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"Anselmo Fuentes y sus muchachos", que explica con sus canciones el desarrollo
de la acción. A veces se les ve en el televisor y en ocasiones acuden
personalmente al plató
La cámara, siempre ágil, se mueve a veces en travellings de cámara subjetiva,
que reproducen el punto de vista de un personaje.
invocar la suerte remojando los pies descalzos en una palangana llena con
monedas y billetes de dinero.
Pero para Julia pueden fenoménicamente hasta ser simples objetos de una
escena que el marido debe ver. Julia decide que la muerte del segundo de sus
hijos será a la vista del marido. Que no queden dudas, que no fue error, que no
fue otra, que no fue la nodriza, que no fue por algún otro motivo, que fue ella a los
ojos del futuro ex marido, escenificándole que no llegará a tiempo para subir la
escalera. Esa escalera que nos recuerda otras escenas del cine donde alguien
alcanza a detener un carrito de bebé que va cayendo. Aquí es un padre que si
quisiera subir, si pudiera imaginar lo que viene, igual no alcanzaría a ver cómo
acuchillan a su hijo pero no por eso deja de participar de la escena. Y de ese
modo el padre no se encuentra con lo que ya fue sino con la angustia que se
produce cuando todavía no es, cuando quizás no sea, cuando un poco más y lo
evitaba. “Te condeno a esta angustia”, a que tus pensamientos queden
atravesados por “hubiera podido hacer algo”. Pero si Julia logra eso, ha logrado
estar para siempre en los pensamientos de su marido, “no habrá para ti ese orden
que anhelaba Jasón para Corinto”.
La presencia viva del otro aparecería como una dificultad del sujeto para
restablecerse como tal. La existencia del otro, la posición de un sujeto como objeto
de otro sujeto, crea la ficción subjetiva de que sólo la muerte, la desaparición física
del otro, permitirá que recupere mi posición de sujeto.
No, como en el chiste, en el que después de hacer el amor él toma el control
remoto para mirar televisión, sino que es durante el acto, mostrando un interés
escasísimo por su objeto, objeto por el cual él ha dejado a sus hijos librados a la
suerte de lo que diga su futuro suegro. A ese hombre que no parece aportar
demasiado, ni como padre, ni como marido, ni afectiva ni económicamente; a ese
hombre, Julia se mantiene aferrada.
Si bien es cierto que la pasión amorosa tiene bordes difíciles de hacer convivir con
el respeto pleno, a saber, con lo políticamente correcto, el caso de Medea-Julia es
un nuevo caso extremo de creencia en la relación sexual, inexistencia de duelos
anteriores y desconocimiento de la posibilidad de perder el objeto de amor. No es
posible existiendo pasiones no inmiscuirse en la vida del otro y en el amor que el
otro tiene por mí. Pero a Julia sólo le interesa eso, el interés de él por ella. Julia
dice: “no me querés, bueno, queréme de nuevo”. No tiene valor alguno para ella lo
que él sienta, lo que a él le pase, sólo importa que a él le pase lo que ella quiere
que le pase. Ni siquiera parecen importar los atributos que él tendría, de hecho
parece no tenerlos. Lo que está en juego en rigor es el lugar que Julia-Medea
tienen/tuvieron para con sus maridos, lugar de cuidado, de protección, de sacrificio
y renuncia personal, al que no están dispuestas a renunciar. No dejar de ser
aquello que alguna vez fueron para el otro. Es un terror a ser olvidadas.