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COLOMBIANO
AVANCES INVESTIGATIVOS
UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
DEPARTAMENTO DE PSICOANÁLISIS
MEDELLÍN
2019
Formulación del problema
En el transcurso de las últimas décadas, Colombia ha transitado a tientas por el terreno
frágil de la reconciliación y la construcción de paz. Fue en el año 2011 que el ordenamiento
jurídico incorporó la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras; esta recogió y transformó
varias de las consideraciones que en materia de reparación inauguró la Ley Justicia y Paz de
2005. Ambas leyes, orientadas por el enfoque de justicia transicional, se plantearon con el
propósito de restablecer el camino de la verdad, la justicia y la reparación.
En efecto, uno de los desafíos más complejos que Colombia, como sociedad, debe
enfrentar con urgencia en los años venideros, es la reconstrucción de su tejido social,
profundamente desgarrado tras décadas de estar soportando toda suerte de ataques y
negligencias (Arango, 2017). Hemos sido testigos de la teatralización del exceso, de una
carnicería sin precedentes. Nada que ilustre esto con mayor precisión que las masacres: una
de las formas de violencia privilegiadas en los repertorios de acción en el conflicto armado,
en donde se expresa con mayor fuerza la atrocidad y la barbarie.
Sin duda alguna, esta iniciativa ha puesto de relieve la importancia de los proyectos
de construcción de memoria histórica, pues supone trabajar con “memorias individuales y
colectivas como fuentes dinámicas para documentar e interrogar el pasado, y comprender las
variadas formas mediante las cuales la memoria moldea las opciones de vida y las
reivindicaciones de los sobrevivientes a la violencia masiva” (Gomez, 2009, p. 14). La
memoria, desde esta perspectiva, se erige en el pivote que posibilita el ajuste de cuentas de
una comunidad con su pasado de guerra o de violencia masiva y, asimismo, el avance a la no
violencia y a la no repetición.
Ahora bien, como se pregunta Korgi (2019) en su texto Imposible duelo “más allá de
la aproximación a la verdad de los crímenes, ¿no promete acaso la firma misma del acuerdo
de paz la transición a otro momento en el que el dolor dé paso al duelo?” (p. 210). En efecto,
entre memoria, recuerdo e historia, se tienden los puentes más propicios para pensar el
problema del duelo, pues como memorioso, aquél a quien la guerra le arrebató lo más amado,
no podrá más que construir su historia bajo el influjo empedernido de la nostalgia de lo que
fue y no será más. Al respecto, nos dice Braunstein (2008): “la memoria es un panteón que
guarda los restos fósiles de los momentos pasados, que honra a los que han fenecido y, muy
especialmente, a esos yoes que hemos sido y se esfumaron con cada nueva experiencia que
nos tocó vivir” (p.19).
1
La dimensión de los victimarios, aunque no es el objeto de esta investigación, debe ser reconocido como otro
de los elementos de capital importancia.
Que Korgi introduzca con referencia al problema del duelo en el conflicto armado la
expresión “más allá de la aproximación a la verdad de los crímenes”, nos indica que hay una
dimensión en la que el paso del dolor al duelo, en su relación con la memoria, involucra una
verdad inmanente al campo del sujeto. Esto define en qué perspectiva se instala el interés
nuestro por los procesos de duelo y memoria en el marco de la subjetividad de las víctimas:
se sitúa más allá de la pregunta por la verdad de los hechos objetivos.
Valdrá traer a colación en este punto la perspectiva que privilegia el Grupo de Memoria
Histórica con relación al problema de la verdad (2009):
Por lo anterior, sería equívoco decir que esta investigación es solidaria con el
propósito de esclarecer la verdad humana, tal como se lo propone la CEV. Se ocupa, mejor,
del aspecto interior, íntimo, de la rememoración y del duelo, esto es, del hueso de la memoria
en su contacto nodal con un punto de angustia. Nos convoca aquí la investigación de la
memoria y el duelo como manifestaciones de un sujeto en sus acciones y pasiones, en sus
modos de ser en el tiempo y en su relación con los demás; en suma, el aspecto transubjetivo
del recuerdo y sus modos de articulación con la dimensión traumática que supone la
experiencia de la pérdida.
Señalemos, además, que del estudio que Sigmund Freud realiza durante los últimos
años del siglo XIX en torno al trauma, el recuerdo, las huellas, la elaboración y la repetición,
se desprenden elaboraciones teóricas que tendrán una incidencia directa sobre el modo de
entender posteriormente los procesos del lenguaje, y las características intrínsecas de los
procesos referidos al recordar. De igual manera, la formalización teórica expuesta por
Jacques Lacan años después con relación a nociones como castración, objeto, Otro y la
experiencia de lo real, por nombrar tan solo algunas, arroja una luz e inaugura un horizonte
epistémico respecto a los efectos en el aparato psíquico de la experiencia y elaboración de la
pérdida, que nos servirá de fundamentos para pensar el problema aquí planteado.
Cabe resaltar que el artículo de Brescó & Wagoner propone una articulación entre el
duelo y la memoria a partir de la función social del monumento. La tramitación de la pérdida
a partir de las posibilidades simbólicas que ofrece la cultura es sin duda uno de los puntos
destacados más importantes.
Para estos autores, aunque los debates sobre la comprensión de procesos de memoria
colectiva se hayan visto signados por la tensión entre lo individual y lo colectivo, la lectura
que ofrece la psicología social permite adoptar una perspectiva que “considera
simultáneamente los procesos sociales constituyentes de la subjetividad, las acciones que
construyen al sujeto social y la construcción de la realidad social, con especial interés en la
dimensión simbólica de los procesos sociales” (Piper-Shafir et al., 2013, p.20).
Este trabajo tiene la virtud de introducir una puntualización que reviste de particular
interés para nuestra investigación, a saber, que las posibles interpretaciones (memorias) no
estarían dadas por los acontecimientos que se recuerdan, sino por la posición que ocupa el
sujeto en dicha tradición. Lo cual supone impugnar el estatuto de verdad que se le atañe a la
interpretación, y así asumir que toda interpretación es relativa a sus condicionantes socio-
históricos de producción y a los anclajes culturales y lingüísticos del sistema de significados
que la articulan.
En esa misma línea se ubica el trabajo de Boelen et al., (2010) titulado Especificidad
de la memoria autobiográfica y síntomas de duelo complicado, depresión y trastorno de
estrés postraumático tras la pérdida. Según los autores, “la especificidad reducida de la
memoria (o "memoria sobregeneral") está más claramente presente en las personas con
antecedentes de trauma y en las personas con diagnóstico de depresión o trastorno de estrés
postraumático (TEPT)” (p. 331). La reducción de la especificidad de la memoria puede ser
el resultado de al menos tres procesos psicológicos: en primer lugar, un intento de evitar
recuerdos angustiantes de experiencias traumáticas. Esta "hipótesis de regulación afectiva"
explicaría por qué se observa un exceso de memoria general entre las víctimas de trauma.
Segundo, puede deberse a un control ejecutivo disminuido en personas con trastornos
emocionales ("hipótesis de control de ejecución"); y finalmente, podría deberse a auto-
representaciones negativas y procesos de reflexión que mantienen a las personas atrapadas
en un nivel general de recuperación ("hipótesis de captura y rumia"). Este estudio examinó
la especificidad y el contenido de las memorias autobiográficas en individuos que
atravesaban por un duelo. Se administraron medidas de autoinforme de la angustia
relacionada con el duelo y una versión estándar y rasgo de la prueba de memoria
autobiográfica (AMT) a 109 personas en duelo. Con la AMT, las personas recibieron
instrucciones para recuperar una memoria personal específica en respuesta a palabras clave
positivas y negativas, con el fin de analizar las asociaciones de la especificidad de la memoria
con: (a) variables demográficas y relacionadas con la pérdida ; (b) niveles de síntomas de
duelo complicado, depresión y trastorno de estrés postraumático, y (c) asociaciones del
contenido de los recuerdos (relacionado versus no relacionado con la persona perdida) con
síntomas. Los hallazgos mostraron que la especificidad de la memoria variaba en función de
la edad, la educación y el parentesco. Asimismo, que la reducción de la especificidad de la
memoria se asoció significativamente con los niveles de síntomas de duelo complicado, pero
no con la depresión y el TEPT; por otro lado, que los niveles de síntomas de duelo complicado
y TEPT se asociaron con una recuperación preferencial de memorias específicas relacionadas
con la persona perdida. Finalmente, los autores concluyen que los recuerdos vinculados a la
fuente de la angustia de un individuo (por ejemplo, la pérdida) son inmunes a los procesos
de evitación involucrados en la especificidad de la memoria.
Autores como Golden, Dalgleish, & Mackintosh (2007) sostienen las hipótesis
descritas en los trabajos anteriores y afirma que los individuos traumatizados tienen una
dificultad relativa para recuperar recuerdos autobiográficos específicos de toda su vida.
Sugieren que esto representa una evitación funcional generalizada del pasado personal que,
paralelamente, conlleva a la aparición intrusiva de recuerdos específicos únicamente del
acontecimiento traumático. Se trata de una asociación que se ha replicado en diversas
investigaciones y en relación a diferentes situaciones traumáticas diferentes a la pérdida de
un ser querido (p. ej. Dalgleish et al., 2003; Decker, Hermans, Raes, & Eelen, 2003; Harvey,
Bryant, & Dang, 1998; Henderson, Hargreaves, Gregory, & Williams, 2002; Hermans et al.,
2004; McNally, Lasko, Macklin, & Pitman, 1995; McNally, Litz, Prassas, Shin, & Weathers,
1994).
En otro texto del mismo autor, titulado Las víctimas, la memoria y el duelo: El arte
contemporáneo en el escenario del postacuerdo, se profundiza en la estrecha relación entre
memoria, duelo, arte y política, situando la obra de la artista Doris Salcedo “sumando
ausencias” como eje de análisis. Según Pinilla (2017a), la Ley de Víctimas, el Museo
Nacional de la Memoria y el Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la
Construcción de una Paz Estable y Duradera, recurren al arte para hallar respuesta que
posibiliten la reparación simbólica y la construcción de la memoria histórica.
Sin embargo, ¿hasta qué punto puede ser esto logrado a través de la experiencia
estética? Para dar respuesta a esto, el autor piensa la acción de duelo ejecutada por Doris
Salcedo como la interrupción del flujo cotidiano para que algo extraordinario sobrevenga.
Los materiales empleados en la obra fueron siete mil metros de tela blanca y una volqueta de
cenizas para inscribir, sobre la tela, los nombres de mil novecientas víctimas del conflicto
armado. Esto, sostiene Pinilla, supone la construcción de un marco que posibilita la
simbolización o representación de la pérdida en la dimensión colectiva y, en esa vía, la
existencia de un tercero que haga efectivo el reconocimiento, el registro de la misma.
El autor argumenta que las artes, en relación al trauma, hacen posible que las
imágenes asociadas a los eventos emocionalmente displacenteros, y que se han asentado en
algún lugar del cerebro emocional del individuo, puedan ir evocándose paulatinamente para
experimentar de manera más afable los recuerdos emocionales y corporales, de modo que
“los trazados neuronales kinestésicos y emocionales puedan aprender nuevos modos”. (Riley,
2004, citado por Cao, 2018). Así pues, tanto la escritura, como el dibujo, la poesía y la
narración, en tanto que procesos de exploración simbólica, permiten la reorganización de los
fragmentos de la memoria del sufrimiento, a fines de lograr integrarlos a una narrativa
coherente y secuenciada, y dirigirlos a otro.
El trabajo en mención subraya la importancia del arte como instrumento para evocar
recuerdos antes los cuales pueda el sujeto tomar una nueva posición, pues asume que toda
puesta en juego de la memoria del dolor a través de los recursos artísticos resulta benéfica.
No obstante, el psicoanálisis enseña que las más de las veces el sujeto se enfrenta ante la
imposibilidad de reconocer el pasado como algo cumplido en el núcleo de su representación,
y reconoce, en su lugar, un obcecado esfuerzo por hacer de lo traumático una continuación
indistinguida del presente. En ese sentido, se vislumbra un asunto a explorar, a saber, que la
memoria no refugia de lo displacentero excluyéndolo, sino que, por el contrario, propende a
remachar una y otra vez sobre los pasados lacerantes.
Las marcas del conflicto armado colombiano sobre la población civil, han movilizado
diversas iniciativas académicas que apuntan a dilucidar las afectaciones simbólicas y
materiales de la barbarie. Es por lo mismo que el rastreo bibliográfico sobre el caso particular
de la masacre de El Salado permite situar todo un conjunto de análisis socio-políticos que
insertan el problema de la memoria como una categoría de análisis, y en íntima relación con
la noción de historia (Charry, 2016; Gómez, 2014; Moreno, 2011; Prada, 2016). Cabe
destacar que no se encontró ningún texto académico que abordara con profundidad el
problema del duelo en el caso de la masacre de El Salado. Por ello, en este apartado se ocupa
de autores que han reflexionado en torno a la experiencia de la masacre sirviéndose del
concepto de memoria.
Hernández (2005) señala el retorno de estas mujeres a sus tierras, como una de las
principales formas para recuperar su historia, su identidad y sus costumbres. Estos retornos
han de concebirse, por tanto, como una vía para la reconstrucción de sus memorias, “ya que
las mujeres recuerdan con nostalgia sus tierras, las actividades que realizaban en ellas y los
hechos traumáticos a los que sobrevivieron, con el objetivo de reflexionar, reparar y luchar
contra la impunidad” (p. 61).
Bajo este panorama se advierte la irrupción de la memoria de las víctimas como una
parábola que transita a tientas de la memoria individual al momento social de la memoria aún
incipiente. El informe resalta el repliegue, el silencio y el procesamiento íntimo como el
común dominador entre las víctimas. Un silencio de carácter fundamentalmente en el que
apremia la polisemia: se presenta como alternativa para el procesamiento del duelo, o como
estrategia de sobrevivencia, o bien la sencilla carencia de alguien dispuesto a escuchar. Con
todo, lo que se sitúa es el carácter de encapsulamiento de la memoria, es decir, una dimensión
en la que la experiencia del horror pareciera desafiar la capacidad de poder narrarla.
En esa vía, Braunstein se empeña por elucidar los efectos deletéreos que tiene el
recuerdo traumático, y lo eleva a la dignidad de un artefacto construido por el inconsciente y
deformado por el yo memorioso.
Asimismo, el trabajo de Korgi (2019) acerca del problema del duelo en casos de
desaparición forzada, revela una aproximación al problema que nos convoca. Partiendo del
marco histórico del conflicto armado colombiano, la autora reflexiona sobre la doble
dimensión que abre el fenómeno del duelo para el ser hablante. Por un lado, reconoce el
desasosiego subyacente a la muerte un ser querido, pues la misma enfrentaría al deudo con
la alteridad de la muerte, de lo no representable a nivel de lo universal; por otro lado, la
presencia de lo que parmente del muerto como un resto a nivel de lo particular, un resto que
no se dejaría eliminar. Dicha alteridad, afirma, plantea inconvenientes a la memoria, pues
esta “no sabe qué hacer con lo que no es representación o, incluso, que no puede hacer nada
a falta de representación” (p. 214). A partir de esta idea, Korgi concluye que el ritual ha de
plantearse, en el caso del conflicto armado colombiano, “como una tentativa por parte de las
víctimas de inscribir lo innombrable, a falta de lo cual no habría memoria posible”.
Cabe destacar, por otro lado, tres trabajos cuyas principales líneas de desarrollo
abordan el problema de la memoria y el duelo en psicoanálisis:
Una segunda arista tiene que ver con la dimensión social del duelo; esto es, con la
búsqueda de la satisfacción de la memoria del muerto. Como afirma Figueroa (2004) para
Freud la “satisfacción de memoria sería satisfacción de deseo, es sólo a este nivel de memoria
como se satisface el deseo, a través de la huella mnémica mediante la que se busca la
identidad de percepción”. (p. 53). Se trata entonces de una concepción que, para Figueroa,
encuentra soporte en lo planteado por Lacan en el Seminario VI: El deseo y su interpretación
(1958-59/2014):
El tercer trabajo es el desarrollado por Elmiger (2010), que lleva por título Lo público,
lo privado, lo íntimo en los duelos. En este, la autora proporciona una aguda mirada del
fenómeno del duelo, tomando como punto de partida las nociones Arendtianas de lo público,
lo privado y lo íntimo. Así, sitúa cada época o sistema de pensamiento como posibilitador de
un determinado conjunto de condiciones (políticas, legales, míticas) que definen la totalidad
de lo que cada cultura, y por ende cada sujeto puede poner en juego para hacer frente a lo
real de la pérdida, las maneras de juzgar la muerte, al muerto y al deudo. Se verá, afirma
Elmiger “cómo cada época propuso maneras de subjetivizar el agujero crea-do en la
existencia, ubicando en algún lugar la falta como ―culpa en sus versiones imaginaria,
simbólica o real, como maneras de anudar trauma, culpa y duelo” (p. 125). En ese sentido,
concluye que lo que cada época legisla en relación a lo público, para que en lo privado e
íntimo se realice el duelo, también determina las formas en que sanciona el mantenimiento
de la memoria del muerto como la contracción de una deuda simbólica.
En búsqueda de lo inédito
Llegados a este punto, podemos discernir los vacíos que yacen en los aportes
referenciados, y así, darle un lugar al problema a investigar. Los investigadores de los
estudios culturales no explicitan los mecanismos que operan a nivel subjetivo en relación a
la tramitación simbólica. Aunque los investigadores de los estudios culturales arrojan una luz
respecto a la dimensión social de la memoria y su relación con la tramitación del pasado
traumático, la reunión de las nociones de memoria y duelo no encuentran aquí un esfuerzo
conceptual que permita discernir sus puntos de articulación en la vida anímica, y en esa vía
se prescinde de una lectura clínica que ilustre el lugar de lo inconsciente y lo real 2 —
conceptos solidarios y centrales en la clínica psicoanalítica —en la operatoria de dichos
procesos.
2
Aquí la expresión “real” no define la realidad objetiva, percibida por los órganos de los sentidos y hecha
existir mediante su formulación en conceptos. En el uso que hace Lacan de este término, denota, para
cada sujeto, aquello que cae por sorpresa y lo traumatiza; eso que por permanecer fuera de sentido lo
angustia y horroriza, eso que retorna en el mismo lugar, así se suponga superado. Como afirma Gallo
(2016), “de esto real cada quien solo logra simbolizar pedazos, elementos sueltos, desarticulados, con los
cuales no es posible armar algo coherente y bien sistematizado. (p. 18).
ficciones de la memoria serán, sin duda, pieza fundamental en la empresa investigativa que
aquí se propone.
Por su parte, los investigadores del campo de las artes se inclinan, en gran medida, a
enfatizar un único polo creador y benéfico de la memoria. Será tarea nuestra esclarecer otro
de sus extremos, esto es, la dimensión vergonzante de la memoria de los humanos: el goce
del recuerdo doloroso3.
3Se trata de una de las hipótesis exploradas por Braunstein (2012) en su texto La memoria del uno y la
memoria del otro.
en la vida. Atender a la especificidad de la experiencia de la pérdida ―como una de las
modalidades de lo traumático― en su relación con los procesos psíquicos de la memoria,
acaso permita ampliar en un fragmento considerable el armazón teórico-conceptual que le
subyace.
Referencias