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28/9/2019 Poesía concreta - ELESPECTADOR.

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 Poesía concreta
Bogotá 22 May 2010 - 10:00 PM
Por: Héctor Abad / Especial para El Espectador

Héctor Abad hace una visita guiada a un nuevo monumento bogotano. El


arquitecto Daniel Bermúdez habla del teatro y de la biblioteca de Suba.

Después de trabajar cinco años detrás de un sueño, el arquitecto Daniel


Bermúdez toca con las manos, ve con los ojos, oye con los oídos el
resultado de algo que antes sólo estaba en sus cálculos, en sus dibujos y
en su imaginación.
 

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Bogotá Hace 1 hora

Discusión del POT avanza


lento: ¿y si se termina
 
aprobando por decreto?
El proyecto empezó con lo que él mismo define como “la llamada del
"Aquí no hay ningún sitio vedado
desmayo”. Fue por teléfono y alguien que podía decirlo le decía:
para la ley": Peñalosa
“Queremos donar un gran teatro y un parque biblioteca para Bogotá. ¿Le Bogotá Hace 2 horas
interesaría encargarse del diseño? Puede hacer lo que quiera. El lote,
yendo hacia Suba por la 170, tiene 6 hectáreas y lo entrega el Distrito, "Tenemos que entrar a donde
nosotros ponemos el edificio…” Sí, ese es el frote de la lámpara de sea; universidad o no, no hay
sitios vedados”: Peñalosa
Aladino para un arquitecto: tener el espacio y la disponibilidad financiera
Bogotá Hace 3 horas
para desarrollar a sus anchas un proyecto nuevo. Después de la llamada,
quizá por el entusiasmo, sufrió una especie de desmayo por las escaleras: Bogotá Hace 5 horas
se cayó y se abrió una ceja, la izquierda. El arquitecto es de cejas Marcha pacífica de estudiantes
pobladas y ya no se le nota ninguna cicatriz. fue opacada por ataques al Icetex

Daniel Bermúdez —hijo de otro gran arquitecto colombiano, Guillermo Las formas de machismo de las
Bermúdez— nos recibe en la parte baja de la gran escalera que lleva en que son víctimas las mujeres
suave pendiente hasta la entrada principal del teatro y de la biblioteca habitantes de calle en Bogotá
Bogotá Hace 8 horas
del Centro Cultural Julio Mario Santo Domingo. Los ojos claros bajo el
gorrito de paño, a la Sherlock Holmes, la gabardina para la llovizna, la
barba rala, la piel algo manchada por el sol de la intemperie, el ademán
distante y amable al mismo tiempo. Le damos la espalda a la calle y
miramos un momento en silencio el gran proyecto urbanístico que en
estos días recibe Bogotá como regalo.

Bermúdez mira el resultado de su largo trabajo, que ahora todos


podemos apreciar fascinados. Todo en su actitud revela una serena
satisfacción. Los volúmenes de la edificación son imponentes, pero la
mole no ofende la vista y los colores son discretos: una mezcla
armoniosa de salmón pálido, casi rosado, con blanco. El blanco, a veces,
desprende chispas de brillo robadas a la luz pálida de la sabana. Todo ha
sido vaciado en concreto, pero en algunas partes (sobre todo en la
correspondiente al Teatro Mayor) al blanco se le ha añadido polvo de
piedra de Rozo, del Tolima. Esta mezcla de tonalidades me recuerda
L’Arena, el coliseo romano de Verona, que tiene estos mismos colores,
aunque allí las piedras sean el mármol blanco y rosado de las montañas
Dolomitas. En todo caso también el brillo de la piedra de Nare, que es el
agregado del concreto blanco, le da al conjunto una cierta impresión
marmórea. El fotógrafo Carlos Duque dice de repente: “Es poesía
concreta”. Me parece un buen título.

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 La escalera monumental serpentea de un modo casi laberíntico —es


interesante descifrar su trazado— por entre jardineras donde la
exuberancia de verde de las plantas tropicales acentúa y mitiga al mismo
tiempo la fuerza del monumento. Diana Wiesner y el mismo arquitecto
hicieron el paisajismo de las escaleras y del resto del parque que rodea la
obra por los cuatro costados. El nuevo espacio público, abierto a todos,
será sin duda un referente para Bogotá.

Bermúdez, con un gesto tranquilo, empieza a hablar, con precisión, sin


énfasis, pero de un modo sabiamente sentencioso: “De edificio en
edificio se van haciendo las ciudades. Si un monumento tiene dignidad,
se fija como un hito en la memoria de las personas. La arquitectura es
arte, es técnica, es construcción y es gramática.” ¿Por qué gramática?, le
pregunto. “Porque existen reglas sobre cómo se arma una ventana o una
escalera, un orden que hay que seguir para que no se entre el agua, por
ejemplo, o para que la luz no ofenda, para mejorar o mitigar los efectos
del clima”.

Mientras avanzamos hacia la entrada, Bermúdez sigue explicando:


 
“Aunque nunca tuve un proyecto tan generoso, la arquitectura es
también economía; era necesario pensar en que pudiera sostenerse en el
futuro. El concreto no se raja, es casi eterno, envejece muy bien. Fuera
del concreto, que casi no requiere mantenimiento, aquí tenemos dos
cosas gratis: la luz del sol y el viento. Como el sol no lo cobran, la
iluminación diurna viene toda de él; ya lo verán en la biblioteca, donde la
luz es lo más importante para poder leer en paz. Y en cuanto al viento,
con el clima de Bogotá la ventilación y la refrigeración pueden ser
completamente naturales. Aquí no se necesitan ni aire acondicionado ni
extractores de aire. No hay ruido de aparatos, muy molesto en un teatro
o en una biblioteca, ni gasto en electricidad. Todo funciona por el efecto
termosifón, según la física de la temperatura del aire. El aire de afuera se
toma gracias a un sistema de compuertas que abren y cierran su entrada
según la necesidad y gracias al empuje del aire caliente, que asciende y
va jalando el aire nuevo”.

Las megabibliotecas, según la idea visionaria de Enrique Peñalosa, son


los espacios más públicos de Bogotá, puntos de referencia en cada sector
de la ciudad. Aquí, además de las grandes salas de lectura y los cientos de
miles de títulos, habrá un Teatro Mayor (de ópera y arte dramático) y un
Teatro Experimental. La dirección de estos últimos se ha encargado a
Ramiro Osorio, gran experto en el tema. Entramos y nos dirigimos
primero a la izquierda, el espacio de los libros.

 Bermúdez nos explica: “No hay luz directa, sino luz reflejada. Las
grandes claraboyas se coronan con pirámides invertidas que bajan la luz
a través de sus lados de yeso blanco, reflejándola incluso en un día
opaco”. Hay cubículos para investigadores; una terraza para momentos
de ocio. La iluminación nocturna simula también la luz que baja por las
claraboyas. En la sala de lectura, con estantería abierta, habrá
inicialmente unos 30 mil volúmenes (pero caben cómodamente más de
200 mil). Hay videoteca y audioteca. El sonido del teatro no llega a la
biblioteca, pues los espacios teatrales son herméticos. Todo ha sido
pensado y diseñado por él, incluyendo las sillas, los escritorios, el color

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 Daniel Bermúdez sigue explicando: “La arquitectura debe proveer
 belleza, pero la belleza, creo yo, se consigue a través de cosas concretas:
del confort, por ejemplo, o la altura de los antepechos, las ventanas, las
 vistas, los niveles de iluminación, la temperatura, la acústica. Y todo esto
se puede medir. Es muy difícil hablar y ponernos de acuerdo sobre la
belleza; sobre ella podemos discutir toda la vida, pero estos factores de
confort se pueden medir objetivamente: el confort de luz y el confort
acústico son los parientes pobres de la belleza, la manera de llegar a la
belleza en la arquitectura. La acústica de la biblioteca es la opuesta a la
del teatro: aquí hay que atenuar, absorber todo ruido. En cada fachada
hay unas persianas que evitan que los rayos entren directamente. A las
patas de las sillas hay que ponerles protecciones para que no molesten si
un lector las mueve. Es necesario construir cielo rasos que absorban los
sonidos”.

Pregunto si no sería bueno recibir la donación de una gran biblioteca


particular. “No es prudente poner grandes colecciones de reserva en la
nueva biblioteca”, nos aclara Bermúdez, que ya es un experto en el tema,
después de haber diseñado y seguido durante más de diez años el
funcionamiento de la Biblioteca El Tintal. “En este tipo de biblioteca no
hay que poner tesoros bibliográficos: aquí cuanto más se use y deteriore
el libro, mejor. Incluso, el hurto puede ser un indicio de sed de lectura.
Eso me lo ha enseñado El Tintal, donde voy mucho. Uno los edificios que
hace no los suelta en toda la vida; son peor que los hijos. Yo he seguido lo
que pasa allá desde cuando la entregué”.

El nombre a la entrada, así como las inscripciones que identifican los


distintos sitios del Centro, están labrados sobre el concreto en un tipo de
letra que sigue las pautas de un viejo alfabeto romano, en tipografía
Titling. Al pasar al espacio identificado como “Sala infantil” uno tiene la
impresión de que ha cambiado de país, o mejor, que está entrando en el
mundo de Liliput. Todo es en miniatura: baños para enanos, tazas
diminutas, lavamanos bajos. El patio de juegos mira hacia una parte del
parque de seis hectáreas que rodea el edificio. Allí los árboles han sido
muy bien escogidos y toda esta zona de Bogotá tendrá allí un espacio de
tranquilidad y recogimiento.

Bermúdez nos comenta: “Desde hace tres años le hago 4 visitas


semanales a la construcción, de 7 de la mañana a una de la tarde. Yo no
soy el constructor. Los constructores lo han hecho muy bien, pero yo soy
el responsable, el arquitecto, el que hace los planos para que las cosas
queden bien. Los ingenieros son como las señoras, siempre dicen que no,
pero después, al fin, se puede. Hay que insistir. Desde la época de las
grandes catedrales, el conocimiento de la arquitectura se ha venido
desagregando en cientos de disciplinas; por eso su ejercicio es tan difícil.
Los técnicos, que saben mucho más que uno, nos sobrepasan. Hay que
tener el carácter para parar a los técnicos: hay que hacerlo, a veces
(aunque ellos quieran rápido y barato), a la cara y a la lenta”.

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Llegamos al Teatro Experimental, que es el más pequeño de los dos. Es



un gran cubo forrado en madera por dentro, con elementos móviles. Las
 graderías retráctiles, diseñadas en España, deben llegar en estos días;
tendrán 350 sillas metálicas. Dice Ramiro Osorio: “Esta sala es
absolutamente única en el país, aquí puedes hacer lo que quieras, es muy
versátil para cualquier experimento teatral”.

La parte final de la visita es la más importante, la que más impresiona.


Hoy se están haciendo las primeras pruebas de acústica en el Teatro
Mayor. Expertos en el tema, dos ingenieros acústicos y un director de
orquesta, han venido aposta de Nueva York para hacer los últimos
ajustes. Usan más el oído que los aparatos. Deben encontrar el nivel
exacto de la reverberación, poniendo en ciertos espacios previamente
diseñados, telas para absorber el sonido.

La Sinfónica de Colombia ha aceptado hacer aquí algunos de sus ensayos


semanales, para facilitar el trabajo. Como todavía hay mucho polvo de
construcción en el ambiente, la orquesta toca con tapabocas. El polvo es
imposible de manejar, sobre todo para los vientos, pero este problema es
circunstancial.

Antes de entrar al teatro vemos la trasescena, la gran tramoya, los  


mecanismos y gatos subterráneos con que se maneja el foso de la
orquesta en los espectáculos operísticos. En el foso caben cien músicos y
al abrirse, las primeras cuatro filas de espectadores se corren y se
esconden debajo del escenario. “La tramoya es el sitio donde se fabrican
ilusiones, y aquí cualquier director de teatro podrá engolosinarse con sus
posibilidades”. Casi todo está listo. Falta el gran telón diseñado por Juan
Cárdenas que se fabrica en Estados Unidos y debe llegar esta semana.
“Visité más de 70 teatros en todo el mundo para diseñar todo esto”,
cuenta Daniel Bermúdez, mientras nos disponemos a entrar a la parte
del público.

El arquitecto nos pide que tengamos cuidado de pasar una por una las
dos puertas insonorizadas que aíslan el teatro del exterior. “Este es un
momento muy importante para mí —me susurra Bermúdez—, es la
primera vez que voy a oír cómo suena. Este ensayo es el punto
culminante del trabajo de cinco años”.

Al fin entramos a la platea. La orquesta está tocando el movimiento lento


de alguna sinfonía que no reconozco, pero que suena a siglo 19. Los
músicos se ven muy cerca. El teatro, en forma de herradura, parece
acercarnos al escenario. Todo parece cerca, aunque haya 1.340 puestos.
Es un teatro italiano clásico, pero hecho a la manera contemporánea. El
tono pastel del rosa cálido que domina en todo el espacio parece ir
perfectamente acorde con la música. Nos quedamos de pie, escuchando,
mirando. El teatro es sencillo, con esa sencillez que requiere años y años
de concentración: nada disuena, nada estorba, pero hay cientos de
detalles que hacen que el espectador se sienta a gusto, sin saber por qué
se siente tan a gusto. Bermúdez dirá al salir, cuando se lo comento:
“Para llegar a lo austero hay mucho trabajo. Nada debe notarse. Lo que
se nota es ruido. Hay que buscar y lograr la sencillez. La luz es clave, y la
del teatro también es natural durante el día”.

La orquesta acomete otra parte de la sinfonía y sube de volumen. Todo el


teatro la acompaña, la envuelve, y la melodía llega limpia a los oídos. En
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ejemplo filantrópico para otros empresarios colombianos. Veo que los
ojos de este amigo están rojos, como dos pepas de sangre. El agua que le

nubla la mirada, los ojos anegados por la emoción me parecen la mejor
 imagen para transmitir sensaciones que son indescriptibles mediante las
palabras.

Un arquitecto que deja huella

Daniel Bermúdez es arquitecto de la Universidad de los Andes. Profesor


de la Facultad de Arquitectura y Diseño, y desde 1975 se ha desempeñado
como titular de diferentes talleres de proyectos. Actualmente es profesor
titular, forma parte del equipo de profesores que lidera el proyecto de
grado y es miembro del grupo de investigación en Arquitectura, Ciudad y  
Educación (ACE). Fue subdirector del grupo nombrado por el
Departamento Administrativo de Planeación Distrital, Planeación
Nacional y el Icavi para el diseño y planeamiento urbano del área del
Salitre. Dirigió el Grupo de Urbanismo del Proyecto Ciudad Salitre.

Otros de sus proyectos han sido: Edificio para la Vicerrectoría de


Posgrados Universidad Jorge Tadeo Lozano (Bogotá), Biblioteca Pública
El Tintal (Bogotá), Biblioteca y Auditorio Universidad Jorge Tadeo
Lozano (Bogotá), Edificio Alberto Lleras Camargo Universidad de los
Andes (Bogotá), Centro de Fomento Ambiental y Sede Administrativa de
la CAR en Cota-Cundinamarca, Edificio Biblioteca y Auditorio de la
Universidad Jorge Tadeo Lozano (Bogotá), por el que recibió el XIII
Premio Obras Cemex 2004 en Monterrey, México.

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