmentos enunciados mediante la explicitud, con lo que aumenta la tensión entre lo
revelado y lo silenciado. No obstante y más allá de su direccionalidad, tales enunciados
portan el contraste en su mismo interior, en tanto que su explicitud se ve en cierta forma
coartada por las elipsis y las omisiones de mayor información. Cuando Villa informa
que aparecen cuerpos cerca de su pueblo, nunca hace mención de las causas ni esboza
una hipótesis al respecto. Por el contrario, los hechos se espetan en medio de la
narración en calidad de sucesos aislados y como si no requirieran explicación. En un

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Villa y Dos veces junio: memorias del horror

sentido análogo, el recurso de las imágenes visuales y olfativas se implementa como


modo de presentar los hechos desde una forma alternativa a su sola narración. Las
descripciones de las torturas en las que Villa participa como médico están elaboradas a
partir de tales recursos y su nivel de referencialidad contrasta vivamente con el carácter
eufemístico del resto del discurso.
La actitud del colimba de Dos veces junio ante la lectura de la pregunta que abre
la novela es sintomática de su mirada desaprendida en calidad de amoral, al igual que
anticipa uno de los recursos que se convierte en constante a lo largo del texto: en lo
único en lo que repara el conscripto ante la interrogación “¿A partir de qué edad se
puede empesar a torturar a un niño?” (Kohan 2002: 11) es el error de ortografía
cometido por otro recluta; en ningún momento esboza un juicio moral. Desde el inicio,
entonces, el detalle desvía la atención y es por esto que la importancia atribuida al
pormenor que pareciera carecer de relevancia puede leerse como el remedo de las
estrategias por las cuales el discurso autoritario del poder explota y potencia
informaciones superfluas, colocándolas en un primer plano, a los efectos de ocultar con
ellas datos y hechos que revisten verdadera importancia. El recurso de la descripción
emerge, en este sentido, como una constante que metaforiza esas estrategias de dominio
y control de la información. Desde el propio interior del lenguaje castrense se opera
entonces la deconstrucción, señalando sus fisuras.
La analogía, al igual que en Villa, se actualiza como recurso en medio de una
trama enunciativa en la que la explicitud nunca llega a concretarse por completo. Pero a
diferencia de la novela de Gusmán, en ésta son las descripciones fragmentarias e
interrumpidas por otros núcleos y fragmentos las que catafóricamente -es decir, una vez
completada la lectura de la novela en su totalida- permiten establecer la analogía entre
lo descripto y los hechos socio-políticos connotados. En este sentido, aflora la
importancia del detalle que en una primera instancia pareciera ser incidental e incluso
ajeno a la trama general del relato. En otro aspecto, así como el personaje funciona
metonímicamente como ficcionalización y representación de ciertos sectores sociales en
cuanto a su actitud frente al régimen imperante, ingresan en el universo novelesco
objetos que se estructuran sobre la base de la metonimia con el propósito de evocar una
realidad mayor. La reiterada mención y aun descripción del Ford Falcon -marca del
automóvil que conduce el conscripto- funciona como metonimia de toda una época y
unos hechos.

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En el instante en el cual toma contacto con una de las secuestradas en uno de los
centros clandestinos incluidos en la trama de la novela, conforme a su actitud de
desentenderse del tema, el conscripto la escucha -sólo porque no tiene otra opción- pero
se queda inmóvil. El narrador informa que la mujer le relata todo lo que ha sucedido, lo
que ha vivido, lo que le han hecho. Sin embargo, en ningún momento se hace explícito
su parlamento. La omisión es el recurso que atraviesa el plano de la enunciación en
dicho fragmento, en emulación del discurso castrense por el cual la voz del “otro” era
sistemáticamente silenciada. Asimismo, el fragmento es metafórico de otro rasgo, en el
sentido de que si bien se omite, al menos se alude a la existencia de voces otras que,
solapadamente, se filtraban y socavaban ese discurso del poder pretendidamente
unívoco. El discurso ficcional es metáfora del autoritario en cuanto que a la aparente
reducción del relato a la perspectiva del conscripto se le contraponen estas otras,
deconstruyendo el monopolio discursivo y la idea de un discurso único. De manera
semejante, en Villa ingresa la voz de la oposición, la de un militante que amenaza a
quienes forman parte del sistema represivo. La introducción de estas otras elaboraciones
discursivas, que definen una postura alternativa y que socavan el orden que pretende
cuajar el discurso oficial, pone sobre la superficie las fisuras del intento autoritario de
imponer una única voz y un discurso que se quiere monovalente.
En fin, el contraste entre lo latente y lo patente, entre lo connotado y lo
denotado, genera un efecto de lectura por el cual parece estar todo dicho pero, en
realidad, discursivamente no existe una afirmación contundente que pruebe lo que el
lector sospecha: se dice “la escuela”, no la ESMA; se dice Malvinas, no el Pozo de
Quilmes, se dan las coordenadas urbanas de estos centros de detención y tortura –a los
que, por cierto, se los llama también “el centro” a secas- pero nunca se los menciona
explícitamente. De igual manera, se emula la jerga eufemística de los perpetradores, por
la cual la tortura es una “ciencia” (30), las consecuencias de aquélla constituyen
“problemas médicos” (83) o se habla de los “traslados” (83) como si realmente fueran
tales y no el eufemismo que alude a la eliminación física de los secuestrados, esto es, su
asesinato. A propósito de este rasgo del discurso, la frase del Doctor Mesiano está
cargada de connotaciones metafóricas y encierra en germen esta cuestión: a su chofer le
advierte, “jamás hay que olvidarse de cuidar bien el lenguaje” (110).2

2
Pilar Calveiro se refiere a las especificidades de este lenguaje en los centros clandestinos de detención y
tortura, en los siguientes términos: “Es significativo el uso del lenguaje, que evitaba ciertas palabras
reemplazándolas por otras: en los campos no se tortura, se ‘interroga’, luego los torturadores son simples

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Villa y Dos veces junio: memorias del horror

La mímesis y ficcionalización del discurso autoritario del poder no es operada


únicamente desde el plano de la enunciación, sino que se efectúa en igual medida a
partir de su enunciado. Esto significa que no sólo se ponen en juego los recursos y
estrategias del lenguaje hegemónico de la época marco de la novela sino también se
registra el ingreso del contenido de ciertas líneas vertebradoras del discurso del
gobierno de turno. La estrategia instrumentalizada hay que buscarla en la
interdiscursividad, por medio de la cual se actualizan parte de los postulados del
discurso castrense. En Villa ingresa la metáfora organicista, mientras que en Dos veces
junio, por medio del recurso de la analogía con el cuerpo de una prostituta y con el de
un enfermo, el cuerpo social y el cuerpo individual pluralizan sus significados y se
figuran por connotación la represión física y la tortura.

IV. Metáforas de la construcción de la historia

Los dos textos en cuestión se vuelven sobre sí mismos en un afán de reflexionar -así
como sobre el discurso histórico- sobre la materia y los mecanismos de construcción de
su propio discurso. El narrador personaje de la novela de Gusmán, ante la imposibilidad
de hablar abiertamente (y también por separado, la imposibilidad de hablar y de hacerlo
abiertamente) debido a la intolerancia y a los silencios y censura que impone el régimen
militar, decide escribir en clave un manuscrito, en el que quede registro de todo aquello
que de otra manera no puede expresar. Este manuscrito sigue para su escritura en código
secreto las reglas mnemotécnicas empleadas por el médico en su época de estudiante. Se
dimensiona el informe de Villa como una metáfora de la novela en su conjunto, en
cuanto que durante su devenir contiene en germen varios de sus procedimientos. 3

‘interrogadores’. No se mata, se ‘manda para arriba’ o ‘se hace la boleta’. No se secuestra, se ‘chupa’. No
hay picanas, hay ‘máquinas’. No hay asfixia, hay ‘submarino’. No hay masacres colectivas, hay
‘traslados’ ” (2006: 42). Por su parte, Emilio Crenzel habla de la “jerga negadora de los perpetradores”,
que dentro de su paradigma incluye términos como “chupadero”, “traslado”, “zona liberada”, entre tantos
otros (2008: 118).
3
Al mismo tiempo, es posible interpretar el carácter cifrado del informe como metáfora de aquella
narrativa denunciadora del régimen escrita durante la dictadura misma, en tanto que dicho carácter es
homólogo a los mecanismos literarios de sortear la censura, como el gesto críptico creado por las
metáforas y las alusiones, que caracterizaron las novelas que dieron inicio a la serie. Cabe destacar que
estos procedimientos y estrategias mediante los cuales los textos se oscurecen en sus significados no se
deben únicamente a un intento de evadir la censura oficial, sino que responden en igual medida a las
especificidades de la escritura y el estilo de una época de experimentación. Como señala María Teresa
Gramuglio, las novelas de la dictadura “elaboraron narrativas oblicuas, alusivas, fragmentarias, que
transformaban o directamente eludían las convenciones de la mímesis tradicional” (9).

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Estefanía Di Meglio

En primer lugar, al emplear el lenguaje médico, utiliza igual código que el


discurso oficial, en tanto que el grupo dominante de los militares urde un relato médico
para explicar el estado de cosas de la nación (la subversión como un cáncer a extirpar),
así como el “tratamiento” a implementar (la extirpación de esos grupos). Emplea, de
este modo, el mismo lenguaje de la hegemonía, pero para presentar una mirada
marginal, constituida por los hechos que aquella silencia. Si se piensa en los
procedimientos empleados por la novela, dicha utilización del lenguaje del poder
destaca entre ellos: como se señaló, el texto construye su enunciación a partir de la
emulación de los recursos y estrategias del discurso autoritario del poder para, a partir
de allí, dar a conocer una perspectiva alternativa de los hechos mediante de la ficción
literaria. Aquí sobresalen pues, dos operatorias comunes al manuscrito y a la novela en
cuestión: utilización del mismo lenguaje del poder y presentación de una versión
alternativa de un período histórico. La concepción de historia que subyace a los dos
textos –posicionados cada uno en diferentes niveles de ficción- es la de una que expone
sucesos ocultados, silenciados por los grandes discursos que se imponen o pretenden
devenir en opinión común y aceptada.
A esta concepción de una historia alternativa se le opone la que sugiere el
superior de Villa, el coronel Matienzo. Previa lectura de la historia contenida en el
informe, el coronel la descarta por juzgarla carecente de objetividad. Se figura así una
concepción tradicional de la disciplina historiográfica, presentada esta última en forma
alegórica en el texto del protagonista. Más adelante, el propio Villa reconoce que ignora
puntos de vista, que hay partes de la historia que le están vedadas y que por lo mismo
nunca logrará reconstruirla por completo, a lo que se añade el hecho de que cualquier
construcción que de los acontecimientos se haga estará condicionada por la perspectiva
desde la cual se confeccione y será indisociable de ella. A partir de esta reflexión
ingresa una nueva dimensión de la historia, a saber, aquélla que es consciente de que
todo relato no es más que fragmentario, por lo que se descarta la visión de la historia
como un relato abarcador y completo. Por último, se hacen presentes los mecanismos
constitutivos de toda historia, potenciados durante los regímenes autoritarios. 4 Se trata
de la censura intencionada, del silencio, de la omisión, de la elipsis, en fin, de todos
aquellos imperativos de imposición del olvido y de ocultamiento de hechos, que

4
“Si antes del quiebre brutal de las dictaduras existía una divergencia entre la ‘historia oficial’ y la ‘no
oficial’, después de éstas la brecha se transformó en un abismo” (Jelin y Lorenz citados por Crenzel 2010:
193).

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Villa y Dos veces junio: memorias del horror

cristalizan en estrategias del discurso cuya base es la omisión y la manipulación de


datos e información para, en última instancia, obliterar sucesos en pos de entramar un
relato que resguarde intereses de diversa índole. En este sentido, Villa procede a
“limpiar” su informe, borrando nombres y episodios: la historia es silenciada, amputada,
obturada. De allí que la literatura emprenda la labor de remedarla, de reconstruir
versiones y visiones, perspectivas, de dar lugar a voces y discursos silenciados, todo por
medio de su ficcionalización y de las especificidades que fundan sus posibilidades
frente a otras disciplinas. Para terminar con las concepciones contrapuestas y
complementarias que de la historia se delinean, huelga destacar la proliferación de
pequeñas historias en el universo narrativo de Villa. Estos núcleos dentro de la trama
mayor cumplen, al menos, una triple función. En primer lugar, establecen todo un
sistema de indicios para la reconstrucción de una historia mayor, que se verán reunidos
retroactivamente, unión por la cual adquirirán pleno sentido. En segundo término, cifran
la importancia del recuerdo, dimensionado como el rescate del pasado y su
reconstrucción por medio de su narrativización. Por último, exhiben la imbricación de
las microhistorias con la macro-la Historia con mayúscula- en tanto que las primeras se
ven atravesadas por esta última, pero también en cuanto que la macrohistoria puede ser
leída, metonímicamente y como se postuló más arriba, desde las mínimas historias de
vida.
Dos veces junio también posee como cimiento de su construcción la idea de que
la historia no es plausible de ser abarcada por completo. Si la novela de Gusmán sugería
por metáforas y connotaciones ciertas líneas de pensamiento sobre la historia, la de
Kohan señalará aspectos atinentes a la cuestión por medio de su misma estructura.
Observable ya desde lo gráfico y el plano de la visualidad, el carácter fragmentario de la
novela se corresponde con el propio de la Historia. Por esta misma conjunción se
entiende que la estructura del texto literario es análoga a esas características del discurso
historiográfico, así como el del recuerdo y la memoria.5 La fragmentariedad pone en
evidencia la naturaleza ilusoria del orden, completud y cohesión de todo discurso. En
efecto, el sentido de los distintos fragmentos (partes dispersas que juntas conforman
pequeños discursos) de la novela es otorgado de manera catafórica una vez que se los

5
Hayden White insiste en la idea de que el conocimiento de una historia no puede ser sino “fragmentario,
incompleto y parcial” (135). Al mismo tiempo, el autor concibe la autorreferencia y la mostración
explícita de la imposibilidad objetiva como un mecanismo del texto de señalar, precisamente, su
descreimiento de toda idea de objetividad o de concepción de un discurso unívoco (163). Es decir que si
bien es verdad que la literatura no escapa a ciertos escollos al momento de narrar, al menos exhibe su
conciencia de ellos como forma de resistirlos en alguna medida.

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Estefanía Di Meglio

reúne. Algo semejante sucede con la historia: su sentido e interpretación están dados por
la reunión de los fragmentos que en la realidad se presentan dispersos y por la mirada en
perspectiva que sobre ellos se impone.

Corpus textual
Gusmán, L. (2006) [1995]: Villa. Buenos Aires: Edhasa.
Kohan, M. (2002): Dos veces junio. Buenos Aires: Sudamericana.

Bibliografía

Bajtin, M. (1986): Problemas de la poética de Dostoievski. México: FCE.


Calveiro, P. (2006): Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina.
Buenos Aires: Colihue.
Coira, M. (2009): “Modos recientes de la novela histórica” y “La operación de escritura:
Poner la cosa ante los ojos: la representación en tanto problema". En La serpiente y el
nopal. Historia y ficción en la novelística mexicana de los 80. Buenos Aires: El otro el
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CONADEP (1984): Nunca más. Informe de la comisión Nacional sobre la desaparición
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