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Había aprendido a reconocer en todas partes la presencia de Dios. En el año de 1641 San
Juan Eudes proyectó fundar la Orden de Nuestra Señora de la Caridad y desde el principio
pensó en dedicarla al Corazón Santísima de María.
Antes de 1663 comenzó San Juan Eudes su obra maestra como teólogo de los Sagrados
corazones, «El Corazón Admirable de la Madre de Dios», obra que sólo logró lleva! a cabo tres
semanas antes de su muerte, el 25 de Julio de 1680, y en la cual trata no sólo del Corazón de
María sino también del divino Corazón de Jesús, al cual dedica oído el libro X11.
e) Los dones del Espíritu Santo son también dones del Corazón adorable de Jesús
«No habiendo duda alguna de que Jesús poseía un verdadero cuerpo humano, dotado de
todos los sentimientos que le son propios, entre los que campea el amor, es de la mismo
manera mucha verdad que El estuvo provista de un Corazón físico en todo semejante
al nuestro, no siendo posible que la vida humano privada de este excíirlentísimo miembro del
cuerpo tengo su natural actividad afectivo «El primer Corazón de¡ Hombre-Dios, es su Co.
razón corporal, que es tá deificado, lo mismo que todas los otras partes de su sagrado
Cuerpo, por la Unión hipostática que tiene con la Persona divina M Verbo Eterno.
El segundo es su Corazón espiritual es decir la parte superior de su alma santo, que com
prende su memoria, su entendimiento y su voluntad.
EL CORAZÓN DE Jesús
De nuevo bañada por ríos de lágrimas, sufre martirios de dolores a la vista de su Hijo y su
Dios pendiente de la cruz. Sin embargo, en su alma, hace ante Dios oficio de medianera por
los pecadores, coopera con el Redentor a su salvación y ofrece por ellos al Eterno Padre, su
sangre, sufrimientos y muerte, con deseo ardentisimo de su eterna felicidad. El indecible amor
que tiene a su querido Hijo, le hace temer verle expirar y morir, pero a la vez le llena de dolor
el que sus tormentos duren tanto que sólo con la muerte van a terminar. Desea que el Eterno
Padre mitigue el rigor de sus tormentos, pero quiere conformarse enteramente a todas sus
órdenes. Y así, el. Amor divino hace nacer en su Corazón contrarios deseos y sentimientos, que
le hacen sufrir inexplicables dolores.
La bendita Oveja y el divino Cordero, se miran y entienden y comunican sus dolores
solamente comprendidos por estos dos corazones de Hijo y Madre, que amándose
mutuamente en perfección, sufren a una estos crueles tormentos. Y siendo el mutuo amor la
medida de sus dolores, los que los consideran están tan lejos de poder comprenderlos cuanto
de entender el amor de tal Hijo a tal Madre y recíprocamente.
Los dolores de la Santísima Virgen aumentan y se renuevan continuamente con los ultrajes y
tormentos que los judíos ocasionan a su Hijo.
Qué dolor, al oírle decir: « Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado»? (1). Qué dolor al
ver que le dan hiel y vinagre en su ardiente sed!
(1) Math. 27,46.
Sobre todo, qué dolor al verle morir en un patíbulo entre dos malhechores! Qué dolor al ver
traspasar su Corazón con una lanza! Qué dolor, cuando le recibe en susbrazos! Con qué dolor
se retira a su casa aesperar su resurrección! Oh, de cuán buena gana hubiera sufrido esta
divina Virgen todos los dolores de su Hijo, antes que vérselos sufrir a El!
Efecto de la perfecta caridad, al obrar en los corazones de quienes se esfuerzan por imitar a
su divino Padre y a su bondadosísima, Madre, es hacerles soportar con gusto sus propias
aflicciones y sentir vivamente las de los demás, de suerte que les es más fácil soportarlas ellos
mismos que verlas padecer por los demás.
Desde la cruz vela el Hijo de Dios las angustias y desolaciones del sagrado Corazón de su
santisima Madre, oía sus suspiros y veía las lágrimas y el abandono en que estaba y en el que
había de quedar después de su muerte: todo esto era un nuevo tormento y martirio para el
divino Corazón de Jesús. No faltaba, pues, nada de cuanto podía afligir y crucificar los
amabilísimos corazones del Hijo y de la Madre.
De aquí se ve claramente que los dolores de la Madre y los tormentos del Hijo terminaron en
gracias y bendiciones e inmensos favores a los pecadores. Cuán obligados estamos, pues, a
honrar, amar y alabar los amabilísimos corazones de Jesús y María; a emplear toda nuestra
vida y más si tuviéramos, en servirles y glorificarles; a esforzarnos por imprimir en nuestros
corazones una imagen perfecta de sus eminentísimas virtudes. Es imposible agradarles
andando por caminos diferentes a los suyos.